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Madrid

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La creaci6n ele la Escuela ele Arquitectura 
ele Maelriel 
Pedro Navascu6s Palacio 
Pedro Navascués Palacio es catedrático 
de la Escuela de Arquitectura de Madrid 
De la Academia a la Escuela 
La formación del arquitecto, vinculada 
durante siglos a la obra misma en la que 
aprendía el oficio con sus mayores, 
conoció en el siglo XVIII un giro 
sustancial al convertirse en una enseñanza 
reglada en el seno de la Real Academia de 
Bellas Artes de San Fernando. Este 
cambio llevó a los futuros arquitectos a las 
nuevas aulas de la Academia, donde 
recibían una enseñanza teórica, que ponía 
especial énfasis en las matemáticas y en el 
dibujo, alcanzando allí la titulación oficial 
que les permitía luego ejercer la profesión. 
Notables profesores de aquella Academia, 
como Ventura Rodríguez, y discípulos 
aventajados, como Juan de Villanueva, 
dejaron en Madrid obras muy expresivas 
del nuevo gusto académico y. neoclásico 
que caracteriza el final de nuestro 
Siglo de las Luces. 
Al iniciarse la centuria siguiente, tras la 
Guerra de Independencia y durante el 
reinado de Fernando VII, siguieron vivos 
aquellos mismos criterios de raíz 
académica, en la que se formaron les 
discípulos de Villanueva, como López 
Aguado e Isidro Velázquez, autores de las 
más significativas obras de esta difícil etapa 
fernandina en nuestra ciudad como fueron 
el Teatro Real y el Obelisco del Dos de 
Mayo. Sin embargo, a la muerte del 
monarca absoluto y bajo Isabel 11, 
coincidiendo con un momento dé 
renovación generalizada de la sociedad e 
instituciones del país, la enseñanza de las 
23 
LECCIONES 
~ROUIT~~TUR! ~IVIL 
!llabriiJ : 
l. Obelisco del Dos de Mayo de Isidro 
Velázquez, discípulo de Juan de Villanueva. 
2. Juan Miguel lnclán Valdés. Primer Director 
de la Escuela de Arquitectura de Madrid. 
3. lnclá~ Valdés: Lecciones de Arquitectura 
Civil (1847) . 
4. Puerta de Toledo, de Antonio López Aguado, 
discípulo de Juan de Villanueva. 
24 
artes, y entre ellas la de la arquitectura, 
conocieron un cambio sustancial motivado 
por el Real Decreto de 25 de septiembre 
de 1844, por el que se reestructuraba la 
organización docente de la Real Academia 
de Bellas Artes de San Fernando. 
En efecto, la Academia necesitaba revisar 
los criterios básicos de sus enseñanzas para 
acomodarlas a las nuevas necesidades y 
mentalidad de una sociedad que había 
perdido su estructura estamental para 
articularse en clases sociales dentro de un 
Estado liberal. Fue este clima en el que 
nació la Escuela de Arquitectura de Madrid 
coincidiendo con la mayoría de edad de 
Isabel II (1843), con la llegada al poder de 
los moderados (1844) y con la nueva 
redacción de la Constitución de 1845. 
El primer gobierno moderado 
encabezado por Narváez contó entre sus 
ministros con el asturiano Pedro José 
Pidal, quien desempeñó la cartera de 
Gobernación, pero Pidal era también 
académico de Bellas Artes de San 
Fernando, ocupando un sillón en la 
sección de arquitectura, por lo que al 
presentar a la reina el texto del citado 
Decreto sobre la enseñanza de las artes no 
es de extrañar el énfasis puesto en sus 
palabras al afirmar que la arquitectura 
"exige una especial atención, por cuanto 
esta arte, la primera, la más necesaria, 
aquella en que la ignorancia puede 
acarrear unos lastimosos resultados, es 
acaso, la que tiene menos 
perfecta enseñanza''. 
Con ello, Pidal, que conocía el debate 
interno abierto en la Academia desde 
tiempo atrás sobre la escasa formación 
práctica y científica de los arquitectos, 
exterioriza la preocupación generalizada 
que existía dentro de la propia 
Corporación. Allí se habían oído ya, en 
1803, las duras palabras del marqués de 
Espeja, viceprotector de la Academia, 
cuando valorando la mala situación de la 
enseñanza de la escultura, pintura y 
grabado, reconocía ser peor aún la de la 
arquitectura, pues a pesar del empeño y 
medios puestos para formar a los 
arquitectos, la Academia no había 
conseguido sino la delineación práctica de 
los órdenes ... Nada se les advierte a los 
discípulos sobre la edificación y 
distribución, partes tan esenciales de la 
arquitectura civil, por lo que hace a la 
Hidráulica ninguna instrucción se les da, y 
así cuando sé les ve empeñados en alguna 
comisión para construir un puente, una 
presa, un molino o una cañería, un canal 
de riego u otra obra cualquiera que no esté 
limitada a una, .decoración arquitectónica, 
se encuentran las más de las veces sin la 
menor instrucción para poder desempeñar 
semejantes encargos, tan propios de su 
arte, y expuestos a cometer los mayores 
absurdos en perjuicio del público y 
descrédito de este Cuerpo. 
No es menos cierto que esta autocrítica 
se encontraba inserta en un debate más 
amplio que afectaba a la ingeniería civil y 
a su naciente Escuela de Ingenieros, de 
mano de otro académico de Bellas Artes, 
Agustín de Betancourt, pero en líneas 
generales no falta a la verdad respecto a la 
situación real de la arquitectura en la 
Academia. En ese mismo sentido, don 
José Caveda, en sus Memorias, refiriéndose 
a los años previos a la creación de la 
Escuela de Arquitectura, decía con alguna 
exageración que "con una clase sola de 
Aritmética y Geometría, con algunas otras 
para todas las materias de arquitectura, y 
limitándose el estudio del dibujo 
únicamente a cinco meses, en breve plazo 
y con muy escaso trabajo el albañil y el _ 
carpintero venían a conseguir el título de 
arquitecto, ya que no la ciencia 
que supone". 
Este anhelo de rigor en la formación del 
arquitecto le llevó a Pidal a señalar que 
siendo la arquitectura la que, dentro de la 
Academia, "tiene menos perfecta 
enseñanza; y para establecerla cual 
conviene, es preciso, no sólo ampliarla 
teórica y prácticamente, sino también 
sujetarla a todas las formalidades de una 
carrera científica'', dejando adivinar la 
intención de formar una carrera nueva y 
distinta que, sin embargo, aún debería 
esperar un breve tiempo. 
El primer efecto que tuvo el Decreto de 
1844 fue el de terminar con el viejo y ya 
rudimentario sistema de los estudios 
mayores y menores, divididos en salas. 
Para que el lector pueda tener una idea, 
ello quiere decir que había unos estudios 
elementales de Dibujo y Adorno, que por 
lA CREACIÓN DE lA ESCUElA DE ARQUITECTURA DE MADRID 
no tener capacidad física el edificio de la 
Academia se cursaban en otros locales, y 
unos estudios mayores distribuidos el?--
Salas dentro de la Academia recibiendo el 
nombre de las respectiv~ enseñanzas. Así, · 
eXistía una Sala de Aritmética y 
Geometría, aunque eran dos disdplin~ 
distintas, la de PerspeCtiva, la de 
Matemáticas, una Sala del Natural, otra 
del Yeso, la de Colorido y, por último, la 
específica de Arquitectura. 
. Por ellas, y a lo largó de varios ~os; . · 
fue~on pasando nuestros arquitectos, 
escultorés y pintores hasta el curso 
1844-1845, que fue un año de transición 
en tanto llegaba la aprobació.p c:leJ 
reglamento de la nueva Escuel~-d~ Nobles 
Artes aela Academia de San Femando, 
cosa que ocurrió en septiembre de 1845. 
De este modo el primer curso en el que la 
arquitectura contó con unos estudios 
propios, llamados especiales, fue el de 
1845-1846, cuyos ciento cincuenta años 
ahora se celebran. 
Los estudios especiales 
Los estudios especiales de arquitectura 
se agrupaban en dos ciclos, uno 
meramente preparatorio y otro especial. 
El primero abarcaba materias básicas 
como aritmética, álgebra, geometría, 
trigonometría, elementos de física y 
química y los que se denominaban 
principios de dibujo natural, paisaje y 
adorno. Estos estudios se cursaban_ fuera 
de la Escuela de Nobles Artes cuyos 
25 
1 
'i 
fv\ADRID Y SUS ARQUITECTOS; 150 AÑOS DE lA ESCUElA DE ARQUITECTURA 
5. Proyecto para la Puerta de A rocha de 
Madrid, de Custodio Moreno. Colección 
Escuela de Arquitectura(Legado L. Moya). 
6. Ejercicio de restitución del Parrenón 
de Atenas, por Jerónimo 
de la Gándara, · alumno de la Escuela de 
Arquitectura de Madrid (1850). 
7. Proyecto de Luis Doménech, 
alumno de la Escuela de Arquitectura de Madrid. 
Curso 1873-1874. 
26 
locales se reservaban exclusivamente para 
los estudios especiales. La simple 
enumeración de algunas de sus nuevas 
materias como el cálculo diferencial, la 
mecánica racional, el análisis de materiales 
de construcción, arquitectura hidráulica, 
junto a otras disciplina$ como 
composición, dibujo, copia de edificios 
antiguos y modernos, arquitectura legal o 
teoría del arte, puede dar una idea del 
cambio producido respecto a la genérica 
Sala de Arquitectura. 
La obtención del título, tras cinco años 
de carrera, exigía previamente dos años de 
práctica en el taller de un arquitecto, así 
como acreditar una serie de conocimientos 
varios que abarcaban desde la geografía y 
mineralogía hasta el manejo del idioma 
francés, en cuya lengua, por cierto, 
estaban algunos de los textos oficiales de 
las asignaturas, como los debidos a 
Salneuve, Olivier, Vallée, Navier, 
Boucharlat, Poisson, Leroy, Adhemar, 
Brognis, Demannet y Claudel, entre otros. 
Con esta organización de los estudios se 
alcanzó el año de 1848 en el que, 
coincidiendo con una serie de reformas en 
materia educativa y siendo Bravo Murillo 
ministro de Comercio, Instrucción y Obras 
Públicas, se creó la Escuela Especial de 
Arquitectura, separándola de la Escuela de 
Nobles Artes, aunque los títulos los siguiera 
expidiendo durante mucho tiempo la 
Academia de Bellas Artes de San Fernando. 
Esta nueva organización de las 
enseñanzas de arquitectura conocería 
ulteriores modificaciones a lo largo del 
siglo XIX, de tal manera que en los años 
de 1850, 1855, 1865, 1875, 1885 y 
1896, se fueron introduciendo cambios 
en los planes y reglamentos que afectaban 
tanto a la duración de los estudios, que 
fluctúan entre cuai:ro y seis años, 
compensándose con la mayor o menor 
duración de los estudios preparatorios, 
como, sobre todo, a los contenidos de las 
enseñanzas, en las que aparecen nuevos 
materiales como el hierro y el acero, y 
nuevos intereses en el ámbito de la 
salubridad e higiene. Estos cambios 
afectaron también al nombre de la 
Escuela que dejó de ser Especial de 
Arquitectura para llamarse Superior de 
Arquitectura. Ello significaba, sin 
embargo, algo más que un cambio de 
denominación, pues al recibir este 
carácter de Escuela Superior lo que hacía 
la Ley de Instrucción Pública, de 9 de 
septiembre de 1857, era vincularla a la 
Universidad Central, siendo desde 
entonces la arquitectura una 
carrera universitaria. 
Un edificio para la Escuela 
La se~regación de las enseñanzas de la 
arquitectura de la Academia y de aquella 
breve Escuela de Nobles Artes, obligó a su 
salida del venerable edificio de la calle de 
Alcalá, pasando a ocupar, desde 1848, una 
parte del Antiguo Colegio Imperial de los 
jesuitas y que conoció luego otros 
nombres como el de Reales Estudios de 
San Isidro. En este inmenso edificio se 
· ubicaron en el siglo XIX la biblioteca de la 
Facultad de Filosofía y Letras y enseñanzas 
varias de la Universidad Central como la 
Escuela Superior de Diplomática o los 
cursos preparatorios de Ciencias, además 
de asignaturas comunes de Farmacia y 
Medicina, lo que le llevó a escribir a 
Baraja en su novela El drbol de la ciencia, 
como bien recuerda don José Simón Díaz 
en su monument;_¡ Historia ·del Colegio 
Imperial de Madrid, que por, "una de esas 
anomalías clásicas de España, aquellos 
estudiantes que esperaban en el patio de la 
Escuela de Arquitectura no eran 
arquitectos del porvenir, sino futuros 
médicos y farmacéuticos". 
En torno a este patio, que aún existe en 
su bellísima arquitectura barroca, con 
entrada propia desde la calle de los 
Estudios, se acomodaron las aulas para el 
corto número de estudiantes que la Escuela 
tuvo durante todo el siglo XIX. En este 
aspecto los siguientes datos pueden dar una 
idea de la escala en la que se movió la 
Escuela. En 1866-67 se matricularon 
cuarenta y nueve alumnos repartidos en los 
cuatro cursos de carrera, de los cuales un 
total de diez pertenecían al último año y 
tan sólo siete alcanzaron el título. Años 
más tarde, en el curso 1877-78los 
alumnos del primero, segundo y tercer año 
de proyectos eran, respectivamente, seis, 
cinco y siete, creciendo muy levemente en 
el año 1889-90, que en estas mismas 
asignaturas y años eran diez, once y siete. 
lA CREACIÓN DE lA ESCUElA DE AROUITECJURA DE MADRID 
Como se ve la variación es mínima a lo 
largo de medio siglo, de tal modo que 
habrá que esperar algunos años, ya muy 
entrado el siglo XX, para que se produzca 
un aumento de. matrícula que obligara a 
dejar por insuficiente e inadecuado el 
viejo caserón de la calle de los Estudios, 
por el nuevo edificio que, en la Ciudad 
Universitaria, se pudo inaugurar en el 
significativo curso de 1935-36. 
Los primeros directores (1845-1868) 
Con un número tan reducído de 
alumnos no es de extrañar que el cuadro 
de profesores fuera igualmente exiguo, no 
pudiendo evitar cierta perplejidad desde la 
situación actual. Así, para impartir el total 
de las asignaturas de la cartera que, según 
los planes, fluctúan entre veinte y 
veintitrés disciplinas distintas, el número 
de profesores numerarios variaba de siete, 
en 1845, a ocho en 1900, a los que habría 
que añadir la labor de no más de otros 
ocho profesores, entre ayudantes, 
accidentales, auxiliares e interinos, 
repartiéndose entre todos las diStintas 
asignaturas, con una visión globalizadora. 
de la formación del arquitecto, menos 
fragmentada de lo que llegaría a ser con el 
tiempo. Así no era extraño que un 
profesor impartiera más de una . 
asignatura, como en el curso 1889-1890 
en el que Miguel Aguado daba el primer 
año de Proyectos y la'Teoría del arte, 
Ricardo Velázquez -renía a su cargo la 
Historia de la Arquitectura y el- Dibujo de 
27 
N\ADRID Y SUS ARQUITECTOS; 150 AÑOS DE lA ESCUElA DE ARQUITECTURA 
8. Congreso de los Diputados, obra de Pascual 
y Colomer, segundo Director de la Escuela 
de Arquitectura. 
9. Sala de Dibujo de la Escuela de Arquitectura 
de Madrid, en la calle de los Estudios. 
1 O. Biblioteca Nacional, obra de Jareño, 
Director de la Escuela en 1874-1875. 
28 
Conjuntos Arquitectónicos, y Enrique 
Fort explicaba Tecnología Arquitectónica y 
Arquitectura Legal. 
La nómina forzosamente breve de 
profesores de la Escuela nos permite 
conocer casi todos sus nombres y, en 
especial, el de sus directores, protagonistas 
de buena parte de nuestra arquitectura en 
la segunda mitad del siglo XIX. El primer 
director de la nueva Escuela fue Juan 
Miguel Indán Valdés que, a su vez, fue el 
último director de la Sala de Arquitectura 
de la Academia, asegurando así una suave 
transición entre ésta y aquélla, pues no 
sólo Indán sino que la primera generación 
de profesores de la Escuela 
inevitablemente procedía también de la 
Academia, a cuya institución con 
frecuencia les unía su personal condición 
de académicos de numero. Indán dejó 
obra en Burgos, Toledo y Sigüenza, pero 
en Madrid su prestigio descansaba sobre 
todo en la docencia de la Academia, en la 
que siempre se mostró como uno de los 
últimos vitruvianos según se desprende del 
interesante texto que recoge sus lecciones 
para los alumnos de la Escuela, en el curso 
de 1846-47, como profesor de 
Composición que era en el quinto año de 
carrera. Esta modesta obra, publicada bajo 
el nombre de Lecciones de Arquitectura 
Civil (Madrid, 194 7), es el primer texto 
escrito por un profesor de la Escuela para 
sus alumnos, con el ánimo de que éstos no 
perdieran el tiempo en tomarlas en sus 
cuadernos "privándoles de las horas que 
deberían dedicar al estudio de la delineacióny lavado de sus composiciones". 
A Inclán Valdés sucedió don Narciso 
Pascual y Colomer que fue director de 
1852 a 1854, para volver a serlo al final de 
la etapa isabelina, entre 1864 y 1868. Su 
formación era igualmente académica y en 
la Escuela enseñó Teoría General de la 
Construcción. Pascual y Colomer fue, sin 
duda, uno de los arquitectos más 
señalados del reinado de Isabel II, a cuyo 
cargo estuvieron obras tan representativas 
como el Congreso de Diputados y el 
palacio para el marqués de Salamanca, 
utilizando en ellos dos lenguajes afines que 
se mueven entre la tradición clásica y el 
renacimiento italiano. Madrid le debe 
igualmente la ordenación definitiva de la 
plaza de Oriente, luego varias veces 
desvirtuada, así como el haber organizado 
con Francisco Boutelou un Escuela de 
Jardineros Horticultores que, 
desdichadamente, conoció una 
vida muy corta. 
El tercer director de la Escuela fue 
Antonio Zabaleta, profesor de 
Arquitectura Legal y Práctica de la 
Construcción, quien sólo estuvo al frente 
del centro el año 1854-1855. Si bien su 
obra como arquitecto hay que buscarla en 
Santander, Zabaleta significó mucho en 
esta primera etapa de la Escuela de 
Madrid, no sólo por la experiencia 
adquirida en sus viajes por Italia y Francia, 
sino por la huella dejada en sus alumnos a 
través de un hondo sentido crítico y 
moderno. Este espíritu es el que le llevó a 
fundar el Boletín Español de Arquitectura, 
junto con José Amador de los Ríos, en . 
cuyo primer número (1846) se hiw eco de 
la nueva Escuela y de su plan de 
enseñanza del que decía ser muy completo 
en la parte científica, pero no tanto en su 
faceta artística. 
Entre 1856 y 1857la dirección estuvo 
en manos de Juan Bautista Peyronnet, que 
fue profesor de Matemáticas, Geometría 
descriptiva y Mecánica racional. Publicó 
las Tablas de logaritmos de Lalande y, en 
el terreno profesional, la obra más notable 
y fuertemente discutida, fue la nueva 
fachada para la catedral de Palma de 
Mallorca, cuyos planos acababan de 
exponerse en el pabellón de España de la 
Exposición Universal de París, de 1855. 
Mayor trascendencia tuvo la etapa de 
Aníbal Alvarez, cuyo inicio en 1857 
coincidió con la nueva categoría de 
Escuela Superior que le reconocía la Ley 
de Instrucción Pública. Alvarez, hijo del 
gran escultor neoclásico Alvarez Cubero, 
tuvo una larga estancia en Roma de la que 
se trajo un gusto neorrenacentista que 
proyectó en muchas casas y palacios 
madrileños, como el maltratado de 
Gaviria, en la calle de Arenal. En relación 
con la Escuela, Alvarez jugó también un 
papel capital desde los primeros 
momentos, habiendo llegado hasta 
nosotros una inestimable Exposición del 
sistema adoptado para la enseñanza de las 
teorías del arte arquitectónico, publicado 
lA CREACIÓN DE lA ESCUElA DE ARQUITECTURA DE MADRID 
en 1846, esto es, coincidiendo con el 
primer curso de los estudios especiales de 
arquitectura, que no es sino el contenido 
y orientación de la asignatura que él 
impartía: Teoría general del arte·y de la ~ 
decoración. 
Al dejar Alvarez la dirección eli.l864, le 
sucedió por segunda vez Pascual y • 
Colomer, cerrándose así la primera etapa 
de la Escuela, cuyo final coincide con la 
Revolución de Septiembre de 1868. 
La segunda etapa de la Escuela 
(1868-1910) 
A partir de aquella fecha muchas cosas 
cambiaron, comenzando por el hecho de 
ser un ingeniero de caminos y, luego, 
arquitecto, el que dirigió la Escuela en los 
difíciles años 1868-1869. Nos referimos a 
Lucio del Valle, quien tiene en su haber la 
solución definitiva de la delicada 
operación de reforma y ensanche de la 
Puerta del Sol, para la que también 
Peyronnet, entre otros, había presentado 
un proyecto. 
La compleja etapa del Sexenio 
revolucionario que finaliza en 1874 
estuvo prácticamente cubierta por Simeón 
Avalos, que fue el primer director que se 
había formado en la propia Escuela como, 
a excepción de Jesús de Lallave, lo serían 
ya todos los futuros_ directores. Ello 
suponía la rotura definitiva de cualquier 
ligazón conceptual con la vieja Academia, 
aunque personalmente pertenecieran a 
esta corporación en calidad de académicos 
29 
"'. 
tv\ADRID Y SUS ARQUITECTOS; 150 AÑOS DE lA ESCUElA DE ARQUITECTURA 
11. Alzado de la catedral de la Almudena, 
por el marqués de Cubas, antiguo alumno 
de la Escuela de Arquitectura. 
12. Emilio Rodríguez Ayuso, creador 
del neomudéjar madrileño. 
13. Antigua Plaza de Toros de Madrid, obra 
de Rodríguez Ayuso (derribada). 
14. Panteón proyectado por Juan Bautista 
Lázaro en la Sacramental de san Isidro. 
30 
de número y llevaran allí los problemas 
que atañían a la enseñanza de la 
arquitectura. Así lo hizo el propio Avalos, 
del que no conocemos obra construida de 
interés, quien leyó su discurso de ingreso 
en la Academia de San Fernando, en 
1875, haciendo una crítica de los sistemas 
de enseñanza seguidos en la Escuela. • 
Avalos ponía especial énfasis en la 
enseñanza de las asignaturas de 
Composición que en aquel mismo año, el 
nuevo plan de estudios las reconvertía en 
las que desde entonces conocemos como 
Proyectos con sus tres niveles distintos. 
Con la llegada de Francisco Jareño y 
Alarcón a la dirección de la Escuela se 
inicia la etapa de la Restauración 
alfonsina. Jareño, profesor de las nuevas 
asignaturas de Proyectos en segundo y 
tercer año, sólo estuvo de director de 187 4 
a 1875, siendo muy amplia y conocida su 
obra dentro y fuera de Madrid. Baste 
recordar el que se llamó Palacio de 
Bibliotecas y Museos, hoy Biblioteca y 
Museo Arqueológico Nacional, el 
transformado Tribunal de Cuentas o la 
desaparecida Fábrica de la Moneda, para 
medir la cuantía de este arquitecto en 
nuestra ciudad. 
La dirección de José Jesús de Lallave, 
uno de los últimos arquitectos formados 
en la Academia de Bellas Artes a la que 
llegó desde la Academia Especial de 
Ingenieros del Ejército, se extiende entre 
1875 y 1888, habiendo sido 
fundamentalmente profesor de Mecánica 
con una larguísima dedicación docente. 
Más significativas son las figuras de los dos 
últimos directores de la Escuela, Miguel 
Aguado de la Sierra (1888-1896) y 
Federico Aparici y Soriano (1896-1910). 
El primero estaba en el curso inicial de 
Proyectos, dando igualmente Teoría del 
Arte, mientras que el segundo era profesor 
de Construcción. La obra de Aguado más 
notable fue, sin duda, el edificio de la Real 
Academia de la Lengua, de tendencia 
clasicista, mientras que el más importante 
de los proyectados por Aparici se 
encuentra fuera de Madrid, la colegiata 
neomedieval de Covadonga. Ambas son 
dos muestras muy acabadas de los 
lenguajes entre historicistas y eclécticos 
que, en definitiva, generó la Escuela de 
Arquitectura de Madrid en la segunda 
mitad del siglo XIX. 
Con Aparici se cierra la serie de 
directores del siglo XIX, pero no estará de 
más recordar que su sucesor, don Ricardo 
Velázquez Bosco, había sido secretario de 
la Escuela durante casi treinta años 
cuando fue nombrado director en 1910. 
Con él coincide el Plan de 1914 que, sin 
duda, vuelve a marcar un tiempo nuevo 
en la histvria de esta institución. 
Digamos· por último que si bien los 
directores de la Escuela tuvieron gran peso 
en ella, sería injusto no recordar también 
los nombres de otros profesores no menos 
importantes como Mendívil, Jerónimo de 
la Gándara, Calvo Pereira, Fernández 
Casanova, Arturo Mélida, Cabello y Aso, 
Enrique Fort, Ruiz de Salces o Domingo 
Inza, cuyos nombres están unidos alde 
edificios altamente representativos de la 
arquitectura madrileña. En un segundo 
escalón cabría citar el resto de los 
profesores, muchos de ellos dedicados a 
materias básicas y que como· arquitectos 
tuvieron muy distinta fortuna, 
encontrando su acomodo en la 
administración o en el ejercicio libre de la 
profesión, siendopara ellos la dedicación 
docente una actividad complementaria. 
Salvo error u omisión, los siguientes 
nombres acabarían completando la 
nómina del profesorado en la Escuela 
durante el siglo XIX: Ramiro Amador de 
los Ríos, Arturo Calvo y Tomelen, 
Enrique Coells, Julio Conillant Alvarez, 
Juan López Chávarri, Isidoro Delgado, 
Luis Esteve, Ildefonso Fernández 
Calbacho, Joaquín María Fernández 
Meléndez-Valdés, Vicente García Cabrera, 
Pascual Herraiz y Silo, Alejandro de 
Herreros, Félix Navarro, Leocadio 
Pagasartundúa de Zubia, Martín Pastells, 
Javier Pavía Berminghan, Agustín Felipe 
Peró, Enrique Repullés y Segarra, y 
Francisco Urquiza. 
La Escuela y los lenguajes 
de la arquitectura (1848-1898) 
La creación de la Escuela transformó 
la imagen de la arquitectura pues si bien 
hasta entonces se había mantenido fiel al 
clasicismo, como expresión final y 
unívoca del absolutismo, a partir de las 
lA CREACIÓN DE lA ESCL:IEIA DE ARQUITECTURA DE MADRID 
primeras promociones salidas de la 
Escuela iba a mostrar un talante liberal 
y tolerante que, estéticamente, se 
traduce en ~n eclecticismo generalizado. 
Frente a la tiranía del estilo único y 
contra el rigor de los ·ó~aene~ clásicos, 
se levantaron las voces del liberalismo. 
romántico exigiendo libertad también •. 
para el arte. Nadie lo expresó mejor que 
Larra cuando, en 1836, escribe: 
"Libertad en la literatura, como en las 
artes, como en la industria, como en el 
comercio, como en,. la conciencia. He 
aquí la divisa de la época, he'aquí la 
medida c<jn qúe mediremos.~ Sc)lo ~í 
cabe entender lo que significó la salida 
de la arquitectura de la Academia, a la 
que se veía como resguardo d~ aquel 
absolutismo neoclá;ico. N:6 obstan!e, t{;. 
clasicismo quedó registrado para 
siempre en la memoria .de la 
arquitectura como una imagen .. 
emblemática a la que se acudi~ ·de 
modo intermitente y parcia,l.citando la .· 
gravedad, la monume~talt~o ~(·> 
carácter del edificio lb req~ería. Su· 
mejor ejemplo es, sin duda, el lenguaje 
clasicista empleado por Pascual y 
Colomer en el Congreso de los 
Diputados, seguido. de la Biblioteca 
Nacional de Jareño, así como la 
solución columnaria que Miguel 
Aguado incorporó en la Real Academia 
de la Lengua, al igual que hizo Cubas 
en el Museo Etnológico y Repullés en 
su fachada de la Bolsa de Madrid. 
31 
MADRID Y SUS ARQUITECTOS; 150 AÑOS DE lA ESCUElA DE ARQUITECTURA 
15. Estación de Atocha, de Alberto de Palacio. 
16. Bolsa de Madrid, de Repullés y Vargas. 
17. Enrique María Repullés y Vargas, autor 
de la Bolsa de Madrid. 
18. Real Academia Española, de Miguel 
Aguado de la Sierra. 
32 
El romanticismo volvió los ojos hacia el 
mundo medieval encontrando allí un rico 
arsenal de imágenes que procedían tanto 
de la vertiente cristiana, a través de la 
arquitectura románica y gótica, como de 
aquella otra faceta islámica de gran arraigo 
en nuestro suelo que daría lugar a tantos 
caprichos musicales, literarios y 
arquitectónicos: el mundo de la Alhambra. 
Esta moda neomedieval coincidió con un 
interés entre positivista e historicista, 
alumbrando los primeros estudios y 
monografías de nuestros monumentos, así 
como los primeros levantamientos y 
mediciones de los viejos edificios 
medievales. En la propia Escuela de 
Arquitectura se hicieron pronto algunos 
viajes arquitectónicos, como el célebre de 
Zabaleta y sus alumnos a Toledo en 1850, 
con el ánimo de recoger una información 
gráfica hasta entonces inexistente. Ello 
movió al gobierno a publicar una Real 
Orden (8-X-1850) disponiendo que los 
alumnos de tercer curso hicieran un viaje 
anual a distintos lugares para que "con los 
dibujos y vaciados que se saquen en las 
expediciones se forme un Museo de 
Arquitectura en dicha Escuela; y que 
dichos trabajos servirán para la 
publicación por cuenta del Estado de una 
obra titulada España Artística y 
Monumental y que la Junta de Profesores 
de la Escuela se ocupe sin levantar mano a 
redactar y someter a la aprobación del 
gobierno el plan de la obra y los medios 
de plantear su publicación''. 
Esta empresa, una de las más ambiciosas 
emprendidas en la Europa del siglo XIX, 
inició la publicación de los Monumentos 
Arquitectónicos de España en 1854, 
interrumpiéndose en 1880, después de 
haber dado a la imprenta ochenta y nueve 
cuadernos acompañados cada uno de ellos 
de cuatro formidables grabados 
calcográficos sobre dibujos de alumnos de 
la Escuela, orientados por Jareño, Aníbal 
Alvarez y otros profesores. 
Esta muestra del interés por la historia 
de la arquitectura encontraría su eco en los 
futuros proyectos, donde la historia se 
convertía en una segunda naturaleza a la 
que imitar, al igual que el realismo 
pictórico o escultórico reproducía los 
rasgos de sus modelos y naturalezas 
inanimadas. Por este camino el 
historicismo se convirtió, en efecto, en 
una suerte de naturaleza inanimada que 
permitía identificar el uso y destino de los 
edificios por el "estilo adoptado". Así, por 
ejemplo, una iglesia debía ser neogótica, 
porque en una ola de esteticismo 
espiritualista iniciado por El genio del 
cristianismo de Chateaubriand, se acabó 
por identificar religión y arquitectura 
gótica, mostrando ésta su belleza espiritual 
frente al carácter pagano del arte clásico. 
Aníbal Alvarez, en sus clases de Teoría 
del Arte en la Escuela, afirmaba "que en el 
siglo XIII el uso del arco apuntado llegó a 
ser completamente general, armonizando 
con el espirítualísmo cristiano del que era 
intérprete ... ". Así se explica mejor que 
desde el proyecto de Cubas para la 
catedral de la Almudena, pasando por 
gran número de parroquias y conventos, 
unos conservados y casi todos 
desaparecidos, hasta cualquier ·fundación 
de carácter religioso, todos tenderán hacia 
formulaciones neogóticas cuyo interés 
final estará siempre sujeto al talento 
de su intérprete. 
En ocasiones esta arquitectura gótica se 
vistió con las galas del mudéjar toledano, 
como en la iglesia de San Fermín de los 
Navarros, dentro de una corriente bien 
definida que conocemos como 
neomudéjar y que dejó numerosas obras · 
tanto religiosas como civiles, destacando · · 
dentro de estas últimas la antigua y 
desaparecida plaza de Toros de la carretera 
de Aragón cuya imagen, de alguna 
manera, quedó perpetuada en la actual 
Plaza Monumental de las Ventas. Con este 
carácter islamizante más o menos ecléctico 
se construyeron también algunos palacetes 
como el que hoy ocupa el Instituto y 
Museo Valencia de Don Juan. 
En el campo literario se suele presentar 
el enfrentamiento entre clásicos y 
románticos, esto es, lo que equivaldría al 
clasicismo de la Academia y al 
historicismo de la Escuela, como una 
batalla que no ganaría ninguno de los dos 
bandos en beneficio de un tercero, el del 
eclecticismo. Esto es muy cierto en todos 
los ámbitos de la creación artística, sin 
perder de vista que, al mismo tiempo, el 
eclecticismo como planteamiento 
lA CREACIÓN DE lA ESCUElA DE ARQUITECTURA DE MADRID 
filosófico tuvo una influencia decisiva en 
la mentalidad de la Europa del siglo XIX. 
La idea de escoger con criterio y libertad 
lo mejor de _cada sistema o estilo sin 
identificarse con él para, posteriormente, 
crear algo nuevo y distinto, sacó a la 
arquitectura del academicismo historicista 
en que había caído. El eclecticismo 
suponía, en definitiva, un grado mayor de 
_libertad frente al carácter normativo de 
·los modelos históricos, pudiendo hacer 
frente a nuevos programas y proyectos 
difíciles de compoD:er y vestir con el 
attrezzo que la histori~ propo,tdonaba. 
Así fue pos_íble 1~ arquítectu~. ~ . 
doméstica, cuya construcciótf, salubridad 
y carácter supuso una edad de oro para 
los edificios de vivienda con los que se 
cosió el tejido de la ciudad én el 
siglo XIX, tanto en las reformas del casco 
viejo como enel Ensanche y los nuevos 
barrios que fueron creciendo en las líneas 
de sutura entre uno y otro. Buena 
muestra de aquella nueva arquitectura 
burguesa la encontramos en los edificios 
que componen las fachadas de la Puerta 
del Sol, de época isabelina, o en aquellos 
otros con que se cierra la centuria como 
los de Landecho y Bellido, en la línea de 
los antiguos bulevares. El eclecticismo 
aparece igualmente en la arquitectura 
institucional, como el Banco de España o 
el antiguo Ministerio de Fomento -:-hoy 
de Agricultura-, en centros de enseñanza 
superior como la Escuela de Minas o de 
estudios primarios como las Escuelas 
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i'MDRID Y SUS ARQUITECTOS; 150 AÑOS DE lA ESCUElA DE ARQUITECTURA 
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Aguirre, en teatros como el María 
Guerrero, o en edificios de diverso carácter 
como la antigua Real Compañía Asturiana 
de Minas, ocupado hoy por dependencias 
de la Comunidad de Madrid. Todo este 
eclecticismo, de imagen diversa, pero 
siempre reconocible como ecléctica, tuvo 
un común interés por la mezcla y 
yuxtaposición de materiales (ladrillo, 
piedra, hierro, cerámica, vidrio, madera), 
en beneficio del color y plasticidad de la 
arquitectura, tanto en su conjunto como 
en el detalle particular de sus elementos. 
Además del historicismo y del 
eclecticismo, la arquitectura madrileña 
incorporó también aquellas nuevas 
imágenes hijas de la Revolución 
Industrial que dieron lugar al capítulo de 
la arquitectura del hierro. Madrid llegó a 
contar con excelentes muestras, como los 
desaparecidos mercados de los Mostenses 
y de la Cebada, cuya construcción fue 
dirigida por Mariano Calvo y Pereira, 
profesor de la Escuela, habiendo llegado 
hasta nosotros un corto número de 
ejemplos como son, en dos escalas muy 
diferentes, la antigua estación de Atocha, 
proyectada por Alberto del Palacio, y el 
Palacio de Cristal, en el Retiro. Este, con 
nombre de cuento infantil, pone dt: 
manifiesto la sutileza de aquella nueva 
arquitectura transparente que permitía 
adelgazar los soportes hasta extremos 
inverosímiles en relación con los de 
fábrica tradicional, convirtiendo sus 
antiguos y pesados muros en cristalina 
membrana que ofrece una nueva relación 
visual entre espacio envuelto y espacio 
envolvente. Frente a una condena 
generalizada de la arquitectura del 
hierro, para los espíritus más 
despiertos ésta fue la faceta más 
revolucionaria y sugestiva de la 
arquitectura del siglo XIX. 
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