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Palabras de Jorge Gaviria Liévano handle 1090124924

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Conferencia “Universidad Libre 100 Años Educando en Libertad 
para la Justicia y la Paz” del Vicepresidente de la Universidad 
Libre, Jorge Gaviria Liévano, el 13 de febrero de 2023, centenario 
de la apertura de las aulas en Bogotá, (Auditorio Benjamín 
Herrera, Campus de La Candelaria ) 
 
El impactante y monumental retrato al óleo del General Benjamín 
Herrera ataviado con sus arreos masónicos del grado 33 , que será 
más tarde desvelado con la amable presencia de su autor, el notable 
artista Hernando Sánchez, es el mejor homenaje que, adelantado por 
el Programa Centenario, le podemos hacer todos a la memoria de 
nuestro fundador, en una fecha tan significativa como la que se 
conmemora en esta casa al cumplir cien años de estar irradiando las 
luces de una continua enseñanza libre a la juventud colombiana. El 
General Herrera, con Bolívar y Santander, fervientes masones como 
él, formarán el triángulo que presidirá el espacio de entrada a este 
Auditorio, que lleva el nombre del ilustre fundador. 
 
Y los actos de hoy, lejos de significar el cierre de un ciclo, marcan el 
instante en que comienza otro. Ingresemos desde ya con paso firme 
en una nueva etapa que, sin alterar ni en una sola línea nuestros 
valores tutelares, ni nuestro talante filosófico liberal y democrático, 
nos permita transitar en el siguiente período, el del segundo 
centenario, para construirlo desde ahora con la renovada alegría 
joven, como es la de esta brillante audiencia histórica congregada 
hoy aquí, a fin de continuar fortaleciendo una institución a la que 
mucho le debemos todos y que tantos beneficios individuales y 
colectivos ha reportado y debe seguir reportando a través de los 
años en la transformación y progreso de Colombia. 
 
Muy buenos días entonces para las distinguidas personas aquí 
presentes y también, desde luego, para quienes a través de las 
plataformas digitales acompañarán desde las Seccionales los 
momentos principales de los actos del día de hoy que hacen parte de 
la conmemoración del centenario, la cual ha contado con el 
 
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entusiasmo puesto en ello de tiempo atrás por las altas directivas de 
la Universidad , especialmente por nuestro Presidente Nacional, 
Jorge Alarcón, quienes en su oportunidad, en mi calidad de 
Vicepresidente de la Universidad, hicieron confianza en mí para 
organizar las celebraciones que hemos venido adelantando con 
diversos eventos, ayudado desde luego por un equipo bien reducido 
en número pero enormemente eficiente por la dedicación y 
multiplicación de sus constantes esfuerzos, cuya colaboración 
agradezco sobremanera. Todo ello nos ha permitido efectuar actos 
conmemorativos de distinta naturaleza y en diferentes escenarios, 
desde marzo del año pasado, y acometer otros proyectos con motivo 
del centenario, cuyo pleno desarrollo, dada su naturaleza, se irá 
cumpliendo a su debido tiempo. 
 
Hoy 13 de febrero rendimos agradecido homenaje de gratitud a 
quienes desde por lo menos 1912 iniciaron la gestación de nuestra 
Universidad, impulsaron su fundación en 1922 y plasmaron el 
resultado de su magno esfuerzo al abrir finalmente las puertas de sus 
aulas hace cien años. También a quienes durante muchos años 
dieron desde la cátedra sus luces y lo hicieron generosamente, sin 
esperar retribución económica alguna. En su gran mayoría eran 
profesores masones. Así nació y creció la Universidad en varias 
décadas de su vida y cobró el singular dinamismo que nos ha traído 
hasta donde hoy estamos. Me complace sobremanera que aquí 
concurramos Directivos, miembros de la Sala general y de la 
Consiliatura y de otros cuerpos colegiados de gobierno, docentes, 
colaboradores de la administración, amigos de esta casa y , desde 
luego, el destacado grupo de los dos primeros semestres de 
diferentes disciplinas que ingresan ahora a la Universidad , además 
de una selecta representación del Colegio que viene hoy, 
acompañado de su Rectora y de unos profesores, desde el Campus 
de El Bosque Popular, en nombre de los 1080 jóvenes estudiantes, 
hombres y mujeres, de una institución educativa que por varias 
razones constituye motivo de orgullo para todos. 
 
 
 
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Desde luego, como bien lo comprenderán, no será posible relatar la 
historia y la vida de nuestra Universidad en su recorrido de más de 
cien años, en el tiempo, explicablemente restringido que se me ha 
reservado hoy. Haré lo posible para lograr un resultado aceptable en 
algo menos de ese tiempo. Hacia mediados del presente año, sin 
embargo, tenemos planeado el lanzamiento de un libro ya en muy 
avanzada ejecución, el cual recoge una más amplia historia de la 
Institución, otros datos e ilustraciones gráficas y algunos de los varios 
eventos efectuados alrededor de las conmemoraciones centenarias. 
Lo ofreceremos tanto en presentación impresa, como en edición 
digital para la fácil consulta por parte de nuestra amplia comunidad 
universitaria y se titulará Universidad Libre, 100 años Educando en 
libertad para la Justicia y la paz, al igual que la presente disertación, 
lema adoptado desde este primer centenario. Podrán llenar así, con 
la futura lectura del libro, los inevitables vacíos que por las 
consideraciones anotadas podrán advertirse en la intervención de 
hoy. Procuraré entonces seleccionar para esta solo algunos aspectos 
que, en mi opinión, han de tener presente quienes cuentan ya con la 
suerte de estar en esta Universidad o de ingresar ahora. 
 
Desde el programa centenario nos hemos propuesto acompañar el 
relato que escucharán, con un ejercicio sencillo, pero que tiene el 
propósito y por ello mismo no le resta nada a los lineamientos 
generales en los que hemos querido inscribir este solemne acto, de 
servir de alguna ayuda para que el auditorio más joven pueda retener 
en su memoria, y ojalá por largo tiempo, ciertos datos sobresalientes 
o esenciales de los antecedentes que llevaron a crear nuestra 
universidad. Tal como se nos ha explicado por quienes coordinan 
este ejercicio de alcance pedagógico y nemotécnico, las primeras 
respuestas telefónicas que los participantes den a las preguntas 
relacionadas con esta exposición, definirán los tres únicos ganadores 
de los premios que el Programa Centenario ha reservado para esas 
tres personas. 
 
 
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Veamos entonces enseguida los lineamientos más destacados que 
constituyen este relato y ponen en perspectiva la creación de nuestra 
Universidad. 
 
Situémonos en un punto de arranque, por ejemplo el de la firma de 
la paz que puso término a una tremenda y prolongada Guerra 
denominada de los Mil Días, que algunos con precisión numérica 
fijan en 1130 días, una confrontación fratricida que, según algunos, 
dejó alrededor de 100.000 muertos en combate. Comenzó el 17 de 
octubre de 1899 y concluyó el 21 de noviembre de 1902. El General 
Herrera, desechando incluso una oportunidad de ventaja militar en 
un determinado momento de esa guerra, hizo explícito en frase 
lapidaria su espíritu de tolerancia con su mensaje memorable, La 
Patria por encima de los partidos, que ciertamente ambientaría no 
sola la firma de un instrumento de paz sino el espíritu mismo de 
convivencia que debería adoptar en lo sucesivo el país. Se puso fin 
a la Guerra mediante el Tratado firmado en el buque de guerra 
norteamericano Wisconsin, atracado por entonces en la Bahía de 
Panamá. Los signatarios fueron dos representantes del General 
Benjamín Herrera, por el partido liberal, y dos en representación del 
partido conservador, entonces en el gobierno. Si bien este tratado 
concluyó definitivamente esa guerra, hubo otro, firmado cerca de un 
mes antes, el 24 de octubre de 1902, en la hacienda Neerlandia, 
cerca a Ciénaga, Magdalena, en cuya conclusión mucho tuvo que ver 
el General Rafael Uribe Uribe. Como se sabe, ambos personajes 
jugaron papel decisorio y entusiasta respectode realizar la idea de 
crear nuestra Universidad: Herrera como su fundador en 1922, 
Rafael Uribe Uribe con su apoyo temprano al propósito de una 
universidad como la que tenemos, pues así lo manifestaba y fue uno 
de sus accionistas por los años 1912 a 1914, cuando la Universidad 
comenzaba a gestarse. 
 
Uribe Uribe, sin embargo, no alcanzó al período de fundación ni al de 
apertura de clases, porque cayó vilmente asesinado por la aviesa 
acción de la intolerancia en las lozas que rodean el Capitolio, a pocos 
metros de aquí, consecuencia de la utilización de las hachuelas de 
 
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carpintería para asesinarlo por parte de dos artesanos, Galarza y 
Carvajal, que fueron capturados y procesados. Pero, como en 
magnicidios análogos en Colombia y en el mundo, siempre existen 
autores intelectuales de esos horrendos crímenes y la falta de 
identificación de ellos y la impunidad que de ello deriva es 
lamentablemente frecuente. Eso fue lo que también aconteció en 
este caso. Uribe Uribe, antioqueño nacido en la bella hacienda 
familiar cafetera de Valparaíso en las montañas de Antioquia, fue 
atacado después del mediodía del 14 de octubre de 1914 cuando 
caminaba hacia el Congreso desde su casa de la calle 9a en la 
esquina de la carrera 5a, inmueble que hace parte de este campus 
de La Candelaria y es hoy propiedad de la Universidad Libre, donde 
existe un museo institucional. No había en la época los ostentosos 
esquemas de seguridad de nuestros días para proteger a los 
integrantes del Congreso. Falleció Uribe en su residencia a la 
madrugada del 16 de octubre. En ese museo por cierto está exhibida 
la mascarilla que se le tomó de su rostro al morir. Ese vaciado fue, 
por cierto, donado a la Universidad por nuestro actual Presidente 
Nacional, Jorge Alarcón. Tanto Uribe Uribe como Benjamín Herrera 
fueron activos miembros de la masonería colombiana, institución que 
hace de la vigencia de la libertad un culto. Herrera fue por cierto quien 
organizara a las varias logias históricas que funcionaban en sus días, 
institucionalizándolas como Gran Logia de Colombia, entidad que ha 
venido celebrando al tiempo con nosotros esa obra adelantada por el 
General desde 1922, a quien con justicia se reconoce por ello allí 
como su Patrono. 
 
Los principios de la masonería, esa antiquísima fraternidad, son en 
mi opinión los mismos de la Universidad Libre. En una apretada 
síntesis puede decirse que son los del respeto por el otro, el culto por 
la verdad, la solidaridad fraternal, la vigencia de la ética para 
gobernar con tolerancia los actos humanos, la defensa de la libertad 
de conciencia y la de las varias libertades que de ella se derivan, 
como la libertad de pensamiento, de expresión, de enseñanza, de 
cátedra, de investigación científica. Todo con un propósito 
fundamental, cual es el de pulir nuestras imperfecciones humanas 
 
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individuales al máximo posible y poder así aportar al progreso y 
bienestar propios, a los de la familia, a los del círculo social que nos 
rodea, a los de la propia nación y aún a los del mundo en general. 
Por ello los masones han participado activamente en las revoluciones 
y movimientos que buscan ampliar la democracia y la libertad en 
nuestro país y en muchas partes, en distintos momentos de la 
historia. Son valores que dada su naturaleza son universales, 
perpetuos, aunque no exclusivos de la masonería. Los comparten 
millones de hombres y mujeres en el mundo entero y en las más 
variadas épocas. En suma, permiten ir cumpliendo el propósito de 
ser mejores seres humanos cada día. Entre sus muchos derroteros 
está el del crecimiento espiritual, siempre profesando la creencia libre 
en un principio creador. No es empero religión ni sustituto de ninguna. 
La masonería no hace proselitismo, no está en su naturaleza. A ella 
se llega libremente y su ingreso debe someterse a un notable rigor. 
 
 
La educación confesional, dogmática , que impartió España en 
nuestro medio desde Fernando e Isabel y durante la larga etapa de 
su dominación, y que sirvió también de fuerte apuntalamiento para 
afirmarse políticamente, fue combatida y transformada en nuestro 
país por un grupo que desde le mitad del siglo XIX quería eliminar los 
vestigios coloniales de atraso e intolerancia de clara estirpe colonial, 
entre ellos el que azotaba a la educación, aún treinta años después 
de haberse sellado militarmente nuestra Independencia. Ese grupo 
fue conocido como los Radicales, o como el Olimpo Radical. 
Comenzaron a trazar desde su primer gobierno en 1849, 
lineamientos de clara afirmación soberana frente a la Santa Sede en 
materias de educación, del estado civil de las personas y en otros 
varios aspectos. Hicieron del país un estado Federal, que se 
denominó Estados Unidos de Colombia. Los Radicales, en su 
mayoría masones, propusieron en 1870 un régimen más 
democrático, en que la educación fuera obligatoria. Ello desde luego 
desató gran oposición en los sectores contrarios a su pensamiento y 
condujo a la guerra de 1876.En ese grupo Radical militó con fervor 
Rafael Núñez durante varios años, pero en un momento de su vida 
 
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decidió irse contra sus antiguos copartidarios Radicales, traicionar 
sus banderas y juramentos y entregarle el gobierno al partido 
contrario al suyo, una vez pudo él llegar al poder. 
 
Junto con Miguel Antonio Caro, impulsó la Constitución de 1886, 
teocrática y centralista, todo lo contrario de lo que había sido la 
Radical de 1863, la de los Estados Unidos de Colombia. La Carta 
política de 1886 nos rigió por muchos años, básicamente hasta 1991, 
pese a sus varias reformas. El gobierno de la Regeneración suscribió 
el Concordato entre Colombia y la Santa Sede en 1887, mediante el 
cual se le devolvió a la Iglesia Católica el privilegio colonial de 
dominar la educación en Colombia, del que los Radicales con tan 
buen criterio la habían destituido. La deliberada exclusión de los más 
caracterizados liberales del poder fue generando un ambiente de 
hostilidad que se tradujo en varías confrontaciones armadas hacia el 
final del siglo, las cuales desembocaron finalmente en la tremenda 
Guerra de los Mil Días ya parcialmente comentada. 
 
Además de la trágica pérdida en vidas de miles de jóvenes que 
combatieron en esos mil días o más por las dos agrupaciones 
políticas, se produjo también, como consecuencia del conflicto, la 
irreparable desmembración de Panamá en noviembre de 1903, que 
había comenzado a hacer parte de Colombia desde 1821, mutilación 
debida a las maniobras combinadas de los insistentes separatistas 
panameños y de los intereses de la ya pujante potencia 
norteamericana, amparados con ostensible determinación por la 
política exterior del gran garrote , o Big Stick, del voraz gobernante 
Teodoro Roosevelt. Muchas vueltas dio luego el caso en los 
Congresos de Estados Unidos y de Colombia y acabó con una 
indemnización pecuniaria, desembolsada en cuantía, oportunidad y 
ritmo caprichosos, incapaz sin embargo de borrar la herida, no bien 
cicatrizada aún en nuestros días, causada en la epidermis nacional 
por la humillante pérdida de una parte de nuestro territorio ,con la 
que se esfumó además nuestro viejo sueño de construir un canal 
interoceánico a través del Istmo, que tantos beneficios económicos 
nos hubiera representado hasta ahora. De ello solo nos resta la 
 
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atormentadora imagen de ese canal en el escudo de Colombia, como 
testimonio elocuente de los errores de nuestras guerras. 
 
La deplorable situación que se derivó de la gran Guerra y su secuela 
en cuanto a la pérdida del Istmo abrió una etapa de hondas 
reflexiones sobre nuestra situación y nuestro destino como nación. 
Algunos comenzaron desde entonces a ver en una educación distinta 
la salida decorosa que debía proponerse un país que quería, que 
necesitaba con urgencia la paz.Ante la dificultad que representaba la manipulación por los gobiernos 
de turno, aliados históricos de los colegios y universidades 
eclesiásticas, para el acceso a los centros de estudio de los jóvenes, 
algunos de ellos pertenecientes a familias liberales, muchas de ellas 
humildes, surgió como solución la idea de crear institutos de 
educación libre y democrática, de carácter privado, financiados e 
impulsados por quienes compartían los mismos principios y querían 
un país distinto. 
 
En qué contexto mundial, entonces, surgió la Universidad Libre? 
 
En el México de 1910 se precipitó un movimiento revolucionario, que 
perduró varios años; movimiento fuerte, como son fuertes en esa 
nación los colores, las artesanías, la música, los alimentos, los 
paisajes mismos. Los agraristas, los que reclamaban pureza en el 
sufragio, mayores derechos laborales, los que exigían cambios en el 
poder detentado por demasiados años por el llamado porfiriato, de 
Porfirio Díaz, estimularían esa revolución que se tradujo en millares 
de muertos, en líderes traicionados y asesinados y en 
planteamientos de problemas ancestrales insolutos, no solo en 
México, sino en nuestro propio país. Muchos de sus reclamos 
resonarían con fuerza más tarde entre nosotros, por ejemplo, en 
épocas como la de la Revolución en Marcha de los años treinta, 
cuando serían motivo de inspiración o de reflexión en las 
transformaciones institucionales de esos días. 
 
 
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En 1917 se desató la revolución que en Rusia daría al traste con el 
imperio de los orgullosos zares. Muchos verían durante años en esa 
fórmula del marxismo leninismo, liderada por Lenin, la salida para sus 
propios países. Y del nuestro no escapó esa ilusión. Tendría su 
influencia a través de la organización de los partidos comunistas y en 
las acciones de que estos fueron capaces en varios rincones de 
América. El apoyo que esos grupos le darían al General Herrera para 
el éxito de su candidatura presidencial en 1922, son expresión de la 
sana y abierta relación que existió entre esos grupos socialistas y 
nuestro fundador. 
 
Otros fenómenos mundiales tendrían un inmenso impacto en esas 
décadas en nuestro país. La primera Guerra Mundial y la llamada 
gripa española, una y otra devastadoras en grado sumo. Millones son 
las víctimas de aquella conflagración universal. Esa pandemia, que 
se presentó entre 1918 y 1920, según se ha dicho dejó el 
impresionante saldo de más de 40 millones de muertes de personas 
de todas las edades. Llegó en algún momento a nuestro país y 
produjo aquí también cientos de víctimas. Para ninguna de las dos 
letales situaciones los hombres de ese tiempo encontrarían pronta 
vacuna. Y ambos fenómenos influirían desde luego en el ánimo y en 
las reflexiones de nuestros fundadores: la educación, como lo 
pensaban ellos, seguía siendo un antídoto eficaz para todas las 
guerras, internacionales o locales, y la libre investigación científica 
en el mundo sería la llamada a contribuir significativamente algún 
día a la lucha contra las amenazas letales a la vida humana , tal 
como se ha visto en nuestro tiempo con la vacuna del Covid 
19.(Recordemos aquí unas líneas alusivas al tema en nuestro himno 
universitario: Si la vida no anima a la ciencia, si la ciencia en la vida 
no está…). 
 
Y surge en Córdoba, Argentina, un importante movimiento estudiantil 
en 1918, que buscaba la autonomía universitaria, el cogobierno, y 
una afirmación latinoamericanista. Tuvo por detractores a los 
sectores ultracatólicos para los cuales esas afirmaciones eran una 
especie de herejía inaceptable en el mundo de la educación. Sin 
 
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embargo, quienes por esa época estaban empeñados en el diseño 
de una educación democrática y autónoma frente al Estado, como 
eran quienes aquí venían organizando la Universidad Libre, tuvieron 
una gran fuente de inspiración en ese movimiento estudiantil 
argentino. En nuestra institución siempre ha estado desde entonces 
presente esa impronta y por ello somos celosos, hasta donde es 
posible, de la autonomía universitaria y hemos practicado el 
cogobierno en los cuerpos colegiados de dirección de nuestra 
Universidad mediante la participación electoral de nuestros 
diferentes estamentos de docentes, egresados y, desde luego, de 
estudiantes. 
 
La vida de la Libre quizás pueda clasificarse en una etapa de 
gestación, desde 1912 hasta 1922, cuando empieza la de su 
fundación; y de 1923 hasta nuestros días, que podría ser la de su 
desarrollo. 
 
Vistas, pues, someramente las incidencias que en mayor o menor 
grado tuvieron en nuestro medio y en nuestra Institución los 
comentados acontecimientos mundiales, situémonos ahora en 1912, 
cuando surgió notarialmente nuestra Universidad, con el nombre 
inicial de Universidad Republicana, que ya había funcionado, y un 
año después, en 1913, se transforma el nombre de esa nueva 
sociedad anónima, mediante una segunda Escritura. En 1947 se 
cambiará su naturaleza jurídica originaria por la de Corporación, que 
hoy mantiene. 
 
La Escritura de 1912 fue firmada por 15 personas de la más elevada 
prestancia nacional que colaborarán en diferentes posiciones en esta 
etapa de gestación de nuestra casa de estudios. Por la segunda de 
las dos escrituras, la número 1183 del 30 de octubre de 1913, se le 
cambió el nombre a la compañía creada en 1912 y se la denominó 
expresamente “Universidad Libre”. El cambio de nombre obedeció 
muy probablemente a que los organizadores encontraban, en esa 
nueva denominación, algo mucho más acorde con los postulados 
masónicos de libertad que inspiraron a quienes la gestaban. Este es 
 
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el momento en el que surge para la historia la denominación 
específica de Universidad Libre que con orgullo ostentamos hasta 
hoy. 
 
Cuatro “Boletines de la Universidad Libre”, publicados entre el 20 de 
julio de 1912, cuando apareció́ el primero, y el 1 de enero de 1915, 
cuando se divulgó el cuarto, nos ilustran bien sobre lo mucho que se 
adelantaba ya en la gestación de nuestra Universidad. En uno de 
ellos, el número 2, del 30 de mayo de 1913, por ejemplo, fueron 
divulgados los primeros “Estatutos de la Universidad Libre” con sus 
32 artículos, distribuidos en ocho capítulos. 
 
Como uno de los proyectos que se han cumplido por el Programa 
Centenario, se organizó técnicamente por primera vez, y según la 
normatividad vigente, el Archivo Histórico institucional de toda la 
Universidad, que ya funciona en el ala oriental del primer piso del 
Edificio Centenario, frente al Parque Nacional, donde se pueden 
consultar muchos documentos, nombres de gestores y aportantes, 
que no es posible relacionar aquí. También se publicarán en gran 
medida en el libro ya comentado, de próxima aparición en el presente 
año. 
 
Durante la etapa de su gestación, entre 1912 y 1922, la idea recibió 
el resuelto apoyo moral de numerosos liberales procedentes de 
diversas regiones del país, quienes compartían con notable ardor la 
idea de crear la Universidad Libre con las características destacadas 
que se han mencionado y contribuyeron también, según sus 
posibilidades económicas, con significativos y generosos aportes 
materiales para la noble causa. Las sumas recolectadas en esos diez 
años servirían de importante base para las que más tarde, a partir de 
abril de1922, reforzarían las arcas de la sociedad en los pocos meses 
que corrieron hasta febrero de 1923, a fin de poder abrir las aulas por 
vez primera. 
 
El trabajo en numerosas reuniones de los órganos directivos de la 
naciente Universidad fue intenso y fecundo. Personajes de 
 
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connotada relevancia participaron en esa década para organizar la 
entidad y mantener viva la creciente llama del entusiasmo por la 
colosal obra cultural, insuflada de definidos principios masónicos y 
de propósitos generosamente nacionales. Dentro de los muchosnombres, bástenos con mencionar aquí el de Fidel Cano, fundador y 
Director de El Espectador, el de Ricardo Hinestroza Daza, quien 
desde 1933 sería Rector del Externado por treinta años, o el de 
Agustín Nieto Caballero, fundador del Gimnasio Moderno en 1914 y 
Rector del mismo colegio hasta su muerte en 1975. 
 
El partido liberal quería volver al poder del que había sido tan 
largamente excluido. Debía preparase para ello. Como se sabe, al 
General Herrera su partido lo había proclamado como su candidato 
a la Presidencia de la Republica para el período 1922 a 1926. Como 
resultado del fraude electoral que los historiadores han señalado 
repetidamente, Herrera perdió las elecciones que ganó el 
conservador Pedro Nel Ospina. Muchos conservadores pensaron 
que Herrera y el liberalismo, ante ese resultado, llamarían a otra 
nueva guerra para reparar la derrota sufrida en las urnas. Grande 
fue, sin embargo, la sorpresa para ellos cuando, en lugar de la 
guerra, se lo convocó a cerrar filas en torno a una nueva forma de 
educación libre para construir en paz una nueva nación. Ese histórico 
foro comprometería más aun a los liberales a aumentar y multiplicar 
sus esfuerzos y lo hizo en los siguientes términos: 
 
 
Acuerdo n.° 6 
Sobre la Universidad Libre 
 
La Convención Nacional del Partido Liberal de Ibagué́ 
 
En vista de la urgente necesidad de que se establezca lo más pronto 
posible la Universidad Libre, y teniendo en cuenta el oficio que con 
fecha 30 de marzo dirigió́ al jefe supremo del partido, desde Bogotá́, 
el doctor César Julio Rodríguez 
 
 
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Acuerda: 
 
Artículo 1. ° Recomendar a los liberales que en la medida de sus 
recursos presten decidido apoyo a la obra de la fundación de la 
Universidad Libre. 
Artículo 2. ° Encarecer a los accionistas de la sociedad anónima, 
encargada del establecimiento de la Universidad Libre, que busquen 
la manera de hacer más eficiente la labor de propaganda para la 
colocación de acciones, y más pronta la realización de tan importante 
obra docente”. 
 
En nutridas manifestaciones públicas en Bogotá a los pocos meses 
de Ibagué, en mayo de 1922, el prestigioso y nacionalmente 
respetado General Benjamín Herrera expresaría en unas frases 
memorables las características de la Universidad Libre que ya 
aspiraba entonces a abrir pronto sus puertas. Esos hondos 
pensamientos se alinean por cierto, perfectamente, no solo con los 
propósitos de quienes en 1912 y 1913 comenzaban, como lo hemos 
visto, a plasmar documentalmente sus altos propósitos, sino que 
están perfectamente sintonizados en un todo con los principios y 
valores de la masonería que ya antes hemos comentado. Los 
memorables pensamientos de Herrera en esa oportunidad están 
grabados visiblemente en varios de nuestros muros y, sobre todo, se 
hallan profundamente aferrados en nuestros espíritus y nos servirán 
siempre de guía para claridad en los derroteros que debe seguir 
persiguiendo una obra cultural tan perdurable como esta. Decía 
Herrera entonces: 
 
“La característica que debe singularizar ese vasto establecimiento 
docente con que el liberalismo colombiano quiere dotar al país, la 
Universidad Libre, no debe ser un foco de sectarismo ni una fuente 
perturbadora de la conciencia individual; ese moderno 
establecimiento debe ser una escuela universal, sin restricciones ni 
imposiciones; ese hogar espiritual debe ser amplísimo templo abierto 
a todas las orientaciones del magisterio civilizador, y a todas las 
 
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sanas ideas en materia de educación; nada que ate a la inteligencia 
a los prejuicios y a las preocupaciones; pero nada tampoco que 
atente contra la libertad ni la conciencia del individuo. No vamos a 
fundar una cátedra liberal, sino una amplísima aula en que se agiten 
y se muevan, con noble libertad, los temas científicos y los principios 
filosóficos aceptados por la moderna civilización. Otra cosa estaría 
en pugna con la ideología del partido que se propone dotar a la 
nación de algo que ella con urgencia necesita”. 
 
Y finalmente la Universidad Libre puso sus salones al servicio de la 
juventud colombiana, sin discriminaciones de ninguna naturaleza. 
El “Prospecto general” para el año de 1924, segundo de su 
fundación, indica que la universidad estaría integrada por los 
siguientes seis institutos: Escuela de Artes y Oficios, Escuela 
Preparatoria, Colegio de Bachillerato, Curso de Comercio, Facultad 
de Matemáticas e Ingeniería y Facultad de Derecho y Ciencias 
Políticas. 
 
No hay tiempo para entrar a detallar hoy las peculiaridades de cada 
uno de los seis institutos que abrieron hace un siglo. Pero debemos 
tener presente que, de ellos, la Facultad de Derecho ha mantenido 
su creciente prestigio y sus aportes jurídicos a la vida del país han 
sido reconocidos ampliamente durante muchos años y aún en 
nuestro tiempo. Cosa análoga acontece con la Facultad de 
Ingeniería, que de alguna manera es también desarrollo de la original 
Facultad d Matemáticas e Ingeniería. 
 
Nos limitaremos por tanto aquí a un breve comentario sobre la 
Escuela de Artes y Oficios, pues llama poderosamente la atención 
la sensibilidad social que encierra la descripción de su pénsum. Esta 
Escuela agrupaba ocho talleres, dieciséis materias teóricas y campus 
para deportes. La Escuela, tan altamente valorada por el General 
Herrera, relieva su marcada disposición de poner la Universidad al 
servicio de la educación e instrucción de los jóvenes con menores 
recursos económicos, a quienes había que permitírseles la 
posibilidad de acceder con las mayores facilidades posibles a las 
 
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mejores oportunidades de la vida. Decía el pénsum: “En esta escuela 
se da instrucción moral y cívica, y se enseña práctica y gratuitamente 
a los hijos de los obreros que carecen de los recursos necesarios 
para costearles la educación en otros establecimientos. Allí́ se les 
prepara de manera conveniente para las labores del diario vivir y se 
les capacita para realizar el fin que, como fuerzas vivas, les 
corresponde en el desarrollo de la sociedad futura”. 
 
El General Benjamín Herrera trabajó con especial dedicación al 
frente de la Consiliatura. Continuaba atendiendo con tenacidad sus 
diferentes tareas, pero a finales de febrero de 1924 su salud se 
agravó sensiblemente y el 22 de ese mes dictó a un amigo cercano 
su Testamento Político. La instrucción relacionada con la Universidad 
dice: “Apoyar decididamente hasta asegurar su definitivo y regular 
funcionamiento, la Universidad Libre, que yo estimo como la obra 
más trascendental del liberalismo en los últimos tiempos”. 
 
Falleció en la tarde del 29 de febrero en medio de la conmoción de 
su familia, sus amigos, sus hermanos masones, de los docentes y 
estudiantes de la Universidad. En su auditorio permaneció́ en cámara 
ardiente. Su cuerpo fue llevado al Capitolio en hombros por 
estudiantes de la Libre para rendirle como Senador los honores 
correspondientes. Un gran desfile lo llevó al día siguiente al 
Cementerio Central y sus restos se depositaron con multitudinaria 
presencia de gentes de toda condición, incluidos sus conmovidos 
hermanos masones, excepcionalmente ataviados en público con sus 
correspondientes arreos. Se había extinguido así la vida ejemplar de 
un gran colombiano y nacería desde ese instante el justificado culto 
a su memoria. 
 
¿Y qué acontecería en Colombia y en nuestra casa en las décadas 
que siguieron? Desde luego muchos eventos, cuya multiplicidad y 
extensión trascienden la naturaleza y límites de esta exposición. Solo 
procuraré dar unas breves pinceladas que nos ayuden de alguna 
manera a situarnos en contexto, mediante un gran resumen. En los 
años veinte, en 1928, recordamos la tragedia ocurrida en la zona 
 
16 
 
bananera cuando una infortunada decisión oficial enfiló as armas de 
la República contra trabajadoresque buscaban pacíficamente en 
Ciénaga que sus patronos, de la poderosa United Fruit Company, 
atendieran sus justas reclamaciones laborales. Se produjo una cruel 
matanza de colombianos desarmados y el país se conmocionó. Es 
de presumir que nuestros estudiantes también se impactaron 
entonces y en los siguientes años, máxime que el joven Jorge Eliécer 
Gaitán, ya vinculado a sus cátedras, regresaba por entonces de Italia 
de especializarse en las áreas del Derecho Penal y en 1929 haría su 
sonoro debate en torno al tema, para iniciarse así como 
Representante a la Cámara. Sería más tarde el luminoso Rector de 
nuestra Universidad en los años treinta. 
 
Justamente en 1930 el liberalismo ganaría las elecciones con Olaya 
Herrera y retomaría el poder, con inmensos deseos de cambio. Esos 
cambios en el orden institucional se comenzarían a concretar en el 
fogoso movimiento que se denominó la Revolución en Marcha, 
durante el segundo gobierno liberal de esa época, presidido por 
Alfonso López Pumarejo. En ese movimiento, figuras íntimamente 
vinculadas a nuestra Universidad y a la Gran Logia de Colombia 
como Miguel López Pumarejo y Darío Echandía, ambos Ex Grandes 
Maestros, y altos y generosos directivos de la Universidad Libre, 
jugarían papel de singular importancia en ese renovador proceso 
institucional, de acentos tan claramente democráticos. Echandía, 
como Ministro del Interior y de Educación, vincularía a importantes 
profesores de nuestra universidad a las enormes tareas de 
transformación institucional. La Libre estuvo, por tanto, muy cercana 
a través de sus mejores intelectuales y académicos en esas horas de 
cambio y de progreso nacional. Como lo sabemos bien, la década de 
los años 40 registró en Colombia impactantes y trágicos sucesos. 
Nuestro antiguo Rector Gaitán, que en su multitudinaria marcha del 
silencio en febrero de 1948 protestó pacíficamente contra los 
atropellos oficiales que sufría su partido, fue vilmente asesinado en 
Bogotá por la intolerancia, y, como en el caso de Uribe Uribe, jamás 
se sabría quiénes fueron los autores intelectuales de este magnicidio. 
La conmoción popular fue inmensa, peligrosa y anárquica. El 
 
17 
 
gobierno de turno recibió el resuelto apoyo del liberalismo y de 
cimeras figuras como Echandía hasta que la calma se restableció. 
Sin embargo, ya se registraba una creciente tensión que se traduciría 
bien pronto en un clima de violencia incontrolada que enlutó la vida 
nacional en por lo menos el siguiente lustro. Episodio aciago, como 
el del abaleo en una sesión de la Cámara de Representantes, arrojó 
como víctima inocente a uno de nuestros más destacados egresados 
y directivos de la Universidad, Jorge Soto del Corral. Uno de los 
proyectiles disparados en el recinto por el parlamentario de un partido 
diferente al suyo, alcanzó entonces a nuestro directivo y los 
destrozos en su organismo acallaron su voz y cegaron por siempre 
su inteligencia. El gobierno pronto cerró el Congreso y continuó 
administrando a la nación apelando al artículo 121 de la Constitución 
vigente de 1886 que le permitió, a ese y a otros gobiernos posteriores 
en Colombia, legislar sin efectivos controles, sobre las más 
heterogéneas materias, distintas al restablecimiento del orden 
público turbado, para lo cual estaba específicamente previsto ese 
expediente constitucional de excepción. 
 
Horas oscuras vendrían en el cielo de la patria, por muchos motivos 
angustiosas para directivos, profesores y estudiantes de nuestra 
Universidad. Uno de sus más notables egresados en 1931, profesor 
y directivo de nuestra Universidad en distintos momentos, el masón 
Germán Zea, quien ocupara en distintas épocas elevados cargos 
públicos, en una decidida campaña de resistencia a la opresión y 
ante la feroz violencia desatada , se unió a otro grupo de demócratas 
que querían ver restaurada la libertad mancillada y lo intentaban por 
varios medios, incluso mediante la operación de una emisora 
clandestina que fue descubierta por el gobierno de le época. Sus 
directivos fueron perseguidos e incluso a algunos, como a Zea, les 
correspondió exiliarse para salvar sus vidas. Hacia 1953 vino lo que 
Echandía llamaría el golpe de opinión, que fue el golpe militar de 
Rojas Pinilla, con avances de pacificación en el convulso frente 
político y luego excesos oficiales que fueron convirtiendo al gobierno 
militar en una creciente dictadura. Un entendimiento entre los líderes 
de los dos partidos históricos llevó al derrocamiento por la opinión 
 
18 
 
nacional del régimen de facto en 1957, a un plebiscito al final de ese 
año y a la fórmula de concordia que se tradujo en el gobierno paritario 
y alternado de esas dos colectividades, que se inició en 1958 y se 
prolongaría por 16 años. 
 
Un episodio de afirmación plena de nuestra autonomía y del respeto 
debido por terceros a nuestra naturaleza libre se presentó durante 
una de las brillantes rectorías que desempeñó en la Universidad 
Libre el distinguido intelectual antioqueño, reconocido pedagogo y 
escritor, tempranamente vinculado a la cátedra en nuestra 
Universidad desde 1934,Gerardo Molina, que había sido Rector de 
la Universidad Nacional en 1944, en cuya memoria se organizaría 
más tarde la Cátedra que lleva su nombre y que tantos frutos ha dado 
a la Universidad por el tratamiento con hondura de múltiples temas y 
por la proyección social que proporciona. 
 
Ocurre que al ser nombrado Rector de la Universidad Libre, el 
Cardenal Crisanto Luque, Arzobispo de Bogotá́ y primado de 
Colombia, dirige en 1956 a los miembros de la Consiliatura y de la 
Sala de Gobierno de la Universidad Libre una carta que, entre otras 
cosas, dice: “(...) en nombre de la Comisión Permanente de 
Metropolitanos, que en obra y representación de todos los prelados 
de Colombia cumplimos con un ineludible deber del cargo pastoral 
de manifestar a ustedes, con todo respeto, que contraerían una 
gravísima responsabilidad ante Dios, ante la Iglesia, ante la Patria y 
ante la juventud misma, si no tomaran las providencias conducentes 
a dejar sin efecto el nombramiento de que nos hemos ocupado”. 
 
La respuesta a tan abusiva intervención la encomendaron las salas 
a los profesores Germán Zea, Moisés Prieto y Enrique Acero 
Pimentel. Algún aparte de esa elevada pero contundente repuesta 
dice: “Esperamos que acojáis esta contestación como una muestra 
del respeto sincero y de la veneración que profesamos al Eminente 
Miembro del Sacro Colegio a quien nos dirigimos y también de la 
devoción por la universidad que recibimos libre, democrática y 
autónoma, no sometida a ninguna influencia partidaria y la cual 
 
19 
 
esperamos que se pase a nuestros sucesores con los mismos 
atributos para gloria de Colombia y beneficio de la ciencia”. 
 
Una vez más la Universidad Libre solucionaba un problema, con 
incidencia interna y externa, mediante la responsable apelación a sus 
valores y principios. 
 
Otros grupos que entretanto habían surgido en todos esos años se 
sintieron excluidos del esquema de alternación del Frente Nacional, 
que era de alguna manera excluyente, y sus reclamos sobre tierras 
recibieron respuestas oficiales de fuerza poco comprensivas, que 
abrirían la puerta a casi seis décadas de violencia en el país. Era 
además una época internacional particularmente agitada. Castro 
había triunfado en la Sierra Maestra cubana y muchos en América se 
ilusionaban con las vías de apelación a las armas para sustituir los 
gobiernos del Continente por regímenes de orientación marxista 
leninista. La ayuda internacional fluía por entonces a esas 
organizaciones y fue dominando la escena nacional y continental. Al 
interior de las universidades colombianas las tendencias enfrentadas 
se sentían con claridad y daban lugar a situaciones que, en el caso 
nuestro, amenazaban peligrosamente nuestros principios dejuego 
de la cátedra libre. 
 
En 1964 el Maestro Echandía puso su inteligencia y su probado 
ánimo tolerante al servicio de la Universidad en la superación de las 
dificultades internas que por todo ello surgían. Era un momento a los 
que toda institución puede estar expuesta por un motivo o por otro 
pero que en el caso de la Libre pudo superarse apelando al diálogo 
y a la fidelidad a sus propios principios. Así lo logró entonces el 
Maestro Echandía. En agradecido reconocimiento de sus servicios 
en esos y otros momentos, la Universidad Libre le otorgó en ese año 
de 1964 el título, que a nadie le ha extendido hasta ahora, de 
Presidente Honorario. 
 
Es importante destacar que ni el Maestro Echandía, ni otros hombres 
públicos de su misma gran categoría y altura, utilizaron jamás 
 
20 
 
nuestra Universidad como trampolín para la satisfacción de 
mezquinos intereses personales en el mundo político. Muy por el 
contrario, le sirvieron siempre a ella con absoluto desinterés. 
 
Cuando años más tarde en el país se surtió el proceso concertado 
que condujo a la expedición de la Constitución de 1991, la 
Universidad Libre pudo con satisfacción comprobar, con grata 
sorpresa, que muchos de los lineamientos de la nueva Carta Política 
coincidían con nuestros propios principios: el pluralismo, el respeto 
por la diversidad y la valoración de su riqueza cultural, mecanismos 
de participación democrática, y muchos otros. Podría decirse que 
nuestra Universidad se anticipó en al menos siete décadas a los 
avances liberales y democráticos de 1991. Algunos de los 
Constituyentes de entonces eran egresados y directivos de nuestra 
Institución. 
 
Somos, por lo demás, herederos de una ardua tarea de muchas 
generaciones que nos transmitieron el prestigio inmenso del nombre 
de la Universidad Libre, con todo lo que en él va implícito, junto con 
el resultado mensurable de sus desveladas ejecutorias. Muchas 
cosas buenas y trascendentes se han logrado también por el 
esfuerzo de abnegados y eficientes directivos universitarios que 
desde distintas posiciones han consagrado lo mejor de su esfuerzo 
en lo que va corrido del presente siglo, y aún en nuestras horas, para 
corresponder con altura al riquísimo legado del esplendoroso 
pasado. Es un resultado de beneficios acumulativo y también les 
debemos justo reconocimiento y gratitud a muchos de ellos, aún por 
fortuna vinculados a la Universidad, a la que han servido, y bien, 
durante tantos años. 
 
La Universidad ha crecido, exponencialmente si se quiere, en todos 
estos años. Y lo ha logrado cuantitativa y cualitativamente. No se 
conformó con quedarse solo en Bogotá, opción que escogen otras 
muchas instituciones. Fue expandiéndose a diversas ciudades y 
regiones de Colombia, como parte de su plan original. En algunas 
ciudades inició sus labores con colegios que fueron dejando espacio 
 
21 
 
para la organización de Seccionales de nivel universitario. Y aparte 
de la de Bogotá, que tuvo su inicio en 1923, junto con el colegio que 
hoy perdura en uno de sus tres campus, abrió Seccionales en 
Barranquilla desde 1956; en Pereira desde 1969 ; en Cúcuta en 1973, 
donde existió desde tiempo atrás el colegio de Gremios Unidos 
vinculado a ella por mucho tiempo; la de Cali organizada en 1974, 
que tuvo antes un colegio, y la de Cartagena, que fue antecedida 
asimismo por un colegio con sus puertas abiertas varios años, y se 
organizó como Seccional desde 2001. 
 
La Universidad cuenta hoy con 230 programas de pregrado y de 
posgrado en las más variadas disciplinas, según la Seccional de que 
se trate. Cerró el año 2022 con 21.525 estudiantes en pregrado y 
4.656 de posgrado, para un total nacional de 26.181 estudiantes. La 
magnitud de nuestra obra educativa se puede medir de diferentes 
maneras. Un dato que puede darnos idea del inmenso beneficio que 
la Universidad Libre le ha dado en las diversas regiones del país a 
las personas que allí estudian y a sus familias, es el número de sus 
graduados desde que comenzó hasta el año 2022, pues en pregrado 
fueron 144.148 y en posgrado 72.275, para un total nacional de 
216.423. 
 
La Universidad se ha ceñido al mandato de sus fundadores de 
impartir educación de calidad y lo ha cumplido siempre. Con el 
esfuerzo de todos sus estamentos ostenta con orgullo la 
Reacreditación Institucional de Alta Calidad Multicampus hasta el año 
2027. En un esfuerzo continuo, adelantado particularmente con el 
entusiasmo que acompañó a los primeros procesos de acreditación 
institucional hace varios años, se han dado pasos crecientes y 
certeros hacia la internacionalización y es así como puede ofrecer el 
beneficio de numerosos convenios vigentes suscritos con entidades 
y universidades de alto nivel, algunos de doble titulación. Los 
desarrollos de los esfuerzos que se vienen haciendo por la educación 
virtual son también notables y nos sitúan en el nivel que corresponde 
a las tecnologías avanzadas de nuestros tiempos. 
 
 
22 
 
Un tema que consideramos crucial al cruzar la barrera de los 
primeros cien años y pasar a la segunda centuria, es el de la Ética ; 
y por ello, entre los eventos de las conmemoraciones centenarias, el 
año pasado se adelantó un importantísimo ciclo de conferencias, en 
su mayoría presenciales, con participación de eminentes figuras 
nacionales e internacionales, quienes trataron diferentes tópicos de 
su especialidad pero se tuvo cuidado en destacar en cada 
presentación la relación evidente de esa insustituible disciplina 
filosófica con nuestros principios fundacionales y la preponderancia 
del alto valor de la genuina Tolerancia como su eje central. 
 
Y recordemos, como se ha señalado en otras oportunidades, que la 
Tolerancia es una fortaleza y no una debilidad del carácter. Implica el 
profundo respeto por las ideas y opiniones de los otros, aunque no 
las compartamos por diversas consideraciones, y supone a la vez la 
seguridad acerca de las nuestras, que debemos afirmar y defender 
con convicción, para persuadir con ellas por la razón, pero que jamás 
impondremos por la fuerza o la violencia. La Tolerancia no es 
condescendencia pusilánime con lo indebido, lo ilegal, lo antiético. 
Es todo lo contrario. Y es un valor altamente positivo y constructivo. 
Es, entre otras cosas, por el respeto ajeno implícito, la base de la 
verdadera paz. Recordemos aquí al General Herrera con su famosa 
máxima de La Patria por encima de los partidos, ya comentada, y a 
otro masón, ejemplo también de profunda tolerancia, Don Benito 
Juárez, el Benemérito de las Américas, gobernante cimero de 
México, cuando anotaba que tanto entre los individuos como entre 
las naciones, el respeto por el derecho ajeno es la paz. Se entenderá 
por qué este excelso valor está en la cúspide de nuestros valores en 
la Universidad Libre. 
 
Siempre ha sido la desprevenida pero decidida apelación a nuestros 
principios tutelares lo que le ha permitido a nuestra Universidad 
superar las naturales dificultades que pueden presentarse en toda 
institución, grande o pequeña, y de acometer bajo su égida los 
grandes emprendimientos de los que seremos capaces. 
 
 
23 
 
De ahí que el lema adoptado en este primer centenario , que recuerda 
que en los años recorridos la Universidad Libre ha venido “Educando 
en Libertad para la Justicia y la Paz”, no perderá vigencia al cierre de 
esta efeméride sino que, por el contrario, continuará reafirmando su 
filosofía y marcándole de manera clara su derrotero para que pueda 
continuar en el camino de sus valiosas realizaciones en beneficio de 
Colombia, de la vigencia de su democracia y de la completa 
conquista de una paz estable y perdurable para todos. 
 
Hoy nos encontramos con optimismo al iniciar con ustedes, jóvenes 
estudiantes, los retos enormes del comienzo de nuestra segunda 
centuria. Bienvenidos todos al futuro, quees fundamentalmente 
suyo; son ustedes el porvenir de esta Universidad y la mejor garantía 
para que su obra continúe y fructifique sin cesar. ¡Que viva entonces 
la Universidad Libre por muchos años más!

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