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LOSESTADOSDEANIMO-ChristopheAndre

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Christophe André
LOS ESTADOS
DE ÁNIMO
El aprendizaje de la serenidad
Traducción del francés de Miguel Portillo
Título original: LES ÉTATS D’ÂME, Un aprentissage de la sérénité.
© Odile Jacob, Mars 2009
© de la edición en castellano:
2010 by Editorial Kairós, S.A.
Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com
© de la traducción del francés al castellano: Miguel Portillo
Revisión: Amelia Padilla
Composición: Pablo Barrio
Diseño de cubierta: Katrien Van Steen
Imagen de cubierta: Schab
Primera edición en papel: Marzo 2010
Primera edición digital: Junio 2017
ISBN papel: 978-84-7245-740-9
ISBN epub: 978-84-9988-596-4
ISBN kindle: 978-84-9988-597-1
Todos los derechos reservados. 
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de
esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción
prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,
www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.
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SUMARIO
 
Una niña se cae
 
PARTE I: EXISTENCIAS
1. Comprender los estados de ánimo
2. Dolores y dulzuras de los estados de ánimo
3. Cavilaciones y patinazos
4. Introspecciones
PARTE II: SUFRIMIENTOS
5. Estados de ánimo dolorosos
6. Inquietudes
7. Resentimientos
8. Tristezas
9. Desesperaciones
PARTE III: EQUILIBRIOS
10. Fragilidades
11. La calma y la energía
12. Regulación de los estados de ánimo
13. Curarse de la enfermedad materialista
PARTE IV: DESPERTARES
14. La vida plenamente consciente
15. Compasión, autocompasión y la fuerza de la
dulzura
16. Felicidades
17. Sabidurías
Epílogo: Hasta mañana, vida
 
Notas
Agradecimientos
A mi amigo Matthieu Ricard,
modelo, cómplice y defensor incansable
de la formación de la mente.
«Me levanté, bebí un vaso de agua y recé hasta el alba. Era como un
gran murmullo del alma. Eso me hizo pensar en el inmenso rumor del
follaje que precede al amanecer. ¿Qué amanecerá en mí?».
GEORGES BERNANOS
Journal d’un curé de campagne
«Sólo lo que es personal es eternamente irrefutable.»
NIETZSCHE, Ecce Homo
Este libro habla de los estados de ánimo, su definición y su papel.
Explica nuestra manera de vivirlos y enriquecernos a partir de ellos;
o bien de sufrir.
Destaca la manera en que la presciencia de los poetas ha
precedido y esclarecido la ciencia de los psicólogos.
Muestra sobre todo cómo nuestros estados de ánimo pueden
ayudarnos a estar mejor y ampliar nuestros horizontes: a llegar a ser
más lúcidos, más sabios e incluso más felices.
UNA NIÑA SE CAE
Ya de pequeña eras sensible. Había cosas que te emocionaban y te
provocaban estremecimientos o arrebatos: un gesto, una palabra,
un rostro triste, el paso de una nube o el sonido del viento.
Esos resbalones del ánimo llevaban tiempo molestándote.
Habrías preferido ser menos sensible y sentir más serenidad.
Querías ser adulta, y esas reacciones de niña en tu vida de adulta te
estorbaban. No sabías muy bien qué hacer. Tratabas de cerrar los
ojos y hacer caso omiso de esos minúsculos desgarros cotidianos.
Sentías que podían llegar a ser desestabilizadores, pero resultaba
que justamente no tenías ganas de que te desestabilizasen.
Después, poco a poco, aprendiste a aceptar esos momentos que
nos emocionan y despiertan. Y también a aceptar todos los estados
de ánimo, felices o dolorosos, a que daba lugar su contacto,
producto de su estela. Nuestros estados de ánimo, eso es lo que
queda en nosotros tras el paso del tren de la vida. Entonces uno
puede quedarse escuchando, observando, sintiendo. A ti, al fin y al
cabo, también te gusta descansar un poco… Por fin has entendido y
aceptado que los estados de ánimo son el latido de nuestro vínculo
con el mundo. Ahora incluso te parece que tu alma se ha puesto a
existir, a respirar con más fuerza. No es que sepas qué es “tu alma”,
pero de alguna manera sientes confusamente que “eso” es algo que
existe. Y sabes asimismo que tu vida puede ser sensible y serena a
la vez. Has cambiado, despacito. Gracias a esos pequeños
instantes de vacío. Copos de existencia, plumas de vida caídas del
cielo. Metamorfosis silenciosa.
Este es el relato de uno de esos momentos que te transportan y
transforman.
Estás esperando a un amigo, o el autobús. Has olvidado lo que
esperas, pero recuerdas la espera. Vuelves a ver el lugar preciso
donde te encuentras, el color del cielo, la tienda justo al otro lado de
la calle. Ves a ese padre que llega en bicicleta, con su hijita –
monísima con su casco de plástico… ¿Tendrá cinco o seis años?–
sentada en el asiento de atrás, bien sujeta y colocada.
El padre se baja de la bici y, para enganchar la cadena antirrobo a
las barras del aparcamiento, sujeta la bici únicamente con una
mano. Se agacha, la bicicleta se inclina y cae, con la niña sujeta y
prisionera del asiento. Todavía no la había desatado. Distingues con
claridad su rostro cuando ella siente que cae, incluso cruzáis
vuestras miradas. Te parece que puedes ver todo lo que pasa en
sus ojos: la sorpresa, el temor, la desesperación incrédula. Mi padre,
en quien yo confiaba tanto, ¿me ha olvidado, me ha abandonado y
me hace caer, me deja caer?
El padre la levanta enseguida, la niña no tiene nada, no se ha
hecho daño, el asiento del que era prisionera la ha protegido.
Además, ni siquiera llora. Su padre, muy molesto, confuso y amable,
la levanta, le prodiga algunas palabras de consuelo, la desata, la
abraza y la aprieta en sus brazos. Luego se alejan. Después de lo
que le ha sucedido, la niña no llora, pero tampoco bromea. Parece
estar perpleja, algo triste. En todo caso, esa es tu impresión. Les
observas mientras se alejan. Van de la mano. Te fijas en esas dos
manos que se aprietan con fuerza. Resulta extraño sentir cómo te
reconforta ese contacto. ¿También has pasado miedo?
Te sientes rara. No, no es miedo. Al menos no tienes más miedo.
Por otra parte, todo ha sucedido con demasiada rapidez, sin darte
tiempo a sentir miedo. Y ahora te invade una tristeza dulce, una
tristeza tranquila pero intensa. Y también te asalta una pequeña
infinidad de percepciones. ¿Qué significan todos esos estados de
ánimo desproporcionados? ¡Ni que hubieras presenciado el
derrumbamiento de las Torres Gemelas!
Ordenas tus ideas, te dices que llamarás desde el móvil para
avisar de que llegarás tarde. Pero el brazo no te obedece. A tu
cuerpo le da igual avisar de tu retraso. A tu cerebro también. Todo
en ti te envía el mismo mensaje: déjalo estar, no tiene importancia,
¿por qué quieres –como de costumbre– pasar a otra cosa?
Permanece ahí, con eso. Tus ojos tratan de nuevo de ver a lo lejos a
la niña y a su padre, que se alejan y desaparecen al torcer la
esquina. Suspiras. ¿Pero qué es lo que has visto verdaderamente?
¿Por qué esa mirada de espanto y desamparo de la niña –en el
espacio de un segundo– ha desencadenado todo ese tumulto en ti?
Todo ese tumulto en ti…
Reflexionas y empiezas a comprender, o al menos crees empezar
a comprender. En todo caso, eso te da seguridad y te sientes bien.
Lo que crees entender es que no ha sido un suceso cualquiera, de
ninguna manera. Has observado un destello de miedo. Una niña que
se creía segura y que ha comprobado, brutalmente, que no, que no
lo estaba. ¿Tal vez te has sentido identificada con ella? ¿O con su
padre? Te dices (con extrañeza): es como si, con ella, yo y toda la
humanidad, también nos hubiésemos caído de esa bicicleta. Te
encoges de hombros: ¿a qué viene ese delirio compasivo? De
repente también te escuchas decir: «¿Y si no vuelve a confiar más
en él?». ¿Ni en él ni en nadie? ¿Y si ese incidente microscópico
fuese, a pesar de parecer nimio, irremediable?
Esa posibilidad no te gusta nada. Intentas añadir a la imagen de la
niña cayendo, esa otra en la que aprieta bien fuerte la mano de su
padre. Así está mejor. Te das cuenta de que respiras mal. Amplías
suavemente los movimientos de tu respiración. Mejor. Así, respira,
eso te sienta bien, eres demasiado sensible. Te sientesmejor, pero
continúas diciéndote: «Esa niña es como yo, nunca olvidará ese
instante. Pavor. ¿Y qué hará más tarde? Misterio».
¡Uf! Tanto cavilar empieza a cansarte. Has decidido dejar de
seguir esperando el autobús en este lugar… Sí, ahora recuerdas
que esperabas el autobús. Te vas. Caminas, llena de todo eso que
acabas de vivir. Caminas y caminas, respiras, empiezas a soñar con
lo que te espera por delante. Regresas al mundo de verdad. O bien
lo abandonas. ¡Ah, sí!, debes telefonear. ¡El móvil! ¿Dónde está? En
el bolso… Tropiezas en un pequeño reborde absurdo en mitad de la
acera.
Absorta en tus pensamientos has estado a punto de caerte. Tú
también. Sonríes. Y reemprendes tu camino.
PARTE I:
EXISTENCIAS
LOS ESTADOS DE ÁNIMO SON EL LATIDO
DE NUESTRO VÍNCULO CON EL MUNDO
No por ser impalpables significa que no existan.
No por ser sutiles significa que no duelan.
No por ser complicados significa que sea imposible
comprenderlos.
El que los estados de ánimo sean todo eso a la vez,
y que se oculten de nosotros,
no significa que vayamos a renunciar a seguirles la pista.
«Las divinidades de las aguas vivas
se desatan los cabellos
porque hace falta que sigas
la bella sombra que anhelas.»
GUILLAUME APOLLINAIRE,
Clotilde
1. COMPRENDER
LOS ESTADOS DE ÁNIMO
«Mi única misión ha sido en efecto, el ir por esas calles, persuadiéndoos, a jóvenes y
viejos, de que no os preocupaseis de vuestro cuerpo ni de vuestra fortuna con más
apasionamiento que de vuestra alma, para hacerla lo más buena posible.»
PLATÓN, Apología de Sócrates
Mis estados de ánimo. ¿Y eso qué es?
Es todo de lo que tomo consciencia cuando salgo de mis
automatismos cotidianos, cuando salgo del “hacer” y me dejo ir,
observando lo que sucede en mí. El problema es poder observarlos,
pues un estado de ánimo no deja de cambiar, que es sin duda por lo
que acaba llamándose “los” estados de ánimo. En inglés se habla
de stream of affects: corriente, raudal de afectos.
Los estados de ánimo son el eco en mí de lo que estoy viviendo, o
de lo que he vivido, o de lo que no he vivido pero que me hubiera
gustado vivir, o de lo que espero vivir. También es todo lo que
continúa dando vueltas en mi cabeza después de haberme dicho: ya
está bien, para, no pienses más en ello.
En resumen, los estados de ánimo son todo un mundo.
COMPRENDER LOS ESTADOS DE ÁNIMO
La idea del estado de ánimo no pertenece al campo de la psicología
científica, sino que más bien hunde sus raíces en la poesía y el
sentido común. Pero no obstante es una realidad psicológica: todo
el mundo sabe de lo que se trata. Como psiquiatra creo que se trata
de un concepto operativo y útil para mi trabajo, tanto si es poético
como impreciso. ¿No es a veces mi trabajo de psiquiatra,
justamente, poético e impreciso? Si pensamos en ello, los estados
de ánimo no nos remiten a una realidad imprecisa, sino a una
realidad compleja.
Podríamos definir los estados de ánimo diciendo que son
contenidos mentales, conscientes o inconscientes, que mezclan
estados corporales, emociones sutiles y pensamientos automáticos,
y que influyen en la mayoría de nuestras actitudes. En general les
prestamos escasa atención, y tampoco les consagramos esfuerzos
para intentar comprenderlos, integrarlos en nuestra reflexión, o
pedirles que se pongan a nuestro servicio. Por fortuna, lo hacen por
sí mismos, solitos: su papel y su influencia sobre lo que somos y
hacemos son inmensos.
Piense en cómo le influyen sus estados de depresión, piense en
sus rabietas, tanto las expresadas como las ocultas, pero tan a
menudo desproporcionadas respecto a los sucesos inmediatos: ¿no
provienen muchas veces de la cavilación de los estados de ánimo
de resentimiento, rencor, humillación o simplemente de decepción e
inquietud? Estados de ánimo rumiados desde hace un rato, y por
tanto mucho más potentes de lo que pudiéramos haber imaginado.
Piense también –los estados de ánimos ¡son un auténtico
tormento!– en la fuerza que pueden proporcionarle sus entusiasmos
y sus acelerones, en la ligereza del cuerpo los días felices, en el
impulso que da el buen humor.
Nuestros estados de ánimo son sobre todo pensamientos o
emociones: son su mezcla. Ninguna emoción carece de
pensamiento, ningún pensamiento carece de recuerdo, ningún
recuerdo existe sin emoción, etcétera. Los estados de ánimo son la
expresión de esta gran mezcla indisociable de todo lo que pasa en
nosotros y a nuestro alrededor: mezcla de emociones y
pensamientos, de cuerpo y espíritu, fuera y dentro, de presente y
pasado. Esta mezcla es desde luego tan rica como complicada:
impura, única, inestable, siempre reanudándose, nunca
exactamente la misma. Como las olas del mar.
Los estados de ánimo no son únicamente un amontonamiento de
ideas, emociones o sensaciones, sino también una construcción
original. Son la fusión, la síntesis que efectuamos de manera
automática, entre lo interior (estado corporal y visión del mundo) y lo
exterior (reactividad a lo que nos llega: los acontecimientos nos
afectan). Los estados de ánimo son un fenómeno psíquico
agregador, de los que conectan pasado, presente y futuro en un
sentimiento de coherencia y destino. Son como el líquido de un
baño conductor de electricidad: gracias a ellos, todo se enciende e
ilumina, sintiendo iluminación o amenaza, nuestros sufrimientos se
calman poco a poco o redoblan furiosamente su intensidad.
«Me doy cuenta de que, sin quererlo, me puse a pensar en mi
vida. Nunca me había dado cuenta, pero así es. Creía que no hacía
más que ver y escuchar, que no era más que eso, durante todo este
recorrido ocioso, sólo un reflector de imágenes recibidas, una
pantalla en blanco en la que la realidad proyectaba colores y luces
en lugar de sombras. Pero resulta que era bastante más, sin
saberlo. También era el alma que se hurta y se niega, y la propia
acción de observar.»1 En este breve pasaje de su magnífico El libro
del desasosiego, Fernando Pessoa nos muestra cómo los estados
de ánimo existen continuamente, sin requerir una intervención
voluntaria de nuestra parte. Tenemos una consciencia más o menos
clara y, en todo caso, siempre podemos acceder a ellos a través de
nuestros esfuerzos de introspección. De ahí su importancia en la
idea de “vida interior”, que sería como un eco de una “vida exterior”
(aunque las cosas sean, desde luego, algo más complicadas y
entreveradas). Nuestros estados de ánimo se invitan a sí mismos a
todas nuestras actividades. Al rellenar una instancia administrativa
creemos que no hacemos más que rellenarla. Pero no, también
existen estados de ánimo más o menos flotantes que sin duda están
a punto de cobrar vida: la irritación de tener que perder el tiempo
con el papeleo, la inquietud de no equivocarse, el deseo de estar en
otra parte, incluso algunos recuerdos de la infancia sobre hacer
pesados deberes escolares en la mesa… Al igual que una
meteorología psíquica, nuestros estados de ánimo son un clima
mental, hermoso o sombrío, a veces estable durante unos cuantos
días, y a veces sufriendo cambios varias veces en un solo día…
TODO LO QUE QUEDA EN NOSOTROS TRAS EL PASO DEL
TREN DE LA VIDA…
Otra característica de los estados de ánimo es su remanencia. La
remanencia es la persistencia parcial de un fenómeno tras la
desaparición de su causa. Por definición, los estados de ánimo
duran más que las situaciones que los justifican o desencadenan.
También presentan un efecto frecuente de resurgencia: su
reaparición, analizada con mil sutilezas, a días, o incluso a años de
distancia, es uno de los encantos de las novelas de Marcel Proust:
«¿Nada más que un momento del pasado? Quizá mucho más; algo
que, común al pasado y al presente a la vez, es mucho más
esencial que ambos…».2 Los estados de ánimo son la estela de
nuestros actos y gestos, todos los intersticios por los que nuestro
pasado, o nuestras expectativas, se autoinvitan a la mesa del
presente. Es todo lo que queda en nosotros tras el paso del tren de
la vida.
Para hablar de nuestros estados de ánimo disponemos de
bastantes palabras: disposición,humores, sentimientos… Los
ingleses hablan de feeling, mood. Mi término preferido en la
literatura científica, el que más se le acerca, es el que utiliza el
neurocientífico Antonio Damasio, que habla de “sentimientos
secundarios”,3 una denominación que tiene el mérito de recordar su
discreción. Pero estados de ánimo es más bonito, ¿verdad?
Existen varias formas de acercarse a los propios estados de
ánimo. A menudo hay que pararse. Dejar de hacer lo que se está
haciendo: trabajar, correr, quejarse del mundo… Nuestros estados
de ánimo están siempre ahí, como un ruido de fondo. Hay que parar
y escuchar, como hacemos en el bosque, cuando se deja de andar y
se pone la oreja: entonces puede escucharse el viento, los árboles,
los pájaros y todos los rumores del bosque. Al principio basta con
detenerse y observar lo que murmura en nosotros. Después se
quiere ir un poco más lejos. Deberemos aprender a escuchar mejor
y a observar mejor nuestros estados de ánimo, por ejemplo, a través
de la meditación, de la que hablaremos, o mediante la escritura de
sí mismo, de la que también hablaremos. Existen asimismo
numerosos aprendizajes y prácticas que nos permitirán sumergirnos
en nuestros estados de ánimo, enseñarnos a observarlos, a
descomponerlos, para a continuación poder abandonarnos a ellos
mejor. En la meditación Zen se utiliza una hermosa metáfora: la de
la cascada. Todos nosotros podemos observar nuestros estados de
ánimo, permaneciendo muy cerca de ellos, igual que un
excursionista que se desliza tras una cascada y se halla
transitoriamente a cubierto entre la pared de roca y el torrente que
cae, un poco calado, un poco tembloroso, pero protegido y bien.
Uno de los objetivos de la meditación denominada de atención plena
es tomar distancia, separarse, y ver pasar los estados de ánimo,
descomponerlos y comprenderlos. Pero sin tratar de detener el flujo.
¿A quién se le ocurriría detener el agua de una cascada?
SUTILEZA Y COMPLEJIDAD DE LOS ESTADOS DE ÁNIMO
Cuando pregunté a mis seres queridos que me diesen ejemplos de
sus estados de ánimo, lo primero que les vino a la mente giraba
alrededor de la idea de positivo y negativo. Ejemplos de estados de
ánimo positivos: estar de buen humor, estar tranquilo, relajado,
cool… Ejemplos de estados de ánimo negativos: estar deprimido,
estar de mal humor, sentir preocupación…
Pero lo más típico de los estados de ánimo es la mezcla, la
sutileza, los estados de ánimo mixtos, en los que elementos
agradables se mezclan con tonalidades dolorosas.4
Así pues, en la nostalgia puede descifrarse claramente esa
mezcolanza: ese «pesar melancólico de una cosa pasada»5
asociado a la vez a la dulzura (recuerdos agradables) y el dolor (de
que hayan pasado). Recordar, sonreír, pero sufrir a causa del
recuerdo… La nostalgia es lo suficientemente agradable para que
se tenga necesidad de entregarse a ella, de que reaparezca una y
otra vez, a pesar de todo. En ella, ese pellizco de tristeza
desempeña el papel de la sal en un plato.
La decepción también es un típico estado de ánimo. Reposa
sobre el recuerdo de haber otorgado nuestra confianza, algo que
debería ser agradable (otorgar nuestra confianza nos sienta bien:
significa que contamos con relaciones de fiar), pero que está
contaminado por lo que ha causado la decepción (falta de confianza
o traición). Después queda la amargura, la agitación: la decepción
no es únicamente un sufrimiento emocional, sino un replanteamiento
de nuestra visión del mundo. Confiábamos, y eso ya no es posible.
Por extraño que parezca (a quien no conozca los estados de
ánimo), la decepción suele finalizar con un regusto agridulce, porque
en cierta manera es una satisfacción dolorosa, una certidumbre (y
las certidumbres nos satisfacen más que las dudas): «Dudé, tenía
que haber dudado…». Es un estado de ánimo que nos procura un
dolor primero violento, en el que las emociones arrastran a los
pensamientos, que luego languidece, hasta que la mordedura de
esas mismas emociones deja sitio a visiones tristes del mundo.
Otro estado de ánimo apasionante y complejo: la culpabilidad. Un
familiar nos pide ayuda, se la negamos porque eso nos complicará
la vida y, total, no parece tan importante. Nuestro rechazo se acepta
sin comentarios. Nos damos cuenta de que hemos causado un
fastidio, tal vez algo de dolor. Pero sabemos que no va a ser para
tanto, que el otro se las apañará. Salvo que… El breve intercambio
ha prendido los estados de ánimo de la culpabilidad. Nos
preguntamos si hemos hecho bien en negarnos. Si ese negarse no
está en desacuerdo con nuestros valores. Incomodidad. También
nos entristecemos porque se tiene la sensación de haber hecho
sufrir, de haber dañado una relación valiosa para nosotros.
Decepción de uno mismo, por no habernos mostrado más
disponibles, más serviciales. Después irritación por no poder ser
más egoísta: ¡a la porra, qué carajo! Irritación contra el otro por
pedirnos ese favor. Estábamos la mar de tranquilos, ¡y no íbamos
por ahí pidiendo nada! Después, vuelta a los remordimientos.
Necesidad de volver atrás y decir sí, para no sentirse tan mal como
estamos a punto de sentirnos. De repente, una sensación de
cansancio de tanta elección, de tener que tomar tantas decisiones.
Un pequeño soplo de inquietud: ¿y si resulta que un día yo también
tengo que pedir ayuda y me dicen que no? ¿Y si estuviese metido
en un berenjenal y nadie me ayudase? Al cabo de un instante
estamos hartos de tanto cavilar e intentamos pasar a otra cosa. Te
pones a hablar… ¿No creerás que tus estados de ánimo van a
pararse, así en seco, porque tú lo hayas decidido, verdad?
No, no se detendrán así como así. Sobre todo la culpabilidad, que
desempeña un importante papel en nuestro psiquismo,
obligándonos a reexaminar ciertas decisiones perjudiciales para los
demás. La culpabilidad interpela nuestra consciencia moral y nos
obliga a reflexionar: ¿podía evitar este sufrimiento que (tal vez) yo
he provocado? ¿Cómo? Muy poca culpabilidad nos convierte en
egocéntricos. Pero demasiada nos vuelve patológicamente
sensibles. ¿Nos hace mejores? Tengo tendencia a creerlo así, pero
esa no es la opinión de todos. Esto es lo que decía Theodore
Dreiser, escritor estadounidense y militante anticapitalista: «¿La
conciencia? Nunca impide cometer un pecado. Lo que sí impide es
disfrutar en paz». Bien, siempre es así.
Y después están todos esos estados de ánimo ¡a los que nadie ha
bautizado! Recuerdo un amigo que me contaba cómo, después de
que le hubieran prometido un ascenso a un puesto profesional de
prestigio, pero agotador y delicado, se encontraba excitado,
halagado e inquieto, a la vez. ¿Cómo denominar a esa mezcla? Y a
continuación, al enterarse de que no iba a ocupar ese puesto, me
explicó que había sentido una segunda «mezcla barroca de estados
de ánimo» (según sus propias palabras): sentirse a la vez
decepcionado y aliviado. ¿Tiene eso un nombre? Y no obstante,
¡resulta tan frecuente! Y después tenemos los estados de ánimo que
nos provoca la música: ¿quién pondrá nombre, para así compartirla,
a esa extraña sensación de felicidad intensa y grave, de tragedia
aplacada, que puede provocarnos el sonido de la viola de gamba?6
Tal vez nadie, y está bien que así sea, que haya estados de ánimo
que permanezcan innombrables, en este mundo donde todo está
censado y etiquetado. A veces, los escritores de genio saben
hacerlo, y su lectura se convierte en una revelación. Eso que
sentíamos confusamente se aclara, se revela. Proust, como
siempre, en el célebre episodio de acostarse siendo un niño
inquieto: «Mi único consuelo, cuando subía a acostarme, era que
mamá vendría a abrazarme cuando estuviese en la cama. Pero
esas buenas noches duraban bien poco, pues volvía a bajar muy
deprisa, ya que el momento en que la escuchaba subir, pasando
después por el pasillo de doble puerta, provocando el suave roce de
su vestido de muselina azul, de la que pendían cordones de paja
trenzada, era para mí un momento doloroso. Anunciaba el que lo
seguiría, cuando ella me dejaba y volvía a bajar.De manera que
deseaba que esas buenas noches que tanto me gustaban se
retrasasen todo lo posible, para que se prolongase el tiempo en el
que mamá todavía no venía».7 Atención extrema a los detalles del
instante presente, consciencia sutil de los menores movimientos de
su mente… Proust sigue siendo un explorador insuperable de los
estados de ánimo. Los escritores lo han comprendido y descrito todo
mucho antes que los psiquiatras… Freud decía, a propósito de ello:
«Fuere donde fuere, siempre había un poeta que había llegado
antes que yo».8
VÍNCULOS CON EL TIEMPO:
LOS ESTADOS DE ÁNIMO SON TODA NUESTRA VIDA
Nuestros estados de ánimo están muy marcados por el vínculo con
el tiempo: el pasado (nostalgia, melancolía, vergüenza,
culpabilidad…), el presente (orgullo, satisfacción, aburrimiento…) y
el futuro (inquietud, preocupación, confianza…).
En el orgullo puede hallarse el ejemplo de felicidad ligado a la
sensación de culminación, el recuerdo de los obstáculos hallados
pero superados (estados de ánimo negativos pasados pero vueltos
a examinar a la luz del presente), etcétera. Recuerdo a un amigo
que se balanceaba en su hamaca en el jardín de su casa de campo
recientemente adquirida, y que decía: «¡Nunca me he sentido tan
feliz como ahora, en mi hamaca, frente a mi casa!». Reacciones
escandalizadas de sus invitados: «¿Cómo? ¡Eres un materialista
detestable! ¿Te sientes más feliz que el día de tu boda o que el del
nacimiento de tus hijos?». Respuesta avergonzada del amigo: «No,
no, quería decir que todo queda resumido en este instante, en mi
casa, en mi hamaca. Todos esos instantes pasados juntos, con mi
mujer, mis hijos, con todos vosotros, y esta satisfacción, que sólo
tiene sentido porque todos aquellos a los que amo están aquí,
conmigo. Y también pienso en la felicidad de la que gozarán mis
hijos al poder aprovechar esta casa cuando sean mayores, y todo lo
demás…». Alivio del público. No es más que una felicidad
momentánea, pero también una felicidad de culminación y de futuro.
No se trata únicamente de una felicidad egoísta, sino también
altruista. Esos estados de ánimo de felicidad orgullosa contienen
muchas cosas…
Y más ejemplos… La curiosidad, estado de ánimo del presente,
es una mezcla de energía, confianza, ganas de entender y de
actuar, aquí y ahora.9 La serenidad es una tranquilidad actual, pero
también una sensación de paz con el propio pasado, y una
confianza en los instantes futuros; de ahí la intensa sensación de
coherencia que desprende, de aceptación y fuerza para afrontar lo
que llegue.
También está la consciencia del tiempo que pasa, y del
envejecimiento, importante fuente de estados de ánimo. La
inquietud: «Estoy envejeciendo, ¿qué me sucederá? ¿En qué
estado acabaré?». La sorpresa: «¿Ya? ¡Qué sorpresa más
desagradable que me esté sucediendo a mí! Sí, claro, ya lo sabía.
Pero ahora, lo siento…». La tristeza: «Qué rabia perder el vigor, la
frescura, la juventud…». El resentimiento: «Qué de momentos he
malgastado sin llegar a saborearlos a fondo». Pero también la
dulzura («Todo es más sencillo ahora, me resulta más claro, más
apacible»), la curiosidad («¿Qué será de mí?»), el sosiego («Ya no
tengo por qué lanzarme a competiciones agotadoras y estresantes
para demostrar mi valor o grandeza: me da lo mismo»). Todo eso
sucede en un instante, porque hemos sentido el paso del tiempo en
nuestra vida…
Y además también están los estados de ánimo que se agrupan
bajo el término de confianza. No sólo se apoyan sobre una sucesión
de éxitos y certidumbres, sino asimismo en el recuerdo de los
dolores y desconciertos de nuestros fracasos pasados, en la manera
en que los superamos, en lo que aprendimos de ellos; y también en
la anticipación de las adversidades futuras y nuestra capacidad para
lidiar con ellas. La confianza podrá ser inquieta si en algún sitio se
oculta la idea de que debemos salir vencedores de esos
enfrentamientos. Será serena si aceptamos por adelantado la idea
de que no tenemos por qué vencer obligatoriamente en todas las
situaciones.
La infancia, claro está, es un depósito inagotable de estados de
ánimo de cara al futuro, pues la racionalización filtra menos todo lo
que nos sucede, se interponen menos discursos entre nosotros y las
experiencias de la vida. Uno se siente curioso y abierto, se vive el
presente con intensidad, creando así un granero de recuerdos de
gran intensidad. Los niños carecen durante muchos años de una
consciencia clara de sus estados de ánimo. Más adelante, en un
momento dado, todo eso cambia. Los padres conocen bien el
momento del nacimiento de los estados de ánimo en sus hijos. ¿En
qué piensa ese chiquillo que se sorbe los mocos acariciando su
muñeco fetiche con la mirada perdida en el vacío? ¿Y aquel que,
rechazado por los demás, les observa jugar de lejos en el patio del
recreo, sin ni siquiera llorar? Son momentos en que los pequeños
pasan de emociones inestables, rápidamente consoladas, a estados
de ánimo más duraderos. ¿Es una suerte o una desgracia que esta
emergencia de los estados de ánimo coincida con la salida de la
infancia? Las opiniones divergen. Esta es la del escritor Éric
Chevillard: «Para algunos, la infancia es una especie de estado
enfermizo donde se sienten muy deprimidos y del que felizmente se
curan al llegar a la madurez; para otros, por el contrario, cuando la
infancia se acaba empieza su larga agonía».10 Pero también se
puede considerar que esta aptitud de no olvidar y borrar, este paso
de la ligereza a la espesura, de la inestabilidad a la larga duración,
es una ocasión única para nosotros, así como un enriquecimiento.
Nuestros estados de ánimo son los que nos ayudan a transformar
los recuerdos dispersos en trayectorias vitales. Convertirse en
adulto es poder decirse: «Yo tengo recuerdos, tengo una historia».
Así pues, nuestros estados de ánimo amplían considerablemente el
instante presente mediante los ecos del pasado y el futuro. De
animales del presente pasamos a convertirnos en animales de la
duración. Que sueñan con ser animales de eternidad…
ESTADOS DE ÁNIMO E IDENTIDAD
A través de nuestros estados de ánimo no sólo reaccionamos ante
el suceso que los ha inducido, sino también a lo que ese suceso
significa en el conjunto de nuestra vida. Se produce así un cambio
de perspectiva, una inscripción en nuestra identidad, en nuestra
biografía. Mis estados de ánimo me recuerdan, a veces con mucho
brío, lo que ese suceso significa para mí, para mi vida.
De ahí la importancia de la memoria en los estados de ánimo. El
recuerdo de todo por lo que hemos pasado y vivido, y de la manera
en que lo pasamos. En nuestro pasado existen huellas e
impresiones dispuestas a reaparecer al completo: los recuerdos
personales (es la llamada memoria autobiográfica) son típicamente
“objetos mentales” complejos, almacenados en las redes de nuestro
cerebro en forma de estados de ánimo. Son típicos los flash-back
(perdón por el anacronismo) inmortalizados por Proust: en nosotros
emerge algo confuso, y poco a poco va revelándose una mezcla de
contenidos muy complejos (sensoriales, emocionales,
psicológicos…). Los estados de ánimo también provocan que
recordemos momentos discretos y anónimos en nuestras biografías,
a la sombra de los grandes recuerdos, de momentos importantes y
memorables; pero que son reveladores y esenciales para tejer la
trama de lo que ha sido nuestra existencia. Los grandes recuerdos
no son más que la decoración y los medallones: la tela, el tejido, son
nuestros estados de ánimo. Están asociados a todo lo que se olvida
de buena gana, pero que cuenta, que pesa, que nos construye; y
que a veces reaparece, de golpe.
Algunos períodos de nuestra vida son tan ricos en estados de
ánimo que desempeñarán un papel que podríamos considerar
desmesurado (en caso de desconocer la importancia de los estados
de ánimo) en la construcción de nuestra identidad. Y no por lo que
se ha hecho, sino por la intensidad discreta e invisible de lo que se
ha vivido. Están, por ejemplo, los años más buenos de nuestra vida,
y también los másprofundos y los más intensos. Y no siempre
coinciden.
Pues lo que conforma un ser no es tanto sus actos públicos como
sus costumbres secretas, menos sus intenciones planificadas como
sus ensoñaciones borrosas. Nuestros estados de ánimo, esa parte
más secreta de nosotros mismos, que es también la más
reveladora. Nuestros seres más queridos la conocen o la presienten.
La verdad de una persona reside a menudo en sus estados de
ánimo. De ahí el desagrado ante la posibilidad de que otros lean
nuestros diarios íntimos. Un día hablé de ello con una amiga, que
me contó que ella tiraba los suyos al cabo de nada, en cuanto se
sentía “aliviada”, por temor a que sus hijos diesen con ellos, o bien
otras personas, más tarde, tras su muerte. Tenía la impresión de
que eran una parte vergonzosa de ella misma, con demasiadas
sombras y malos pensamientos, incluso sinceros: malos en el
sentido de «poder hacer sufrir», pero también en el sentido de
«poder alterar mi imagen, y el amor y la estima que se me tiene».
Recuerdo nuestra charla, y cuando le expliqué que esos diarios
pudieran ser, por el contrario, no sólo la parte mala, sino la mejor de
ella misma, en el sentido de más emotivos, sinceros, frágiles,
inciertos y fluctuantes: sus estados de ánimo creándose y
disipándose. Y por ello estaría bien que perdurase esa huella de
ella… Recuerdo también a otra amiga, horrorizada ante la violencia
y el dolor que desprendía el diario íntimo de su hijo, con el que
había dado por casualidad. Sabía que era sensible y que estaba
sometido a momentos de depresión. Pero inadvertidamente había
penetrado en la intimidad de sus estados de ánimo: ahora le
resultaba palpable, y mucho más impresionante. Qué vértigo sienten
los padres cuando son conscientes de los sufrimientos secretos de
sus hijos…
En tanto psiquiatra tengo un gusto desmesurado por los diarios de
los escritores, casi superior al de sus novelas. No es voyerismo (me
parece a mí…), sino más bien el gusto por la materia viva, en bruto,
sin adornos, sin arreglos. Por otra parte, no soy el único al que le
gustan. Fíjense en lo que escribió Virginia Woolf: «A veces creo que
sólo la autobiografía manifiesta literatura; las novelas son las
peladuras que nos quitamos para llegar finalmente al corazón, que
es usted o yo, ¡nadie más!».11
LOS ESTADOS DE ÁNIMO
COMO VÍNCULO CON EL MUNDO
«Las calles de Viena están llenas de judíos que no están allí.»12
Con una frase, una sola, un escritor inflama nuestros estados de
ánimo. Esa es la fuerza de la literatura. Estas palabras evocan los
días siguientes tras la noche de los Cristales rotos, en 1938, en la
que militantes nazis actuaron violentamente, en Alemania y Austria,
contra sus compatriotas judíos, quemando sus sinagogas,
saqueando sus tiendas (tras hacer añicos las lunas de cristal, de ahí
el nombre de “noche de los Cristales rotos”, en referencia a los
fragmentos de cristal que jalonaban las aceras). Aterrorizados y
traumatizados, los austríacos de origen judío se encerraron en sus
casas y abandonaron los lugares públicos: una presencia ausente.13
Y conmovedora para todos los que acabamos de leer esa frase
simple que lo dice todo: estados de ánimo de horror, de vergüenza,
de cólera, de tristeza…
Interesarse por los estados de ánimo no es únicamente un viaje
egocéntrico. El alma se define como «lo que anima a los seres
sensibles», es decir, vivos. El alma nos permite ir más allá de
nuestra inteligencia, o al menos intentarlo en otra dirección. Para el
filósofo André Comte-Sponville14 contamos con «el ánimo como
nuestra manera singular de habitar en el mundo (subjetivo) y con la
mente como la forma de habitar en lo verdadero, liberándonos de
nosotros mismos (objetivo)». La mente libera y el alma realiza.
De hecho, nuestros estados de ánimo incrementan nuestra
inteligencia vital: son el resultado de nuestra recepción del mundo,
incluso en los microsucesos (más adelante veremos que existe toda
una ciencia que estudia el inicio de los estados de ánimo a partir de
detalles minúsculos). Así pues, hay acontecimientos pequeños en la
vida que no provocan emociones intensas, pero que inducen
estados de ánimo.15 Recordemos: tras haber asistido a unas
escenas callejeras –un niño que llora, un mendigo que dormía la
mona y su miseria, una pareja que discutía–, todo eso, si ha
prestado atención, ha podido desencadenar en usted melancolía,
sin que esos sucesos tuvieran, por otra parte, un efecto en el curso
de su jornada o existencia. Aparentemente, esos sucesos no han
tenido un impacto tangible; pero interiormente, no dejan de flotar en
usted. ¿Quién sabe hacia dónde le conducirán?
La génesis de los estados de ánimo es compleja. No se trata, o al
menos no únicamente, de simples reacciones al entorno. En
algunas ocasiones, nuestros estados de ánimo estarán armonizados
con este –nos sentiremos contentos en ambientes alegres–, pero
otras veces no, a pesar de la alegría circundante, nos sentiremos
melancólicos. Entonces, a través de este efecto de contraste
seremos conscientes de nuestros estados de ánimo. Y también más
conscientes de nuestra diferencia, de nuestra singularidad, de lo que
nos separa de los demás, en este instante, o tal vez de manera
permanente. Por tanto, los estados de ánimo pueden ayudarnos a
comprender que algo no funciona en nosotros o a nuestro alrededor,
o bien al contrario –no nos olvidemos de los estados de ánimo
agradables–: que todo marcha sobre ruedas. Al igual que las
emociones señalan una ruptura de la continuidad en las
interacciones constantes, tranquilas, previsibles, que mantenemos
con nuestro entorno.16 Un detalle, nimio, y de repente, todo
cambia…
Desde luego, los estados de ánimo no son gran cosa, y pueden
mejorarse con pequeños detalles: una vaga depresión puede
disiparse gracias a la llamada telefónica de una amistad, o con un
paseo por el campo. ¿Pero realmente es poca cosa esa llamada o
ese paseo? ¿No es cierto que nuestros estados de ánimo nos llevan
a tomar consciencia de la naturaleza fundamental de esos
“pequeños detalles” de la vida, abriéndonos los ojos a su esencia
profunda de bendiciones y oportunidades, de los que los
movimientos de nuestro ánimo serían el reflejo, el aviso? ¿No podría
ser que nuestros estados de ánimo nos hablasen, de manera
discreta y suave, de lo que no funciona? ¿No podrían estar
expresando nuestra sensibilidad ante pequeños detalles, que la
inteligencia o la lógica nos recomiendan olvidar, como un tono de
voz, una frase perdida en una conversación, un gesto o una sonrisa
que se echan en falta o que resultan falsos?
Incómodo, este movimiento incesante e inestable de los estados
de ánimo, como una respiración que no cesa nunca. Sí, así es. Su
existencia se opone a toda forma de “climatización mental”, de
asepsia psicológica, a toda forma de estabilidad en nuestros
equilibrios internos. Para bien o para mal. A los hipersensibles e
hiperemotivos tal vez les gustaría tener menos estados de ánimo, o
menos intrusivos. En inglés se habla de personas moody, palabra
que nuestro antiguo término “lunático” traduce mal. Por eso decimos
más prosaicamente: «Fulano de tal está sujeto a estados de
ánimo…». Pero, por otra parte, los necesitamos de tal modo, de
cara a que nuestras vidas sean verdaderas vidas, que a veces nos
los “inyectamos” para sentirnos existir mejor. Como por ejemplo, al
asociarnos con el arte: música, pintura, escritura, cine… Al librarnos
a ciertos comportamientos “inútiles” pero importantes (todas las
cosas que son a la vez inútiles e importantes en nuestras vidas
ocultan estados de ánimo…). Tuve un vecino que todos los días
entraba en la habitación de su hija, que hacía años que se había ido
de casa, para correr las cortinas y abrir las ventanas. Tal vez hacía
creer a su esposa que era para ventilar la habitación. Pero yo
supongo, o prefiero soñar, que tras ese ritual materialista se
ocultaba la felicidad un tanto triste de poder respirar una vez más la
atmósfera de la habitación de una hija muy querida, de contemplar
todos los objetos que dejara, lashuellas palpables de su pasado, las
paredes entre las que la chica soñó y trabajó…
La vida se compone de sus acciones. Los estados de ánimo
también proporcionan densidad a nuestras existencias. Y si estas se
desarrollan alejadas de nuestros estados de ánimo, desaparecerá
aquello que nos convierte en seres humanos sensibles. Nuestras
vidas estarán vacías, sus fuentes interiores se secarán, nos
convertiremos en “almas muertas”, ese título tan potente de la
novela de Nicolás Gogol.17
ESTADOS DE ÁNIMO Y ESTADOS DEL CUERPO
Debate filosófico… Para Nietzsche: «Soy cuerpo totalmente, y nada
más. El alma es una palabra que designa una parte del cuerpo». A
lo que Alain responde: «El alma es lo que rechaza el cuerpo. Por
ejemplo, lo que se niega a huir cuando el cuerpo tiembla, lo que se
niega a golpear cuando el cuerpo se irrita, lo que se niega a beber
cuando el cuerpo tiene sed, lo que se niega a abandonar cuando el
cuerpo está horrorizado». Y Gustave Thibon evoca a la vez
esfuerzos y destino: «Hoy en día, tu cuerpo es más verdadero que
tu alma; mañana, tu alma será más verdadera que tu cuerpo».18
En todo caso, los estados de ánimo se sienten también en el
cuerpo. Cuando estamos tristes sentimos el corazón pesado, y nos
sentimos ligeros y energéticos cuando estamos de buen humor.
También está la espesura y gravedad de la melancolía, la dificultad
de estarse quieto con la impaciencia.
Los estados de ánimo pesan en el cuerpo, pero a cambio también
le influyen: veremos que toda forma de actividad física –que también
es cierto respecto a la luz– tiende a facilitar (ligeramente) estados de
ánimo positivos. Los ciclos en la mujer también están relacionados
con estas oscilaciones. Es el ciclo menstrual, en el que pueden
apreciarse, en los días que preceden las reglas, modificaciones
psicológicas como irritabilidad, ansiedad y labilidad del humor.19
Por eso, en nuestra vida cotidiana la inteligencia de nuestros
estados de ánimo pasa también por una inteligencia del cuerpo:
escucharlo, satisfacerlo, cuidarlo, sin pasarse ni obsesionarse.
ESTADOS DE ÁNIMO Y FORMAS DE PENSAR
«No hay nada en la mente que no estuviese antes en la
sensibilidad.» Esta máxima empirista (el empirismo es la corriente
filosófica que afirma que todas nuestras ideas provienen de la
experiencia) recuerda que si no somos almas puras, desapegadas
del cuerpo, ya no somos mentes puras: nuestra sensibilidad, que es
la propia de los estados de ánimo, dará forma a nuestras maneras
de pensar, que a su vez provocarán ciertos estados de ánimo.
Al igual que con el cuerpo, las influencias entre estados de ánimo
y pensamientos también son recíprocas, De hecho, se trata de las
dos caras de un mismo fenómeno, igual que las dos caras de un
naipe. El estado de ánimo es una mezcla indisociable de
pensamientos definibles e identificables, y de sensaciones
subjetivas más complicadas de expresar en palabras precisas. Pero
también es una creación original. Y no porque pensemos que tal o
cual cosa va a estar obligatoriamente asociada a tal o cual
sensación subjetiva.20 Un reconocimiento personal de éxito o
fracaso no tiene por qué ocasionar obligatoriamente estados de
ánimo agradables o desagradables, respectivamente. Todo se
recompondrá con mucha rapidez a partir de otros muchos
elementos de nuestra personalidad, de nuestro pasado. Por eso hay
éxitos amargos y dulces derrotas.
A menudo, en los estados de ánimo los pensamientos primero
son confusos, incompletos, como las nubes, que empujadas por el
viento, se deshilachan, descomponiéndose y recomponiéndose,
escapando a nuestra influencia. Como los abandonamos a ellos
mismos, esos pensamientos adheridos a los estados de ánimo viven
sus vidas, como niños de los que los adultos se olvidasen de cuidar,
de educar. Por eso se habla de estados de ánimo y no de estados
mentales: se trata de un pensamiento natural, salvaje, arcaico. Pero
de ninguna manera inútil. Así pues, al llevar a cabo muchas tareas
nos mostramos más capacitados bajo el efecto de una ligera
actividad emocional (no se trata de provocar una emoción fuerte,
sino más bien de estados de ánimo). También los ratones de
laboratorio aprenden mejor sus tareas bajo la influencia de
emociones moderadas y apropiadas. Y su capacidad se viene abajo
si se les impide sentir esas emociones al seccionarles el nervio
vago, que les informa sobre el estado de su cuerpo.21
Asimismo, se sabe que, en lo que se ha venido en llamar
intuición, estamos informados por una percepción subliminal, que
activa pensamientos inconscientes y emociones sutiles. Todas las
veces en las que sentimos que alguien nos está mintiendo u
ocultando alguna cosa, nuestra intuición reposa de hecho en la
percepción inconsciente de asimetrías en el rostro de nuestro
interlocutor y de otras pequeñas y diversas incoherencias.22 Esa
percepción provoca el estado de ánimo de duda que resulta tan
típico: uno se siente incómodo físicamente, un poco oprimido e
intelectualmente perplejo, carente de argumentos para contradecir al
otro, pero con la convicción íntima de que algo no acaba de
funcionar. Este tipo de duda no es tan sólo una experiencia
intelectual: también dudamos, sobre todo, en la incomodidad de
nuestras carnes.
SÍNTESIS: LOS ESTADOS DE ÁNIMO
SON EMOCIONES SUTILES ASOCIADAS A PENSAMIENTOS
Las emociones ocupan siempre el centro de los estados de ánimo,
pero a menudo sin la evidencia de las tendencias a la acción
asociadas a las vivencias emocionales claras. Por ejemplo, cuando
uno está encolerizado (emoción fuerte), se grita y nos acercamos al
otro (sin que necesariamente nos demos cuenta de ello, que es lo
que significa el término “tendencia a la acción”). Pero cuando se
está simplemente irritado (estado de ánimo), se tiene más bien
necesidad de apartarse de lo que nos irrita (porque se siente que es
mejor para no calentar el conflicto). La cólera nos saca “de nosotros
mismos”, mientras que podemos controlar y ocultar nuestra
irritación.
Los estados de ánimo están embargados por emociones “que
están por dentro”, sin la visibilidad corporal y conductual de las
emociones fuertes. Una tristeza profunda nos sumerge en la
postración y la inmovilidad, mientras que la melancolía no nos
impide obligatoriamente continuar actuando, sin que tal vez nadie se
percate de qué nos sucede.
Nuestros estados de ánimo son por ello los primos evolucionados
de nuestras emociones, que se han quedado anticuadas y son más
rústicas. Son, por así decirlo, emociones sutiles; a diferencia de las
grandes emociones llamadas “primarias”, elementales.
Entre las diferencias de los estados de ánimo y las emociones
primarias sobresalen que los primeros son más duraderos y menos
intensos, pero menos influyentes. Pero no obstante, lo que es débil
y discreto, y de lo que nos olvidamos con facilidad y cuya fuerza
subestimamos, puede llegar a estropearnos el día, como sucede en
el caso de una pequeña culpabilidad agazapada en algún lugar, y
sobre todo, tienen un impacto más global, pues no sólo existen
como respuesta a una situación dada (la “situación
desencadenante” de la emoción fuerte), sino que también dependen
de nuestro vínculo con el mundo.
Los estados de ánimo no cuentan forzosamente con un objeto
preciso, como ocurre en el caso de las emociones. Y no obstante
tienen fuentes, orígenes, aunque no siempre nos resulten claros.
Las emociones son por lo general una “respuesta” a algo que nos
sucede. Pero en el caso de los estados de ánimo no siempre es
así,23 pues pueden llegarnos del interior, ser autoproducidos.
Las emociones radicalizan y simplifican nuestra percepción de los
acontecimientos; los estados de ánimo la complican, pero en
contrapartida la tornan más útil.
Las emociones son “agitadores sociales” que modifican nuestra
relación con los demás y con el mundo,24 y los estados de ánimo
son más bien “agitadores internos” que modifican nuestra relación
con nosotros mismos y nuestra visión del mundo (lo que también
puede empujarnos a cambiar muchas cosas, pero más lentamente).
Las emociones nos empujansobre todo hacia la acción externa, y
los estados de ánimo lo hacen sobre todo hacia la reflexión interior.
Los estados de ánimo pueden proliferar en la estela de las
emociones fuertes, como una cola (el estado en el que nos hallamos
tras una gran alegría o una gran decepción…). Y pueden también
representar el terreno que las facilita: la melancolía puede facilitar
los bajones depresivos y la tristeza. El resentimiento puede preparar
las llamas de la cólera. El pánico quizás explotar en un fondo de
ansiedad. Nubarrones antes de la tormenta, y después el frente
frío…
Todos los estudios demuestran que nuestra vida emocional se
desarrolla a menudo a un nivel emocional mucho más discreto que
intenso: bajo la forma de estados de ánimo más que de emociones
fuertes. Los trabajos sobre la selección de nuestros estados
interiores sugieren también –buenas noticias– que los estados de
ánimo positivos son más frecuentes que los negativos (mientras que
la gama de emociones negativa es más extensa): alrededor del 74%
positivos y el 25% negativos (sobre un total de 17.000 “muestras” de
estados de ánimo instantáneos).25 Hablaremos de ello más
adelante.
Según esas investigaciones sobre personas en situación de “vida
verdadera” (voluntarios que continúan sus actividades cotidianas y
que sólo han de anotar sus estados de ánimo en el instante en que
les suena una pequeña alarma en el bolsillo), la trama de nuestras
jornadas consistiría, pues, en un clima emocional bastante
templado, más bien complejo y mezclado.
Pasamos poco tiempo bajo la influencia de cóleras intensas, y
mucho más bajo la de nuestras irritaciones. Más tiempo
melancólicos que verdaderamente desesperados. Más tiempo con
pequeñas preocupaciones que con grandes crisis de ansiedad.
Escasez relativa de emociones fuertes en presencia
sobre todo de estados de ánimo, a partir de una
muestra de 10.169 observaciones en momentos al
azar, realizada con 226 personas.26
Intensidad sentida
Muy poca o
ninguna
Un
poco
Mucho
Estados emocionales
negativos
Miedo 73,8% 22,6% 3,6%
Tristeza 66,5% 28,7% 4,9%
Cólera 74,8% 20% 5,2%
Asco 67,1% 27,5% 5,4%
Culpabilidad 77,2% 19% 3,8%
Desdén 74,7% 21% 4,3%
Media 72,4% 23,1% 4,5%
Estados emocionales
positivos
Alegría 33,4% 47,9% 18,7%
Interés 30,5% 54,5% 15%
Excitación 38,4% 43,3% 18,3%
Media 34,1% 49,5% 17,3%
ESTADOS DE ÁNIMO Y HUMANIDAD
Ser humano es ser capaz de reflexionar sobre uno mismo, sobre la
propia coherencia y sus motivaciones. ¿Quién soy yo? ¿Por qué
estoy aquí? ¿Por qué me levanto por la mañana? Eso es lo que se
denomina consciencia reflexiva: la extraordinaria aptitud de poder
tomarse uno mismo como objeto de reflexión, ser capaz de
autoanalizarse. Los estados de ánimo son mucho más importantes
incluso que el pulgar opuesto (que se suponía que caracterizaba al
ser humano, y que le habría reportado incontables beneficios con
respecto a los simios): opuestos a nuestra animalidad y nuestros
reflejos.
Los animales tienen emociones, los seres humanos cuentan
además con los estados de ánimo: una consciencia de sus
emociones, de pensamientos sobre esas emociones. Pero…
Parece que algunos animales pudieran acceder a estados de
ánimo, como, por ejemplo, los elefantes. Se ha hablado del ejemplo
de una elefanta «haciendo girar el cadáver de su pequeño con la
trompa y los pies durante varios días». Es cierto que es posible
hablar de simples reflejos de apego y condicionamiento. Pero eso
no parece muy respetuoso ni compasivo con respecto a la pobre
madre elefanta, además de que existen otros ejemplos más
perturbadores. Siguiendo con los elefantes, se ha observado a un
grupo familiar que ha velado durante toda la noche el cadáver de
uno de los suyos, asesinado por cazadores furtivos, o incluso a una
cría de elefante que manipula y olisquea atentamente los huesos
que pertenecieron a su madre.27 ¿Cómo imaginar, pues, que
nuestros primos animales carezcan de estados de ánimo?
Digamos más bien que entre los animales dotados de
autoconsciencia, los seres humanos son con mucho los que cuentan
con estados de ánimo más complejos, sobre los que pueden meditar
y expresarse infinitamente, hasta el punto de que esos estados de
ánimo pueden empujarles a modificar el curso de su existencia.
Por eso, carecer de estados de ánimo es comparable a poner la
propia humanidad entre paréntesis. Desconfiemos de quienes
declaran “carecer de estados de ánimo”. Por otra parte, no es
posible no tener. Se pueden reprimir, disimular, negar. Pero
entonces se está negando la propia humanidad, y estamos
privándonos de lo mejor que esta puede aportarnos: la
introspección. Esta dialéctica de “sentir” frente a “comprender”, del
saber por experiencia frente al saber a través del conocimiento,
debe pues conducirnos a aceptar, observar y amar nuestros estados
de ánimo. No descuidemos ningún medio de conocimiento y acceso
a ese mundo tan complicado…
FECUNDIDAD DE LOS ESTADOS DE ÁNIMO
Los estados de ánimo me apasionan. Me maravillo ante la
complejidad de esta experiencia cotidiana y a menudo inexpresable,
ante estos estados de ánimo que representan tantos instantes
únicos, íntimos, identitarios, integradores…
Por eso, en mi trabajo de psiquiatra, nunca me he aburrido con un
paciente. Jamás. A veces, los más sensibles de entre ellos temen
no ser “buenos” pacientes, y me dicen, preocupados: «Tengo miedo
de aburrirle con mis pequeñas y vanas historias». Pero no, ¡eso
nunca me aburre! Porque sus historias son interesantes, porque me
sorprenden y salgo ganando. Hay días en los que estoy cansado, no
acabo de estar en forma, días en los que mis propios estados de
ánimo perturban mi capacidad de escuchar. Entonces puede que
tenga ganas de bostezar o que se me cierren los ojos. Pero son mis
problemas que me absorben o me ponen trabas, pero sus historias
no me aburren. Me encanta escuchar los estados de ánimo –como
el sonido de las conchas que reproducen el mar–, que me abren la
mente a un murmullo todavía más lejano…
2. DOLORES Y DULZURAS
DE LOS ESTADOS DE ÁNIMO
«Resumiendo, que me gustaría tener un mensaje positivo que transmitirle. Pero no lo
tengo. ¿Le sirven dos negativos?»
WOODY ALLEN, Monólogo
«¿Qué tal, Faustine, estás hoy de buen humor?»
«Detesto esa pregunta, ¡me pone de mal humor!»
Lo dice entre risas, pero el padre comprende que no debe insistir
ni seguir adelante con su tentativa de investigar los estados de ánimo
de su hija adolescente. Aunque no parece gran cosa, la pregunta se
las trae y es demasiado intrusa. Y no respeta el pudor relativo a la
intimidad psicológica –y la dificultad de ponerla en palabras–, tan
frecuente a esa edad. Pero la anécdota nos muestra también la
proximidad de nuestras dos grandes familias de estados de ánimo,
positivos y negativos.
ESTADOS DE ÁNIMO POSITIVOS Y NEGATIVOS
La organización de nuestro cerebro y de nuestro sistema nervioso
nos empuja claro está a atribuir dos tonalidades únicas a todo lo que
sentimos y a todo lo que nos sucede: ¿es esta experiencia agradable
(tonalidad positiva) o desagradable (tonalidad negativa)?
Este funcionamiento de nuestras sensaciones “elementales”
reposa sobre bases evolutivas: en lo más bajo de la escala de lo que
está vivo y animado (paramecios, insectos), las sensaciones se
reparten así, a fin de incitar a acercarse a lo que facilita la
supervivencia, y a huir de lo que la amenaza. ¡Nuestros estados de
ánimo empiezan así!
Y las investigaciones neurocientíficas demuestran que nuestro
cerebro aprehende el mundo de esta manera simplificada:1 en
“bueno-malo”, o “agradable-desagradable”. Ello antes de añadir a
continuación, a medida que van madurando nuestras capacidades
cerebrales, análisis cada vez más detallados como “deseable-
indeseable” (aparición de capacidades de anticipación), “buen
recuerdo-mal recuerdo” (capacidades de la memoria), etcétera.
Como animales estamos programados para sentir estados de
ánimo positivos y negativos. Pero a continuación introducimos, en
tanto seres humanos, un poco de sutileza y complicación en la
historia…¿MÁS ESTADOS DE ÁNIMO NEGATIVOS QUE POSITIVOS?
«Lo que resulta triste, al menos para el ser humano común, es que
vayamos a morir, es que no seamos felices, o tan poco, o tan mal, es
que siempre demos vueltas al mismo círculo, sin poder salir.»2 En su
largo poema filosófico De la nature (Sobre la naturaleza de las
cosas), el autor latino Lucrecio (del que por otra parte se considera
que se suicidó) ofrece una versión sombría y atormentada de su
visión epicúrea del mundo. Sí, epicúrea, pues Lucrecio es un filósofo
epicúreo, cuya obra nos recuerda que el epicureísmo no es el
hedonismo simplificado que se cree hoy en día. También cuenta con
una cara sombría y grave. Pero Lucrecio no es el único, ni mucho
menos. Hay otros muchos que pensaron como él. Pessoa, sin ir más
lejos: «La vida, para la mayoría de los seres humanos, es algo
pesado y tedioso, que se vive sin hacerle caso, una cosa triste
entrecortada con entreactos alegres, algo que se parece a los chistes
que se cuentan, durante los velatorios fúnebres, para pasar las horas
tranquilas de la noche».3
¿Está el ser humano condenado a luchar toda su vida contra sus
tendencias neurasténicas y contra la tristeza o el vacío de la
existencia? ¿O bien esos teóricos del sufrimiento, esos
“melanómanos”,4 no son más que víctimas de sus propias tendencias
depresivas, seres humanos que han fracasado a la hora de crear su
felicidad, y que, como todos nosotros, tienden a convertir sus
estados de ánimo personales en una visión universal?
No obstante, a favor de su postura disponen de algunos
argumentos de cierto valor. Por ejemplo, en todas las lenguas existen
muchas más palabras para describir los estados de ánimo negativos
que positivos.5 ¿Qué refleja este predominio, en nuestras palabras y
quizá también en nuestro cerebro? ¿Una necesidad (es la teoría
evolutiva)? ¿Errores de percepción sesgada en nuestra relación con
el mundo (es, por ejemplo, el famoso “efecto Zeigarnik”)? ¿O el
reflejo de una realidad (la vida es dura)? Intentemos verlo con mayor
claridad.
¿MÁS ESTADOS DE ÁNIMO NEGATIVOS
QUE POSITIVOS? ES PORQUE HAY QUE SOBREVIVIR
Las teorías denominadas “evolutivas” subrayan que todo lo que
existe en el ser humano, tanto lo psíquico como lo mental, tiene, o ha
tenido, una utilidad para la supervivencia de la especie (y en todo
caso, para la suya propia).
Así pues, si nos situamos frente a una pantalla de ordenador: 1) en
respuesta a la pregunta: «¿Ha entrevisto una palabra?»,
detectaremos con más rapidez una palabra negativa que una
positiva, aunque ambas estén presentes de manera subliminal
(demasiado rápidas para que pudiéramos “verlas” conscientemente);
2) en respuesta a la pregunta: «Esta palabra, ¿era positiva o
negativa?», sabemos decir mejor, con menor margen de error, si la
palabra era negativa (mientras que, para las positivas, las respuestas
no difieren de las que habríamos ofrecido al azar), y 3) por el
contrario, si se nos pide el sentido de la palabra negativa que hemos
creído percibir, no sabemos responder (normal, todo pasa demasiado
deprisa, y este cerebro primitivo que pilota nuestra detección de los
peligros es refractario al aprendizaje de la lectura).6 Dicho de otro
modo, es un poco como si nuestro cerebro estuviese hecho para
detectar los peligros incluso ante de comprenderlos y analizarlos.
Muchos estudios ofrecen resultados de este tipo, por ejemplo
respecto a nuestra aptitud para captar con mayor rapidez en un
grupo las caras hostiles que las benévolas.7
La detección de lo que es negativo es, pues, más rápida, pero
también conlleva una reacción de increíble intensidad (y por tanto
con un impacto más fuerte en nuestras actitudes). Si se estimula el
cerebro de voluntarios presentándoles imágenes de las denominadas
“emocionales” (como los rostros sonrientes u hostiles, de personas
desnudas o de escenas de violencia) o bien “neutras” (rostros
inexpresivos u objetos domésticos), se obtendrán respuestas
cerebrales automáticas (bajo la forma de potenciales eléctricos
localizables en un electroencefalograma, y evidentemente
involuntarios) más importantes tras las imágenes emocionales que
después de las neutras. Así pues, reacciones más importantes si
están presentes emociones o estados de ánimo, pero también más
duraderas en los estímulos emocionales negativos que en los
positivos. No hay duda de que nuestro cerebro ha sido concebido
para hacer que nos concentremos en las posibles fuentes de
conflicto.8
Por todo ello, queda claro que estamos “cableados” cerebralmente
para que nuestra atención se fije con mayor rapidez, con más
intensidad y durante más tiempo en situaciones que inducen
reacciones y emociones negativas: la supervivencia obliga.
¿Estamos por ello condenados a la depresión y a la angustia a causa
de la propia constitución de nuestro mecanismo cerebral? Tal vez, y
es una opción, frente a situaciones peligrosas e incluso inciertas.
Pero, además, una vez que el peligro ha pasado y la situación se
comprende o arregla más o menos, deberemos trabajar para retornar
a estados de ánimo más agradables, para reconstruir nuestro
bienestar. Y lo que no está mal es que distintos trabajos muestran
que nuestro cerebro también dispone de la capacidad de analizar (no
detectar, sino analizar para comprender) las informaciones positivas
con mayor rapidez que las negativas. Sin duda porque como resultan
menos amenazadoras, requieren de menor vigilancia,
permitiéndonos dedicar más tiempo a la reflexión que a la acción
(obligatoria en caso de existir un peligro). Pero también, según
algunos estudios, porque los conceptos “positivos” son más simples
y originales. Por ejemplo, en cuanto a los estados de ánimo, se dice
feliz e infeliz, pero no triste e intriste. El estado de ánimo positivo
suele ser el primero, y el negativo, el segundo, construido por
oposición al positivo. De la misma manera, hacen falta menos
palabras para decir: «María está aquí», que: «María no está aquí».
Las ideas e imágenes positivas serían, pues, lógicamente, más
simples de memorizar. Por eso parece que nuestra memoria (al
menos para la mayoría de nosotros) almacena más recuerdos de
tonalidad positiva que negativa.9 Pero esos estudios se ocupan de
voluntarios sin sufrimientos psíquicos, y las cosas son algo distintas
cuando sufrimos de enfermedades ansiosas o depresivas. Y
además, un acopio de recuerdos positivos, sobre todo si son
inconscientes, no crean la felicidad por sí mismos.
Si el hecho de pertenecer a la especie humana nos impone un
pliego de condiciones que valora la “sobreatención” como negativa (y
los estados de ánimo acompañantes), parece que al menos
contamos con una segunda oportunidad… Un poco cmo en la
historia de la Bella Durmiente: recordamos que tras la maldición de la
bruja («Te pincharás con una rueca y caerás en un sueño profundo
para siempre»), siempre quedó un hada. Esta no pudo anular el
malvado sortilegio (al igual que nuestros esfuerzos no pueden
suprimir las tendencias naturales), pero sí que pudo lanzar una
contra-maldición («Sí, de acuerdo, pero vendrá un príncipe
encantador que te sacará de ahí…»). Y en lo tocante a nuestro
cuento, el hada de los estados de ánimo, inclinada sobre nuestra
cuna, dijo: «Muy bien, pequeño humano, tus emociones te
empujarán de manera natural a tener miedo y a estar triste, pero te
salvarán tus estados de ánimo (si los trabajas bien…)».
Aptitud animal frente a las emociones negativas, para reaccionar.
Aptitud humana frente a los estados de ánimo, para reflexionar…
¿MÁS ESTADOS DE ÁNIMO NEGATIVOS
QUE POSITIVOS? ES EL “EFECTO ZEIGARNIK”
Nuestros automatismos hacia lo negativo también pudieran tener otro
origen, el de un sesgo de memoria, como en el famoso “efecto
Zeigarnik”, un clásico de la psicología experimental.10 Se trata de la
tendencia que tenemos de recordar mejor (pero también, claro, a
darle más vueltas) una acción o tarea si esta ha sido interrumpida. El
experimento original de la psicóloga rusa Bluma Zeigarnik consistía
en pedir a niños que efectuasen, en el transcurso de una jornada,una veintena de pequeñas tareas (a base de plastilina, perlas y otros
rompecabezas). Ella les dejaba terminar la mitad de las actividades,
pero se las arreglaba para que las demás quedasen inacabadas.
Poco después, a los niños se les pidió que recordasen todo lo que
habían hecho. Las tareas que quedaron inacabadas fueron citadas
unas dos veces más que las otras. La hipótesis de Zeigarnik fue que
la pequeña tensión inducida por el hecho de tener “cosas que hacer”
queda aplacada por su finalización, lo que facilita su olvido
consciente (pero sin duda no inconsciente; por ejemplo, nuestros
éxitos nos sirven para construir una red de recuerdos positivos
inconscientes que nos volverá a servir más tarde). Mientras que no
haber podido finalizar algo empezado se memoriza mejor sin duda
porque la tensión de las “cosas que hacer” no ha sido aplacada. Eso
asocia el recuerdo a una emoción negativa que facilita su
emergencia en la consciencia.
Volveremos a hablar de ello al abordar los estados de ánimo de
inquietud y ansiedad pues, para la mayoría de los seres humanos,
podría ser una consigna, una divisa: «¡Finalizar apacigua!».
En lo tocante a nuestras vidas modernas podríamos por otra parte
preguntarnos si la multiplicación infinita de las interrupciones,
peticiones, estímulos, si la fragmentación extrema de nuestros
trabajos y actividades, si todo ello no producirá en realidad una
gigantesca sucesión de interrupciones y frustraciones, de las que ni
siquiera somos conscientes. Pero que abocan sobre nosotros esos
estados de ánimo negativos que tanto nos pesan…
¿MÁS ESTADOS DE ÁNIMO NEGATIVOS
QUE POSITIVOS? ES QUE LA VIDA ES DURA
La última de nuestras hipótesis: sufrimos con más facilidad porque
simplemente, ¡la vida es dura! Se sabe, por ejemplo, que existe un
vínculo muy claro entre el número de sucesos vitales adversos y el
riesgo de presentar una depresión.11
Pero también sucede lo siguiente: se gime y se sufre cuando la
vida es dura, pero no se canta, o al menos no en voz alta, ¡cuando
es tierna! Los sucesos de la vida y las situaciones desfavorables
inducen sobre todo más estados de ánimo negativos que los
positivos que inducen sus homólogos favorables. Nos irritamos
cuando el calentador del agua se estropea, pero no nos regocijamos
por tener agua caliente todas las mañanas. Y no obstante,
¡deberíamos hacerlo a título de ejercicio de lucidez y felicidad!
También en esta cuestión existen numerosos trabajos que
demuestran la existencia del fenómeno.12
Por otra parte, existe un fenómeno todavía más sorprendente que
puede hallarse regularmente en las investigaciones sobre los
estados de ánimo: en el origen de los estados de ánimo negativos
hay, por lo general, sucesos vitales estresantes. Mientras que en el
origen de los estados de ánimo positivos se descubre, por lo general,
bien un buen funcionamiento corporal (por ejemplo, haber realizado
una actividad física, o haber pasado una buena noche), o
interacciones sociales agradables (haber pasado un buen momento
con otros seres humanos), más que sucesos vitales positivos y
memorables.13 Claro está, los sucesos favorables también ayudan a
sentir estados de ánimo agradables, pero su presencia no es
necesariamente obligatoria. En cuanto a la duración, lo que parece
decisivo es sobre todo que se sumen regularmente placeres físicos y
sociales.
TENDENCIAS GLOBALES ASOCIADAS
A LOS ESTADOS DE ÁNIMO POSITIVOS O NEGATIVOS:
DISFRUTAR O CONTROLAR, ABRIRSE O CERRARSE,
DILATARSE O CONTRAERSE…
Los estados de ánimo positivos están ligados a actitudes de
acercamiento, mientras que los negativos inciden más bien en el
retraimiento o la evitación. Puede descubrirse ahí su filiación con las
emociones, una de cuyas funciones es dictarnos nuestros primeros
reflejos frente a situaciones perturbadoras o repentinas. Por ello, se
sienten estados de ánimo de aproximación: interés, curiosidad,
entusiasmo; y estados de ánimo de evitación: irritación, desdén,
asco, inquietud.
Estas actitudes también pueden, no sólo preceder, sino derivar
resultados de la proximidad de personas o situaciones. Si el
acercamiento es gratificante o tiene el éxito como resultado,
entonces se siente alegría, placer, buen humor, que facilitarán otros
acercamientos. Pero si resulta que su resultado es un fracaso o
disgusto, uno se llena de tristeza, decepción, resentimiento y
aversión, que comprometerán o frenarán otros acercamientos.
Los estados de ánimo positivos facilitan la amplitud de nuestra
perspectiva del mundo. Cuando somos felices, nos sentimos
seguros, disfrutamos, estamos dispuestos a contemplar y admirar lo
que nos rodea. Los estados de ánimo negativos nos incitan, por su
parte, a concentrarnos en lo que nos parece peligroso o
problemático. Y cuando (como en la inquietud o el miedo) miramos
con atención a nuestro alrededor, no lo hacemos con una mente
abierta y dispuesta a abrazar la belleza o la novedad, sino con una
mente cerrada y encogida con un único objetivo y una única
pregunta: ¿existe peligro, sí o no? El resto no nos interesa nada.
Contemplamos los detalles del mundo, más que su belleza.14
Finalmente, los estados de ánimo negativos nos abocan a un
“tratamiento de la información” más lento, prudente, atento y
minucioso, que los científicos llaman “procesal”. Paso a paso y nada
deprisa, ¡como si se caminase por un terreno minado! Nos da
entonces la impresión de que el tiempo pasa muy lentamente.15
Mientras que los estados de ánimo positivos nos conducen a una
perspectiva del mundo que nos rodea más bien rápida, global e
intuitiva, llamada “heurística”: ¡se salta psicológicamente!16
Estas constataciones psicológicas y científicas han sido, como
siempre, presentidas por poetas y filósofos. En su libro La Joie
spacieuse, el filósofo Jean-Louis Chrétien afirma que: «la alegría nos
torna más vivos en un mundo más vasto». Nos recuerda que «desde
el momento en que aparece la alegría, todo se amplía», y propone
esta bella imagen de «la alegría crecida». También demuestra que
esta cuestión de la alegría, y de todas las disposiciones y estados de
ánimo que le corresponden, es también lo que puede hacernos más
fuertes y lúcidos: «Solamente cuando se amplía el espacio puede
reforzarse el corazón, y sólo cuando el corazón se refuerza y se
profundiza el espacio, podemos ver y vivir».17
¿PARA QUÉ SIRVEN LOS ESTADOS DE ÁNIMO POSITIVOS?
Las principales consecuencias de los estados de ánimo positivos
son: aceleración, apertura y expansión en nuestra relación con el
mundo. Están adaptados a los entornos seguros, en paz. Ahora
abordaremos en detalle algunas de sus virtudes y las enseñanzas
que podemos extraer de cara a nuestra cotidianidad.
En general, los estados de ánimo positivos nos permiten mejorar el
autocontrol. Es decir, nos ayudan a desarrollar comportamientos que
necesitan de una contención inmediata a fin de obtener beneficios
diferidos, como por ejemplo, esforzarnos hoy (régimen, ejercicio) de
cara a la salud del futuro.18 En parte, esa es la razón por la que las
tendencias depresivas suelen estar asociadas a “comportamientos
de salud” defectuosos (consumo exagerado de alcohol, tabaco y
menos ejercicio físico). Y también la razón por la que las personas
que siguen un régimen dietético, o consumen demasiado alcohol o
tabaco, son tal vulnerables a las oscilaciones de sus estados de
ánimo: muchas recaídas están vinculadas a los ataques de
melancolía.
Los beneficios de los estados de ánimo positivos aparecen
rápidamente: los niños de buen humor son capaces de demostrar un
autocontrol mejor, así como de esperar más tiempo a fin de obtener
una recompensa más importante (cuando, por ejemplo, se les dice:
«Puedo darte un caramelo enseguida o dos al cabo de cinco
minutos, ¿qué prefieres?»).19
Los estados de ánimo positivos también proporcionan más
discernimiento de cara a las metas que hay que marcarse para
triunfar. Si se está bien mentalmente, se obtendrán las cosas con
más facilidad porque nos cuidaremos (inconscientemente) de utilizar
sobre todo enfoques que impliquen unasopciones razonables de
éxito.20 Mientras que los sujetos sumergidos en estados de ánimo
más dolorosos se arriesgan, eso cuando no son víctimas de
renuncias prematuras, a realizar elecciones por encima de sus
fuerzas o capacidades y, en este segundo caso, como también
tendrán tendencia a ser menos flexibles mentalmente, persistirán
demasiado.
Por otra parte, estar de buen humor no nos vuelve ciegos y sordos
frente a lo que no funciona o podría mejorarse, y no nos impide
evolucionar. Por ello se ha demostrado que existe una mejor
disposición a escuchar críticas cuando se dirigen a personas que
disfrutan de un humor positivo.21 ¡Y son tantos los jefes que
provocan malos ambientes, en la creencia de que demasiado
bienestar favorece la indolencia! (fotocopie esta página para
mostrársela, pero antes póngales de buen humor con un par de
buenos chistes, para que puedan soportarlo…).
Los estados de ánimo positivos también nos tornan más
persuasivos,22 y nos ayudan a memorizar mejor lo que nos es de
utilidad.23 En la “vida de verdad” (los estudios suceden en el
laboratorio), eso explicaría por qué es importante crear un ambiente
afectivo positivo en el trabajo, o en la enseñanza, si se pretende que
nuestros consejos sean mejor escuchados y retenidos.
Preferimos los estados de ánimo positivos, pero también
deberíamos saber que, en su tendencia a la generalización rápida,
pueden ilusionarnos con amabilidad. Así pues, a menudo
consideramos nuestro humor como una fuente de información. Nos
damos cuenta de ello con la tristeza, pero también es aplicable al
buen humor. Por ello la mayoría de las personas están más
satisfechas con su vida cuando hace Sol.24 Pues el Sol mejora
nuestra moral: ¿mejora por tanto nuestra vida? (reflexionando sobre
ello, no parece tan absurdo). De manera general, las investigaciones
confirman esta tendencia a juzgar nuestra existencia de forma
positiva tras ponernos de buen humor.25 Pero los estados de ánimo
negativos tienen el mismo efecto, el mismo poder de influir de forma
general sobre nuestros juicios y opiniones. Por ejemplo, pasamos
una noche de insomnio. Si le preguntamos a alguien acerca de su
estado de felicidad después de que haya pasado una noche en
blanco, no será desde luego fantástico.26 De la misma manera,
cuando se pide a voluntarios que piensen en un problema existencial
dado, por término medio lo considerarán más grave y preocupante
por la tarde (cuando empiezan a sentir cansancio) que por la
mañana.27
Lo que puede darnos seguridad es que una vez informados ya no
nos metemos en un “atolladero”: si nos avisan de que el Sol o de que
nuestros pequeños éxitos influyen en la evaluación de nuestra
satisfacción existencial, podremos juzgar con más frialdad (no tiene
por qué ser necesariamente una lástima).
Pero seguimos teniendo ahora y siempre la capacidad de sopesar
nuestros estados de ánimo mediante el discernimiento.
¿PARA QUÉ SIRVEN LOS ESTADOS DE ÁNIMO NEGATIVOS?
Examinemos a continuación el impacto de los estados de ánimo
negativos, de esas “pasiones tristes” del filósofo Spinoza.
Como hemos visto, los estados de ánimo negativos llevan a
concentrarse en detalles, a ahogarse en un vaso de agua, o a
desvivirse por nimiedades. Por ello favorecen los comportamientos
de control excesivo, sobre todo en personas ya predispuestas,
minuciosas u obsesivas.28 Inducen también una tendencia a la
ralentización: uno de mis pacientes me contaba que a menudo se
sentía “ralentriste” en sus malos momentos. Los estados de ánimo
negativos llevan, contrariamente a lo que suele creerse, a ocuparse
menos de uno mismo y de su salud.29 Se cavila sobre todo dándole
vueltas al miedo a la enfermedad, pero a fin de cuentas uno acaba
preocupándose menos de la propia salud que la gente más alegre.
La inducción de estados de ánimo de tristeza incita, si a
continuación uno se enfrenta a estímulos tentadores, a abandonarse
a ellos: comprar cosas inútiles, consumir alimentos o substancias
que nos prometen un bienestar inmediato, como azúcares, alcohol,
café, tabaco…30 ¿Pero entonces cómo se explica lo que sucede en
la depresión, donde normalmente se considera que la persona no
tiene necesidad de nada? Recuerde el poema de Mallarmé: «La silla
está ahí triste, y yo he leído todos los libros…». De hecho, no
siempre es cierto. En primer lugar, el estado depresivo también
puede estar constituido por abandonos a placeres malsanos o poco
valorados, como comer, beber y fumar en exceso (lo que de paso
mina la autoestima y agrava la depresión). Se trata entonces de
estados de ánimo tristes, de pre-depresión, más que de enfermedad
depresiva clara. La tendencia hacia el aborrecimiento de todo no se
ha producido todavía, y uno puede seguir sintiéndose atraído,
justamente porque se está mal, hacia esas fuentes de placeres
facilones, que no requieren ningún esfuerzo. Pero, a continuación,
¡cuidado con los autocastigos! Como se sabe que “está mal” uno va
a sentirse culpable de beber, fumar, comer y de gastar dinero
inútilmente. Quizá también nos lo reproche nuestro entorno. Y se
sabe que la inducción de culpabilidad, a un nivel consciente o
inconsciente, nos torna menos indulgentes con nosotros mismos, y
más inclinados a castigarnos las transgresiones…31 Es el peligro de
los estados de ánimo negativos: aunque la dimensión de
autorreparación es fundamental en nuestros equilibrios internos,
estos nos empujan más bien al autocastigo y la irritación contra
nosotros mismos, cuando vamos mal. Tienden a encerrarnos en un
círculo vicioso, al contrario que los estados de ánimo positivos, que
pueden ayudarnos a salir de ahí.32 Sobre todo, cuando estamos
melancólicos, no hay que descuidar los pequeños placeres (paseos o
encuentro con los amigos). Y comprender bien la dinámica global de
todos nuestros estados de ánimo.
ARITMÉTICA DE LOS ESTADOS DE ÁNIMO:
POSITIVOS Y NEGATIVOS NO SE ANULAN ENTRE SÍ
Al contrario de lo que se piensa a veces, ver aumentar los propios
estados de ánimo negativos no impide obligatoriamente sentir los
positivos. Y a la inversa, el aumento de estados de ánimo positivos
no siempre suprime los negativos. Se ha comprobado que ciertos
estados de ánimo, como la nostalgia o la tristeza, pueden ser mixtos.
Así pues, el vínculo entre estados de ánimo positivos y negativos no
es unidimensional, con más positivos cuantos menos negativos, y al
contrario. En la figura que aparece a continuación está representada
esta visión errónea de nuestros estados de ánimo, en forma de una
cuerda que pudiera estirarse de un lado o del otro, con un estado de
neutralidad en el centro.
Modelo unidimensional de los estados de ánimo
Pero, en realidad, el funcionamiento de nuestros estados de ánimo
obedece a un registro más bien bidimensional (como aparece
indicado en la segunda figura). Por ello es frecuente encontrarse en
un estado en el que se mezclan ambas dimensiones, positiva y
negativa, de los estados de ánimo. Por ejemplo, la tensión vinculada
al estrés puede ser a la vez excitante y agotadora, reposando, pues,
sobre estados de ánimo negativos y positivos elevados. El
sufrimiento depresivo está basado en estados de ánimo negativos
elevados y positivos bajos. Los estados de ánimo del bienestar están
asociados a un nivel elevado de estados de ánimo positivos y bajo
de estados de ánimo negativos. Finalmente, el vacío de la apatía
resulta de un nivel bajo de estados de ánimo positivos y negativos.
Modelo bidimensional de los estados de ánimo
Otra observación respecto a esta bidimensionalidad: la ausencia de
estados de ánimo negativos no desemboca obligatoriamente en
estados de ánimo positivos. Cuando todo marcha bien materialmente
a mi alrededor, no me siento estresado ni feliz, sino tranquilo (dicho
lo cual, según los entornos en los que evolucionamos, ¡la tranquilidad
puede ser un estado de ánimo que ya tiende hacia lo positivo!).
Reprimir los estados de ánimo negativos cuando se nos dice: «No
llores», no conduce a estados de ánimo positivos, ni hace que brote
en nosotros una sonrisa. Igualmente, cuando

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