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Universidad del Valle Facultad de Artes Integradas Escuela de Comunicación Social Instituto de Educación y Pedagogía COLCIENCIAS DESIGN: DESIGNAR/DISEÑAR EL CUERPO JOVEN Y URBANO Un estudio sobre la cultura somática de jóvenes integrados en Cali Por: Rocío del Socorro Gómez Julián González Informe Final del Proyecto Universidad del Valle-Colciencias titulado «Cuerpo Joven y Nuevas Ciudadanías». Código 1106-10-367-98 Contrato 304-98 Cali, 21 de abril de 2003 ii DESIGN: DESIGNAR/DISEÑAR EL CUERPO JOVEN Y URBANO Un estudio sobre la cultura somática de jóvenes integrados en Cali Equipo de investigación: Investigadores principales: Rocío del Socorro Gómez Julián González Asistentes de investigación: María Isabel Ospina Viviam Unás Victoria Valencia Monitores: Marcela López Germán Bernal Trabajo fotográfico: Juan David Velásquez En la primera fase del proyecto trabajaron como monitoras Claudia Vélez y Beatriz Mesa. iii A ellas, el bambú y la arena. Todavía tan niñas y ya tan adolescentes. iv INDICE Página Parte I. Superficie de estudio 1 1. Introducción. 1 2. Planteamiento general y síntesis del informe. 13 3. Metodología 16 Parte II. El cuerpo es (d)el mundo. 33 1. Mundo abierto de posibilidades y vida individualmente vivida. 34 1. Crisis de lo público y lo privado. 34 2. Mundo abierto y vidas clausuradas. 39 2. Experimentación como extrañamiento y entrañamiento. 44 1. Lógica de la experimentación. 44 2. Exceso de futuro en un entorno evanescente. 50 3. Comunicación vacía: ni proyecto ni biografía. 55 3. Entretenimientos y miedos urbanos: la emergencia del pensamiento randómico y de rituales para estimular el cuerpo. 60 1. Aburrimiento: la urgencia de accidentes. 60 2. Entretenimiento urbano y miedos: la ciudad masajea. 66 3. Pensamiento randómico: el azar creativo. 73 4. Pensamiento randómico: la infantilización de las ideas 80 Parte III. Proyectar la personalidad. 85 1. El cuerpo joven no flota: hace surfing 85 2. Nada es menos superficial que nuestras superficies. 89 3. Los sentidos del cuerpo: los cuerpos sentidos. 97 4. La belleza y la apariencia: los juegos del cuerpo. 102 v 5. Camuflaje, mimetismo, adaptación y diferenciación. 111 6. El estilo propio. 117 7. Test óptico: tocar con los ojos. 120 8. Reinventar el consumo. 125 A manera de síntesis. 131 Parte IV. Perfiles biográficos. 134 Bibliografía. 149 Anexos. 154 PARTE I. SUPERFICIE DE ESTUDIO. «Esta idea afirma que el único lugar donde puede efectuarse la combinación de la instrumentalidad y la identidad, de lo técnico y lo simbólico, es el proyecto de vida personal, para que la existencia no se reduzca a una experiencia caleidoscópica, a un conjunto discontinuo de respuestas a los estímulos del entorno social. Este proyecto es un esfuerzo para resistirse al desgarramiento de la personalidad y para movilizar una personalidad y una cultura en actividades técnicas y económicas, de manera que la serie de situaciones vividas forme una historia de vida individual y no un conjunto incoherente de acontecimientos. En un mundo en cambio permanente e incontrolable no hay otro punto de apoyo que el esfuerzo del individuo para transformar unas experiencias vividas en construcción de sí mismo como actor. Ese esfuerzo por ser un actor es lo que denomino Sujeto, que no se confunde ni con el conjunto de la experiencia ni con un principio superior que oriente y le dé una vocación. El Sujeto no tiene otro contenido que la producción de sí mismo. No sirve a una causa, ningún valor, ninguna otra ley que su necesidad y su deseo de resistirse a su propio desmembramiento en un universo en movimiento, sin orden ni equilibrio. El sujeto es una afirmación de libertad contra el poder de los estrategas y sus aparatos, contra el de los dictadores comunitarios. Doble combate, que lo hace resistirse a las ideologías que quieren adecuarlo al orden del mundo o al de la comunidad. No se puede, por lo tanto, separar las respuestas a las preguntas planteadas: la apelación al Sujeto es la única respuesta a la disociación de la economía y la cultura, y también la única fuente posible de los movimientos sociales que se oponen a los dueños del cambio económico o a los dictadores comunitarios. Afirmación de la libertad personal, el Sujeto es también, y al mismo tiempo es un movimiento social». Alain Touraine en ¿Podremos vivir juntos? 1997 1. Introducción. Touraine (1997) nos invita a pensar tanto la condición potencialmente opresiva de lo «local», del «comunitarismo» -que bien podríamos extender hasta el grupo de pares, la familia, la barriada-, como la condición opresiva del dominio mediático, mercantil, técnico: mientras la primera condición fuerza pertenencias y fidelidades (filiaciones) a veces desarticuladoras de la persona; la segunda, amenaza con disolverla. Y si Touraine cree que el «Sujeto» se constituye en tanto se afirme en el «proyecto» de resistir a ambas fuerzas, habrá que repensar en qué sentido hay «proyecto» y no sólo plegamiento al dominio de los pares o al control de los mercados en el cuerpo del joven urbano. Amenazados de cooptación y disolución tanto por el mercado, la industria y la técnica, como por la comunicación mediática que –según Virilio (2002)- ha terminado por colonizar toda la comunicación; y amenazados a su vez por el grupo de pares, las prescripciones de núcleo familiar y el entorno escolar, algunos jóvenes urbanos se esforzarán por hacerse a una vida con sentido, enlazando técnica y símbolo en lo que consideran más suyo: su cuerpo. De eso se trata el siguiente estudio: de comprender de qué manera sedimenta en la cultura somática de algunos jóvenes urbanos «no pobres» un cierto proyecto de sujeto que se esboza allí donde sólo parece haber plegamiento a la moda y el consumo. El estudio sobre los jóvenes urbanos, sus culturas y su estatuto como ciudadanos ha venido desarrollándose de manera sostenida en los últimos veinte años en Colombia1. El que 1 Serrano (1998), Martín Barbero (1998) sitúan en la mitad de la década de 1980 la preocupación y el inicio de los estudios sobre la cultura juvenil y los jóvenes como actor social en Colombia. Ambos coinciden en señalar la emergencia de estos estudios al tenor del fenómeno del sicariato, lo que habría contribuido –plantea Martín Barbero- a lastrar la perspectiva de los estudios iniciales y la mirada de los investigadores al asociar la reflexión sobre los 2 presentamos a continuación, se suma a esta corriente diversa de iniciativas y se ocupa centralmente de aquello que Zandra Pedraza ha denominado «cultura somática» de la modernidad2. Creemos que abordar su experiencia corporal puede contribuir a consolidar una aproximación descriminalizante y despatologizante de la condición del joven urbano. En particular, nos interesa entender el lugar del cuerpo y la cultura somática en las formas de integración social de jóvenes de capas medias y altas: jóvenes integrados. Nos atenemos a la distinción que hace Carlos Pérez (1996) entre sujetos integrados clásicos (los padres de familia de trabajos estables, los miembros de familias en crisis y con altas posibilidades de consumo); sujetos integrados postmodernos (los jóvenesengendrados en el contexto de las crisis de la familia clásica y que se adaptan a los patrones de producción/consumo contemporáneos, los profesionales jóvenes, «los estudiantes de universidades costosas que funcionan con un doble estándar de conducta: buenos muchachos en casa, jóvenes postmodernos en su grupo de pares, los niños que han descubierto que tienen un amplio mundo de consumo posible y que ya conocen las maneras de manipular los sentimientos de culpa de sus padres»); sujetos marginados de antiguo tipo (los pobres, los cesantes, los campesinos, las esposas maltratadas y los miembros dominados de un hogar machista, los inmigrantes recientes); y sujetos marginados de nuevo tipo (homosexuales, enfermos de SIDA, feministas radicales, grupos punk, subempleados urbanos, «que expresan una forma de ruptura radical de la estructura de la familia clásica»3). Al hablar de «integración» relacionándola con las transformaciones del orden familiar, estamos aludiendo realmente a dos fenómenos: en primer lugar, aludimos a lo que le pasa a la familia clásica en un entorno crecientemente secularizado, en que la “ética del deber” se modera y todos los miembros se sienten sujetos de derecho, y respecto a lo cual pueden distinguirse «familias de nuevo tipo» y «familias tradicionales»; y en segundo lugar, nos referimos a las formas de conciencia derivadas de la ampliación de oportunidades de consumo de bienes y servicios globalmente gestionados, de esa conciencia que engendra la posesión y acceso a repertorios tecnológicos que confortabilizan el entorno familiar y el orden del trabajo4; esa conciencia para la cual «todo es posible», «todo es jóvenes con desviación, violencia y amenaza social. Serrano considera que en América Latina los estudios sobre los jóvenes también cobran particular vigor a partir de la década de los 80, asociados a la crisis económica y social de la década perdida que acentuó la pobreza entre los jóvenes, los niños y las mujeres, la designación del año 1985 como el Año Internacional de la Juventud por Naciones Unidas, la promoción de varios estudios promovidos por CEPAL sobre las condiciones de vida de los jóvenes. Será la fase de estudios sobre los jóvenes «en alto riesgo», «delincuenciales» y «peligrosos», y repetirá un movimiento similar al que en Estados Unidos en la primera década del siglo XX supuso el descubrimiento del adolescente americano, con Adolescence de G. Stanley Hall (1904) y The Gang (1926) de Frederic Thaster como hitos inaugurales. Como en Estados Unidos, los primeros estudios en Colombia se enfocarán en la condición marginal, disfuncional y criminal de los jóvenes, para después –como en Estados Unidos hacia la década de 1950- descubrir la cultura juvenil y sus articulaciones con la cultura de masas. En Colombia, los estudios sobre la cultura musical de los jóvenes –frecuentemente el objeto empírico más llamativo para el abordaje de «la cultura juvenil»- contribuirá a superar la primera lectura, la primera fase criminalizante de los abordajes funcionalistas. 2 De Zandra Pedraza hacemos referencia a «En cuerpo y alma: visiones del progreso y la felicidad», Ediciones Universidad de Los Andes, Bogotá, 1999; «La cultura somática de la modernidad: historia y antropología del cuerpo en Colombia», en «Cultura, política y modernidad», Gabriel Restrepo, Jaime Eduardo Jaramillo y Luz Gabriela Arango (eds.), Ediciones Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales, Bogotá, 1998. 3 Teniendo en cuenta la clasificación propuesta por Carlos Pérez los «estudios de jóvenes» podrían considerar cuatro tipos de sujetos: a) jóvenes integrados de nuevo tipo (respecto a familias en crisis, con altos ingresos); b)jóvenes integrados de viejo tipo (respecto a familias patriarcales de altos ingresos); c) jóvenes marginados de nuevo tipo (respecto a familias en crisis, con bajos ingresos) y d) jóvenes marginados de viejo tipo (respecto a familias patriarcales, con bajos ingresos). 4 En otro documento, nos hemos referido al papel estratégico que habrían desempeñado las tecnologías de consumo (en las que se incluyen tanto los electrodomésticos como los relojes electrónicos, computadores, motocicletas y 3 accesible», «todas las opciones de una vida podrían realizarse materialmente en el presente». Respecto a esa conciencia, puede distinguirse a aquellos que se sienten material y simbólicamente integrados a «un mundo de posibilidades abiertas» y aquellos que lo viven cotidianamente desde las orillas, esto es, materialmente marginados, a pesar de acceder simbólica y mediáticamente a sus promesas5. Para el estudio, usamos como material de análisis las narrativas y conversaciones que jóvenes integrados de la ciudad de Cali construyeron respecto a sus cuerpos y sus vidas en los grupos de discusión y en las entrevistas individuales. Adelantamos seis grupos de discusión (Ibáñez, 1992), diez entrevistas en profundidad (biografías de cuerpos) y aplicamos guías de observación de juguetes) en la regulación de las crisis y malestares de nuestros países al realizar en el orden familiar y doméstico las promesas de progreso y modernización que no han cuajado del todo en el orden nacional (González, 2002). 5 O como expresarán Hopenhayne y Ottone (1999, p. 20): «Crecen simultáneamente una cultura de expectativas de consumo y una cultura de frustración o sublimación de aquellas. El individuo medio de una sociedad periférica se ve obligado a disociar entre un amplio menú de consumo simbólico y otro, mucho más restringido, de acceso al progreso material y a una mayor participación en la carreta del progreso. Asistimos a un portentoso desarrollo de opciones de gratificación simbólica por vía de la apertura comunicacional y a una concentración creciente de los beneficios económicos de la globalización en pocas manos». En el mapa socioeconómico y demográfico colombiano y de acuerdo con el Ministerio de Desarrollo (Desarrollo urbano en cifras, 1996), podemos referir un indicador de integración/exclusión interesante: el nivel de ingresos por hogar. Respecto al total nacional de 5.361.954 hogares urbanos (censo de 1993), la distribución de ingresos en número de salarios mínimos legales es la siguiente: Sin ingresos: 48.482 (0,9%) Menor a 1: 308.230 (5,7%) 1 a 2: 980.739 (18,3%) 2 a 3: 974.325 (18,2%) 3 a 4: 691.130 (12,9%) 4 a 5: 546.908 (10,2%) 5 a 6: 394.358 (7.4%) 6 a 7: 306.586 (5,7%) 7 a 8: 240.827 (4,5%) 8 a 9: 176.025 (3,3%) 9 a 10: 135.489 (2,5%) 10 a 11: 92.600 (1,7%) 11 y más: 466.255 (8,7%) Resaltados en negrilla aparecen los sectores con ingresos medios y altos de la población, es decir, aquellos hogares cuyos ingresos les permiten contar con un margen de maniobra significativo para la adquisición de bienes tecnológicos, servicios, entretenimiento y educación, y construir entornos relativamente seguros de bienestar privado. Hay que añadir 314.975 hogares que -ubicados en zona rural (de los 2.100.461 que existen en esas áreas)- tienen ingresos por encima de 4 salarios mínimos legales. Es decir, en conjunto habría cerca 2.674.023 hogares que en zonas rurales y urbanas tienen mediana y alta capacidad adquisitiva, de los cuales 2.359.048 de hogares estaban en las ciudades, para el año 1993. Es decir, un poco menos del 40% de los hogares colombianos (7,8% de clase alta y un 28,3% de clase media). Por supuesto, la crisis económica de los 90 y la migración de amplios sectores de capas medias y altas hacia el extranjero, habrá transformado de manera significativael mapa. Los ingresos generados por remesas del exterior a hogares en Colombia se traducirán en ampliación de la capacidad adquisitiva para sectores medios y bajos. Según datos publicados en el diario El Tiempo (lunes 26 de mayo de 2003, sección 1, página 9), en el año 2002 los giros de trabajadores colombianos en el exterior fueron de 2.431 millones de dólares, equivalentes a 2,3 veces las exportaciones de café (según el Banco de la República), y fueron generados por aproximadamente 4 millones de colombianos que residen en el exterior. Según afirmaciones del diario, 1.5 millones de familias colombianas sobreviven con las remesas que envían sus familiares desde el exterior. 4 inventarios corporales e hitos somatobiográficos a los jóvenes entrevistados6. También hicimos observaciones de espacios de encuentro joven en la ciudad de Cali. En el apartado sobre Metodología desarrollamos los detalles y alcances de estas modalidades de trabajo de campo. Pero, en general, se puede afirmar que se trata de un estudio que examina «opiniones». Dos problemas resultan de un énfasis excesivo en la «palabra dicha por el informante», en sus opiniones y en la «observación y descripción más o menos sistemática de prácticas y escenarios de encuentro social de jóvenes». No es posible deducir las relaciones sociales que estructuran tanto las prácticas como los discursos «naturalizados» por los informantes. Dicho de otra manera, al atenernos a su palabra, no es posible convenir qué opiniones dadas son consistentes con prácticas dadas7, ni es posible deducir las relaciones sociales que las informan y configuran más allá de la conciente y naturalizada elección/decisión de los jóvenes hablantes. En consecuencia, el presente documento re-examina esas «opiniones» como indicios (no evidencias) de una ecología de relaciones sociales que las explican8. Tratadas como indicios, estas opiniones fueron usadas para construir un modelo interpretativo fundado menos en la elaborada y sistemática tarea clasificatoria y comparativa de la sociología y la ciencia social que prescribe Bourdieu, que en la intuición baja de que nos habla Ginzburg. Y el segundo problema es que al concentrarnos en «jóvenes integrados» no hemos accedido a las «opiniones» de otras porciones de la población joven y urbana «no integrada», respecto a la cual la palabra de los jóvenes integrados revela hasta qué punto ha sido labrada por posesiones y privaciones sociales que hacen pasar por «opinión espontánea y natural» toda suerte de conflictos no expresados, no visibilizados, no dichos. El estudio propone un modelo de interpretación, esquemático, que permita –por un lado- poner en relación algunos fenómenos asociados a la cultura urbana de los jóvenes integrados con las transformaciones sociales de la vida en la ciudad contemporánea (y en particular, con las transformaciones que en los órdenes del trabajo y el ocio están afectando la experiencia del cuerpo), y por el otro lado, el estudio sugiere un conjunto de pistas que nos ayuden a interrogar el trabajo educativo que realizamos con los jóvenes integrados en tanto actores sociales y ciudadanos. Escrito de un modo que prefiere arriesgarse a hacer algunas afirmaciones fuertes y, en ocasiones, en cierto sentido reductoras, estamos optando por un tipo de documento que, en cierta medida, va a contrapelo de algunas de las tendencias de la escritura erudita y posmoderna contemporánea. Por un lado, aspiramos a construir «modelos» de interpretación, lo cual ya es un gesto anacrónico y –sin duda- probablemente un signo de arrogancia en estos tiempos de extrema moderación, de relativismo, de descripciones locales y densas sin más pretensión que una 6 Interesaba registrar los quiebres biográficos que se traducen en transformaciones de la apariencia, los quiebres de la experiencia corporal que se traducen en cambios de la vida y, adicionalmente, los quiebres de la experiencia biográfica y corporal que, aunque no parezcan derivar efectos somáticos o biográficos respectivamente, le resultan a la persona fundamentales para explicar lo que son y lo que han vivido. 7 Ya enseña Bourdieu que los sondeos de opinión suelen presentar como transparentes las relaciones entre pensamiento y acción, «se exponen a confundir las declaraciones de acción, o peor aún las declaraciones de intención con las probabilidades de acción» (1975: 58, nota de pié de página No. 14). 8 Aquí apelamos al sentido que de «lo indiciario» refiere Carlo Ginzburg cuando alude a ese saber que permite documentar en virtud de «datos experimentales secundarios», triviales, menores una realidad a la que no puede accederse directamente: «la existencia de un nexo profundo, que explica los fenómenos superficiales, debe ser recalcada en el momento mismo en que se afirma que un conocimiento directo de ese nexo no resulta posible. Si la realidad es impenetrable, existen zonas privilegiadas –pruebas, indicios- que permiten descifrarla» (Ginzburg, 1994: 162). 5 interpretación situada, no abarcadora. Y por otro lado, por momentos privilegiaremos una escritura especulativa, que no se contenta con instalar algunas preguntas generales, sino que propone respuestas y tesis específicas, arriesgándose de esta manera a la polémica y la crítica. El proyecto «Cuerpo joven y nuevas ciudadanías» se desarrolló en Cali, en el Instituto de Educación y Pedagogía de la Universidad del Valle, en el grupo de Educación Popular, con el auspicio de Colciencias. El trabajo de entrevistas, observaciones y grupos de discusión se realizó entre el año 1999 y el 2000. Correcciones y ajustes al informe final hicieron que se prolongara la entrega de la versión definitiva hasta el año 2002, tiempo en el que debimos incorporar y actualizar algunos datos de contexto, y reinterpretar algunos resultados. Puede resultar un poco extraño a la tradición de trabajo y estudio de la Educación Popular en América Latina ocuparse de los jóvenes integrados, tematizar las capas medias y considerar en su horizonte de trabajo a los «no pobres». Pero en los últimos años, comprender a otros actores sociales de la vida urbana, no sólo a los sectores populares tradicionales, se ha convertido en una urgencia para el trabajo del grupo de Educación Popular de la Universidad del Valle y, en general, para las instituciones que adelantan proyectos educativos y de intervención social, o animan proceso de organización y desarrollo social. Ya en otro documento (González, 1999) hemos sugerido la importancia de comprender «el lugar de las capas medias urbanas, de los mestizos/mulatos y de los ciudadanos integrados en la recomposición del tejido social; de los “no marginados” y sus desencantamientos, sus formas de reconfiguración de la solidaridad», atendiendo a una perspectiva fundamental: no son los «pobres», sino los «trabajadores» -las capas medias de ayer (obreros, proletarios, campesinos) y de hoy (empleados, trabajadores en los ámbitos más dinámicos de la producción, los trabajadores y consumidores de nuevo tipo)- el sujeto histórico en que se manifiestan de manera más grave los malestares del bienestar (Morin, 1997) o la contradicción entre las posibilidades abiertas por el nuevo entorno del trabajo/producción y la destrucción/supresión de esas posibilidades. El que ofrecemos es un estudio sobre las formas cotidianas de invención del cuerpo joven y de las apariencias corporales en jóvenes integrados, y aspira a comprender de qué manera la cultura somática (Pedraza, 1999 a y b) o lo sociosomático (Ewen, 1991) constituye un modo privilegiado no burocrático o jurídico de «ser ciudadano y ejercer ciudadanías», es decir, de qué manera hacerse a un «cuerpo adecuado» traduce, entre los jóvenes urbanos, un conjunto de apuestas y prácticas orientadas a favorecer integración (estar integrado a ‘algo’,a ‘un estilo de vida’, al ‘grupo’) 9. El estudio explora algunas de las vetas críticas y funcionales de esta cultura, e intenta 9 El eje integración/marginación es clave porque permite pensar el alcance de las nuevas formas de dominación. Entre los integrados el dominio es vivido en la «integración al mercado y al consumo»; y entre los marginados, en el bloqueo de los mecanismos de ascenso social, la criminalización, la exclusión y el exterminio simbólico y material. Se trata de leer cómo en la cultura somática de los jóvenes integrados al circuito escolar, al mercado de los entretenimientos y ocios urbanos, al consumo de bienes y servicios sin restricciones excesivas de ingreso, se juegan fórmulas de resistencia, complicidad y transformación respecto al discurso y prácticas integradoras del mercado; y respecto a las fórmulas de marginación y estigmatización social de «lo joven». Sin embargo, pensado desde la perspectiva del «grupo de pares», el «grupo de amigos», la «banda», la «comunidad escolar» de un determinado colegio en la ciudad, esto es, pensado desde las comunidades y pares juveniles, el binomio integración/marginación deviene otra cosa. Respecto al grupo de pares se puede distinguir entre «integración», «exclusividad», «marginación», «expulsión», y «exclusión». Aunque las tres últimas comparten sentidos más o menos comunes, podemos establecer alguna diferencia: 6 descifrar sus promesas políticas y ciudadanas fundamentales. Para ello analizamos las interpretaciones que estos jóvenes hacen de sus «juegos corporales», es decir, los juegos sociales en que invierten el cuerpo como recurso fundamental, y las inversiones que se juegan en el cuerpo para hacerlo rendir simbólica y socialmente, esto es, para ‘integrarse a’. En términos técnicos y académicos estos juegos pueden reconocerse en lo orgiástico de Maffesoli, en la lógica de la inclusión/exclusión en Reguillo10, en la ciudadanía que pasa por las técnicas del sujeto operativo en Carlos Pérez (1996). En este contexto, la belleza y las apariencias corporales son un capital técnico y operativo clave en la lógica de la «integración a»11. Para efectos del estudio, hemos atendido las inversiones en el cuerpo y las inversiones del cuerpo. Respecto a las primeras, las inversiones en el cuerpo, hemos distinguido entre las dietas y el diseño. De una manera esquemática, las dietas refieren a «todo aquello que se le mete al cuerpo», todas las ingestiones del cuerpo12. El diseño corporal en cambio refiere a todo lo que se le pone al La integración alude a la posesión del capital, el dominio de las reglas de juego y la competencia adecuada, el saber del grupo, el conocimiento del sistema, del campo o del sector en que se mueve y vive el grupo de pares. Poseer los hábitos adecuados al juego social en que se mueve el colectivo de pares es la clave de integración. La exclusividad refiere -dentro de los integrados-, a los procedimientos mediante los cuales ciertos grupos regulan y restringe aún más las reglas de acceso a los juegos sociales y delimitan la posesión de los capitales que permiten dominar los escenarios de interacción y encuentro de pares. Los derechos de exclusividad se ejercen sobre aquellos que social y simbólicamente están próximos, pertenecen al mismo ámbito. La marginación indica la imposibilidad de poseer el capital, el dominio, la competencia y las reglas para invertir y participar de los juegos que movilizan los grupos de pares en la ciudad. La exclusión alude a la desposesión (perder la posesión) y compromete a aquellos que teniendo la posibilidad histórica y real de poseer el capital, el dominio, la competencia y comprender las reglas para participar del juego social, no se les permite participar. Alude a las diferentes formas de discriminación social (sexual, racial, generacional) respecto a aquellos que podrían operar competitivamente en el campo y son excluidos del terreno. También puede operar como «autoexclusión», en que los sujetos deciden no participar del juego a pesar de dominarlo. La expulsión señala al hereje, aquel que habiendo pertenecido al campo, al grupo, al sector, infringe las reglas y debe abandonarlo. En las «barras bravas» por ejemplo, internamente pueden operar procesos de integración, exclusividad, marginación, exclusión y expulsión incluso, aunque a su vez, sean discriminadas y se acentúen los mecanismos de marginación mediante la criminalización mediática y ciertas formas de patologización y abordaje psicoclínico que las refieren bajo el ambiguo término de «jóvenes en alto riesgo». 10 «Ello me ha llevado a formular la hipótesis de que para la mayoría de los jóvenes, la ciudadanía se define en la práctica, se trata de una concepción activa que se define en el hacer: “si estudio o trabajo (en lo que sea), hago una revista cultural o toco en un grupo, soy ciudadano”, en cambio, “si no aparezco en las listas (de admisión a las instituciones de educación) o no consigo trabajo, la policía me reprime o carezco de espacios de expresión, no soy ciudadano. Así, la ciudadanía aparece directamente vinculada al eje de la inclusión-exclusión» (Reguillo, 2000: 160). 11 La idea estratégica aquí es la del cuerpo y la apariencia corporal como capital. Hablar de «capital» supone comprender que es: a) algo que se acumula, se construye, se consolida mediante una dinámica de inversiones; b) algo que, a su vez, se invierte y realiza para que rente en un escenario con riesgos de pérdida y ganancia; c) algo que requiere procedimientos, reglas y conocimientos para hacerlo crecer en un entorno en que hay agentes, agencias y evaluadores permanentes de la inversión. 12 Es importante destacar que, leída desde esta perspectiva, no tiene sentido pensar la vida sexual como sustancialmente distinta de la experiencia gastronómica. Si el cuerpo es un lugar en el que se invierte para capitalizarlo socialmente, tanto la dieta sexual como la gastronómica hacen parte del régimen de esas inversiones. Leídas en lo que tienen de «inversiones», se entienden por un lado las reservas de algunos sectores jóvenes respecto a una ética de las restricciones heterónomas (no hacer el amor, no fumar, no comer lo que no alimenta) y su inclinación por una ética de las restricciones personalizadas (para no decir autónomas), en que –en principio- cada cual toma las decisiones sobre lo que le interesa invertir en su cuerpo y los juegos sociales en que quiere poner el 7 cuerpo. Por supuesto, en esta distinción, ¿en dónde ubicar las inversiones que –como el ejercicio y el gimnasio- moldean o diseñan el cuerpo? ¿Es decir, qué pasa con esas dietas que diseñan? ¿O en dónde ubicar el bronceado, ese diseño que es ingestión de sol? Hemos denominado convencionalmente «Proyecto corporal» al conjunto de inversiones destinadas, ya sean dieta, ya sean diseño, ya sean dieta-diseño, a favorecer apariencias calculadas, adecuadas a los juegos sociales en que los jóvenes aspiran a participar recurrentemente (la rumba, los ritos de seducción, una oportunidad laboral, un grupo de pares). Lo relevante, entonces, es el modo en que estos cálculos e inversiones se hacen rentables en la esfera de las relaciones, intercambios e interacciones sociales en que se desenvuelven. Lo joven como escenario y categoría relacional (zona de batalla y en construcción). Bourdieu (1990) indica que la juventud es territorio de batalla, escenario de disputas, campo social en continua construcción y desplazamiento; en fin, nada más alejado de la realidad histórica que intentar definir juventud ateniéndose a referencias cronológicas y etarias. Gérard Vincent13 señala cómo la ampliación de la esperanza de vida como efecto del aumento de las posibilidadesalimentarias de la población, el control objetivo de dinámicas epidemiológicas y enfermedades, la pacificación progresiva de la lucha por la existencia inaugura la posibilidad cierta y real de la adolescencia con las características con que le conocemos hoy: «La sociedad contemporánea ha visto aparecer dos fenómenos radicalmente nuevos: la adolescencia, que se intercala entre la infancia y la edad adulta y estas dos (a veces tres) décadas que separan el fin de la actividad profesional del momento en el que las disminuciones físicas y mentales suprimen la autonomía del individuo constituyéndolo en «viejo». En otros tiempos la brevedad de la esperanza de vida volvía muy corto el período final que mediaba entre la cesación de actividad y la muerte. Muchas veces ésta incluso anticipaba aquélla. Hoy en día millones de inactivos están «maduros» sin ser hombres senectos». Vincent indica el encabalgamiento generacional producido por la prolongación de la vida: jóvenes y viejos conviviendo; padres, hijos, nietos, biznietos, bisabuelos compartiendo un mismo tiempo. Este fenómeno es contemporáneo, según explica Vincent, pues la sucesión generacional, marcada por la muerte de los mayores o su desaparición temprana, impedía el encabalgamiento; y para expandir la sucesión y conexión entre generaciones era indispensable la memoria, la genealogía, la veneración a los muertos y los viejos. En Colombia, la estructura poblacional y generacional se ha transformado significativamente en los últimos treinta años debido al descenso de la tasa de natalidad (2,4% en el periodo 1970-1975; 1,9% en el quinquenio 1995-2000; 1,1% proyectado para el quinquenio 2020- 2025 y 0,5% para el periodo 2045-2050, según CELADE), el aumento de la esperanza de vida (de 59,7 años para los hombres y 63,9 años para las mujeres entre 1970-1975, a 67,3 años para los hombres y 74,3 años para las mujeres, en el periodo 1995-2000) y la concentración de la población en ciudades y municipios conurbados hasta alcanzar cerca del 80% de la población total. El envejecimiento poblacional comenzará a afectar significativamente a nuestro país y, en general, a cuerpo como inversión. Estamos, pues, ante una ética que –sólo en apariencia, como veremos más adelante- pareciera adecuada a la compulsión consumista. 13 VINCENT, Gérard. El cuerpo y el enigma sexual. En Tomo 9 de la Historia de la Vida Privada, dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby, p 329-389. Ed. Taurus, Buenos Aires, 1989. 8 América Latina, transformando su histórica condición de continente de jóvenes y niños14. En 1975 el 43,4% de la población tenía entre 0-14 años, el 51,9% entre 15-59 años y el 5,6% más de 60 años. En 2000 la proporción varía así: 32,7% para el primer rango de edad, 60,4% para el segundo, y 6,9% para el tercero. Y se proyecta para el 2025 una proporción de 24,3%, 62,1% y 13,5% para cada uno de los rangos. Y para el 2050: 20,3%, 58,1% y 21,6%. En ese sentido, «juventud» es una categoría inevitablemente asociada a los desafíos políticos y públicos que introducen los cambios demográficos. La relación entre «fuerza laboral activa» y «fuerza laboral pensionada», las maneras en que se distribuye inversión pública y privada para proveer servicios y bienes a la población más joven o la más vieja, la evolución de los «problemas de la juventud» o de «la vejez» en las agendas públicas, nos recuerdan en qué sentido hablar de la «juventud» o de «infancia» o de «vejez» alude menos a la edad biológica que a las tensiones demográficas y sus efectos sobre la inversión pública y privada en relación con los grupos generacionales y sus cohortes; refiere menos a «generación» en el sentido de rangos de edad o en términos de «los nacidos en un periodo específico», que al modo como la sociedad define y resuelve los problemas de inserción al mundo laboral, al mundo escolar, el acceso a bienes y servicios de conformidad con los recursos socialmente disponibles15. La recomposición demográfica del país irá alterando, significativamente, lo que entendemos por «juventud», refiriéndole cada vez menos al dato de la edad y más al de las políticas públicas y sociales que pondrán el acento en determinadas cohortes generacionales más que en otras. Pero también los ciclos de crecimiento o contracción de la economía, la ruina o el fortalecimiento de los mecanismos de distribución de riqueza y generación de riqueza transfiguran el sentido de lo que entendemos por «juventud»: a veces, la reserva laboral y productiva del país; en otras, un conjunto poblacional que presiona la provisión de servicios en medio de la recesión; en muchas ocasiones, grupo generacional articulado a estilos de vida y de consumo sistemáticamente manipulados por los media y la moda. En últimas, el rango de edad sólo se deja leer como algo más que una cifra cuando se lo sitúa en las disputas demográficas. Estas 14 «En América Latina y el Caribe la población de 60 años y más está envejeciendo sostenidamente en todos los países. Se trata de un proceso generalizado de envejecimiento de las estructuras demográficas que lleva a un aumento tanto en el número de personas adultas mayores como en el peso de esta población en la población total. »Entre los años 2000 y 2025, 57 millones de adultos mayores se incorporarán a los 41 millones existentes. Entre el 2025 y el 2050 este incremento será de 86 millones de personas. Los países de mayor población de la región (Brasil y México, junto a Argentina, Colombia, Venezuela y Perú) concentrarán la mayor parte de este aumento, pero en los países más pequeños este aumento también será significativo, especialmente a partir del 2025. Entre el 2025 y el 2050, entre un quinto y un cuarto del incremento de la población adulta mayor se producirá en estos países» (CELADE, marzo de 2002). Según el informe, el envejecimiento de la población en América Latina está ocurriendo a una velocidad mayor que la experimentada históricamente en los países desarrollados. «La población adulta mayor crecerá a un ritmo de 3.5% en el periodo 2020-2025, tres veces más rápido que el índice de incremento de la población total (...) La región debe enfrentar el reto que le plantea el enorme aumento de proporción de 60 años y más, que pasa de 8% en el 2000 a 14,1% en el 2025 y a 22,6% en el 2050). Según el informe, en Colombia un poco más del 25% de los hogares rurales y un poco más del 25% de los hogares urbanos cuenta con la presencia de un adulto mayor de 60 años (datos de 1990). «En la mayoría de los hogares latinoamericanos (8 de cada 10 aproximadamente) con presencia de adultos mayores, estos viven con otros miembros más jóvenes (hijos, nietos, otros parientes y no parientes), constituyendo hogares multigeneracionales, donde por lo general viven en relación de dependencia. La cohabitación es una forma común de solidaridad intergeneracional, que reduce los gastos de vivienda por persona, arroja economías de escala en la compra y preparación de alimentos y facilita el apoyo directo a familiares con necesidades especiales» » (CELADE, 2002: 11 y ss). 15 «Para la legislación colombiana joven es toda persona entre 14 y 26 años, mientras que para la Organización Mundial de la Salud -OMS- se considera como población juvenil las personas entre 10 y 24 años; considerando por separado tres grupos de edad: 10 a 14 (preadolescentes), 15 a 19 (adolescentes jóvenes) y 20 a 24 (jóvenes) y dos grupos de edad resumen: 10 a 19 (adolescentes) y 10 a 24 (población juvenil)» (Análisis situacional de la juventud colombiana en el naciente milenio, 2001). 9 disputas no adquieren solo la forma de «confrontaciones culturales» en términos de «brecha generacional» entre adultos y jóvenes, que no secomprenden mutuamente. Estas confrontaciones se expresan también, de manera moderada, bajo esos mecanismos de distribución de recursos sociales que son las políticas de juventud, los proyectos institucionales de apoyo a la tercera edad o las iniciativas de protección de la infancia. La inversión en salud, educación, en recreación, ya provenga de fondos públicos, de empresas privadas o de ingresos familiares y personales supone siempre cálculos, reorientación y priorización de recursos fundados en una lectura prospectiva de la edad para tomar de decisiones16. Entonces, «juventud», «vejez», «infancia» son distinciones que nombran particulares maneras de distribución de recursos sociales para la promoción de unos y otros segmentos de la población, usando la «edad» para señalar la distribución de tales recursos. En ese sentido, P. Airès17 nos recuerda cómo la juventud en Occidente se moduló en el seno de la sociedad moderna dentro de una de las instituciones esenciales: la escuela. Una institución que Europa inaugura en el siglo XVII fijando cohortes y rangos de edad para ingreso. Pero las distinciones en términos de edad se harán cada vez más capilares y precisas en el mundo moderno para efectos de distribuir poderes, recursos y responsabilidades en el conjunto social. Estas distinciones son el producto de infinidad de luchas institucionales que modularán lo que entendemos por «edad de retiro forzoso», «edad adulta», «responsabilidad legal o no del joven y el niño», «edad de jubilación», «edad adecuada para el ingreso a la escuela», «restricciones de edad para acceder a ciertos tipos de servicios y bienes» (cine, bebidas alcohólicas, cuenta bancaria). Bourdieu18, por su parte, señala cómo «la juventud» implica diferencias posicionales respecto al dispositivo escolar e insiste en que habría diversidad de tipos de jóvenes en relación con los capitales culturales, capitales económicos, las posibilidades de poder de que disponen y los cargos de poder, control, herencia, capital acumulado por los mayores. Entonces, si bien la «edad» es un dato arbitrario, la «juventud» expresa la configuración institucional de grupos, cohortes y segmentos de población, de acuerdo a las disposiciones y disputas entre poderes e instituciones que definen «la edad» (como también ocurre con el sexo, la raza, la procedencia geográfica, el idioma, etc.) en tanto criterio de discriminación y clasificación para situar recursos e inversiones. En la actualidad, hay cinco campos institucionales burocráticos y estratégicos que modulan lo que socialmente entendemos por «juventud» y por «persona joven». En primer lugar está el campo de la salud, que incluye las diversas formas de intervención clínica en el cuerpo y la mente como entidades orgánicas, y considera desde la formación deportiva, las terapias gimnásticas, la cirugía estética, hasta el control pediátrico del crecimiento, la regulación y regímenes de nutrición y dietas, la obsesiva preocupación por el equilibrio psíquico de la persona joven respecto a las formas fuertes o débiles del malestar (depresiones, impulsos suicidas, farmacodependencias, anorexias y bulimias), las prédicas sobre la sexualidad sana y adecuada, y la prevención de los embarazos juveniles. La extensión e intensidad de estos discursos sobre la juventud han contribuido a prefigurar las representaciones muy fuertes tanto del joven como persona patológica, como del joven 16 Como cuando una familia de capas medias decide abrir una cuenta de ahorros programada para garantizar la educación universitaria de los niños de la casa, o cuando el adulto mayor de capas medias o altas, teniendo en cuenta que los hijos «ya son adultos»- decide ahorrar para garantizarse un futuro adecuado. O cuando instituciones públicas o privadas deciden limitar a determinados sectores de «edad» los requisitos para aspirar a fondos, a proyectos, a recursos. O como cuando una universidad o una empresa privada fija un límite de edad para aspirar a becas de postgrado, a un trabajo o ciertos beneficios. La edad simboliza y expresa como dato «arbitrario» toda suerte de disputas institucionales y personales por la posesión, administración y distribución de recursos. 17 ARIES Philippe. El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Taurus, Madrid, 1987. 18 Bourdieu Pierre. ¿Qué significa la palabra juventud? en Sociología y Cultura. México, 1990. 10 corporalmente activo, irrefrenable y sexualmente desbordado, esto es, expuesto a todo tipo de riesgos. Ya en la prédica sexológica, ya en los discursos sobre la dieta sana y adecuada, ya en las advertencias sobre el consumo de drogas, este tipo de discurso y recurso –que enfatiza en la condición orgánica y biológica del cuerpo humano- prevé los ritmos, ciclos de desarrollo y factores que afectan al «joven sano» y amenazan con derrumbarlo19. En otras palabras, estos discursos institucionales inscriben el mito del «joven sano»20 y respecto al cual se prefiguran los prototipos del «joven insano o desviado» (drogo, suicida, infectado, violento). En segundo lugar, está el campo de los massmedia y algunas industrias culturales que se articulan al campo (la moda juvenil, los entretenimientos urbanos para jóvenes –incluidos bares, conciertos musicales y discotecas-, la industria de la música juvenil, los centros de deportes y videojuegos, y el turismo juvenil –viajes de quinceañeras, tures escolares de graduación). Aquí el tipo de discursos distinguiría entre el joven peligroso o emproblemado de ciertas narrativas y filmes, de cierto discurso informativo periodístico -el de las secciones serias con sus notas sobre barras bravas, sobre crímenes urbanos que involucran jóvenes, sobre pandillas y delicuencia urbana- y cierta música videoclipeada con sus chicos Eminem; y de otro lado, el joven ligero o light de una porción importante de las narrativas mediáticas, la información periodística y algunos géneros de la neotelevisión (softporn, reality show, tv-extrema), la publicidad y la videomúsica. El discurso que sobre los jóvenes sintetizan tanto los media, como el entretenimiento urbano juvenil y la música al mismo tiempo que ignora o invisibiliza selectivamente algunos «tipos de jóvenes», consigue sobreexponer a otros21. De cualquier manera, la versión dorada (chico bien) y la versión negra (monstruo) del joven urbano suelen ser representaciones institucionalmente muy rentables tanto para hacer rendir los negocios como para afirmar algunas formas de control gubernamental sobre amplias porciones de la población joven. La visibilidad aterrorizante (Krauskopf, 2000) del joven urbano puede ser capitalizada para criminalizar a los jóvenes pobres al calor de una política de exterminio o control policial (como en las famosas «limpiezas sociales» que en los 80 y 90 se tradujeron en asesinato de jóvenes en barriadas populares de Brasil y Colombia, o que en la actualidad se están traduciendo en Centroamérica –en Honduras, por ejemplo- en legislaciones regresivas y represivas sobre los miembros de colectividades juveniles urbanos, indistintamente denominadas pandillas y delincuentes juveniles). Pero también sirve para hacer rendir la industria de la música y los bares alternativos, la moda underground o la televisión alternativa. En tercer lugar está el campo jurídico-político que continuamente debe regular y legislar respecto a los derechos, deberes y responsabilidades del «joven» y del conjunto de las instituciones sociales que se encargan de los jóvenes: la familia, el mundo del trabajo, los media, la escuela, el Estado y las organizaciones gubernamentales. Es quizás, junto con el campo escolar, el ámbito institucional en que «la edad» -debidamente desnaturalizada, esto es, no asociada al devenir 19 Cuando se habla de los lugares de encuentro joven enla ciudad, sin duda –al lado del entramado escolar- el entramado clínico y biomédico es el entorno burocrático que más aglutina y reúne jóvenes, y es probablemente el que más sintetiza discursos clasificatorios y regulatorios respecto a su condición. 20 En «Jóvenes actores de la vida cotidiana en un sector pobre de Cali: el caso Petecuy», Tesis de Maestría en Sociología, Universidad del Valle, 2001, Hernando Orozco Lozada examina, entre otras, cómo los programas de intervención y prevención en salud en un barrio popular de la ciudad de Cali (Petecuy), el discurso institucional en torno a la categoría «joven en alto riesgo» y el psicologismo de la «resocialización», explican en parte la popularización de la idea de «joven sano» como categoría moral y política en las barriadas, que se distingue del «aletoso», el «pandillero», el «torcido», el «peligroso». 21 Tal como lo indica Muñoz (1999), los discursos mediáticos y, en particular, la televisión proveen acerca de los jóvenes representaciones e imágenes que «interpretan su acción desde la categoría de lo monstruoso» y representaciones que sitúan la juventud dentro de lo bello, sin que se trate de versiones contrapuestas. El chico light, consumista y el chico criminalizado son formas poderosas de representación estereotipada del joven, que igual circulan en los media y en el «ensayo académico», dirá Muñoz. 11 orgánico del cuerpo, y convertida en criterio jurídico y técnico- tiende a desempeñar un importante papel de regulación y configuración de lo que se entiende por «joven». En cuarto lugar está el ámbito académico y científico, en que diversas disciplinas de estudio y programas de investigación sintetizan conceptos diversos sobre la juventud y sobre la condición del joven que, entre otras, sirven para articular y recomendar algunas de las políticas de intervención escolar, clínica, psicológica, jurídica sobre los jóvenes. Y en quinto lugar, están los discursos generados por el ámbito institucional escolar y psicoeducativo, y –en general- las instituciones instruccionales, en las que hay que incluir a las instituciones de formación religiosa, las organizaciones políticas, las de formación militar, las de instrucción cívica y formación técnico-laboral. La institución escolar es quizás la que más intensivamente se ve afectada y obligada a repensar continuamente lo que entiende por «joven», tomando en préstamo o rechazando las prescripciones biologizantes del mundo médico, las contribuciones académicas que desde la psicología hasta la neurología suelen suministrar pautas para el trabajo educativo escolar con los niños y jóvenes, las determinaciones jurídico-políticas y las influencias mediáticas –que afectan para bien o para mal el lugar formativo de la escuela. Cada uno de estos campos sintetiza discursos sobre la juventud y los jóvenes, prescribe su estatuto, los clasifica y delimita deberes, responsabilidades y posibilidades para ellos. En ese sentido lo que entendemos por «juventud» y «joven» es, en buena parte, el resultado de innumerables disputas y batallas institucionales que se expresan tanto como discurso, decisión política y acción burocrática. Pero a las tensiones entre instituciones acerca del «joven legítimo», del «joven adecuado», se agregarán las que proceden del ámbito familiar y el grupo de pares en tanto instituciones no burocráticas. Esta diversidad de escenarios institucionales trabajan el cuerpo del joven. Igual el ejército que la escuela, el centro de recreación juvenil que las ofertas mediáticas, la familia que el espacio de trabajo formal. El cuerpo joven es al mismo tiempo un escenario social disputado por diferentes agencias y poderes, y el lugar en que se objetiva o materializa esta contienda22. Y esta lucha ha terminado por fracturar la hegemonía que históricamente ejercieron la escuela, la familia y la iglesia sobre el cuerpo del joven. La crisis de la escuela y la familia tendría que ver menos con la incapacidad intrínseca de estas instituciones para integrar a los jóvenes, que con la multiplicación de escenarios y dispositivos que hoy participan de su con-formación. Expresado de una manera esquemática: ese cuerpo es un lugar trabajado y labrado por un rango mayor de agencias sociales que se saltan el dispositivo escolar, el ámbito familiar, e intervienen directamente en el grupo de pares y la persona joven. En resumen, está operando un formidable complejo educativo que trabaja continuamente al cuerpo joven, y respecto es complejo educativo la familia y la escuela parecieran tener una participación marginal y crecientemente subordinada o subsidiaria. Si se tiene en cuenta que para estos jóvenes el cuerpo es una entidad crucial en que invierten recursos y energía para derivar «vida con sentido», la presencia marginal de la escuela y la familia en ese complejo 22 Por ejemplo, las tensiones que cotidianamente se experimentan en el mundo escolar respecto al uso adecuado del uniforme expresan, como disputa entre profesores y estudiantes, entre estudiantes y entre profesores las disputas institucionales entre la escuela y los mercados de bienes y servicios para jóvenes. Aunque aparece como una disputa personalizada (el estudiante que desea usar aretes y la adolescente que se niega a usar la falda abajo de la rodilla), se trata realmente de la institución escolar que le exige al «joven» situarse en el ámbito escolar como «estudiante» y no como «consumidor» de signos, marcas, íconos del mercado de bienes para jóvenes. Ser «estudiante» es «parecer estudiante» y el uniforme –para algunas instituciones instruccionales- constituye el requisito de filiación del sujeto que, inscribe en el cuerpo uniformado, sus lealtades institucionales. Algo similar ocurre en algunos entornos laborales, que le exigen al joven «buena presentación», esto es, la disposición a adecuar el cuerpo de acuerdo a la apariencia prevista por la institución. 12 educativo explica el «síndrome de desconexión» que amenaza las relaciones de las instituciones escolares y de la familia con los jóvenes urbanos23. Pero quizás uno de los criterios más importantes para situar «la juventud», «lo joven» y «lo juvenil» como categorías de estudio científico-social es la conminación a pensar los diferentes tipos y formas de «joven» que las actuales condiciones de vida social posibilitan y fuerzan. Margulis y Urresti (1996, 1998) construyen una productiva categorización que permite introducir distinciones importantes para avanzar en el estudio de los diversos tipos de «jóvenes». Para pensar «lo joven» resulta indispensable asumir, en primer lugar, la desigual distribución de capital temporal: la «moratoria social»24 que permite a algunos jóvenes -especialmente de capas medias y altas- posponer el tiempo en que asumen responsabilidades adultas -hogar propio, hijos, vivir del trabajo-; y la «moratoria vital», que indica la disponibilidad objetiva y subjetiva de tiempo de vida, de futuro posible, entendiendo que vivir en un barrio afectado por altos índices de violencia y delincuencia urbana, sin trabajo y en condiciones de vida insana (mala alimentación, por ejemplo), implica menores capitales temporales que vivir en un espacio residencial, con ambientes protegidos, consumo expansivo y con tiempo libre donde subjetivar la idea de futuro y vida de largo plazo. En segundo lugar, pensar «lo joven» obliga a considerar la memoria social incorporada, la experiencia de compartir los imaginarios, las vivencias, los eventos de una generación específica o, como plantean los autores, haber sido socializado en un mismo momento histórico, tener parentescos y vecindades históricas. Y en tercer lugar, pensar la condición de género, que mediante la asignación de roles en la división del trabajo sexual y la división sexual del trabajo (Bourdieu, 1990) distribuye de maneradesigual tanto el tiempo como las posibilidades de realización. Los jóvenes urbanos, incluso los jóvenes integrados, no sólo son diversos culturalmente, sino que –adicionalmente- se sitúan en jerarquías y escalas sociales, en posiciones, desiguales y distintas25. 23Los cursos de educación física y deportes, los de educación sexual, los de medioambiente y ecología pueden compensar esta deficiencia siempre y cuando la experiencia corporal de los chicos sea integrada como recurso de trabajo educativo a través del debate, discusión, el juego y el examen crítico de su corporalidad. Construir biografías de sus propios cuerpos, pensar grupal y colectivamente qué se juegan en su apariencia corporal, puede ser útil para romper el circuito de las enajenaciones que hace vivir en los jóvenes un cuerpo que no es del todo suyo, permanentemente administrado y cooptado por otras agencias. Pensados como cursos-terapias de reapropiación del cuerpo de los jóvenes, los cursos de educación física, sexualidad y medio ambiente pueden contribuir notablemente a construir formas de «personalización» del consumo, de la apariencia y de la belleza más creativas e inteligentes. Pero la escuela, por el momento, sigue atrapada en el abordaje clínico y anatómico de la educación sexual, la perspectiva biomecánica de la educación física y el naturalismo esencialista de los ecologismos más tradicionales. 24 Nos referimos a la noción de «moratoria social» retomada por Margulis y Urrestis a partir de Erik H. Erikson en su libro «Identidad, juventud y crisis» (1968). 25 Como la que se configura respecto a la condición de «jóvenes universitarios» o «estudiantes de secundaria» en la ciudad de Cali. En la Universidad del Valle habría una geografía social y moral que distingue entre los de la sede de San Fernando y la de Meléndez. En Meléndez hay la percepción de que a ciertas carreras (Comunicación Social, Arquitectura, Diseño) van los niños bien de Univalle. Algunos estudiantes de la Autónoma y la Javeriana sienten proximidad y parentesco social con los de San Fernando, pero no con los de Meléndez. Viejas rivalidades procuran cierta distancia moral y social entre los colegios bilingües del sur de la ciudad (Colegio Bolívar, Colegio Alemán) y los del norte (Liceo Francés, Colegio Jefferson). Entonces no se trata sólo de diversidad cultural, sino de auténticas tensiones y diferencias sociales, apenas moderadas por su integración al consumo y a la escolaridad secundaria y universitaria. El término «gomelo» -que refiere despreciativamente al consumista, al posudo, al joven vacío atestado de objetos de marca, es empleado por una joven de Liceo Francés para referirse a algunos jóvenes del Colegio Bolívar. Para algunos chicos de colegios públicos tanto los jóvenes del Liceo Francés como del Bolívar son, sin más, gomelos. Pero hay, en esta geografía moral, otras distinciones que indican en qué sentido la distancia entre grupos de una misma generación y clase social puede ser tan fuerte como las afinidades al interior de los grupos. Plastipobre, 13 O como sabe indicarlo Muñoz (1999) pueden llegar a establecer contigüidades y afinidades muy fuertes con «otras generaciones», y rupturas con otros jóvenes de su propia generación. Sociabilidades, tribalidades y formas juveniles de juntarse en la ciudad. Las ciudades, la experiencia de vivir y representarse (en) la ciudad, las sociabilidades que propicia, exigen un cuerpo «urbanizado», adecuado a los ritmos y tiempos de la ciudad, a su disposición espacial, a sus vehículos. La ciudad es una megamáquina en que convergen tiempos diversos y memorias de origen múltiple; en ella se encuentran experiencias viejas y nuevas, lo autóctono y lo global-desterritorializado (Martín Barbero, 1996b). Martín Barbero distingue dos paradigmas de ciudad: la ciudad del flujo/información y la ciudad de la muchedumbre (comunicación/encuentro). La ciudad para usar, cruzar, consumir, atravesar, difiere de la ciudad para juntarse, conversar, conectarse, encontrarse. La transformación de los regímenes de ciudad (ciudad del encuentro a ciudad del flujo), la disolución de las formas de encuentro, habrían desencadenado dos fenómenos conexos: los miedos, irascibilidad, agresividad urbanos, y la proliferación de agrupaciones o comunidades no necesariamente sustentadas en la filiación familiar, en los vínculos de vecindad o en las relaciones laborales. Estas comunidades podrían ser, por un lado, un modo de resistirse a lo que hace cada vez más anónima e impersonal a la ciudad; pero también, por otro lado, es una manera de hacerse a convivencias más allá del a veces opresivo, rutinario y suficientemente conocido entorno próximo (la casa, el trabajo, la familia, el colegio). Según Martín Barbero habría dos grupos especialmente resistentes a las formas de desurbanización, desespacialización, descentramiento que impone el paradigma informacional desde el cual está pensada y construida la ciudad actual: los jóvenes y los sectores populares. Según estudios realizados en América Latina (Sarlo, 1994; Muñoz, 1996; Reguillo, 1996) los jóvenes son el segmento de la población que más usa la ciudad, que más la recorre, lo que constituye un modo sutil de nombrar otra cosa: los jóvenes urbanos son el segmento de la población que menos permanece en casa y el que más deambula, el que tiende a hacer «la vida en la calle», fuera del «domo», el «hogar». Los jóvenes urbanos siguen portando la amenaza social del «nomadismo y la errancia» que doscientos años de historia disciplinaria no han podido erradicar: su marcha gregaria por la ciudad sólo se compara con la del vagabundeo errante de los migrantes campesinos expulsados hacia las ciudades en virtud de las guerras económicas y políticas localizadas. Las nuevas tribus de jóvenes [(Maffesoli, 1990), (Reguillo, 1996), (Costa,1996)] se articulan en torno a la música, la iconosfera, la moda y vestuario, los cultos corporales (baile, deportes), la invención y reactualización de ritos26 que les permitan operar como comunidades hermenéuticas, comunidades de sentido, en que lo que se comparte no es el territorio o la familiaridad sino el punto de vista, la manera de leer el mundo, el modo de situarse en él. plástico, lámpara, pitillo, caleñazo son, sobre todo, clasificaciones morales y juicios de valor arrojados por jóvenes a otros jóvenes de su generación. 26 Los jóvenes no son sólo novedad, sino también remozamiento de lo ya ido, de lo ya olvidado. Uno de nuestros informantes (19 años, estudiante de Derecho en la Universidad San Buenaventura) nos cuenta que ama ir a una vieja barbería, con espejos enormes, el barbero de guayabera y afilador a la antigua. Allí se siente cómodo como en ningún otro lugar. Prosperan y retornan rituales y mitos añejos: la fiesta de 15 años, el matrimonio católico, la ceremonia de grado con toga y desfile, la revaloración de la virginidad, la religiosidad penitente, los pactos sagrados de amistad, la épica machista, los amuletos de protección, los fetiches mágicos, la afición a la sazón casera. Pero no es un retorno al pasado. Se trata menos de un revival (revivimiento) que de un, para decirlo en lenguaje informático, retrieve (recuperación o un re-traer). 14 En pocas palabras, estamos ante un objeto de estudio complejo e inabarcable, que sólo se deja nombrar de manera oblicua e indirecta. Estratégico e inaprensible, este cuerpo urbanizado y joven nos invita a formularnos preguntas que al tiempo que «iluminan la escena» nos abruman. Pero hay que imaginar respuestas para poder ver entre la confusión. 2. Planteamiento general y síntesis del informe. ¿Cómo comprender, entonces, el vínculo entre «ciudadanía», vida política,vida pública y la biografía, las costumbres, prácticas y discursos corporales de los jóvenes urbanos de capas medias? No es suficiente con advertir que «todo es político» y con ello eludir la tarea de indicar en qué sentidos específicos el cuerpo de estos jóvenes enlaza con los destinos e intervenciones ciudadanas y públicas en nuestras ciudades. Esta investigación nos ha permitido -parafraseando a E.P. Thompson(1989)- revelar una cierta «economía moral» del joven de capas medias urbanas en Cali y cómo ésta implica un conjunto de valores específicos, sentidos de lo deseable y posible, ciertas formas de legitimación, algunos consensos y diferencias sustanciales acerca de lo que se supone debe y puede hacerse con el cuerpo propio y el de los otros. Y si cierto sentido orgiástico (Maffesoli, 1996) estimula algunas de las disposiciones del cuerpo en la escena urbana; no menos relevantes son la conciencia de las restricciones que impone el mundo del trabajo profesional adulto, o las resistencias de algunos sectores de jóvenes a los estilos de consumo y compra que imponen los media y la ciudad. El presente informe se articula en torno a dos grandes argumentos. El primero sostiene que es posible reconocer en la cultura somática de estos jóvenes la expresión de una tensión grave entre las promesas de un mundo que abre enormes posibilidades y crea condiciones para la realización plena de la vida humana como vida liberada, y las restricciones que impone a esas posibilidades el privilegiar la apropiación privada e individual de ese potencial. La abundancia individualmente vivida es una contradicción. De esa tensión derivan varios fenómenos que, en conjunto, definen mucho de esta «cultura somática» y las sensibilidades que implica. La oscilación entre el cuerpo vivido como realización de ese mundo abierto de posibilidades (el cuerpo orgiástico) y el cuerpo como proyección pública de una vida individualmente vivida. La articulación de una narrativa social –debidamente massmediada- que ha inventado dos figuras «deseables», a medio camino entre los dos extremos de esta oscilación: la figura del «adulto joven» (en que se fusionan la aspiración a la experimentación sin límites del joven y la posibilidad de realizar materialmente esas aspiraciones en el adulto) y la figura del «grupo de pares» (en que se moderan la obsesión orgiástica y la compulsión por una vida individualmente vivida). Ambas figuras dominarían, por ejemplo, las narraciones publicitarias sobre “el joven deseable27». La manera en que «la abundancia de posibilidades» desarticula los controles y propicia la desregulación transformando significativamente el modo en que cada joven «piensa» y el lugar que «el pensamiento» ocupa en un mundo en que aunque, ilusoriamente, «todo es posible», nos permite aludir a otro fenómeno derivado de esta tensión general: el «pensamiento randómico» en el ámbito urbano y en un 27 Porque, obviamente, ni todo lo «joven» ni todo lo «adulto» es deseable. La rutinización de la vida adulta no es deseable en esta narrativa que instituye al grupo de pares y al joven adulto como figuras de deseo. No es deseable ese adulto que (Benjamín, 1914) usa la «experiencia» como máscara inexpresiva, impenetrable, siempre igual a sí misma para ocultar la amargura, la cobardía, la frustración de las ilusiones, y para alejar a los jóvenes de la experimentación. «Pero si el sentido, la verdad, la bondad y la belleza se fundamentan en sí mismos, ¿para qué queremos la experiencia», dirá el impetuoso y joven Walter Benjamín. Pero tampoco todo lo joven es deseable: no es deseable aquel que no tiene posibilidades, no sabe y no tiene disposición a experimentar. 15 entorno de entretenimientos crecientes. Otro fenómeno derivado de esta tensión refiere al valor atribuido a las «sensibilidades» como recurso fundamental para poder dominar un entorno saturado y abundante, esto es, para poder resignificar aquello que los mercados industriales proveen en abundancia a los consumidores jóvenes integrados. Sin el recurso del «estilo propio», «ese gusto personalizado» y la pasión por «el diseño y la sensibilidad personal», estos jóvenes no podrían operar un entorno que multiplica las ofertas de consumo y amenaza con desplazar a la persona localizando allí a un consumidor compulsivo. En este escenario, los consumistas de cualquier tipo son relativamente despreciados y hay una rica jerga para designar esta derrota que consiste en haberse rendido o plegado sin más (sin personalidad) a las reglas que impone el mercado de bienes de consumo y servicios, al poder de la moda y a los dictámenes del grupo de pares. El segundo argumento deriva del anterior y reinterpreta el valor que estos jóvenes atribuyen a la «personalidad» y al cuerpo como lugar en donde la misma se despliega y expresa. La personalidad es, al mismo tiempo, «representación del yo» y «promesa de apropiación de la experiencia colectiva, promesa de realización de todas las posibilidades abiertas por el mundo». La personalidad es un recurso fundamental para resistir el dominio extremo del grupo de pares y una condición para moverse en él; es un recurso clave para resistir a la dictadura de la moda y el mercado de bienes, y para redefinirlos de acuerdo a un difuso sentido del «gusto propio y personal». En esta parte nos ocupamos de pensar el sentido estratégico de la belleza y la apariencia corporal, las lógicas inscritas en los juegos de la apariencia, el estilo personal, las nociones de diseño, proyecto y dieta corporal. La idea esencial es que entre la personalidad como “representación del yo” y como “capacidad para vivir todas las posibilidades abiertas por el mundo” -una tensión que repite como interioridad y subjetividad lo que le ocurre al mundo social- se configuran las inversiones que los jóvenes integrados hacen en sus cuerpos y los juegos sociales en que lo invierten como un capital y bien. Entonces la centralidad estratégica de la personalidad en su doble condición (personalidad: vida colectiva/grupo; personalidad: vida individual/yo) se superpone a la preocupación por la apariencia y la belleza. Los mecanismos esenciales de esas inversiones en el cuerpo como proyección de la personalidad, esos mecanismos que en conjunto realizan el proyecto corporal, se caracterizarían por promover más la estimulación y la autovigilancia que la vigilancia y el castigo (Foucault, 1975)28 y apuntan a garantizar una vida intensamente vivida29. El proyecto corporal supone la combinación de recursos y procedimientos –más o menos planificados- para obtener, por un lado, un cuerpo socialmente rentable en términos de posibilidades de encuentro, acceso, rozamiento con otros; y, por otro lado, un cuerpo capaz de 28 «(...) la sexualidad, convirtiéndose así en un objeto de preocupación y de análisis, en blanco de vigilancia y de control, engendraba al mismo tiempo la intensificación de los deseos de cada uno por, en y sobre su propio cuerpo... El cuerpo se ha convertido en el centro de una lucha entre los niños y los padres, entre el niño y las instancias de control. La sublevación del cuerpo sexual es el contraefecto de esa avanzada. ¿Cómo responde el poder? (...) En respuesta a la sublevación del cuerpo, encontraréis una nueva inversión que no se presenta ya bajo la forma de control-represión, sino bajo la de control-estimulación: «¡Ponte desnudo... pero sé delgado, hermoso, bronceado!» (Foucault, 1975b, pg. 105). 29 Como indicaremos más adelante, la vigilancia, el castigo y el control represivo corresponde a un mundo social en que hay escasez y limitaciones objetivas; la estimulación, la promoción de la autovigilancia, la relajación de los controles son propios de un mundo que se ofrece y promueve como abundante. Si en el primero la vida vale la penavivirse si tiene “un sentido”; en el segundo la vida vale la pena vivirse si es “sentida”, si es “intensa”. 16 sentir «intensidad», hiperestésico30. Si el diseño se refiere a lo que se le pone al cuerpo y la dieta a lo que se le mete al cuerpo, la belleza será el efecto derivado de esas inversiones en el cuerpo, y en la jerga de algunos de estos jóvenes aparece bajo dos expresiones que explicitan las formas de rentabilidad del cuerpo y la apariencia: “estar bueno” y “ser lindo”. El control de este campo de inversiones por parte de los industriales de la apariencia, la belleza y el cuerpo, estaría predando posibilidades muy diversas de realización de la apariencia corporal y –de alguna manera- acentuando una paradójica deserotización del cuerpo. Habría una oscilación permanente en los mecanismos de control mercantil de la «belleza». Esta «dominación» sobre el cuerpo joven obra oscilando entre ciclos de énfasis en regímenes de lo artificial y ciclos de énfasis en lo natural. La dominación puede adoptar la forma de un énfasis fuerte en la naturalización de las superficies y en la dieta natural –piel lavada, poco maquillaje, shampoo orgánico- o un énfasis fuerte en lo artificial –látex, brillos y metales, drogas sintéticas-, y sin embargo, cerrar sistemáticamente las vías de autorrealización en los jóvenes de sus proyectos corporales ligados a una ampliación de las promesas y experimentaciones eróticas. Pero no hay dominación completa: es justamente a partir de esta preocupación aparentemente consumista y trivial por la personalidad, la apariencia y la belleza, que estos jóvenes desplegarán formas de resistencia y resignificación del mercado de la apariencia y de la moda. La noción de «estilo propio» expresa la apropiación –desde la personalidad- de la oferta industrial, y obliga a una relectura de lo que entendemos por «consumismo», un término que tiene connotaciones moralistas muy problemáticas. El estilo propio constituye un núcleo ambiguo de resistencia y adhesión a los mercados de la apariencia y, en general, a las ofertas de bienes de consumo. Señala, por un lado, la decisión de no marginarse del mercado, pero indica –también- que no se trata de un puro plegamiento a sus ofertas. El «estilo propio» indica hasta qué punto estos jóvenes le ponen «valor» (plusvalor), hacen una inversión significativa, en lo que se ponen y consumen, apelando a la defensa de la personalidad como lugar de ambigua resistencia al mundo prefigurado por las industrias. 3. Metodología. La primera apuesta A lo largo del documento, vamos a entender la noción de «cultura somática» en relación con los discursos sociales (burocráticos o no) y el ámbito de las prácticas que capitalizan el cuerpo para hacerlo rentable, labrándolo individual y colectivamente, ya en las pantallas mediáticas, ya en el grupo de pares, ya en la escuela, ya en las prescripciones y controles clínicos, ya en los entretenimientos urbanos para jóvenes o la acción y controles policiales. Diremos que, en el caso de los jóvenes urbanos de capas medias que participaron en la investigación, hacer rendir el cuerpo significa, por un lado, experimentar las oportunidades de la vida y, por otro lado, expresar la personalidad. La condición expresiva y experimental del cuerpo es lo que centralmente expone la cultura somática de este joven urbano. Como práctica y como discurso, la cultura somática se advierte mejor al examinar los juegos sociales en que disponer del cuerpo como inversión resulta estratégico, es decir, al examinar el 30 Respecto a lo que, en general, suele llamarse «sensibilidades juveniles» haremos en la segunda parte del informe una reflexión y una adaptación de la noción benjaminiana de «test óptico» y trabajaremos algunas nociones un poco esotéricas y extrañas: el poder de la mirada, la condición plástica del cuerpo joven y su deserotización, el «gusto propio», el «consumo selectivo» y el «diseño-edición». 17 conjunto de ámbitos sociales en que hay que poner en juego el cuerpo; y al estudiar las inversiones que cada uno hace en el cuerpo para sacarle provecho en la vida social. En el primer sentido, «cultura somática» alude a los juegos sociales que, mediante diversas disposiciones, fuerzan una exposición central del cuerpo. El baile y la entrevista de trabajo, el centro comercial y la fiesta, harían parte de los juegos sociales que obligan al cultivo del cuerpo y su preparación. En el segundo sentido, significa que tanto las técnicas de maquillaje como las dietas, el vestuario y el cuidado de la piel son prácticas sociales y componentes de la cultura somática; pero también lo son los discursos que acerca de la belleza y la apariencia del cuerpo, lo adecuado y lo inadecuado, el cuerpo saludable o enfermo, (re)producen las personas, instituciones y grupos sociales. Entonces, atenderemos a las prácticas, discursos y juegos sociales en que la exposición del cuerpo es exigida. Evidentemente se trata de una perspectiva demasiado laxa y demasiado restrictiva al mismo tiempo. Apuntar a los discursos que regulan el cultivo el cuerpo, a las prácticas y recursos empleados en el cultivo del cuerpo y a los juegos sociales en que se expone ese cuerpo cultivado, implicaría una investigación que no hubiéramos podido hacer si previamente no hubiéramos optado por una delimitación un poco más fina acerca del alcance del estudio. Confiamos en que la conversación con la persona joven y urbana es una oportunidad para reconocer, de manera preliminar todavía, algunas de las huellas y hendiduras que esas prácticas, discursos y juegos sociales dejan en la conciencia, la experiencia y la vida de la persona joven. Examinar opiniones para comprender algunos rasgos de la cultura somática requiere asumir que la opinión indica y designa menos a quien opina que el lugar y las disposiciones sociales desde donde lo hace: es decir, la opinión nombra, sobre todo, las disposiciones y regulaciones que la modulan y permiten atisbar aquellas circunstancias e instituciones que definen lo que cada uno puede y debe hacer con su propio cuerpo y el de los otros en una ciudad como Cali. Como cuando al preguntar por el aborto o sobre la guerra, se puede reconocer en la opinión de cada uno la posición y la disposición social que habla por uno cuando uno cree estar hablando. Cada opinión es, en ese sentido, una suerte de militancia y adscripción en la que, más que tomar partido, porciones específicas de la vida social han tomado partido por uno. Para definir los criterios de selección de los jóvenes participantes, retomamos la categoría de “jóvenes juveniles” (Margulis y Urresti, 1996) y la posibilidad que tienen de una moratoria social y vital mucho más amplia que la de los jóvenes de sectores urbanos marginados. Se consideran “jóvenes juveniles” en tanto la desigual distribución de la moratoria social, les permite posponer el tiempo en que asumen responsabilidades adultas (hogar propio, hijos, vivir del trabajo) y aplazar mucho más que otros jóvenes - “jóvenes no juveniles”, siguiendo a Margulis y Urresti – su inserción al mundo adulto. Se trata de jóvenes de capas medias y altas que vivencian los signos e imaginarios globalizados de lo joven y están fuertemente integrados a los circuitos de consumo, diseño, autovigilancia y estimulación del cuerpo. Esquemáticamente, según los criterios de selección, tendríamos en un extremo jóvenes con mayor moratoria social, en el centro jóvenes con moratoria social moderada y en el otro extremo jóvenes “marginados” o con moratoria social muy baja (“jóvenes no juveniles”, que deben asumir desde muy temprano responsabilidades de adultos, que deben trabajar para mantenerse a sí mismos o a otras personas y no cuentan con el subsidio de una familia que les garantice su supervivencia)31. En consecuencia, en el proyecto
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