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bibl ioteca abier ta co l e c c i ón gene r a l perspec t ivas ambienta les Perspectivas sobre el paisaje Susana Barrera Lobatón Julieth Monroy Hernández editoras 2014 Perspectivas sobre el paisaje Biblioteca Abierta Colección General, serie Perspectivas Ambientales © Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, Facultad de Ciencias Humanas Primera edición, 2014 © Jardín Botánico José Celestino Mutis, 2014 ISBN: 978-958-761-951-5 © Editoras, 2014 Susana Barrera Lobatón Julieth Monroy Hernández ©Varios autores Facultad de Ciencias Humanas Comité editorial Sergio Bolaños Cuéllar, decano Jorge Rojas Otálora, vicedecano académico Luz Amparo Fajardo, vicedecana de investigación Jorge Aurelio Díaz, profesor especial Myriam Constanza Moya, profesora asociada Yuri Jack Gómez, profesor asociado Centro Editorial de la Facultad de Ciencias Humanas Esteban Giraldo González, director Felipe Solano Fitzgerald, coordinación editorial Diego Quintero, coordinación gráfica editorial_fch@unal.edu.co www.humanas.unal.edu.co Jardín Botánico José Celestino Mutis Luis Olmedo Martínez Z., director Adriana Lagos Zapata, subdirectora educativa y cultural Oficina de publicaciones Juana Torres, coordinación editorial Carlos Bastidas, apoyo editorial publicacionesJBB@jbb.gov.co www.jbb.gov.co Diseño original de la Colección Biblioteca Abierta Camilo Umaña Bogotá, 2014 Impreso en Colombia Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. catalogación en la publicación universidad nacional de colombia Perspectivas sobre el paisaje / Susana Barrera Lobatón, Julieth Monroy Hernández, editoras. -- Bogotá: Universidad Nacional de Colombia (Sede Bogotá). Facultad de Ciencias Humanas: Jardín Botánico José Celestino Mutis, 2014. Incluye referencias bibliográficas 486 p., il. – (Biblioteca abierta. Perspectivas ambientales) Incluye referencias bibliográficas isbn : 978-958-761-951-5 1. Geografía ambiental 2. Geografía histórica 3. Evaluación del paisaje 4. Espacio geográfico 5. Naturaleza 6. Medio ambiente I. Barrera Lobatón, Myriam Susana, 1965- II. Monroy Hernández, Julieth, 1983- III. Serie cdd-21 304.23 / 2014 ADMINISTRACIÓN DEL PAISAJE 419 Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde Julieth Monroy Hernández Grupo de Geografía de Montaña - Geoandes Grupo de Investigación Estepa Universidad Nacional de Colombia Introducción El contexto cambiante en el que se enmarcan los bordes de las ciudades, hace que este sea un espacio difícil de describir. En las ciudades contemporáneas los centros y límites son ambiguos, pues han experimentado una nueva fase de urbanización mediada por las dinámicas del capitalismo y la globalización de la economía (Knox y Pinch 2009). Estos y otros elementos configuran paisajes contrastantes en los bordes urbanos, convirtiéndolos en un com- plejo y continuo flujo de energía, donde los espacios naturales o rurales aportan ciertas funciones y servicios para el equilibrio del medio urbano (Barsky 2005). Este artículo hace una revisión de los enfoques que han guiado el estudio de los bordes urbanos, las formas de conceptualizarlos y de actuar sobre ellos. Observa como las diversas formas de analizar los bordes han cambiado, en la medida en que las relaciones entre humanos y ambiente modifica la forma de estructurar el paisaje. Cada paisaje es reinterpretado o transformado continuamente, y es precisamente este carácter doble —de finalización de un tipo de paisaje y la creación de uno nuevo— en el cual se enmarcan las zonas de borde y debe centrarse el análisis de las mismas. Como apunta Qviström (2007), el estudio de estos «reemplazos» en detalle, 420 Julieth Monroy Hernández permite acercarse a la comprensión de los conflictos y las relaciones de poder implícitas. Se pretende, a través de esta revisión, clasificar los estudios de borde en tres acercamientos diferentes: el enfoque rural-urbano, el enfoque del modelo economicista y el enfoque ambientalista, haciendo énfasis en este último para analizar el fenómeno de la creación de áreas protegidas como forma de organización y admi- nistración de los bordes urbanos. El desarrollo del concepto de borde urbano y sus enfoques resultantes Según Capel (1975), el fenómeno de transformación del borde urbano ha sido objeto de atención desde el siglo XIX, cuando surge la necesidad de hallar nuevos conceptos para designar estas áreas, al igual que principios teóricos que permitieran controlar su desa- rrollo. La «urbanización», así como las expresiones «suburbano» y «periurbano», aparecen para designar esta nueva realidad es- pacial y distinguir niveles entre la transición rural y urbana (Capel 1975). El concepto más utilizado para definir los bordes ha sido, sin embargo, el de «periurbano», que contiene un sentido geográfico implícito, relacionado con su ubicación física. Según Arenas, Her- nández y Pardo (2012), este se refiere a «alrededor o contiguo al medio urbano», espacio que, al ser influenciado por la expansión de la ciudad, queda fragmentado en «islas naturales», en gran parte por la infraestructura vial, es decir, que se reconoce su diferen- ciación a partir de fenómenos propios a las dinámicas generadas por los centros urbanos. Un importante eje que guía el inicio del estudio de los bordes urbanos es la «teoría del crecimiento urbano», basada en la «teoría de la localización» de Von Thünen, de principios del siglo XIX, y que analiza el crecimiento urbano desordenado y su relación con las áreas rurales aledañas. Esta teoría buscaba iden- tificar las fuerzas básicas que determinan los patrones en el área de expansión urbana, como son: la renta económica de la tierra acorde al uso, los costos de transporte que determinan esta (dis- tancia vs. tiempo), y el elemento producción-competencia (Sinclair 421 Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde 1967). Otras teorías importantes que le dieron continuidad a este concepto y que analizan de forma somera las relaciones ciudad y medio rural o externo, fueron: «la teoría de la localización indus- trial» de Alfred Weber, propuesta en 1909, y la «teoría de lugares centrales» de Walter Christaller, en 1933. Sin embargo, la conceptualización del fenómeno del borde urbano como tal, se inicia de forma más concreta en la década de 1940, debido a la creciente atención sobre los cambios similares que presentaban las periferias de las ciudades en Norte América y Europa (Adell 1999). El desarrollo de una franja diferenciada de la ciudad comienza a observarse como el lugar donde las categorías urbanas y rurales, junto con sus características de población y actividades eco- nómicas, se reúnen y conforman una zona de transición. El borde urbano se define, entonces, como un área activa de expansión de la ciudad, caracterizada por la delimitación y agrupación de un seg- mento pobremente regulado, con ausencia o poco acceso a servicios públicos y con oferta de tierras para la construcción, que influencian el decaimiento de las actividades rurales (Andrews 1942). Los debates de las complejas relaciones funcionales de la peri- feria urbana, en este momento, giran alrededor de temas como sus límites físicos, la heterogeneidad de usos del suelo, las condiciones morfológicas y las densidades de las áreas construidas (Adell 1999). Estos elementos están relacionados con la invasión del espacio pe- riurbano por residencias informales, industrias y otros usos exten- sivos, que genera un alza en los valores del suelo, intensificación de la demanda por servicios públicos, cambio en el patrón cultural ge- neral y conflictos de manejo por parte del gobierno local (Andrews 1942). En general se trataba de una idea que observaba el borde como un espacio de transición, donde se desarrollaba lo suburbano y donde se mezclan lo urbanoy lo rural (Vasco et ál. 2005). En los años cincuenta, la discusión se enfoca en el crecimiento económico y la modernización. Se desarrolla la «teoría de polos de crecimiento», que observa cómo algunos lugares son apropiados por el capital para ser explotados en beneficio de los centros ur- banos, creándose así una «polarización espacial» (polos de desa- rrollo), con relaciones de poder bien definidas (Adell 1999). 422 Julieth Monroy Hernández Para los años sesenta ya existía una amplia terminología para describir el fenómeno de los bordes urbanos como una nueva realidad espacial: suburbios de periferia urbana, pseudo-suburbios, interfaz periurbana, periferia rur-urbana, áreas metropolitanas marginales, paisajes post-suburbanos, entre otros. La tendencia de este momento se enfocaba en diferenciar las áreas periurbanas de las zonas de la periferia rur-urbana, donde la primera presenta una mayor densidad residencial, comercial e industrial, tasas más altas de crecimiento de la población, procesos más dinámicos de cambio en el uso del suelo y la implementación de medios de co- municaciones y transporte mejor consolidados; por el contrario, la segunda presenta una menor densidad de población, una mayor proporción de terrenos baldíos y tierras de cultivo, índices más bajos de densidad de población y menos procesos dinámicos de cambio de uso del suelo (Adell 1999). Para la década de setenta se evidencia un cambio en la inte- racción entre los ambientes rurales y urbanos de nivel local, debido a la trasformación de las relaciones sociales globales, generando una nueva conceptualización de los bordes, principalmente en Europa (Adell 1999). Dos temas de interés en este periodo son las tendencias migratorias en las ciudades y las relaciones económicas que dan origen a los patrones de borde, diferenciándose dos fenó- menos: primero, la migración de las clases altas y medias hacia las áreas rurales y la creación de suburbios; y segundo, la migración de población rural de bajos ingresos hacia la antigua periferia de la ciudad en búsqueda de mejores oportunidades (Vasco et ál. 2005). Esta última dinámica de «difusión» del fenómeno urbano en la po- blación rural tiene un alto impacto en el nivel de la ordenación, como en las actividades económicas y estilos de vida o urbanización del campo, y que se define bajo el concepto de «periurbanización» (Adell 1999). A partir de estos nuevos enfoques se desarrollarían otras teorías basadas en la localización y los flujos de intercambio de energía entre la ciudad y las áreas rurales, por ejemplo, el trabajo de Unwin de 1989, sobre la interacción urbano-rural en los países en desarrollo, donde se describe cómo estos flujos están asociados 423 Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde con las interacciones entre personas, lugares y objetos, en cuatro tipos de vínculos: económicos, sociales, políticos e ideológicos. A partir de estos conceptos, y de acuerdo con Vasco et ál. (2005), se pueden definir dos momentos: uno inicial, donde las definiciones de borde urbano lo caracterizan como un espacio pasivo y dual, la división entre lo urbano y rural se considera la principal razón de las dificultades en el manejo de la franja o zona de borde (Qviström 2007). Generalmente estos espacios son considerados de baja calidad para el aprovechamiento productivo, sin valores urbanos y ambien- tales; son zonas de contacto con formas típicas reconocibles, que evidencian una transición. Un segundo momento se refiere al borde como un espacio difuso, donde se mezclan nuevos estilos de vida, influenciados para las nuevas relaciones de las escalas global y local, que hacen que estos espacios no estén mediados únicamente por los centros metropolitanos (Vasco et ál. 2005). El desarrollo de diferentes conceptos y formas de analizar el borde urbano no ha implicado que los enfoques desarrollados desde los años cuarenta se hayan superpuesto unos a otros, muchas de las ideas iniciales aún persisten en las publicaciones contempo- ráneas y han ajustado su conceptualización a las nuevas realidades. Como última tendencia, se encuentra aquella proveniente de la visión ambientalista, donde el borde urbano se caracteriza por ser una zona de presión ciudad-periferia, que afecta gravemente la sostenibilidad de los lugares naturales periurbanos, con los cuales esta mantiene relaciones de intercambio constante a dife- rentes escalas. Se analiza el borde periurbano como zona de con- tacto expuesta a la contaminación (descarga de residuos sólidos, químicos y líquidos, polución, etc.) y la explotación de recursos, y, como sistema de paisajes-mosaico, comprendidos por relictos «na- turales» donde coexisten sistemas productivos rurales y algunas pequeñas aglomeraciones o actividades urbanas (Barsky 2005). El espacio periurbano-urbano como sistema natural también es considerado como parte de la oferta de servicios y funciones ambientales periferia-ciudad. Estas funciones son determinadas principalmente por el sector turismo, el cual aprovecha las áreas 424 Julieth Monroy Hernández rurales y «naturales» cercanas a la ciudad como un lugar de ocio y disfrute de la población urbana, en especial cuando coexisten allí áreas de interés para la conservación. Teniendo en cuenta, entonces, estos diferentes enfoques, que a través del tiempo han abordado el estudio de los espacios de borde, se pueden definir tres líneas principales: el «enfoque rural-urbano», basado en la diferenciación de actividades y oferta de servicios; el «enfoque basado en un modelo economicista», donde el mercado y los procesos de globalización definen las relaciones entre el espacio periurbano y la ciudad, y, por último, un «enfoque ambientalista», donde el espacio periurbano es susceptible de transformarse por la presión urbana, la cual amenaza su sostenibilidad, pero que a la vez comprende un potencial para la conservación, el turismo y la provisión de recursos y servicios ambientales. Estos tres enfoques, sin embargo, tienen elementos comunes, pues los espacios periur- banos son territorios mixtos, que deben ser vistos de forma abierta (Qviström 2007); no obstante, a continuación se da una breve des- cripción de sus particularidades. Enfoque rural-urbano Este enfoque es el más estudiado; se refiere a las áreas de espacio periurbano como un «paisaje de frontera», donde se di- ferencian dos elementos de división entre lo urbano y lo rural: la morfología, entendida como la diferenciación de los patrones del paisaje, y las actividades que se desarrollan de uno u otro lado. Los bordes se consideran como un área de frontera entre dos subsistemas con estructuras y funciones diferentes, cuya ca- racterística más significativa la constituye las discontinuidades en los servicios urbanos y ambientales, sumado a las caracterís- ticas de población, densidad de áreas construidas, características de infraestructura, límites administrativos y actividades econó- micas predominantes (Zulaica y Rampoldi 2008). Sin embargo, al tratar de definir y conceptualizar estas zonas de espacio pe- riurbano existe un conflicto asociado a la concepción de ambos espacios rural y urbano. Se considera que una de las principales 425 Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde diferencias entre los asentamientos urbanos y rurales son los medios de subsistencia, así por ejemplo, lo rural se identifica con las actividades agropecuarias y los centros urbanos con la oferta de servicios (Adell 1999). Otros autores consideran las zonas de borde urbano como un «paisaje en transición», donde la ciudad está en constante ex- pansión y las actividades rurales están predestinadas a desapa- recer, en este concepto las fases intermedias son ignoradas, por lo cual se considera que para entender las transformaciones del paisaje en el espacio periurbano de la ciudad, se debe realizar un análisis que considere la mezcla de actividades(Adell 1999). De esta forma, el espacio periurbano no es visto como un lugar discreto, sino como un espacio donde se han incorporado patrones de acti- vidades urbanas en muchas ocasiones sin control (Qviström 2007). Esta franja se caracteriza por la pérdida de valores rurales (como pérdida de suelo fértil, paisajes rurales tradicionales) o el déficit de atributos urbanos (baja densidad de población y por lo tanto de construcciones habitacionales, difícil accesibilidad, ausencia de servicios e infraestructura, etc.) (Adell 1999), a pesar de los con- tinuos intercambios de servicios y recursos entre estas zonas, como flujos que se retroalimentan constantemente. El límite externo «periurbano-rural» es aún más difícil de analizar, se considera como un espacio indefinido, cuya extensión depende del proceso de expansión urbana y su infraestructura de conectividad, por ejemplo, las vías de comunicación hacen que las características periurbanas se extiendan más allá de sectores di- ferenciados en el límite cercano a la ciudad (Zulaica y Rampoldi 2008). Esto genera un patrón de gran diversidad de usos y paisajes, pues en la medida en que la ciudad avanza sobre el ámbito rural, se originan nuevos espacios de transición con alto dinamismo. De esta forma, la interacción constante entre actividades y servicios de un lado y otro, crea lo que Qviström (2007) llama «lugares sombra», donde la ordenación del territorio ha sido ignorada o se ha desarrollado de forma informal un proceso de extensión de ac- tividades e infraestructuras relacionadas a lo urbano. 426 Julieth Monroy Hernández Enfoque del modelo economicista: mercado y globalización Este enfoque tiene sus inicios en la teoría de la localización de Tünen de 1820 y se basa, en su forma más simple, en el análisis de los patrones que se imprimen en el paisaje debido a las rela- ciones entre distancia y tiempo con respecto a la producción. Sin embargo, las ciudades no pueden ser analizadas como objetos está- ticos con límites definidos, estas poseen ahora bordes difusos, con un crecimiento de las actividades urbanas y su población sobre el área rural (Sinclair 1967). Este crecimiento se encuentra definido, según Adell (1999), por cinco tipos de flujos: personas, producción, materias primas, capital e información; cada uno de los cuales crea diferentes patrones de relaciones espaciales entre las zonas rurales y urbanas, basados en los objetivos de un patrón de desarrollo o estrategia política, orientada a mejorar las posibilidades de creci- miento económico. De esta forma el espacio de borde se encuentra sometido a procesos económicos relacionados con la valoración capitalista del espacio, acondicionándolo para nuevas actividades, que al no ser del todo planificadas genera una gran complejidad de usos del suelo (Barsky 2005). Esta formación de patrones de paisaje heterogéneos, donde en ocasiones el crecimiento metropolitano envuelve las áreas rurales llegando hasta los pueblos cercanos, genera según Adell (1999) un «marco social transicional» en proceso de suburbanización. Por esto, para entender los patrones de borde alrededor de las ciudades, frente al desarrollo de actividades económicas mixtas, se debe en- tender primero el proceso de expansión urbana y las diferencias entre la valorización de la tierra urbana y rural, lo cual contribuye a la flexibilización de las actividades (Sinclair 1967), así como las políticas económicas que rigen este proceso a diferentes escalas. La relación de escala del fenómeno de borde es muy importante en este enfoque, ya que la demanda del suelo, de actividades agrí- colas y las formas de asentamiento alrededor de las ciudades, de- penden de tendencias económicas locales, nacionales y globales. En el proceso actual de apertura económica, factores externos pueden regir la estructuración de los espacios periurbanos, haciendo que 427 Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde se pierda el control sobre los procesos económicos, sociales y te- rritoriales internos, transformaciones que tienden a concentrarse característicamente en los grandes espacios urbanos (Zulaica y Rampoldi 2008). De esta forma el enfoque economicista también se traspone con el discurso del desarrollo, más allá de la diferen- ciación entre lo rural y lo urbano, pues se basa en la definición de las características «del Primer Mundo y del Tercer Mundo». Este enfoque hace también énfasis en las múltiples estruc- turas que configuran el paisaje rural y el paisaje urbano, y busca descifrar cómo el establecimiento de un borde se hace particular- mente complejo, debido a los traslapes entre los límites espaciales de estos dos paisajes, que a lo largo de su construcción histórica ha sostenido flujos producto de identidades, tecnologías y economías globales (Vasco et ál. 2005). Enfoque ambientalista El enfoque ambientalista observa el borde urbano como una zona de transición, comprendida por una complejidad de relaciones ecosistémicas entre la ciudad y sus áreas naturales periurbanas, las cuales se encuentran bajo grave presión debido a los intensos pro- cesos de transformación generados por el avance de la ciudad sobre ellas (Barsky 2005). Corresponde a esa franja habitable entre las áreas urbanas y rurales, que es un conjunto fragmentado de usos del suelo urbano y «usos naturales» (Vasco et ál. 2005), es decir, aquellos relacionados con las funciones y servicios ambientales que estas áreas proveen a la ciudad. En este enfoque el impacto sobre los espacios naturales se analiza desde el concepto de huella ecológica, entendido como el alcance de la ciudad sobre los eco- sistemas periurbanos de forma directa o indirecta (Barsky 2005). El enfoque ambientalista guarda también relación con las ideas de conservación de la naturaleza y desarrollo sostenible. Existe un interés particular sobre la necesidad de fortalecer la funcionalidad de los núcleos urbanos tradicionales y su periferia, y valorar los sistemas naturales existentes para la sostenibilidad social y ambiental (Vasco et ál. 2005). Esto se debe a que en los bordes de las ciudades se encuentran recursos naturales que 428 Julieth Monroy Hernández sustentan y mantienen conectividad entre estas y sus áreas rurales, que además de ofrecer recursos para su extracción ofrecen zonas para la disposición de residuos de la actividad urbana (vertimiento de aguas residuales, rellenos sanitarios) y áreas para la recreación y educación. De esta forma los espacios urbanos y rurales se so- portan el uno al otro, manteniendo una relación dialéctica donde los cambios de uno tendrán efectos en el otro e indirectos sobre otro sistema (Vasco et ál. 2005). Con el fin de entender cómo el proceso de urbanización afecta los valores de la naturaleza, se puede decir desde otra perspectiva, y tomando como referencia a Qviström (2007), que el enfoque am- bientalista estudia la recreación de espacios periurbanos «fuera de orden» en contraste con los «espacios ordenados» mejor integrados y cercanos a la ciudad, más que los conflictos entre lo rural y lo urbano. Esto se debe a la compleja estructura de unidades adminis- trativas y la legislación que crea una dicotomía en su tratamiento, en especial al no hacerse una planificación integral. Este autor también considera que la división artificial entre lo urbano y rural es una de las principales razones de las dificultades en el manejo del borde, ya que este se encuentra integrado por lugares híbridos de la ciudad y el campo, que frecuentemente se encuentran a la espera de proyectos de planificación que comprendan su condición. El enfoque ambiental y la protección de los espacios periurbanos como forma de ordenar el borde urbano Las particularidades que caracteriza los espacios naturales de la periferia urbana, ha hecho que estos lugares en muchas oca- siones sean considerados como áreas a proteger, debido a que se encuentran en una situación de pérdidade patrimonio natural y presión ambiental por parte de la ciudad (Pastor 2010). Este ca- rácter de protección tiene sus raíces en los movimientos conserva- cionistas y proteccionistas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX en los Estados Unidos, que fueron acogidos más extensi- vamente a partir de los años sesenta. 429 Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde Para el movimiento conservacionista, en principio, las áreas naturales eran valoradas por su importancia paisajística y escénica, primaba el interés por la recreación y el ocio de los habitantes de las crecientes ciudades, ignorando el bienestar y las necesidades de las poblaciones asentadas dentro de las áreas naturales o que de- pendían de los recursos de estas. Esto da lugar a una diferenciación entre las ideas ambientalistas; por un lado se encuentra el conser- vacionismo de enfoque más utilitarista, orientado al uso racional de los recursos a partir de tres principios: el uso para la generación presente, la prevención de la sobreexplotación y el uso para el be- neficio de la mayoría. Por otro, se encuentra el proteccionismo, o preservacionismo, tendencia que reverencia a la naturaleza y busca protegerla contra el desarrollo moderno; la naturaleza es reco- nocida como parte de la comunidad a la que los humanos también pertenecen y donde el uso de los recursos debe respetar la inte- gridad y equilibrio de esta (Ramos 2000). A pesar de que la primera visión admite el uso de los recursos, es la segunda línea la que tiene mayor acogida y que da lugar a la creación de las primeras áreas protegidas bajo la denominación de parques nacionales. Sin embargo, el conservacionismo finalmente se retoma frente a la imposición del discurso del desarrollo para la década de 1980, y la contradicción que, en muchos países (espe- cialmente los llamados del «Tercer Mundo»), presentaba la gestión de espacios con recursos valorados económicamente. Es en este momento, en el que se evidencian conflictos importantes que dan lugar a procesos de planeación más adecuados a la realidad de los espacios protegidos periurbanos. A diferencia de los grandes espacios protegidos, las áreas natu- rales y rurales periurbanas muestran condiciones y formas de uti- lización particulares, constituyéndose como áreas receptoras que reducen la presión de la ciudad sobre espacios más frágiles, y como lugares de significación cultural y de convivencia. Asimismo poseen un alcance territorial que supera su límite administrativo local, pues sus funciones y servicios generalmente se extienden a un conjunto de municipios próximos (Arenas, Hernández y Pardo 2012). Otros 430 Julieth Monroy Hernández consideran que los parques periurbanos pueden funcionar como «zonas de amortiguación» a otros espacios de mayor fragilidad y con una capacidad de carga más limitada, desplazando hacia ellos parte de la demanda de espacios verdes para el esparcimiento (Florido y Lozano 2005). Los espacios naturales periurbanos que delimitan las exten- siones urbanas, se definen generalmente por paisajes marcados por contrastes físicos, los cuales son clasificados por Grange et ál. (2001) en cinco grupos: montañas, colinas, valles pequeños, pla- nicies aluviales y llanuras o praderas. Estos paisajes se caracterizan por el predominio de vegetación natural, diferente a los espacios verdes urbanos, que han sido modelados en forma de jardines o parques públicos. Sin embargo, sus características no son ori- ginarias, pues son paisajes heredados de la interacción del borde rural-urbano, que, anteriormente, configuraba un paisaje con una superficie mucho más extensa (Arenas et ál. 2012). Por esto los es- pacios naturales protegidos alrededor de las ciudades, como men- ciona Arenas (y otros 2010), requieren de una gestión diferenciada, ya que estos no necesitan de un mantenimiento constante, pues se encuentran en interacción con áreas que pueden aún sostenerse de forma natural y que se mezclan con otras actividades de aprove- chamiento productivo, mientras que los espacios verdes urbanos requieren de una mayor atención para su sostenimiento como un elemento paisajístico. La estructura heterogénea de estos espacios da lugar a un mo- saico muy diversificado de funciones (Sundseth y Raeymaekers 2007), que han sido clasificadas con bastante precisión por Mi- chelot et ál. (2004), en las siguientes categorías1: • Funciones naturales: sostenimiento de la biodiversidad, regu- lación de vertimientos, estabilización del microclima, regulación de nutrientes, reducción de ruido, preservación del patrimonio ecológico y geológico, protección contra la erosión, trampa de carbono y de material orgánico, producción de oxígeno. 1 Traducción propia. 431 Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde • Funciones sociales: escenarios para el desarrollo de actividades de ocio y deporte, contemplación del paisaje, actividades educa- tivas, caza, como lugares de investigación científica, elementos de patrimonio cultural e histórico (arquitectura rural, lugares arqueológicos, históricos, arquitectura contemporánea, lu- gares de peregrinaje, preservación de actividades rurales). Este tipo de funciones también son consideradas como urbanas, en la medida en que los lugares naturales se encuentran ligados a la ciudad como una extensión de sus actividades. • Funciones económicas: agricultura, producción y almacena- miento de agua potable, minería, silvicultura, pesca profesional, turismo, asentamiento de algunas industrias que buscan cons- tituir una imagen con productos naturales (como agua mineral o productos orgánicos). • Funciones de interés general: represas para la producción de agua potable, rellenos sanitarios o espacios para la regulación de basuras, instalaciones de servicios de comunicación e in- fraestructura vial. Estas funciones se construyen socialmente a través de activi- dades y prácticas del uso público de los espacios, que, con el tiempo, necesitan de planeación y gestión para su sostenimiento, lo cual in- cluye la construcción de equipamientos y la organización de usos permitidos a través de acciones legales (Duque et ál. 2007). A pesar de su carácter de protección, este tipo de paisajes periurbanos son reformados y recreados permanentemente por las diferentes co- munidades e instancias administrativas urbanas y rurales; como apunta Rivera (2009), es un espacio socialmente construido, que genera diferentes territorializaciones. Sin embargo, las dicotomías entre las formas de ordenar en el nivel legal o administrativo y las formas de uso del espacio, por parte de quienes lo habitan, permanente o intermitentemente, son motivo de disputas territoriales que, en muchos casos, se convierten en limitantes para su ordenamiento. Así, el paisaje de borde com- prende un espacio sometido a procesos complejos, que debido a su 432 Julieth Monroy Hernández situación de transición, entre el campo y la ciudad, es un territorio que permanece en constante trasformación (Barsky 2005). Como territorio denota un conjunto de vínculos de dominio, poder, per- tenencia o apropiación ya sea por un sujeto individual o colectivo (Rivera, 2009), que con el tiempo se amplía o se relocaliza, por lo tanto, es un territorio transicional inestable y en consolidación, «es un espacio que se define por la indefinición» (Barsky 2005). Esta dimensión territorial en el análisis de los pasajes de bordes urbanos, es un componente importante, a causa de los diferentes pro- cesos que los moldean; los bordes no deben considerarse únicamente como un objeto pasivo o simple soporte físico de estos procesos, sino como un espacio activo y dinámico bajo la influencia de relaciones territoriales, debido a intereses socioeconómicos de diferentes es- calas (Zulaica y Rampoldi 2008). Por esto, los paisajes que albergan los parques naturales periurbanos deben cumplir un rol primordial en la concepcióny planificación del territorio, y, como apunta Pastor (2010), deben considerarse como una puerta abierta por ser un te- rritorio particular que, además de controlar la expansión urbana, contribuye a mejorar la calidad de vida de las ciudades. A pesar del carácter de espacio relacional, los enfoques que analizan el borde se centran de manera predominante desde el área urbana hacia la periferia; pero, como apunta Arenas (2010), cada vez se necesita más un abordaje en ambos sentidos, incluyendo también las relaciones desde afuera hacia dentro, y la consideración de su carácter mixto y no solo su relación con el patrón urbano o sus funciones de protección (Michelot et ál. 2006). Conclusiones El estudio de los bordes urbanos se ha convertido en un tema importante en el análisis no solo de las ciudades, sino de las trans- formaciones y dinámicas de sus áreas aledañas. Su importancia se define en la medida en que se presentan conflictos similares en diferentes regiones, y en cuanto la ciudad necesita más de los re- cursos externos para abastecer a su población, bien sean alimentos o recursos como el agua o los minerales para construcción. La ne- cesidad de ordenar y administrar los bordes nace, entonces, de la 433 Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde creación colectiva de este espacio, en el intercambio de la ciudad y su área rural, que de manera informal van transformando el paisaje, y a la diversidad de actores que se superponen en este es- pacio, se hace necesaria la gestión territorial integral. Un elemento importante en esta construcción de borde es el fenómeno de la globalización, y las dinámicas económicas y po- blacionales son un eje importante en la transformación del borde urbano, que se encuentran estrechamente relacionadas con la forma de difusión y concentración espacial de la ciudad, dando lugar a nuevos bordes y fronteras, no solo hacia el exterior del medio urbano, sino también al interior de sus diferentes territorios. Por esto no es preciso hablar de ruralidad, entendida como la diferenciación de la disponibilidad de servicios o infraestruc- turas, o en términos del discurso del desarrollo, donde conceptos ambiguos como «Primer Mundo y Tercer Mundo» ya no son apli- cables, pues cada región o nación es diferente y la ruralidad de las áreas contiguas a las ciudades se ven permeadas por lo urbano de diferentes formas. Estas concepciones duales buscan diferencias más que particularidades, limitando un análisis objetivo. Es im- portante observar otras formas de conceptualizar los ambientes de borde rural-urbano, como la caracterización de las actividades productivas en ambos campos, por ejemplo, la designación ex- clusiva del ámbito rural a la producción de alimentos. Un caso que ha tenido eco en algunas ciudades, han sido los movimientos de agricultura urbana como una actividad productiva dentro de la ciudad, que, aunque a menor escala, tiene elementos de la rura- lidad desde una visión ambiental, en busca del mejoramiento al acceso de alimentos; otro ejemplo es la tendencia a la recuperación de semillas y la producción de alimentos orgánicos en áreas rulares cercanas a las ciudades, en contraposición a las industrias agrícolas que buscan mayor productividad para abastecer la demanda de ali- mentos por la población urbana. Por esto es conveniente ver el fenómeno de borde como difuso, del cual se deben estudiar, más a fondo, las nuevas estruc- turas y funcionalidades de lo rural con respecto a lo urbano. La comprensión de las relaciones de escala y el carácter difuso de los 434 Julieth Monroy Hernández bordes en la administración de estos paisajes, debe buscar un orde- namiento de forma conjunta, donde ambos lados se integren. Al ser un espacio de transición contiene elementos de interés para ambos costados y, por lo tanto, un ordenamiento integrado sería una forma conveniente de evitar la superposición de acciones y nor- mativas, generadoras de conflictos. Dentro de la administración y ordenación de estos espacios, es también importante considerar la especificidad del paisaje físico de borde, ya que no es lo mismo hablar de borde en zonas de montaña, llanuras o sabanas, o un río como barrera de la ciudad, así como las interacciones entre estos ambientes y la población que los habitan. Por su carácter de peri- feria, en ocasiones, estas divisiones físicas del paisaje hacen que los bordes se conviertan en lugares olvidados y, por consiguiente, la administración urbana los ignora o subvalora, al no considerarlas como una de las problemáticas principales en el ordenamiento de la ciudad, quedando, así, postergadas en la planeación. Frente a las administraciones que, bajo un enfoque ambien- talista, dan lugar a la creación de áreas protegidas, algunos casos siguen siendo de carácter proteccionista. Aunque la creación de áreas de reserva para el sostenimiento de las funciones y ser- vicios ambientales prestados a la ciudad sean de gran importancia, la adopción de una visión ambiental extensiva desde la ciudad a sus bordes y no la creación de áreas protegidas como tipo de con- tención de su deterioro, podría ser una respuesta al mejoramiento de las problemáticas que se desprenden de este fenómeno. Una gestión más consciente de los impactos que tienen sobre el medio sus acciones, ya sean directas o indirectas, permitiría mantener un equilibrio y congruencia entre las relaciones ciudad-campo, en especial en ciudades con un área rural activa, que no es compa- tible con la protección exclusiva de áreas naturales. De esta forma, el borde sería más una zona de amortiguación, de adentro hacia afuera, que un problema de límites y diferenciación de elementos, y, asimismo, se resaltaría su carácter transicional, en el que las áreas «naturales», debidamente administradas e integradas con los espacios verdes de la ciudad, se convierten en soporte real de la ciudad y su área urbana-rural. 435 Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde En este tipo de ordenamiento es importante prever el impacto que tiene sobre ciertas funciones ambientales el continuo creci- miento y densificación de la ciudad, o las actividades secundarias que pueda generar cierto tipo de campo económico, por ejemplo, el turismo o la extracción minera, que pueden atraer diferentes tipos de actividades en detrimento de las áreas de borde. Referencias Adell, G. 1999. Theories and models of the peri-urban interface: a changing conceptual landscape. 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