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co l e c c i ón gene r a l perspec t ivas ambienta les
Perspectivas sobre el paisaje 
Susana Barrera Lobatón 
Julieth Monroy Hernández editoras
2014
Perspectivas sobre el paisaje
Biblioteca Abierta 
Colección General, serie Perspectivas Ambientales
© Universidad Nacional de Colombia,
sede Bogotá, Facultad de Ciencias Humanas
Primera edición, 2014
© Jardín Botánico José Celestino Mutis, 2014
ISBN: 978-958-761-951-5
© Editoras, 2014
Susana Barrera Lobatón 
Julieth Monroy Hernández
©Varios autores
Facultad de Ciencias Humanas 
Comité editorial
Sergio Bolaños Cuéllar, decano 
Jorge Rojas Otálora, vicedecano académico
Luz Amparo Fajardo, vicedecana de investigación
Jorge Aurelio Díaz, profesor especial
Myriam Constanza Moya, profesora asociada
Yuri Jack Gómez, profesor asociado
Centro Editorial de la Facultad de Ciencias Humanas
Esteban Giraldo González, director
Felipe Solano Fitzgerald, coordinación editorial 
Diego Quintero, coordinación gráfica 
editorial_fch@unal.edu.co
www.humanas.unal.edu.co
Jardín Botánico 
José Celestino Mutis
Luis Olmedo Martínez Z., director
Adriana Lagos Zapata, subdirectora 
educativa y cultural
Oficina de publicaciones
Juana Torres, coordinación editorial
Carlos Bastidas, apoyo editorial
publicacionesJBB@jbb.gov.co
www.jbb.gov.co
Diseño original de la Colección Biblioteca Abierta
Camilo Umaña
Bogotá, 2014
Impreso en Colombia
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier 
medio, sin la autorización escrita del titular de los 
derechos patrimoniales.
catalogación en la publicación universidad nacional de colombia
 Perspectivas sobre el paisaje / Susana Barrera Lobatón, Julieth Monroy Hernández, editoras. -- Bogotá: 
Universidad Nacional de Colombia (Sede Bogotá). Facultad de Ciencias Humanas: Jardín Botánico José 
Celestino Mutis, 2014. Incluye referencias bibliográficas 486 p., il. – (Biblioteca abierta. Perspectivas 
ambientales)
 Incluye referencias bibliográficas
 isbn : 978-958-761-951-5
 1. Geografía ambiental 2. Geografía histórica 3. Evaluación del paisaje 4. Espacio geográfico 5. Naturaleza 
6. Medio ambiente I. Barrera Lobatón, Myriam Susana, 1965- II. Monroy Hernández, Julieth, 1983- 
III. Serie
 cdd-21 304.23 / 2014
ADMINISTRACIÓN DEL PAISAJE
419
Las áreas protegidas como elemento 
ordenador de los paisajes de borde
Julieth Monroy Hernández
Grupo de Geografía de Montaña - Geoandes
Grupo de Investigación Estepa 
Universidad Nacional de Colombia
 
Introducción
El contexto cambiante en el que se enmarcan los bordes de 
las ciudades, hace que este sea un espacio difícil de describir. En 
las ciudades contemporáneas los centros y límites son ambiguos, 
pues han experimentado una nueva fase de urbanización mediada 
por las dinámicas del capitalismo y la globalización de la economía 
(Knox y Pinch 2009). Estos y otros elementos configuran paisajes 
contrastantes en los bordes urbanos, convirtiéndolos en un com-
plejo y continuo flujo de energía, donde los espacios naturales o 
rurales aportan ciertas funciones y servicios para el equilibrio del 
medio urbano (Barsky 2005).
Este artículo hace una revisión de los enfoques que han guiado 
el estudio de los bordes urbanos, las formas de conceptualizarlos y 
de actuar sobre ellos. Observa como las diversas formas de analizar 
los bordes han cambiado, en la medida en que las relaciones entre 
humanos y ambiente modifica la forma de estructurar el paisaje. 
Cada paisaje es reinterpretado o transformado continuamente, y 
es precisamente este carácter doble —de finalización de un tipo 
de paisaje y la creación de uno nuevo— en el cual se enmarcan las 
zonas de borde y debe centrarse el análisis de las mismas. Como 
apunta Qviström (2007), el estudio de estos «reemplazos» en detalle, 
420
Julieth Monroy Hernández
permite acercarse a la comprensión de los conflictos y las relaciones 
de poder implícitas.
Se pretende, a través de esta revisión, clasificar los estudios de 
borde en tres acercamientos diferentes: el enfoque rural-urbano, 
el enfoque del modelo economicista y el enfoque ambientalista, 
haciendo énfasis en este último para analizar el fenómeno de la 
creación de áreas protegidas como forma de organización y admi-
nistración de los bordes urbanos.
El desarrollo del concepto de borde 
urbano y sus enfoques resultantes
Según Capel (1975), el fenómeno de transformación del borde 
urbano ha sido objeto de atención desde el siglo XIX, cuando surge 
la necesidad de hallar nuevos conceptos para designar estas áreas, 
al igual que principios teóricos que permitieran controlar su desa-
rrollo. La «urbanización», así como las expresiones «suburbano» 
y «periurbano», aparecen para designar esta nueva realidad es-
pacial y distinguir niveles entre la transición rural y urbana (Capel 
1975). El concepto más utilizado para definir los bordes ha sido, sin 
embargo, el de «periurbano», que contiene un sentido geográfico 
implícito, relacionado con su ubicación física. Según Arenas, Her-
nández y Pardo (2012), este se refiere a «alrededor o contiguo al 
medio urbano», espacio que, al ser influenciado por la expansión 
de la ciudad, queda fragmentado en «islas naturales», en gran parte 
por la infraestructura vial, es decir, que se reconoce su diferen-
ciación a partir de fenómenos propios a las dinámicas generadas 
por los centros urbanos.
Un importante eje que guía el inicio del estudio de los 
bordes urbanos es la «teoría del crecimiento urbano», basada en 
la «teoría de la localización» de Von Thünen, de principios del 
siglo XIX, y que analiza el crecimiento urbano desordenado y su 
relación con las áreas rurales aledañas. Esta teoría buscaba iden-
tificar las fuerzas básicas que determinan los patrones en el área 
de expansión urbana, como son: la renta económica de la tierra 
acorde al uso, los costos de transporte que determinan esta (dis-
tancia vs. tiempo), y el elemento producción-competencia (Sinclair 
421
Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde
1967). Otras teorías importantes que le dieron continuidad a este 
concepto y que analizan de forma somera las relaciones ciudad y 
medio rural o externo, fueron: «la teoría de la localización indus-
trial» de Alfred Weber, propuesta en 1909, y la «teoría de lugares 
centrales» de Walter Christaller, en 1933.
Sin embargo, la conceptualización del fenómeno del borde 
urbano como tal, se inicia de forma más concreta en la década de 
1940, debido a la creciente atención sobre los cambios similares que 
presentaban las periferias de las ciudades en Norte América y Europa 
(Adell 1999). El desarrollo de una franja diferenciada de la ciudad 
comienza a observarse como el lugar donde las categorías urbanas y 
rurales, junto con sus características de población y actividades eco-
nómicas, se reúnen y conforman una zona de transición. El borde 
urbano se define, entonces, como un área activa de expansión de la 
ciudad, caracterizada por la delimitación y agrupación de un seg-
mento pobremente regulado, con ausencia o poco acceso a servicios 
públicos y con oferta de tierras para la construcción, que influencian 
el decaimiento de las actividades rurales (Andrews 1942).
Los debates de las complejas relaciones funcionales de la peri-
feria urbana, en este momento, giran alrededor de temas como sus 
límites físicos, la heterogeneidad de usos del suelo, las condiciones 
morfológicas y las densidades de las áreas construidas (Adell 1999). 
Estos elementos están relacionados con la invasión del espacio pe-
riurbano por residencias informales, industrias y otros usos exten-
sivos, que genera un alza en los valores del suelo, intensificación de 
la demanda por servicios públicos, cambio en el patrón cultural ge-
neral y conflictos de manejo por parte del gobierno local (Andrews 
1942). En general se trataba de una idea que observaba el borde 
como un espacio de transición, donde se desarrollaba lo suburbano 
y donde se mezclan lo urbanoy lo rural (Vasco et ál. 2005).
En los años cincuenta, la discusión se enfoca en el crecimiento 
económico y la modernización. Se desarrolla la «teoría de polos de 
crecimiento», que observa cómo algunos lugares son apropiados 
por el capital para ser explotados en beneficio de los centros ur-
banos, creándose así una «polarización espacial» (polos de desa-
rrollo), con relaciones de poder bien definidas (Adell 1999). 
422
Julieth Monroy Hernández
Para los años sesenta ya existía una amplia terminología para 
describir el fenómeno de los bordes urbanos como una nueva 
realidad espacial: suburbios de periferia urbana, pseudo-suburbios, 
interfaz periurbana, periferia rur-urbana, áreas metropolitanas 
marginales, paisajes post-suburbanos, entre otros. La tendencia 
de este momento se enfocaba en diferenciar las áreas periurbanas 
de las zonas de la periferia rur-urbana, donde la primera presenta 
una mayor densidad residencial, comercial e industrial, tasas más 
altas de crecimiento de la población, procesos más dinámicos de 
cambio en el uso del suelo y la implementación de medios de co-
municaciones y transporte mejor consolidados; por el contrario, 
la segunda presenta una menor densidad de población, una mayor 
proporción de terrenos baldíos y tierras de cultivo, índices más 
bajos de densidad de población y menos procesos dinámicos de 
cambio de uso del suelo (Adell 1999).
Para la década de setenta se evidencia un cambio en la inte-
racción entre los ambientes rurales y urbanos de nivel local, debido 
a la trasformación de las relaciones sociales globales, generando 
una nueva conceptualización de los bordes, principalmente en 
Europa (Adell 1999). Dos temas de interés en este periodo son las 
tendencias migratorias en las ciudades y las relaciones económicas 
que dan origen a los patrones de borde, diferenciándose dos fenó-
menos: primero, la migración de las clases altas y medias hacia las 
áreas rurales y la creación de suburbios; y segundo, la migración 
de población rural de bajos ingresos hacia la antigua periferia de la 
ciudad en búsqueda de mejores oportunidades (Vasco et ál. 2005). 
Esta última dinámica de «difusión» del fenómeno urbano en la po-
blación rural tiene un alto impacto en el nivel de la ordenación, 
como en las actividades económicas y estilos de vida o urbanización 
del campo, y que se define bajo el concepto de «periurbanización» 
(Adell 1999). A partir de estos nuevos enfoques se desarrollarían 
otras teorías basadas en la localización y los flujos de intercambio 
de energía entre la ciudad y las áreas rurales, por ejemplo, el trabajo 
de Unwin de 1989, sobre la interacción urbano-rural en los países 
en desarrollo, donde se describe cómo estos flujos están asociados 
423
Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde
con las interacciones entre personas, lugares y objetos, en cuatro 
tipos de vínculos: económicos, sociales, políticos e ideológicos.
A partir de estos conceptos, y de acuerdo con Vasco et ál. (2005), 
se pueden definir dos momentos: uno inicial, donde las definiciones 
de borde urbano lo caracterizan como un espacio pasivo y dual, la 
división entre lo urbano y rural se considera la principal razón de 
las dificultades en el manejo de la franja o zona de borde (Qviström 
2007). Generalmente estos espacios son considerados de baja calidad 
para el aprovechamiento productivo, sin valores urbanos y ambien-
tales; son zonas de contacto con formas típicas reconocibles, que 
evidencian una transición. Un segundo momento se refiere al borde 
como un espacio difuso, donde se mezclan nuevos estilos de vida, 
influenciados para las nuevas relaciones de las escalas global y local, 
que hacen que estos espacios no estén mediados únicamente por los 
centros metropolitanos (Vasco et ál. 2005). 
El desarrollo de diferentes conceptos y formas de analizar 
el borde urbano no ha implicado que los enfoques desarrollados 
desde los años cuarenta se hayan superpuesto unos a otros, muchas 
de las ideas iniciales aún persisten en las publicaciones contempo-
ráneas y han ajustado su conceptualización a las nuevas realidades. 
Como última tendencia, se encuentra aquella proveniente de 
la visión ambientalista, donde el borde urbano se caracteriza por 
ser una zona de presión ciudad-periferia, que afecta gravemente 
la sostenibilidad de los lugares naturales periurbanos, con los 
cuales esta mantiene relaciones de intercambio constante a dife-
rentes escalas. Se analiza el borde periurbano como zona de con-
tacto expuesta a la contaminación (descarga de residuos sólidos, 
químicos y líquidos, polución, etc.) y la explotación de recursos, y, 
como sistema de paisajes-mosaico, comprendidos por relictos «na-
turales» donde coexisten sistemas productivos rurales y algunas 
pequeñas aglomeraciones o actividades urbanas (Barsky 2005). 
El espacio periurbano-urbano como sistema natural también 
es considerado como parte de la oferta de servicios y funciones 
ambientales periferia-ciudad. Estas funciones son determinadas 
principalmente por el sector turismo, el cual aprovecha las áreas 
424
Julieth Monroy Hernández
rurales y «naturales» cercanas a la ciudad como un lugar de ocio y 
disfrute de la población urbana, en especial cuando coexisten allí 
áreas de interés para la conservación.
Teniendo en cuenta, entonces, estos diferentes enfoques, que a 
través del tiempo han abordado el estudio de los espacios de borde, 
se pueden definir tres líneas principales: el «enfoque rural-urbano», 
basado en la diferenciación de actividades y oferta de servicios; el 
«enfoque basado en un modelo economicista», donde el mercado y 
los procesos de globalización definen las relaciones entre el espacio 
periurbano y la ciudad, y, por último, un «enfoque ambientalista», 
donde el espacio periurbano es susceptible de transformarse por 
la presión urbana, la cual amenaza su sostenibilidad, pero que a la 
vez comprende un potencial para la conservación, el turismo y la 
provisión de recursos y servicios ambientales. Estos tres enfoques, 
sin embargo, tienen elementos comunes, pues los espacios periur-
banos son territorios mixtos, que deben ser vistos de forma abierta 
(Qviström 2007); no obstante, a continuación se da una breve des-
cripción de sus particularidades. 
Enfoque rural-urbano
Este enfoque es el más estudiado; se refiere a las áreas de 
espacio periurbano como un «paisaje de frontera», donde se di-
ferencian dos elementos de división entre lo urbano y lo rural: 
la morfología, entendida como la diferenciación de los patrones 
del paisaje, y las actividades que se desarrollan de uno u otro 
lado. Los bordes se consideran como un área de frontera entre 
dos subsistemas con estructuras y funciones diferentes, cuya ca-
racterística más significativa la constituye las discontinuidades 
en los servicios urbanos y ambientales, sumado a las caracterís-
ticas de población, densidad de áreas construidas, características 
de infraestructura, límites administrativos y actividades econó-
micas predominantes (Zulaica y Rampoldi 2008). Sin embargo, 
al tratar de definir y conceptualizar estas zonas de espacio pe-
riurbano existe un conflicto asociado a la concepción de ambos 
espacios rural y urbano. Se considera que una de las principales 
425
Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde
diferencias entre los asentamientos urbanos y rurales son los 
medios de subsistencia, así por ejemplo, lo rural se identifica con 
las actividades agropecuarias y los centros urbanos con la oferta 
de servicios (Adell 1999). 
Otros autores consideran las zonas de borde urbano como 
un «paisaje en transición», donde la ciudad está en constante ex-
pansión y las actividades rurales están predestinadas a desapa-
recer, en este concepto las fases intermedias son ignoradas, por 
lo cual se considera que para entender las transformaciones del 
paisaje en el espacio periurbano de la ciudad, se debe realizar un 
análisis que considere la mezcla de actividades(Adell 1999). De esta 
forma, el espacio periurbano no es visto como un lugar discreto, 
sino como un espacio donde se han incorporado patrones de acti-
vidades urbanas en muchas ocasiones sin control (Qviström 2007). 
Esta franja se caracteriza por la pérdida de valores rurales (como 
pérdida de suelo fértil, paisajes rurales tradicionales) o el déficit 
de atributos urbanos (baja densidad de población y por lo tanto 
de construcciones habitacionales, difícil accesibilidad, ausencia de 
servicios e infraestructura, etc.) (Adell 1999), a pesar de los con-
tinuos intercambios de servicios y recursos entre estas zonas, como 
flujos que se retroalimentan constantemente.
El límite externo «periurbano-rural» es aún más difícil de 
analizar, se considera como un espacio indefinido, cuya extensión 
depende del proceso de expansión urbana y su infraestructura de 
conectividad, por ejemplo, las vías de comunicación hacen que las 
características periurbanas se extiendan más allá de sectores di-
ferenciados en el límite cercano a la ciudad (Zulaica y Rampoldi 
2008). Esto genera un patrón de gran diversidad de usos y paisajes, 
pues en la medida en que la ciudad avanza sobre el ámbito rural, 
se originan nuevos espacios de transición con alto dinamismo. De 
esta forma, la interacción constante entre actividades y servicios 
de un lado y otro, crea lo que Qviström (2007) llama «lugares 
sombra», donde la ordenación del territorio ha sido ignorada o se 
ha desarrollado de forma informal un proceso de extensión de ac-
tividades e infraestructuras relacionadas a lo urbano.
426
Julieth Monroy Hernández
Enfoque del modelo economicista: 
mercado y globalización
Este enfoque tiene sus inicios en la teoría de la localización 
de Tünen de 1820 y se basa, en su forma más simple, en el análisis 
de los patrones que se imprimen en el paisaje debido a las rela-
ciones entre distancia y tiempo con respecto a la producción. Sin 
embargo, las ciudades no pueden ser analizadas como objetos está-
ticos con límites definidos, estas poseen ahora bordes difusos, con 
un crecimiento de las actividades urbanas y su población sobre el 
área rural (Sinclair 1967). Este crecimiento se encuentra definido, 
según Adell (1999), por cinco tipos de flujos: personas, producción, 
materias primas, capital e información; cada uno de los cuales crea 
diferentes patrones de relaciones espaciales entre las zonas rurales 
y urbanas, basados en los objetivos de un patrón de desarrollo o 
estrategia política, orientada a mejorar las posibilidades de creci-
miento económico. De esta forma el espacio de borde se encuentra 
sometido a procesos económicos relacionados con la valoración 
capitalista del espacio, acondicionándolo para nuevas actividades, 
que al no ser del todo planificadas genera una gran complejidad de 
usos del suelo (Barsky 2005).
Esta formación de patrones de paisaje heterogéneos, donde en 
ocasiones el crecimiento metropolitano envuelve las áreas rurales 
llegando hasta los pueblos cercanos, genera según Adell (1999) un 
«marco social transicional» en proceso de suburbanización. Por 
esto, para entender los patrones de borde alrededor de las ciudades, 
frente al desarrollo de actividades económicas mixtas, se debe en-
tender primero el proceso de expansión urbana y las diferencias 
entre la valorización de la tierra urbana y rural, lo cual contribuye 
a la flexibilización de las actividades (Sinclair 1967), así como las 
políticas económicas que rigen este proceso a diferentes escalas.
La relación de escala del fenómeno de borde es muy importante 
en este enfoque, ya que la demanda del suelo, de actividades agrí-
colas y las formas de asentamiento alrededor de las ciudades, de-
penden de tendencias económicas locales, nacionales y globales. En 
el proceso actual de apertura económica, factores externos pueden 
regir la estructuración de los espacios periurbanos, haciendo que 
427
Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde
se pierda el control sobre los procesos económicos, sociales y te-
rritoriales internos, transformaciones que tienden a concentrarse 
característicamente en los grandes espacios urbanos (Zulaica y 
Rampoldi 2008). De esta forma el enfoque economicista también 
se traspone con el discurso del desarrollo, más allá de la diferen-
ciación entre lo rural y lo urbano, pues se basa en la definición de 
las características «del Primer Mundo y del Tercer Mundo». 
Este enfoque hace también énfasis en las múltiples estruc-
turas que configuran el paisaje rural y el paisaje urbano, y busca 
descifrar cómo el establecimiento de un borde se hace particular-
mente complejo, debido a los traslapes entre los límites espaciales 
de estos dos paisajes, que a lo largo de su construcción histórica ha 
sostenido flujos producto de identidades, tecnologías y economías 
globales (Vasco et ál. 2005).
Enfoque ambientalista
El enfoque ambientalista observa el borde urbano como una 
zona de transición, comprendida por una complejidad de relaciones 
ecosistémicas entre la ciudad y sus áreas naturales periurbanas, las 
cuales se encuentran bajo grave presión debido a los intensos pro-
cesos de transformación generados por el avance de la ciudad sobre 
ellas (Barsky 2005). Corresponde a esa franja habitable entre las 
áreas urbanas y rurales, que es un conjunto fragmentado de usos 
del suelo urbano y «usos naturales» (Vasco et ál. 2005), es decir, 
aquellos relacionados con las funciones y servicios ambientales 
que estas áreas proveen a la ciudad. En este enfoque el impacto 
sobre los espacios naturales se analiza desde el concepto de huella 
ecológica, entendido como el alcance de la ciudad sobre los eco-
sistemas periurbanos de forma directa o indirecta (Barsky 2005).
El enfoque ambientalista guarda también relación con las 
ideas de conservación de la naturaleza y desarrollo sostenible. 
Existe un interés particular sobre la necesidad de fortalecer la 
funcionalidad de los núcleos urbanos tradicionales y su periferia, 
y valorar los sistemas naturales existentes para la sostenibilidad 
social y ambiental (Vasco et ál. 2005). Esto se debe a que en los 
bordes de las ciudades se encuentran recursos naturales que 
428
Julieth Monroy Hernández
sustentan y mantienen conectividad entre estas y sus áreas rurales, 
que además de ofrecer recursos para su extracción ofrecen zonas 
para la disposición de residuos de la actividad urbana (vertimiento 
de aguas residuales, rellenos sanitarios) y áreas para la recreación 
y educación. De esta forma los espacios urbanos y rurales se so-
portan el uno al otro, manteniendo una relación dialéctica donde 
los cambios de uno tendrán efectos en el otro e indirectos sobre 
otro sistema (Vasco et ál. 2005).
Con el fin de entender cómo el proceso de urbanización afecta 
los valores de la naturaleza, se puede decir desde otra perspectiva, 
y tomando como referencia a Qviström (2007), que el enfoque am-
bientalista estudia la recreación de espacios periurbanos «fuera de 
orden» en contraste con los «espacios ordenados» mejor integrados 
y cercanos a la ciudad, más que los conflictos entre lo rural y lo 
urbano. Esto se debe a la compleja estructura de unidades adminis-
trativas y la legislación que crea una dicotomía en su tratamiento, 
en especial al no hacerse una planificación integral. Este autor 
también considera que la división artificial entre lo urbano y rural 
es una de las principales razones de las dificultades en el manejo del 
borde, ya que este se encuentra integrado por lugares híbridos de la 
ciudad y el campo, que frecuentemente se encuentran a la espera de 
proyectos de planificación que comprendan su condición.
El enfoque ambiental y la protección 
de los espacios periurbanos como 
forma de ordenar el borde urbano
Las particularidades que caracteriza los espacios naturales 
de la periferia urbana, ha hecho que estos lugares en muchas oca-
siones sean considerados como áreas a proteger, debido a que se 
encuentran en una situación de pérdidade patrimonio natural y 
presión ambiental por parte de la ciudad (Pastor 2010). Este ca-
rácter de protección tiene sus raíces en los movimientos conserva-
cionistas y proteccionistas de finales del siglo XIX y principios del 
siglo XX en los Estados Unidos, que fueron acogidos más extensi-
vamente a partir de los años sesenta. 
429
Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde
Para el movimiento conservacionista, en principio, las áreas 
naturales eran valoradas por su importancia paisajística y escénica, 
primaba el interés por la recreación y el ocio de los habitantes de 
las crecientes ciudades, ignorando el bienestar y las necesidades de 
las poblaciones asentadas dentro de las áreas naturales o que de-
pendían de los recursos de estas. Esto da lugar a una diferenciación 
entre las ideas ambientalistas; por un lado se encuentra el conser-
vacionismo de enfoque más utilitarista, orientado al uso racional 
de los recursos a partir de tres principios: el uso para la generación 
presente, la prevención de la sobreexplotación y el uso para el be-
neficio de la mayoría. Por otro, se encuentra el proteccionismo, o 
preservacionismo, tendencia que reverencia a la naturaleza y busca 
protegerla contra el desarrollo moderno; la naturaleza es reco-
nocida como parte de la comunidad a la que los humanos también 
pertenecen y donde el uso de los recursos debe respetar la inte-
gridad y equilibrio de esta (Ramos 2000). 
A pesar de que la primera visión admite el uso de los recursos, 
es la segunda línea la que tiene mayor acogida y que da lugar a la 
creación de las primeras áreas protegidas bajo la denominación de 
parques nacionales. Sin embargo, el conservacionismo finalmente 
se retoma frente a la imposición del discurso del desarrollo para 
la década de 1980, y la contradicción que, en muchos países (espe-
cialmente los llamados del «Tercer Mundo»), presentaba la gestión 
de espacios con recursos valorados económicamente. Es en este 
momento, en el que se evidencian conflictos importantes que dan 
lugar a procesos de planeación más adecuados a la realidad de los 
espacios protegidos periurbanos. 
A diferencia de los grandes espacios protegidos, las áreas natu-
rales y rurales periurbanas muestran condiciones y formas de uti-
lización particulares, constituyéndose como áreas receptoras que 
reducen la presión de la ciudad sobre espacios más frágiles, y como 
lugares de significación cultural y de convivencia. Asimismo poseen 
un alcance territorial que supera su límite administrativo local, pues 
sus funciones y servicios generalmente se extienden a un conjunto 
de municipios próximos (Arenas, Hernández y Pardo 2012). Otros 
430
Julieth Monroy Hernández
consideran que los parques periurbanos pueden funcionar como 
«zonas de amortiguación» a otros espacios de mayor fragilidad y con 
una capacidad de carga más limitada, desplazando hacia ellos parte 
de la demanda de espacios verdes para el esparcimiento (Florido y 
Lozano 2005). 
Los espacios naturales periurbanos que delimitan las exten-
siones urbanas, se definen generalmente por paisajes marcados 
por contrastes físicos, los cuales son clasificados por Grange et ál. 
(2001) en cinco grupos: montañas, colinas, valles pequeños, pla-
nicies aluviales y llanuras o praderas. Estos paisajes se caracterizan 
por el predominio de vegetación natural, diferente a los espacios 
verdes urbanos, que han sido modelados en forma de jardines 
o parques públicos. Sin embargo, sus características no son ori-
ginarias, pues son paisajes heredados de la interacción del borde 
rural-urbano, que, anteriormente, configuraba un paisaje con una 
superficie mucho más extensa (Arenas et ál. 2012). Por esto los es-
pacios naturales protegidos alrededor de las ciudades, como men-
ciona Arenas (y otros 2010), requieren de una gestión diferenciada, 
ya que estos no necesitan de un mantenimiento constante, pues se 
encuentran en interacción con áreas que pueden aún sostenerse de 
forma natural y que se mezclan con otras actividades de aprove-
chamiento productivo, mientras que los espacios verdes urbanos 
requieren de una mayor atención para su sostenimiento como un 
elemento paisajístico. 
La estructura heterogénea de estos espacios da lugar a un mo-
saico muy diversificado de funciones (Sundseth y Raeymaekers 
2007), que han sido clasificadas con bastante precisión por Mi-
chelot et ál. (2004), en las siguientes categorías1:
•	 Funciones	 naturales: sostenimiento de la biodiversidad, regu-
lación de vertimientos, estabilización del microclima, regulación 
de nutrientes, reducción de ruido, preservación del patrimonio 
ecológico y geológico, protección contra la erosión, trampa de 
carbono y de material orgánico, producción de oxígeno. 
1 Traducción propia.
431
Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde
•	 Funciones	sociales: escenarios para el desarrollo de actividades 
de ocio y deporte, contemplación del paisaje, actividades educa-
tivas, caza, como lugares de investigación científica, elementos 
de patrimonio cultural e histórico (arquitectura rural, lugares 
arqueológicos, históricos, arquitectura contemporánea, lu-
gares de peregrinaje, preservación de actividades rurales). Este 
tipo de funciones también son consideradas como urbanas, en 
la medida en que los lugares naturales se encuentran ligados a 
la ciudad como una extensión de sus actividades.
•	 Funciones	 económicas: agricultura, producción y almacena-
miento de agua potable, minería, silvicultura, pesca profesional, 
turismo, asentamiento de algunas industrias que buscan cons-
tituir una imagen con productos naturales (como agua mineral 
o productos orgánicos). 
•	 Funciones	 de	 interés	 general: represas para la producción de 
agua potable, rellenos sanitarios o espacios para la regulación 
de basuras, instalaciones de servicios de comunicación e in-
fraestructura vial.
Estas funciones se construyen socialmente a través de activi-
dades y prácticas del uso público de los espacios, que, con el tiempo, 
necesitan de planeación y gestión para su sostenimiento, lo cual in-
cluye la construcción de equipamientos y la organización de usos 
permitidos a través de acciones legales (Duque et ál. 2007). A pesar 
de su carácter de protección, este tipo de paisajes periurbanos son 
reformados y recreados permanentemente por las diferentes co-
munidades e instancias administrativas urbanas y rurales; como 
apunta Rivera (2009), es un espacio socialmente construido, que 
genera diferentes territorializaciones. 
Sin embargo, las dicotomías entre las formas de ordenar en 
el nivel legal o administrativo y las formas de uso del espacio, por 
parte de quienes lo habitan, permanente o intermitentemente, son 
motivo de disputas territoriales que, en muchos casos, se convierten 
en limitantes para su ordenamiento. Así, el paisaje de borde com-
prende un espacio sometido a procesos complejos, que debido a su 
432
Julieth Monroy Hernández
situación de transición, entre el campo y la ciudad, es un territorio 
que permanece en constante trasformación (Barsky 2005). Como 
territorio denota un conjunto de vínculos de dominio, poder, per-
tenencia o apropiación ya sea por un sujeto individual o colectivo 
(Rivera, 2009), que con el tiempo se amplía o se relocaliza, por lo 
tanto, es un territorio transicional inestable y en consolidación, «es 
un espacio que se define por la indefinición» (Barsky 2005).
Esta dimensión territorial en el análisis de los pasajes de bordes 
urbanos, es un componente importante, a causa de los diferentes pro-
cesos que los moldean; los bordes no deben considerarse únicamente 
como un objeto pasivo o simple soporte físico de estos procesos, sino 
como un espacio activo y dinámico bajo la influencia de relaciones 
territoriales, debido a intereses socioeconómicos de diferentes es-
calas (Zulaica y Rampoldi 2008). Por esto, los paisajes que albergan 
los parques naturales periurbanos deben cumplir un rol primordial 
en la concepcióny planificación del territorio, y, como apunta Pastor 
(2010), deben considerarse como una puerta abierta por ser un te-
rritorio particular que, además de controlar la expansión urbana, 
contribuye a mejorar la calidad de vida de las ciudades. 
A pesar del carácter de espacio relacional, los enfoques que 
analizan el borde se centran de manera predominante desde el área 
urbana hacia la periferia; pero, como apunta Arenas (2010), cada 
vez se necesita más un abordaje en ambos sentidos, incluyendo 
también las relaciones desde afuera hacia dentro, y la consideración 
de su carácter mixto y no solo su relación con el patrón urbano o 
sus funciones de protección (Michelot et ál. 2006).
Conclusiones
El estudio de los bordes urbanos se ha convertido en un tema 
importante en el análisis no solo de las ciudades, sino de las trans-
formaciones y dinámicas de sus áreas aledañas. Su importancia 
se define en la medida en que se presentan conflictos similares en 
diferentes regiones, y en cuanto la ciudad necesita más de los re-
cursos externos para abastecer a su población, bien sean alimentos 
o recursos como el agua o los minerales para construcción. La ne-
cesidad de ordenar y administrar los bordes nace, entonces, de la 
433
Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde
creación colectiva de este espacio, en el intercambio de la ciudad 
y su área rural, que de manera informal van transformando el 
paisaje, y a la diversidad de actores que se superponen en este es-
pacio, se hace necesaria la gestión territorial integral.
Un elemento importante en esta construcción de borde es el 
fenómeno de la globalización, y las dinámicas económicas y po-
blacionales son un eje importante en la transformación del borde 
urbano, que se encuentran estrechamente relacionadas con la 
forma de difusión y concentración espacial de la ciudad, dando 
lugar a nuevos bordes y fronteras, no solo hacia el exterior del 
medio urbano, sino también al interior de sus diferentes territorios.
Por esto no es preciso hablar de ruralidad, entendida como 
la diferenciación de la disponibilidad de servicios o infraestruc-
turas, o en términos del discurso del desarrollo, donde conceptos 
ambiguos como «Primer Mundo y Tercer Mundo» ya no son apli-
cables, pues cada región o nación es diferente y la ruralidad de las 
áreas contiguas a las ciudades se ven permeadas por lo urbano de 
diferentes formas. Estas concepciones duales buscan diferencias 
más que particularidades, limitando un análisis objetivo. Es im-
portante observar otras formas de conceptualizar los ambientes 
de borde rural-urbano, como la caracterización de las actividades 
productivas en ambos campos, por ejemplo, la designación ex-
clusiva del ámbito rural a la producción de alimentos. Un caso que 
ha tenido eco en algunas ciudades, han sido los movimientos de 
agricultura urbana como una actividad productiva dentro de la 
ciudad, que, aunque a menor escala, tiene elementos de la rura-
lidad desde una visión ambiental, en busca del mejoramiento al 
acceso de alimentos; otro ejemplo es la tendencia a la recuperación 
de semillas y la producción de alimentos orgánicos en áreas rulares 
cercanas a las ciudades, en contraposición a las industrias agrícolas 
que buscan mayor productividad para abastecer la demanda de ali-
mentos por la población urbana. 
Por esto es conveniente ver el fenómeno de borde como 
difuso, del cual se deben estudiar, más a fondo, las nuevas estruc-
turas y funcionalidades de lo rural con respecto a lo urbano. La 
comprensión de las relaciones de escala y el carácter difuso de los 
434
Julieth Monroy Hernández
bordes en la administración de estos paisajes, debe buscar un orde-
namiento de forma conjunta, donde ambos lados se integren. Al ser 
un espacio de transición contiene elementos de interés para ambos 
costados y, por lo tanto, un ordenamiento integrado sería una 
forma conveniente de evitar la superposición de acciones y nor-
mativas, generadoras de conflictos. Dentro de la administración 
y ordenación de estos espacios, es también importante considerar 
la especificidad del paisaje físico de borde, ya que no es lo mismo 
hablar de borde en zonas de montaña, llanuras o sabanas, o un río 
como barrera de la ciudad, así como las interacciones entre estos 
ambientes y la población que los habitan. Por su carácter de peri-
feria, en ocasiones, estas divisiones físicas del paisaje hacen que los 
bordes se conviertan en lugares olvidados y, por consiguiente, la 
administración urbana los ignora o subvalora, al no considerarlas 
como una de las problemáticas principales en el ordenamiento de 
la ciudad, quedando, así, postergadas en la planeación. 
Frente a las administraciones que, bajo un enfoque ambien-
talista, dan lugar a la creación de áreas protegidas, algunos casos 
siguen siendo de carácter proteccionista. Aunque la creación 
de áreas de reserva para el sostenimiento de las funciones y ser-
vicios ambientales prestados a la ciudad sean de gran importancia, 
la adopción de una visión ambiental extensiva desde la ciudad a 
sus bordes y no la creación de áreas protegidas como tipo de con-
tención de su deterioro, podría ser una respuesta al mejoramiento 
de las problemáticas que se desprenden de este fenómeno. Una 
gestión más consciente de los impactos que tienen sobre el medio 
sus acciones, ya sean directas o indirectas, permitiría mantener 
un equilibrio y congruencia entre las relaciones ciudad-campo, en 
especial en ciudades con un área rural activa, que no es compa-
tible con la protección exclusiva de áreas naturales. De esta forma, 
el borde sería más una zona de amortiguación, de adentro hacia 
afuera, que un problema de límites y diferenciación de elementos, 
y, asimismo, se resaltaría su carácter transicional, en el que las 
áreas «naturales», debidamente administradas e integradas con los 
espacios verdes de la ciudad, se convierten en soporte real de la 
ciudad y su área urbana-rural. 
435
Las áreas protegidas como elemento ordenador de los paisajes de borde
En este tipo de ordenamiento es importante prever el impacto 
que tiene sobre ciertas funciones ambientales el continuo creci-
miento y densificación de la ciudad, o las actividades secundarias 
que pueda generar cierto tipo de campo económico, por ejemplo, el 
turismo o la extracción minera, que pueden atraer diferentes tipos 
de actividades en detrimento de las áreas de borde.
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