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ENCRUCIJADAS. Revista Crit́ica de Ciencias Sociales || Vol. 11, 2016, tc1102
TEXTO CLÁSICO Barry Commoner
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Durante un período de crisis económica es razonable y prudente dar prioridad a 
la defensa del nivel de empleo frente a la defensa del medio ambiente y de los 
recursos energéticos, dado que defender el empleo significa defender la posibilidad 
para los trabajadores de satisfacer las exigencias de la vida cotidiana. Pero una 
disyuntiva tan drástica se hace necesaria solamente si existe una contradicción 
entre la economía de un lado, y las preocupaciones ambientales y energéticas de 
otro.
En realidad las cosas no son así. Una profundización racional de los problemas 
planteados por la protección del medio ambiente y la conservación de los recursos 
energéticos conduce a soluciones que pueden ofrecer remedio a nuestros problemas 
Barry Commoner
ENERGÍA, MEDIO AMBIENTE Y 
ECONOMÍA *
ILUSTRACIÓN: Gonzalo Herreras Angulo
* Artículo originalmente publicado en la revista Transición. Economía, trabajo, sociedad, nº3, año 1, 
diciembre 1978, pp. 13-16.
ENCRUCIJADAS. Revista Crit́ica de Ciencias Sociales || Vol. 11, 2016, tc1102
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económicos, en lugar de agravarlos. En particular, dos graves cuestiones que hasta 
ahora han sacudido a la ciencia económica tradicional –la desocupación crónica 
y la carencia creciente de capital– pueden ser aclaradas a la luz de los principios 
ecológicos y energéticos. De hecho, se puede demostrar que también los males 
de la economía son consecuencia del sistema productivo que ha generado la crisis 
ambiental y la crisis energética. Esto significa que es posible encontrar soluciones 
que armonicen los dos tipos de problemas en vez de enfrentarles.
El recurso básico de toda la actividad humana, el planeta Tierra, es físicamente 
limitado y por ello solamente puede admitir procesos auto-sostenidos. Esto 
significa que los recursos necesarios deben ser regenerados después de su 
utilización, es decir, reciclados. Este es el principio fundamental que gobierna 
los ecosistemas, encontrándole de nuevo tanto en la unidad productiva, como 
en las factorías y fábricas que dependen de los recursos suministrados por el 
ecosistema, como en el sistema económico más general, que depende a su vez 
de los bienes producidos por las unidades productivas. Si se desea que el proceso 
pueda proseguir y autosostenerse, es preciso que todos los recursos necesarios a 
la actividad humana (técnicamente llamados inputs) sean regenerados, incluidos 
los recursos estrictamente económicos como el capital.
Un segundo principio que puede ayudarnos a comprender el verdadero uso de 
los inputs reside en las leyes naturales que gobiernan la producción y el uso de la 
energía: la energía es útil únicamente si cumple algún tipo de trabajo, siendo su 
valoración muy variable, y en general incompleta. Se evidencia, pues, la importancia 
del principio económico de la productividad, que podemos definir como la eficiencia 
con que un input es convertido en un output de bienes o servicios deseados. En 
los últimos treinta años se han registrado grandísimas transformaciones en la 
productividad energética de las tecnologías productivas, es decir, en el modo de 
producir bienes y servicios. Extraordinarias transformaciones de la productividad 
energética han caracterizado el paso de los materiales naturales a los materiales 
sintéticos, el paso del transporte por vía férrea al transporte por carretera o 
avión, el paso de los métodos naturales de cultivo al gravoso empleo de productos 
químicos, y por último el paso de formas técnicamente simples de generar energía 
eléctrica a las tecnologías nucleares más complejas, arriesgadas e inseguras.
En todas estas transformaciones las nuevas tecnologías emplean mayor cantidad 
de energía por unidad producida que las tecnologías tradicionales, provocando 
además un impacto más grave sobre el medio ambiente. El descenso en la 
productividad energética lo demuestra, por ejemplo, el hecho de que mientras era 
necesario el empleo de un millón de kilocalorías para producir cuero valorado en 
84 dólares, en el caso del plástico, sustitutivo del cuero, ese millón de kilocalorías 
produce tan sólo material equivalente a 18,40 dólares. La productividad de la 
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energía eléctrica ha disminuido en forma particularmente rápida en la industria 
manufacturera, en la que actualmente [1978] se consume el doble de energía que 
en 1946, para producir el mismo beneficio que entonces.
La mayor parte de las transformaciones tecnológicas registradas a partir de la 
II Guerra Mundial han hecho descender también la productividad del capital. Las 
nuevas tecnologías requieren mayores inversiones que las tecnologías tradicionales 
para producir la misma cantidad (o el mismo valor) de bienes. Volviendo al ejemplo 
del cuero y del plástico, la productividad del capital en 1967 era respectivamente 
la siguiente: a cada dólar invertido en los bienes instrumentales de la industria 
del cuero correspondían 83,57 dólares de facturación (42,33 dólares de valor 
añadido), mientras en la industria del plástico a cada dólar invertido en los bienes 
instrumentales correspondían solamente 11,20 dólares de facturación (5,27 
dólares de valor añadido). Se puede afirmar, pues, que la sustitución del cuero 
por el plástico ha conducido a una considerable reducción de la productividad de 
las inversiones requeridas por la producción de materiales alternativos.
Particularmente rápida ha sido la disminución de la productividad del capital 
en el sector energético: para producir una cantidad dada de energía son siempre 
necesarias inversiones crecientes. Por ejemplo, el aumento del capital necesario 
para instalar un kilovatio eléctrico mediante un reactor nuclear ha sido, en 
los últimos años, tres veces más rápido que el aumento de capital requerido 
en una central de tipo convencional. De aquí ha resultado que la tendencia a 
construir centrales nucleares en lugar de centrales convencionales ha hecho 
disminuir netamente la productividad del capital invertido en la producción de 
energía eléctrica, contribuyendo a crear serias dificultades de financiación a los 
electroproductores. Análogamente, según un reciente informe, para el período 
1970-1985, la industria del petróleo requiere a escala mundial aproximada mente 
845 mil millones de dólares en inversiones; pero entre 1970 y 1974 la industria 
petrolífera ha acumulado "sola mente" seis mil millones de dólares, es decir, el 
7% del capital preciso, lo que significa una producción de capital con un tipo de 
interés equivalente a un quinto del que le sería necesario para mantenerse al 
ritmo previsto. 
Uno de los motivos de estas dificultades estriba en el hecho de que el petróleo 
es un recurso limitado, en el que cada extracción hace más difícil la realización de 
la siguiente. Por ejemplo, un estudio del National Petroleum Council demuestra 
que para duplicar la actual producción de crudo en los Estados Unidos, la inversión 
anual debería aumentar de 400 a 13.500 millones de dólares: lo que representa 
una disminución de la productividad del capital del orden del 86%. Por otra 
parte, los esfuerzos realizados para sustituir los crudos, cada día más escasos, 
por petróleo sintético obtenido mediante procesos de licuefacción a partir del 
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carbón, no hacen más que empeorar las cosas. Cuando el carbón se subutiliza 
en la licuefacción, el total de energía obtenida con una inversión dada disminuye 
aproximadamente unas diez veces.
Los cambios de las tecnologías productivas acaecidos después de la II Guerra 
Mundial, además de degradar el medio ambiente y de hacer disminuir la 
productividad de la energía (sobre todo de la energía eléctrica) y del capital, 
han conducido a un considerableincremento de la productividad del otro gran 
input de la producción: el trabajo. En muchos sectores industriales y agrícolas la 
productividad del trabajo –expresada habitualmente en términos de valor añadido 
por hora trabajada– ha aumentado de dos a tres veces en los últimos treinta años. 
Aún en el caso del ejemplo anterior, encontramos de nuevo que el valor añadido 
en la producción de materias plásticas es de 17,03 dólares por hora trabajada, 
mientras el valor correspondiente en la elaboración del cuero era de 4,78 dólares. 
Los efectos económicos de los cambios de productividad relacionados con los 
cambios de las tecnologías productivas ocurridos después de la II Guerra Mundial 
pueden deducirse de las conexiones funcionales entre el trabajo, el capital y los 
recursos –entre los que se halla la energía–. El capital representa el costo de las 
máquinas empleadas en el proceso de producción: con el progreso técnico las 
máquinas se hacen más grandes, más complejas y más costosas. El aumento de 
su costo es aceptado por el hecho de que con la nueva técnica se espera conseguir 
la disminución del costo de los otros inputs, o el aumento del valor del output, 
o ambas cosas a la vez, de forma que en conjunto aumente la remuneración. 
Puesto que para hacer trabajar las máquinas se necesita energía, al crecer las 
dimensiones y la complejidad de la maquinaria, crece también el costo de la 
energía que las hace funcionar. Por este motivo, al modificarse las tecnologías 
productivas, puede esperarse un aumento del input capital y del input energético.
El crecimiento del capital invertido en maquinaria y el crecimiento de la 
energía necesaria para su funcionamiento, se traducen en un creciente output de 
mercancías. Sin embargo el incremento output no es necesariamente proporcional 
a los incrementos inputs de capital y energía. En efecto, especialmente para los 
desarrollos más modernos de la técnica, los costos añadidos de capital y de energía 
suponen un crecimiento más pequeño del output: hacen disminuir por tanto la 
productividad del capital (medida por la relación entre output e inversiones), o la 
productividad de la energía (medida por la relación entre output y energía).
Es obvio que en estas condiciones, la introducción de maquinaria más costosa y 
energívora carecerá de sentido desde el punto de vista económico. Sin embargo, 
en realidad algo cambia: la productividad del trabajo (medida por la relación entre 
el output y las horas trabajadas), que con la introducción de nuevas tecnologías, 
al contrario de lo que ocurre con la productividad del capital y de la energía, 
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se incrementa. La previsión de un aumento en la productividad del trabajo es 
normalmente el principal motivo que impulsa la adopción de nuevas tecnologías 
productivas. De aquí se desprende que la productividad de cada uno de los tres 
grandes inputs (trabajo, capital y energía) está estrechamente interconectada con 
la productividad de los otros dos. La productividad del capital y la de la energía 
tienden a variar paralelamente, mientras que la productividad del trabajo está 
inversamente relacionada con las dos primeras. A igualdad de bienes producidos 
las nuevas tecnologías tienden a emplear más energía, más capital y menos 
trabajo del que empleaban las tecnologías sustituidas.
Estas modificaciones de productividad tienen graves consecuencias sobre la 
capacidad de autosostenimiento del sistema, es decir, sobre la capacidad de 
regenerar los inputs necesarios después de su utilización. Casi toda la energía 
que hace funcionar al aparato productivo procede de los combustibles fósiles que 
no son renovables, así como tampoco lo son los combustibles fisibles, dado que 
los minerales de uranio económicamente accesibles se verán agotados en el plazo 
de veinticinco a cincuenta años. Es un hecho que el sistema productivo moderno 
podrá auto sostenerse hasta que no sea capaz de obtener la energía que le es 
necesaria de una fuente renovable como es el Sol. Por lo demás, las tendencias 
a la disminución de la productividad de la energía en el sector industrial y en 
el agrícola demuestran que a medida que el sistema productivo se hace más 
dependiente de la energía, se hace también más despilfarrador de energía. Desde 
el punto de vista energético, el sistema, lejos de adquirir la capacidad de auto 
conservación, se distancia velozmente del estado de equilibrio.
Para valorar las funestas consecuencias de la disminución de la productividad 
del capital, es útil encuadrar las observaciones hechas en un marco diferente. 
En vez de considerar la industria del cuero y del plástico –por volver a nuestro 
ejemplo– como un proceso que tiene como resultado producir zapatos o bolsas, 
consideremos la producción del cuero y del plástico como maneras alternativas de 
producir nuevo capital a partir de capital existente.
El capital utilizable por el proceso productivo puede ser considerado como una 
fracción del valor de las mercancías suministradas, o del output. En términos muy 
generales el output sirve a dos finalidades económicas: a) el consumo en el que las 
mercancías son consumidas, y b) la acumulación de nuevo capital, que representa 
a mercancías que se transforman en instrumentos para la nueva producción y 
así contribuyen a un nuevo output. (Por ejemplo un automóvil empleado para 
el transporte de mercancías representa capital porque participa en el proceso 
productivo; pero si el mismo coche es empleado para actividades personales, o 
bien para actividades militares, no proporciona output productivo, y constituye 
consumo más que capital).
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En la situación general descrita la sustitución de las viejas tecnologías 
productivas por nuevas tecnologías que requieren mayores inversiones de capital, 
va acompañada por la caída de la relación output-capital. Sin embargo, esto no 
significa necesariamente que disminuya el output total. Al contrario, generalmente, 
éste aumenta. Dado que el capital puesto nuevamente a disposición del proceso 
productivo constituye una fracción del output, el aumento de este último hace 
posible mantener el nivel de producción del capital pese a la disminución de la 
productividad del mismo. Pero, como se ha visto, esto sólo puede suceder en 
cuanto que la disminución de la productividad del capital se enlace estrechamente 
con un aumento de la productividad del trabajo. La caída de la capacidad de 
generar capitales que es específica de las nuevas tecnologías productivas viene 
automáticamente contrarrestada por el aumento de la productividad del trabajo. 
En otras palabras, la capacidad del sistema productivo de regenerar el capital 
a un ritmo suficiente para automantenerse puede ser incrementada gracias al 
correspondiente incremento de la productividad del trabajo.
Así, las transformaciones de !as tecnologías productivas a las que hemos asistido 
desde la II Guerra Mundial, que en primer lugar aparecen como la causa de la crisis 
medioambiental y energética, tienen en realidad un significado económico más 
profundo. Estos cambios han instituido un estrecho vínculo entre dos aspectos 
característicos de nuestras dificultades económicas: la desocupación crónica y la 
carencia de capital. La capacidad del sistema económico de regenerar el capital 
–punto de partida de la nueva producción– o lo que es lo mismo, la capacidad 
de evitar la carencia de capital, puede ser considerada como el signo vital de su 
estabilidad a largo plazo. En este sentido está claro que la estabilidad del sistema, 
si se consigue, es a expensas del pleno empleo.
Esta visión de nuestros problemas económicos se obtiene a partir de los 
principios fundamentales de la ecología y de la energética. Sin que esto suponga 
una interpretación global de la economía, que incluye otras cuestiones –comola 
cuestión del desarrollo– que aquí no han sido abordadas.
Esta discusión se ha planteado solamente para determinar cuáles son los 
argumentos sobre los que se basan la agresión al medio ambiente y las 
preocupaciones de orden energético. Tales argumentos –es decir, el hecho de que 
los males de nuestra economía no pueden encontrar solución a menos que no 
renunciemos al lujo de un uso racional de los recursos ambientales y energéticos– 
trastocan la realidad. Por el contrario, una correcta interpretación de las relaciones 
entre los problemas ambientales, energéticos y económicos, nos muestra que la 
mayor parte de los problemas ambientales, casi todos los problemas energéticos 
y la tendencia económica a la escasez de capital o de puestos de trabajo tienen 
las mismas causas fundamentales: los grandes cambios operados desde la guerra 
en las tecnologías productivas.
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Han sido cambiados los medios de producción en lugar del valor de uso de los 
productos. También con anterioridad a los cambios tecnológicos registrados, se 
cultivaba el grano y se fabricaban camisas o bolsos, pero se hacía con métodos 
diferentes: el campesino empleaba el estiércol y no abonos químicos, las camisas 
eran hechas de algodón y no de fibras sintéticas, los bolsos eran hechos de cuero 
y no de plástico. En la actualidad, para obtener las mismas cantidades de grano, 
de camisas, de bolsos, practicamos una agresión mucho más grave sobre el 
medio ambiente, empleamos mucha más energía, mucho más capital, y mucho 
menos trabajo. La alternativa al conjunto de problemas ambientales, energéticos 
y económicos pasa por una reorientación de las tecnologías erróneas, para así 
ahorrar energía, restituir la calidad al medio ambiente, ahorrar capital, y crear 
numerosas oportunidades de trabajo.

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