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Por una sociología pública* For public sociology* Michael BURAWOY1 Universidad de California en Berkeley Recibido: 1.03.05 Aprobado: 15.03.05 RESUMEN En respuesta a la creciente separación entre el ethos sociológico y el mundo que estudiamos, el desafío para la sociología pública son las diferentes formas en las que comprometerse con sus públicos. Estas sociologías públicas no deberían estar en los márgenes sino que deberían formar parte del marco de tra- bajo de nuestra disciplina. De esta manera haremos de la sociología pública una empresa legítima y visi- ble y, por ende, reforzaremos en todo su conjunto a nuestra disciplina. Según esto, si observamos la divi- sión del trabajo sociológico, descubriremos una interdependencia antagónica entre cuatro tipos de conocimiento, a saber: profesional, crítico, práctico y público. En el mejor de los mundos posibles, el flo- recimiento de cada uno de los tipos de sociología es condición fundamental para el florecimiento de todos ellos, A pesar de que puedan asumir formas patológicas o ser víctimas de exclusiones o subordinaciones. Este campo de poder nos impulsa a explorar las relaciones entre los cuatro tipos de sociología según su transformación histórica y nacional, así como la manera en que permiten carreras individuales divergen- tes. Por último, la comparación entre disciplinas apunta al cordón umbilical que conecta la sociología con el mundo de los públicos, subrayando el interés particular de la sociología en la defensa de la sociedad civil afectada por la acción de los mercados y Estados. PALABRAS CLAVE: ethos sociológico, sociología pública, conocimiento, profesional, crítico, práctico y público, sociedad civil. ABSTRACT Responding to the growing gap between the sociological ethos and the world we study, the challenge of public sociology is to engage multiple publics in multiple ways. These public sociologies should not be left out in the cold, but brought into the framework of our discipline. In this way we make public sociology a visible and legitimate enterprise, and, thereby, invigorate the discipline as a whole. Accordingly, if we map out the divi- sion of sociological labor, we discover antagonistic interdependence among four types of knowledge: profes- Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 197 1 Michael Burawoy, Departamento de Sociología, Universidad de California, Berkeley, CA 94720 (burawoy@socrates.berke- ley.edu). Han sido incontables las personas que han hecho posible este proyecto y es casi imposible recordar todos sus nombres. Sin embargo, desearía agradecer a Sally Hillsman, Bobbie Spalter-Roth y Carla Howery de la administración de la American Sociological Association su ayuda en diferentes tareas, no sólo aportando datos y cifras sino también organizando mis compro- misos públicos. Agradezco a Barbara Risman, Don Tomaskovic-Devey y a sus estudiantes así como a Chas Camic y Jerry Jacobs sus comentarios realizados a un borrador previo de este artículo. La grabación de este discurso puede obtenerse a través de la Ame- rican Sociological Journal. * Este artículo va a publicarse, en su versión inglesa, en la American Sociological Review vol. 70 (Febrero 2005). Michael Burawoy Por una sociología pública 198 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225 sional, critical, policy, and public. In the best of all worlds the flourishing of each type of sociology is a con- dition for the flourishing of all, but they can just as easily assume pathological forms or become victims of exclusion and subordination. This field of power beckons us to explore the relations among the four types of sociology as they vary historically and nationally, and as they provide the template for divergent individual careers. Finally, comparing disciplines points to the umbilical chord that connects sociology to the world of publics, underlining sociology’s particular interest in the defense of civil society, itself beleaguered by the encroachment of markets and states. KEY WORDS: sociological ethos, public sociology, professional, critical, policy and public sociological kno- wledge, civil society. Y éste deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. El huracán le empuja irremisiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso. Walter Benjamin (1968) Illuminations: Essays and Reflections [Tesis de Filosofía de la Historia] Walter Benjamin escribió su famosa novena tesis sobre la filosofía de la historia al tiempo que el ejército nazi llegaba a su querido París, santuario sagrado de la promesa de civilización. Retrata esta promesa en la figura trágica del ángel de la historia, luchando en vano contra la larga marcha de la civilización hacia la destruc- ción. Para Benjamin, en 1940 el futuro nunca había parecido tan oscuro para todo el mundo: la deriva del capitalismo en fascismo a la vez que la deriva del socialismo en estalinismo. En los albores del siglo XXI aunque el comunismo se ha disuelto y el fascismo es un mal recuerdo, las ruinas siguen creciendo hasta el cielo: el capita- lismo descontrolado alimenta la tiranía del mer- cado, se producen incontables desigualdades a escala global, la democracia resurgente se está convirtiendo en un delgado velo que oculta los intereses de los poderosos, pérdida de derechos, aumento de la mentira y de la violencia. De nuevo, el ángel de la historia está atrapado por un huracán, un huracán terrorista sopla desde el Paraíso. En sus inicios la sociología aspiraba a ser como el ángel de la historia, buscar orden en los fragmentos rotos de la modernidad, tratar de sal- var la promesa de progreso. Así, Karl Marx recuperó al socialismo de la alienación, Emile Durkheim redimió la solidaridad orgánica de la anomia y del egoísmo, Max Weber, a pesar de las premoniciones de «una noche polar de hela- da oscuridad», pudo descubrir la libertad en la racionalización y extraer el significado del des- encantamiento. En este lado del Atlántico, W.E.B. Du Bois encabezó el pan-africanismo como reacción al racismo y al imperialismo, mientras que Jane Addams trató de buscar la paz en las mismas mandíbulas de la guerra. Pero entonces el huracán del progreso se enredó en las alas de la sociología. Si nuestros predeceso- res trataron de cambiar el mundo nosotros al contrario hemos tratado de conservarlo en demasiadas ocasiones. En la lucha por un lugar en el olimpo académico, la sociología ha des- arrollado su propio conocimiento especializado: la brillante y lúcida erudición de Robert Merton (1949), el arcano e ingente diseño de Talcott Parsons (1937, 1951), los primeros tratamientos estadísticos de la movilidad y estratificación que culminaron en el trabajo de Peter Blau y Otis Dudley Duncan (1967). En su revisión de los años cincuenta, Seymour Martin Lipset y Neil Smelser (1961: 1-8) declararon triunfalmente que la prehistoria moral de la sociología había concluido y que el camino hacia la ciencia esta- ba despejado. No era la primera vez que la visio- nes comteaneas habían calado en la elite profe- sional de la sociología. Ya con anterioridad se había experimentado este anhelo de lograr una «ciencia pura» sociológica. Pocos años después, los campus universitarios —especialmente aquellos en los que la sociología estaba más arraigada— estallaron en protestas políticas en favor de la libertad de expresión, de los derechos civiles y de la paz y acusaron a la sociología de pactista y de acoger acríticamente la ciencia. El ángel de la historia una vez más había sido arrastrado por el huracán.La dialéctica del progreso gobierna nuestras carreras individuales así como nuestra discipli- na. La pasión primigenia de la sociología por la justicia social, la igualdad económica, los dere- chos humanos, la sostenibilidad del entorno, la libertad política o, simplemente, por un mundo mejor se torna en un esfuerzo por obtener cre- denciales académicas. El progreso se convierte en una batería de técnicas disciplinarias —asig- naturas estandarizadas, bibliografías normaliza- das, clasificaciones burocratizadas, exámenes Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 199 Michael Burawoy Por una sociología pública continuos, reseñas de la literatura, tesis doctora- les a medida, publicaciones evaluadas, el todo- poderoso CV, búsqueda de trabajo, estabiliza- ción laboral y posterior politización de los cole- gas y de los sucesores para asegurarnos de que todo va según lo establecido. Pues bien, a pesar de las presiones para la normalización de las carreras, el ímpetu moral originario raramente es vencido en su totalidad, el espíritu sociológi- co no puede extinguirse tan fácilmente. Aún produciéndose tales constricciones, la disciplina, individual y colectivamente hablan- do, ha dado sus frutos. Llevamos un siglo cons- truyendo conocimiento profesional, convirtien- do el sentido común en ciencia. Por ello, esta- mos más que preparados para embarcarnos en una re-traducción sistemática de nuestra disci- plina, esto es, devolver el conocimiento a sus inspiradores haciendo públicas las cuestiones referentes a problemas privados y así regenerar la fibra moral de la sociología. En esta acción descansa la promesa y el desafío de la sociolo- gía pública, ser complemento y no negación de la sociología profesional. Para comprender qué es la sociología pública, sus posibilidades y sus peligros, sus potenciali- dades y sus contradicciones, sus éxitos y sus fra- casos, he discutido y debatido acerca de estas cuestiones en los últimos 18 meses a lo largo de más de 40 eventos, en institutos, asociaciones estatales, departamentos importantes en los Estados Unidos —así como en Inglaterra, Cana- dá, Noruega, Taiwán. Líbano y Sudáfrica. La llamada en pos de una sociología pública ha resonado en todas las audiencias a las que me he dirigido. Se han celebrado debates sobre la sociología pública en diferentes simposios, algunos de ellos recogidos por las revistas Social Problems (Febrero, 2004), Social Forces (Junio, 2004) y Critical Sociology (Verano, 2005). La revista de la American Sociological Association (ASA), Footnotes, dedicó una columna especial a la sociología pública, las dis- tintas aportaciones se han recogido en An Invi- tation to Public Sociology (American Sociologi- cal Assocation 2004). Los Departamentos han organizados diferentes premios y bitácoras sobre sociología pública. La ASA ha creado su propio sitio web para la sociología pública y los libros de texto introductorios están dedicando espacio al tema de la sociología pública. Los sociólogos han aparecido con una mayor regula- ridad en las páginas de opinión de los periódicos nacionales. La reunión anual de la ASA en 2004, dedicada al tema de las sociologías públi- cas, batió de lejos todos los registros de asisten- cia y participación anteriores. Estos oscuros tiempos han despertado al ángel de la historia de sus sueños. Así pues, ofrezco 11 tesis. Comenzaré con las razones de porqué apelar a las sociologías públi- cas actuales y consideraré su multiplicidad y su relación con la disciplina como un todo —disci- plina entendida como división del trabajo y campo de poder. Examinaré la matriz de la sociologías crítica, pública, práctica y profesio- nal, sus variaciones históricas y geográficas. Compararé la sociología con otras disciplinas. Y finalizaré considerando qué es lo que convierte a la sociología en algo tan especial no como ciencia sino como fuerza moral y política. TESIS I: EL MOVIMIENTO DE TIJERAS La aspiración por la sociología pública es más fuerte aunque su consecución es más difícil si cabe, en tanto la sociología se ha movilizado hacia la izquierda y el mundo hacia la derecha. ¿A qué atribuimos la presente petición de una sociología pública? Si la sociología pública lleva ya un tiempo entre nosotros ¿por qué ahora podría tener más éxito? En este último medio siglo, el centro de gra- vedad político de la sociología se ha movido en una dirección crítica mientras que el mundo al que estudia lo ha hecho en una dirección contra- ria. En 1968, se consultó a los miembros de la ASA sobre la Guerra de Vietnam. Dos terceras partes de los votantes se opusieron a que la ASA tomara una postura al respecto mientras que el 54% expresó su oposición individual a la guerra (Rhoades 1981: 60) —una proporción similar a la existente en la población norteamericana en aquellos momentos. Treinta y cinco años des- pués, en 2003, se planteó una cuestión parecida en relación con la guerra de Irak. En esta oca- sión, dos terceras partes estuvieron a favor de una resolución por la que la ASA asumiera una postura contraria a esta guerra (Footnotes Julio- Agosto 2003). Más significativo aún, en la correspondiente encuesta de opinión, el 75% de sus miembros se mostraron en contra de la gue- rra, momento (finales de Mayo, 2003) en el que el 75% de la población norteamericana apoyaba Michael Burawoy Por una sociología pública 200 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225 la guerra2. Dada la deriva hacia la izquierda en los años sesenta se trata de un resultado inesperado. A pesar de la turbulenta Reunión Anual de 1968 en Boston, en la que se produjo el famoso y valien- te ataque de Martin Nicolaus a la «sociología opulenta» así como las peticiones del Caucus de Sociólogos Negros, del Caucus Radical y del Caucus de Mujeres Sociólogas, las voces que constituían la oposición eran aún una minoría. La mayoría de los miembros habían crecido imbuidos por el conservadurismo liberal de la sociología de posguerra. A lo largo del tiempo, sin embargo, el radicalismo de los años sesenta se difundió por toda la profesión aunque de forma diluida. La cada vez mayor presencia y participación de las minorías raciales y de las mujeres, el ascenso de la generación de los sesenta a posiciones de liderazgo en los departa- mentos y en nuestra asociación, marcó una deri- va crítica que se reflejó en el contenido de la sociología3. Por ejemplo, la sociología política pasó de centrarse en las virtudes de la democracia elec- toral americana al estudio del Estado y su rela- ción con las clases y movimientos como proce- sos sociales y la profundización de la participa- ción democrática. La sociología del trabajo pasó de analizar los procesos de adaptación a estudiar la dominación y los movimientos laborales. La estratificación cambió el estudio de la movilidad social en un sistema jerárquico basado en el prestigio ocupacional por el análisis de los cam- bios en la estructura producidos por la desigual- dad social y económica —en la clase, raza y género. La sociología del desarrollo abandonó la teoría de la modernización en favor de la teo- ría del subdesarrollo, de los análisis de los siste- mas mundiales y del crecimiento organizado por el Estado. La teoría de la raza pasó de la teoría de la asimilación a la economía política de las formaciones raciales. La teoría social introdujo interpretaciones más radicales de Weber y Dur- kheim e incorporó a Marx al canon, lo que supu- so un impacto dramático en las áreas más importantes de la sociología. La globalización está causando estragos en la unidad básica del análisis sociológico —el Estado-Nación— lo que está provocando una mayor amplitud de miras en nuestra disciplina. Obviamente, tam- bién se han producido contramovimientos —por ejemplo, el dominio de los estudios sobre asimi- lación en el caso de la inmigración o el neoins- titucionalismo que documenta la difusión mun- dial de las instituciones norteamericanas— si bien en la última mitad del siglo veinte el movi- miento de la sociología ha sido abrumadora- mentecrítico. Si la sucesión de las generaciones políticas y el cambio de los contenidos de la sociología es uno de los dos brazos de las tijeras el otro, el que se acciona en dirección contraria, es el mundo que estudiamos. A pesar de la intensificación de la retórica de la igualdad y de la libertad los sociólogos han documentado una cada vez mayor y más profunda dominación y desigual- dad. A lo largo de los últimos veinticinco años, los logros en seguridad económica y en dere- chos civiles se están revocando por la expansión del mercado (con el consiguiente aumento de las desigualdades) y el incremento de la coerción por parte del Estados viola cada vez más los derechos civiles tanto dentro como en fuera. Tanto mercado como Estado han actuado en contra de la humanidad en lo que comúnmente se ha conocido como neoliberalismo. Los soció- logos se han mostrado más sensibles, más vigi- lantes ante los elementos negativos y ello ha supuesto que la evidencia acumulada al respec- to indique una regresión en muchos ámbitos de la vida. Y, por supuesto, estamos gobernados por un régimen que es profundamente antisociológi- co en su ethos y hostil ante la propia idea de «sociedad». Ante nuestras propias narices, la universidad ha sufrido numerosos ataques por parte de la National Association of Scholars por el hecho de acoger a liberales. Al mismo tiempo, hemos tenido que afrontar la reducción de presupues- tos. Bajo una competencia cada vez mayor, las Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 201 Michael Burawoy Por una sociología pública 2 Los datos sobre el apoyo público a la Guerra de Vietnam proceden de Mueller (1973: Tabla 3.3) mientras que los datos sobre el apoyo público a la Guerra de Irak proceden de los estudios de Gallup. 3 En 1968, los 19 miembros electos del Consejo de la ASA eran hombres y blancos excepto una mujer, Mirra Komarovsky. En 2004, de los 20 miembros del Consejo, exactamente el 50% son mujeres y el 50% son minorías. Como en el resto de la profesión, entre 1966 y 1969, el 18,6% de los doctorados en sociología eran obtenidos por mujeres mientras que en 2001 se supuso el 58,4%. El ascenso de las cifras en el caso de las minoría raciales se produjo más tarde. En 1980, el 14,4% de los doctorados en sociolo- gía fueron obtenidos por las minorías, mientras que en 2001 suponía el 25,6%. universidades públicas han respondido con solu- ciones de «mercado» —acuerdos con empresas privadas, campañas de publicidad para atraer a estudiantes, servilismo ante los donantes priva- dos, mercantilización de la educación en el caso de la educación a distancia, precarización del empleo (temporalidad, bajos salarios, subcontra- tación de los servicios) (Kirp 2003; Bok 2003). ¿Es el mercado la única solución? ¿Tenemos que olvidarnos de la idea de universidad como un bien «público»? El interés en una sociología pública es, en parte, una reacción y una respues- ta al avance de la privatización generalizada. Su vitalidad depende de la resurrección de la propia idea de lo «público», otra herida producida por el huracán del progreso. Por tanto, la paradoja es que si bien el aumento de la brecha entre el ethos sociológico y el mundo que estudiamos inspira la necesidad de una sociología pública, al mismo tiempo crea los obstáculos para su desarrollo. ¿Cómo deberíamos actuar? TESIS II: LA MULTIPLICIDAD DE SOCIO- LOGIAS PÚBLICAS Existen múltiples sociologías públicas que refle- jan diferentes tipos de públicos y formas de acceder a ellos. Las sociologías públicas tradicional y orgá- nica son dos tipos opuestos pero complementarios. Los públicos pueden destruirse pero también pueden crearse. Algunos nunca desparecerán —nuestros estudiantes son nuestro primer, y al mismo tiempo, cautivo público. ¿Qué deberíamos entender por sociología pública? La sociología pública pone a la socio- logía en conversación con los públicos a la vez que trata investiga cómo se produce esa conver- sación. Esto supone una doble conversación. Candidatos para esta forma de sociología son W.E.B. Du Bois (1903) The Souls of Black Folk, Gunnar Myrdal (1994) An American Dilemma, David Riesman (1950) The Lonely Crowd y Robert Bellah et al. (1985), Habits of the Heart. ¿Qué tienen estos libros en común? Están escri- tos por sociólogos, han transcendido la acade- mia y se han convertido en el vehículo de una discusión pública sobre la naturaleza de la socie- dad norteamericana —sus valores, la brecha entre sus promesa y su realidad, su malestar, sus tendencias. En el género que he denominado sociología pública tradicional podemos ubicar a los sociólogos que escriben en las páginas de opinión de nuestros periódicos nacionales sobre asuntos de importancia pública. Alternativamen- te, los periodistas pueden llevar a cabo investi- gación académica dentro del ámbito público como hicieron, por ejemplo, Chris Uggen y Jeff Manza en su artículo sobre el significado políti- co de la privación del derecho al voto a los cri- minales publicado en la American Sociological Review y la Tesis doctoral de Devah Pager sobre la forma en la que la raza incrementa los efectos del registro criminal en las posibilidades de empleo de los jóvenes. Con la sociología públi- ca tradicional los públicos a los que se dirige son generalmente invisibles pues no producen mucha interacción interna, pasivos pues no constituyen un movimiento u organización y generalmente son mayoritarios. El sociólogo público tradicional instiga debates dentro de o entre los públicos, aunque podría perfectamente no participar en ellos. Existe, sin embargo, otro tipo de sociología pública —la sociología pública orgánica— en la que el sociólogo trabaja en estrecha conexión con un público visible, denso, activo, local y a menudo a contracorriente. De hecho, la mayoría de la sociología pública es de tipo orgánico — sociólogos que trabajan con movimientos labo- rales, con asociaciones vecinales, con comuni- dades de fe, con grupos a favor de los derechos de los inmigrantes, con organizaciones de dere- chos humanos. Entre el sociólogo público orgá- nico y el público se produce diálogo a la vez que un proceso de mutua educación. El reconoci- miento de la sociología pública debe extenderse al tipo orgánico que suele mantenerse invisible, privado y separado de nuestras vidas profesio- nales. El proyecto de tales sociologías públicas es hacer visible lo invisible, hacer público lo pri- vado. Así pues, dar validez a estas conexiones orgánicas es parte de nuestra vida sociológica. Las sociologías públicas tradicional y orgáni- ca no son antitéticas sino complementarias. Cada una de ellas informa a la otra. Los grandes debates en la sociedad, por ejemplo los valores familiares, pueden formar parte de nuestro tra- bajo a la vez que pueden ser objeto de nuestra colaboración con nuestros clientes benefactores. Los debates sobre el NAFTA pueden formar parte de la colaboración del sociólogo con los sindicatos, los trabajos con presos en defensa de sus derechos pueden contribuir a los debates públicos sobre el sistema carcelario, etcétera. Michael Burawoy Por una sociología pública 202 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225 Los estudiantes de Sociología de la Universidad de California-Berkeley, Gretchen Purser, Amy Schalet y Ofer Sharone (2004) analizaron la grave situación del mal pagado personal de ser- vicios de su universidad, sacándolos de las som- bras y constituyéndolos como un público ante el que la universidad debería responsabilizarse. El estudio supuso una importante plataforma para el desarrollo de debates más generales sobre el trabajo barato, el trabajado de los inmigrantes y la privatización y comercialización de la Uni- versidad, a la par que alimentaba la discusión pública sobre la academia en tanto comunidad de principios. En las mejores circunstancias la sociología pública tradicional encuadra la socio- logía pública orgánica, mientras que ésta última fundamenta y dirige a la primera. Si bien podemos distinguir entre diferentes tipos de sociólogos públicos y diferentespúbli- cos, ¿cómo se pueden poner en diálogo ambas partes —la académica y la extra-académica? ¿Por qué alguien debería escucharnos en vez de a los medios de comunicación? ¿Somos sufi- cientemente críticos para atrapar la atención de nuestros públicos? Alan Wolfe (1989), Robert Putnam (2001) y Theda Skocpol (2003) van más allá y alertan de que los públicos están desapa- reciendo —destruidos por el mercado, coloniza- dos por los medios de comunicación o bloquea- dos por la burocracia. La propia existencia de un amplio surco de sociología pública empero hace presuponer que no existe esa falta de públicos si nos preocupásemos de ir en su búsqueda. Pero nos queda mucho por aprender sobre su com- promiso. Estamos aún en un estadio primitivo de nuestro proyecto. No deberíamos pensar en los públicos como algo ya dado sino como algo fluido, algo en lo que podemos participar tanto en su creación como en su transformación. De hecho, parte de nuestra labor como sociólogos es definir las categorías humanas —gente con SIDA, mujeres con cáncer de pecho, mujeres, gays— y si lo hacemos con su colaboración cre- aremos públicos. La categoría de mujer se con- vierte en la base de un público —un público activo, denso, visible, nacional, mejor dicho internacional y a contracorriente— puesto que los intelectuales, y los sociólogos entre ellos, definieron a las mujeres como marginadas, excluidas, oprimidas y silenciadas, esto es, las definieron tal como ellas se reconocían. Desde esta breve excursión a través de la variedad de públicos es más que evidente que la sociología necesita desarrollar una sociología de los públi- cos —que trabaje a través y más allá de un lina- je que incluiría a Robert Park (1972[1904]), Walter Lippman (1922), John Dewey (1927), Hanna Arendt (1958), Jürgen Habermas (1991[1962]), Richard Sennett (1977), Nancy Fraser (1997) y Michael Warner (2002) —para así apreciar mejor las posibilidades y peligros de la sociología pública. Más allá de crear otros públicos podemos constituirnos nosotros mismos como un público que actúa en la arena política. Durkheim insistía en que las asociaciones profesionales deberían ser un elemento integral de la vida política nacional —y no sólo defender sus propios y limitados intereses profesionales. Por esta razón, la American Sociological Association tiene que mucho en lo que contribuir al debate público y así ha sido. Casos como, por ejemplo, la remisión de una Amicus Curiae brief a la Corte Suprema en el caso de la Michigan Affir- mative Action, su defensa de que la investiga- ción sociológica demostraba la existencia de racismo y que el racismo tenía tanto causas como consecuencias sociales, las resoluciones adoptadas tanto en contra de la Guerra de Irak como de una enmienda constitucional que podría ilegalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y, por último, la protesta del Consejo de la ASA por el encarcelamiento del sociólogo egipcio Saad Ibrahim. Ahora bien, hablar en nombre de todos los sociólogos es difícil y peligroso. Deberíamos estar seguros de alcanzar posiciones públicas negociadas a través de un diálogo abierto, de la participación iguali- taria y libre de nuestros miembros y de la pro- fundización de nuestra democracia interna. La multiplicidad de sociologías públicas no sólo refleja diferentes públicos sino también diferen- tes compromisos axiológicos por parte de los sociólogos. La sociología pública no tiene otra valencia normativa intrínseca más que el com- promiso con el diálogo sobre aquellas cuestio- nes suscitadas en y por la sociología. Puede apo- yar tanto el fundamentalismo cristiano como la sociología de la liberación o el comunitarismo. Su apoyo a causa más liberal o a una sociología pública crítica es una consecuencia del desarro- llo del ethos de la comunidad sociológica. Existe un público que no desaparecerá antes que nosotros-nuestros estudiantes. Cada año creamos aproximadamente 25.000 nuevos licen- ciados en Sociología. ¿Qué significa pensar en Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 203 Michael Burawoy Por una sociología pública ellos como público potencial? Esto no significa que debamos tratarlos como recipientes vacíos sobre los cuales verter nuestro maduro vino o como prístinos encerados en los cuales escribir nuestro profundo conocimiento. Más bien debe- mos pensar en ellos como portadores de una rica experiencia vivida elaborada gracias a una pro- funda comprensión propia de los contextos his- tóricos y sociales que les han hecho como son. Con la ayuda de nuestras grandes tradiciones sociológicas, convertimos sus problemas priva- dos en cuestiones públicas. Y lo hacemos gra- cias a su compromiso y no a su exclusión, par- tiendo de donde ellos están no de dónde estamos nosotros. La educación se convierte en una serie de diálogos que fomentamos sobre la sociología —un diálogo entre nosotros y los estudiantes, entre los estudiante y sus propias experiencias, entre los propios estudiantes y, por último, un diálogo de los estudiantes con los públicos de más allá de la universidad. Su aprendizaje del oficio es nuestra garantía: según aprenden los estudiantes se convierten en embajadores de la sociología en el mundo, de igual manera que ellos traen al aula su compromiso con los dife- rentes públicos4. En tanto que docentes todos somos potenciales sociólogos públicos. Reconocer su existencia valida y legitima a la sociología pública. Al pasar de la esfera privada a la esfera abierta puede ser examinada y disec- cionada. Ésta es otra cuestión para convertirla en una parte integral de nuestra disciplina, lo cual me lleva a la TESIS III. TESIS III: LA DIVISIÓN DEL TRABAJO SOCIOLÓGICO La sociología pública es parte de una división más amplia del trabajo sociológico que también incluye a la sociología práctica, a la sociología pro- fesional y a la sociología crítica. El líder de la sociología pública tradicional C. Wright Mills (1959), y otros tantos como él, podrían convertir toda la sociología en sociolo- gía pública. Mills recordaba que para los padres fundadores de la sociología la empresa académi- ca y moral eran indistinguibles. Si embargo, no hay vuelta atrás posible a ese período inicial pre- vio a la revolución académica. Hoy trabajamos y avanzamos desde otro lugar, desde la división del trabajo sociológico. El primer paso es distinguir la sociología pública de la sociología práctica. La sociología práctica es sociología al servicio de una meta definida por el cliente. La raison d’etre de la sociología práctica es suministrar soluciones a problemas que se nos presentan o legitimar solu- ciones tomadas de antemano. Si bien algunos clientes especifican la tarea del sociólogo en un esquemático contrato otros definen una agenda práctica mucho más amplia. Ser un testigo experto, por ejemplo prestar un importante ser- vicio a la comunidad, es una relación relativa- mente bien definida con un cliente mientras que investigar las causas del terrorismo o de la mise- ria gracias a la financiación procedente del Departamento de Estado permitiría establecer una agenda de investigación mucho más abierta. La sociología pública, por contra, entabla una relación dialógica entre el sociólogo y el públi- co en la que cada parte pone su agenda sobre la mesa y trata de ajustarla a la del otro. En la sociología pública, la discusión suele implicar valores o metas que no son compartidos auto- máticamente por ambas partes. Por esta razón, la reciprocidad, o como la denomina Habermas (1984): la «acción comunicativa», suele ser difí- cilmente sostenible. A su pesar, la meta de la sociología pública es desarrollar tal conversa- ción. Ejemplos de sociología pública, el libro más vendido de Barbara Ehrenreich (2002) —Nickel and Dimed—, una etnografía del trabajo preca- rizado en el que acusó, entre otras empresas, a Wal-Mart por sus prácticas de empleo. Por el contrario, como caso de sociología práctica esta- ría el testimonio en calidad de experto de William Bielby (2003) en la demanda por dis- criminación sexual presentadacontra dicha compañía. Las aproximaciones de la sociología pública y de la sociología práctica no son ni mutuamente excluyentes ni antagónicas. Como en este caso, pueden ser perfectamente comple- mentarias. La sociología práctica puede conver- tirse en sociología pública. En especial cuando la política fracasa, caso de las propuestas sobre Michael Burawoy Por una sociología pública 204 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225 4 Existe una amplia literatura sobre el aprendizaje del oficio. Dos referencias de especial relevancia son Ostrow et al. (1999) y Marullo y Edwards (2000). transporte escolar realizadas por James Cole- man (1966, 1975), o el rechazo del gobierno a las propuestas políticas de creación de empleo con el fin de aliviar la pobreza por causas racia- les —recomendación de William Julius Wilson (1996)—, o la implicación de Paul Starr en las reformas sobre la asistencia sanitaria en los casos de aborto durante la administración de Clinton. De la misma manera, la sociología pública puede convertirse en sociología práctica. Es el caso del conocido compromiso de Diane Vaughan con los medios de comunicación en el caso del desastre del transbordador Columbia, basándose en su investigación inicial sobre dicho accidente consiguió que sus ideas se tomaran en consideración para la elaboración del informe que realizó la Columbia Accident Investigation Board (2003). En particular, su crítica a la cultura organizativa de la National Aeronautical and Space Administration (NASA). No puede existir ni sociología práctica ni pública sin una sociología profesional que sumi- nistre los métodos adecuados y ya experimenta- dos, los cuerpos de conocimiento acumulados, las orientaciones necesarias y los marcos con- ceptuales. La sociología profesional no es el enemigo de la sociología práctica y pública sino todo lo contrario, es la condición sine qua non de su existencia —proveer tanto de legitimidad como de expertez a la sociología práctica y pública. La sociología profesional consiste ante todo en la múltiple intersección de programas de investigación con sus supuestos, ejemplares, definiciones, conceptos y teorías5. Muchas subáreas contienen programas de investigación bien establecidos —la teoría de la organización, de la estratificación, la sociología política, la sociología de la cultura, la sociología de la fami- lia, los estudios sobre la raza, la sociología eco- nómica, etcétera. Asimismo, existen programas de investigación dentro de las subáreas —por ejemplo, la ecología organizativa dentro de la teoría de la organización. Los programas de investigación avanzan tratando de solucionar aquellos problemas procedentes de anomalías externas (inconsistencias entre las predicciones y los resultados empíricos) o de contradicciones internas. Así, el programa de investigación sobre movimientos sociales se estableció gracias al desplazamiento de las teorías «irracionalistas» y psicológicas de la conducta colectiva en favor de un nuevo marco construido sobre la idea de la movilización de recursos, el cual a su vez ha conducido a la formulación de un modelo de proceso político que ha enmarcado el intento más reciente de incorporar las emociones. Den- tro de cada programa de investigación, los estu- dios canónicos resuelven, por un lado, un con- junto de enigmas a la vez que crean otros nue- vos, impulsando al programa de investigación en nuevas direcciones. Los programa de investi- gación degeneran bien porque se inundan de anomalías y contradicciones, bien porque los intentos por resolver los problemas se convier- ten en un mero dispositivo para salvar las apa- riencias del programa. Goodwin y Jasper (2004, cap. 1) sostienen que ése ha sido el destino de la teoría de los movimientos sociales dada su exce- siva generalización e introversión. Éste es el papel de la sociología crítica, mi cuarto tipo de sociología, examinar los funda- mentos de los programas de investigación de la sociología profesional —tanto explícitos como implícitos, tanto normativos como descriptivos. Pienso en el trabajo de Robert Lynd (1939) y en su queja de que la ciencia social estuviese abdi- cando de su responsabilidad en el abordaje de los problemas culturales e institucionales impe- rantes en su época, obsesionada por la técnica y la especialización. C. Wright Mills (1959) acusó en los años cincuenta a la sociología profesional de irrelevante, de cambiar de dirección en pos de la «gran teoría» abstrusa o del «empirismo abstracto» sin sentido que consideraba los datos al margen del contexto. Alvin Gouldner (1970) criticó al estructural funcionalismo su supuesto de una sociedad regida por el consenso que no estaba para nada en consonancia con la escalada de los conflictos sociales durante los años sesen- ta. El feminismo, la teoría queer y la teoría crí- tica de la raza han criticado a la sociología pro- fesional su actitud de pasar por alto la ubicuidad y profundidad de las opresiones por razón de género, sexo y raza. La sociología crítica inten- ta hacer una sociología profesional reconocedo- ra de sus prejuicios, de sus silencios, promo- viendo nuevos programas de investigación erigi- Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 205 Michael Burawoy Por una sociología pública 5 En la formulación de la idea de programas de investigación sigo el trabajo de Imre Lakatos (1978) y sus debates con Tho- mas Kuhn, Karl Popper y otros. dos sobre fundamentos alternativos. La sociolo- gía crítica es la conciencia de la sociología pro- fesional en tanto que la sociología pública es la conciencia de la sociología práctica. La sociología crítica también nos da las cla- ves para fijar las relaciones entre nuestras cuatro sociologías. La primera ya la planteó Alfred McLung Lee (1976) en su discurso presidencial: «¿sociología para quién?» ¿Nos dirigimos a nosotros mismos (una audiencia académica) o nos estamos dirigiendo a los otros (una audien- cia extra-académica)? Plantear esta cuestión supone ir en contra de una disciplina hermética- mente sellada y de la búsqueda del conocimien- to por el conocimiento. Es necesario defender el compromiso con las audiencias extra-académi- cas, sirviendo a los clientes o hablando para los públicos. Esto no es negar los peligros y riesgos de este tipo de sociología, todo lo contrario, necesitamos hacer sociología a pesar o por culpa de tales peligros y riesgos. La segunda cuestión es la pregunta de Lynd: «¿sociología para qué?» Deberíamos compro- meternos con los fines de la sociedad o simple- mente interesarnos por los medios para alcanzar tales fines. Ésta es la distinción subyacente en la discusión de Max Weber sobre la racionalidad técnica y la racionalidad valorativa. Weber y, posteriormente, la Escuela de Frankfort estaban preocupados porque la racionalidad técnica suplantase la discusión sobre los valores, Hor- kheimer (1974[1947]) se refirió a esta situación como el eclipse de la razón, y en colaboración con Theodor Adorno (1969[1944]) definieron como la dialéctica de la Ilustración. Denomino a este tipo de conocimiento, conocimiento instru- mental, bien sea para resolver los enigmas de la sociología profesional o la resolución de proble- mas de la sociología práctica. Denomino al otro tipo de conocimiento, conocimiento reflexivo, porque está interesado en un diálogo sobre los fines, tome lugar dicho diálogo dentro de la comunidad académica y aborde los fundamen- tos de sus programas de investigación o entre académicos y los diferentes públicos en torno a la dirección de la sociedad. El conocimiento reflexivo interroga el valor de las premisas de la sociedad así como también nuestra profesión. El esquema total se resume en el Cuadro 16. En la práctica, cualquier obra de sociología puede montarse sobre estos tipos ideales o moverse por ellos a lo largo del tiempo. Por ejemplo, ya he apuntado que la distinción entre sociología pública y práctica puede difuminarse —la sociología puede servir simultáneamente a un cliente y generar debate público. Las categorías son productossociales. Esta categorización del trabajo sociológico redefine la forma en la que nos vemos a nosotros mis- mos. Me siento comprometido con lo que Pierre Bourdieu (1986[1979], 1988 [1984]) denominó como lucha clasificatoria, al desplazar los deba- tes sobre las técnicas cuantitativas y cualitativas, sobre las metodologías positivistas e interpreta- tivas y sobre la sociología macro y micro, sus dos cuestiones fundamentales fueron: ¿para quién y para qué ejercemos la sociología? Las tesis que restan intentan justificar y expandir este sistema clasificatorio. Michael Burawoy Por una sociología pública 206 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225 6 Este esquema tiene un extraño parecido con las famosas cuatro funciones de Talcott Parsons (1961) —Adaptación, Goal attainment [consecución de metas], Integración y Latencia [mantenimiento de patrones] (AGIL)— que cualquier sistema tiene que cumplir para sobrevivir. Si la sociología crítica se corresponde con la latencia basada en los compromisos con los valores y la sociología pública se corresponde con la integración donde la influencia es el medio de intercambio, entonces la sociología prác- tica se corresponde con el goal attainment [consecución de metas] y la sociología profesional y su economía de las credenciales se corresponden con la adaptación. Habermas (1984, cap. 7) le otorga a Parsons un giro crítico al refererirse a la colonización del mundo-de-la-vida (latencia e integración) por el sistema (adpatación y goal attainment). Tal como veremos más adelante, la TESIS VII combina las tesis de la colonización de Habermas con los análisis del campo académico de Bourdieu (1988[1984]). Cuadro 1 División del trabajo sociológico Audiencia Académica Audiencia Extra-académica Conocimiento Instrumental Profesional Práctica Conocimiento Reflexivo Crítica Pública TESIS IV: LA ELABORACIÓN DE LA COM- PLEJIDAD INTERNA Las cuestiones ¿«conocimiento para quién»? y ¿«conocimiento para qué»? definen el carácter fun- damental de nuestra disciplina. No sólo dividen a la sociología en cuatro tipos diferentes sino que nos permite comprender cómo se construye internamen- te cada tipo. Nuestros cuatro tipos de conocimiento repre- sentan no sólo una diferenciación funcional de la sociología sino también cuatro perspectivas diferentes. La división del trabajo sociológico parece muy diferente desde el punto de vista de la sociología crítica comparado, por ejemplo, con la perspectiva de la sociología práctica. De hecho, la sociología crítica se define a sí misma por su oposición con la sociología («dominan- te») profesional. Ésta a su vez se ve inseparable de la renegada sociología práctica. Sociología práctica que se restituye atacando a la sociología crítica por politizar y por desacreditar a la disci- plina. Así pues, desde cada categoría tendemos a esencializar, homogeneizar y estereotipar a las otras. Debemos, por tanto, procurar reconocer la complejidad de los cuatro tipos de sociología. Y lo podemos hacer mejor planteándonos una vez más dos cuestiones básicas: ¿conocimiento para quién y conocimiento para qué? Esto produce una diferenciación interna de cada tipo de socio- logía y, por tanto, una imagen más matizada. También nos permite aprender sobre las tensio- nes a las que conduce su respuesta en cada tipo de conocimiento. Comencemos con la sociología profesional. En su núcleo está la creación, elaboración y degene- ración de los múltiples programas de investiga- ción. Pero también existe una dimensión de la sociología profesional que defiende la investiga- ción sociológica en el mundo —la defensa de fondos para la investigación políticamente con- testada como por ejemplo el estudio de la con- ducta sexual, la determinación de los protocolos de comportamiento de los seres humanos, la bús- queda de apoyo gubernamental, los programas de becas para minorías, etcétera. Esta dimensión política de la sociología profesional se concentra en la sección de la American Sociological Asso- ciation y se muestra a través de las páginas de su revista Footnotes. Existe una cara pública de la sociología profesional bien definida: presentar los resultados de investigación de forma accesible para la audiencia lega. Ésta fue la propuesta de la nueva revista Contexts, aunque también se realiza en las sesiones informativas celebradas asidua- mente en los congresos organizados por la ASA. Por otro lado, nos encontramos con la mayor de parte de los profesores que diseminan los resulta- dos de la investigación sociológica y, por supues- to, con los libros de texto. La línea que separa esta cara pública de la sociología profesional de la propia sociología pública es muy sutil, pero la primera está íntimamente interesada en asegurar las condiciones de nuestras actividades profesio- nales centrales. Por último, existe una cara crítica de la sociolo- gía profesional —los debates internos y entre los programas de investigación. Por ejemplo, la relati- va importancia de la clase o de la raza, los efectos de la globalización, los patrones del trabajo degra- dado, las bases sociales de la política electoral, las fuentes del subdesarrollo, etcétera. Tales debates son el tema de los artículos de la revista The Annual Review of Sociology, los cuales inyectan el dinamismo necesario en nuestros programas de investigación. Las cuatro divisiones de la sociolo- gía profesional se representan en el Cuadro 2. Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 207 Michael Burawoy Por una sociología pública Cuadro 2 Disección de la Sociología Profesional Profesional Investigación realizada dentro de los programas de investigación que definen los supuestos, teorías, conceptos, cuestiones y enigmas. Crítica Los debates críticos de la disciplina dentro y entre los programas de investigación. Práctica Defensa de la investigación sociológica, de los suje- tos humanos, de la financiación así como organiza- ción de sesiones informativas en los congresos Pública Interés por la imagen pública de la sociología, pre- sentación de los resultados de forma accesible, enseñanza básica de la sociología y escritura de los libros de texto. Debido a su tamaño, podemos discernir una diferenciación funcional (para Abbott 2001 «fractalización») de la sociología profesional aunque, puesto que los otros tipos de sociología están menos desarrollados internamente, es mejor hablar de diferentes aspectos o dimensio- nes. Por ejemplo, la actividad central de la sociología pública —el diálogo entre los soció- logos y sus públicos— se basa (o no) en momentos profesionales, críticos y políticos. Tomemos el caso del Proyecto de Acción e Investigación en Medios de Comunicación de la Facultad de Boston que une a sociólogos con los dirigentes de la comunidad para buscar la mejor manera de presentar las cuestiones sociales ante los medios de comunicación. Existe un momen- to profesional basado en la idea de William Gamson de enmarcar el asunto, un momento crí- tico basado en las formas limitadas en las que los medios operan y un momento político que se aferra a los objetivos concretos de los dirigentes de la comunidad. Charlotte Ryan (2004) descri- be las tensiones dentro del proyecto provenien- tes de las contradictorias demandas entre la inmediatez de la sociología pública y los ritmos de la carrera de la sociología profesional. Al mismo tiempo, Gamson (2004) subraya el limi- tado compromiso económico de la universidad con un proyecto que incremente la actuación y poder de las comunidades locales. La sociología práctica también tiene sus momentos público, crítico y profesional. Un caso interesante es la experiencia de Judy Stacey (2004) como testigo en calidad de experta en la defensa del matrimonio de personas del mismo sexo en Ontario, Canadá. Los opositores legales al matrimonio de personas del mismo sexo se inspiran en su conocido artículo publicado en la American Sociological Review (Stacey y Biblarz 2001). Los autores sostenían que mien- tras los estudios muestran algunas ligeras dife- rencias en losefectos de la paternidad/materni- dad de los gays —mayor apertura a la diversidad sexual— no se encontraron evidencias de que los efectos fueran «perjudiciales». Los oposito- res al matrimonio entre personas del mismo sexo sostenían que Stacey y Biblarz habían rea- lizado su estudio de forma poco científica por lo cual no se podían extraer tales conclusiones. Judy Stacey, por tanto, se encontró en la tesitura de tener que defender el rigor científico de sus conclusiones. Además, su defensa de las liberta- das civiles de los gays entrañaba la defensa del matrimonio- una institución a la que había infli- gido una severa crítica en sus escritos académi- cos. En este caso, vemos cómo las constriccio- nes de la sociología práctica y su dependencia de la sociología profesional pueden colocarla en contra de las sociologías críticas y públicas. Puede ocurrir, por tanto, que las cuatro caras de cualquier tipo dado de sociología no estén en armonía. Podemos ver esto de nuevo en el caso de la sociología crítica. En su clásico artículo, «A Sociology for Women», Dorothy Smith (1987, cap. 2) partiendo de la sociología llevó a cabo un análisis de la universalización del punto de vista masculino, especialmente el de los hombres gobernantes que toman decisiones en el nivel macroestructural de la sociedad. A partir de los escritos canónico de Alfred Schutz, elaboró el punto de vista de las mujeres enraizado en las microestructuras de la vida cotidiana —el traba- jo invisible que sirve de soporte a las macroes- tructuras. Patricia Hill Collins (1991) desarrolló posteriormente el análisis de este punto de vista al insistir en que la mirada interna de la sociedad proviene de aquellos que son múltiplemente oprimidos —mujeres negras pobres— pero tam- bién empleó la teoría social convencional, en su caso no a Schutz sino a George Simmel y Robert Merton, para llevar a cabo una crítica elaborada de la sociología profesional. Además, para ella también existía un momento público — la conexión de las mujeres intelectuales negras con la cultura de las mujeres negras pobres para otorgar mayor universalidad a la sociología pro- fesional. Así pues, se pueden apreciar los momentos profesional y público de la sociología crítica, pero ¿cuál es su momento político? ¿Podríamos afirmar que en él descansa la real- politik de los espacios de defensa del pensa- miento crítico dentro de la universidad, espacios que incluirían programas interdisciplinares, ins- titutos de investigación y lucha por la represen- tación? Estos son sólo unos ejemplos que ilustran la complejidad de cada tipo de sociología y que reconocen sus dimensiones académica y extra- académica así como instrumental y reflexiva. No deberíamos olvidar que esta composición interna compleja volvemos a focalizarla sobre las relaciones entre los cuatro tipos principales. Michael Burawoy Por una sociología pública 208 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225 TESIS V: SITUAR AL SOCIÓLOGO Se debe hacer una distinción entre la sociología y sus divisiones internas por un lado y los sociólogos y sus trayectorias por otro. La vida del sociólogo está impulsada por la falta de acople entre su hábi- tus sociológico y la estructura del campo disciplinar como un todo. Deberíamos distinguir entre la división del trabajo sociológico y los sociólogos que habitan en uno o más lugares dentro de dicha división. En torno al 30% de los doctores en sociología trabajan fuera de la universidad, principalmente en el mundo de la investigación política y desde el cual pueden adentrarse en el ámbito público (Kang 2003). El 70% de los doctores que ense- ñan en las universidades ocupan el cuadrante profesional dirigiendo investigaciones o disemi- nando sus resultados, pero también pueden mantener posiciones distintas en otros cuadran- tes, especialmente en el caso de que tengan posiciones estables en la carrera académica. Por contra, el contingente de trabajadores —profe- sores ayudantes, eventuales o a tiempo parcial— se encuentra atrapado en la carrera académica con salarios míseros (de 2000 a 4000 dólares por curso), con un empleo precario y sin benefi- cios sociales (Spalter-Roth y Erskine 2004). Este grupo es más numeroso en las universida- des de reconocido prestigio donde pueden llegar a suponer el 40% del profesorado e impartir hasta el 40% de las asignaturas. Son la fuerza de trabajo precaria que permite la investigación y los elevados salarios del personal docente per- manente al liberarles de las múltiples activida- des rutinarias de la docencia y la investigación. Ésta es la razón por la que muchos de nues- tros más distinguidos sociólogos han podido ocupar múltiples posiciones en el ámbito socio- lógico. James Coleman, por ejemplo, simultáne- amente trabajó en el mundo profesional y políti- co mientras era hostil con las sociologías públi- ca y crítica. El caso de Christopher Jencks, que ha trabajado en similares campos, es poco común al combinar los momentos público y crí- tico con sus compromisos profesional y prácti- co. La sociología de las emociones de Arlie Hochschild se encuentra a medio camino entre la sociología crítica y la profesional mientras que su investigación sobre el trabajo y la familia combina la sociología pública y la práctica. Por supuesto, estos sociólogos gozan o han gozado de cómodas posiciones académicas en prestigio- sos departamentos de Sociología en los que las condiciones de trabajo les han permitido múlti- ples puestos. Sin embargo, muchos de nosotros sólo ocupamos uno de los cuadrantes en cada momento, por ello, deberíamos centrarnos en nuestras posibles trayectorias. Los sociólogos no sólo pueden situarse simul- táneamente en posiciones diferentes, sino que asumen a lo largo del tiempo trayectorias distin- tas en nuestros cuatro tipos de sociología. Previo a la consolidación de las carreras profesionales, el movimiento entre los cuadrantes era mucho más errático. El incremento del desafecto hacia la academia y la marginación provocada por su raza, (después de finalizar su libro The Phila- delphia Negro en 1899 y de crear y poner en marcha el Atlanta Sociological Laboratory en la Universidad de Atlanta entre 1897 y 1910), W.E.B. Du Bois abandonó la academia para fun- dar la National Association for the Advance- ment of Colored People (NAACP) y se convirtió en el editor de su revista, Crisis. En su papel público escribió innumerables ensayos divulga- tivos inevitablemente influenciados por su sociología. En 1934 regresó a la academia como director del Departamento de Sociología en Atlanta donde finalizó su también conocido libro, Black Reconstruction. Después de la Segunda Guerra Mundial volvió a abandonar una vez más la academia para impartir confe- rencias nacionales e internacionales. Sus ince- santes campañas en favor de la justicia racial fueron la cima de la sociología pública, aunque por supuesto, su objetivo último fue siempre cambiar la política. La sociología pública es a menudo una avenida marginal y exterior de la arena política y suele estar condenada al ostra- cismo en la academia. Mientras que W.E.B. Du Bois tomaba una ruta ajena a la academia, su castigo, otra de las grandes figuras en la sociología de la raza Robert Park, viajaba en dirección opuesta7. Des- pués de años como periodista, en los que reveló Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 209 Michael Burawoy Por una sociología pública 7 Agradezco a Stephen Steinberg su sugerencia sobre esta coincidencia. Aunque jugó un papel principal en la profesionaliza- ción de la sociología, Park no realizó ninguna reforma social y esto a pesar de su respaldo de la ciencia social imparcial y su pro- clamada oposición a la sociología de la acción de las mujeres de Hull House. las atrocidades belgas en el Congo, se convirtió en el secretario privado de Booker T. Washing- ton y analista de investigación hasta su entrada en el Departamento de Sociología de la Univer- sidad de Chicago, en el que llevaría a cabo una labor crucial de profesionalización (Lyman 1992). C.Wright Mills perteneció a una generación posterior, aunque como Du Bois también tuvo sus desavenencias con la academia. Después de completar sus estudios de Filosofía en la Uni- versidad de Texas se trasladó a Wisconsin donde trabajó con el emigrado alemán Hans Gerth. En esta universidad escribió su tesis doctoral sobre el pragmatismo. Robert Merton y Paul Lazars- feld le reclutaron para la Universidad de Colum- bia en tanto que gran promesa de sociólogo pro- fesional. Incapaz de tolerar la «utilidad mezqui- na» del Bureau of Applied Research de Lazars- feld, cambió la sociología instrumental por la sociología pública —New Men of Power, White Collar y Power Elite. Al final de su breve vida volvió a reflexionar sobre la promesa y traición de la sociología en su inspirado The Sociologi- cal Imagination. Esta vuelta a la sociología crí- tica coincidió con un paso más allá en la socio- logía dentro del ámbito de la vida intelectual pública con el libro Listen, Yankee! y The Cau- ses of World War Three— libros lejanamente conectados con la sociología8. Las carreras actuales en la sociología están mucho más reglamentadas que lo que ocurría en tiempos de Mills. Hoy en día, un licenciado al uso quizá alentado por un profesor de la licen- ciatura, quizá quemado por su militancia en algún movimiento social, (los estudiantes entran en la Facultad con una disposición crítica, con una pretensión de aprender más sobre las posi- bilidades del cambio social —bien sea para limitar el avance del SIDA en África, para redu- cir la violencia juvenil, para facilitar las condi- ciones del éxito de los movimientos feministas en Turquía e Irán, para mantener a la familia como fuente de moralidad, para conseguir variar el apoyo a la pena de muerte, cambiar la tergi- versación pública del Islam, etcétera), tiene que enfrentarse a una serie de asignaturas, cada una de ellas con abstrusos textos que aprender y/o abstractas técnicas que dominar. Después de tres o cuatro años tiene que afrontar su evaluación en tres o cuatro áreas y posteriormente llevar a cabo su trabajo de licenciatura. Todo el proceso puede suponerle hasta cinco años. Éste es el panorama ante el cual se enfrenta un estudiante que trata de mantener y extender aquellos com- promisos morales que le motivaron su interés por la sociología. De la misma forma en la que Durkheim ponía el acento en los elementos no contractuales del contrato —el consenso y la confianza subyacen- te sin los que los contratos no sería posibles— debemos apreciar la importancia de aquellos componentes que sin formar parte de nuestra carrera son fundamentales para los sociólogos. Entre el 50% y el 70% de los licenciados que consiguen obtener su título de doctor, mantienen su compromiso inicial con la sociología pública —a menudo ocultándoselo a su director de tesis. He escuchado en infinidad de ocasiones a los docentes aconsejar a sus estudiantes que dejen apartada la sociología pública hasta que no con- sigan su plaza fija —sin darse cuenta (¿o sí?) de que la sociología pública es lo que mantiene viva la pasión sociológica. Si siguieran el conse- jo de sus directores, estos estudiantes formarían parte del contingente laboral que dispondría, paradójicamente, de mucho menos tiempo para la sociología pública. Además, en el caso de que tuvieran la fortuna de conseguir la tan ansiada plaza fija tendrían que preocuparse casi exclusi- vamente de publicar artículos en revistas acredi- tadas o libros en reconocidas editoriales univer- sitarias. Una vez obtenida la plaza fija, son libres de satisfacer sus pasiones juveniles pero para entonces ya no son jóvenes. Puede que ya hayan perdido todo el interés en la sociología pública al optar por el más lucrativo mundo práctico de la consultoría o por un nicho en la sociología profesional. Lo mejor sería poder satisfacer el compromiso con la sociología pública desde los inicios y de esa manera encen- der posteriormente la antorcha de la sociología profesional. La diferenciación del trabajo sociológico con su inevitable especialización puede crear ansie- dad en el hábitus sociológico que anhele poste- riormente la unidad del conocimiento reflexivo e instrumental, o un hábitus que desee tanto Michael Burawoy Por una sociología pública 210 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225 8 La distinción entre «sociólogo público» e «intelectual público» es importante —el primero es una variedad de especialista del último, limitando el comentario público a áreas de expertez establecidas en vez de referirse a temas de un mayor interés (Gans 2002). audiencias académicas como extra-académicas. La tensión entre institución y hábitus conduce agitadamente a la sociología de cuadrante en cuadrante, de su acomodo ritualista al abandono total de la disciplina. No obstante, siempre exis- tirán aquellos cuyo hábitus se adapta bien a la especialización y aquellos cuya energía y pasión es infecciosa y se desborda por todos los cua- drantes. Tal como muestro a continuación sos- tengo que la especialización no es enemiga de la sociología pública. TESIS VI: EL MODELO NORMATIVO Y SUS PATOLOGÍAS El florecimiento de nuestra disciplina depende de un ethos compartido que sustente la recíproca inter- dependencia de las sociologías profesional, práctica, pública y crítica. Sin embargo, al ser hipersensible a sus diferentes audiencias cada tipo de sociología puede asumir formas patológicas que amenacen la vitalidad del conjunto total. Aquellos que han respaldado la sociología pública a menudo se han mostrado abiertamente desdeñosos con la sociología profesional. El libro de Russell Jacoby (1987), The Last Inte- llectuals, inició una serie de comentarios que lamentan la retirada del intelectual público al limbo de la profesionalización. Es el caso de Orlando Patterson (2002) en su elogio de la figura de David Riesman como «el último sociólogo». Riesman y algunos de sus compañe- ros se enfrentaron con cuestiones de gran calado público mientras que hoy en día la sociología profesional se limita a la comprobación de hipó- tesis limitadas en clara imitación de la actividad de las ciencias naturales. Ante la pregunta ¿«qué le ha ocurrido a la sociología»? Peter Berger (2002) responde que el campo ha caído víctima del fetichismo metodológico y de una obsesión con los temas más superficiales. Pero al mismo tiempo se queja de que la generación de los años sesenta convirtió a la sociología en ideología. Nos muestra la fría recepción de la sociología pública entre muchos sociólogos profesionales que temen que tal implicación pública corrompa a la ciencia y amenace tanto a la legitimidad de la disciplina como a los recursos materiales de los que disponen. Tomo la postura opuesta —esto es, entre la sociología profesional y la pública debería haber, y a menudo es lo que acontece, respeto y sinergias. Lejos de ser incompatibles son her- manas siamesas. De hecho, mi visión normativa de nuestra disciplina es de interdependencia recíproca entre nuestros cuatro tipos —la soli- daridad orgánica que permite que cada tipo de sociología obtenga energía, significado e imagi- nación gracias a su interrelación. Tal como ya he insistido, en el corazón de nuestra disciplina se encuentra su componente profesional. Sin una sociología profesional no puede haber ni sociología práctica ni pública, ni por supuesto sociología crítica —¡no habría nada que criticar! De la misma manera, la vita- lidad de la sociología profesional depende del continuo desafío de las cuestiones públicas que se canalizan a través de la sociología pública. Fue el movimiento por los derechos civiles el que transformó la comprensión de la política para los sociólogos, fue el movimiento feminis- ta el que permitió nuevos caminos para tantas esferas de la sociología. En ambos casos fueron los sociólogos comprometidos con tales movi- mientos y gracias a su participación en ellos los que infundieron las nuevas ideas en la sociolo- gía. De igual forma, la defensa pública del matrimonio de Linda Waite (2000) generó un vivo debatedentro de nuestra profesión. La sociología crítica puede ser una espina clavada en la sociología profesional, pero es fundamen- tal para forzar la conciencia sobre las asuncio- nes que continuamente realizamos y gracias a ella podemos cambiarlas. Si audaces y estimu- lantes fueron los desafíos de Alvin Gouldner (1970) al estructural-funcionalismo, la sociolo- gía práctica también podría convertirse en un agente involuntario del control social opresivo. De este modo, hoy en día podríamos incluir den- tro de la rúbrica de la sociología crítica al movi- miento en favor de una «sociología pura», en tanto que sociología científica libre de todo compromiso público. Lo que en el pasado era sociología profesional hoy puede ser sociología crítica. La sociología práctica, por su parte, ha reactivado la sociología de la desigualdad gra- cias a sus investigaciones sobre la pobreza y la educación. Más reciente es el compromiso de la investigación médica con las cuatro sociologías a través de su colaboración con los grupos de afectados de enfermedades tales como el cáncer de pecho, construyendo nuevos modelos de par- ticipación en la ciencia (Brown et al. 2004; McCormick et al. próxima publicación). Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 211 Michael Burawoy Por una sociología pública El conocimiento que asociamos a la sociolo- gía profesional se basa en el desarrollo de pro- gramas de investigación, es diferente tanto del conocimiento concreto que requieren los clien- tes de la sociología práctica como del conoci- miento comunicativo intercambiado entre los sociólogos y sus públicos y que a su vez es dife- rente del conocimiento fundacional de la socio- logía crítica. De esto se deriva la noción de ver- dad a la que cada uno se adhiere. En el caso de la sociología profesional el objetivo se centra en producir teorías que se correspondan con el mundo empírico, en el caso de la sociología práctica el conocimiento tiene que ser «prácti- co» o «útil», mientras que el conocimiento de la sociología pública se basa en el consenso entre los sociólogos y sus públicos y por último la verdad para la sociología crítica no es nada si no existe una base normativa que la sustente. Cada tipo de sociología tiene su propia legitimación: la sociología profesional se justifica sobre la base de las normas científicas, la sociología práctica sobre la base de su efectividad, la socio- logía pública sobre la base de su relevancia y la sociología crítica tiene que aportar visiones morales. Cada tipo de sociología también tiene su propia responsabilidad. La sociología profe- sional se apoya en el sistema de pares, la socio- logía práctica ante sus clientes, la sociología pública ante su público, mientras que la sociolo- gía crítica es responsable ante una comunidad de intelectuales críticos que pueden trascender las fronteras disciplinares. Además cada tipo de sociología tiene su propia política. La sociología profesional defiende las condiciones de la cien- cia, la sociología práctica propone intervencio- nes políticas, la sociología pública entiende la política como un diálogo democrático mientras que la sociología crítica está comprometida con la apertura de un debate dentro de nuestra disci- plina. Por último, y más significativo si cabe, cada tipo de sociología sufre de su propia patología procedente de su práctica cognitiva y de su enca- je en instituciones divergentes. Aquellos que sólo hablan para un círculo reducido de compa- ñeros de la academia están destinado a la insu- laridad. En la consecución de la resolución de aquellos enigmas definidos por nuestros progra- mas de investigación, la sociología profesional Michael Burawoy Por una sociología pública 212 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225 Cuadro 3 Elaboración de los Tipos de Conocimiento Instrumental Conocimiento Verdad Legitimidad Responsabilidad Política Patología Reflexivo Conocimiento Verdad Legitimidad Responsabilidad Política Patología Académico Sociología Profesional Teórico/empírico Correspondencia Normas científicas Pares Interés profesional propio Auto-referencialidad Sociología Crítica Fundacional Normativo Visión moral Intelectuales críticos debate interno dogmatismo Extra-académico Sociología Práctica Concreto Pragmático Efectividad Clientes Intervención práctica Servilismo Sociología Pública Comunicativo Consenso Relevancia Públicos designados Diálogo público Moda pasajera Los ejemplos de estas sinergias son abun- dantes, pero deberíamos ser precavidos a la hora de pensar que la integración de nuestra disciplina es fácil. Muy a menudo, las cone- xiones de las cuatro sociologías suelen ser difíciles de obtener puesto que están com- puestas por prácticas cognitivas profunda- mente diferentes en sus distintas dimensiones —formas de conocimiento, verdad, legitimi- dad, responsabilidad y política, que culminan en sus propias patologías distintivas. El Cua- dro 3 subraya estas diferencias. puede convertirse fácilmente en algo aparente- mente irrelevante9. En el intento de defender nuestro lugar en el mundo de la ciencia, el inte- rés por monopolizar el conocimiento inaccesible puede conducirnos a una grandilocuencia incomprensible o a un «metodologismo» estéril. No menos que la sociología profesional, la sociología crítica tiene sus propias tendencias patológicas hacia el sectarismo involucionista —comunidades de dogma que ya no ofrecen ningún compromiso serio con la sociología pro- fesional o la infusión de valores dentro de la sociología pública. Por otro lado, la sociología práctica es fácilmente atrapable por los clientes que imponen las estrictas obligaciones contrac- tuales en su financiación, distorsiones que por otro lado pueden reverberar en la sociología pro- fesional. Si la investigación de mercados termi- na dominando la financiación de la sociología práctica, como de hecho Mills temía que pudie- ra ocurrir, entonces nos encontraríamos en una situación muy comprometida. La migración de los sociólogos a las facultades de empresariales, de educación y de ciencias políticas puede haber atemperado esta patología aunque no ha conse- guido aislar a la disciplina de tales presiones. La sociología pública no menos que la sociología práctica puede sentirse libre de estas fuerzas. En la búsqueda de popularidad, la sociología públi- ca se ve tentada de complacer y adular a sus públicos y, por lo tanto, de poner en entre dicho sus compromisos profesionales y críticos. Exis- te, por supuesto, el otro peligro de que la socio- logía pública reduzca sus públicos en una espe- cie de vanguardismo intelectual. De hecho, esta patología se puede notar en el desprecio que C. Wright Mills tenía a la sociedad de masas. Estas patologías son tendencias reales y por ello las visiones críticas de Jacoby, Patterson, Berger y otros tantos hacia la sociología profe- sional tienen su fundamento. Estas críticas se equivocan, sin embargo, al reducir lo patológico a lo normal. Evitan convenientemente referirse a la importante y relevante investigación realizada por la sociología profesional reflejada, por ejemplo, en las páginas de la revista Contexts, de la misma forma que pasan por alto las pato- logías de sus propios tipos de sociología. Los profesionales no tienen menos culpa en su acu- sación de patología a la sociología pública cuan- do la denominan «sociología pop» sin fijarse en su robustez y ubicuidad. Hemos batallado entre nosotros con demasiada facilidad, ciegos ante la necesaria interdependencia de nuestros diver- gentes conocimientos. Necesitamos unirnos en una empresa común, hacer que nuestras sociolo- gías profesional, práctica, pública y crítica sean mutuamente responsables. De esa manera tam- bién podríamos contener el desarrollo de las patologías. La institucionalización del intercam- bio recíproco requeriría de nuestra parte el des- arrollo de un ethos común que reconociera la validez de los cuatro tipos de sociología —un compromiso basado en la urgencia que tienen los problemas que tratamos. En el mejor de los mundosposibles, en esta visión normativa, no tendríamos que ser sociólogos públicos contri- buyentes de la sociología pública, podríamos serlo siendo sencillamente buenos sociólogos profesionales, críticos o prácticos. El floreci- miento de cada sociología permitiría el floreci- miento de todas las demás. TESIS VII: LA DISCIPLINA COMO CAMPO DE PODER En la realidad las disciplinas son campos de poder en los que la interdependencia recíproca se convierte en asimétrica y antagónica. El resultado, al menos en los Estados Unidos, es una forma de dominación en la que el conocimiento instrumental prevalece sobre el conocimiento reflexivo. Nuestro ángel de la historia, habiendo surgi- do en los años setenta, fue atrapado por otra tor- menta durante los años ochenta. La sociología estaba en crisis —la caída en picado de las matrículas de los estudiantes de licenciatura, el empeoramiento de la oferta de trabajo para los sociólogos, rumores de cierre de departamentos e intelectualmente la disciplina parecía haber perdido el norte. De la pluma de Irving Louis Horowitz (1993) surgió el trabajo The Decom- position of Sociology quejándose de la politiza- ción de la sociología. James Coleman (1991, 1992) dedicó sendos artículos a los peligros de Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 213 Michael Burawoy Por una sociología pública 9 Hablo de «aparentemente» porque ante todo el programa de investigación de cada uno define qué es anómalo o contradicto- rio. Si los resultados pueden parecer triviales, entonces el programa de investigación debe aguantar la carga de la relevancia y de la perspicacia. lo políticamente correcto y la invasión de la aca- demia por parte de la norma social. El libro de Stephen Cole (2001) What’s Wrong with Socio- logy? reunió a distinguidos sociólogos como por ejemplo Peter Berger, Joan Huber, Randall Collins, Seymour Martin Lipset, James Davis, Mayer Sald, Arthur Stinchcombe y Howard Bec- ker. Todos ellos lamentaban la fragmentación de la sociología, la incoherencia y la falta de acu- mulación como en el caso de la verdadera cien- cia —utilizando la imagen de la ciencia natural o de la economía— ¡siempre integrada, cohe- rente y optimista! Su optimismo de los años cin- cuenta se deterioró ante el aluvión de desafíos críticos que en los años sesenta y setenta recibió el consenso de la disciplina. Ahora podemos apreciar las consecuencias y la sociología, o su concepción, estaba en peligro. Quizá el ejemplo más interesante y minucio- so de este género de escritura fue el libro de Ste- phen Turner y Jonathan Turner (1990) The Impossible Science que reconstruyó la historia de la sociología desde este sombrío punto de vista. Desde sus inicios, estos autores afirmaban que la sociología no dispuso de una audiencia sostenible ni de clientes y patrones fiables. Con- tinuamente se vio invadida por las fuerzas polí- ticas e interrumpida por una ascendencia cientí- fica transitoria durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Si existe una amena- za común para todas estas narraciones sobre el declive de la sociología es aquélla que atribuye su malestar al poder subversivo de su conoci- miento reflexivo bien sea en su forma de socio- logía crítica o pública. En un aspecto estoy de acuerdo con los parti- darios del «declive»: nuestra disciplina no es sólo una división potencialmente integrada del trabajo también es un campo de poder, una jerarquía más o menos estable de conocimientos antagónicos. Mi desacuerdo, no obstante, se encuentra en su evaluación del estado de la sociología y el equilibrio de poder dentro de nuestra disciplina. El declive de la sociología en los ochenta fue breve. Lejos del abatimiento, la sociología nunca ha estado en mejor momento como en el momento actual. Las cifras de titula- dos en sociología se han incrementado ininte- rrumpidamente desde 1985 y están por delante de Económicas y de Historia y casi al alcance de Ciencias Políticas. Sin embargo, la producción de doctores aún se encuentra por detrás de estas disciplinas, si bien su número sigue crecimiento desde 1989. Presumiblemente continuará su cre- cimiento para así responder a la demanda de profesores universitarios cuya tendencia no muestra signos de reducirse. El número de miembros de la American Sociological Associa- tion ha crecido rápidamente en los últimos cua- tro años, devolviéndonos al nivel de los años setenta. Estos indicadores resultan sorprenden- tes dado el hostil clima político en torno a la sociología, aunque pudiera ser que este mismo clima estuviera atrayendo a la gente hacia los momentos crítico y público de la sociología. Mi segundo punto de desacuerdo con los par- tidarios del «declive» estriba en su amenaza para la sociología. Creo que es la dimensión reflexiva de la sociología la que está en peligro y no la dimensión instrumental. Al menos en los Estados Unidos las sociologías profesional y práctica —una articula las carreras profesiona- les, la otra los fondos— dictan la dirección de la disciplina. La oferta de valores que supone la sociología crítica y la oferta de influencias por parte de la sociología pública no encajan con el poder de las carreras profesionales y del dinero. Puede existir diálogo a lo largo de la dimensión vertical del Cuadro 1, pero los vínculos reales de su simbiosis descansan en la dirección horizon- tal, la creación de una coalición dirigente de la sociología profesional y práctica y una mutua colaboración subordinada de la sociología críti- ca y pública. Este modelo de dominación deriva del entronque de la disciplina en una constela- ción más amplia de poder y de intereses. En nuestra sociedad el dinero y el poder hablan más alto que cualquier otro valor e influencia. El capitalismo en los Estados Unidos es especial- mente duro con una esfera pública que no es sólo débil sino que está invadida por un ejército de expertos y por una plétora de medios de comunicación. La voz sociológica es fácilmente ahogada. De igual manera que la sociología pública tiene que afrontar una esfera pública competitiva, la sociología crítica se tropieza con la balcanización de las disciplinas y como resul- tado de la discusión crítica se priva del acceso a su más potente promotor —las disposiciones paralelas en otras disciplinas. El equilibrio del poder puede ser sopesado en favor del conocimiento instrumental, pero aún podemos hacer nuestra disciplina, creando los espacios para fabricar una visión más audaz y vital. Existe una contradicción entre la respon- sabilidad de la sociología profesional con sus Michael Burawoy Por una sociología pública 214 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225 pares y la responsabilidad de la sociología públi- ca con sus públicos, pero ¿debe llevarnos al campo de batalla —cada una patologizando a la otra? Para estar seguros de que las sociologías crítica y práctica están en desacuerdo —una dependiente de su autonomía, la otra de sus clientes— pero si cada una reconociera algo de la otra en su interior, la relación mutua podría desplazar al antagonismo. En vez de conducir la disciplina hacia esferas separadas podríamos desarrollar una variedad de sinergias y compro- misos muy fructíferos. No existe lugar para explorar ninguno de los antagonismos potenciales y alianzas dentro de este campo de poder. Baste decir que si nuestra disciplina puede permanecer unida sólo bajo un sistema de dominación, permitamos que ese sis- tema sea el de la hegemonía en lugar de el del despotismo. Esto es, se debería permitir que los conocimientos subalternos (crítico y público) tuvieran espacio para desarrollar sus capacida- des y para inyectar dinamismo en los conoci- mientos dominantes. La sociología profesional y práctica deberían reconocer su interés ilustrado en el florecimiento de las sociologías crítica y pública. Sin embargo, a corto plazo puede ser perjudicial mientras que a largo plazo el conoci- miento instrumental no puede prosperar sin los desafíos de los conocimientos reflexivos, esto es, desde la renovación y redireccionamiento
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