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Por una sociología pública*
For public sociology*
Michael BURAWOY1
Universidad de California en Berkeley
Recibido: 1.03.05
Aprobado: 15.03.05
RESUMEN
En respuesta a la creciente separación entre el ethos sociológico y el mundo que estudiamos, el desafío
para la sociología pública son las diferentes formas en las que comprometerse con sus públicos. Estas
sociologías públicas no deberían estar en los márgenes sino que deberían formar parte del marco de tra-
bajo de nuestra disciplina. De esta manera haremos de la sociología pública una empresa legítima y visi-
ble y, por ende, reforzaremos en todo su conjunto a nuestra disciplina. Según esto, si observamos la divi-
sión del trabajo sociológico, descubriremos una interdependencia antagónica entre cuatro tipos de
conocimiento, a saber: profesional, crítico, práctico y público. En el mejor de los mundos posibles, el flo-
recimiento de cada uno de los tipos de sociología es condición fundamental para el florecimiento de todos
ellos, A pesar de que puedan asumir formas patológicas o ser víctimas de exclusiones o subordinaciones.
Este campo de poder nos impulsa a explorar las relaciones entre los cuatro tipos de sociología según su
transformación histórica y nacional, así como la manera en que permiten carreras individuales divergen-
tes. Por último, la comparación entre disciplinas apunta al cordón umbilical que conecta la sociología con
el mundo de los públicos, subrayando el interés particular de la sociología en la defensa de la sociedad
civil afectada por la acción de los mercados y Estados.
PALABRAS CLAVE: ethos sociológico, sociología pública, conocimiento, profesional, crítico, práctico y
público, sociedad civil.
ABSTRACT
Responding to the growing gap between the sociological ethos and the world we study, the challenge of public
sociology is to engage multiple publics in multiple ways. These public sociologies should not be left out in
the cold, but brought into the framework of our discipline. In this way we make public sociology a visible and
legitimate enterprise, and, thereby, invigorate the discipline as a whole. Accordingly, if we map out the divi-
sion of sociological labor, we discover antagonistic interdependence among four types of knowledge: profes-
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1 Michael Burawoy, Departamento de Sociología, Universidad de California, Berkeley, CA 94720 (burawoy@socrates.berke-
ley.edu). Han sido incontables las personas que han hecho posible este proyecto y es casi imposible recordar todos sus nombres.
Sin embargo, desearía agradecer a Sally Hillsman, Bobbie Spalter-Roth y Carla Howery de la administración de la American
Sociological Association su ayuda en diferentes tareas, no sólo aportando datos y cifras sino también organizando mis compro-
misos públicos. Agradezco a Barbara Risman, Don Tomaskovic-Devey y a sus estudiantes así como a Chas Camic y Jerry Jacobs
sus comentarios realizados a un borrador previo de este artículo. La grabación de este discurso puede obtenerse a través de la Ame-
rican Sociological Journal.
* Este artículo va a publicarse, en su versión inglesa, en la American Sociological Review vol. 70 (Febrero 2005).
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sional, critical, policy, and public. In the best of all worlds the flourishing of each type of sociology is a con-
dition for the flourishing of all, but they can just as easily assume pathological forms or become victims of
exclusion and subordination. This field of power beckons us to explore the relations among the four types of
sociology as they vary historically and nationally, and as they provide the template for divergent individual
careers. Finally, comparing disciplines points to the umbilical chord that connects sociology to the world of
publics, underlining sociology’s particular interest in the defense of civil society, itself beleaguered by the
encroachment of markets and states.
KEY WORDS: sociological ethos, public sociology, professional, critical, policy and public sociological kno-
wledge, civil society.
Y éste deberá ser el aspecto
del ángel de la historia.
Ha vuelto el rostro hacia el pasado.
Donde a nosotros se nos manifiesta
una cadena de datos, él ve
una catástrofe única que amontona
incansablemente ruina sobre ruina,
arrojándolas a sus pies.
Bien quisiera él detenerse,
despertar a los muertos
y recomponer lo despedazado.
Pero desde el paraíso sopla
un huracán que se ha enredado
en sus alas y que es tan fuerte
que el ángel ya no puede cerrarlas.
El huracán le empuja irremisiblemente
hacia el futuro, al cual da la espalda,
mientras que los montones de ruinas crecen
ante él hasta el cielo. Ese huracán
es lo que nosotros llamamos progreso.
Walter Benjamin (1968)
Illuminations: Essays and Reflections
[Tesis de Filosofía de la Historia]
Walter Benjamin escribió su famosa novena
tesis sobre la filosofía de la historia al tiempo
que el ejército nazi llegaba a su querido París,
santuario sagrado de la promesa de civilización.
Retrata esta promesa en la figura trágica del
ángel de la historia, luchando en vano contra la
larga marcha de la civilización hacia la destruc-
ción. Para Benjamin, en 1940 el futuro nunca
había parecido tan oscuro para todo el mundo: la
deriva del capitalismo en fascismo a la vez que
la deriva del socialismo en estalinismo. En los
albores del siglo XXI aunque el comunismo se
ha disuelto y el fascismo es un mal recuerdo, las
ruinas siguen creciendo hasta el cielo: el capita-
lismo descontrolado alimenta la tiranía del mer-
cado, se producen incontables desigualdades a
escala global, la democracia resurgente se está
convirtiendo en un delgado velo que oculta los
intereses de los poderosos, pérdida de derechos,
aumento de la mentira y de la violencia. De
nuevo, el ángel de la historia está atrapado por
un huracán, un huracán terrorista sopla desde el
Paraíso.
En sus inicios la sociología aspiraba a ser
como el ángel de la historia, buscar orden en los
fragmentos rotos de la modernidad, tratar de sal-
var la promesa de progreso. Así, Karl Marx
recuperó al socialismo de la alienación, Emile
Durkheim redimió la solidaridad orgánica de la
anomia y del egoísmo, Max Weber, a pesar de
las premoniciones de «una noche polar de hela-
da oscuridad», pudo descubrir la libertad en la
racionalización y extraer el significado del des-
encantamiento. En este lado del Atlántico,
W.E.B. Du Bois encabezó el pan-africanismo
como reacción al racismo y al imperialismo,
mientras que Jane Addams trató de buscar la paz
en las mismas mandíbulas de la guerra. Pero
entonces el huracán del progreso se enredó en
las alas de la sociología. Si nuestros predeceso-
res trataron de cambiar el mundo nosotros al
contrario hemos tratado de conservarlo en
demasiadas ocasiones. En la lucha por un lugar
en el olimpo académico, la sociología ha des-
arrollado su propio conocimiento especializado:
la brillante y lúcida erudición de Robert Merton
(1949), el arcano e ingente diseño de Talcott
Parsons (1937, 1951), los primeros tratamientos
estadísticos de la movilidad y estratificación que
culminaron en el trabajo de Peter Blau y Otis
Dudley Duncan (1967). En su revisión de los
años cincuenta, Seymour Martin Lipset y Neil
Smelser (1961: 1-8) declararon triunfalmente
que la prehistoria moral de la sociología había
concluido y que el camino hacia la ciencia esta-
ba despejado. No era la primera vez que la visio-
nes comteaneas habían calado en la elite profe-
sional de la sociología. Ya con anterioridad se
había experimentado este anhelo de lograr una
«ciencia pura» sociológica. Pocos años después,
los campus universitarios —especialmente
aquellos en los que la sociología estaba más
arraigada— estallaron en protestas políticas en
favor de la libertad de expresión, de los derechos
civiles y de la paz y acusaron a la sociología de
pactista y de acoger acríticamente la ciencia. El
ángel de la historia una vez más había sido
arrastrado por el huracán.La dialéctica del progreso gobierna nuestras
carreras individuales así como nuestra discipli-
na. La pasión primigenia de la sociología por la
justicia social, la igualdad económica, los dere-
chos humanos, la sostenibilidad del entorno, la
libertad política o, simplemente, por un mundo
mejor se torna en un esfuerzo por obtener cre-
denciales académicas. El progreso se convierte
en una batería de técnicas disciplinarias —asig-
naturas estandarizadas, bibliografías normaliza-
das, clasificaciones burocratizadas, exámenes
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Michael Burawoy Por una sociología pública
continuos, reseñas de la literatura, tesis doctora-
les a medida, publicaciones evaluadas, el todo-
poderoso CV, búsqueda de trabajo, estabiliza-
ción laboral y posterior politización de los cole-
gas y de los sucesores para asegurarnos de que
todo va según lo establecido. Pues bien, a pesar
de las presiones para la normalización de las
carreras, el ímpetu moral originario raramente
es vencido en su totalidad, el espíritu sociológi-
co no puede extinguirse tan fácilmente.
Aún produciéndose tales constricciones, la
disciplina, individual y colectivamente hablan-
do, ha dado sus frutos. Llevamos un siglo cons-
truyendo conocimiento profesional, convirtien-
do el sentido común en ciencia. Por ello, esta-
mos más que preparados para embarcarnos en
una re-traducción sistemática de nuestra disci-
plina, esto es, devolver el conocimiento a sus
inspiradores haciendo públicas las cuestiones
referentes a problemas privados y así regenerar
la fibra moral de la sociología. En esta acción
descansa la promesa y el desafío de la sociolo-
gía pública, ser complemento y no negación de
la sociología profesional.
Para comprender qué es la sociología pública,
sus posibilidades y sus peligros, sus potenciali-
dades y sus contradicciones, sus éxitos y sus fra-
casos, he discutido y debatido acerca de estas
cuestiones en los últimos 18 meses a lo largo de
más de 40 eventos, en institutos, asociaciones
estatales, departamentos importantes en los
Estados Unidos —así como en Inglaterra, Cana-
dá, Noruega, Taiwán. Líbano y Sudáfrica. La
llamada en pos de una sociología pública ha
resonado en todas las audiencias a las que me he
dirigido. Se han celebrado debates sobre la
sociología pública en diferentes simposios,
algunos de ellos recogidos por las revistas
Social Problems (Febrero, 2004), Social Forces
(Junio, 2004) y Critical Sociology (Verano,
2005). La revista de la American Sociological
Association (ASA), Footnotes, dedicó una
columna especial a la sociología pública, las dis-
tintas aportaciones se han recogido en An Invi-
tation to Public Sociology (American Sociologi-
cal Assocation 2004). Los Departamentos han
organizados diferentes premios y bitácoras
sobre sociología pública. La ASA ha creado su
propio sitio web para la sociología pública y los
libros de texto introductorios están dedicando
espacio al tema de la sociología pública. Los
sociólogos han aparecido con una mayor regula-
ridad en las páginas de opinión de los periódicos
nacionales. La reunión anual de la ASA en
2004, dedicada al tema de las sociologías públi-
cas, batió de lejos todos los registros de asisten-
cia y participación anteriores. Estos oscuros
tiempos han despertado al ángel de la historia de
sus sueños.
Así pues, ofrezco 11 tesis. Comenzaré con las
razones de porqué apelar a las sociologías públi-
cas actuales y consideraré su multiplicidad y su
relación con la disciplina como un todo —disci-
plina entendida como división del trabajo y
campo de poder. Examinaré la matriz de la
sociologías crítica, pública, práctica y profesio-
nal, sus variaciones históricas y geográficas.
Compararé la sociología con otras disciplinas. Y
finalizaré considerando qué es lo que convierte
a la sociología en algo tan especial no como
ciencia sino como fuerza moral y política.
TESIS I: EL MOVIMIENTO DE TIJERAS
La aspiración por la sociología pública es más
fuerte aunque su consecución es más difícil si cabe,
en tanto la sociología se ha movilizado hacia la
izquierda y el mundo hacia la derecha.
¿A qué atribuimos la presente petición de una
sociología pública? Si la sociología pública lleva
ya un tiempo entre nosotros ¿por qué ahora
podría tener más éxito?
En este último medio siglo, el centro de gra-
vedad político de la sociología se ha movido en
una dirección crítica mientras que el mundo al
que estudia lo ha hecho en una dirección contra-
ria. En 1968, se consultó a los miembros de la
ASA sobre la Guerra de Vietnam. Dos terceras
partes de los votantes se opusieron a que la ASA
tomara una postura al respecto mientras que el
54% expresó su oposición individual a la guerra
(Rhoades 1981: 60) —una proporción similar a
la existente en la población norteamericana en
aquellos momentos. Treinta y cinco años des-
pués, en 2003, se planteó una cuestión parecida
en relación con la guerra de Irak. En esta oca-
sión, dos terceras partes estuvieron a favor de
una resolución por la que la ASA asumiera una
postura contraria a esta guerra (Footnotes Julio-
Agosto 2003). Más significativo aún, en la
correspondiente encuesta de opinión, el 75% de
sus miembros se mostraron en contra de la gue-
rra, momento (finales de Mayo, 2003) en el que
el 75% de la población norteamericana apoyaba
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la guerra2.
Dada la deriva hacia la izquierda en los años
sesenta se trata de un resultado inesperado. A
pesar de la turbulenta Reunión Anual de 1968 en
Boston, en la que se produjo el famoso y valien-
te ataque de Martin Nicolaus a la «sociología
opulenta» así como las peticiones del Caucus de
Sociólogos Negros, del Caucus Radical y del
Caucus de Mujeres Sociólogas, las voces que
constituían la oposición eran aún una minoría.
La mayoría de los miembros habían crecido
imbuidos por el conservadurismo liberal de la
sociología de posguerra. A lo largo del tiempo,
sin embargo, el radicalismo de los años sesenta
se difundió por toda la profesión aunque de
forma diluida. La cada vez mayor presencia y
participación de las minorías raciales y de las
mujeres, el ascenso de la generación de los
sesenta a posiciones de liderazgo en los departa-
mentos y en nuestra asociación, marcó una deri-
va crítica que se reflejó en el contenido de la
sociología3.
Por ejemplo, la sociología política pasó de
centrarse en las virtudes de la democracia elec-
toral americana al estudio del Estado y su rela-
ción con las clases y movimientos como proce-
sos sociales y la profundización de la participa-
ción democrática. La sociología del trabajo pasó
de analizar los procesos de adaptación a estudiar
la dominación y los movimientos laborales. La
estratificación cambió el estudio de la movilidad
social en un sistema jerárquico basado en el
prestigio ocupacional por el análisis de los cam-
bios en la estructura producidos por la desigual-
dad social y económica —en la clase, raza y
género. La sociología del desarrollo abandonó
la teoría de la modernización en favor de la teo-
ría del subdesarrollo, de los análisis de los siste-
mas mundiales y del crecimiento organizado por
el Estado. La teoría de la raza pasó de la teoría
de la asimilación a la economía política de las
formaciones raciales. La teoría social introdujo
interpretaciones más radicales de Weber y Dur-
kheim e incorporó a Marx al canon, lo que supu-
so un impacto dramático en las áreas más
importantes de la sociología. La globalización
está causando estragos en la unidad básica del
análisis sociológico —el Estado-Nación— lo
que está provocando una mayor amplitud de
miras en nuestra disciplina. Obviamente, tam-
bién se han producido contramovimientos —por
ejemplo, el dominio de los estudios sobre asimi-
lación en el caso de la inmigración o el neoins-
titucionalismo que documenta la difusión mun-
dial de las instituciones norteamericanas— si
bien en la última mitad del siglo veinte el movi-
miento de la sociología ha sido abrumadora-
mentecrítico.
Si la sucesión de las generaciones políticas y
el cambio de los contenidos de la sociología es
uno de los dos brazos de las tijeras el otro, el que
se acciona en dirección contraria, es el mundo
que estudiamos. A pesar de la intensificación de
la retórica de la igualdad y de la libertad los
sociólogos han documentado una cada vez
mayor y más profunda dominación y desigual-
dad. A lo largo de los últimos veinticinco años,
los logros en seguridad económica y en dere-
chos civiles se están revocando por la expansión
del mercado (con el consiguiente aumento de las
desigualdades) y el incremento de la coerción
por parte del Estados viola cada vez más los
derechos civiles tanto dentro como en fuera.
Tanto mercado como Estado han actuado en
contra de la humanidad en lo que comúnmente
se ha conocido como neoliberalismo. Los soció-
logos se han mostrado más sensibles, más vigi-
lantes ante los elementos negativos y ello ha
supuesto que la evidencia acumulada al respec-
to indique una regresión en muchos ámbitos de
la vida. Y, por supuesto, estamos gobernados por
un régimen que es profundamente antisociológi-
co en su ethos y hostil ante la propia idea de
«sociedad».
Ante nuestras propias narices, la universidad
ha sufrido numerosos ataques por parte de la
National Association of Scholars por el hecho
de acoger a liberales. Al mismo tiempo, hemos
tenido que afrontar la reducción de presupues-
tos. Bajo una competencia cada vez mayor, las
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Michael Burawoy Por una sociología pública
2 Los datos sobre el apoyo público a la Guerra de Vietnam proceden de Mueller (1973: Tabla 3.3) mientras que los datos sobre
el apoyo público a la Guerra de Irak proceden de los estudios de Gallup.
3 En 1968, los 19 miembros electos del Consejo de la ASA eran hombres y blancos excepto una mujer, Mirra Komarovsky. En
2004, de los 20 miembros del Consejo, exactamente el 50% son mujeres y el 50% son minorías. Como en el resto de la profesión,
entre 1966 y 1969, el 18,6% de los doctorados en sociología eran obtenidos por mujeres mientras que en 2001 se supuso el 58,4%.
El ascenso de las cifras en el caso de las minoría raciales se produjo más tarde. En 1980, el 14,4% de los doctorados en sociolo-
gía fueron obtenidos por las minorías, mientras que en 2001 suponía el 25,6%.
universidades públicas han respondido con solu-
ciones de «mercado» —acuerdos con empresas
privadas, campañas de publicidad para atraer a
estudiantes, servilismo ante los donantes priva-
dos, mercantilización de la educación en el caso
de la educación a distancia, precarización del
empleo (temporalidad, bajos salarios, subcontra-
tación de los servicios) (Kirp 2003; Bok 2003).
¿Es el mercado la única solución? ¿Tenemos
que olvidarnos de la idea de universidad como
un bien «público»? El interés en una sociología
pública es, en parte, una reacción y una respues-
ta al avance de la privatización generalizada. Su
vitalidad depende de la resurrección de la propia
idea de lo «público», otra herida producida por
el huracán del progreso. Por tanto, la paradoja es
que si bien el aumento de la brecha entre el
ethos sociológico y el mundo que estudiamos
inspira la necesidad de una sociología pública,
al mismo tiempo crea los obstáculos para su
desarrollo. ¿Cómo deberíamos actuar?
TESIS II: LA MULTIPLICIDAD DE SOCIO-
LOGIAS PÚBLICAS
Existen múltiples sociologías públicas que refle-
jan diferentes tipos de públicos y formas de acceder
a ellos. Las sociologías públicas tradicional y orgá-
nica son dos tipos opuestos pero complementarios.
Los públicos pueden destruirse pero también pueden
crearse. Algunos nunca desparecerán —nuestros
estudiantes son nuestro primer, y al mismo tiempo,
cautivo público.
¿Qué deberíamos entender por sociología
pública? La sociología pública pone a la socio-
logía en conversación con los públicos a la vez
que trata investiga cómo se produce esa conver-
sación. Esto supone una doble conversación.
Candidatos para esta forma de sociología son
W.E.B. Du Bois (1903) The Souls of Black Folk,
Gunnar Myrdal (1994) An American Dilemma,
David Riesman (1950) The Lonely Crowd y
Robert Bellah et al. (1985), Habits of the Heart.
¿Qué tienen estos libros en común? Están escri-
tos por sociólogos, han transcendido la acade-
mia y se han convertido en el vehículo de una
discusión pública sobre la naturaleza de la socie-
dad norteamericana —sus valores, la brecha
entre sus promesa y su realidad, su malestar, sus
tendencias. En el género que he denominado
sociología pública tradicional podemos ubicar a
los sociólogos que escriben en las páginas de
opinión de nuestros periódicos nacionales sobre
asuntos de importancia pública. Alternativamen-
te, los periodistas pueden llevar a cabo investi-
gación académica dentro del ámbito público
como hicieron, por ejemplo, Chris Uggen y Jeff
Manza en su artículo sobre el significado políti-
co de la privación del derecho al voto a los cri-
minales publicado en la American Sociological
Review y la Tesis doctoral de Devah Pager sobre
la forma en la que la raza incrementa los efectos
del registro criminal en las posibilidades de
empleo de los jóvenes. Con la sociología públi-
ca tradicional los públicos a los que se dirige son
generalmente invisibles pues no producen
mucha interacción interna, pasivos pues no
constituyen un movimiento u organización y
generalmente son mayoritarios. El sociólogo
público tradicional instiga debates dentro de o
entre los públicos, aunque podría perfectamente
no participar en ellos.
Existe, sin embargo, otro tipo de sociología
pública —la sociología pública orgánica— en
la que el sociólogo trabaja en estrecha conexión
con un público visible, denso, activo, local y a
menudo a contracorriente. De hecho, la mayoría
de la sociología pública es de tipo orgánico —
sociólogos que trabajan con movimientos labo-
rales, con asociaciones vecinales, con comuni-
dades de fe, con grupos a favor de los derechos
de los inmigrantes, con organizaciones de dere-
chos humanos. Entre el sociólogo público orgá-
nico y el público se produce diálogo a la vez que
un proceso de mutua educación. El reconoci-
miento de la sociología pública debe extenderse
al tipo orgánico que suele mantenerse invisible,
privado y separado de nuestras vidas profesio-
nales. El proyecto de tales sociologías públicas
es hacer visible lo invisible, hacer público lo pri-
vado. Así pues, dar validez a estas conexiones
orgánicas es parte de nuestra vida sociológica.
Las sociologías públicas tradicional y orgáni-
ca no son antitéticas sino complementarias.
Cada una de ellas informa a la otra. Los grandes
debates en la sociedad, por ejemplo los valores
familiares, pueden formar parte de nuestro tra-
bajo a la vez que pueden ser objeto de nuestra
colaboración con nuestros clientes benefactores.
Los debates sobre el NAFTA pueden formar
parte de la colaboración del sociólogo con los
sindicatos, los trabajos con presos en defensa de
sus derechos pueden contribuir a los debates
públicos sobre el sistema carcelario, etcétera.
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Los estudiantes de Sociología de la Universidad
de California-Berkeley, Gretchen Purser, Amy
Schalet y Ofer Sharone (2004) analizaron la
grave situación del mal pagado personal de ser-
vicios de su universidad, sacándolos de las som-
bras y constituyéndolos como un público ante el
que la universidad debería responsabilizarse. El
estudio supuso una importante plataforma para
el desarrollo de debates más generales sobre el
trabajo barato, el trabajado de los inmigrantes y
la privatización y comercialización de la Uni-
versidad, a la par que alimentaba la discusión
pública sobre la academia en tanto comunidad
de principios. En las mejores circunstancias la
sociología pública tradicional encuadra la socio-
logía pública orgánica, mientras que ésta última
fundamenta y dirige a la primera.
Si bien podemos distinguir entre diferentes
tipos de sociólogos públicos y diferentespúbli-
cos, ¿cómo se pueden poner en diálogo ambas
partes —la académica y la extra-académica?
¿Por qué alguien debería escucharnos en vez de
a los medios de comunicación? ¿Somos sufi-
cientemente críticos para atrapar la atención de
nuestros públicos? Alan Wolfe (1989), Robert
Putnam (2001) y Theda Skocpol (2003) van más
allá y alertan de que los públicos están desapa-
reciendo —destruidos por el mercado, coloniza-
dos por los medios de comunicación o bloquea-
dos por la burocracia. La propia existencia de un
amplio surco de sociología pública empero hace
presuponer que no existe esa falta de públicos si
nos preocupásemos de ir en su búsqueda. Pero
nos queda mucho por aprender sobre su com-
promiso. Estamos aún en un estadio primitivo
de nuestro proyecto. No deberíamos pensar en
los públicos como algo ya dado sino como algo
fluido, algo en lo que podemos participar tanto
en su creación como en su transformación. De
hecho, parte de nuestra labor como sociólogos
es definir las categorías humanas —gente con
SIDA, mujeres con cáncer de pecho, mujeres,
gays— y si lo hacemos con su colaboración cre-
aremos públicos. La categoría de mujer se con-
vierte en la base de un público —un público
activo, denso, visible, nacional, mejor dicho
internacional y a contracorriente— puesto que
los intelectuales, y los sociólogos entre ellos,
definieron a las mujeres como marginadas,
excluidas, oprimidas y silenciadas, esto es, las
definieron tal como ellas se reconocían. Desde
esta breve excursión a través de la variedad de
públicos es más que evidente que la sociología
necesita desarrollar una sociología de los públi-
cos —que trabaje a través y más allá de un lina-
je que incluiría a Robert Park (1972[1904]),
Walter Lippman (1922), John Dewey (1927),
Hanna Arendt (1958), Jürgen Habermas
(1991[1962]), Richard Sennett (1977), Nancy
Fraser (1997) y Michael Warner (2002) —para
así apreciar mejor las posibilidades y peligros de
la sociología pública.
Más allá de crear otros públicos podemos
constituirnos nosotros mismos como un público
que actúa en la arena política. Durkheim insistía
en que las asociaciones profesionales deberían
ser un elemento integral de la vida política
nacional —y no sólo defender sus propios y
limitados intereses profesionales. Por esta
razón, la American Sociological Association
tiene que mucho en lo que contribuir al debate
público y así ha sido. Casos como, por ejemplo,
la remisión de una Amicus Curiae brief a la
Corte Suprema en el caso de la Michigan Affir-
mative Action, su defensa de que la investiga-
ción sociológica demostraba la existencia de
racismo y que el racismo tenía tanto causas
como consecuencias sociales, las resoluciones
adoptadas tanto en contra de la Guerra de Irak
como de una enmienda constitucional que
podría ilegalizar el matrimonio entre personas
del mismo sexo y, por último, la protesta del
Consejo de la ASA por el encarcelamiento del
sociólogo egipcio Saad Ibrahim. Ahora bien,
hablar en nombre de todos los sociólogos es
difícil y peligroso. Deberíamos estar seguros de
alcanzar posiciones públicas negociadas a través
de un diálogo abierto, de la participación iguali-
taria y libre de nuestros miembros y de la pro-
fundización de nuestra democracia interna. La
multiplicidad de sociologías públicas no sólo
refleja diferentes públicos sino también diferen-
tes compromisos axiológicos por parte de los
sociólogos. La sociología pública no tiene otra
valencia normativa intrínseca más que el com-
promiso con el diálogo sobre aquellas cuestio-
nes suscitadas en y por la sociología. Puede apo-
yar tanto el fundamentalismo cristiano como la
sociología de la liberación o el comunitarismo.
Su apoyo a causa más liberal o a una sociología
pública crítica es una consecuencia del desarro-
llo del ethos de la comunidad sociológica.
Existe un público que no desaparecerá antes
que nosotros-nuestros estudiantes. Cada año
creamos aproximadamente 25.000 nuevos licen-
ciados en Sociología. ¿Qué significa pensar en
Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 203
Michael Burawoy Por una sociología pública
ellos como público potencial? Esto no significa
que debamos tratarlos como recipientes vacíos
sobre los cuales verter nuestro maduro vino o
como prístinos encerados en los cuales escribir
nuestro profundo conocimiento. Más bien debe-
mos pensar en ellos como portadores de una rica
experiencia vivida elaborada gracias a una pro-
funda comprensión propia de los contextos his-
tóricos y sociales que les han hecho como son.
Con la ayuda de nuestras grandes tradiciones
sociológicas, convertimos sus problemas priva-
dos en cuestiones públicas. Y lo hacemos gra-
cias a su compromiso y no a su exclusión, par-
tiendo de donde ellos están no de dónde estamos
nosotros. La educación se convierte en una serie
de diálogos que fomentamos sobre la sociología
—un diálogo entre nosotros y los estudiantes,
entre los estudiante y sus propias experiencias,
entre los propios estudiantes y, por último, un
diálogo de los estudiantes con los públicos de
más allá de la universidad. Su aprendizaje del
oficio es nuestra garantía: según aprenden los
estudiantes se convierten en embajadores de la
sociología en el mundo, de igual manera que
ellos traen al aula su compromiso con los dife-
rentes públicos4. En tanto que docentes todos
somos potenciales sociólogos públicos.
Reconocer su existencia valida y legitima a la
sociología pública. Al pasar de la esfera privada
a la esfera abierta puede ser examinada y disec-
cionada. Ésta es otra cuestión para convertirla
en una parte integral de nuestra disciplina, lo
cual me lleva a la TESIS III.
TESIS III: LA DIVISIÓN DEL TRABAJO
SOCIOLÓGICO
La sociología pública es parte de una división
más amplia del trabajo sociológico que también
incluye a la sociología práctica, a la sociología pro-
fesional y a la sociología crítica.
El líder de la sociología pública tradicional C.
Wright Mills (1959), y otros tantos como él,
podrían convertir toda la sociología en sociolo-
gía pública. Mills recordaba que para los padres
fundadores de la sociología la empresa académi-
ca y moral eran indistinguibles. Si embargo, no
hay vuelta atrás posible a ese período inicial pre-
vio a la revolución académica. Hoy trabajamos y
avanzamos desde otro lugar, desde la división
del trabajo sociológico.
El primer paso es distinguir la sociología
pública de la sociología práctica. La sociología
práctica es sociología al servicio de una meta
definida por el cliente. La raison d’etre de la
sociología práctica es suministrar soluciones a
problemas que se nos presentan o legitimar solu-
ciones tomadas de antemano. Si bien algunos
clientes especifican la tarea del sociólogo en un
esquemático contrato otros definen una agenda
práctica mucho más amplia. Ser un testigo
experto, por ejemplo prestar un importante ser-
vicio a la comunidad, es una relación relativa-
mente bien definida con un cliente mientras que
investigar las causas del terrorismo o de la mise-
ria gracias a la financiación procedente del
Departamento de Estado permitiría establecer
una agenda de investigación mucho más abierta.
La sociología pública, por contra, entabla una
relación dialógica entre el sociólogo y el públi-
co en la que cada parte pone su agenda sobre la
mesa y trata de ajustarla a la del otro. En la
sociología pública, la discusión suele implicar
valores o metas que no son compartidos auto-
máticamente por ambas partes. Por esta razón, la
reciprocidad, o como la denomina Habermas
(1984): la «acción comunicativa», suele ser difí-
cilmente sostenible. A su pesar, la meta de la
sociología pública es desarrollar tal conversa-
ción.
Ejemplos de sociología pública, el libro más
vendido de Barbara Ehrenreich (2002) —Nickel
and Dimed—, una etnografía del trabajo preca-
rizado en el que acusó, entre otras empresas, a
Wal-Mart por sus prácticas de empleo. Por el
contrario, como caso de sociología práctica esta-
ría el testimonio en calidad de experto de
William Bielby (2003) en la demanda por dis-
criminación sexual presentadacontra dicha
compañía. Las aproximaciones de la sociología
pública y de la sociología práctica no son ni
mutuamente excluyentes ni antagónicas. Como
en este caso, pueden ser perfectamente comple-
mentarias. La sociología práctica puede conver-
tirse en sociología pública. En especial cuando
la política fracasa, caso de las propuestas sobre
Michael Burawoy Por una sociología pública
204 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225
4 Existe una amplia literatura sobre el aprendizaje del oficio. Dos referencias de especial relevancia son Ostrow et al. (1999)
y Marullo y Edwards (2000).
transporte escolar realizadas por James Cole-
man (1966, 1975), o el rechazo del gobierno a
las propuestas políticas de creación de empleo
con el fin de aliviar la pobreza por causas racia-
les —recomendación de William Julius Wilson
(1996)—, o la implicación de Paul Starr en las
reformas sobre la asistencia sanitaria en los
casos de aborto durante la administración de
Clinton. De la misma manera, la sociología
pública puede convertirse en sociología práctica.
Es el caso del conocido compromiso de Diane
Vaughan con los medios de comunicación en el
caso del desastre del transbordador Columbia,
basándose en su investigación inicial sobre
dicho accidente consiguió que sus ideas se
tomaran en consideración para la elaboración
del informe que realizó la Columbia Accident
Investigation Board (2003). En particular, su
crítica a la cultura organizativa de la National
Aeronautical and Space Administration
(NASA).
No puede existir ni sociología práctica ni
pública sin una sociología profesional que sumi-
nistre los métodos adecuados y ya experimenta-
dos, los cuerpos de conocimiento acumulados,
las orientaciones necesarias y los marcos con-
ceptuales. La sociología profesional no es el
enemigo de la sociología práctica y pública sino
todo lo contrario, es la condición sine qua non
de su existencia —proveer tanto de legitimidad
como de expertez a la sociología práctica y
pública. La sociología profesional consiste ante
todo en la múltiple intersección de programas de
investigación con sus supuestos, ejemplares,
definiciones, conceptos y teorías5. Muchas
subáreas contienen programas de investigación
bien establecidos —la teoría de la organización,
de la estratificación, la sociología política, la
sociología de la cultura, la sociología de la fami-
lia, los estudios sobre la raza, la sociología eco-
nómica, etcétera. Asimismo, existen programas
de investigación dentro de las subáreas —por
ejemplo, la ecología organizativa dentro de la
teoría de la organización. Los programas de
investigación avanzan tratando de solucionar
aquellos problemas procedentes de anomalías
externas (inconsistencias entre las predicciones
y los resultados empíricos) o de contradicciones
internas. Así, el programa de investigación sobre
movimientos sociales se estableció gracias al
desplazamiento de las teorías «irracionalistas» y
psicológicas de la conducta colectiva en favor de
un nuevo marco construido sobre la idea de la
movilización de recursos, el cual a su vez ha
conducido a la formulación de un modelo de
proceso político que ha enmarcado el intento
más reciente de incorporar las emociones. Den-
tro de cada programa de investigación, los estu-
dios canónicos resuelven, por un lado, un con-
junto de enigmas a la vez que crean otros nue-
vos, impulsando al programa de investigación
en nuevas direcciones. Los programa de investi-
gación degeneran bien porque se inundan de
anomalías y contradicciones, bien porque los
intentos por resolver los problemas se convier-
ten en un mero dispositivo para salvar las apa-
riencias del programa. Goodwin y Jasper (2004,
cap. 1) sostienen que ése ha sido el destino de la
teoría de los movimientos sociales dada su exce-
siva generalización e introversión.
Éste es el papel de la sociología crítica, mi
cuarto tipo de sociología, examinar los funda-
mentos de los programas de investigación de la
sociología profesional —tanto explícitos como
implícitos, tanto normativos como descriptivos.
Pienso en el trabajo de Robert Lynd (1939) y en
su queja de que la ciencia social estuviese abdi-
cando de su responsabilidad en el abordaje de
los problemas culturales e institucionales impe-
rantes en su época, obsesionada por la técnica y
la especialización. C. Wright Mills (1959) acusó
en los años cincuenta a la sociología profesional
de irrelevante, de cambiar de dirección en pos
de la «gran teoría» abstrusa o del «empirismo
abstracto» sin sentido que consideraba los datos
al margen del contexto. Alvin Gouldner (1970)
criticó al estructural funcionalismo su supuesto
de una sociedad regida por el consenso que no
estaba para nada en consonancia con la escalada
de los conflictos sociales durante los años sesen-
ta. El feminismo, la teoría queer y la teoría crí-
tica de la raza han criticado a la sociología pro-
fesional su actitud de pasar por alto la ubicuidad
y profundidad de las opresiones por razón de
género, sexo y raza. La sociología crítica inten-
ta hacer una sociología profesional reconocedo-
ra de sus prejuicios, de sus silencios, promo-
viendo nuevos programas de investigación erigi-
Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 205
Michael Burawoy Por una sociología pública
5 En la formulación de la idea de programas de investigación sigo el trabajo de Imre Lakatos (1978) y sus debates con Tho-
mas Kuhn, Karl Popper y otros.
dos sobre fundamentos alternativos. La sociolo-
gía crítica es la conciencia de la sociología pro-
fesional en tanto que la sociología pública es la
conciencia de la sociología práctica.
La sociología crítica también nos da las cla-
ves para fijar las relaciones entre nuestras cuatro
sociologías. La primera ya la planteó Alfred
McLung Lee (1976) en su discurso presidencial:
«¿sociología para quién?» ¿Nos dirigimos a
nosotros mismos (una audiencia académica) o
nos estamos dirigiendo a los otros (una audien-
cia extra-académica)? Plantear esta cuestión
supone ir en contra de una disciplina hermética-
mente sellada y de la búsqueda del conocimien-
to por el conocimiento. Es necesario defender el
compromiso con las audiencias extra-académi-
cas, sirviendo a los clientes o hablando para los
públicos. Esto no es negar los peligros y riesgos
de este tipo de sociología, todo lo contrario,
necesitamos hacer sociología a pesar o por culpa
de tales peligros y riesgos.
La segunda cuestión es la pregunta de Lynd:
«¿sociología para qué?» Deberíamos compro-
meternos con los fines de la sociedad o simple-
mente interesarnos por los medios para alcanzar
tales fines. Ésta es la distinción subyacente en la
discusión de Max Weber sobre la racionalidad
técnica y la racionalidad valorativa. Weber y,
posteriormente, la Escuela de Frankfort estaban
preocupados porque la racionalidad técnica
suplantase la discusión sobre los valores, Hor-
kheimer (1974[1947]) se refirió a esta situación
como el eclipse de la razón, y en colaboración
con Theodor Adorno (1969[1944]) definieron
como la dialéctica de la Ilustración. Denomino a
este tipo de conocimiento, conocimiento instru-
mental, bien sea para resolver los enigmas de la
sociología profesional o la resolución de proble-
mas de la sociología práctica. Denomino al otro
tipo de conocimiento, conocimiento reflexivo,
porque está interesado en un diálogo sobre los
fines, tome lugar dicho diálogo dentro de la
comunidad académica y aborde los fundamen-
tos de sus programas de investigación o entre
académicos y los diferentes públicos en torno a
la dirección de la sociedad. El conocimiento
reflexivo interroga el valor de las premisas de la
sociedad así como también nuestra profesión. El
esquema total se resume en el Cuadro 16.
En la práctica, cualquier obra de sociología
puede montarse sobre estos tipos ideales o
moverse por ellos a lo largo del tiempo. Por
ejemplo, ya he apuntado que la distinción entre
sociología pública y práctica puede difuminarse
—la sociología puede servir simultáneamente a
un cliente y generar debate público.
Las categorías son productossociales. Esta
categorización del trabajo sociológico redefine
la forma en la que nos vemos a nosotros mis-
mos. Me siento comprometido con lo que Pierre
Bourdieu (1986[1979], 1988 [1984]) denominó
como lucha clasificatoria, al desplazar los deba-
tes sobre las técnicas cuantitativas y cualitativas,
sobre las metodologías positivistas e interpreta-
tivas y sobre la sociología macro y micro, sus
dos cuestiones fundamentales fueron: ¿para
quién y para qué ejercemos la sociología? Las
tesis que restan intentan justificar y expandir
este sistema clasificatorio.
Michael Burawoy Por una sociología pública
206 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225
6 Este esquema tiene un extraño parecido con las famosas cuatro funciones de Talcott Parsons (1961) —Adaptación, Goal
attainment [consecución de metas], Integración y Latencia [mantenimiento de patrones] (AGIL)— que cualquier sistema tiene que
cumplir para sobrevivir. Si la sociología crítica se corresponde con la latencia basada en los compromisos con los valores y la
sociología pública se corresponde con la integración donde la influencia es el medio de intercambio, entonces la sociología prác-
tica se corresponde con el goal attainment [consecución de metas] y la sociología profesional y su economía de las credenciales
se corresponden con la adaptación. Habermas (1984, cap. 7) le otorga a Parsons un giro crítico al refererirse a la colonización del
mundo-de-la-vida (latencia e integración) por el sistema (adpatación y goal attainment). Tal como veremos más adelante, la TESIS
VII combina las tesis de la colonización de Habermas con los análisis del campo académico de Bourdieu (1988[1984]).
Cuadro 1
División del trabajo sociológico
Audiencia Académica Audiencia Extra-académica
Conocimiento Instrumental Profesional Práctica
Conocimiento Reflexivo Crítica Pública
TESIS IV: LA ELABORACIÓN DE LA COM-
PLEJIDAD INTERNA
Las cuestiones ¿«conocimiento para quién»? y
¿«conocimiento para qué»? definen el carácter fun-
damental de nuestra disciplina. No sólo dividen a la
sociología en cuatro tipos diferentes sino que nos
permite comprender cómo se construye internamen-
te cada tipo.
Nuestros cuatro tipos de conocimiento repre-
sentan no sólo una diferenciación funcional de
la sociología sino también cuatro perspectivas
diferentes. La división del trabajo sociológico
parece muy diferente desde el punto de vista de
la sociología crítica comparado, por ejemplo,
con la perspectiva de la sociología práctica. De
hecho, la sociología crítica se define a sí misma
por su oposición con la sociología («dominan-
te») profesional. Ésta a su vez se ve inseparable
de la renegada sociología práctica. Sociología
práctica que se restituye atacando a la sociología
crítica por politizar y por desacreditar a la disci-
plina. Así pues, desde cada categoría tendemos
a esencializar, homogeneizar y estereotipar a las
otras. Debemos, por tanto, procurar reconocer la
complejidad de los cuatro tipos de sociología. Y
lo podemos hacer mejor planteándonos una vez
más dos cuestiones básicas: ¿conocimiento para
quién y conocimiento para qué? Esto produce
una diferenciación interna de cada tipo de socio-
logía y, por tanto, una imagen más matizada.
También nos permite aprender sobre las tensio-
nes a las que conduce su respuesta en cada tipo
de conocimiento.
Comencemos con la sociología profesional. En
su núcleo está la creación, elaboración y degene-
ración de los múltiples programas de investiga-
ción. Pero también existe una dimensión de la
sociología profesional que defiende la investiga-
ción sociológica en el mundo —la defensa de
fondos para la investigación políticamente con-
testada como por ejemplo el estudio de la con-
ducta sexual, la determinación de los protocolos
de comportamiento de los seres humanos, la bús-
queda de apoyo gubernamental, los programas de
becas para minorías, etcétera. Esta dimensión
política de la sociología profesional se concentra
en la sección de la American Sociological Asso-
ciation y se muestra a través de las páginas de su
revista Footnotes. Existe una cara pública de la
sociología profesional bien definida: presentar
los resultados de investigación de forma accesible
para la audiencia lega. Ésta fue la propuesta de la
nueva revista Contexts, aunque también se realiza
en las sesiones informativas celebradas asidua-
mente en los congresos organizados por la ASA.
Por otro lado, nos encontramos con la mayor de
parte de los profesores que diseminan los resulta-
dos de la investigación sociológica y, por supues-
to, con los libros de texto. La línea que separa
esta cara pública de la sociología profesional de
la propia sociología pública es muy sutil, pero la
primera está íntimamente interesada en asegurar
las condiciones de nuestras actividades profesio-
nales centrales.
Por último, existe una cara crítica de la sociolo-
gía profesional —los debates internos y entre los
programas de investigación. Por ejemplo, la relati-
va importancia de la clase o de la raza, los efectos
de la globalización, los patrones del trabajo degra-
dado, las bases sociales de la política electoral, las
fuentes del subdesarrollo, etcétera. Tales debates
son el tema de los artículos de la revista The
Annual Review of Sociology, los cuales inyectan el
dinamismo necesario en nuestros programas de
investigación. Las cuatro divisiones de la sociolo-
gía profesional se representan en el Cuadro 2.
Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 207
Michael Burawoy Por una sociología pública
Cuadro 2
Disección de la Sociología Profesional
Profesional
Investigación realizada dentro de los programas de
investigación que definen los supuestos, teorías,
conceptos, cuestiones y enigmas.
Crítica
Los debates críticos de la disciplina dentro y entre
los programas de investigación. 
Práctica
Defensa de la investigación sociológica, de los suje-
tos humanos, de la financiación así como organiza-
ción de sesiones informativas en los congresos
Pública
Interés por la imagen pública de la sociología, pre-
sentación de los resultados de forma accesible,
enseñanza básica de la sociología y escritura de los
libros de texto.
Debido a su tamaño, podemos discernir una
diferenciación funcional (para Abbott 2001
«fractalización») de la sociología profesional
aunque, puesto que los otros tipos de sociología
están menos desarrollados internamente, es
mejor hablar de diferentes aspectos o dimensio-
nes. Por ejemplo, la actividad central de la
sociología pública —el diálogo entre los soció-
logos y sus públicos— se basa (o no) en
momentos profesionales, críticos y políticos.
Tomemos el caso del Proyecto de Acción e
Investigación en Medios de Comunicación de la
Facultad de Boston que une a sociólogos con los
dirigentes de la comunidad para buscar la mejor
manera de presentar las cuestiones sociales ante
los medios de comunicación. Existe un momen-
to profesional basado en la idea de William
Gamson de enmarcar el asunto, un momento crí-
tico basado en las formas limitadas en las que
los medios operan y un momento político que se
aferra a los objetivos concretos de los dirigentes
de la comunidad. Charlotte Ryan (2004) descri-
be las tensiones dentro del proyecto provenien-
tes de las contradictorias demandas entre la
inmediatez de la sociología pública y los ritmos
de la carrera de la sociología profesional. Al
mismo tiempo, Gamson (2004) subraya el limi-
tado compromiso económico de la universidad
con un proyecto que incremente la actuación y
poder de las comunidades locales.
La sociología práctica también tiene sus
momentos público, crítico y profesional. Un
caso interesante es la experiencia de Judy Stacey
(2004) como testigo en calidad de experta en la
defensa del matrimonio de personas del mismo
sexo en Ontario, Canadá. Los opositores legales
al matrimonio de personas del mismo sexo se
inspiran en su conocido artículo publicado en la
American Sociological Review (Stacey y
Biblarz 2001). Los autores sostenían que mien-
tras los estudios muestran algunas ligeras dife-
rencias en losefectos de la paternidad/materni-
dad de los gays —mayor apertura a la diversidad
sexual— no se encontraron evidencias de que
los efectos fueran «perjudiciales». Los oposito-
res al matrimonio entre personas del mismo
sexo sostenían que Stacey y Biblarz habían rea-
lizado su estudio de forma poco científica por lo
cual no se podían extraer tales conclusiones.
Judy Stacey, por tanto, se encontró en la tesitura
de tener que defender el rigor científico de sus
conclusiones. Además, su defensa de las liberta-
das civiles de los gays entrañaba la defensa del
matrimonio- una institución a la que había infli-
gido una severa crítica en sus escritos académi-
cos. En este caso, vemos cómo las constriccio-
nes de la sociología práctica y su dependencia
de la sociología profesional pueden colocarla en
contra de las sociologías críticas y públicas.
Puede ocurrir, por tanto, que las cuatro caras de
cualquier tipo dado de sociología no estén en
armonía.
Podemos ver esto de nuevo en el caso de la
sociología crítica. En su clásico artículo, «A
Sociology for Women», Dorothy Smith (1987,
cap. 2) partiendo de la sociología llevó a cabo un
análisis de la universalización del punto de vista
masculino, especialmente el de los hombres
gobernantes que toman decisiones en el nivel
macroestructural de la sociedad. A partir de los
escritos canónico de Alfred Schutz, elaboró el
punto de vista de las mujeres enraizado en las
microestructuras de la vida cotidiana —el traba-
jo invisible que sirve de soporte a las macroes-
tructuras. Patricia Hill Collins (1991) desarrolló
posteriormente el análisis de este punto de vista
al insistir en que la mirada interna de la sociedad
proviene de aquellos que son múltiplemente
oprimidos —mujeres negras pobres— pero tam-
bién empleó la teoría social convencional, en su
caso no a Schutz sino a George Simmel y
Robert Merton, para llevar a cabo una crítica
elaborada de la sociología profesional. Además,
para ella también existía un momento público —
la conexión de las mujeres intelectuales negras
con la cultura de las mujeres negras pobres para
otorgar mayor universalidad a la sociología pro-
fesional. Así pues, se pueden apreciar los
momentos profesional y público de la sociología
crítica, pero ¿cuál es su momento político?
¿Podríamos afirmar que en él descansa la real-
politik de los espacios de defensa del pensa-
miento crítico dentro de la universidad, espacios
que incluirían programas interdisciplinares, ins-
titutos de investigación y lucha por la represen-
tación?
Estos son sólo unos ejemplos que ilustran la
complejidad de cada tipo de sociología y que
reconocen sus dimensiones académica y extra-
académica así como instrumental y reflexiva.
No deberíamos olvidar que esta composición
interna compleja volvemos a focalizarla sobre
las relaciones entre los cuatro tipos principales.
Michael Burawoy Por una sociología pública
208 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225
TESIS V: SITUAR AL SOCIÓLOGO
Se debe hacer una distinción entre la sociología y
sus divisiones internas por un lado y los sociólogos
y sus trayectorias por otro. La vida del sociólogo
está impulsada por la falta de acople entre su hábi-
tus sociológico y la estructura del campo disciplinar
como un todo.
Deberíamos distinguir entre la división del
trabajo sociológico y los sociólogos que habitan
en uno o más lugares dentro de dicha división.
En torno al 30% de los doctores en sociología
trabajan fuera de la universidad, principalmente
en el mundo de la investigación política y desde
el cual pueden adentrarse en el ámbito público
(Kang 2003). El 70% de los doctores que ense-
ñan en las universidades ocupan el cuadrante
profesional dirigiendo investigaciones o disemi-
nando sus resultados, pero también pueden
mantener posiciones distintas en otros cuadran-
tes, especialmente en el caso de que tengan
posiciones estables en la carrera académica. Por
contra, el contingente de trabajadores —profe-
sores ayudantes, eventuales o a tiempo parcial—
se encuentra atrapado en la carrera académica
con salarios míseros (de 2000 a 4000 dólares
por curso), con un empleo precario y sin benefi-
cios sociales (Spalter-Roth y Erskine 2004).
Este grupo es más numeroso en las universida-
des de reconocido prestigio donde pueden llegar
a suponer el 40% del profesorado e impartir
hasta el 40% de las asignaturas. Son la fuerza de
trabajo precaria que permite la investigación y
los elevados salarios del personal docente per-
manente al liberarles de las múltiples activida-
des rutinarias de la docencia y la investigación.
Ésta es la razón por la que muchos de nues-
tros más distinguidos sociólogos han podido
ocupar múltiples posiciones en el ámbito socio-
lógico. James Coleman, por ejemplo, simultáne-
amente trabajó en el mundo profesional y políti-
co mientras era hostil con las sociologías públi-
ca y crítica. El caso de Christopher Jencks, que
ha trabajado en similares campos, es poco
común al combinar los momentos público y crí-
tico con sus compromisos profesional y prácti-
co. La sociología de las emociones de Arlie
Hochschild se encuentra a medio camino entre
la sociología crítica y la profesional mientras
que su investigación sobre el trabajo y la familia
combina la sociología pública y la práctica. Por
supuesto, estos sociólogos gozan o han gozado
de cómodas posiciones académicas en prestigio-
sos departamentos de Sociología en los que las
condiciones de trabajo les han permitido múlti-
ples puestos. Sin embargo, muchos de nosotros
sólo ocupamos uno de los cuadrantes en cada
momento, por ello, deberíamos centrarnos en
nuestras posibles trayectorias.
Los sociólogos no sólo pueden situarse simul-
táneamente en posiciones diferentes, sino que
asumen a lo largo del tiempo trayectorias distin-
tas en nuestros cuatro tipos de sociología. Previo
a la consolidación de las carreras profesionales,
el movimiento entre los cuadrantes era mucho
más errático. El incremento del desafecto hacia
la academia y la marginación provocada por su
raza, (después de finalizar su libro The Phila-
delphia Negro en 1899 y de crear y poner en
marcha el Atlanta Sociological Laboratory en la
Universidad de Atlanta entre 1897 y 1910),
W.E.B. Du Bois abandonó la academia para fun-
dar la National Association for the Advance-
ment of Colored People (NAACP) y se convirtió
en el editor de su revista, Crisis. En su papel
público escribió innumerables ensayos divulga-
tivos inevitablemente influenciados por su
sociología. En 1934 regresó a la academia como
director del Departamento de Sociología en
Atlanta donde finalizó su también conocido
libro, Black Reconstruction. Después de la
Segunda Guerra Mundial volvió a abandonar
una vez más la academia para impartir confe-
rencias nacionales e internacionales. Sus ince-
santes campañas en favor de la justicia racial
fueron la cima de la sociología pública, aunque
por supuesto, su objetivo último fue siempre
cambiar la política. La sociología pública es a
menudo una avenida marginal y exterior de la
arena política y suele estar condenada al ostra-
cismo en la academia.
Mientras que W.E.B. Du Bois tomaba una
ruta ajena a la academia, su castigo, otra de las
grandes figuras en la sociología de la raza
Robert Park, viajaba en dirección opuesta7. Des-
pués de años como periodista, en los que reveló
Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 209
Michael Burawoy Por una sociología pública
7 Agradezco a Stephen Steinberg su sugerencia sobre esta coincidencia. Aunque jugó un papel principal en la profesionaliza-
ción de la sociología, Park no realizó ninguna reforma social y esto a pesar de su respaldo de la ciencia social imparcial y su pro-
clamada oposición a la sociología de la acción de las mujeres de Hull House.
las atrocidades belgas en el Congo, se convirtió
en el secretario privado de Booker T. Washing-
ton y analista de investigación hasta su entrada
en el Departamento de Sociología de la Univer-
sidad de Chicago, en el que llevaría a cabo una
labor crucial de profesionalización (Lyman
1992).
C.Wright Mills perteneció a una generación
posterior, aunque como Du Bois también tuvo
sus desavenencias con la academia. Después de
completar sus estudios de Filosofía en la Uni-
versidad de Texas se trasladó a Wisconsin donde
trabajó con el emigrado alemán Hans Gerth. En
esta universidad escribió su tesis doctoral sobre
el pragmatismo. Robert Merton y Paul Lazars-
feld le reclutaron para la Universidad de Colum-
bia en tanto que gran promesa de sociólogo pro-
fesional. Incapaz de tolerar la «utilidad mezqui-
na» del Bureau of Applied Research de Lazars-
feld, cambió la sociología instrumental por la
sociología pública —New Men of Power, White
Collar y Power Elite. Al final de su breve vida
volvió a reflexionar sobre la promesa y traición
de la sociología en su inspirado The Sociologi-
cal Imagination. Esta vuelta a la sociología crí-
tica coincidió con un paso más allá en la socio-
logía dentro del ámbito de la vida intelectual
pública con el libro Listen, Yankee! y The Cau-
ses of World War Three— libros lejanamente
conectados con la sociología8.
Las carreras actuales en la sociología están
mucho más reglamentadas que lo que ocurría en
tiempos de Mills. Hoy en día, un licenciado al
uso quizá alentado por un profesor de la licen-
ciatura, quizá quemado por su militancia en
algún movimiento social, (los estudiantes entran
en la Facultad con una disposición crítica, con
una pretensión de aprender más sobre las posi-
bilidades del cambio social —bien sea para
limitar el avance del SIDA en África, para redu-
cir la violencia juvenil, para facilitar las condi-
ciones del éxito de los movimientos feministas
en Turquía e Irán, para mantener a la familia
como fuente de moralidad, para conseguir variar
el apoyo a la pena de muerte, cambiar la tergi-
versación pública del Islam, etcétera), tiene que
enfrentarse a una serie de asignaturas, cada una
de ellas con abstrusos textos que aprender y/o
abstractas técnicas que dominar. Después de tres
o cuatro años tiene que afrontar su evaluación en
tres o cuatro áreas y posteriormente llevar a
cabo su trabajo de licenciatura. Todo el proceso
puede suponerle hasta cinco años. Éste es el
panorama ante el cual se enfrenta un estudiante
que trata de mantener y extender aquellos com-
promisos morales que le motivaron su interés
por la sociología.
De la misma forma en la que Durkheim ponía
el acento en los elementos no contractuales del
contrato —el consenso y la confianza subyacen-
te sin los que los contratos no sería posibles—
debemos apreciar la importancia de aquellos
componentes que sin formar parte de nuestra
carrera son fundamentales para los sociólogos.
Entre el 50% y el 70% de los licenciados que
consiguen obtener su título de doctor, mantienen
su compromiso inicial con la sociología pública
—a menudo ocultándoselo a su director de tesis.
He escuchado en infinidad de ocasiones a los
docentes aconsejar a sus estudiantes que dejen
apartada la sociología pública hasta que no con-
sigan su plaza fija —sin darse cuenta (¿o sí?) de
que la sociología pública es lo que mantiene
viva la pasión sociológica. Si siguieran el conse-
jo de sus directores, estos estudiantes formarían
parte del contingente laboral que dispondría,
paradójicamente, de mucho menos tiempo para
la sociología pública. Además, en el caso de que
tuvieran la fortuna de conseguir la tan ansiada
plaza fija tendrían que preocuparse casi exclusi-
vamente de publicar artículos en revistas acredi-
tadas o libros en reconocidas editoriales univer-
sitarias. Una vez obtenida la plaza fija, son
libres de satisfacer sus pasiones juveniles pero
para entonces ya no son jóvenes. Puede que ya
hayan perdido todo el interés en la sociología
pública al optar por el más lucrativo mundo
práctico de la consultoría o por un nicho en la
sociología profesional. Lo mejor sería poder
satisfacer el compromiso con la sociología
pública desde los inicios y de esa manera encen-
der posteriormente la antorcha de la sociología
profesional.
La diferenciación del trabajo sociológico con
su inevitable especialización puede crear ansie-
dad en el hábitus sociológico que anhele poste-
riormente la unidad del conocimiento reflexivo
e instrumental, o un hábitus que desee tanto
Michael Burawoy Por una sociología pública
210 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225
8 La distinción entre «sociólogo público» e «intelectual público» es importante —el primero es una variedad de especialista
del último, limitando el comentario público a áreas de expertez establecidas en vez de referirse a temas de un mayor interés (Gans
2002).
audiencias académicas como extra-académicas.
La tensión entre institución y hábitus conduce
agitadamente a la sociología de cuadrante en
cuadrante, de su acomodo ritualista al abandono
total de la disciplina. No obstante, siempre exis-
tirán aquellos cuyo hábitus se adapta bien a la
especialización y aquellos cuya energía y pasión
es infecciosa y se desborda por todos los cua-
drantes. Tal como muestro a continuación sos-
tengo que la especialización no es enemiga de la
sociología pública.
TESIS VI: EL MODELO NORMATIVO Y SUS
PATOLOGÍAS
El florecimiento de nuestra disciplina depende de
un ethos compartido que sustente la recíproca inter-
dependencia de las sociologías profesional, práctica,
pública y crítica. Sin embargo, al ser hipersensible a
sus diferentes audiencias cada tipo de sociología
puede asumir formas patológicas que amenacen la
vitalidad del conjunto total.
Aquellos que han respaldado la sociología
pública a menudo se han mostrado abiertamente
desdeñosos con la sociología profesional. El
libro de Russell Jacoby (1987), The Last Inte-
llectuals, inició una serie de comentarios que
lamentan la retirada del intelectual público al
limbo de la profesionalización. Es el caso de
Orlando Patterson (2002) en su elogio de la
figura de David Riesman como «el último
sociólogo». Riesman y algunos de sus compañe-
ros se enfrentaron con cuestiones de gran calado
público mientras que hoy en día la sociología
profesional se limita a la comprobación de hipó-
tesis limitadas en clara imitación de la actividad
de las ciencias naturales. Ante la pregunta ¿«qué
le ha ocurrido a la sociología»? Peter Berger
(2002) responde que el campo ha caído víctima
del fetichismo metodológico y de una obsesión
con los temas más superficiales. Pero al mismo
tiempo se queja de que la generación de los años
sesenta convirtió a la sociología en ideología.
Nos muestra la fría recepción de la sociología
pública entre muchos sociólogos profesionales
que temen que tal implicación pública corrompa
a la ciencia y amenace tanto a la legitimidad de
la disciplina como a los recursos materiales de
los que disponen.
Tomo la postura opuesta —esto es, entre la
sociología profesional y la pública debería
haber, y a menudo es lo que acontece, respeto y
sinergias. Lejos de ser incompatibles son her-
manas siamesas. De hecho, mi visión normativa
de nuestra disciplina es de interdependencia
recíproca entre nuestros cuatro tipos —la soli-
daridad orgánica que permite que cada tipo de
sociología obtenga energía, significado e imagi-
nación gracias a su interrelación.
Tal como ya he insistido, en el corazón de
nuestra disciplina se encuentra su componente
profesional. Sin una sociología profesional no
puede haber ni sociología práctica ni pública, ni
por supuesto sociología crítica —¡no habría
nada que criticar! De la misma manera, la vita-
lidad de la sociología profesional depende del
continuo desafío de las cuestiones públicas que
se canalizan a través de la sociología pública.
Fue el movimiento por los derechos civiles el
que transformó la comprensión de la política
para los sociólogos, fue el movimiento feminis-
ta el que permitió nuevos caminos para tantas
esferas de la sociología. En ambos casos fueron
los sociólogos comprometidos con tales movi-
mientos y gracias a su participación en ellos los
que infundieron las nuevas ideas en la sociolo-
gía. De igual forma, la defensa pública del
matrimonio de Linda Waite (2000) generó un
vivo debatedentro de nuestra profesión. La
sociología crítica puede ser una espina clavada
en la sociología profesional, pero es fundamen-
tal para forzar la conciencia sobre las asuncio-
nes que continuamente realizamos y gracias a
ella podemos cambiarlas. Si audaces y estimu-
lantes fueron los desafíos de Alvin Gouldner
(1970) al estructural-funcionalismo, la sociolo-
gía práctica también podría convertirse en un
agente involuntario del control social opresivo.
De este modo, hoy en día podríamos incluir den-
tro de la rúbrica de la sociología crítica al movi-
miento en favor de una «sociología pura», en
tanto que sociología científica libre de todo
compromiso público. Lo que en el pasado era
sociología profesional hoy puede ser sociología
crítica. La sociología práctica, por su parte, ha
reactivado la sociología de la desigualdad gra-
cias a sus investigaciones sobre la pobreza y la
educación. Más reciente es el compromiso de la
investigación médica con las cuatro sociologías
a través de su colaboración con los grupos de
afectados de enfermedades tales como el cáncer
de pecho, construyendo nuevos modelos de par-
ticipación en la ciencia (Brown et al. 2004;
McCormick et al. próxima publicación).
Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 211
Michael Burawoy Por una sociología pública
El conocimiento que asociamos a la sociolo-
gía profesional se basa en el desarrollo de pro-
gramas de investigación, es diferente tanto del
conocimiento concreto que requieren los clien-
tes de la sociología práctica como del conoci-
miento comunicativo intercambiado entre los
sociólogos y sus públicos y que a su vez es dife-
rente del conocimiento fundacional de la socio-
logía crítica. De esto se deriva la noción de ver-
dad a la que cada uno se adhiere. En el caso de
la sociología profesional el objetivo se centra en
producir teorías que se correspondan con el
mundo empírico, en el caso de la sociología
práctica el conocimiento tiene que ser «prácti-
co» o «útil», mientras que el conocimiento de la
sociología pública se basa en el consenso entre
los sociólogos y sus públicos y por último la
verdad para la sociología crítica no es nada si no
existe una base normativa que la sustente. Cada
tipo de sociología tiene su propia legitimación:
la sociología profesional se justifica sobre la
base de las normas científicas, la sociología
práctica sobre la base de su efectividad, la socio-
logía pública sobre la base de su relevancia y la
sociología crítica tiene que aportar visiones
morales. Cada tipo de sociología también tiene
su propia responsabilidad. La sociología profe-
sional se apoya en el sistema de pares, la socio-
logía práctica ante sus clientes, la sociología
pública ante su público, mientras que la sociolo-
gía crítica es responsable ante una comunidad
de intelectuales críticos que pueden trascender
las fronteras disciplinares. Además cada tipo de
sociología tiene su propia política. La sociología
profesional defiende las condiciones de la cien-
cia, la sociología práctica propone intervencio-
nes políticas, la sociología pública entiende la
política como un diálogo democrático mientras
que la sociología crítica está comprometida con
la apertura de un debate dentro de nuestra disci-
plina.
Por último, y más significativo si cabe, cada
tipo de sociología sufre de su propia patología
procedente de su práctica cognitiva y de su enca-
je en instituciones divergentes. Aquellos que
sólo hablan para un círculo reducido de compa-
ñeros de la academia están destinado a la insu-
laridad. En la consecución de la resolución de
aquellos enigmas definidos por nuestros progra-
mas de investigación, la sociología profesional
Michael Burawoy Por una sociología pública
212 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225
Cuadro 3
Elaboración de los Tipos de Conocimiento
Instrumental
Conocimiento
Verdad
Legitimidad
Responsabilidad
Política
Patología
Reflexivo
Conocimiento
Verdad
Legitimidad
Responsabilidad
Política
Patología
Académico 
Sociología Profesional
Teórico/empírico
Correspondencia
Normas científicas
Pares
Interés profesional propio
Auto-referencialidad 
Sociología Crítica
Fundacional
Normativo
Visión moral
Intelectuales críticos
debate interno
dogmatismo
Extra-académico
Sociología Práctica
Concreto
Pragmático
Efectividad
Clientes
Intervención práctica
Servilismo 
Sociología Pública
Comunicativo
Consenso
Relevancia
Públicos designados
Diálogo público
Moda pasajera
Los ejemplos de estas sinergias son abun-
dantes, pero deberíamos ser precavidos a la
hora de pensar que la integración de nuestra
disciplina es fácil. Muy a menudo, las cone-
xiones de las cuatro sociologías suelen ser
difíciles de obtener puesto que están com-
puestas por prácticas cognitivas profunda-
mente diferentes en sus distintas dimensiones
—formas de conocimiento, verdad, legitimi-
dad, responsabilidad y política, que culminan
en sus propias patologías distintivas. El Cua-
dro 3 subraya estas diferencias.
puede convertirse fácilmente en algo aparente-
mente irrelevante9. En el intento de defender
nuestro lugar en el mundo de la ciencia, el inte-
rés por monopolizar el conocimiento inaccesible
puede conducirnos a una grandilocuencia
incomprensible o a un «metodologismo» estéril.
No menos que la sociología profesional, la
sociología crítica tiene sus propias tendencias
patológicas hacia el sectarismo involucionista
—comunidades de dogma que ya no ofrecen
ningún compromiso serio con la sociología pro-
fesional o la infusión de valores dentro de la
sociología pública. Por otro lado, la sociología
práctica es fácilmente atrapable por los clientes
que imponen las estrictas obligaciones contrac-
tuales en su financiación, distorsiones que por
otro lado pueden reverberar en la sociología pro-
fesional. Si la investigación de mercados termi-
na dominando la financiación de la sociología
práctica, como de hecho Mills temía que pudie-
ra ocurrir, entonces nos encontraríamos en una
situación muy comprometida. La migración de
los sociólogos a las facultades de empresariales,
de educación y de ciencias políticas puede haber
atemperado esta patología aunque no ha conse-
guido aislar a la disciplina de tales presiones. La
sociología pública no menos que la sociología
práctica puede sentirse libre de estas fuerzas. En
la búsqueda de popularidad, la sociología públi-
ca se ve tentada de complacer y adular a sus
públicos y, por lo tanto, de poner en entre dicho
sus compromisos profesionales y críticos. Exis-
te, por supuesto, el otro peligro de que la socio-
logía pública reduzca sus públicos en una espe-
cie de vanguardismo intelectual. De hecho, esta
patología se puede notar en el desprecio que C.
Wright Mills tenía a la sociedad de masas.
Estas patologías son tendencias reales y por
ello las visiones críticas de Jacoby, Patterson,
Berger y otros tantos hacia la sociología profe-
sional tienen su fundamento. Estas críticas se
equivocan, sin embargo, al reducir lo patológico
a lo normal. Evitan convenientemente referirse a
la importante y relevante investigación realizada
por la sociología profesional reflejada, por
ejemplo, en las páginas de la revista Contexts,
de la misma forma que pasan por alto las pato-
logías de sus propios tipos de sociología. Los
profesionales no tienen menos culpa en su acu-
sación de patología a la sociología pública cuan-
do la denominan «sociología pop» sin fijarse en
su robustez y ubicuidad. Hemos batallado entre
nosotros con demasiada facilidad, ciegos ante la
necesaria interdependencia de nuestros diver-
gentes conocimientos. Necesitamos unirnos en
una empresa común, hacer que nuestras sociolo-
gías profesional, práctica, pública y crítica sean
mutuamente responsables. De esa manera tam-
bién podríamos contener el desarrollo de las
patologías. La institucionalización del intercam-
bio recíproco requeriría de nuestra parte el des-
arrollo de un ethos común que reconociera la
validez de los cuatro tipos de sociología —un
compromiso basado en la urgencia que tienen
los problemas que tratamos. En el mejor de los
mundosposibles, en esta visión normativa, no
tendríamos que ser sociólogos públicos contri-
buyentes de la sociología pública, podríamos
serlo siendo sencillamente buenos sociólogos
profesionales, críticos o prácticos. El floreci-
miento de cada sociología permitiría el floreci-
miento de todas las demás.
TESIS VII: LA DISCIPLINA COMO CAMPO
DE PODER
En la realidad las disciplinas son campos de
poder en los que la interdependencia recíproca se
convierte en asimétrica y antagónica. El resultado,
al menos en los Estados Unidos, es una forma de
dominación en la que el conocimiento instrumental
prevalece sobre el conocimiento reflexivo.
Nuestro ángel de la historia, habiendo surgi-
do en los años setenta, fue atrapado por otra tor-
menta durante los años ochenta. La sociología
estaba en crisis —la caída en picado de las
matrículas de los estudiantes de licenciatura, el
empeoramiento de la oferta de trabajo para los
sociólogos, rumores de cierre de departamentos
e intelectualmente la disciplina parecía haber
perdido el norte. De la pluma de Irving Louis
Horowitz (1993) surgió el trabajo The Decom-
position of Sociology quejándose de la politiza-
ción de la sociología. James Coleman (1991,
1992) dedicó sendos artículos a los peligros de
Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225 213
Michael Burawoy Por una sociología pública
9 Hablo de «aparentemente» porque ante todo el programa de investigación de cada uno define qué es anómalo o contradicto-
rio. Si los resultados pueden parecer triviales, entonces el programa de investigación debe aguantar la carga de la relevancia y de
la perspicacia.
lo políticamente correcto y la invasión de la aca-
demia por parte de la norma social. El libro de
Stephen Cole (2001) What’s Wrong with Socio-
logy? reunió a distinguidos sociólogos como por
ejemplo Peter Berger, Joan Huber, Randall
Collins, Seymour Martin Lipset, James Davis,
Mayer Sald, Arthur Stinchcombe y Howard Bec-
ker. Todos ellos lamentaban la fragmentación de
la sociología, la incoherencia y la falta de acu-
mulación como en el caso de la verdadera cien-
cia —utilizando la imagen de la ciencia natural
o de la economía— ¡siempre integrada, cohe-
rente y optimista! Su optimismo de los años cin-
cuenta se deterioró ante el aluvión de desafíos
críticos que en los años sesenta y setenta recibió
el consenso de la disciplina. Ahora podemos
apreciar las consecuencias y la sociología, o su
concepción, estaba en peligro.
Quizá el ejemplo más interesante y minucio-
so de este género de escritura fue el libro de Ste-
phen Turner y Jonathan Turner (1990) The
Impossible Science que reconstruyó la historia
de la sociología desde este sombrío punto de
vista. Desde sus inicios, estos autores afirmaban
que la sociología no dispuso de una audiencia
sostenible ni de clientes y patrones fiables. Con-
tinuamente se vio invadida por las fuerzas polí-
ticas e interrumpida por una ascendencia cientí-
fica transitoria durante el período posterior a la
Segunda Guerra Mundial. Si existe una amena-
za común para todas estas narraciones sobre el
declive de la sociología es aquélla que atribuye
su malestar al poder subversivo de su conoci-
miento reflexivo bien sea en su forma de socio-
logía crítica o pública.
En un aspecto estoy de acuerdo con los parti-
darios del «declive»: nuestra disciplina no es
sólo una división potencialmente integrada del
trabajo también es un campo de poder, una
jerarquía más o menos estable de conocimientos
antagónicos. Mi desacuerdo, no obstante, se
encuentra en su evaluación del estado de la
sociología y el equilibrio de poder dentro de
nuestra disciplina. El declive de la sociología en
los ochenta fue breve. Lejos del abatimiento, la
sociología nunca ha estado en mejor momento
como en el momento actual. Las cifras de titula-
dos en sociología se han incrementado ininte-
rrumpidamente desde 1985 y están por delante
de Económicas y de Historia y casi al alcance de
Ciencias Políticas. Sin embargo, la producción
de doctores aún se encuentra por detrás de estas
disciplinas, si bien su número sigue crecimiento
desde 1989. Presumiblemente continuará su cre-
cimiento para así responder a la demanda de
profesores universitarios cuya tendencia no
muestra signos de reducirse. El número de
miembros de la American Sociological Associa-
tion ha crecido rápidamente en los últimos cua-
tro años, devolviéndonos al nivel de los años
setenta. Estos indicadores resultan sorprenden-
tes dado el hostil clima político en torno a la
sociología, aunque pudiera ser que este mismo
clima estuviera atrayendo a la gente hacia los
momentos crítico y público de la sociología.
Mi segundo punto de desacuerdo con los par-
tidarios del «declive» estriba en su amenaza
para la sociología. Creo que es la dimensión
reflexiva de la sociología la que está en peligro
y no la dimensión instrumental. Al menos en los
Estados Unidos las sociologías profesional y
práctica —una articula las carreras profesiona-
les, la otra los fondos— dictan la dirección de la
disciplina. La oferta de valores que supone la
sociología crítica y la oferta de influencias por
parte de la sociología pública no encajan con el
poder de las carreras profesionales y del dinero.
Puede existir diálogo a lo largo de la dimensión
vertical del Cuadro 1, pero los vínculos reales de
su simbiosis descansan en la dirección horizon-
tal, la creación de una coalición dirigente de la
sociología profesional y práctica y una mutua
colaboración subordinada de la sociología críti-
ca y pública. Este modelo de dominación deriva
del entronque de la disciplina en una constela-
ción más amplia de poder y de intereses. En
nuestra sociedad el dinero y el poder hablan más
alto que cualquier otro valor e influencia. El
capitalismo en los Estados Unidos es especial-
mente duro con una esfera pública que no es
sólo débil sino que está invadida por un ejército
de expertos y por una plétora de medios de
comunicación. La voz sociológica es fácilmente
ahogada. De igual manera que la sociología
pública tiene que afrontar una esfera pública
competitiva, la sociología crítica se tropieza con
la balcanización de las disciplinas y como resul-
tado de la discusión crítica se priva del acceso a
su más potente promotor —las disposiciones
paralelas en otras disciplinas.
El equilibrio del poder puede ser sopesado en
favor del conocimiento instrumental, pero aún
podemos hacer nuestra disciplina, creando los
espacios para fabricar una visión más audaz y
vital. Existe una contradicción entre la respon-
sabilidad de la sociología profesional con sus
Michael Burawoy Por una sociología pública
214 Política y Sociedad, 2005,Vol. 42 Núm. 1: 197-225
pares y la responsabilidad de la sociología públi-
ca con sus públicos, pero ¿debe llevarnos al
campo de batalla —cada una patologizando a la
otra? Para estar seguros de que las sociologías
crítica y práctica están en desacuerdo —una
dependiente de su autonomía, la otra de sus
clientes— pero si cada una reconociera algo de
la otra en su interior, la relación mutua podría
desplazar al antagonismo. En vez de conducir la
disciplina hacia esferas separadas podríamos
desarrollar una variedad de sinergias y compro-
misos muy fructíferos.
No existe lugar para explorar ninguno de los
antagonismos potenciales y alianzas dentro de
este campo de poder. Baste decir que si nuestra
disciplina puede permanecer unida sólo bajo un
sistema de dominación, permitamos que ese sis-
tema sea el de la hegemonía en lugar de el del
despotismo. Esto es, se debería permitir que los
conocimientos subalternos (crítico y público)
tuvieran espacio para desarrollar sus capacida-
des y para inyectar dinamismo en los conoci-
mientos dominantes. La sociología profesional y
práctica deberían reconocer su interés ilustrado
en el florecimiento de las sociologías crítica y
pública. Sin embargo, a corto plazo puede ser
perjudicial mientras que a largo plazo el conoci-
miento instrumental no puede prosperar sin los
desafíos de los conocimientos reflexivos, esto
es, desde la renovación y redireccionamiento

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