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-----------""'s��r----------- LAS PARADOJAS DEL ARTE INGLES Juan Vicente Aliaga E n 1955 el profesor Nikolaus Pevsner, nombre ilustre por su destacada contri bución a la bibliografía artística, dio las últimas pinceladas a una serie de confe rencias (que fueron transmitidas por radio) a las que puso por título The Englishness of English Art (Lo inglés del arte inglés) (1). A primera vista llama la atención que un estu dioso de su categoría, que había impartido cla ses en las universidades de Leipzig, Munich, Berlín y Frankfurt y que había sido nombrado «fellow» de St. John's College de Cambridge, pudiera interesarse por un tema aparentemente baladí; sin embargo, el autor de Sources of Mo dern Art y de Pioneers of Modern Design dedicó más de doscientas páginas, a no dudar enjundio sas y sesudas, a desgranar las razones que expli can ese misterio que se esconde detrás de la re presentación artística del carácter nacional. Con un ojo en verdad clínico, aunque con un estilo suelto y ameno, Pevsner nos deleita a la vez que entretiene sobre esta peliaguda y polé mica cuestión con el conocimiento de alguien que, pese a ser extranjero, vivió más de treinta años en tierras británicas. Como todo aquello que no puede explicarse concienzudamente, el preguntarse si existe o no una identidad nacional que se refleje en las di versas manifestaciones artísticas, es cuando me nos un asunto fascinante. A tenor de lo que Nikolaus Pevsner nos dice, ya otros eruditos e historiadores del arte habían intentado hincar el diente a tan resbaladiza ma teria. Entre ellos sobresale, quizá por su postura negativa al respecto, Roger Fry que, en su libro Rejlections on British Painting, se despachó de manera evidente sobre sus dudas en torno a la existencia de una palpable identidad nacional; sin embargo, otros investigadores han observa do un hecho que parece, si no obvio, al menos bastante posible: el que el arte inglés en casi to das las épocas se ha zafado del lastre de las teo rías dominantes en otros países y ha sabido fo mentar sus propios valores. Este carácter singular, único, a contracorrien te de las modas al uso, no ha dejado de atraer la atención de quienes prefieren ver en el arte la plasmación de una profunda y radical indepen dencia. El desapego hacia lo unívoco es asimis mo una condición defendida por quienes anhe lan resaltar los rasgos peculiares de un país o un artista a la vez que hacen caso omiso de los prin cipios estéticos mayoritarios. Baste con nombrar a Kenneth Clark ( en muchos aspectos fiel seguí- 40 dor de la estética de John Ruskin) para entender de qué estamos hablando. En el caso inglés que nos ocupa se puede tra zar un ritmo incesante, a lo largo y ancho de las evoluciones de su historia, que muestra, con al tibajos pero firmemente, ese deseo de ir «a re bours» de las convenciones foráneas. Pese a que puede observarse una continuidad en la influencia de la geografía en el arte inglés sería preferible -como así lo hizo N. Pevsner hablar de dicotomías, de polaridades, pues, de lo contrario podemos llegar a caer en un determi nismo absurdo en lo que se refiere a la aplica ción mimética de unos criterios dados, teniendo en cuenta que el arte se ve sometido a los cam bios y permutaciones experimentantes por las condiciones sociales, económicas, políticas e in cluso ambientales. No quisiera detenerme demasiado en la evo lución del arte inglés a través de los siglos, pues es otro mi propósito: ahondar en la idiosincrasia de las manifestaciones artísticas que se han pro ducido en esta dear old Blighty ( como gustaban en llamar los románticos, a Inglaterra) en el si glo XX, y en especial en las últimas décadas; sin embargo, para poder entender cabalmente la na turaleza creadora y la independencia de un Lu cían Freud o de un Francis Bacon, por citar tan sólo dos figuras diferentes pero igualmente des tacadas de ese linaje de artistas excéntricos que han sabido ganarse las iras de los etiqueteros de turno, parece conveniente que miremos atrás y exploremos el pasado. lCómo se ha manifestado, pues, lo inglés en el flujo y reflujo de los tiempos? lSe pueden es tablecer categorías al respecto? Si nos fijamos, por ejemplo, en los avatares de los estilos arqui tectónicos -el estilo llamado decorated y el per pendicular son los más conocidos por su difu sión en múltiples iglesias y catedrales desde la baja edad media hasta el reconocimiento, e in cluso más tarde (véase la bóveda de la abadía de Bath y las capillas de King's College en Cam bridge para el estilo Perpendicular y la catedral de Ely como una muestra fastuosa del Decorated (2)- veremos que existe una enorme polaridad entre el culto a la moderación y las despropor ciones que pueden observarse en distintas cate drales, dándonos a entender que gran parte de la historia de la arquitectura inglesa ha sido una pugna entre la austeridad puritana y la propen sión a lo desmesurado. A un lado el conservadu rismo y el afán por demostrar la prepotencia de la razón, y al otro, la fantasía, la imaginación, el reino de los impulsos irracionales. Sea como fuere, y una vez señaladas estas interrelaciones entre los diversos estilos ( es raro obtener un producto puro e inmaculado) que fluctúan de un lado para otro permaneciendo así una línea regular de actuación en la planificación arquitec tónica, realmente curioso indicar que el inglés, para hacer frente al acoso de las influencias ex tranjeras, prefirió ante todo seguir repitiendo las 1 Lucian Freud. Girl with a White Dog (1950-51). 2 Paul Nash: We are Making a New World. 41 2 Brit. ania _______ ,; ,.... "liltll fórmulas y los modelos de construcción propios en vez de asumir el legado europeo. Otro ejemplo de la obstinación británica lo te nemos en la época gloriosa del retrato a lo largo del siglo XVIII, sobre todo en relación a Ho garth cuya aprensión por todo lo que procediera del continente era de todos conocida hasta el punto que instaba a sus alumnos a quedarse en Inglaterra en vez de aventurarse a adquirir, en Roma o en cualquier otra ciudad europea, las enseñanzas de la preceptiva clásica. Huelga de cir que en los mismos años, y valga esto como ejemplo de esta polaridad de ideas y prácticas que venimos defendiendo, Reynolds -enemigo acérrimo de un pintor de la clase media como Hogarth- abogaba por la peregrinación a Roma para aprender el buen hacer de la «grande ma niere» de los pintores dados al clasicismo. Un testigo del transcurrir de la vida en Ingla terra a mediados del siglo pasado fue Ralph Waldo Emerson. En su libro English traits des cribe -admirado como estaba por un país que, en su opinión, era un modelo de estabilidad política y un ejemplo a seguir por su impecable pasión por las cosas útiles así como por su clari videncia y su sentido común-, con pormenor, la lógica del comportamiento social de los ingle ses, resaltando la falta de curiosidad de los isle ños por todas aquellas aportaciones provenien tes de allende los mares. «Hay, en esta isla her méticamente protegida, un rastro de inercia que se resiste a cualquier reforma» (3). Un siglo después resulta sorprendente, podría decir Emerson, que el «modus vivendi» y el «modus operandi» de este pueblo continúe, en lo fundamental, inalterado, aunque claro está que no todos los aspectos contenidos en English traits podrían mantenerse al pie de la letra. Exis te, empero, una constante línea de actuación que se puede observar hoy en día con bastante claridad: el desinterés hacia lo abstracto en favor de la percepción empírica de la realidad (la na die sorprende que el poeta más profundo que residió en Inglaterra en este siglo no fuera in glés? Me refiero, por supuesto, a T. S. Eliot), la hipocresía que se oculta tras las buenas maneras sociales (véase a propósito cualquiera de los múltiples humoristas que han aparecido en este país en estos últimos doscientosaños, que se hacen eco de la típica cant británica), los aspa vientos que produce la sola mención de la pala bra revolución (no es de extrañar al respecto que los artículos del cambio más serio experi mentado por la escultura inglesa en esta época, o sea, Deacon, Long, Cragg, Flanagan, etc., hayan sido tildados de revolucionarios tranqui los por la crítica especializada), los aires estrafa larios (véase la degeneración de la moda punk), la aparente preocupación por los valores mura les, el conservadurismo galopante (lqué más pa labras que decir Margaret Thatcher?). Entrando ya en un terreno específicamente artístico, merece la pena resaltar cómo una ex- 42 posición tal la celebrada en la Royal Academy of Arts desde el 15 de enero al 5 de abril de 1987 que llevaba por título: British Art in the 20th Century. The Modern Movement ha servido para volver a demostrar lo anclados que están ciertos criterios que responden, a mi modo de ver, a una mentalidad, si no provinciana, al menos ali corta. Me explico: El propósito de los organiza dores de esta ambiciosa muestra, que seguía a la de arte alemán de 1986, era hacemos ver que el arte inglés, pese al descrédito con que cuenta en los manuales de historia del arte, sí había sabido ser moderno. Para ello, en apretados capítulos que iban desde principios de siglo con la apari ción del grupo de Camden Town y de la cofradía de intelectuales y artistas afincados en Blooms bury hasta las figuras claves de los años setenta (Bruce McLean, Gilbert and George, Barry Fla nagan y Richard Long), se nos invitaba a un re corrido cuya única finalidad era la de equiparar a los artistas ingleses con sus congéneres euro peos o americanos para, de este modo, resaltar su visión vanguardista. A medida que uno se adentraba en las dife rentes salas de Burlington House, se veía con más claridad que, pese a los valiosos y enrique cedores intentos de algunos pintores como Dic kert (lréplica de Degas?) o Wyndham Lewis por reflejar el empuje de la estética moderna en sus respectivas obras, el espíritu de las vanguardias históricas había hecho poca mella en la sensibi lidad inglesa, y cuando sí había dejado alguna huella era más un calco que una comprensión sincera de las aportaciones del Modern move ment, y si no véase la aburrida y desabrida pintu ra de un Matthew Smith -al que los organizado res de esta exposición dedican una sala bajo el título The Resilient Figure junto a Mark Gertler ..gue no es más que una copia mala del peor Ma tisse. La obra de Henry Moore, que en este país se considera como la cumbre de la vanguardia y la gloria de la escultura inglesa del siglo XX, es en su misma estructura atemperada y poco estri dente la medida que nos sirve para entender cuál es la capacidad de atrevimiento del arte in glés emparentado con lo moderno: algo pobre, no cabe duda. Un tanto de lo mismo ocurre con la obra de Nash y Burra -a los que se ha querido relacionar con el surrealismo europeo por su participación en la exposición surrealista de Londres (junio de 1936)- que alcanza su tono más intenso y original precisamente cuando se aparta de los postulados estéticos defendidos por Max Emst o Yves Tanguy y profundiza en sus raíces más personales y visionarias ( como es el caso de los magníficos paisajes de una desola ción punzante pintados por Paul Nash en los años 20 y 30). Como se puede desprender de es tas líneas unas gotas no son suficientes para po der abordar con profundidad la problemática de la modernidad, y a muchos artistas ingleses les faltó para empezar el prurito por descubrir la Britania '9111 1 Tony Cragg. Sculpture. Minster (1987). Cortesía Hayward Gal/ery. 2 Boyle Family. Broken Path Study with Blue. Cortesía Hayward Gallery. 3 Adrian Searle. After Europe (1986). Cortesía del artista. 43 esencia del ser absolutamente moderno que de fendía Rimbaud. lEjemplos? Mil. La inseguri dad del mismo Henry Moore, dándonos una de cal y otra de arena a lo largo de su carrera artísti ca -obsérvese la enorme diferencia en lo que se refiere al tratamiento plástico de una obra como Three Points (1939-40) que epitomiza su explora ción de las realidades visionarias con la amalga ma de formas blandas y amorfas de sus Reclining figures que tanto éxito le dieron. Hasta un artista del que antes hablábamos, Paul Nash aparece disminuido cuando intenta emular la pintura de moda en Europa, pues la virtud y la gracia del surrealismo consiste en manifestar un mundo onírico que, antes de pa sar al campo de la pintura, ya había sido fragua do por las huestes de Breton y sus antecesores. La obra de Nash no sabe de metáforas lancinan tes pues responde simplemente, y así está su maravilla, al impulso personal, a la vez que reco ge el legado de Constable en esos cielos huidi zos y compactos, impregnados de un cromatis mo acre, sucio, deudor en cierto modo de los emborronados fondos de las acuarelas de Wi lliam Blake. lSe necesitan más pruebas de la pusilanimi dad del arte inglés? lSon acaso defendibles los timoratos retratos de Lawrence Gowing o la abs tracción totalmente desorientada del último Bomberg? lQué queda pues de valor en esta ris tra de nombres a los que se ha querido homolo gar con la feroz modernidad europea y ameri cana? Sin duda alguna lo que queda, que no es po co, se resume en la singularidad de Stanley Spencer cuya obra respira la ironía velada de una interpretación rayana en lo infantil del puri tanismo religioso, en la capacidad autodidacta de un artista que, aunque sabía de los hallazgos del cubismo, prefería la composición espacial propia del Quattrocento italiano. Una composi ción, no lo olvidemos, que subvertía con ese ai re hipocondríaco que rezuman sus retratos (véa se el prodigioso The sisters, 1940). Por otro lado, tenemos asimismo a Lucian Freud que, desde su mirada introspectiva, nos ofrece los platos fuertes de una figuración an gustiada en la que los personajes femeninos o masculinos mastican, en silencio, su desazón, embebidos como están por el miedo y la impo tencia. Y en esa línea de demarcación cabe citar a Francis Bacon y a Frank Auerbach. El primero es uno de los casos más extraordinarios en la historia del arte de este siglo. Nacido en Dublín, en 1909, de padres de origen inglés, pasó gran parte de su infancia en una granja aquejado de asma. Bacon nunca asistió a ninguna escuela de Bellas Artes, lo cual no le impidió lograr un ma nejo de la pintura en verdad envidiable. A pesar de ser un artista de fama internacional y haber expuesto en múltiples ocasiones en Inglaterra sus escenas de interior, en las que retrata la con dición degradada del ser humano, siguen horri- 44 pilando al sector de bien pensantes que frecuen ta las galerías. Si violento es un adjetivo que se ha atribuido a Bacon muchas veces, lo mismo podría decirse de Auerbach; sin embargo, quizá debido a la ex ploración de formas abstractas, la violencia en Auerbach no duele de la misma manera. Bacon nos da en sus telas un espejo del alma acorrala da, un espejo en el que contemplarnos; Auer bach, en cambio, rehuye esa confrontación di recta. Si seguimos empeñándonos todavía en defen der el ideario estético de las vanguardias (idea rio, por otra parte, tentador) como el único crite rio válido para decidir la calidad de una obra de arte, entonces estaremos excluyendo al arte in glés de esa categoría; por lo tanto, visto que la riqueza de planteamientos artísticos que hemos podido observar en la obra de Bacon, Freud, Spencer, etc., no depende ni está en función del concepto de originalidad defendido por las teo rías de Alfred Barr y Clement Greenberg (adali des de la modernidad), lno valdría acaso la pena dejar de insistir en estos mismos factores? Hasta que no demos una respuesta satisfactoria -y esa respuesta posiblemente hipoteque el dogmatis mo y la cerrazón de ciertos principios estéticos modernos- al porqué delnacimiento de estas expresiones artísticas distintas, no acabaremos de entender la idiosincrasia y la indomabilidad del arte inglés. Aprovechando que estamos en esta línea de argumentación, no está de más que salgamos al paso de la reciente polémica suscitada en la prensa especializada británica en torno al carác ter provinciano o internacional del arte inglés. Entre quienes apoyan, con algún que otro repa ro, la postura «provinciana» se cuenta Peter Fu ller, autor de varias recopilaciones de artículos de arte y polemista nato (su libro Images of God. Consolations of lost Illusions recibió un sinfín de insultos). Partiendo de la dualidad hombre-na turaleza, Fuller defiende el maridaje perfecto de este binomio que, en su opinión, ha sostenido lo mejor del arte inglés, sobre todo en sus mani festaciones más propensas a lo romántico. El ar tista inglés busca fundirse con la naturaleza en un proceso paulatino de conocimiento y tanteo con la finalidad de «interiorizar» su experiencia paisajista. Hasta aquí no se le pueden poner de masiados peros a su teoría; sin embargo, en el momento en que Fuller, llevado por un arrebato patriótico, llega a decir que la pintura americana de la generación del Abstract Expressionism pla gió al grupo de artistas reunidos en St. Ibes (Te rry Frost, Roger Hilton, Patrick Heron), uno no puede dejar de sonreír ante tamaña insensatez. Lo que tampoco explica Peter Fuller ( 4) es có mo de la absorción intelectual de un paisaje sua ve y ondulado como es el de estos lares, aunque con alguna que otra estribación montañosa de importancia, se puede haber producido una pin tura de cariz romántico en la que, al decir de crí- 1 Francis Bacon. Study for a Portrait of Van Gogh IV (1957). 3 2 2 Bi/1 Woodrow. One mine eight four (1984). Cortesía del Museo de Arte Moderno de Oxford. 3 Richard Deacon. The back of my hand n.3 (1986). Cortesía del Museo de Arte Moderno de Oxford. 45 ( ,..Br�t��ia ---------� tico y escritor de lance inglés, lo fantástico y lo irracional aflore en todo su esplendor apocalíp tico. «La vuelta a una tradición nacional ayudó a aliviar los roces entre el artista y un público más amplio ( ... )» explica refiriéndose al surgimiento de un nuevo romanticismo en los años 50 (5). Teniendo en cuenta que los ingleses son, se gún George Santayana, el pueblo que manifies ta de una manera más sana la armonía con su medio ambiente, Peter Fuller aprovecha esta máxima para abominar de las tendencias de índole internacionalista -realismo social, Pop Art, abstracción americana- para adormecerse en la nostalgia del pasado y en el rechazo con tundente de la Modernidad. Cabría preguntarle al autor de Beyond the crisis in art (6) si no le pa rece una interpretación más atrevida y explora toria de la naturaleza la obra de Richard Long en su afán por reunir los materiales básicos que conforman la autodestrucción del paisaje en vez de la fofa retahíla de pintores amanerados que él promociona. Puestas así las cosas en estos términos tan exacerbados casi nos vemos impelidos a defen der una causa que no nos place, o sea la acepta ción de los dictámenes del «estilo internacional» que Fuller repudia; sin embargo, no todo el monte es orégano y, como señala muy inteligen temente Stuart Margan (7) «El internacionalis mo no ha ayudado en realidad a romper las ba rreras sino más bien ha fomentado otros este reotipos. Así, el arte italiano es sexy y neoclási co; los alemanes, en cambio, prefieren dar gran des brochazos y dejar constancia de sus feas simbologías en sus obras ( ... )». No es de extra ñar entonces que, dada la proliferación de sim plezas y lugares comunes aludidos, se siga re produciendo el cliché del inglés como un perso naje que gusta del amateurismo, que es incapaz de aprender idiomas y que, sumido en su congé nita insularidad, se dedica a sorber té o a pasear, en una tarde lluviosa, por las ondulaciones mo nótonas de Hyde Park provisto de su más estra falario atuendo. Esta visión con anteojeras que considera al in glés como un especimen con escasa capacidad de abstracción se da de bruces con la pluralidad de opciones conceptuales que emergieron hacia mediados de los años 60 como reacción frente a tanta estridencia Pop. Aunque influido por la personalidad de algunos artistas estadouniden ses, el conceptual inglés aportó su toque irónico en los escritos y las fotos de Víctor Burgin, a ca ballo entre Wittgenstein y la reutilización de los lenguajes publicitarios. Claro está que, entre la panoplia de manifestaciones conceptuales -vídeo art, land art, mail art, etc.- también se dio la paradoja de que fue un grupo de creadores británicos (Art and Language) el impulsor de la más abstrusa e ininteligible de las elucubracio nes habidas y por haber. Entiéndese esto como un producto de las múltiples contradicciones y 46 de la complejidad que encierra en sí misma cual quier expresión artística. Quizá, como apunta Stuart Morgan, haya que desembarazarse de la etiqueta «arte inglés» para que podamos ver lo proteico y variado que es es te mismo concepto, que de tan rico, a veces, re sulta incomprensible y carente de significado. lEs esta otra de las paradojas del arte inglés? Hoy por hoy no contamos con una distancia suficiente para poder evaluar con precisión la di námica de las distintas tendencias que han apa recido en este país en los últimos diez o quince años, aproximadamente desde que la fatigosa reverberación de la postmodernidad saltó a la palestra; no obstante, para seguir el hilo de las paradojas que lleva consigo esta marca distintiva de lo inglés resulta bastante curioso indicar que es precisamente esta época que se distingue por . la falta de dogmas y el culto a la individualidad una de las más fructíferas para los creadores bri tánicos, y si no mírese la pléyade de nombres que componen la New British Sculpture, aunque de nuevo habrá que tener en cuenta que para empezar hay que matizar el contenido de esta etiqueta, diciendo que Anish Kapoor es hindú y Shirazeh Houshiary iraní y que, a pesar de vivir en suelo inglés, sus poéticas están claramente impregnadas por las formas y los colores de Asia. Más allá de estas categorías un tanto ab surdas sí es cierto que se dan algunas similitu des en la obra de artistas como Richard Deacon, Tony Gragg y Boyd Webb, por señalar tres esté ticas aparentemente distintas. En los tres existe un cierto complejo de buhonero, de aquel que va recogiendo los restos, la basura de los demás para, una vez en el estudio, recomponerla y dar le una dimensión que, a veces, raya en lo teatral. Deacon utiliza trozos de papel pintado o de ma terial plástico que combina con tela de arpillera o sacos rotos para cubrir o llenar los huecos de sus piezas de acero. Gragg prefiere la alineación de vasos rotos o frascos sucios sobre una mesa a modo de columnas vivientes de nuestra civiliza ción del despilfarro o bien eleva como torres ideales sus pilas de neumáticos. Webb, que es el más refinado, reúne en su taller moquetas, frag mentos de cascos de botellas o inmundicias para componer una fantasía onírica sobre la destruc ción y la agonía espiritual del mundo. El hom bre, cómo no, también está presente en estos ta bleaux vivants a los que luego fotografía en ci bachrome. La fascinación por la suciedad es algo que se adentra en los ritos y costumbres sociales britá nicos desde tiempos inmemoriales. Las escenas callejeras que retratara Hogarth con sus pandi llas de borrachos y ladronzuelos -véase Beer Street o Gin-lane- o la mugre en las calles londi nenses de las novelas de Dickens desprenden un olor semejante al que se puede respirar en la mayoría de los pubs hoy en día. Es ese hedor re concentrado a detritus y a comida pasada el que recoge Bill W oodrow en sus lavadoras desvenci- 2 , - J 1 David Ward. Charm, Beauty and Strangeness No. 9 (1986). Cortesía de Riverside Studios. 2 Peter B/ake.Self Portait with Badges (1961). 3 Henry Moore. Two Reclining Figures in Ye//ow and Red (1967). jadas y sus muebles roídos por la carcoma y que posiblemente encontró en algún solar de Brix ton para demostrarnos que existe un cordón umbilical entre lo inservible y la reutilización de lo que se cree un mero eco de la decadencia más lamentable. Y a había indicios de este prurito por lo degra dado en las fotografías en blanco y negro de Bill Brandt y cómo no en los collages de Peter Blake y el primer David Hockney y, para colmo, los grupos Pop no cesan de recordarnos en sus can ciones que England is dying, o quizá lo que esté feneciendo, aquello que se pudre día a día sea un concepto convencional y rutinario de lo que es el arte. No cabe duda que estos artistas ingle ses están haciendo todo lo posible para revitali zar esta sociedad moribunda y para ello no du dan en hacer uso de la agonía y la miseria, lno son acaso expresión ambas de la capacidad de resistencia del ser humano? Es en verdad admirable el espíritu de rehabili tación de un pueblo que se caracteriza por su sentido moralizador de la vida (para eso tuvie ron a todo un Dr. Johnson) y por hacer de las paradojas el hilo conductor diario. Conscientes de que nuestra cultura actual es tá hecha de fragmentos, la Boyle Family ( com puesta como el nombre mismo indica por Se bastián, Georgia, Joan y Mark, respectivamente, hijo, hija, madre y padre) desde su estudio de Greenvich se preocupan de tomar notas de res tos sueltos de pavimentos, de baldosas, alcanta rillas, mangueras o simples pisadas que recons truyen en fibra de vidrio, creando de un cuerpo inexistente una realidad más real que el objeto mismo, a la vez que nos despiertan la imagina ción en torno a la lenta degradación de nuestro medio ambiente. Claro está que, a pesar de las negras premoni ciones de las canciones de The Smith o The W aterboys y de esa retahíla de escritores preocupados por la sociedad post-nuclear (si es que habrá alguna), verbigracia Martin Amis o Angela Carter, no todos los discursos generados en el amplio espectro de la creatividad en Ingla terra especulan sobre la obsolescencia (ya saben ustedes lo dados que son por estos lares a lo mórbido) y sí hay algunos un poco más halagüe ños, aunque no nos debemos dejar seducir por las falsas apariencias. Para terminar, señalaré dos ejemplos de jóve nes artistas que han trabajado en torno a una hi pótesis en cierto modo semejante: la del destie rro del cuerpo humano de la superficie plástica, sea ésta fotografía, pintura o cualquier otro ele mento. David Ward, a caballo entre una fotogra fía de marcadas tendencias conceptuales y una pintura depurada y austera ha logrado convertir la redondez del cuerpo danzante del hombre en una simple espiral, una huella o un punto de luz. lPor qué ese miedo a la carne en un país que dedi ca prolijos espacios televisivos a examinar los exá menes del siglo? Quizá precisamente por eso. 48 La pintura de Adrian Searle también nos ha bla de supresión y de cercenamiento, pero en este caso se trata de enfatizar la desolación de la figura humana en un paisaje estéril que le resul ta, por su misma densidad, sobrecogedor y me tafísico. A la postre, lpor qué no reemplazar la silueta humana por una casa o una nube que son al fin y al cabo presagios del maleficio que se avecina? El lo hace. El arte inglés, contradictorio como ninguno y profundamente singular, florece en una atmós fera plural y abierta que ya no cuenta con la ré mora de las verdades irrefutables. Todo es posi ble y en este margen de polaridades y paradojas la obstinación, la terquedad aparecen como va lores positivos. Como en el famoso retrato de Van Gogh que pintara Francis Bacon en 1957, el inglés sabe que ir «against the grain» (a contracorriente) no es un camino fácil, pues está plagado de fluctua ciones e incertidumbres, pero al menos está convencido de que sólo la .locura de crecerse en la adversidad trae consigo ese destello ..-.. único del saberse, momentáneamente, •� satisfecho. � NOTAS (1) Nikolaus Pevsner, The Englishness of English Art. Penguin Books. Londres, 1986. (2) Véase al respecto el libro The Cathedrals of England de Alee Clifton-Taylor, especialmente los capítulos V, VI y VII. Publicado por Thames and Hudson. Londres, 1967. También resulta interesante el estudio de David Watkin, English Arquitecture. Thames and Hudson. Londres, 1979. (3) Ibid., texto citado de Pevsner, p. 202. ( 4) Against Internationalism. Publicado en Art Monthly, n 100. Octubre 1986. Páginas 12-14. (5) Ibid., p. 13. (6) Libro fundamental para entender las teorías de Peter Fuller sobre la tradición británica. Véase especialmente el capítulo III. Publicado por Writers and Readers. Londres, 1981. (7) Véase la entrevista realizada por Matthew Smith a Stuart Margan en Artscribe, n 61. Enero-febrero 1987. Pági nas 40-43. De próxima aparición: Libros Proféticos y Sapienciales (Tomo III) Transcripción, introducción y notas de Gonzalo Flor Smano Nuevo Testamento (Tomo IV) Transcripción, introducción y notas de José Mª González Ruiz 49 ra Giordano Bruno EXPULSION DE 1A BESTIA TRIUNFANTE. DE LOS HEROICOS FURORES Introducción, traducción y notas de Ignacio Gómez de Liaño Príncipe de Vergara, 81 • 28006 MADRID . Tel. 261 97 00 DISTRIBUYE ITACA, S.A. López de Horns. 1-íl • TeL-í16 66 00 ( 1-í líneas) 28002 MADRID Avda. Manuel Fernández. sin. • TeL ( 93) 381 �3 11 San Adrián del Besós • Barcelona
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