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Los velatorios en Venezuela P. Fernando CAMPO DEL POZO, OSA Colegio de San Agustín, Zaragoza I. Introducción con el porqué de este trabajo. II. Mis primeras experiencias de velorios venezolanos. 2.1. Primera asistencia a un velorio venezolano. 2.2. Cómo se reflejó mi primera experiencia en una publicación. 2.3. Experiencia lamentable de un aborigen guajiro con su velorio. III. Costumbres funerarias de los guajiros, el “alapajaa”. 3.1. Rito y etnografía del velorio guajiro denominado “alapajaa”. 3.2. El entierro propiamente o segundo entierro, secuencia “ojo´ itaa”. 3.3. Lo que sucede después del entierro o post entierro “süchiki ojo` itaa”. IV. Funerales de los motilones y los yupas. 4.1. Ritos fúnebres de los bari-motilones y su choque con los hacendados. 4.2. Ritos funerarios de los yupas. 4.3. Los velorios indígenas y su acogida por el rito católico. V. Conclusión sobre los velorios en Venezuela. El mundo de los difuntos: culto, cofradías y tradiciones, San Lorenzo del Escorial 2014, pp. 327-348. ISBN: 978-84-15659-24-2 I. INTRODUCCION CON EL PORQUÉ DE ESTE TRABAJO Como en este Simposium se trata especialmente del “mundo de los difuntos”, se pretende dar a conocer aquí algunas aportaciones interesantes sobre el ritos funerarios en Venezuela, especialmente entre los guajiros y otros aborígenes, como los motilones y los yupas, en la parte occidental del Lago de Maracaibo, donde el autor de este trabajo presenció varios velorios y recogió algunos datos novedosos. Como tenía hecho un breve trabajo sobre “El velorio venezolano”, convenía complementarlo con varias notas sobre los ritos funerarios de los guajiros y de otros aborígenes venezolanos, a los que tuvo oportunidad de conocer a mediados el siglo pasado. Hay en ellos, como en la cultura mestiza de Venezuela, una supervivencia de los ritos indígenas con algunos aditamentos religiosos de la Iglesia Católica. Casi todas sus tumbas fúnebres tienen la cruz, símbolo de un injerto o simbiosis religiosa que conviene resaltar con la creencia que se tiene de la persistencia del alma y la resurrección de los muertos. Siempre se ha tenido en Venezuela especial cuidado de los muertos con diversas manifestaciones de duelo y de velorios. Los guajiros, como los paraujanos, a cuya etnia perteneció probablemente Isabel, la esposa de Alonso de Ojeda, tenían y siguen teniendo manifestaciones especiales de duelo. No sólo hacen el velorio el día o días previos al enterramiento, sino que siguen teniendo el duelo durante varios días al lado de la tumba, incluso de noche. Así se explica que una india llamada Isabel apareciese muerta sobre la tumba de Alonso de Ojeda, varios días después de estar enterrado, al hacer el acompañamiento nocturno. La conoció a finales de agosto de 1499, después del día 24, cuando descubrió y recorrió el lago Coquivacoa. Alonso de Ojeda tomó consigo a esa indígena, se casó con ella y la puso el nombre de Isabel, recordado a Isabel la Católica, de la que era admirador. Ella le acompañó cuando vino a España y le libró de la muerte en varias ocasiones, porque le quería y sabía curarle las heridas de las fechas envenenadas. Parte de sus restos se encuentran actualmente en Ciudad Ojeda, población que recuerda al que dio en el nombre a Venezuela1. La muerte de Isabel sobre la tumba de Alonso de Ojeda, se comprende y explica por el velorio indígena. 1 CAMPO DEL POZO, F., “Alonso de Ojeda y su esposa Isabel, algunos datos biográficos de ambos” en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, vol. 61, n. 257 (1982) 151-157. LOS VELATORIOS EN VENEZUELA 329 Alrededor del fenómeno y misterio de la muerte se han desarrollado diversos ritos y celebraciones familiares, litúrgicas y sociales con un componente dinámico, religioso y vital que reflejan valores fundamentales de las comunidades e individuos según su cultura. Suele decirse en Castilla y León que se teme la hora de los elogios. Esto nos ayuda a comprender lo que sucede en Venezuela, a donde se transplantaron los usos y costumbres de España. Algunas ceremonias indígenas, como el velorio de los muertos, subsisten con peculiaridades distintas en algunas regiones de Venezuela, especialmente en el Zulia, donde todavía, a mediados del siglo XX, llegué a conocer algunas tribus en estado salvaje, como los llamados motilones, los yupas y otras tribus poco civilizadas, como los guajiros, que seguían conservando sus tradiciones autóctonas. Por eso, se les va a dedicar un estudio especial según la experiencia personal que se ha tenido en lo que se llama La Cañada, en la parte occidental del Lago de Maracaibo, donde había y hay una mezcla de varias tradiciones. Allí predominaba un velorio bastante parecido al que se hacía en los pueblos andinos y en los Llanos de Venezuela. Había otros especiales, interesantes y novedosos como los de los guajiros, los motilones y yupas. II. MIS PRIMERAS EXPERIENCIAS DE VELORIOS VENEZOLANOS Dos meses después de ser ordenado sacerdote, fui destinado a Venezuela, a donde llegué el 24 de agosto de 1956. Una semana después, con la noticia de que iba a ser nombrado párroco de El Carmelo, diócesis de Maracaibo, Estado Zulia, tuve que suplir quince días a un religioso en la parroquia de Charallave, capital del Distrito Cristóbal Rojas, en el Estado Miranda. Me tocó presenciar una escena lamentable, porque el párroco, un agustino español, no permitió entrar en el templo al cadáver de uno que había muerto en accidente, porque estaba divorciado y rejuntado, como allí se decía. Le estuvieron bailoteando más de una hora a la puerta de la iglesia, a donde no se les dejó entrar, y luego lo llevaron al cementerio dando dos pasos para adelante y uno para atrás. Se tardaba más de dos horas en recorrer menos de un Km. Ese día oí que le habían hecho un velorio por todo lo alto, porque era rico. Era la primera vez que oía la palabra “velorio” y me di cuenta de que en Venezuela no se podía negar la entrada del cadáver de un cristiano católico en el templo, aunque hubiese muerto en circunstancias adversas y entonces reprobadas por la Iglesia Católica, si lo pedían los fieles, especialmente los familiares. Se trata de una obra de misericordia y hay que tener en cuenta las circunstancias. Entonces me enteré de que otro religioso español estuvo a punto de ser linchado, porque se oponía a que entrase en la iglesia el cadáver de un hombre católico muerto en un caso parecido. P. FERNANDO CAMPO DEL POZO, OSA 330 2.1. Primera asistencia a un velorio venezolano El 26 de septiembre de 1956, con el nombrado párroco, viajé hacia en El Carmelo, Municipio La Cañada de Urdaneta, en el Estado Zulia, diócesis de Maracaibo, al lado del Lago de Maracaibo. El nombre de La Cañada tiene su origen en el camino ancho y real abierto durante la Colonia para entrar en las haciendas con el ganado. Limitaba esta parroquia por el sur con la misión de los PP. capuchinos de Machiques y Perijá. En esa región se fueron formando haciendas y hatos que dieron subsistencia a un paisaje especial y digno de verse, porque “en él se conjugan la aridez y austeridad de monte con las playas románticas, pobladas de cocoteros y palmeras”. Allí se tiene especial devoción a cuatro advocaciones marianas: La Inmaculada, Ntra. Sra. de Chiquinquirá, Ntra. Sra. del Carmen y Ntra. Sra. del Rosario2. La parroquia de El Carmelo tenía en 1956 una extensión de más de 20 kms. de ancho por 40 Kms. de largo, en la parte occidental del lago de Maracaibo, hasta cerca el río Apón. Era la parroquia más grande en extensión y también una de las más pobres económicamente, aunque rica por su devoción a la Virgen del Carmen, cuya iglesia se ha convertido en santuario mariano. La población de esta parroquia no llegaba a los 10.000 habitantes y actualmentetiene 18.588 con San José de Poteritos que ha pasado a formar otra parroquia distinta. Allí se hicieron realidad mis primeras ilusiones sacerdotales. Pude ver cómo en las fiestas patronales participaban mayoritariamente, aunque el cumplimiento de la misa dominical era deficiente. A los entierros asistían muchos y también a los velorios en el día y noche anteriores. Una parte de La Cañada, dentro de la parroquia de La Concepción, se denominaba “la Guajira”, porque había allí bastantes guajiros. No se puede precisar cuántos guairos había en La Cañada, porque la mayor parte estaban de obreros en las haciendas y procedían de la Guajira colombiana. Probablemente había más de 2000. Había bastantes mestizos de guajiros y de otras razas. Predominaban los criollos de raza hispana sobre mestizaje en aquella región. A los ocho días de haber tomado posesión de esa inmensa parroquia, fui invitado a rezar un responso por la noche a un hato en medio de la selva. Me dijeron que el párroco anterior ya le había administrado los sacramentos y preparado para ir al otro mundo o la eternidad. Me fueron a buscar con un vehículo. Al llegar, me di cuenta del ambiente que era propicio para que nadie se durmiese allí. Recé un responso con la participación de los asistentes y hasta me invitaron a rezar el santo Rosario. Le cedí los honores de presidir el rezo a una buena Señora que tenía el Rosario en las manos y al final improvisé 2 CAMPO DEL POZO, F., La Virgen en La Cañada, Maracaibo 1957, pp. 9-10. LOS VELATORIOS EN VENEZUELA 331 mi primer sermón funerario acudiendo a una frase atribuida a san Agustín: “las flores se marchitan, la lágrimas se evaporan y la oración sube al trono de Dios”. Querían que me quedase toda la noche y no me era posible. Al dar el pésame de despedida a los familiares, me daban un medio abrazo y agradecían la condolencia muy cariñosamente. Algunas mujeres hacían que lloraban con lamentaciones. El mismo que me había ido a buscar, me llevó a la casa parroquial. Comenté lo que había visto con el P. Juan Antonio Martínez, párroco de La Concepción, que sabía de sobra lo que eran los velorios y se alegró de que no me hubiese quedado. Como párrocos, lo que nos correspondía, era hacer bien el entierro y aprovecharlo para evangelizar. Se tenían tres toques distintos con la única campana que había en la torre de El Carmelo. El entierro resultó muy concurrido. El párroco anterior me dijo que no convenía ir al cementerio. Esto lo había aprendido en Charallave. 2. 2. Cómo se reflejó mi primera experiencia en una publicación La experiencia del primer velorio y lo que sucedía en La Cañada fue objeto de un artículo, que se publicó el año 1960 en la revista Apostolado, con el título “el velorio venezolano”, donde se afirmaba que en Venezuela los velorios suelen resultar bastante costosos para los familiares que sobreviven al difunto y se añadía: “Además del dolor por la irreparable y sensible pérdida, tienen que aguantar y trabajar mucho para allegar comestibles y bebidas, buscar asientos, mesas, etc., como si se tratase de un festín. Los familiares del muerto reciben el sentimiento de duelo con un abrazo tradicional de los visitantes. En la sala próxima a la caja mortuoria están los familiares y dolientes, que lloran alto y exclaman muchas interjecciones encomiástica. [Era el caso de una madre]: ¡Ay mi madre, caramba qué buena era! ¡Caramba! ¡Qué buena era! ¡Se murió mi madre, caramba! ¡Ay, ya no te volveré a ver! ¡Te vas para siempre! ¡Caramba!”. Durante el velorio, unos comentan las virtudes del muerto; otros superan a Job y a Jeremías en lamentaciones lúgubres; y no faltan corrillos, que juegan al dominó, a las cartas o simplemente hacen guardia; pero después de haber bebido algo, comienzan a hablar del muerto y terminan contando chascarrillos. La noche es muy larga para llorar, para jugar, reír y murmurar. En cierta ocasión en que iba a sacar un muerto de la casa, oí claramente a una mujer que le decía a su hija: “No llores que te vas a descomponer”. A lo P. FERNANDO CAMPO DEL POZO, OSA 332 que contestó la hija: - “Mamá no te preocupes, sólo hago que lloro”. Como ésta había otras jóvenes que de buena gana le obsequiarían al muerto algunas lágrimas; pero tenían que hacer que lloraban, como el cocodrilo. “No faltan personas curiosas que se colocan en puntos claves para ver lo que les interesa. De cuando en cuando se sirve una taza de café; si la familia es pudiente, se da una cena con las bebidas que suelen despabilar el sueño de los visitantes”. Se concluía el artículo diciendo que hay velorios, a donde concurren personas que están toda la noche y otros que van por turnos de unas dos horas. En los momentos de cambio de los que van y vienen se oye y se repite: “¡que bueno o qué buena era, caramba!”3. Se mencionaba al escritor venezolano, Miguel Mármol que escribió un libro satírico sobre los “velorios”, donde llegó a decir, “que si por algo no quisiera morir, sería por eso del velorio. Preferiría marcharse al otro barrio sin disfrutar de esa juerga póstuma, que llaman velorio para no ser molesto y gravoso a la familia después de muerto. En los velorios no todo es jolgorio, hay que reconocer que también tienen cosas buenas: demostración de un postrer cariño, en donde los visitantes y amigos se conduelen con los deudos”4. Al lado de los elementos un poco folklóricos había también connotaciones positivas, porque el velorio concitaba a los familiares, a los antiguos amigos, condiscípulos y a los conocidos, que manifestaban su admiración al difunto y a los familiares a los que daban su condolencia luctuosa y se unían en la oración con la esperanza de la resurrección. 2. 3. Experiencia lamentable de un aborigen guajiro con su velorio indígena Se expone aquí cómo fue el entierro de un aborigen guajiro que murió de forma violenta a machetazos por sicarios, al que se le hicieron los oficios fúnebres en la iglesia parroquial y luego tuvo ritos muy especiales en el cementerio. El hecho sucedió en 1958, cuando, por rivalidades entre dos familias de hacendados criollos y mestizos, fue asesinado un joven, miembro de una de ellas, durante las fiestas de la Virgen del Carmen. El párroco oyó decir al sacristán que la cosa se iba a poner muy buena con una “matazón”. Aunque habían detenido al agresor, iba a haber más muertos ese mes por violencia. El sacerdote procuró poner paz y visitó a las dos familias rivales y al presunto asesino para llegar a un arreglo. Aceptaron casi todos, aunque alguno le dijo 3 CAMPO DEL POZO, F., “El velorio venezolano”, en Apostolado, Valladolid, n. 205 (1960) 54-55. 4 MARMOL, M., Los Velorios, Caracas 1905, p. 372. LOS VELATORIOS EN VENEZUELA 333 que al salir de la cárcel, harían justicia, porque habían jurado la venganza, como la ley del talión, “sangre por sangre”. La venganza de sangre se supone que fue suprimida en Egipto por la diosa Isis y especialmente por Jesucristo5. Se le ocurrió al párroco proponer a la familia del que estaba preso la conveniencia de que, al salir de la cárcel, se fuese a un lugar lejano, como a una de las haciendas del sur del lago de Maracaibo para que no le matasen. Salió pronto de la prisión por atenuantes y porque poderoso caballero es don dinero, y se fue a una de las haciendas de su familia al sur del lago, en Santa Bárbara de Zulia y Encontrados. Cuando se enteraron de que fue el párroco el que le había aconsejado esto, decidieron aplicarle la “ley de sangre” como venganza. Concertaron a un guajiro llamado Rafito (Rafael) que a veces hacía la limpieza en los aledaños de la iglesia y medio le emborracharon con la misión de que cortarse la cabeza al cura. Un domingo por la tarde, cuando el sacerdote estaba en el despacho parroquial leyendo las obras de san Agustín,entró Rafito, como se le llamaba amigablemente, machete en mano. El sacerdote creyó que iba a realizar limpieza del patio, por lo que se levantó y se fue hacia él para decirle que era domingo y no se podía trabajar. Le dio dos bolívares que era lo que solía darle cuando hacía la limpieza. Rafito se desconcertó. La sorpresa del sacerdote fue grande cuando Rafito le dijo: “gracias Padreçito. Me han paloteado y contratado para que le eche machete”. El sacerdote le interrumpió diciéndole: “Creí que venías también para ver a la Virgen del Carmen. Vamos a la iglesia”. Fueron los dos, como amigos, por el patio hacia la iglesia para rezar una Salve ante la Virgen del Carmen. Luego se despidieron como amigos y se fue Rafito con la bendición del cura. Había algunas personas observando y una de ellas, la hija un guajiro, se le acercó al sacerdote para decirle: “Le ha salvado la Virgen del Carmen”. El sacerdote lo consideró ciertamente una gracia o milagro de la Virgen del Carmen, cuya historia en El Carmelo había escrito y le dio las gracias, prometiéndola ponerla en una guarnición de plata y oro, cuando pudiese, ya que la tabla donde estaba pintada se merecía una buena ornamentación. Esto se hizo luego en 1961 con un marco de plata y oro, sobre un pedestal valioso con el escudo de Venezuela. Se convirtió en santuario. El sacerdote no dio notificación de esto al obispo, ni se lo comunicó a los demás sacerdotes. Quedó en total silencio y no se publicó en el Boletín 5 PEREZ-LLANTADA Y GUTIÉRREZ, F., Herencia criminal, Maracaibo, Maracaibo 1975, p. 14 y 17 Reconoce que hasta Manuel Kant admitió la ley del talión. Siendo defendida esta tesis en la Universidad del Zulia, Maracaibo, sorprende que omita el problema de “la venganza de la sangre” de los guajiros. P. FERNANDO CAMPO DEL POZO, OSA 334 parroquial, ya que esa parroquia, unos diez años antes, había estado en entredicho, porque el párroco había sido agredido sin causa justificada. Un mes después se divulgó la noticia de que habían descuartizado a Rafito, el guajiro, cuyos restos mortales fueron llevados a la iglesia por la policía en una especie de cajón de 0.50 por 0.50 m., que estaba precintado y no se podía abrir. En el funeral, el párroco puso el catafalco cubriendo al cajón y se celebró la Eucaristía con cierta normalidad. Había bastantes guajitos que deseaban saber quién le había matado para vengarse. Entre las dos familias rivales se restableció la paz con tranquilidad en el orden, como dijo san Agustín6, en la parroquia de El Carmelo. Se pudo saber después de haberle hecho los oficios religiosos en la iglesia que durante varios días habían estado algunos guajiros al pie de su tumba incluso durante la noche con una fogata. Se oyó decir, que como era costumbre guajira, entre otras cosas, habían puesto al lado de la tumba un gallo vivo y fino como una representación de la valentía de la víctima. Como había sido asesinado planificaron la venganza del asesino o su familia. Había espera pero no rebaja. Su ley penal era también “sangre por sangre”. Gracias a Dios y a la Virgen del Carmen no hubo venganza. Hubo un segundo entierro, en el que limpiaron los huesos del cadáver de Rafito para llevarlos a la Guajira. Se comentó esto con una maestra de origen guajiro llamada Evelina y con dos capuchinos, los PP. Felix de Vegamián y Vicente de Gusendos (Braulio González) que aclararon lo del segundo entierro entre los guajiros y el alapajaa. Este hecho me llevó a conocer mejor el rito funerario de los guajiros con los que tuve bastante trato, especialmente con Evelina. Esta maestra, cuando supo que tenía la gramática guajira de Rafael Caledón7 y quería aprender su lengua, se oponía para que no supiese sus tradiciones y misterios. Se alegró mucho en 1958 cuando le dije que un agustino, P. Francisco Romero, había visitado la Guajira, donde había destruido algunos de sus templos e ídolos, de los que llevó algunos ejemplares al rey de España y al papa para poner remedio a sus idolatrías. Se quedó con el libro el Llanto Sagrado y la vi emocionarse cuando leía algunos episodios8. La lengua guajira es Makro-Arawak9. Aquí nos interesa más el velorio guajiro con el entierro y también el pos-entierro con sus etapas que están estrechamente vinculadas y conviene distinguir. 6 De civitate Dei, XIX, 13,1. 7 CALEDON, R., Gramática de la lengua guajira, vocabulario y catecismo, París 1886. Es un libro raro y lo conservo como una reliquia lingüística, junto con otras gramáticas indígenas. 8 ROMERO, F., El Llanto Sagrado de la América Meridional, Bogotá 1955, pp. 88-95. 9 CAMPO DEL POZO, F., Los Agustinos y las lenguas indígenas de Venezuela, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas 1979, p. 59. LOS VELATORIOS EN VENEZUELA 335 III. COSTUMBRES FUNERARIAS DE LOS GUAJIROS: EL “ALAPAJAA” La mayor parte de los guajiros viven en la península de su nombre, donde siguen conservando costumbres ancestrales. Los que vivían en La Cañada, eran en su mayoría obreros o peones en las haciendas. Al estudiar la lengua guajira, pude conocer mejor sus tradiciones funerarias. En la Guajira existían unos 30 clanes que se subdividían en linajes. Cada clan podía llegar a contar con 2000 personas dispersas Lo palabra guajiro viene de wayuu o guayú que significa nación o nosotros, aunque algunos, como A. Jhan, consideran al guajiro como proveniente de gushire, palabra arahuaca que significa, “señor rico y poderoso”10. Los guajiros pertenecen al grupo étnico wayuu. Habitan en la península de la Guajira políticamente dividida entre Colombia y Venezuela. Se calcula más de medio millón en la parte venezolana. En las haciendas de la Cañada había más de dos mil braceros guajiros a mediados del siglo XX. Los distribuía el cacique Epiayú (Ramoncito Ramírez). Llegó a ser uno de los más ricos y en su velorio se gastaron más de un millón de bolívares al morir en junio de 195411. Las mujeres son muy sumisas y servidoras. Suelen pintarse el rostro con un maquillaje para librarse del sol. Su institución familiar es la monogamia aunque existe también la poligamia. La mujer era respetada y bien considerada, aunque algunas eran cedidas o hipotecadas por una dote, siendo fieles a su amo que les proporcionaba alimentos y vivienda. Las jóvenes de buena clase solían pasar por el “blanqueo” que consistía en encerrar o retener a veces a la joven cuando llegaba a la pubertad hasta dos años, como preparación nupcial, según ha descrito Rómulo Gallegos en su novela: “Sobre la misma Tierra”12. Tenían gran respecto por los muertos, pues creían en la inmortalidad del alma. Admitían que desde un principio Maleiwa había determinado que en los velorios deben repartirse los animales, si son ricos más. Se daba la entrega de animales y otros tributos como lo que se llamaba “tributo de lágrimas” (e´irapa`anaa) de las mujeres. A finales del siglo XX se han hecho estudios especiales sobre la etnia guajira en el Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Antropológicas de 10 JHAN, A., Los aborígenes del occidente de Venezuela, Caracas 1927, pp. 32-33; OCANDO YAMARTE, G., Historia del Zulia, Maracaibo 2004, pp. 90-91. Considera más probable la opinión de A. Jahn, aunque es más segura la otra. 11 POBLADURA, P. de, Héroes, León 1976, p. 75, donde se cita al “El Universal”, 27 junio de 1954. 12 GALLEGOS, R., Obras Completas, II, Madrid 1976, pp. 896-899. P. FERNANDO CAMPO DEL POZO, OSA 336 la Universidad de Zulia, Maracaibo, sobre sus velorios (alapajaa) por José Enrique Finol con la colaboración de José Ángel Fernández, que fue secretario de cultura de la Gobernación del Estado Zulia, del Dr. Jesús Álvarez experto en temas sobre la Guajira y del maestro guajiro Miguel Ángel Jusayú13 . 3.1. Rito y etnografíadel velorio guajiro denominado “alapajaa” Según la cultura guajira se muere dos veces, por lo que se practican dos entierros. Se muere por primera vez cuando el alma se separa del cuerpo y sigue viviendo en el más allá (jepira) y luego por segunda vez cuando se exhuman los huesos y se colocan de nuevo, una vez limpiados, en el cementerio familiar y en su definitivo sitio. El velorio o alapajaa tiene lugar en la casa familiar. La palabra alapajaa significa estar en velorio. Cuando muere un guajiro, después de un breve tiempo se hace un reposo entre 30 y 60 minutos, luego se le embalsama, dándole sal y echando medio litro de chirinche (ron) en el estómago. Actualmente el ron o chichamaya se sustituye por formol. Posteriormente se hace la participación a los familiares, a las amistades más allegadas y a las personas que por su situación económica o social merezcan la deferencia de invitación. Ninguna persona que haya recibido la invitación puede rehusar asistir al velorio. Se les recibe saludablemente con las atenciones que se merecen y se les asigna lugares o puestos específicos, como chinchorros. Los familiares del muerto se convierten en anfitriones para ofrecer alimentos y bebidas. Comienza el rito propiamente con el lloro colectivo (a´yalapajaa) que se continúa a lo largo del velorio. Lo suelen hacer mujeres plañideras, que cubren el rostro con un pañuelo negro. A esto se unen exclamaciones y emisiones de fuertes alaridos con una expresión patética del dolor. Mientras tanto se reparte carne cocida, ron, tabaco, etc. Los familiares más cercanos no suelen consumir la comida que reparten. Si sobra carne cruda se reparte al final. Se suele pasar a los niños de la familia por encima del cadáver para evitar que los llame a morir después de él Cumplida la primera parte del velorio se procede a sacarle de la casa, los familiares proceden a cargar con el cuerpo. Si se le lleva en ataúd o féretro, se procura cerrarlo con mucho cuidado. Cuando está afuera de la casa se hace uno o dos disparos para indicar que se despide de la casa y se avisa que se va camino del cementerio para la segunda parte del velorio. 13 FINOL, J. E., “Etnografía del rito: reciprocidad funeraria entre los guajiros”, en Circuito. Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, vol. 6, n. 17 (1999) 173-186. LOS VELATORIOS EN VENEZUELA 337 3. 2 El entierro propiamente o segunda secuencia “ojo´ítaa” Al llegar el cadáver al cementerio hacen nuevos disparos al aire. En esta segunda parte se tiene como fundamental la sepultura el cadáver. Una vez en el cementerio se reanuda el lloro quejumbroso que se ha tenido anteriormente. De nuevo se reparten alimentos y bebidas. Esto se considera como un valor de comunicación con el mundo de los muertos para tenerles contentos y que puedan embriagarse Antes de dar sepultura al cadáver, se colocan a su lado arepas de maíz, un litro de ron o aguardiente, carne y una botella de chicha, como viático y bastimento en la nueva vida. Entonces las mujeres o plañideras lloran con más intensidad y se hace una especie de diálogo o lamentaciones con el muerto como si pudiera escucharlas. Finalmente, los hombres proceden a dar sepultura al cadáver, después de lo cual, los invitados pueden permanecer varios días más con lamentaciones y lloros, sin que falte la bebida y los alimentos. La duración depende de la categoría del muerto y de sus familiares o allegados, que colaboran. Se reparten animales, (vacas, ovejas o cabras) y bienes del difunto, pensando que eso mismo recibe en el más allá, jepira. Los animales de un hombre rico deben repartirse cuando muere, como tributo de lágrimas y compensación a los asistentes al velorio. Aunque el guajiro no fuese rico, el velorio sigue varios días en el cementerio con una fogata muy significativa del más allá como la resurrección. La duración de la fogata podía durar hasta un mes con el velorio. Entre los católicos se suele equiparar al cirio pascual y hasta se sustituye con un novenario, durante el cual se reparte comida y bebida. La utilización del fuego tiene un carácter semiótico. Recordé esto cuando visité el museo etnológico de Antalya (Turquía) donde los mausoleos o tumbas de los grandes personales, que allí se conservan, tienen una especie de puerta con fuego. La iluminación del fuego augura la visión en la otra vida. Eso viene a indicar que después de la muerte del cuerpo subsiste el alma. Hay una creencia en el más allá, aunque no siempre se puede explicar. En el cristianismo se sabe dar una explicación desde la fe y es aceptada por los guajiros convertidos a su manera. 3.3. Lo que sucede después del entierro o post entierro (süchiki ojo´itaa hamakaa) Después del entierro algunos siguen en el cementerio al lado del fuego y otros se van a sus casas. En la noche posterior al entierro, de madrugada, los P. FERNANDO CAMPO DEL POZO, OSA 338 familiares tienen un baño colectivo y luego una comilona. Los familiares o invitados que no pudieron asistir al velorio reparan esta falta después. Llegan al cementerio y lloran largamente ante la tumba. Luego van a la casa del difunto y lloran también allí sobre sus pertenencias. Esto sucede cuando viven en lugares apartados y llegan tarde. Se pudo comprobar esto con algunos de los que estaban en las haciendas, donde las noticias tardaban varios días en llegar o no podían salir. Al mismo tiempo pagaban un tributo de familiaridad. Pasado algún tiempo, pueden ser varios meses o años, se designa o suele ofrecer una mujer, aunque puede ser un hombre para la ceremonia de la limpieza de huesos y la despedida final del alma. El día concertado en que se va a iniciar el rito del segundo entierro, la persona designada se baña muy temprano, porque se exige limpieza, y va con un grupo de los familiares más allegados al lugar donde está tumba. Allí se cavará para quitar la tierra y se romperá la bóveda para sacar el cadáver. Luego se recoge la ropa o trapos y demás enseres que se colocaron cuando fue enterrado. Lo primero que se saca es la cabeza que se envuelve en una sábana. Luego se sacan los huesos con mucho cuidado y se limpian bien para colocarlos en una vasija de barro boca arriba y ancha (jula´a). Esto se lleva a la casa y se coloca en un chinchorro bajo una enramada con los consabidos llantos y lamentaciones, mientras se tienen ciertas ceremonias, se come y bebe recordando al que van a despedir para siempre. Se le coloca en una vasija o urna boca arriba para que pueda salir el alma hacia el cosmos siguiendo la vía láctea que es el camino que recorren los muertos hacia el jepira definitivo o el más allá. Después de varios días de velorio, como en la vez primera y con mayor solemnidad, se llevan los restos a una tumba nueva entre grandes alaridos, gritos y exclamaciones de despedida esperando que el alma del difunto disfrute definidamente del descanso eterno jepira, que equivale a lo que los cristianos llamamos cielo, donde convivirá con los antepasados. Las urnas como los panteones suelen ser diversos y dependen de la economía de la familia. Al mismo tiempo suelen tener oraciones, misas y novenarios cristianos. La cruz suele presidir sus panteones. Creen en el alma y en la resurrección, junto con otros espíritus como (guandru) y el auxiliar ejecutivo (yorujá). Tienen ritos muy perecidos en las distintas regiones de la Guajira. Los guajiros tenían sus piaches con muchos conocimientos de medicina natural y procuraban la salud del cuerpo y del alma. Algunos eran curanderos y realizaban una buena labor asistencial, llenando el vacío de los médicos y hasta asistiendo a su lado, porque la gente tenía más confianza en ellos que en los médicos. Puedo dar testimonio de lo que me sucedió como sacerdote al visitar a D. Benito LOS VELATORIOS EN VENEZUELA 339 Roncajolo, que fuegobernador de Maracaibo en el Estado Zulia y benefactor de la parroquia de El Carmelo. Además de su mujer legítima que vivía en Caracas, tenía una querida o segunda esposa guajira, muy devota de la Virgen del Carmen. Al estar en peligro de muerte D. Benito Roncajolo, me pasó aviso para que fuese a verle y atenderle también espiritualmente en el hospital. Durante la visita mandó poner un cartel en la puerta para indicar que le estaba confesando y administrando los últimos sacramentos. En realidad no hubo confesión, porque estaba allí la guajirita, su querida, que le estaba administrando unas pócimas recomendadas por el piache o curandero. La supuesta confesión duró más de una hora. Me limité a darle la bendición y prepararle para una buena muerte. Entre los remedios que tomó fue un plato de maíz pilado que le estaba prohibido por los médicos y le devolvió la salud. Una monja de Santa Ana me mandó el encargo de que el “viático” o extremaunción, que supuestamente le había administrado, le había devuelto la salud. Se había sorprendido de lo mucho que duró la confesión. Cuando murió, la esposa guajirita le hizo el velorio, como Isabel, la esposa de Alonso de Ojeda. Fue a rezar por él ante la Virgen del Carmen y le ofreció un ramo de flores. Los capuchinos, con las religiosas de la Madre Laura, han desarrollado una buena evangelización y obra social con los jóvenes en Santa María de Guana y en otros centros comarcales de la Guajira, logrando que se hagan también los funerales según los ritos católicos, ya que la mayoría son cristianos. IV. RITOS FUNERARIOS DE LOS BARI-MOTILONES Y YUPAS Al estar la parroquia de El Carmelo limitando con la misión de los capuchinos en Machiques y Perijá, se ha podido tener también información especial sobre los ritos, usos y costumbres funerarias de los llamados motilones y los yupas, a los que llegué a conocer y tratar en estado semi-salvaje, tomando notas de sus costumbres Gracias a los capuchinos, que han realizado una gran labor evangelizadora y docente en sus colegios-internados como los Ángeles del Tukuko y en la Misión de Machiques, se tiene buen conocimiento de los bari-motilones y los yupas. Durante los años 1957-1962, entré varias veces en la zona de los llamados motilones con el P. Vicente de Gunsendos (Braulio González) y traté de cerca a Mons. Angel Turrado y a los PP. Félix de Vegamián, Adolfo de Villamanán y Romualdo de Renedo, que llegó a ser obispo de Machiques. Ellos me acogieron muy bien y puedo dar testimonio de que procuraron cristianizar los velorios indígenas. P. FERNANDO CAMPO DEL POZO, OSA 340 Los llamados motilones o dobokuki, eran de la familia chibcha. Distintos de ellos eran los yupas de la familia karib y se les llegó a confundir algún tiempo con los motilones. Los yupas eran una nación indígena muy diferente de los dobokuki. Estaban aislados en la zona de Perijá y al mismo tiempo separados de los motilones por el río Rotayonto, que crucé cuando era zona de nadie y neutral entre ellos, con ciertos riesgos y peligros, porque hasta ese río hacían excursiones para la pesca. Los yupas han estado en plan de guerra y defensa contra los motilones con flechamientos mutuos y hostigamientos por los hacendados y compañías petroleras. Los propiamente motilones hablaban el dobokubí, de la familia chibcha, mientras que los yupas eran karib de distinta lengua con vestigios de los tunebos14. Se trata de reductos de aborígenes que se fueron replegando en la sierra de Perijá. 4.1. Ritos fúnebres de los indios bari-motilones y su choque con los hacendados Se procura incorporar aquí lo que hacían los motilones con los muertos y algunos de sus choques con los hacendados. Estos aborígenes, motilones y yupas estuvieron en guerra con cierto contacto. Tenían costumbres distintas en cuanto a los entierros. Los motilones, a los que conocí por primera vez en 1957 y más de cerca en 1958-1959, cuando uno moría le colocaban en una hamaca y allí le dejaban hasta que se quedase en los huesos. Se solía poner dejado de los árboles y algo distante del bohío. Los huesos se enterraban después. Cuando alguno era ametrallado por los obreros de los hacendados que les iban quitando sus tierras, procuraban recogerlo y llevarlo consigo, especialmente a los heridos si podían, para ponerles en la hamaca, donde dormían el sueño de la muerte. Luego los enterraban en una cueva. Al visitar uno de los bohíos de los motilones, más allá del Tucuco o Tukuko, cerca de la avanzadilla o estación misional Virgen del Camino, observé que había un chinchorro colgado de los árboles. Estaba bastante alto. Me hablaron de un muerto y pensé que acabaría de morir. Luego me enteré de que llevaba allí varios meses hasta que se quedase sólo con los huesos para enterrarlo. Cuando cursaba segundo año de Derecho en la Universidad del Zulia, 1959- 1960, el profesor de Derecho Penal el Dr. Francisco Burgos Finol, que era juez de segunda instancia en lo penal, afirmó que cuando se tuviese noticia del algún crimen de los aborígenes, debía denunciarse. Me pareció bien y 14 CAMPO DEL POZO, F., Los agustinos y las lenguas indígenas de Venezuela, pp. 62- 63. Se relacionaron algo con ellos los agustinos desde los conventos de San Antonio de Gibraltar, Mérida y Maracaibo durante la colonia en Venezuela, y desde Tamalameque, Mompox y Ocaña en Colombia. LOS VELATORIOS EN VENEZUELA 341 coincidía con él en que debían de castigarse los abusos contra los aborígenes. Un condiscípulo, el jesuita Fernando Pérez Llantada Gutiérrez, que luego llegó a ser buen penalista, me apoyó con la observación de que esto era peligroso a veces. El profesor insistió en que debía denunciarse, aunque se corriese cierto peligro, porque era necesario para hacer justicia. Al salir de clase me acerqué a él y mientras tomábamos el café aparte, le conté algo desconocido o que era un secreto. Le dije que hacía unos días, un hacendado católico y practicante de La Cañada se había presentado en el despacho parroquial para que fuese a realizar un entierro múltiple. Si hubiese sido uno o dos me los hubiese traído en urnas, como en alguna otra ocasión, cuando moría un obrero; pero se trataba de muchos. En un principio creí que había sido un envenenamiento, como sucedía a veces, o un accidente. Me dijo que eran entre 20 o 30 hombres, mujeres y niños. El entierro se podía hacer en su finca, donde se habían hecho más entierros, ya que quedaba muy distante. Cuando estaba preparando la ropa, el agua bendita y el incensario para ir con él y los sacristanes, me observó que había que hacerlo con cierta reserva. Al preguntarle el porqué, me dijo lo siguiente: Hace unos meses los motilones fecharon a dos de sus obreros colombianos, que eran guajiros. Sus compañeros les habían llevado para hacerles el velorio y juraron venganza, sin saberlo él. Los obreros guajiros de su hacienda estaban en su mayor parte indocumentados. Llegaban de la Guajira colombiana y trabajaban bastante bien en la hacienda. Al morir flechados dos de sus obreros, los compañeros prepararon una trampa a los motilones que solían ir a la hacienda en busca de sal. Había llegado un cargamento de sal para el ganado y en la noche anterior, se habían llevado más de medio saco. Los obreros guajiros hicieron como que se iban y quedaron apostados. Al día siguiente, por la noche, cuando llegó una gran comitiva de motilones y estaban cargando la sal para llevársela, los que se habían parapetado bien con rifles, escopetas y otras armas les cayeron a tiros y remataron a los heridos que no pudieron huir. Allí estaban los cadáveres que deseaba enterrar en una fosa común, como se había enterrado a otros. El lo sentía mucho y yo personalmente tanto o más. Como no eran cristianos, aunque tenían sus derechos humanos y el enterrarlos era una obra de misericordia, estaba bien que los enterrase. Personalmenteofrecería una misa por ellos y desistí de verlos. El encargó incluso varias misas por ellos. Las ofrecí también por los asesinos y por él. El profesor Francisco Burgos Finol quedó sorprendido, aunque sabía de casos parecidos, y reflexionando un poco me dijo: “Vd. no lo vio y yo tampoco”. Esto debe quedar en absoluto silencio. No conviene darlo a conocer. Al observarle que él era juez y que debía proceder de oficio, como lo había P. FERNANDO CAMPO DEL POZO, OSA 342 dicho y hacía Santa Inquisición, se echó a reír y me dijo: “Padre, si intervenimos, nos jugamos la vida y no sacamos nada”. El sabía que gran parte de los obreros guajiros que había en las haciendas de La Cañada procedían de la Guajira colombiana y venezolana. Algunos habían salido de la cárcel y tenían armas de mucha precisión. El tenía su pistola y sabía que yo cazaba con una escopeta. Nos dimos un abrazo, algo que sorprendió a los profesores y condiscípulos, que allí estaban, porque él era comunista y yo sacerdote. Entonces prometimos guardar silencio en Venezuela. Se rompe aquí la promesa de guardar silencio, porque ha prescrito y no hay peligro al divulgarlo. 4.2 Los ritos funerarios de los yupas Los yupas eran más pacíficos que los motilones con idioma diferente, aunque entre ellos se entendían algo. A los yupas que vi, me parecieron más pequeños y menos fuertes que los motilones. Tomé bastante información del P. Felix de Vegamián, que estaba en San José de Perijá, con cuya parroquia limitaba la de El Carmelo y San José de Potreritos. El había estado en la Guajira y luego en Perijá, donde conoció baste bien a los yupas. Llegó componer un diccionario yupa-español. Para los yupas existía un más allá o país de los muertos, separados por un muro de la selva y un río, que pasaban después de sufrir tormentos. Se conserva una momia hallada en 1948 en una cueva de Perijá con más de 200 años, donde puede verse cómo hacían sus enterramientos los yupas. Cuando una persona moría, envolvían su cuerpo en esteras o mantas. Previamente cruzaban sus brazos sobre el pedro y le doblaban las rodillas de modo que éstas quedasen cerca del mentón. Los pies seguían estirados en dirección de la tibia. Aparecía colocado el pie izquierdo sobre el derecho. Lo solían amarrar o asegurar en forma de envoltorio al cadáver dentro de una manta y lo colgaban de las ramas de un árbol. Debajo ponían una hoguera que daba humo y calor durante un mes o más hasta que se secaba y luego se llevaba al sepulcro que llamaban shormu (cementerio), una caverna o gruta en terrero escarpado15. Su gran cacique Cipriano, que había nacido en una ranchería de Atapsi (Río Negro), estuvo siendo niño en la Villa del Rosario y se fue a vivir de nuevo con los yupas, de los que se hizo cacique (nuevo Bolívar). Murió el 26 de junio de 1972, con más de 90 años. Fue enterrado en el cementerio de Sirapta, donde era el primero que recibía sepultura eclesiástica con gran funeral y acompañamiento16. Se le hizo también un velorio afín al de los guajiros. 15 VEGAMIAN, F. de, Los Angeles del Tucuco, Caracas 1972, pp. 554-546. Diccionario yupa-español y español-yupa, Caracas 1978. 16 VILLAMAÑAN, A. de, “Murió un gran cacique de los yucpa”, en Héroes, p. 59. El 3 de marzo de 2013 murió el cacique yupa Sabino Romero, al que se le hizo también un entierro LOS VELATORIOS EN VENEZUELA 343 4. 3 Los velorios indígenas, su valor y acogida en el rito católico En la misión de Perijá, los aborígenes yupas y motilones cristianizados por los capuchinos entierran en el cementerio conservando algunos ritos peculiares. El P. Félix de Vegamián que estuvo muchos años en la misión Perijá (Machiques y San José) con los yupas y motilones, describió sus velorios procurando cristianizarlos, como había hecho antes con los guajiros. Después del entierro se hacía la novena de ordinario a la Virgen del Carmen, cuyo texto, como la que había en La Cañada, era casi del todo fúnebre. Se la procuró actualizar en 1957. El P. Félix de Vegamián era algo exigente con los feligreses que le querían mucho, porque les construyó una iglesia en San José de Perijá y un colegio. Realizaron lo mismo otros capuchinos que vivieron en la Guajira y Perijá17. Procuré imitarles en La Cañada, donde construí también una iglesia. Aunque la muerte era y es luctuosa y triste, sabían darle un carácter de consuelo y hasta de gloria, como en la muerte de los niños. Se tenían salves y trovas que invocaban a Dios para que los acogiese a su lado. No se debía de llorar sino celebrarlo con júbilo. En los Andes de Venezuela y otras regiones como el Zulia se encargaban los padrinos de preparar el velorio, arreglar al niño muerto y adornar la mortaja. Se tenía música y con romances que hacían referencia al mundo de lo divino y las llamadas “salves” en las que se consideraba a los niños muertos como angelitos, que podían interceder por todos nosotros. Al final de las “salves”, los trovistas cambiaban el tono de la música como se hacía en Barquisimeto y en los pueblos del Sur merideño para cantar romances como éste: “Dicen que los angelitos tienen magia blanca. Ellos cuando están dormidos los llaman y se levantan”18. Uno de los últimos entierros que hice en San José de Potreritos, dentro de la parroquia de El Carmelo, fue el de la joven Carmen Ocando Badel. Ella había adornado a un niño como un ángel y luego ella fue engalanada angelicalmente. Hasta la banda de los niños de la escuela con su director D. Pedro Rincón, la acompañaron al morir hasta la iglesia y luego hasta el cementerio, donde se le hizo un pequeño velorio. y velorio solemne. Luchó por la defensa de los yupas, como cacique de la comunidad de Chaktapa, fue asesinado en circunstancias que no se han clarificado. Se le hizo un velorio algo semejante al de los guajiros. 17 Los restos del P. Felix de Vegamián han sido llevados en el año 2013 de Machiques a la iglesia de San José de Perijá a petición de los fieles, entre los que hay bastantes guajiros y yupas a los que dedicó un estudio especial. 18 DOMÍNGUEZ, L., El velorio del angelito. Ejecutivo del Estado Trujillo, Caracas 1960, pp. 21-22. PICÓN SALAS, M., “Prólogo” a Antología de costumbres del siglo IX, Caracas 1980, pp. 5-9. P. FERNANDO CAMPO DEL POZO, OSA 344 Al lado de los ritos aborígenes se tenían también rezos y cultos religiosos porque eran cristianos en su mayoría. Algunos se preguntaban: ¿Conviene conservar los ritos autóctonos y paganos? La mayoría opinaba que sí y que convenía permitir la entrada del cadáver de los amancebados en la iglesia, si eran cristianos y lo pedían, aunque sólo fuese para rezar un responso, respetando sus usos y costumbres funerarias, incluso también a los masones, que se consideraban excomulgados y al mismo tiempo creyentes, porque rezar y dar sepultura a los muertos es una obra de misericordia. Mons. Humberto Quintero que llegó a ser el primer cardenal venezolano, con motivo de un encuentro en Mérida, quería saber mi opinión sobre la conveniencia de respetar las costumbres indígenas y cristianizarlas, como había hecho el P. Bartolomé Díez, fundador de su pueblo Mucuchíes, donde llegó a convivir durante tres años en las cuevas y mintoyes, donde los aborígenes enterraban a sus muertos. Aprendió su lengua y conservó sus ritos y danzas que se siguen realizando en la fiesta del Corpus en Mucuchíes, su pueblo natal. Alabé este hecho y coincidimos en que había que atemperar el Código de Derecho Canónico de 1917 no sólo con la equidad, “equitas” que exigía el Derecho Romano, sino también con la caridad o “ius caritatis” que defendió san Agustín19. Me di cuenta de que era necesario aceptar sus costumbres, dentro de lo posible, lo que luego se llamó “inculturación”, porque sin darnos cuenta los que íbamos de España queríamos imponer las tradicionescristianas de Europa y quitar ciertas costumbres y ritos paganos que al menos convenía purificar, como sucedía con los velorios venezolanos y fiestas de san Benito el negro. Mons. Quintero, siendo arzobispo de Mérida, me hizo saber que cuando había querido conservar algunos ritos paganos y no negar el entierro a los que morían casados sólo por lo civil, en Roma le corregían cuando llevaban la Instrucción del Episcopado para su aprobación. Se alegró, cuando le dije que ya había pasado algo parecido con los ritos chinos de los que fue defensor nada menos que el P. Agustín Beltrán Caicedo, agustino nacido en Bogotá y prefecto apostólico de Curasao (1715-1738)20. Había sido prior del convento de Barinas en Venezuela y salió en defensa de otro agustino, fray Alvaro de Benavente, que había apelado contra el Decreto de Carlos de Tournon en 1712. 19 DEMMER, K., Jus caritatis. Zur christologischen Grundlegung der augustinischen Naturrechtslhere, Roma 1961, p. 265. 20 CAICEDO Y VELASCO, A., Animadversiones adversum Decretum Cardenalis de Tournon, Villafranca 1713. El Decreto de Carlos de Tournon es del 25 de enero de 1707. CAMPO DEL POZO, F., “Agustín B. Caicedo y el P. Diego F. Padilla defensores de la inculturación y la ilustración en Nueva Granada”, en Archivo Agustiniano, 85 (2001) 231-266. Separa con tirada aparte Zamora 2001, 37 pp. LOS VELATORIOS EN VENEZUELA 345 V. CONCLUSIÓN SOBRE EL VELORIO EN VENEZUELA Lo que se escribió en 1960, se puede ratificar con algunas matizaciones. Los que leyeron ese artículo hicieron críticas diversas, algunos lo rechazaban y otros me decían que una de las cosas buenas que se conservaban en Venezuela eran los “velorios”. Cuando uno asistía por primera vez a un velorio, como Miguel Mármol, no deseaba participar de él como muerto, ni en las “honras de los elogios” como se dice en Castilla y León. Luego se da uno cuenta de que se manifestaban sus sentimientos y que se acompañaba al difunto de la mejor manera que sabían. La exposición del velorio y entierros de los guajiros, nos hace ver una serie de valores y normas que aún subsisten en la Guajira. Los motilones y los yupas tenían sus propios ritos que conviene conservar, como los velorios en La Cañada, una vez cristianizados. Se alegraba de esto Dª Flor Parra Suárez, la mejor colaboradora para la construcción del templo de San José de Potreritos, al inaugurarlo en 1963. Entonces vi que en una columna estaba una placa con mi nombre. Le dije que me parecía una lápida fúnebre y que deseaba que mis cenizas o restos mortales reposasen allí. Se alegró ella deseando hacerme compañía en esa iglesia. Lo ratifico y puede hacerse realidad mi deseo de estar junto al Sagrario que compré con lo que saqué de la publicación del folleto: La Virgen en La Cañada. Se puede cumplir también lo que está al principio de Los Agustinos en Venezuela21 y aparecía al final del Ensayo con el mismo nombre, no publicable en vida, sino después de muerto. Se trata no sólo se estar junto al Sagrario sino también cerca del mar, como dice una canción venezolana de autor anónimo; “De los montes quiero la inmensidad/ y del río la acuarela;/ y de ti los hijos que sembrarán / nuevas estrellas./Y si un día tengo que naufragar/ y un tifón rompe mis velas,/ enterrad mi cuerpo cerca del mar / en Venezuela”22, en la iglesia de San José de Potreritos. 21 RODRÍGUEZ, I. y ÁLVAREZ, J., Los Agustinos en Venezuela 1951-2001, Valladolid 2001, p. 5. 22 Apareció esta canción en la década de 1960 y ha pasado a ser como la tercera, después del Himno Nacional y Alma Llanera. Se atribuye a P. Herrero y L. Armentero. La cantaba muy bien el barinés Luis Silva en 1980. P. FERNANDO CAMPO DEL POZO, OSA 346 1. Velatorio guajiro primer entierro. 2. Velatorio guajiro segundo entierro. LOS VELATORIOS EN VENEZUELA 347 3. Entierro del cacique yuca Sabino Romero. 4. Lloro en un velorio guajiro.
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