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Paulo Coelho - Brida

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Paulo Coelho 
 
Brida 
 
El don que cada uno lleva dentro 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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¿O qué mujer que tenga diez dracmas, si se le 
pierde una, no enciende una lámpara y barre la 
casa, y la busca cuidadosamente hasta 
encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las 
amigas y vecinas y les dice: "Alegraos conmigo, 
que ya encontré la dracma que se me había 
Perdido". 
Lucas 15, 8-9 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Advertencia 
En el libro Diario de un Mago cambié dos de las Prácticas de RAM por 
ejercicios de percepción que había aprendido en la época en que lidié con el 
teatro. Aunque los resultados fuesen rigurosamente los mismos, esto me 
valió una severa reprimenda de mi Maestro. "No importa si existen medios 
más rápidos o más fáciles, la Tradición jamás puede ser cambiada", dijo él. 
A causa de eso, los pocos rituales descritos en Brida son los mismos 
practicados durante siglos por la Tradición de la Luna, una tradición 
específica, que requiere experiencia y práctica en su ejecución. Utilizar tales 
rituales sin orientación es peligroso, desaconsejable, innecesario y puede 
perjudicar seriamente la Búsqueda Espiritual. 
PAULO COELHO 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Prólogo 
Nos sentábamos todas las noches en un café, en Lourdes. Yo, un peregrino 
del Sagrado Camino de Roma, que tenía que andar muchos días en busca 
de mi Don. Ella, Brida O'Fern, controlaba determinada parte de este camino. 
En una de esas noches resolví preguntarle si había experimentado una gran 
emoción al conocer determinada abadía, parte del camino en forma de 
estrella que los Iniciados recorren en los Pirineos. 
-Nunca estuve allí -respondió. 
Me quedé sorprendido. Al fin y al cabo, ella ya poseía un Don. 
Todos los caminos llevan a Roma-dijo Brida, usando un viejo proverbio para 
indicarme que los Dones podían ser despertados en cualquier lugar-. Hice mi 
Camino de Roma en Irlanda. 
En nuestros encuentros siguientes, ella me contó la historia de su búsqueda. 
Cuando terminó, le pregunté si podría, algún día, escribir lo que había oído. 
En un primer momento ella asintió. Pero, cada vez que nos encontrábamos, 
iba colocando un obstáculo. Me pidió que cambiase los nombres de las 
personas involucradas, quería saber qué tipo de gente lo leería y cómo 
reaccionarían. 
-No puedo saberlo -respondí-, pero creo que ésta no es la causa de tu 
preocupación. 
-Tienes razón -dijo ella-. Es porque creo que es una experiencia muy 
particular. No sé si las personas podrán sacar algo provechoso de ella. 
Éste es un riesgo que ahora corremos juntos, Brida. Un texto anónimo de la 
Tradición dice que cada persona, en su existencia, puede tener dos 
actitudes: Construir o Plantar. Los constructores pueden demorar años en 
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sus tareas, pero un día terminan aquello que estaban haciendo. Entonces se 
paran y quedan limitados por sus propias paredes. La vida pierde el sentido 
cuando la construcción acaba. 
Pero existen los que plantan. Éstos a veces sufren con las tempestades, las 
estaciones y raramente descansan. Pero al contrario que un edificio, el jardín 
jamás para de crecer. Y, al mismo tiempo que exige la atención del jardinero, 
también permite que, para él, la vida sea una gran aventura. 
Los jardineros se reconocerán entre sí, porque saben que en la historia de 
cada planta está el crecimiento de toda la Tierra. 
 
EL AUTOR 
 
 
 
 
 
IRLANDA 
Agosto 1983 - Marzo 1984 
 
Verano y Otoño 
 
-Deseo aprender magia -dijo la chica. 
El Mago la miró. Jeans descoloridos, camiseta y el aire de desafío que toda 
persona tímida acostumbra usar cuando no debía. "Debo tener el doble de su 
edad", pensó el Mago. Y, a pesar de esto, sabía que estaba delante de su 
Otra Parte. 
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-Mi nombre es Brida -continuó ella-. Disculpe por no haberme presentado. 
Esperé mucho este momento, y estoy más ansiosa de lo que pensaba. 
-¿Para qué quieres aprender magia? -preguntó él. -Para responder algunas 
preguntas de mi vida. Para conocer los poderes ocultos. Y, tal vez, para 
viajar al pasado y al futuro. 
No era la primera vez que alguien iba hasta el bosque para pedirle esto. 
Hubo una época en que había sido un Maestro muy conocido y respetado por 
la Tradición. Había aceptado varios discípulos y creído que el mundo 
cambiaría en la medida en que él pudiese cambiar a aquellos que lo 
rodeaban. Pero había cometido un error. Y los Maestros de la Tradición no 
pueden cometer errores. 
-¿No crees que eres muy joven? 
-Tengo veintiún años -dijo Brida-. Si quisiera aprender ballet ahora, ya me 
encontrarían demasiado vieja. 
El mago le hizo una seña para que lo acompañase. Los dos comenzaron a 
caminar juntos por el bosque, en silencio. "Es bonita-pensaba él, mientras las 
sombras de los árboles iban mudando rápidamente de posición porque el sol 
ya estaba cerca del horizonte-. Pero le doblo la edad." Esto significaba que 
posiblemente iba a sufrir. 
Brida estaba irritada por el silencio del hombre que caminaba a su lado; su 
última frase ni siquiera había merecido un comentario por parte de él. El 
suelo del bosque estaba húmedo, cubierto de hojas secas; ella también 
reparó en las sombras cambiantes y la noche cayendo rápidamente. Dentro 
de poco oscurecería, y ellos no llevaban ninguna linterna. 
"Tengo que confiar en él -se alentaba a sí misma-. Si creo que él me puede 
enseñar magia, también he de creer que me puede guiar por un bosque." 
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Continuaron caminando. El parecía andar sin rumbo, de un lado para otro, 
cambiando de dirección sin que ningún obstáculo estuviese interrumpiendo 
su camino. Más de una vez anduvieron en círculos, pasando tres o cuatro 
veces por el mismo lugar. 
"Quién sabe si me está probando." Estaba resuelta a ir hasta el fin con 
aquella experiencia y procuraba demostrar que todo lo que estaba ocurriendo 
-inclusive las caminatas en circulo- eran cosas perfectamente normales. 
Había venido desde muy lejos y había esperado mucho aquel encuentro. 
Dublín quedaba a casi 150 kilómetros de distancia y los autobuses hasta 
aquella aldea eran incómodos y salían en horarios absurdos. Tuvo que 
levantarse temprano, viajar tres horas, preguntar por él 
en la pequeña ciudad, explicar lo que deseaba con un hombre tan extraño. 
Finalmente le indicaron la zona del bosque donde él acostumbraba estar 
durante el día, pero no sin antes alguien prevenirla de que él ya había 
intentado seducir a una de las mozas de la aldea. 
"Es un hombre interesante", pensó para sí. El camino ahora era una subida y 
ella comenzó a desear que el sol se demorase aún un poco más en el cielo. 
Tenía miedo de resbalar en las hojas húmedas que estaban en el suelo. 
-¿Por qué quieres aprender magia? 
Brida se alegró de que el silencio se rompiera. Repitió la misma respuesta de 
antes. 
Pero a él no le satisfizo. 
-Quizá quieras aprender magia porque es misteriosa y oculta. Porque tiene 
respuestas que pocos seres humanos consiguen encontrar en toda su vida. 
Pero, sobre todo, porque evoca un pasado romántico. 
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Brida no dijo nada. No sabía qué decir. Se quedó deseando que él volviese a 
su silencio habitual porque tenía miedo de dar una respuesta que no gustase 
al Mago. 
Llegaron finalmente a lo alto de un monte, después de atravesar el bosque 
entero. El terreno allí tornábase rocoso y desprovisto de cualquier 
vegetación, pero era menos resbaladizo, y Brida acompañó al Mago sin nin-
guna dificultad. 
Él se sentó en la parte más alta y pidió a Brida que hiciese lo mismo. 
-Otras personas ya estuvieron aquí antes -dijo el Mago-. Vinieron a pedirme 
que les enseñase magia. Pero yo ya enseñé todo lo que necesitaba enseñar, 
ya devolví a la Humanidad lo que ella me dio. Hoy quiero quedarme solo, 
subir a las montañas, cuidar las plantas y comulgar con Dios. 
-No es verdad -respondió la chica. 
-¿Qué no es verdad? -él estabasorprendido. -Quizá quiera comulgar con 
Dios. Pero no es verdad que quiera quedarse solo. 
Brida se arrepintió. Dijo todo aquello impulsivamente y ahora era demasiado 
tarde para remediar su error. Tal vez existiesen personas a quienes les 
gustase quedarse solas. Tal vez las mujeres necesitasen más a los hombres 
que los hombres a las mujeres. 
El Mago, no obstante, no parecía irritado cuando volvió a hablar. 
Voy a hacerte una pregunta -dijo-. Tienes que ser absolutamente sincera en 
tu respuesta. Si me dices la verdad, te enseñaré lo que me pides. Si mientes, 
nunca más debes volver a este bosque. 
Brida respiró aliviada. Era tan solo una pregunta. No precisaba mentir, eso 
era todo. Siempre consideró que los Maestros, para aceptar a sus discípulos, 
exigían cosas más difíciles. 
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Se sentó enfrente de ella. Sus ojos estaban brillantes. -Supongamos que yo 
empiece a enseñarte lo que aprendí -dijo, con los ojos fijos en los de ella-. 
Comience a mostrarte los universos paralelos que nos rodean, los ángeles, la 
sabiduría de la Naturaleza, los misterios de la Tradición del Sol y de la 
Tradición de la Luna. Y, cierto día, vas hasta la ciudad para comprar algunos 
alimentos y encuentras en mitad de la calle al hombre de tu vida. 
"No sabría reconocerlo", pensó ella. Pero resolvió quedarse callada; la 
pregunta parecía más difícil de lo que había imaginado. 
-Él percibe lo mismo y consigue acercarse a ti. Os enamoráis. Tú continúas 
tus estudios conmigo, yo te muestro la sabiduría del Cosmos durante el día, 
él te muestra la sabiduría del Amor durante la noche. Pero llega un 
determinado momento en que ambas cosas ya no pueden seguir andando 
juntas. Necesitas escoger. 
El Mago paró de hablar por algunos instantes. Incluso antes de preguntar, 
tuvo miedo de la respuesta de la joven. Su venida, aquella tarde, significaba 
el final de una etapa en la vida de ambos. El lo sabía, porque conocía las 
tradiciones y los designios de los Maestros. La necesitaba tanto como ella a 
él. Pero ella debía decir la verdad en aquel momento; era la única condición. 
Ahora respóndeme con toda franqueza -dijo, al fin, tomando coraje-. 
¿Dejarías todo lo que aprendiste hasta entonces, todas las posibilidades y 
todos los misterios que el mundo de la magia te podría proporcionar, para 
quedarte con el hombre de tu vida? 
Brida desvió los ojos de él. A su alrededor estaban las montañas, los 
bosques y, allí abajo, la pequeña aldea comenzaba a encender sus luces. 
Las chimeneas humeaban, dentro de poco las familias estarían reunidas en 
torno a la mesa para cenar. Trabajaban con honestidad, temían a Dios y 
procuraban ayudar al prójimo. Sus vidas estaban explicadas, eran capaces 
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de entender todo lo que pasaba en el Universo, sin jamás haber oído hablar 
de cosas como la Tradición del Sol y la Tradición de la Luna. 
-No veo ninguna contradicción entre mi búsqueda y mi felicidad -dijo ella.- 
Responde a lo que te he preguntado -los ojos del Mago estaban fijos en los 
de ella-. ¿Abandonarías todo por esa persona? 
Brida sintió unas ganas inmensas de llorar. No era apenas una pregunta, era 
una elección, la elección más difícil que las personas tienen que hacer en 
toda su vida. Ya había pensado mucho sobre esto. Hubo una época en que 
nada en el mundo era tan importante como ella misma. Tuvo muchos novios, 
siempre creyó que amaba a cada uno de ellos, y siempre vio al amor 
acabarse de un momento a otro. De todo lo que conocía hasta entonces, el 
amor era lo más difícil. Actualmente estaba enamorada de alguien que tenía 
poco más que su edad, estudiaba Física y veía al mundo de manera 
totalmente diferente a la de ella. Nuevamente estaba creyendo en el amor, 
apostando a sus sentimientos, pero se había decepcionado tantas veces que 
ya no estaba segura de nada. Pero, aun así, ésta continuaba siendo la gran 
apuesta de su vida. 
Evitó mirar al Mago. Sus ojos se fijaron en la ciudad con sus chimeneas 
humeando. Era a través del amor como todos procuraban entender el 
universo desde el comienzo de los tiempos. 
-Yo abandonaría -dijo finalmente. 
Aquel hombre que estaba frente a ella jamás entendería lo que pasaba en el 
corazón de las personas. Era un hombre que conocía el poder, los misterios 
de la magia, pero no conocía a las personas. Tenía los cabellos grisáceos, la 
piel quemada por el sol, el físico de quien está acostumbrado a subir y bajar 
aquellas montañas. Era encantador, con unos ojos que reflejaban su alma, 
llena de respuestas, y debía estar una vez másd ecepcionado con los 
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sentimientos de los seres humanos comunes. Ella también estaba 
decepcionada consigo misma, pero no podía mentir. 
-Mírame -dijo el Mago. 
Brida estaba avergonzada. Pero, aun así, miró. -Has dicho la verdad. Te 
enseñaré. 
La noche cayó por completo y las estrellas brillaban en un cielo sin luna. En 
dos horas, Brida contó su vida entera a aquel desconocido. Intentó buscar 
hechos que explicasen su interés por la magia -como visiones en la infancia, 
premoniciones, llamadas interiores-, pero no consiguió encontrar nada. Tenía 
ganas de conocer, y eso era todo. Y por este motivo había frecuentado 
cursos de astrología, tarot y numerología. 
-Esto son apenas lenguajes -dijo el Mago- y no son los únicos. La magia 
habla todos los lenguajes del corazón del hombre. 
-¿Qué es la magia, entonces? -preguntó ella. 
A pesar de la oscuridad, Brida percibió que el Mago había girado el rostro. 
Estaba mirando al cielo, absorto, quién sabe si en busca de una respuesta. 
-La magia es un puente -dijo, finalmente-. Un puente que te permite ir del 
mundo visible hacia el invisible. Y aprender las lecciones de ambos mundos. 
-Y, ¿cómo puedo aprender a cruzar ese puente? -Descubriendo tu manera 
de cruzarlo. Cada persona tiene su manera. 
-Fue lo que vine a buscar aquí. 
-Existen dos formas -respondió el Mago-. La Tradición del Sol, que enseña 
los secretos a través del Espacio, de las cosas que nos rodean. Y la 
Tradición de la 
Luna, que enseña los secretos a través del Tiempo, de las cosas que están 
presas en su memoria. 
 
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Brida había entendido. La Tradición del Sol era aquella noche, los árboles, el 
frío en su cuerpo, las estrellas en el cielo. Y la Tradición de la Luna era aquel 
hombre frente a ella, con la sabiduría de los antepasados brillando en sus 
ojos. 
-Aprendí la Tradición de la Luna -dijo el Mago, como si estuviese adivinando 
sus pensamientos-. Pero jamás fui un Maestro en ella. Soy un Maestro en la 
Tradición del Sol. 
-Muéstreme la Tradición del Sol -dijo Brida, desconfiada, porque había 
presentido una cierta ternura en la voz del Mago. 
-Te enseñaré lo que aprendí. Pero son muchos los caminos de la Tradición 
del Sol. 
"Es preciso tener confianza en la capacidad que cada persona tiene de 
enseñarse a sí misma." 
Brida no estaba equivocada. Había realmente ternura en la voz del Mago. 
Aquello la asustaba, en vez de tranquilizarla. 
-Soy capaz de entender la Tradición del Sol -dijo. El Mago dejó de mirar a las 
estrellas y se concentró en la chica. Sabía que ella todavía no era capaz de 
aprender la Tradición del Sol. Aun así, debía enseñarla. Ciertos discípulos 
eligen a sus Maestros. 
-Quiero recordarte una cosa, antes de la primera lección -dijo-. Cuando 
alguien encuentra su camino, no puede tener miedo. Tiene que tener el 
coraje suficiente para dar pasos errados. Las decepciones; las derrotas, el 
desánimo, son herramientas que Dios utiliza para mostrar el camino. 
-Herramientas extrañas -dijo Brida-. Muchas veces hacen que las personas 
desistan. 
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El Mago conocía el motivo. Ya había experimentado en su cuerpo y alma 
estas extrañas herramientas de Dios. -Enséñeme la Tradición del Sol -insistió 
ella. 
El Mago pidió a Brida que se recostara en un saliente de la roca y se relajara. 
-No necesitas cerrar los ojos. Mira el mundo a tu alrededor y percibe todo 
cuanto puedaspercibir. A cada momento, ante cada persona, la Tradición del 
Sol muestra la sabiduría eterna. 
Brida hizo lo que el Mago le mandaba pero pensó que estaba yendo muy 
rápido. 
-Ésta es la primera y más importante lección -dijo él-. Fue creada por un 
místico español, que entendió el significado de la fe. Su nombre era Juan de 
la Cruz. 
Miró a la chica, entregada y confiada. Desde el fondo de su corazón, imploró 
que ella entendiese lo que iba a enseñarle. A fin de cuentas, ella era su Otra 
Parte, aun cuando todavía no lo supiera, aun cuando todavía fuese 
demasiado joven y estuviera fascinada por las cosas y por las personas del 
mundo. . 
 
Brida llegó a ver, a través de la oscuridad, la figura del Mago entrando en el 
bosque y desapareciendo entre los árboles que había a su izquierda. Tuvo 
miedo de quedarse sola allí y procuró mantenerse relajada. Ésta era su 
primera lección: no podía mostrar ningún nerviosismo. 
"Él me aceptó como discípula. No puedo decepcionarlo." 
Estaba contenta consigo misma y al mismo tiempo sorprendida por la rapidez 
con que todo había sucedido. Pero jamás había dudado de su capacidad -
estaba orgullosa de ella-, y de lo que la había llevado hasta allí. Estaba 
segura de que, desde algún lugar de la roca, el Mago estaba observando sus 
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reacciones, para ver si era capaz de aprender la primera lección de magia. Él 
había hablado de coraje, pues, hasta con miedo -en el fondo de su mente 
comenzaban a surgir imágenes de serpientes y escorpiones que habitaban 
aquella roca-, ella debía demostrar valor. Dentro de poco él volvería, para 
enseñarle la primera lección. 
"Soy una mujer fuerte y decidida", repitió, en voz baja, para sí misma. Era 
una privilegiada por estar allí, con aquel hombre, a quien las personas 
adoraban o temían. Revivió toda la tarde que habían pasado juntos, se acor-
dó del momento en que percibió alguna ternura en su voz. "Quién sabe si 
también me encontró una mujer interesante. Tal vez incluso quisiera hacer el 
amor conmigo." No sería una mala experiencia; había algo extraño en sus 
ojos. 
"Qué pensamientos tan tontos." Estaba allí, detrás algo muy concreto -un 
camino de conocimiento de repente, se percibía a sí misma como una simple 
mujer. Procuró no pensar más en esto y fue cuando dio cuenta de que ya 
había pasado mucho tiempo di de que el Mago la dejara sola. 
Comenzó a sentir un inicio de pánico; la fama que corría respecto de ese 
hombre era contradictoria. Algunas personas decían que había sido el más 
poderoso Maestro que jamás conocieran, que era capaz de cambiar la 
dirección del viento, de abrir agujeros en las nubes, utilizando apenas la 
fuerza del pensamiento. Brida, como todo el mundo, quedaba fascinada por 
prodigios de esa naturaleza. 
Otras personas, sin embargo -personas que frecuentaban el mundo de la 
magia, los mismos cursos y clases que ella frecuentaba-, garantizaban que él 
era un era un hechicero negro, que cierta vez había destruido a un hombre 
con su Poder porque se había enamorado de mujer de ese hombre. Y había 
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sido por esa causa que pesar de ser un Maestro, había sido condenado a 
vagar en la soledad de los bosques. 
"Quizá la soledad lo haya enloquecido más aún" y Brida comenzó a sentir de 
nuevo un inicio de pánico. A pesar de su juventud, ya conocía los daños que 
la soledad era capaz de causar en las personas, principalmente cuando se 
hacían mayores. Había encontrado personas que habían perdido todo el 
brillo de vivir porque no conseguían ya luchar contra la soledad, y acabaron 
viciadas en ella. Eran, en su mayoría, personas que consideraban al mundo 
un lugar sin dignidad y sin gloria, que gastaban sus tardes y noches 
hablando sin parar de los errores que los otros habían cometido. Eran perso-
nas a quienes la soledad había convertido en jueces del mundo, cuyas 
sentencias se esparcían a los cuatro vientos, para quien las quisiere oír. Tal 
vez el Mago hubiera enloquecido con la soledad. 
De repente, un ruido más fuerte a su lado la sobresaltó e hizo que su 
corazón se disparase. Ya no había ningún vestigio del abandono en que se 
encontraba antes. Miró a su alrededor sin distinguir nada. Una ola de pavor 
parecía nacer desde su vientre y difundirse por el cuerpo entero. 
"Tengo que controlarme", pensó, pero era imposible. La imagen de las 
serpientes, de los escorpiones, los fantasmas de su infancia, comenzaron a 
aparecer frente a ella. Brida estaba demasiado aterrorizada para conseguir 
mantener el control. Otra imagen surgió: la de un hechicero poderoso, con un 
pacto demoniaco, que estaba ofreciendo su vida en holocausto. 
-¿Dónde estás? -gritó finalmente. Ya no quería impresionar a nadie. Todo lo 
que quería era salir de allí. 
Nadie respondió. 
-¡Quiero salir de aquí! ¡Socorro! 
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Pero sólo estaba el bosque, con sus ruidos extraños. Brida se sintió 
desfallecer de miedo, creyó que iba a desmayarse. Pero no podía; ahora que 
tenía la certeza de que él estaba lejos, desmayarse sería peor. Tenía que 
mantener el control de sí misma. 
Este pensamiento le hizo descubrir que alguna fuerza dentro de ella estaba 
luchando para mantener el control. "No puedo continuar gritando", fue lo 
primero que pensó. Sus gritos podían llamar la atención de otros hombres 
que vivían en aquel bosque, y hombres que viven en bosques pueden ser 
más peligrosos que animales salvajes. 
"Tengo fe -comenzó a repetir, bajito-. Tengo fe en Dios, en mi Ángel de la 
Guarda, que me trajo hasta aquí y permanece conmigo. No sé explicar cómo 
es, pero sé que él está cerca. No tropezaré con ninguna piedra." 
La última frase era de un Salmo que aprendió en la infancia y que hacía 
muchos años que no repetía. Su abuela, muerta poco tiempo atrás, se lo 
había enseñado. Le hubiera gustado tenerla cerca en aquel momento; 
inmediatamente sintió una presencia amiga. 
Estaba empezando a entender que había una gran diferencia entre peligro y 
miedo. 
 "Lo que habita en el escondrijo del Altísimo...", así comenzaba el Salmo. 
Notó que estaba acordándose de todo, palabra por palabra, exactamente 
como si su abuela estuviese recitando en aquel instante para ella. Recitó 
durante algún tiempo, sin parar, y, a pesar del miedo, se sintió más tranquila. 
No tenía otra elección: o confiaba en Dios, en su Ángel de la Guarda, o se 
desesperaba. 
Sintió una presencia protectora. "Necesito creer en esta presencia. No sé 
explicarla, pero existe. Y permanecerá conmigo toda la noche, porque yo 
sola no sé salir de aquí." 
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Cuando era pequeña, solía despertarse en mitad de la noche, espantada. Su 
padre, entonces, iba con ella 
hasta la ventana y le mostraba la ciudad donde vivían. Le hablaba de los 
guardas nocturnos, del lechero que ya estaba entregando la leche, del 
panadero haciendo el pan de cada día. Su padre le pedía que expulsara a los 
monstruos que había colocado en la noche y los sustituyera por estas 
personas, que vigilaban la oscuridad. "La noche es apenas una parte del 
día", decía. 
La noche era apenas una parte del día. Y del mismo modo que se sentía 
protegida por la luz, podía sentirse protegida por las tinieblas. Las tinieblas 
hacían que ella invocase aquella presencia protectora. Tenía que confiar en 
ella. Y esa confianza se llamaba Fe. Nadie jamás podría entender la Fe. La 
Fe era exactamente aquello que estaba sintiendo ahora, una zambullida sin 
explicación en una noche oscura como aquélla. Existía sólo porque se creía 
en ella. Así como los milagros tampoco tenían ninguna explicación, pero 
sucedían para quien creía en ellos. 
"Él me habló de la primera lección", dijo ella, de repente, dándose cuenta. La 
presencia protectora estaba allí, porque creía en ella. Brida empezó a sentir 
el cansancio de tantas horas de tensión. Comenzó a relajarse de nuevo, y se 
sintió cada momento más protegida. 
Tenía fe. Y la fe no dejaría que el bosque fuese de nuevo poblado por 
escorpiones y serpientes.La fe mantendría a su Ángel de la Guarda 
despierto, velando. 
Se recostó otra vez en la roca y se durmió sin darse cuenta. 
Cuando despertó ya había aclarado y un lindo sol coloreaba todo a su 
alrededor. Tenía un poco de frío, la ropa sucia, pero su alma se sentía feliz. 
Había pasado una noche entera, sola, en un bosque. 
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Buscó con los ojos al Mago, aun sabiendo la inutilidad de su gesto. El debía 
estar andando por los bosques, procurando "comulgar con Dios", y quizá 
preguntándose si aquella chica de la noche anterior había tenido el coraje de 
aprender la primera lección de la Tradición del Sol. 
-Aprendí sobre la Noche Oscura -dijo ella al bosque, que ahora estaba 
silencioso-. Aprendí que la búsqueda de Dios es una Noche Oscura. Que la 
Fe es una Noche Oscura. 
"No fue sorpresa. Cada día del hombre es una Noche Oscura. Nadie sabe lo 
que va a pasar el próximo minuto, e, incluso así, las personas van hacia 
adelante. Porque confían. Porque tienen Fe." 
O, quién sabe, porque no perciben el misterio encerrado en el próximo 
segundo. Pero esto no tenía la menor importancia, lo importante era saber 
que ella había entendido. 
Que cada momento en la vida era un acto de fe. Que podía poblarlo con 
serpientes y escorpiones, o con una fuerza protectora. 
Que la fe no tenía explicaciones. Era una Noche Oscura. Y tan solo cabía a 
ella aceptarla o no. 
Brida miró el reloj y vio que ya se estaba haciendo tarde. Tenía que tomar un 
autobús, viajar durante tres horas y pensar algunas explicaciones 
convincentes para dar a su novio; jamás se creería que ella había pasado la 
noche entera, sola, en un bosque. 
-¡Es muy difícil la Tradición del Sol! -le gritó al bosque-. ¡Tengo que ser mi 
propia Maestra, y no era esto lo que yo esperaba! 
Miró hacia la pequeña ciudad, allá abajo, trazó mentalmente su camino por el 
bosque y empezó a andar. Antes, no obstante, se volvió nuevamente hacia la 
roca. 
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-Quiero decir otra cosa -gritó con voz suelta y alegre-. Eres un hombre muy 
interesante. 
Recostado en el tronco de un viejo árbol, el Mago vio cómo la chica se perdía 
en el bosque. Había escuchado su miedo y oído sus gritos durante la noche. 
En algún momento llegó a pensar en aproximarse, abrazarla, protegerla de 
su pavor, decirle que ella no necesitaba aquel tipo de desafío. 
Ahora estaba contento de no haberlo hecho. Y orgulloso de que aquella 
chica; con toda su confusión juvenil, fuese su Otra Parte. 
En el centro de Dublín existe una librería especializada en los tratados de 
ocultismo más avanzados. Es una librería que jamás hizo publicidad alguna 
en diarios ni revistas: las personas sólo llegan allí recomendadas por otras, y 
el librero queda contento, porque tiene un público selecto y especializado. 
Aun así, la librería está siempre llena. Después de oír hablar mucho de ella, 
finalmente Brida consiguió la dirección por medio del profesor de un curso de 
viaje astral al que estaba asistiendo. Fue allí una tarde, después del trabajo, 
y quedó encantada con el lugar. 
Desde entonces siempre que podía iba a ver los libros: apenas mirarlos, 
porque eran todos importados y muy caros. Acostumbraba hojearlos uno por 
uno, prestando atención a los dibujos y símbolos que algunos volúmenes 
traían, y sintiendo intuitivamente la vibración de todo aquel conocimiento 
acumulado. Después de la experiencia con el Mago se había vuelto más cau-
telosa. A veces se enfadaba consigo misma porque sólo conseguía participar 
en las cosas que podía entender. Presentía que estaba perdiendo algo 
importante en esta vida, que de esa manera sólo tendría experiencias re-
petidas. Pero no encontraba la valentía para cambiar. Necesitaba estar 
siempre mirando su camino; ahora que conocía la Noche Oscura, sabía que 
no deseaba andar por ella. 
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Y a pesar de quedar insatisfecha consigo misma, algunas veces le era 
imposible ir más allá de sus propios límites. 
Los libros eran más seguros. Los estantes contenían reediciones de tratados 
escritos centenares de años atrás; muy poca gente se arriesgaba a decir algo 
nuevo en este campo. Y la sabiduría oculta parecía sonreír en aquellas 
páginas, distante y ausente, ante el esfuerzo de los hombres en intentar 
develarla a cada generación. 
Además de los libros, Brida tenía otro gran motivo para frecuentar el local: se 
quedaba observando a quienes venían siempre allí. A veces fingía hojear 
respetables tratados alquímicos, pero sus ojos estaban concentrados en las 
personas -hombres y mujeres, generalmente más viejos que ella- que sabían 
lo que deseaban e iban siempre hacia el estante adecuado. Intentaba ima-
ginar cómo debían ser en la intimidad. A veces parecían sabios, capaces de 
despertar la fuerza o el poder que los mortales no conocían. Otras, apenas 
personas desesperadas, intentando descubrir nuevamente respuestas que 
olvidaron hace mucho tiempo y sin las cuales la vida dejaba de tener sentido. 
Reparó también en que los clientes más usuales acostumbraban conversar 
siempre con el librero. Hablaban de cosas extrañas, como fases de la luna, 
propiedades de las piedras y pronunciación correcta de palabras rituales. 
Cierta tarde Brida decidió hacer lo mismo. Estaba regresando del trabajo, 
donde todo le había ido bien. Consideró que debía aprovechar el día de 
suerte. 
-Sé que existen sociedades secretas -dijo. Creyó que era un buen comienzo 
para la conversación. Ella "sabía" algo. 
Pero todo lo que el librero hizo fue levantar la cabeza de las cuentas que 
estaba haciendo y mirar espantado a la chica. 
 21 
-Estuve con el Mago de Folk --dijo una Brida ya medio desconcertada, sin 
saber cómo continuar-. Él me habló sobre la Noche Oscura. Él me dijo que el 
camino de la sabiduría es no tener miedo de errar. 
Reparó en que el librero ya estaba prestando más atención a sus palabras. 
Si el Mago le había enseñado algo, es porque ella debía ser una persona 
especial. 
-Si sabes que el camino es la Noche Oscura, entonces, ¿por qué buscar los 
libros? --dijo él, finalmente, y ella entendió que la referencia al Mago no 
había sido una buena idea. 
-Porque no quiero aprender de esa manera -respondió ella. 
El librero se quedó mirando a la joven que estaba frente a él. Ella poseía un 
Don. Pero era extraño que, sólo por esto, el Mago de Folk le hubiese 
dedicado tanta atención. Debía haber otra causa. También podía ser mentira, 
pero ella había hecho comentarios sobre la Noche Oscura. 
-Te he visto siempre por aquí -dijo-. Entras, hojeas todo y nunca compras 
libros. 
-Son caros -dijo Brida, presintiendo que él estaba interesado en continuar la 
conversación-. Pero he leído otros libros, frecuenté varios cursos. 
'Le dijo el nombre de los profesores. Tal vez el librero se quedase todavía 
más impresionado. 
De nuevo la situación resultó contraria a sus expectativas. El librero la 
interrumpió y fue a atender a un 
cliente que quería saber si el almanaque con las posiciones planetarias para 
los próximos cien años había llegado. 
El librero consultó una serie de paquetes que estaban debajo del mostrador. 
Brida reparó en que los paquetes traían sellos de distintas partes del mundo. 
 22 
Estaba cada vez más nerviosa; su coraje inicial había pasado por completo. 
Pero tuvo que esperar a que el cliente recibiera el libro, pagase, le 
devolvieran el cambio y se fuera. Sólo entonces, el librero se dirigió nue-
vamente a ella. 
-No sé cómo continuar -dijo Brida. Sus ojos estaban comenzando a ponerse 
colorados. 
-¿Qué sabes hacer bien? -preguntó él. 
-Ir tras de lo que creo -no había otra respuesta. Vivía corriendo tras de lo que 
creía. El problema es que cada día creía en una cosa diferente. 
El librero escribió un nombre en el papel donde estaba haciendo sus cuentas. 
Arrancó el pedazo donde había escrito v lo mantuvo en su mano. 
-Voy a darte una dirección -dijo-. Hubo una época en que las personas 
aceptaban las experiencias mágicas comocosas naturales. En aquel 
entonces no había siquiera sacerdotes. Y nadie salía corriendo tras secretos 
ocultos. 
Brida no sabía si se estaría refiriendo a ella. -¿Sabes lo que es la magia? -
preguntó él. 
-Es un puente. Entre el mundo visible y el invisible. El librero le extendió el 
papel. Allí estaba un teléfono y un nombre: Wicca. 
Brida agarró rápidamente el papel, le agradeció y salió. Al llegar a la puerta, 
se volvió hacia él: 
-Y también sé que la magia habla muchos lenguajes. Incluso el de los 
libreros, que se fingen difíciles pero que son generosos y accesibles. 
Le mandó un beso y desapareció tras la puerta. El librero interrumpió sus 
cuentas y se quedó mirando su tienda. "El Mago de Folk le enseñó estas 
cosas", pensó. Un don, por bueno que fuese, no era suficiente para que el 
 23 
Mago se interesase; debía existir otro motivo. Wicca sería capaz de descubrir 
cuál era. 
Ya era hora de cerrar. El librero estaba notando que el público de su tienda 
comenzaba a cambiar. Era cada vez más joven; como decían los viejos 
tratados que poblaban sus estantes, las cosas empezaban a volver, final-
mente, al lugar de donde partieron. 
El edificio antiguo estaba en el centro de la ciudad, en un lugar que hoy en 
día sólo es frecuentado por turistas en busca del romanticismo del siglo 
pasado. Brida tuvo que esperar una semana hasta que Wicca decidiera 
recibirla y ahora se hallaba delante de una construcción grisácea y 
misteriosa, intentando contener su excitación. Aquel edificio encajaba con el 
modelo de su búsqueda, era exactamente en un lugar como aquél donde 
debían vivir las personas que frecuentaban la librería. 
El lugar no tenía ascensor. Subió las escaleras lentamente, para no llegar 
sofocada. Tocó el timbre de la única puerta del tercer piso. 
Un perro ladró, desde adentro. Después de algún rato, una mujer delgada, 
bien vestida y con un aire severo, salió a recibirla. 
-Fui yo quien telefoneó -dijo Brida. 
Wicca le hizo una señal para que entrase, y Brida se encontró en una sala 
toda blanca, con obras de arte moderno en las paredes y en las mesas. 
Cortinas igualmente blancas ayudaban a filtrar la luz del sol; el ambiente 
estaba dividido en varios planos, distribuyendo con armonía los sofás, la 
mesa y la biblioteca repleta de libros. Todo parecía decorado con muy buen 
gusto, y Brida se acordó de ciertas revistas de arquitectura que 
acostumbraba hojear en los quioscos. 
"Debe haber costado muy caro", fue el único pensamiento que se le ocurrió. 
 24 
Wicca llevó a la recién llegada hasta uno de los ambientes de la inmensa 
sala, donde había dos sillones de diseño italiano, hechos de cuero y acero. 
Entre ambos había una mesita baja, de vidrio, con las patas también de 
acero. -Eres muy joven -dijo Wicca, finalmente. 
No serviría hablar de las bailarinas, etc. Brida permaneció en silencio, 
esperando el próximo comentario, mientras intentaba imaginar qué hacía un 
ambiente tan moderno como aquél en un edificio tan antiguo. Su idea 
romántica de la búsqueda del conocimiento se había disipado nuevamente. 
-Él me telefoneó -dijo Wicca; Brida entendió que se estaba refiriendo al 
librero. 
Vine en busca de un Maestro. Quiero recorrer el camino de la magia. 
Wicca miró a la chica. Ella, de hecho, poseía un Don. Pero necesitaba saber 
por qué el Mago de Folk se había interesado tanto por ella. El Don, por sí 
solo, no era bastante. Si el Mago de Folk fuese un iniciante en la magia, 
podría haber quedado impresionado por la claridad con que el Don se 
manifestaba en la chica. Pero él ya había vivido lo suficiente como para 
aprender que toda y cualquier persona poseía un Don; ya no era sensible a 
esos ardides. 
Levantóse, fue hasta el estante y tomó su baraja preferida. 
-¿Sabes echarlas? -preguntó. 
Brida balanceó la cabeza afirmativamente. Había hecho algunos cursos, 
sabía que la baraja en la mano de la mujer era un tarot con sus setenta y 
ocho cartas. Había aprendido algunas maneras de colocar el tarot y se alegró 
por tener una oportunidad de mostrar sus conocimientos. 
Pero la mujer se quedó con la baraja. Mezcló las cartas, las colocó en la 
mesita de vidrio con las caras hacia abajo. Se quedó mirándolas en esa 
posición, completamente desorganizadas, diferente de cualquier método que 
 25 
Brida aprendiera en sus cursos. Después, dijo algunas palabras en una 
lengua extraña y giró solamente una de las cartas de la mesa. 
Era la carta número 23. Un rey de bastos. 
-Buena protección -dijo ella-. De un hombre poderoso, fuerte, de cabellos 
negros. 
Su novio no era ni poderoso ni fuerte. Y el Mago tenía los cabellos grisáceos. 
-No pienses en su aspecto físico -dijo Wicca, como si estuviese adivinando 
su pensamiento-. Piensa en tu Otra Parte. 
-¿Qué es la Otra Parte? -Brida estaba sorprendida con la mujer. Ella le 
inspiraba un respeto misterioso, una sensación diferente de la que tuviera 
con el Mago o con el librero. 
Wicca no respondió a la pregunta. Volvió a reunir y barajar las cartas y 
nuevamente las esparció desordenadamente sobre la mesa -sólo que esta 
vez con las caras hacia arriba-. La carta que estaba en medio de aquella 
aparente confusión era la carta número 11. La Fuerza. Una mujer abriendo la 
boca de un león. Wicca retiró la carta y le pidió que la tomara. Brida la tomó, 
sin saber bien lo que debía hacer. 
Tu lado más fuerte siempre fue mujer en otras encarnaciones -dijo ella. 
-¿Qué es la Otra Parte? -insistió Brida. Era la primera vez que desafiaba a 
aquella mujer. Incluso así, era un desafío lleno de timidez. 
Wicca quedó un momento en silencio. Una sospecha pasó por el fondo de su 
mente: el Mago no había enseñado nada sobre la Otra Parte a aquella chica. 
"Tonterías", se dijo para sí misma. Y apartó el pensamiento. 
-La Otra Parte es lo primero que las personas aprenden cuando quieren 
seguir la Tradición de la Luna -respondió-. Sólo entendiendo a la Otra Parte 
es como se entiende que el conocimiento puede ser transmitido a través del 
tiempo. 
 26 
Ella iba a explicar. Brida permaneció en silencio, ansiosa. 
-Somos eternos, porque somos manifestaciones de Dios -dijo Wicca-. Por 
eso pasamos por muchas vidas y por muchas muertes, saliendo de un punto 
que nadie sabe y dirigiéndonos a otro que tampoco conocemos. 
Acostúmbrate al hecho de que muchas cosas en la magia no son ni serán 
nunca explicadas. Dios resolvió hacer ciertas cosas de cierta manera, y el 
porqué hizo esto es un secreto que sólo Él conoce. 
"La Noche Oscura de la Fe", pensó Brida. Ella también existía en la Tradición 
de la Luna. 
---El hecho es que esto sucede -continuó Wicca-. Y cuando las personas 
piensan en la reencarnación, siempre se enfrentan con una pregunta muy 
difícil: si en el comienzo existían tan pocos seres humanos sobre la faz de la 
Tierra, y hoy existen tantos, ¿de dónde vienen esas nuevas almas? 
Brida estaba con la respiración suspendida. Ya se había hecho esta pregunta 
a sí misma muchas veces. 
-La respuesta es simple -dijo Wicca, después de saborear por algún tiempo 
la ansiedad de la joven-. En ciertas reencarnaciones, nos dividimos. Así 
como los cristales y las estrellas, así como las células y las plantas, también 
nuestras almas se dividen. 
Nuestra alma se transforma en dos, estas nuevas almas se transforman en 
otras dos, y así en algunas generaciones, estamos esparcidos por buena 
parte de la Tierra. 
— ¿Y sólo una de estas partes tiene la conciencia de quién es? -preguntó 
Brida. Guardaba muchas preguntas, pero quería hacerlas una por una; ésta 
le parecía la más importante. 
-Hacemos parte de lo que los alquimistas llaman el Anima Mundi, el Alma del 
Mundo -dijo Wicca, sin responder a Brida-. En verdad, si el Anima Mundi se 
 27 
limitara a dividirse, estaría creciendo pero también quedándose cada vez 
más débil. Por eso, así como nos dividimos, también nos reencontramos. Y 
este reencuentro se llama Amor. Porquecuando un alma se divide, siempre 
se divide en una parte masculina y una femenina. 
Así está explicado en el libro del Génesis: "El alma de Adán se dividió, y Eva 
nació de dentro de él". 
Wicca se detuvo, de repente, y se quedó mirando la baraja esparcida sobre 
la mesa. 
-Son muchas cartas -continuó- pero forman parte de la misma baraja. Para 
entender su mensaje las necesitamos a todas, todas son igualmente 
importantes. Así también son las almas. Los seres humanos están todos 
interligados, como las cartas de esta baraja. En cada vida tenemos una 
misteriosa obligación de reencontrar, por lo menos, una de esas Otras 
Partes. El Amor Mayor, que las separó, se pone contento con el Amor que 
las vuelve a unir. 
-¿Y cómo puedo saber que es mi Otra Parte? -ella consideraba esta pregunta 
como una de las más importantes que había hecho en toda su vida. 
Wicca se rió. Ella también se había preguntado sobre eso, con la misma 
ansiedad que aquella joven que tenía enfrente. Era posible conocer a la Otra 
Parte por el brillo en los ojos: así, desde el inicio de los tiempos, las 
personas reconocían a su verdadero amor. La Tradición de la Luna tenía otro 
procedimiento: un tipo de visión que mostraba un punto luminoso situado 
encima del hombro izquierdo de la Otra Parte. Pero todavía no se lo contaría; 
tal vez ella aprendiese a ver ese punto, tal vez no. En breve tendría la 
respuesta. 
 28 
-Corriendo riesgos -le dijo a Brida-. Corriendo el riesgo del fracaso, de las 
decepciones, de las desilusiones, pero nunca dejando de buscar el Amor. 
Quien no desista de la búsqueda, vencerá. 
Brida recordó que el Mago había dicho algo semejante, al referirse al camino 
de la magia. "Quizá sea una cosa sola", pensó. 
Wicca comenzó a recoger la baraja de la mesa y Brida presintió que el 
tiempo se estaba agotando. Sin embargo, quedaba otra pregunta por hacer. 
-¿Podemos encontrar más de una Otra Parte en cada vida? 
"Sí -pensó Wicca con cierta amargura-. Y cuando esto sucede, el corazón 
queda dividido y el resultado es dolor y sufrimiento. Sí, podemos encontrar 
tres o cuatro Otras Partes, porque somos muchos y estamos muy 
dispersos." La chica estaba haciendo las preguntas certeras, y ella 
necesitaba evadirlas. 
-La esencia de la Creación es una sola --dijo-. Y esta esencia se llama Amor. 
El Amor es la fuerza que nos reúne otra vez, para condensar la experiencia 
esparcida en muchas vidas, en muchos lugares del mundo. Somos res-
ponsables por la Tierra entera, porque no sabemos dónde están las Otras 
Partes que fuimos desde el comienzo de los tiempos; si ellas estuvieran bien, 
también seremos felices. Si estuvieran mal, sufriremos, aunque inconsciente-
mente, una parcela de ese dolor. Pero, sobre todo, somos responsables por 
reunir nuevamente, por lo menos una vez en cada encarnación, a la Otra 
Parte que con seguridad se cruzará en nuestro camino. Aunque sea por unos 
instantes siquiera, porque esos instantes traen un Amor tan intenso que 
justifica el resto de nuestros días. 
El perro ladró en la cocina. Wicca acabó de recoger la baraja de la mesa y 
miró una vez más a Brida. -También podemos dejar que nuestra Otra Parte 
siga adelante, sin aceptarla o siquiera percibirla. Entonces necesitaremos 
 29 
más de una encarnación para encontrarnos con ella. Y, por causa de nuestro 
egoísmo, seremos condenados al peor suplicio que inventamos para 
nosotros mismos: la soledad. 
Wicca se levantó y acompañó a Brida hasta la puerta. -No has venido aquí 
para saber sobre la Otra Parte -dijo, antes de despedirse-. Tú tienes un Don, 
y después de que sepas de qué Don se trata, quizá pueda enseñarte la 
Tradición de la Luna. 
Brida se sintió una persona especial. Necesitaba sentirse así; aquella mujer 
inspiraba un respeto que poca gente le había infundido. 
-Haré lo posible. Quiero aprender la Tradición de la Luna. 
"Porque la Tradición de la Luna no necesita bosques oscuros", pensó. 
-Presta atención, jovencita -dijo Wicca con severidad-. Todos los días a partir 
de hoy, a una misma hora que tú elegirás, quédate sola y abre una baraja de 
tarot sobre la mesa. Ábrela al azar y no procures entender nada. Limítate a 
contemplar las cartas. Ellas, a su debido tiempo, te enseñarán todo lo que 
necesitas saber por el momento. 
"Parece la Tradición del Sol; yo de nuevo enseñándome a mí misma", pensó 
Brida, mientras bajaba las escaleras. Y fue cuando estaba en el autobús, 
cuando se dio cuenta de que la mujer se había referido a un Don. Pero 
podrían conversar sobre esto en un próximo encuentro. 
Durante una semana, Brida dedicó media hora al día a esparcir su baraja 
sobre la mesa de la sala. Acostumbraba acostarse a las diez de la noche y 
colocar el despertador a la una de la madrugada. Se levantaba, hacía un 
rápido café y se sentaba para contemplar las cartas, procurando comprender 
su lenguaje oculto. 
La primera noche estuvo llena de excitación. Brida estaba convencida de que 
Wicca le había pasado alguna especie de ritual secreto, e intentó colocar la 
 30 
baraja exactamente como ella lo había hecho, segura de que mensajes 
ocultos acabarían por revelarse. Después de media hora, con excepción de 
algunas pequeñas visiones que ella consideró fruto de su imaginación, nada 
de especial sucedió. 
Brida repitió lo mismo la segunda noche. Wicca había dicho que la baraja le 
contaría su propia historia y -a juzgar por los cursos que ella había frecuenta-
do- era una historia muy antigua, de más de tres mil años de edad, cuando 
los hombres estaban aún próximos a la sabiduría original. 
"Los dibujos parecen tan simples", pensaba. Una mujer abriendo la boca de 
un león, un carro tirado por dos animales misteriosos, un hombre con una 
mesa llena de objetos frente a él. Había aprendido que aquella baraja era un 
libro: un libro donde la Sabiduría Divina anotó los principales cambios del 
hombre en su viaje por la vida. Pero su autor, sabiendo que la Humanidad se 
acordaba con más facilidad del vicio que de la virtud, hizo que el libro 
sagrado fuese transmitido a través de las generaciones bajo la forma de un 
juego. La baraja era una invención de los dioses. 
"No puede ser así de simple", pensaba Brida, cada vez que esparcía las 
cartas sobre la mesa. Conocía métodos complicados, sistemas elaborados, y 
aquellas cartas desordenadas comenzaron a desordenar también su 
raciocinio. La sexta noche tiró todas las cartas al suelo, irritada. Por un 
momento pensó que aquel gesto suyo tuviese una inspiración mágica, pero 
los resultados fueron igualmente nulos; apenas algunas intuiciones que ella 
no conseguía definir, y que siempre consideraba como fruto de su 
imaginación. 
Al mismo tiempo, la idea de la Otra Parte no se le iba de la cabeza ni por un 
minuto. Al principio creyó que estaba volviendo a la adolescencia, a los 
sueños del príncipe encantado que cruzaba montañas y valles para buscar a 
 31 
la dueña de un zapatito de cristal o para besar a una mujer adormecida. "Los 
cuentos de hadas siempre hablan de la Otra Parte", bromeaba ella misma. 
Los cuentos de hadas fueron su primera inmersión en el mundo mágico en el 
que estaba ahora ansiosa por entrar, y más de una vez se preguntó por qué 
las personas terminaban alejándose tanto de este mundo, aun sabiendo las 
inmensas alegrías que la infancia dejaba en sus vidas. 
"Quizá porque no estén contentas con la alegría." Encontró su frase medio 
absurda, pero la registró en su Diario como algo creativo. 
Después de una semana con la idea de la Otra Parte rondándole en la 
mente, Brida empezó a ser poseída por una sensación aterradora: la 
posibilidad de escoger al hombre equivocado. La octava noche, al desper-
tarse una vez más para contemplar sin ningún resultado las cartas del tarot, 
decidió invitar a su novio a cenar al día siguiente. 
Escogió un restaurante que no era muy caro, pues él siempre quería pagar 
las cuentas a pesar de que el sueldocomo asistente de catedrático de Física 
de la Universidad era bastante más bajo que el de ella como secretaria. Aún 
era verano y se sentaron en una de las mesas que el restaurante colocaba 
en la acera, a la orilla del río. 
-Quiero saber cuándo los espíritus me dejarán dormir contigo otra vez -dijo 
Lorens, de buen humor. Brida lo miró con ternura. Le había pedido que estu-
viera quince días sin ir al departamento y él había accedido, haciendo tan 
solo las protestas suficientes para que ella entendiese cuánto la amaba. 
También él, a su manera, buscaba los mismos misterios del Universo; si 
algún día le pidiese que se mantuviera quince días alejada, ella tendría que 
aceptar. 
Cenaron sin prisa y sin conversar mucho, mirando las barcas que cruzaban 
el río y a las personas que paseaban por la acera. La botella de vino blanco 
 32 
que estaba en la mesa se vació y fue pronto sustituida por otra. Media hora 
después las dos sillas estaban juntas, y contemplaban abrazados el cielo 
estrellado de verano. 
--Fíjate en este cielo -dijo Lorens, acariciándole los cabellos-. Estamos 
mirando a un cielo de millares de años atrás. 
Él le había dicho eso el día en que se encontraron. Pero Brida no quiso 
interrumpir, ésta era la manera en que él compartía su mundo con ella. 
-Muchas de estas estrellas ya se apagaron y, sin embargo, sus luces todavía 
están recorriendo el Universo. Otras estrellas nacieron lejos y sus luces aún 
no llegaron hasta nosotros. 
-¿Entonces nadie sabe cómo es el cielo verdadero? -ella también había 
hecho esa pregunta la primera noche. Pero era bueno repetir momentos tan 
agradables. 
-No lo sabemos. Estudiamos lo que vemos, y no siempre lo que vemos es lo 
que existe. 
-Quiero preguntarte una cosa. ¿De qué materia estamos hechos? ¿De dónde 
vinieron esos átomos que forman nuestro cuerpo? 
Lorens respondió, mirando el cielo antiguo: -Fueron creados junto con estas 
estrellas y este río que estás viendo. En el primer segundo del Universo. -
Entonces, después de este primer momento de Creación, ¿no se añadió 
nada más? 
-Nada más. Todo se movió y se mueve. Todo se transformó y continúa 
transformándose. Pero toda la materia del Universo es la misma de billones 
de años atrás. Sin que un átomo tan siquiera haya sido agregado. 
Brida se quedó mirando el movimiento del río, y el movimiento de las 
estrellas. Era fácil percibir el río corriendo sobre la Tierra, pero era difícil 
 33 
notar a las estrellas moviéndose en el cielo. No obstante, uno y otras se 
movían. 
-Lorens -dijo por fin, después de un largo tiempo en que los dos se quedaron 
en silencio, viendo pasar 
un barco-. Deja que te haga una pregunta que puede parecer absurda: ¿es 
físicamente posible que los átomos que componen mi cuerpo hayan estado 
en el cuerpo de alguien que vivió antes de mí? 
Lorens la miró, espantado. 
-¿Qué es lo que estás queriendo saber? -Sólo esto que te pregunté. ¿Es 
posible? 
-Pueden estar en las plantas, en los insectos, pueden haberse transformado 
en moléculas de helio y estar a millones de kilómetros de la Tierra. 
-Pero, ¿es posible que los átomos del cuerpo de alguien que ya murió estén 
en mi cuerpo y en el cuerpo de otra persona? 
Él se quedó callado, por algún tiempo. -Sí, es posible -respondió finalmente. 
Una música distante comenzó a sonar. Venía de una barcaza que cruzaba el 
río y, a pesar de la distancia, Brida podía distinguir la silueta de un marinero 
enmarcada por la ventana encendida. Era una música que le recordaba su 
adolescencia y traía de vuelta los bailes en la escuela, el olor de su cuarto, el 
color de la cinta con que acostumbraba atarse la cola de caballo. Brida se dio 
cuenta de que Lorens jamás había pensado en lo que ella acababa de 
preguntarle, y quizá en este momento estuviera procurando saber si en su 
cuerpo había átomos de guerreros vikingos, de explosiones volcánicas, de 
animales prehistóricos y misteriosamente desaparecidos. 
Pero ella pensaba en otra cosa. Todo lo que quería saber era si el hombre 
que la abrazaba con tanto cariño había sido, un día, parte de ella misma. 
 34 
La barca se fue acercando y su música comenzó a llenar todo el ambiente. 
En otras mesas se interrumpió 
también la conversación para descubrir de dónde venía aquel sonido, porque 
todos tuvieron algún día una adolescencia, bailes en la escuela y sueños con 
cuentos de guerreros y hadas. 
-Te amo, Lorens. 
Y Brida deseó fervientemente que aquel muchacho que sabía tantas cosas 
sobre la luz de las estrellas tuviese un poco del alguien que ella fuera un día. 
 
"No lo conseguiré." 
Brida se sentó en la cama y buscó el paquete de cigarrillos en la mesita de 
luz. Contrariando todos sus hábitos, resolvió fumar estando aún en ayunas. 
Faltaban dos días para encontrarse otra vez con Wicca. Durante aquellas 
semanas tenía la certeza de haber dado lo mejor de sí. Había colocado todas 
sus esperanzas en el proceso que aquella mujer bonita y misteriosa le había 
enseñado, y luchó durante todo el tiempo para no decepcionarla; pero la 
baraja rehusó revelar su secreto. 
Durante las tres noches anteriores, siempre que acababa el ejercicio, tenía 
ganas de llorar. Estaba desprotegida, sola y con la sensación de que una 
gran oportunidad se le estaba escapando de las manos. Nuevamente sentía 
que la vida la trataba de una manera diferente que a las demás personas: le 
daba todas las oportunidades para que pudiese conseguir algo y, cuando 
estaba próxima a su objetivo, se abría la tierra y se la tragaba. Así había 
sucedido con sus estudios, con algunos novios, con ciertos sueños que 
jamás compartiera con otras personas. Y estaba siendo así con el camino 
que quería recorrer. 
 35 
Pensó en el Mago; tal vez pudiese ayudarla. Pero se había prometido a sí 
misma que sólo volvería a Folk cuando entendiese de magia lo suficiente 
como para enfrentarlo. 
Y ahora parecía que esto jamás llegaría a suceder... Permaneció mucho rato 
en la cama antes de decidir levantarse y preparar el desayuno. Finalmente 
tomó valor y decidió enfrentar un día más, una "Noche Oscura Cotidiana" 
más, como acostumbraba decir desde que había tenido su experiencia en el 
bosque. Preparó el café, miró el reloj y vio que aún tenía tiempo suficiente. 
Fue hasta el estante y buscó, entre los libros, el papel, que le había dado el 
librero. Existían otros caminos, se consolaba a sí misma. Si había 
conseguido llegar hasta el Mago, si había conseguido llegar hasta Wicca, 
terminaría llegando hasta la persona que podía enseñarle de manera que ella 
pudiera entenderlo. 
Pero sabía que esto era sólo una disculpa. "Vivo desistiendo de todo lo que 
comienzo", pensó, con cierta amargura. Quizá dentro de poco la vida 
comenzase a percibir esto y dejara de darle las oportunidades que siempre le 
había dado. O, quizá, desistiendo siempre al comienzo, agotara todos los 
caminos sin haber dado siquiera un solo paso. 
Pero ella era así, y se sentía cada vez más débil, más incapaz de cambiar. 
Hasta hace algunos años lamentaba sus actitudes, aún era capaz de algunos 
gestos de heroísmo; ahora se estaba acomodando a sus propios errores. 
Conocía a otras personas así: se acostumbraban a sus faltas y en poco 
tiempo confundían sus faltas con virtudes. Entonces ya era demasiado tarde 
para cambiar de vida. 
Pensó en no llamar a Wicca, simplemente desaparecer. Pero existía la 
librería, y ella no tendría valor para presentarse allí de nuevo. Si desaparecía 
así, el librero la trataría mal la próxima vez. "Muchas veces, por causa de un 
 36 
gesto impensado mío con una persona, terminé apartándome de otras que 
me eran queridas." Ahora no podía ser así. Estaba en un camino donde los 
contactos importantes eran muy difíciles. 
Tomó valor y marcó el número que estaba en el papel. Wicca atendió al otro 
lado. 
-No podré ir mañana -dijo Brida. 
-Ni tú ni el plomero -respondió Wicca. Brida se quedó algunos instantessin 
entender lo que la mujer estaba diciendo. 
Pero Wicca comenzó a quejarse de que tenía una avería en la pileta de la 
cocina, que ya había llamado varias veces a un hombre para arreglarla y que 
el hombre nunca aparecía. Comenzó a contar una larga historia sobre los 
edificios antiguos, muy imponentes pero con problemas insolubles. 
-¿Tienes el tarot por ahí cerca? -preguntó Wicca, en mitad del relato del 
plomero. 
Brida, sorprendida, le dijo que sí. Wicca le pidió que esparciese las cartas 
sobre la mesa, pues iba a enseñarle un método de juego para descubrir si el 
plomero aparecería o no a la mañana siguiente. 
Brida, más sorprendida aún, hizo lo que le mandaba. Esparció las cartas y se 
quedó mirando, ausente, hacia la mesa, mientras esperaba instrucciones 
desde el otro lado de la línea. El valor para decir el motivo de la llamada se 
iba desvaneciendo poco a poco. 
Wicca no paraba de hablar, y Brida resolvió escucharla con paciencia. Quizá 
consiguiese hacerse amiga de ella. Quizá, entonces, ella fuese más tolerante 
y le enseñase métodos más fáciles de encontrar la Tradición de la Luna. 
Wicca, mientras tanto, iba pasando de un asunto a otro, después de hacer 
todas las quejas sobre los plomeros comenzó a contarle la discusión que 
había tenido, bien temprano, con la administradora sobre el sueldo del 
 37 
portero del edificio. Después enlazó ese asunto con unas consideraciones 
sobre las pensiones que estaban pagando a los jubilados. 
Brida acompañaba todo aquello con murmullos afirmativos. Estaba de 
acuerdo con todo lo que la otra decía, pero ya no conseguía prestar atención 
a nada. Un tedio mortal se apoderó de ella; la conversación de aquella mujer 
casi extraña sobre plomeros, porteros y jubilados, a aquella hora de la 
mañana, era una de las cosas más aburridas que había escuchado en toda 
su vida. Intentó distraerse con las cartas de encima de la mesa, mirando 
pequeños detalles que habían pasado inadvertidos otras veces. 
De vez en cuando Wicca le preguntaba si la estaba escuchando, y ella 
musitaba que sí. Pero su mente estaba lejos, viajando, paseando por lugares 
donde jamás estuviera. Cada detalle de las cartas parecía empujarla más 
hondo en el viaje. 
De repente, como quien penetra en un sueño, Brida percibió que ya no 
conseguía escuchar lo que la otra le decía. Una voz, una voz que parecía 
venir de dentro de ella -pero que ella sabía que venía de afuera- comenzó a 
susurrarle algo. "¿Estás entendiendo?" Brida decía que sí. "Sí, estás 
entendiendo", dijo la misteriosa voz. 
Esto, no obstante, no tenía la menor importancia. El tarot frente a ella 
comenzó a mostrar escenas fantásticas; hombres vestidos apenas con 
tangas, cuerpos bronceados al sol y cubiertos de aceite. Algunos usaban 
máscaras que parecían gigantescas cabezas de pez. Nubes pasaban 
corriendo por el cielo, como si todo estuviese en un movimiento mucho más 
rápido que el normal, y la escena cambiaba de repente a una plaza, con 
edificios monumentales, donde algunos viejos contaban secretos a unos 
muchachos. Había desesperación y prisa en la mirada de los viejos, como si 
un conocimiento muy antiguo estuviese a punto de perderse definitivamente. 
 38 
"Suma el siete y el ocho y tendrás mi número. Soy el demonio y firmé el 
libro", dijo un muchacho vestido con ropas medievales, después que la 
escena se convirtió en una especie de fiesta. Algunas mujeres y hombres 
sonreían, y estaban embriagados. Las escenas se cambiaron a templos 
enclavados en rocas al lado del mar, el cielo comenzó a cubrirse de nubes 
negras, de donde salían rayos muy brillantes. 
Apareció una puerta. Era una puerta pesada, como la puerta de un viejo 
castillo. La puerta se aproximaba a Brida y ella presintió que en poco tiempo 
conseguiría abrirla. 
"Vuelve de allí", dijo la voz. 
Vuelve, vuelve -dijo la voz del teléfono. Era Wicca. Brida quedó irritada 
porque estaba interrumpiendo una experiencia tan fantástica, para volver a 
hablar de porteros y plomeros. 
-Un momento -respondió. Luchaba por retornar a aquella puerta, pero todo 
había desaparecido de su frente. 
-Sé lo que pasó -repitió Wicca, ante el silencio de Brida-. Ya no voy a hablar 
más del plomero; estuvo aquí la semana pasada y ya arregló todo. 
Antes de cortar, dijo que la esperaba a la hora convenida. 
Brida colgó el teléfono, sin despedirse. Se quedó aún mucho tiempo mirando 
fijamente la pared de su cocina, antes de caer en un llanto convulsivo y 
relajante. 
 
-Fue un truco -dijo Wicca a una asustada Brida, cuando las dos se 
acomodaron en los sillones italianos-. Sé cómo te debes estar sintiendo -
continuó-. A veces entramos en un camino sólo porque no creemos en él. 
Entonces, es fácil: todo lo que tenemos que hacer es probar que no es 
 39 
nuestro camino. Sin embargo, cuando las cosas comienzan a suceder y el 
camino se revela ante nosotros, tenemos miedo de seguir adelante. 
Wicca dijo que no entendía por qué muchos prefieren pasar la vida entera 
destruyendo los caminos que no desean recorrer, en vez de andar por el 
único que los conduciría a algún lugar. 
 
--No puedo creer que fue un truco -dijo Brida. Ya no tenía aquel aire de 
arrogancia y desafío. Su respeto por aquella mujer había aumentado 
considerablemente. 
-La visión no fue un truco. El truco al que me refiero fue el del teléfono. 
Durante millones de años, el hombre siempre habló con aquello que 
conseguía ver. De repente, en apenas un siglo, el "ver" y el "hablar" fueron 
separados. Creemos que estamos acostumbrados a esto y no percibimos el 
inmenso impacto que ello causó en nuestros reflejos. Nuestro cuerpo 
simplemente todavía no está acostumbrado. El resultado práctico es que, 
cuando hablamos por teléfono, conseguimos entrar en un estado muy 
semejante a ciertos trances mágicos. Nuestra mente entra en otra frecuencia, 
queda más receptiva al mundo invisible. Conozco hechiceras que tienen 
siempre papel y lápiz junto al teléfono; garabatean cosas aparentemente sin 
sentido mientras hablan con alguien. Cuando cuelgan, las cosas que han 
garabateado son generalmente símbolos de la Tradición de la Luna. 
-Y ¿por qué el tarot se reveló ante mí? 
-Este es el gran problema de quien desea estudiar magia -respondió Wicca-. 
Cuando comenzamos el camino, siempre tenemos una idea más o menos 
definida de lo que pretendemos encontrar. Las mujeres generalmente buscan 
la Otra Parte, los hombres buscan el Poder. Tanto unos como otros no 
quieren aprender: quieren llegar a aquello que establecieron como meta. 
 40 
Pero el camino de la magia -como, en general, el camino de la vida- es y 
será siempre el camino del Misterio. Aprender una cosa significa entrar en 
contacto con un mundo del cual no se tiene la menor idea. Es preciso ser 
humilde para aprender. 
-Es sumergirse en la Noche Oscura -dijo Brida. -No me interrumpas -la voz 
de Wicca mostraba una irritación contenida. Brida percibió que no era por el 
comentario; a fin de cuentas, ella había dicho la verdad. "Quizá esté irritada 
con el Mago", pensó. Quién sabe si no estuvo enamorada de él algún día. 
Los dos eran más o menos de la misma edad. 
-Disculpa -dijo ella. 
-No tiene importancia -Wicca también parecía sorprendida de su reacción. 
-Me estabas hablando del tarot. 
 
-Cuando tú colocabas las cartas sobre la mesa, siempre tenías una idea de 
lo que sucedería. Nunca dejaste que las cartas contasen su historia; estabas 
tratando de que ellas confirmasen lo que tú imaginabas saber. Cuando 
comenzamos a hablar por teléfono, yo me di cuenta de ello. Percibí también 
que allí había una señal y que el teléfono era mi aliado. Comencé una 
conversación aburrida y te pedí que mirases las cartas. Entraste en el trance 
que el teléfono provoca y las cartas te condujeron a su mundo mágico. 
Wicca le pidió que siempre se fijase en los ojos de las personas que estaban 
hablando por teléfono. Eran ojos muy interesantes.-Deseo hacer otra pregunta-dijo Brida, mientras las dos tomaban té. La 
cocina de Wicca era sorprendentemente moderna y funcional-. Quiero saber 
por qué no dejaste que yo abandonase el camino. 
"Porque quiero entender lo que el Mago vio además de su Don", pensó 
Wicca. 
 41 
-Porque tienes un Don -respondió. -¿Cómo sabes que tengo un Don? -Es 
simple. Por las orejas. 
"Por las orejas. Qué decepción -se dijo a sí misma Brida-. Y yo pensaba que 
ella estaba viendo mi halo." -Todo el mundo tiene un Don. Pero algunos 
nacen con este Don más desarrollado, mientras que otros -como yo, por 
ejemplo- tienen que luchar mucho para desarrollarlo. Las personas con el 
Don de nacimiento tienen los lóbulos de las orejas pequeños y pegados a la 
cabeza. Instintivamente, Brida tocó sus orejas. Era verdad. -¿Tienes coche? 
Brida respondió que no. 
-Entonces prepárate para gastar un buen dinero en taxi -dijo Wicca, 
levantándose-. Ha llegado la hora de dar el próximo paso. 
"Todo está yendo muy rápido", pensó Brida, mientras se levantaba. La vida 
se estaba pareciendo a las nubes que viera en su trance. 
 
A media tarde llegaron cerca de unas montañas, que quedaban a unos 39 
kilómetros al sur de Dublín. 'Podíamos haber hecho el mismo trayecto en 
autobús", protestó Brida mentalmente, mientras pagaba el taxi. Wicca había 
traído consigo un bolso con algunas ropas. 
-Si quieren espero -dijo el chofer-. Va a ser bastante difícil encontrar otro taxi 
aquí. Estamos en mitad de la carretera. 
-No se preocupe -respondió Wicca, para alivio de Brida-. Siempre 
conseguimos lo que queremos. 
El chofer miró a las dos con un aire un tanto raro y se fue en el coche. 
Estaban ante un bosque de eucaliptos que llegaba hasta la base de la 
montaña más próxima. 
-Pide permiso para entrar -dijo Wicca-. A los espíritus del bosque les gustan 
las gentilezas. 
 42 
Brida pidió permiso. El bosque, que antes era apenas un bosque común, 
pareció ganar vida. 
-Mantente siempre en el puente entre lo visible y lo invisible -dijo Wicca, 
mientras andaban en medio de los eucaliptos-. Todo en el Universo tiene 
vida, procura estar siempre en contacto con esta Vida. Ella entiende tu 
lenguaje. Y el mundo comienza a adquirir para ti una importancia distinta. 
Brida estaba sorprendida por la agilidad de la mujer. Sus pies parecían 
levitar, apenas hacían ruido en el suelo. 
 
Llegaron a un claro, cerca de una enorme piedra. Mientras procuraba saber 
cómo había aparecido allí aquella piedra, Brida notó restos de una hoguera 
en el centro del espacio abierto. 
El lugar era hermoso. Aún faltaba mucho para el atardecer y el sol mostraba 
el colorido típico de las tardes de verano. Los pájaros cantaban, una brisa 
leve paseaba por las hojas de los árboles. Estaban en una elevación y allí 
abajo podía ver el horizonte. 
Wicca sacó de dentro del bolso una especie de túnica árabe, que se puso 
encima de su ropa. Después llevó el bolso cerca de los árboles, de modo que 
no pudiese ser visto desde el claro. 
-Siéntate -dijo ella. 
Wicca estaba diferente. Brida no sabía explicar si era la ropa o el profundo 
respeto que el lugar inspiraba. -Antes que nada, tengo que explicarte lo que 
voy a hacer. Voy a descubrir cómo el Don se manifiesta en ti. Sólo podré 
enseñarte si sé algo con respecto a tu Don. Wicca pidió a Brida que 
procurase relajarse, que se entregase a la belleza del lugar, de la misma 
manera como se había dejado dominar por el tarot. 
 43 
-En algún momento de tus vidas pasadas, ya estuviste en el camino de la 
magia. Lo sé por las visiones del tarot que me describiste. 
Brida cerró los ojos, pero Wicca le pidió que los volviese a abrir. 
-Los lugares mágicos son siempre lindos y merecen ser contemplados. Son 
cascadas, montañas, bosques, donde los espíritus de la Tierra acostumbran 
jugar, sonreír y conversar con los hombres. Estás en un lugar sagrado y él te 
está mostrando los pájaros y el viento. 
 
Agradece a Dios por esto; por los pajaritos, por el viento y por los espíritus 
que pueblan este lugar. Mantén siempre el puente entre lo visible y lo 
invisible. 
La voz de Wicca la relajaba cada vez más. Había un respeto casi religioso 
hacia el momento. 
-El otro día te hablé de uno de los mayores secretos de la magia: la Otra 
Parte. Toda la vida del hombre sobre la faz de la Tierra se resume en esto: 
buscar su Otra parte. No importa si finge correr detrás de la sabiduría, del 
dinero o del poder. Cualquier cosa que él consiga va a estar incompleta si, al 
mismo tiempo, no consiguió encontrar a su Otra Parte. Con excepción de 
algunas pocas criaturas que descienden de los ángeles, y que necesitan la 
soledad para su encuentro con Dios, el resto de la Humanidad sólo 
conseguirá la unión con Dios si en algún momento, en algún instante de su 
vida, consiguió comulgar con su Otra Parte. 
Brida notó una extraña energía en el aire. Por unos momentos sus ojos se 
llenaron de agua, sin que pudiese explicar por qué. 
--En la Noche de los Tiempos, cuando fuimos separados, una de las partes 
quedó encargada de mantener el conocimiento: el hombre. Él pasó a 
comprender la Agricultura, la Naturaleza y los movimientos de los astros en 
 44 
el cielo. El conocimiento siempre fue el poder que mantuvo al Universo en su 
lugar, y a las estrellas girando en sus órbitas. Ésta fue la gloria del hombre: 
mantener el conocimiento. Y esto hizo que la raza entera sobreviviese. A 
nosotras, las mujeres -prosiguió-, nos fue entregado algo mucho más sutil, 
mucho más frágil, pero sin lo cual todo el conocimiento no tiene ningún 
sentido: la transformación. Los hombres dejaban el suelo fértil, nosotras 
sembrábamos, y este suelo se transformaba en árboles y plantas. 
El suelo necesita a la simiente, y la simiente necesita al suelo. Uno sólo tiene 
sentido con el otro. Lo mismo pasa con los seres humanos. Cuando el 
conocimiento masculino se une con la transformación femenina, está creada 
la gran unión mágica, que se llama Sabiduría. Sabiduría es conocer y 
transformar. 
Brida comenzó a sentir un viento más fuerte y percibió que la voz de Wicca 
hacía que ella entrase de nuevo en trance. Los espíritus del bosque parecían 
vivos y atentos. 
-Acuéstate -dijo Wicca. 
Brida se reclinó hacia atrás y extendió las piernas. Encima de ella brillaba un 
profundo cielo azul, sin nubes. 
Ve en busca de tu Don. No puedo ir contigo hoy, pero ve sin miedo. Cuanto 
más entiendas de ti misma, más entenderás del mundo. 
Y más próxima estarás de tu Otra Parte. 
 
Wicca se inclinó y miró a la joven que estaba frente a ella. "Igual a quien fui 
un día -pensó, con cariño-. En busca de un sentido para todo, y capaz de 
mirar al mundo como las mujeres antiguas, que eran fuertes y confiadas, y no 
se incomodaban por reinar en sus comunidades." 
 45 
En aquella época, entretanto, Dios era mujer. Wicca se inclinó sobre el 
cuerpo de Brida y le desató el cinturón. Después, bajó un poco la cremallera 
del pantalón tejano. Los músculos de Brida se pusieron tensos. 
-No te preocupes -dijo Wicca, con cariño. Levantó un poco la camiseta de la 
chica, de manera que su ombligo quedase expuesto. Entonces sacó del 
bolsillo de su manto un cristal de cuarzo y lo colocó sobre él. 
-Ahora quiero que cierres los ojos -dijo con suavidad-. Quiero que imagines 
el mismo color del cielo, sólo que con los ojos cerrados. 
Retiró del manto una pequeña amatista y la colocó entre los ojos cerrados de 
Brida. 
Ve siguiendo exactamente lo que yo te diga a partir de ahora. No te 
preocupes por nada más. 
Estás en medio del Universo. Puedes ver las estrellas a tu alrededor y 
algunos planetas más brillantes. Siente este paisaje como algo que te 
envuelve completamente, y no como una tela. Siente el placer al contemplar 
este Universo; nada más puede preocuparte. Estás concentrada tan solo en 
tu placer. Sin culpa. 
Brida vio el Universo estrellado y percibió que era capaz de entraren él, al 
mismo tiempo que escuchaba la voz de Wicca. Ésta le pidió que viese, en 
medio del Universo, una gigantesca catedral. Brida vio una catedral gótica, 
con piedras oscuras, y que parecía formar parte del Universo a su alrededor, 
por más absurdo que aquello pudiera parecer. 
-Camina hasta la catedral. Sube las escaleras. Entra. Brida hizo lo que Wicca 
le mandaba. Subió las escaleras de la catedral, sintiendo los pies descalzos 
pisando en el mosaico frío. En determinado momento tuvo la impresión de 
estar acompañada, y la voz de Wicca parecía salir de una persona detrás de 
ella. "Estoy imaginando cosas", pensó Brida, y de repente se acordó de que 
 46 
era preciso creer en el puente entre lo visible y lo invisible. No podía tener 
miedo de decepcionarse, ni de fracasar. 
Brida estaba ahora delante de la puerta de la catedral. Era una puerta 
gigantesca, trabajada en metal, con dibujos de vidas de santos. 
Completamente distinta a la que había visto en su viaje con el tarot. 
-Abre la puerta. Entra. 
Brida sintió el metal frío en sus manos. A pesar del tamaño la puerta se abrió 
sin ningún esfuerzo. Entró en una inmensa iglesia. 
-Repara en todo lo que estás viendo -dijo Wicca. Brida notó que a pesar de 
estar oscuro afuera, entraba mucha luz por los inmensos vitrales de la 
catedral. Podía distinguir los bancos, los altares laterales, las columnatas 
adornadas y algunas velas encendidas. Todo, no obstante, parecía un poco 
abandonado; los bancos estaban cubiertos de polvo. 
-Camina hacia tu lado izquierdo. En algún lugar encontrarás otra puerta. Sólo 
que, esta vez, muy pequeña. 
Brida caminó por la catedral. Sus pies descalzos pisaban el polvo del suelo, 
provocando una sensación desagradable. En algún lugar, una voz amiga la 
guiaba. Sabía que era Wicca, pero sabía también que ya no tenía control 
sobre su imaginación. Estaba consciente y, no obstante, no conseguía 
desobedecer lo que ella le estaba pidiendo. 
Encontró la puerta. 
-Entra. Existe una escalera de caracol que baja. Brida tuvo que agacharse 
para entrar. La escalera de caracol tenía antorchas sujetas a la pared, que 
iluminaban los escalones. El suelo estaba limpio; alguien había estado allí 
antes, para encender las antorchas. -Estás yendo al encuentro de tus vidas 
pasadas. En el sótano de esta catedral existe una biblioteca. Vamos hasta 
allá. Estoy esperando al final de la escalera de caracol. 
 47 
Brida descendió durante un tiempo que no supo determinar. La bajada la 
dejó un poco mareada. En cuanto llegó abajo encontró a Wicca, con su 
manto. Ahora se hacía más fácil, estaba más protegida. Estaba dentro de su 
trance. 
Wicca abrió otra puerta, que estaba al final de la escalera. 
-Ahora voy a dejarte aquí sola. Me quedaré afuera, esperando. Escoge un 
libro y él te mostrará lo que necesitas saber. 
Brida ni se dio cuenta de que Wicca se quedaba atrás: contemplaba los 
volúmenes llenos de polvo. "Tengo que venir más aquí, dejar esto limpio." El 
pasado estaba sucio y abandonado y ella sentía mucha pena por no haber 
leído antes todos aquellos libros. Quizá consiguiera traer de vuelta a su vida 
algunas lecciones importantes que ya había olvidado. 
Miró los volúmenes que estaban en el estante. "Cuánto viví ya", pensó. 
Debía ser muy antigua; precisaba ser más sabia. Le gustaría leer todo de 
nuevo, pero no tenía mucho tiempo, y necesitaba confiar en su intuición. 
Podía volver cuando quisiera, ahora que había aprendido el camino. 
Se quedó algún tiempo sin saber qué decisión tomar. De repente, sin 
pensarlo mucho, escogió un volumen y lo retiró. No era un volumen muy 
grueso y Brida se sentó en el suelo de la sala. 
Se puso el libro en el regazo, pero tenía miedo. Tenía miedo de abrirlo y de 
que no pasara nada. Tenía miedo de no conseguir leer lo que estaba escrito. 
"Tengo que correr riesgos. No tengo que tener miedo de la derrota", pensó, 
al mismo tiempo que abría el volumen. De repente, al mirar las páginas, se 
sintió mal. Estaba de nuevo mareada. 
"Me voy a desmayar", consiguió reflexionar, antes de que todo se 
oscureciese por completo. 
 
 48 
Se despertó con el agua goteando en su rostro. Había tenido un sueño muy 
extraño, y no sabía lo que aquello significaba; eran catedrales sueltas en el 
aire y bibliotecas llenas de libros. Ella nunca había entrado en una biblioteca. 
-Loni, ¿estás bien? 
No, no lo estaba. No conseguía sentir su pie derecho, y sabía que aquello 
era una mala señal. Tampoco tenía ganas de conversar, porque no quería 
olvidar el sueño. -Loni, despierta. 
Debía haber sido la fiebre, haciéndola delirar. Los delirios parecían muy 
vivos. Quería que parasen de llamarla, porque el sueño estaba 
desapareciendo, sin que ella consiguiera entenderlo. 
El cielo estaba nublado y las nubes bajas casi tocaban la torre más alta del 
castillo. Se quedó mirando las nubes. Suerte que no conseguía ver las 
estrellas; los sacerdotes decían que ni siquiera las estrellas eran comple-
tamente buenas. 
La lluvia paró poco después de que ella hubiera abierto los ojos. Loni estaba 
alegre por la lluvia, esto significaba que la cisterna del castillo debía estar 
llena de agua. Bajó lentamente los ojos de las nubes y vio de nuevo la torre, 
las hogueras en el patio y la multitud que andaba de un lado para otro, 
desorientada. -Talbo -dijo ella, en voz baja. 
Él la abrazó. Ella sintió el frío de su armadura, el olor de hollín en sus 
cabellos. 
-¿Cuánto tiempo pasó? ¿En qué día estamos? -Estuviste tres días sin 
despertar -dijo Talbo. 
Ella lo miró y sintió pena: estaba más delgado, el rostro sucio, la piel sin vida. 
Pero nada de esto tenía importancia: ella lo amaba. 
-Tengo sed, Talbo. 
-No hay agua. Los franceses descubrieron el camino secreto. 
 49 
Escuchó de nuevo las Voces dentro de su cabeza. Durante mucho tiempo 
había odiado aquellas Voces. Su marido era un guerrero, un mercenario que 
luchaba la mayor parte del año, y ella tenía miedo de que las Voces le 
contasen que él había muerto en una batalla. Había descubierto una manera 
de evitar que las Voces hablasen con ella: bastaba concentrar su 
pensamiento en un árbol antiguo que había cerca de su aldea. Las Voces 
siempre paraban de hablar cuando ella hacía aquello. Pero ahora estaba 
demasiado débil y las Voces habían vuelto. 
"Tú vas a morir -dijeron las Voces-. Pero él se salvará." 
-Ha llovido, Talbo -insistió ella-. Necesito agua. -Fueron apenas unas gotas. 
No llegó para nada. Loni miró otra vez las nubes. Habían estado allí toda la 
semana, y todo lo que habían hecho era alejar el sol, dejar el invierno más 
frío y el castillo más sombrío. Tal vez los católicos franceses tuvieran razón. 
Tal vez Dios estuviese del lado de ellos. 
Algunos mercenarios se aproximaron al lugar donde estaban ellos. Por todas 
partes había hogueras, y Loni tuvo la sensación de que estaba en el infierno. 
-Los sacerdotes están reuniendo a todo el mundo, comandante -dijo uno de 
ellos a Talbo. 
-Fuimos contratados para luchar y no para morir -dijo otro. 
-Los franceses han ofrecido la rendición -respondió Talbo-. Han dicho que los 
que se conviertan de nuevo a la fe católica pueden partir sin problemas. 
"Los Perfectos no van a aceptar", susurraron las Voces a Loni. Ella lo sabía. 
Conocía bien a los Perfectos. Era a causa de ellos que Loni estaba allí, y no 
en casa, donde acostumbraba esperar que Talbo volviese de las batallas. 
Los Perfectos estaban sitiados en aquel castillo desde hacía cuatro meses, y 
las mujeres de la aldea conocían el camino secreto. Durante todo este 
tiempo trajeron comida, ropa, municiones; durante todo este tiempo pudieron 
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encontrarse con sus maridos, y gracias a ellas fue posible continuar la lucha. 
Pero el camino secreto había sido descubierto y ahora ella no podía volver. 
Ni las otras mujeres. 
Trató de sentarse. Su pie ya no le dolía. Las Voces le decían que aquello era 
una mala señal. 
-No

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