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TE C O 2019 Julian Felipe Cano Osorio

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Conflictos territoriales, acciones colectivas y prácticas de fronterización en el Alto 
Putumayo (1970-2015) 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
T E S I S 
QUE PARA OPTAR AL GRADO DE 
DOCTOR EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL 
 
 
P R E S E N T A 
 
 
JULIÁN FELIPE CANO OSORIO 
 
 
 
DIRECTORA DE TESIS 
 
Dra. Gabriela Robledo 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas; diciembre, 2019. 
 
 
 
CENTRO DE INVESTIGACIONES Y ESTUDIOS SUPERIORES 
 EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL 
 
 
 
 
CENTRO DE INVESTIGACIONES 
Y ESTUDIOS SUPERIORES 
EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL 
 
DOCTORADO EN ANTROPOLOGIA SOCIAL 
SURESTE 
PROMOCIÓN 2015-2019 
 
 
COMITÉ DE TESIS 
 
Título: Conflictos territoriales, acciones colectivas y prácticas de fronterización en el Alto 
Putumayo (1970-2015) 
 
 
Alumno: Julián Felipe Cano Osorio 
 
 
DIRECTORA: 
Dra. Gabriela Robledo 
 
 
 
LECTORES/AS: 
 
 
José Luis Escalona 
 
 
Ingreet Cano 
 
 
María Fernanda Paz 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
AGRADECIMIENTOS 
 
 Son muchas las personas a quienes debería agradecer por la colaboración que me brinda-
ron en este recorrido; sin embargo los olvidos son inevitables y muchas de ellas faltarán a 
continuación. Eso sí, tendré siempre presente la gratitud a mi tutora, la doctora Gabriela Ro-
bledo, por su acompañamiento y su paciencia, sus observaciones y comentarios, y especial-
mente por su esfuerzo al tratar de consolidar mi línea de pensamiento sin querer imponerme 
la suya en los momentos en que ambas no se encontraban; a los integrantes del comité de 
tesis por la lectura detallada de este escrito que dio lugar a observaciones y críticas encami-
nadas a mejorarlo y a ensanchar mis horizontes en la reflexión; a pobladores del Valle de 
Sibundoy que se interesaron por mi presencia en su territorio y estuvieron siempre dispuestos 
a colaborarme en los momentos en que los necesité (especialmente a la familia Casanova y 
al taita Antonino); al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) por haberme 
otorgado la beca para realizar este trabajo, y, por último, al Centro de Investigaciones y Es-
tudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) por aceptarme en su posgrado y facili-
tarme apoyo en todo momento. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
1 
 
RESUMEN 5 
INTRODUCCIÓN 6 
Cómo surgió esta investigación 6 
Ubicación geográfica 9 
Demografía 11 
Historia y poblamiento 14 
Actividades económicas 17 
Contenido por capítulos 19 
CAPÍTULO 1: CARACTERIZACIÓN DEL PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN Y MÉTODO
 24 
Tres ideas orientadoras 28 
Situacionismo beligerante 29 
Positividad sociológica del conflicto (el aporte de Simmel) 30 
Nomadismo 34 
Método 37 
CAPÍTULO 2: MARCO DE REFERENCIA CONCEPTUAL 42 
Antecedentes 42 
Los conceptos 45 
Territorio 45 
El espacio como punto de partida 46 
La técnica en el espacio 48 
Procesos territoriales 50 
Formas de apropiación 51 
Relaciones de poder 63 
Procesos de construcción y organización territorial 66 
Etnicidad 70 
Algunas definiciones 70 
Características de la etnicidad 71 
Críticas al concepto 74 
CAPÍTULO 3: CAUCHERÍAS, MISIONES Y CONFLICTOS TERRITORIALES 77 
Introducción 77 
A matar blancos 78 
2 
 
La famosa y triste historia de la extracción cauchera en Putumayo 81 
Complicidad gubernamental 86 
Violencia religiosa: la llegada de los capuchinos 90 
El despojo de una heredad: legalidad vs legitimidad 94 
Políticas indigenistas de la iglesia católica en Putumayo 98 
Oposición indígena pacífica y acción colectiva débil 103 
CAPITULO 4: CARRETERA VARIANTE SAN FRANCISCO-MOCOA 111 
Orígenes 111 
Razones para construir la variante 120 
Críticas y oposición a la propuesta de la variante 125 
Situación actual 129 
Conflictos territoriales (semantización, delimitación y control) 130 
En el plano de la semantización 130 
En el plano de la delimitación 132 
En el plano del control 134 
CAPÍTULO 5: DISTRITO DE DRENAJE 136 
Orígenes 136 
Efectos benéficos del distrito de drenaje 139 
Problemas y críticas 140 
Situación actual 145 
Conflictos territoriales (semantización, delimitación y control) 146 
Conflictos en el plano de la semantización 146 
En el plano de la delimitación 147 
En el plano del control 149 
El problema de las Juntas de Acción Comunal (JAC´s) en los resguardos 149 
Debilitamiento de la chagra y fomento del monocultivo por el DD 152 
CAPÍTULO 6: ACCIONES COLECTIVAS 155 
Acciones colectivas étnicas 159 
Antecedentes históricos de las acciones colectivas étnicas 159 
Acciones colectivas étnicas en contra de la CVSFM y el distrito de drenaje 161 
Acciones colectivas a favor 169 
Historia del comité pro-variante 169 
Acciones colectivas 170 
3 
 
Implicación, coordinación e identificación 173 
CAPÍTULO 7: PRÁCTICAS DE FRONTERIZACIÓN 181 
Experiencias de campo 182 
¿Qué es una frontera? 184 
Características de la frontera 187 
Cruce de fronteras 187 
Ambivalencia de la frontera 191 
Centralidad de la frontera 194 
Tipos y funciones de las fronteras 196 
Fronteras interiores 198 
Fronteras intraétnicas en el grupo kamëntšá 199 
Fronteras interétnicas en el Alto Putumayo 200 
Cultura de frontera 202 
Fronterización y desfronterización 207 
REFLEXIONES Y CONCLUSIONES 211 
ANEXOS 229 
ANEXO 1. 229 
EL ESTADO Y LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN COLOMBIA 229 
ANEXO 2: 236 
¿POR QUÉ CAMPESINOS INDÍGENAS EN VEZ DE CAMPESINOS E INDÍGENAS? 236 
BIBLIOGRAFÍA 240 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
4 
 
Vista panorámica del Valle de Sibundoy. Fotografía del autor 2016. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
5 
 
RESUMEN 
 
 
En el Alto Putumayo dos megaobras de infraestructura resultan de vital importancia para 
comprender la vida social de sus pobladores por los impactos que han generado. Tanto el 
distrito de drenaje como la carretera variante San Francisco-Mocoa, han modificado muchas 
de las dinámicas sociales asociadas a la movilidad, la productividad y la integración en esta 
región caracterizada por su formación pluriétnica, pues allí coexisten campesinos mestizos 
provenientes de diferentes regiones del país que vienen asentándose en la región desde hace 
ya más de un siglo, y grupos étnicos como los inga y los kamëntšá que han estado habitando 
el territorio por miles de años. En este contexto, que además es fronterizo geográficamente 
hablando y marginal en términos políticos y económicos, han surgido conflictos territoriales 
en cuya base se encuentran las obras mencionadas como factores causales, y que a su vez han 
activado respuestas colectivas entre los pobladores con las que se intenta gestionar dichos 
conflictos. El argumento desarrollado en este escrito es que esas acciones colectivas nacidas 
como respuestas ante los conflictos causados por el distrito y la carretera han tenido una 
incidencia profunda sobre las prácticas de fronterización étnica, es decir, sobre los procesos 
sociales de distinción y convergencia entre sus pobladores, y a intentar demostrarlo se dedi-
can las páginas que siguen. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
6 
 
INTRODUCCIÓN 
 
Cómo surgió esta investigación 
 
 La primera vez que visité la región del Alto Putumayo, en el año 2012, lo hice como 
turista. Para ese entonces uno de mis pasatiempos favoritos, cuando mis labores me daban 
un respiro, era viajar por las carreteras de Colombia en mi adorada Luza, una motocicleta 
Yamaha 250 con la que tuve la oportunidad de conocer algunos lugares lejanos de la geogra-
fía colombiana, a bajo costo y con la sensación de libertad, tan conocida entre los motoci-
clistas, que produce el choque del viento contra el cuerpo cuando vas a altas velocidades 
como alma que lleva el diablo. En ese primer viaje, que duró dos días con rodadas de ocho 
horas por jornada aproximadamente, lo que más emoción me causó fue atravesar en dirección 
Mocoa – San Francisco, ya al final del trayecto, una endemoniada carretera sin pavimentar 
que atravesaba un hermoso paisaje selvático repleto de montañas gigantescascubiertas de 
una vegetación espesa e impenetrable de la que surgían, en cantidades abrumadoras, ríos, 
cascadas, nacimientos de agua y tantos derrumbes que hasta al más estoico de los viajeros 
le hacían dudar de arribar con éxito al destino final. Fue mi primer encuentro con “El tram-
polín del diablo”, como supe después que los putumayenses llaman a esta vía, una de las más 
peligrosas en el país para el tránsito automotor y cuya historia contaré más adelante. Ya ter-
minando la moto-aventura por el Trampolín del diablo, después de tres horas de recorrido y 
a pocos minutos de arribar a San Francisco, divisé con admiración desde lo alto el Valle de 
Sibundoy, una majestuosa planicie de 8500 hectáreas de extensión que está rodeada por un 
anillo montañoso que pareciera protegerla, y que hasta mediados de la década del 60 del siglo 
pasado estuvo anegada formando una inmensa laguna que fue desecada para ganar tierras 
que sirvieran para la agricultura y la ganadería, obra que también describiré con detenimiento 
páginas adelante. 
 
 Mi segundo viaje al Alto Putumayo lo hice dos años después con un grupo de estudiantes 
de antropología; para ese entonces yo trabajaba como docente en una universidad y mis pre-
dilecciones académicas giraban en torno a los estudios sobre los fenómenos religiosos, por 
lo cual, sabiendo ya de la fuerte presencia de la iglesia católica y su papel determinante en el 
7 
 
proceso aculturativo de los pueblos indígenas de esta región, decidí con los chicos realizar 
una “prospección” (era el término que utilizábamos para referirnos a una observación super-
ficial, exploratoria, que no alcanzaba a ser etnográfica como tal por la brevedad del tiempo) 
sobre las interacciones entre sacerdotes católicos y líderes espirituales ingas y kamëntšás, 
conocidos como taitas, cuyo uso de la mixtura sicoactiva del yagé era famoso allende las 
fronteras y atraía cada año a cientos de siconautas deseosos de alterar sus conciencias con “el 
bejuco del alma”, buscando en su mayoría propósitos místicos de crecimiento espiritual y 
paz del alma. 
 
 En ambas visitas fui interpelado repetidamente (por sacerdotes, taitas, investigadores, fun-
cionarios y pobladores en general con los que tuve la oportunidad de conversar) sobre mi 
ignorancia de la existencia de un famoso libro en el que se narraba la historia de las relaciones 
entre la congregación capuchina y las comunidades indígenas inga y kamëntšá que, una vez 
publicado, causó revuelo y polémica como pocos textos escritos sobre Putumayo. A todos 
ellos les llamaba la atención que un antropólogo dedicado a estudios sobre antropología de 
la religión, desconociera la existencia de dicho texto. Pues bien, cansado de ser la causa de 
tantas decepciones entre putumayenses con quienes trataba el asunto, decidí adquirir el libro 
y estudiarlo minuciosamente, y así evitar en lo sucesivo (vagamente intuía que los encantos 
de esta región me harían regresar) situaciones incómodas en las que se descalificara mi ya 
mancillada competencia profesional. 
 
 Leer Siervos de Dios y amos de indios (Bonilla, 2006) fue una experiencia conmovedora. 
Es la historia del régimen de explotación y esclavitud a que fueron sometidos los pueblos 
inga y kamëntšá desde la llegada de los primeros misioneros capuchinos a finales del siglo 
XIX, quienes contaron con la anuencia del gobierno nacional para implantar en el Valle de 
Sibundoy una teocracia cuyo objetivo de “civilizar a los salvajes” se basó en la aplicación de 
una pedagogía del terror en la que la usurpación legal de tierras y el castigo físico fueron las 
principales técnicas para la eliminación de los atributos culturales de estas comunidades y su 
consiguiente asimilación a la sociedad nacional. Cuando terminé la lectura, mi primera apre-
ciación fue la de que en los más de 70 años que abarca el estudio histórico de Bonilla, la 
iglesia católica representada por los capuchinos era la causante de los principales conflictos 
8 
 
territoriales en el Alto Putumayo, la protagonista, la agente principal de la expoliación y el 
destierro. A esta apreciación siguió una sencilla pregunta: ¿qué pasó después? Es decir, ¿qué 
ocurrió con la llegada de los redentoristas, quienes asumieron en 1970 el relevo en la tarea 
evangelizadora? Y a esta pregunta siguieron otras: ¿qué han hecho desde entonces las comu-
nidades indígenas frente a conflictos por la tierra precipitados por los capuchinos?, ¿y de los 
mestizos (llamados genéricamente colonos) qué?, ¿cómo han sido las relaciones entre estos 
grupos a primera vista étnica y culturalmente diferenciados?, ¿cómo entender, en otras pala-
bras, las dinámicas interétnicas en relación con los conflictos en este escenario multicultural? 
 
 Al respecto poco o nada encontré en la rápida revisión bibliográfica que emprendí con el 
propósito de llenar ese lapso comprendido entre 1970 y la actualidad; me topé, en su mayoría, 
con estudios de carácter histórico realizados desde ópticas religiosamente orientadas por 
estudiantes de universidades católicas que fabricaban ditirambos de la acción social de la 
iglesia, y cuyos periodos de tiempo seleccionados no abarcaban el que despertaba mi interés, 
así que decidí, dominado por una mezcla de ingenuidad y ambición, completar esa historia 
con la esperanza de que, a diferencia de Siervos de Dios… no tuviera un final parecido. Valga 
decir que me molestaba de estos estudios lisonjeros el que, en sus primeras páginas, se hallara 
una especie de advertencia en la que tanto el autor como las universidades involucradas ase-
guraban que el contenido de las tesis no contrariaba la fe y la moral católicas y estaban mo-
tivadas por la búsqueda de la verdad y la justicia. 
 
 Y así nació esta propuesta y el escrito que presento a continuación, el cual es el resultado 
de un trabajo de investigación realizado en el marco del doctorado en Antropología social en 
Ciesas-Sureste, y que gira alrededor de las relaciones entre conflictos territoriales, acciones 
colectivas y prácticas de fronterización en el Alto Putumayo, una región del suroccidente 
colombiano caracterizada por ser multicultural (en ella coexisten grupos indígenas como los 
kamëntšá y los inga, y una población mestiza considerable), fronteriza (en un sentido am-
pliado del concepto que rebasa sus dimensiones geográficas) y ultraperiférica (en términos 
de su marginalidad económica, política y social). 
 
9 
 
 
Vista panorámica de un trayecto de la actual carretera entre San Francisco y Mocoa. fotografía del autor 2016. 
 
Ubicación geográfica 
 
 El departamento de Putumayo, ubicado en el suroccidente colombiano, está divido en tres 
subregiones: Alto Putumayo o región andino-amazónica; Medio Putumayo o pié de monte 
amazónico; y Bajo Putumayo o llanura amazónica (Pardo, 2015: 14). Sus límites geográficos 
son: al occidente con el departamento de Nariño, al norte con el departamento del Cauca, al 
nororiente con el departamento de Caquetá, al sur-oriente con el departamento de Amazonas, 
y al sur con Ecuador y Perú. El Alto Putumayo, la zona más noroccidental del departamento 
en donde se concentró el estudio y que contiene a la parte conocida como Valle de Sibundoy 
(el cual tiene una extensión en su anillo montañoso de 52.500 hectáreas, de las cuales 8500 
corresponden a la parte plana) (Jajoy, 2014: 19), comprende cuatro municipios: Santiago, 
Colón, Sibundoy y San Francisco, y tiene como límites el cerro de Bordoncillo al occidente, 
el cerro Portachuelo al oriente, el Patascoy al sur y el cerro Cascabel al norte. En términos 
generales presenta una fisiografía con montañas escarpadas a más de 3500 msnm, con una 
10 
 
zona intermedia en el valle cuya altura oscila entre los 2070 y los 2100 msnm, y una abun-
dante hidrografía con ríos como el Putumayo, el Caquetá y el Quinchoa, entre otros, y que-
bradas como La Hidráulica,Afilangayaco, Cabuyayaco, Porotoyaco, Tacangayaco y Siguin-
chica, entre otras, que abastecen a los asentamientos humanos en el valle (Jajoy, 2014: 19). 
 
 El clima del Valle de Sibundoy corresponde a bosque húmedo montano bajo, su tempera-
tura promedio es de 17°C, con temperaturas máximas de 31°C, y presenta variaciones en las 
estaciones del tiempo que se deben a factores exógenos como el cambio climático global, y 
a factores locales que inciden en el cambio del ambiente natural como la pérdida de bosques 
y la desecación de áreas de humedales para la producción agrícola (monocultivos) y pecua-
ria; anteriormente el verano comprendía los meses de Diciembre a Mayo y el invierno los 
meses de Junio a Noviembre, aunque con periodos variables de lluvia, vientos y sol (Jajoy, 
2014: 20). En términos técnicos la zona tiene dos climas: frío húmedo (entre 1.000 y 2.000 
metros) y frío muy húmedo (2.000 y 4.000 metros). 
 
 
Ubicación geográfica de la región de estudio (Fuente: Jajoy, 2014: 18). 
 
11 
 
 
Demografía 
 
 Antes de presentar algunos datos demográficos sobre la población en el Alto Putumayo, 
explicaré por qué considero que esta subregión del departamento es más rural que urbana, 
con la intención de contribuir a la discusión sobre lo que estamos entendiendo al usar los 
conceptos urbano y rural, los cuales, con las transformaciones del mundo actual, necesitan 
de una profunda revisión que tal vez lleve a reconocer que es urgente reinventarlos1. ¿A qué 
transformaciones hacemos referencia? Básicamente a tres entre muchas otras. En el periodo 
de la globalización y la internacionalización de las economías las relaciones entre campo y 
ciudad se han transformado en: 
 
- las dinámicas productivas (producción más allá de lo agropecuario: oferta de RRNN, 
de servicios turísticos, educativos y ambientales, de manufactura artesanal,…) 
- la “dimensión cultural” (hábitos de vida, patrones de consumo,…) 
- las relaciones con el Estado (de un Estado benefactor a un Estado mínimo). 
 
 Estos y otros cambios hacen además que las fronteras entre lo rural y lo urbano cada vez 
sean más borrosas y difíciles de identificar (pensemos en fenómenos como las llamadas “ciu-
dades rurales”, la agricultura urbana y todo lo planteado por el enfoque de la Nueva Ruralidad 
sobre elementos de las ruralidades contemporáneas como los empleos y los ingresos rurales 
no agrícolas –ERNA e IRNA-, entre otros). Todo esto nos dice que la tradicional visión 
dicotómica ya no resulta adecuada y que hay una continuidad en la integración entre lo rural 
y lo urbano que impide entenderlos separadamente. Lo que se creía característico de lo ur-
bano (la ciencia, la tecnología, la industria, las finanzas, por ejemplo) ha permeado la vida 
rural configurando patrones territoriales diferentes que establecen una continuidad. 
 
 
1 Ver PNUD. 2011. Colombia rural. Razones para la esperanza. Cap. 1. 
 
12 
 
 Tenemos que distanciarnos de esa visión habitual que identifica lo urbano con las cabe-
ceras municipales, centros de lo refinado y lo moderno desde donde se irradia el conoci-
miento y la racionalidad, y lo rural con el “resto”, pequeños poblados rodeados de montañas 
y caracterizados por ser rústicos, atrasados y dispersos. Esta es una visión restringida basada 
principalmente en un criterio poblacional que no capta las continuidades. En vez de ello, se 
piensa la ruralidad con base en tres consideraciones: 
 
- la densidad demográfica relacionada con la distancia de los centros poblados menores 
a los mayores, 
- la adopción como unidad de análisis del municipio como un todo (que el Departa-
mento Administrativo Nacional de Estadística –DANE- divide en cabecera, centro 
poblado y rural disperso) 
- el reconocimiento de la ruralidad como un continuo que lleva a hablar de municipios 
más o menos rurales en vez de municipios urbanos y rurales. 
 
 En sintonía con lo anterior, los cuatro municipios del Valle de Sibundoy, con sus veredas 
y sus centros poblados, a pesar de que tienen en su territorio sucursales bancarias, institutos 
tecnológicos, colegios de renombre allende la región, y otras asociaciones que relacionamos 
con lo urbano, tienen en el tono de su vida cotidiana una dinámica más rural, que se explica 
en parte por factores locales como la geografía o las estructuras de las relaciones de paren-
tesco y en parte considerable por factores externos que aluden a las interacciones establecidas 
con las ciudades de Pasto y Mocoa, capitales departamentales de Nariño y Putumayo respec-
tivamente, y desde donde se toman (junto con la capital del país) las decisiones que mayor 
relevancia tienen sobre las instituciones que conforman la estructura básica de la sociedad 
del Alto Putumayo en términos económicos, educativos y organizacionales2. 
 
 
2 A pesar de ello, persisten problemas que en términos del análisis conlleva esta visión gradualista del continuo 
urbano-rural, y que pueden conducir a la sospecha de que estos términos sean, en las circunstancias actuales de 
nuestro mundo, inoperantes para entender las dinámicas poblacionales. Además, está el problema de las figuras 
históricas de la ruralidad, es decir, de que hay sociedades rurales diferenciadas que hace de una generalización 
de la definición del concepto “rural” un asunto arriesgado. 
13 
 
 En relación con la demografía de la región, según Jajoy (2014: 19) la población de las 
cabeceras urbanas se estima en 23.372, en tanto que la población rural se estima en 12.234, 
para un total de 35.606 habitantes, de los cuales aproximadamente 14.200 son indígenas inga 
y kamëntšá, representando un 40% del total de la población (según datos censales del año 
2011). Para otro investigador, según el censo del DANE 2005, los inga tienen una población 
de 15.450 integrantes, en tanto que el pueblo kamëntšá, según el último censo para esa po-
blación realizado en 2007, cuenta con 6.000 integrantes aproximadamente (Pardo, 2015: 
15). Como se puede ver, estas cifras difieren entre sí considerablemente y, si se contrastan 
con otros datos demográficos como los que presentaba el Comité cívico pro-variante San 
Francisco-Mocoa en octubre de 1987, según los cuales “En la región conocida como VALLE 
DE SIBUNDOY, al Nor-Occidente de la Intendencia Nacional del Putumayo3 (…) viven 
concentrados en las poblaciones de Santiago, Colón, San Pedro, Sibundoy y San Francisco y 
18 veredas, 25.000 colonos y 10.000 indígenas de las tribus INGAS Y KAMZA dedicados 
en un 95% a labores agropecuarias” (Ponencia presentada al 42 Congreso Nacional de “Fe-
nalco” sobre la construcción de la variante de carretera San Francisco-Mocoa), se infiere que 
en los últimos 30 años ha habido un estancamiento en el crecimiento poblacional; sin em-
bargo, subrayamos que estas cifras difieren considerablemente entre las distintas fuentes4. 
 
 Continuando con la población indígena, existen en el Alto Putumayo seis resguardos5 con 
su respectiva autoridad tradicional (cabildos6), distribuidos así: cuatro resguardos ingas en 
 
3
 La Intendencia Nacional del Putumayo se crea mediante la Ley 72 de 1968, y pasa a ser departamento en 
1991, con la nueva constitución política que elimina la categoría de intendencia en el nuevo ordenamiento 
territorial. 
4
 Por ejemplo, Jajoy habla de 14200 indígenas, mientras que Pardo menciona 21450. Para el caso específico de 
los kamëntšá, según se indica en el Plan de Salvaguarda de esta comunidad, su número de integrantes es de 
aproximadamente 10389 (Ver en dicho documento el apartado 5.6: “Derechos Humanos y Derecho Internacio-
nal Humanitario”). 
5
 Por resguardo se entiende, según el Artículo 21 del Decreto 2164 de 1995, “una institución legal y sociopolí-
tica de carácter especial, conformada por una o más comunidades indígenas, que con un título de propiedad 
colectiva goza de las garantías de la propiedad privada, poseensu territorio y se rigen para el manejo de éste y 
su vida interna por una organización autónoma amparada por el fuero indígena y su sistema normativo propio”. 
6
 El Cabildo representa a los indígenas ante diferentes instancias institucionales o no institucionales como “au-
toridad tradicional y según la normatividad existente es una Entidad Pública Especial cuyos integrantes son 
miembros de una comunidad indígena, elegidos y reconocidos por ésta, con una organización sociopolítica 
tradicional, cuya función es representar legalmente a la comunidad, ejercer la autoridad y realizar actividades 
que le atribuyen las leyes, sus usos, costumbres y el reglamento interno de cada comunidad (Art. 2 Dec. 2164 
de 1995). Ver también el artículo 246 de la Constitución Política de 1991 en el que se reglamentan las funciones 
de estos órganos. 
14 
 
los municipios de Santiago y Colón, y en los corregimientos de San Andrés y San Pedro; uno 
Kamëntšá en Sibundoy y otro Inga-Kamëntšá en San Francisco. Los seis resguardos cuentan 
con títulos de asignación de tierras colectivas, pero únicamente dos están reconocidos legal-
mente en la cartografía institucional como Resguardos Indígenas: el resguardo Inga-
Kamëntsá, reconocido bajo el Decreto 1414 de 1956, con una extensión de 3.500 ha; y el de 
Sibundoy, constituido mediante la resolución No. 173 del 28 de noviembre de 1979, con 
3.252 hectáreas, que se titula al pueblo kamëntšá (Jajoy, 2014: 177; Pardo, 2015: 14-15). 
 
Historia y poblamiento 
 
 Se dice que los primeros pobladores del Alto Putumayo y el Valle de Sibundoy fueron los 
kamëntšá, quienes nacieron acá sin venir de otro lugar, estando siempre en él, como lo expli-
can sus relatos fundacionales, actualizados en los discursos sobre la identidad que ofrecen 
sus líderes: 
 
“¿Que quiénes somos?”. Somos originarios de aquí, no tenemos el origen de otro lugar. Somos total-
mente auténticos: lengua materna, costumbre y pensamiento. Por eso dice Kamëntšá Biÿá, que tiene 
un significado importantísimo: hombres de aquí con pensamiento y lengua propia. Ese es el origen del 
pueblo indígena Kamëntšá asentado en este grandioso municipio de Sibundoy, antiguamente Tabanok, 
pueblo grande” (Entrevista de campo al taita Miguel Á. Muchavisoy). 
 
 Los kamëntšá no llegaron de otro lugar, nacieron aquí y aquí, según su concepción, deben 
regresar cuando tienen que partir. Por eso el kamëntšá, cuando quiere diferenciarse de su 
vecino inga, cuyos ancestros llegaron al Valle de Sibundoy, según se cuenta, aproximada-
mente en el año 1000 d.C. desde tierras incaicas, explica su necesidad del retorno al lugar de 
origen, necesidad que no es imperativa para el inga. De ahí que éstos sean conocidos por su 
trashumancia. 
 
 En cuanto a los primeros extranjeros, desde la perspectiva de un académico indígena, así 
se cuenta cómo fue la llegada de los españoles al territorio del Valle de Sibundoy: 
 
“Con la incursión militar española de principios del siglo XVI en el año de 1535, realizada por los 
capitanes Juan de Ampudia y Pedro de Añasco, el mundo Inga y Kamëntsá entra a ser parte de la 
avanzada colonizadora y evangelizadora. Pese al carácter pacífico de éstos dos pueblos, se creería que 
por la influencia guerrera de los Andaquí, los Inga y Kamëntsá participaron junto a los Mocoas en 
levantamiento contra el ingreso español. 
15 
 
 
“Años más tarde en 1542, entraría por el pie de monte Amazónico Putumayense Hernán Pérez de 
Quesada y su ejército al Valle de Sibundoy, en la ruta por la búsqueda del dorado, encontrando ya una 
población Indígena con su propia organización, poblados y sus territorios cultivados. 
 
 Y con la espada y la sangre llega, justificándolas, la religión: 
 
“Para el año de 1547 llegan los primeros misioneros Jesuitas y Franciscanos con la tarea de adoctrinar 
en la religión católica a los Inga y Kamëntsá y a los demás pueblos indígenas del Putumayo, «Ellos 
habían iniciado la cristianización del valle, emprendiéndola contra las impías creencias de los natura-
les. Piadosa actividad que se manifestó, entre otros aspectos con la castellanización de los apelativos 
lugareños: los poblados de Manoy, Putumayo y Sebundoy fueron Bautizados como Santiago, San An-
drés y San Pablo» (…) Desde entonces se marcaria la tradición religiosa propia, mitología y las 
creencias, dejando atrás las antiguas devociones a la Tierra, el Sol y la Luna, para hacer culto al espíritu 
santo, dios y la virgen, de los cuales se servirían los misioneros y encomenderos para exigir los tribu-
tos” (Jajoy, 2014: 42-45). 
 
 Las consecuencias de este proceso son claras para los pueblos inga y kamëntšá, y se pue-
den identificar en el Plan de Vida de este último; dicho Plan de Vida es un instrumento de 
planeación construido participativamente que contiene información sobre la comunidad, sus 
recursos y necesidades, los objetivos que se propone y cómo quiere alcanzarlos a través de 
proyectos, además de su posicionamiento político en cuanto a las relaciones con entidades 
gubernamentales y no gubernamentales. Este documento, que se constituye en un instru-
mento de política y de gobierno, responde básicamente a tres cuestiones: ¿quiénes somos?, 
¿qué buscamos? y ¿cómo lo haremos? Los pueblos inga y kamëntšá comenzaron a construir 
sus planes de vida actuales desde el año 2012 con la participación de profesionales (aboga-
dos, biólogos, agrónomos, sociólogos, antropólogos,…) de la misma comunidad y en ellos 
se han plasmado todas aquellas acciones que, desde el punto de vista del autodiagnóstico, se 
piensa que son necesarias para enfrentar y solucionar los principales problemas de estos pue-
blos. Por ello, los Planes de Vida se constituyen en instrumentos indispensables para el co-
nocimiento de la situación de la comunidad y el horizonte de las acciones colectivas que 
internamente se contemplan para el fortalecimiento cultural. 
 
 Continuando con las consecuencias que el proceso de colonización iniciado en el siglo 
XVI tuvo para estos pueblos, se lee en el Plan de Vida lo siguiente: 
 
“Todo este tipo de explotaciones, esclavitud en las minas, entrega exagerada de provisiones alimenta-
rías y pastoriles, reducción absoluta de sus salarios, y la epidemia de la viruela que azotaba al país en 
1566 y 1588, fue acrecentando la evidente catástrofe de la población, tal es el caso que si para el año 
16 
 
de 1.558 había 9000 Camëntsá, en el año de 1.582 se redujeron a 1.620 y en el año de 1590 se redujeron 
a 1500 con un continuó descenso hasta el año de 1.691; año en el que solo había 144 indígenas 
Camëntsá. En el año 1711 se identifica el primer censo de Pueblo Camëntsá que da como resultado 
309 indígenas. El censo de 1722 muestra un total de 288 indígenas, 1767: 317 indígenas y en 1857 un 
total de 837 indígenas Camëntsá; ya para el siglo XIX se aprecia un nuevo crecimiento que puede ser 
considerado perdurable hasta nuestros días (…) Con la continua explotación española a mediados del 
Siglo XVI, es evidente la reducción violenta de la población indígena; por tal razón se observa que la 
corona española inicia un proceso de reconocimiento de derechos indianos. En 1561 reconoce a través 
de la legislación tres categorías de tenencia de tierra: Propiedad de indígenas, propiedad de particulares 
y propiedad de la corona. Solo hasta 1596 a través de Felipe II, la corona previó como solución a la 
crisis demográfica, la institucionalización de los resguardos, iniciando la asignación de tierras en te-
nencia comunal para los indígenas” (Plan Integral de Vida del Pueblo Camëntsá. Camëntsá Biyang Ca 
Jëbtsenashecuastonam “Continuando las huellas de nuestros antepasados”. P. 4). 
 
 Y en el Plan de Salvaguarda7 de la misma comunidad leemos: 
 
“La Ley, orden y equilibrio natural de la vida del kamëntsá y sus espacios fueron interrumpidos a 
través de la historia por efectos de la conquistay colonización que se generaron a partir de la llegada 
de los españoles en el año de 1535 al Territorio Ancestral del Pueblo kamëntsá, este es un proceso de 
imposición cultural y despojo territorial se ha agravado de forma acelerada en las últimas décadas, 
colocando en riesgo la Vida Integral del Pueblo Kamëntsá y su Territorio. 
 
 “Desde squenegbe tempo «el tiempo de contacto con el otro» es evidente el descenso demográfico del 
pueblo Kamëntšá, debido a la imposición de un sistema ajeno, a través de la explotación de recursos 
naturales oro, afán de los primeros conquistadores asentados en el territorio Kamëntšá, al igual que 
en todo el territorio del actual Colombia. Los Kamëntšá también fueron sometidos a los sistemas de la 
mita y la encomienda como estrategias de dominación y control territorial de la corona española y 
contagiada de enfermedades mortales como la viruela que prácticamente acabó con el gran Pueblo 
Kamëntšá, que para los años 1558 mostraba una población de 9000 habitantes, según las crónicas de 
los conquistadores y desciende a 1600 habitantes por muerte de sus habitantes a causa de trabajo 
forzoso y contagio de enfermedades y así sucesivamente hasta llegar a 150 habitantes” (Plan Salva-
guarda Pueblo Kamëntšá: Bëngbe Luarentš Šboachanak Mochtaboashënts Juabn, Nemoria y Bëyan 
“Sembremos con fuerza y esperanza el pensamiento, la memoria y el idioma en nuestro territorio” 
Pueblo Kamëntšá, Sibundoy Putumayo abril de 2014. Sp). 
 
 
7
 El Plan de Salvaguarda es un documento elaborado por cada uno de los pueblos indígenas en Colombia que, 
según el Auto 004 del 2009 de la Corte Constitucional, se encuentran en peligro de extinción por el conflicto 
armado interno. En él se plasman los problemas a que se enfrentan y las estrategias para superar su situación de 
riesgo. “La Corte Constitucional, mediante el auto 004 de 2009, ordena la formulación e implementación de 
planes de salvaguarda para responder a la crítica situación que viven 34 pueblos indígenas de Colombia afecta-
dos por el conflicto armado y el desplazamiento forzado. Estos planes tienen como propósito, según la Corte, 
garantizar el retorno de la población desplazada en condiciones de voluntariedad, seguridad y dignidad; y aten-
der los casos especiales de las personas, familias y comunidades que no puedan retornar por la vigencia de las 
amenazas que propiciaron su destierro. Pero más que esto, los Planes de Salvaguarda se orientan a garantizar la 
pervivencia de cada pueblo y, como condición para ello, la vigencia plena de sus derechos constituciona-
les”.http://observatorioetnicocecoin.org.co/cecoin/index.php?option=com_content&view=category&la-
yout=blog&id=14&Itemid=64 
http://observatorioetnicocecoin.org.co/cecoin/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=14&Itemid=64
http://observatorioetnicocecoin.org.co/cecoin/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=14&Itemid=64
17 
 
 Comenzando el siglo XX, el gobierno nacional, teniendo en cuenta el naciente conflicto 
de fronteras con Perú, segregó el antiguo territorio del Caquetá para crear la Comisaría Es-
pecial del Putumayo en el año de 1913 vinculando al Valle de Sibundoy. A pesar de que se 
nombró al general Joaquín Escandón para gobernar la comisaría, en términos reales toda la 
administración quedó en manos del capuchino Fidel de Montclar: 
 
“En 1914 surge la Ley 69 de 1914, otorgando carácter preferencial a la fundación del Sucre [hoy 
municipio de Colón], resultado del proyecto de inmigración nariñense, implementado por Fray Fidel, 
este se ubicaría sobre territorio Camëntsá, en 1916 la junta de baldíos de Sibundoy a cargo del catalán, 
adjudica solares para 250 familias que se asentarían en la naciente población de Sucre. La expansión 
de población en Sucre permitió nuevamente que los Camëntsá se ampararan en un abogado para litigar 
sus tierras, personaje que no pudo hacer gran cosa por la ausencia de las escrituras (…) Al finalizar la 
primera mitad del siglo XX ya era latente la expansión de la población criolla, acrecentándose en cuarta 
parte de la población total debido a la acelerada modernización pecuaria a través de la explotación de 
ganado lechero” (Plan Integral de Vida del Pueblo Camëntsá. Camëntsá Biyang Ca 
Jëbtsenashecuastonam “Continuando las huellas de nuestros antepasados”. P. 9). 
 
 
Monumento a la colonización ubicado en la plaza central del municipio de San Francisco. Fotografía del autor 
2018. 
 
Actividades económicas 
 
18 
 
 La región del Alto Putumayo es básicamente agropecuaria. La mayor parte de sus habi-
tantes se dedica a la agricultura en pequeñas extensiones de terreno que hacen del minifun-
dismo su característica prevalente. No hay industria y el poco comercio que existe se con-
centra en el municipio de Sibundoy, sin ser de envergaduras considerables. Como dicen los 
pobladores, las alcaldías son las principales fuentes de trabajo. La concentración de la pose-
sión de la tierra es alta, con índices GINI8 de 0.80 en Mocoa [capital del departamento], 0.67 
en San Francisco, 0.70 en Sibundoy, 0.74 en Colón y 0.72 en Santiago (CEELAT, 2013). 
 
“El Valle de Sibundoy es una zona que basa su economía en la producción agropecuaria, gran porcen-
taje de su suelo rural se dedica al sector de la ganadería lechera y la implementación de monocultivos 
como el maíz, frijol, granadilla, lulo y tomate de árbol, el cuidado de especies menores (cuyes, pollos, 
cerdos) y una economía naciente como la piscicultura. Desde la producción propia Indígena se cuenta 
con actividades como las artesanías (tallados en madera, tejidos en lana y en chaquira), y la chagra9 – 
Jajañ como economías de subsistencia. En las cabeceras urbanas hay una creciente inserción a las 
actividades institucionales, el comercio y el transporte regional. Cuenta con servicios públicos domi-
ciliarios en un promedio de 85% de su territorio, el hospital Pio XII de nivel 2 ubicado en el municipio 
de Colón y puestos de salud en los municipios, servicios educativos de primera infancia, primaria y 
secundaria en los 4 municipios, el ITP (Instituto Tecnológico del Putumayo) que cuenta con programas 
de pregrado y tecnologías en mayor cantidad como institución de educación superior. El sistema de 
movilidad entre cabeceras urbanas se presta a través del servicio de taxis de empresas regionales, y 
hay una economía naciente de moto-taxismo en este tema, que presta el servicio a nivel rural. Una 
económica complementaria, es la extracción de material de arrastre (piedra, arena y grava) y oro alu-
vial y de veta en los ríos San Pedro, Putumayo, San Francisco y Dársenas. 
 
“«En la última década se ha ampliado el perímetro urbano y por ende la proyección de calles y 
carreras, pero de una forma desordenada y sin criterio de planeación urbana, lo que obedece al ace-
lerado crecimiento poblacional por factores de violencia y desplazamiento de otras zonas del país, 
que buscan en Sibundoy un refugio de paz y un tractivo para invertir». (PDM Sibundoy. 2012. Pág. 
99). El segundo centro poblado en su renglón es Santiago, el cual presenta dinámicas comerciales con 
un grado de independencia de Sibundoy. Colón y San Francisco, por el contrario tienen la influencia 
directa de las dinámicas socioeconómicas de Sibundoy. Estos municipios tienen mayor relación con 
la ciudad de Pasto por su cercanía, la cual presta servicios de abastecimiento de mercado y de energía, 
servicios de tercer nivel en salud, instituciones de educación superior, entre otros” (Jajoy, 2014: 174-
175). 
 
 Hay que señalar que algunos investigadores (Mora y Andrade, 2019) afirman que desde la 
década del 80 del siglo pasado la economía del Alto Putumayo sufrió una transformación 
orientada a la consolidación de la ganadería, la cual se convirtió, según ellos, en la actividad 
económica predominante. Además, hay que tener en cuenta que las solicitudes,concesiones 
 
8
 El coeficiente GINI mide la concentración de la tierra. Cuando el valor es más próximo a 1, se trata de una 
situación en que la posesión de la tierra está en pocos individuos, mientras que si se trata de un valor cercano a 
0, la propiedad de la tierra está distribuida en una mayor cantidad de individuos, por lo que hay una distribución 
más equitativa de la tierra (Centro de Estudios Estratégicos Latinoamericanos –CEELAT- 2013) (Pardo: 16) 
9 La chagra es un sistema de producción campesina en el que se asocian diversos cultivos en un mismo sitio. 
19 
 
y exploraciones mineras vienen tomando fuerza y muchos pobladores en sus premoniciones 
más negativas vislumbran un panorama a mediano plazo en el que esta será la principal acti-
vidad productiva de la región. 
Contenido por capítulos 
 
 En el primer capítulo se presenta la caracterización del problema que dio origen a la 
pregunta de investigación, así como el método seguido en el trabajo de campo y en el análisis 
de la información recolectada, detallando las fases y las técnicas y herramientas de investi-
gación que se utilizaron. Además, expongo las transformaciones que tuvo el proyecto desde 
su versión inicial hasta la versión definitiva, y que fueron el producto de confrontar lo pro-
puesto desde el escritorio con las experiencias vividas durante la fase exploratoria de trabajo 
de campo. En el segundo capítulo se exponen las definiciones de los conceptos principales 
(conflicto territorial, acciones colectivas y prácticas de fronterización) y las relaciones que 
existen entre ellos, así como mi perspectiva sobre el territorio y lo que se entiende por etni-
cidad, términos sobre cuya definición el consenso está lejano, mostrando el panorama actual 
que la discusión sigue abierta. En el tercer capítulo hago un breve recorrido por dos historias 
de barbarie que muestran una continuidad centenaria de los conflictos territoriales en Putu-
mayo, comenzando con la extracción cauchera de principios del siglo XX que implicó un 
genocidio de magnitudes hasta hoy indeterminadas pero que con certeza acabó con la vida 
de miles de indígenas esclavizados; y la otra historia, la del periodo de los capuchinos10 que, 
ya lo dije, implantó igualmente un cruento sistema de opresión en el territorio indígena del 
Alto Putumayo, con huellas que aun hoy se dejan ver con claridad en la vida cotidiana de sus 
pobladores, y gracias a las cuales se comprenden, entre otras cuestiones, el debilitamiento 
del uso de las lenguas nativas, el carácter pacifista de las movilizaciones indígenas en la 
región ante el surgimiento de nuevos conflictos territoriales, y lo que muchos individuos re-
fieren como “pérdida de la identidad” étnica en la región. 
 
 En los capítulos cuatro y cinco describo, desde una perspectiva emic, los conflictos terri-
toriales asociados al diseño y puesta en marcha de dos megaobras de infraestructura en el 
 
10
 El periodo de los capuchinos comienza con su llegada al Alto Putumayo en 1893 hasta su partida en 1969. 
20 
 
Alto Putumayo cuyas repercusiones son y serán importantes para la cotidianidad de sus ha-
bitantes: la construcción (iniciada y hoy paralizada) de la carretera variante San Francisco-
Mocoa, con la que se busca reemplazar el actual carreteable del que hace parte el Trampolín 
del diablo, y el Proyecto Putumayo No. 1, que consistió en la adecuación de un distrito de 
drenaje con el que se desecó el Valle de Sibundoy. El propósito es mostrar cómo los con-
flictos territoriales relacionados con estos “objetos técnicos” se han expresado en los proce-
sos de significación, demarcación y control del espacio. 
 
 ¿Por qué estas obras en concreto? Básicamente porque son determinantes para la vida 
diaria de los pobladores, para su mundo social. El caso de la carretera lo muestra claramente. 
La carretera es la única vía que tiene el departamento para conectarse con el interior del país, 
y es la única vía terrestre de penetración a la Amazonia. Como se afirmaba en un volante del 
comité cívico del Valle de Sibundoy que enarbola la bandera de la construcción inmediata 
de esta vía, “la carretera variante San Francisco-Mocoa significa la vida misma del pueblo 
putumayense porque nos identifica e integra en los niveles geográfico, socioeconómico y 
cultural”. O como otros dicen: esta variante es la “columna vertebral que integra al Putu-
mayo” y resulta indispensable para el desarrollo regional11. En cuanto al distrito de drenaje 
se puede decir que cambió la vida en el Valle de Sibundoy. El modo de producción se hizo 
más tecnificado, la escala de la producción también se modificó elevándose considerable-
mente, la diversidad de la agricultura tradicional dio paso a los monocultivos comerciales, y 
los efectos de la masiva llegada de colonizadores de departamentos como Nariño y Huila 
dispuestos a realizar una apuesta en un lugar considerado lejano e inhóspito, marcaron la 
fisonomía de este espacio que es, por un lado, diverso culturalmente hablando y, por el otro, 
articulador de flujos diversos entre montaña andina y selva amazónica. 
 
 Como se explicará más adelante, los conflictos territoriales los considero disputas entre 
grupos de interés por establecer hegemonías en los procesos de delimitación, semantización 
y control de un espacio y, siguiendo el argumento general de esta investigación, crean con-
diciones para la aparición de acciones colectivas o formas de gestión cuya incidencia sobre 
 
11
 Archivo VSFM. pp. 15 y 23 respectivamente. 
21 
 
las prácticas sociales de distinción étnica oscila entre el desvanecimiento y la consolidación 
o, en otras palabras, entre la convergencia y la discontinuidad. 
 
 El argumento principal es el siguiente: las convergencias en las fronteras hacen referencia 
a ideas y prácticas que atraviesan a todos los grupos que coexisten en las zonas de frontera, 
y constituyen lo que he llamado prácticas de desfronterización. El fenómeno de la conver-
gencia señala la disminución de las diferencias o la reducción de las brechas entre grupos 
humanos con características particulares, y se puede mirar entre categorías poblacionales 
(indígenas y mestizos) con respecto a objetivos, prácticas y discursos; por eso Mezzadra y 
Neilson (2017) hablan de atravesamientos. Las convergencias vendrían a configurar com-
plementariedades entre los diversos sectores sociales caracterizados por formas culturales 
diferenciadas (lo que implica no tanto que las fronteras desaparezcan como que los criterios 
socialmente establecidos en que se basan son cambiantes y se debilitan perdiendo fuerza o 
importancia al momento de marcar las diferencias; según las circunstancias, unos criterios 
que serán importantes para la diferenciación etnocultural no lo serán cuando esas circunstan-
cias cambien), que Hannerz (1996) ha expresado con la fórmula cultura+cultura en contraste 
con coexistencias que se expresarían en la fórmula cultura/cultura, más afín a la idea de 
discontinuidades, que se refiere a las diferencias que en las zonas fronterizas caracterizan a 
los distintos grupos sociales que las habitan, y que sirven como marcadores diacríticos de la 
pertenencia a un grupo social concreto que en circunstancias determinadas pueden jugar un 
papel importante al momento de detonar acciones colectivas. Son prácticas de fronterización 
que fortalecen los criterios por los cuales se delimitan claramente las fronteras intergrupales. 
 
 En el contexto del Alto Putumayo y para los propósitos del análisis, tanto las discontinui-
dades como las convergencias generan identificaciones, pero las primeras lo hacen a nivel 
intragrupal y las segundas intergrupalmente, sin que, en el caso de estas, necesariamente 
conduzcan a un sentimiento de pertenencia. Por ejemplo, muchos nativos no indígenas o 
extranjeros se sienten identificados con ideas cosmológicasde las sociedades indígenas inga 
y kamëntšá en el Alto Putumayo, pero no por ello tienen un sentimiento de pertenencia a 
dichos pueblos; tal sentimiento de pertenencia o autoadscripción es subjetivo y descansa en 
22 
 
una dimensión sicológica y emocional que va más allá de la apropiación de atributos tangi-
bles pero no fundamentales de identificación como pueden ser el lenguaje, la espiritualidad 
o la vestimenta. En síntesis, las convergencias son prácticas de debilitamiento de criterios 
que refuerzan las fronteras, y las discontinuidades son prácticas que refuerzan esos criterios, 
pudiendo ambas ser desarrolladas por líderes comunitarios, grupos sociales, Estados u otras 
asociaciones. 
 
 Por último, vale la pena anotar que cuestiones importantes relacionadas con el objeto de 
estos capítulos no se abordarán, tal el caso del conflicto territorial que en estos momentos 
existe entre los pueblos inga y kamëntšá, por un lado, y los pueblos pasto y quillacinga, por 
el otro, en el marco de un proceso de saneamiento y ampliación de resguardos que beneficia 
a los primeros y perjudica a los últimos; la instalación de redes para el gas domiciliario en 
zonas rurales habitadas por indígenas sin que se haya hecho hasta el momento la consulta 
previa, o los múltiples conflictos territoriales que se están activando actualmente por la lle-
gada de multinacionales mineras a la zona, entre muchos otros12. 
 
 En el capítulo siguiente intento identificar las formas colectivas de gestión que se han 
activado ante la aparición de conflictos territoriales generados por las obras mencionadas, 
que tienen como protagonistas no solo a las comunidades indígenas sino también a los po-
bladores en general de esta subregión del Putumayo, a cuyas actuaciones me he acercado a 
través del análisis de los procesos de implicación, coordinación e identificación involucrados 
en la acción colectiva, según la entiendo desde mi óptica. Estas acciones colectivas han tenido 
influencias en las relaciones interétnicas de ingas, kamëntšás y mestizos, modificando las 
siempre móviles fronteras etnoculturales, foco de análisis en el que se centra el último 
capítulo, donde intento demostrar que tales fronteras se desvanecen unas veces y se fortalecen 
otras, dependiendo del tipo de afectación producido por el conflicto. Finalmente, en las con-
clusiones, más que ofrecer una síntesis de lo expuesto en cada uno de los capítulos, exploro 
 
12
 Sobre el problema de la minería en el Alto Putumayo, remito al lector a la tesis escrita por Andrés F. Pardo, 
titulada “Del discurso del desarrollo al buen vivir: una aproximación con enfoque étnico diferencial a la inter-
vención megaminera en el Alto Putumayo”. Universidad Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Facul-
tad de Ciencia Política y Gobierno. Bogotá, 2015. Véase también el libro de Ramírez de Jara (1996), en especial 
el capítulo 3 sobre la frontera minera en esta región durante la Colonia. 
23 
 
algunos caminos de investigación que no tuve en cuenta en mis pesquisas y que enriquecerían 
lo acá expuesto para tener un panorama más amplio de la incidencia de las acciones colectivas 
sobre las prácticas de fronterización surgidas de la emergencia de conflictos territoriales en 
el Valle de Sibundoy: cuestiones relacionadas con nuestra debatible utilización de conceptos 
como mestizo y conflicto territorial; problemáticas relacionadas con los modelos de produc-
ción en el campo que incluyen desfavorablemente a los campesinos en las vías del desarrollo, 
o el cuestionamiento de la dicotomía nosotros/otros, son algunos de esos caminos. 
 
 Tengo que advertir que este texto no pretende ser exhaustivo en cuanto a la identificación 
y el análisis de todos los conflictos territoriales en la región, y ni siquiera en cuanto a los más 
importantes. Ya mencioné algunos que no tomo en cuenta en este estudio. Solo espero que 
esta investigación sirva para llamar la atención sobre el hecho de la generación inevitable de 
disputas entre los ciudadanos cuando en las regiones los gobiernos implementan sus progra-
mas, a pesar de que se presenten como benéficos en sí mismos. Por ello es que, al hablar de 
conflictos por el territorio, el Estado siempre aparece como uno de los principales provoca-
dores al ubicar objetos técnicos en la organización de la vida colectiva que repercuten en la 
producción y la transformación del espacio. Además, creo que lo que presento a continuación 
puede servir como material empírico para para su uso en estudios comparativos de mayor 
envergadura que busquen generalizaciones acerca de las relaciones entre conflictos, formas 
de gestión, fronteras, comunidades y Estado. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
24 
 
 
CAPÍTULO 1: CARACTERIZACIÓN DEL PRO-
BLEMA DE INVESTIGACIÓN Y MÉTODO 
 
 En Colombia, así como en otros lugares del planeta, existen grandes obras de infraestruc-
tura como represas, canales, puentes, carreteras, renovaciones urbanas, minas,… que en sus 
fases de diseño, implementación y funcionamiento generan conflictos territoriales con las 
poblaciones asentadas donde dichas obras se desarrollan, y que activan en éstas respuestas 
colectivas que influyen en las prácticas de fronterización de los pobladores. Entre muchas 
otras causas, estos conflictos surgen porque se encuentran visiones contrarias de progreso y 
buen vivir, y porque no se tiene en cuenta la opinión de los pobladores que viven en las 
zonas focalizadas para la realización de las obras, a quienes no se les consulta ni se les integra, 
imponiéndose los proyectos con la lógica “desde arriba”, propia del Estado en su interacción 
con las comunidades. Es lo que está ocurriendo actualmente en Colombia, por mencionar 
solo unos casos, con el megaproyecto minero de la empresa canadiense Tobie Mining, que 
pretende realizar una extracción de oro a cielo abierto en un lugar del Parque Nacional Yai-
goje-Apaporis en el Amazonas, lugar considerado por los especialistas como un tesoro de 
biodiversidad y donde viven 19 comunidades indígenas para las cuales este territorio es sa-
grado y que ahora están divididas frente al panorama que se les presenta con la extracción 
minera; es lo que también está sucediendo con el proyecto Hidroituango en el departamento 
de Antioquia, donde se construye, sin la licencia ambiental obligatoria, una hidroeléctrica 
gigantesca desviando uno de los ríos más importantes de Colombia, el río Cauca, y en cuyo 
proceso se han dado cientos de irregularidades que van desde las encontradas con el proyecto 
de minería en el Apaporis hasta asesinatos de pobladores que se oponen al proyecto, pasando 
por calamidades tales como inundaciones, derrumbes y avalanchas, entre otras, causadas por 
el mal diseño de la obra y que están afectando a miles de habitantes de los municipios situados 
en el radio de influencia del proyecto. Es, por último, la misma historia que se vive en el 
municipio de Manizales, capital del departamento de Caldas, donde se emprendió desde hace 
varios años un megaproyecto de renovación urbana en una de las zonas centrales del casco 
25 
 
urbano, la comuna San José, buscando reconfigurar el sentido residencial del lugar para con-
vertirlo en una zona comercial, sin que, ya iniciada la obra de transformación radical, se haya 
logrado la “licencia social” de la comunidad y ésta se presente fragmentada entre defensores 
y detractores. 
 
 Estos son algunos casos actuales de megaobras de infraestructura que están generando 
conflictos por el control del territorio y que, en su ejecución, provocan respuestas de los 
grupos afectados que en muchos casos resultan divididos en el desenvolvimiento del con-
flicto entre los que están a favor y los que se oponen, en una relación de antagonismo que 
muchas veces involucra significados opuestos sobre modelos de vida. 
 
 Omnipresente en su historia, esta situaciónse despliega hoy en día en el Alto Putumayo, 
una región fronteriza y pluriétnica ubicada en el suroccidente del país. En este lugar, también 
conocido como Valle de Sibundoy, los antagonismos y disputas por el territorio siempre han 
estado presentes (pensemos en las economías extractivas de la quina y el caucho, o en las 
estrategias capuchinas de evangelización y colonización) y se agudizaron con el proceso de 
integración de la región al mercado nacional, desde finales del siglo XIX. 
 
 En la actualidad, dos megaobras de infraestructura determinantes para la vida cotidiana 
de sus pobladores, han provocado y lo siguen haciendo, conflictos territoriales en cuya ges-
tión se marcan fronteras: la adecuación del distrito de drenaje (DD), iniciada a mediados de 
la década del 60 del siglo pasado; y la carretera variante San Francisco-Mocoa (CVSFM), 
cuyas obras están paralizadas en la actualidad. En relación con el distrito de drenaje, los 
conflictos territoriales son muchos: inundaciones y avalanchas con múltiples afectaciones 
que ocurren más por errores técnicos en los diseños del distrito que por el mismo invierno; 
taponamientos de los canales por procesos naturales de sedimentación que no se controlan 
por falta de recursos para una administración responsable de la obra; fortalecimiento de los 
monocultivos y desvanecimiento de la chagra como forma de la producción agrícola, con las 
consecuencias que para los ecosistemas y la soberanía alimentaria implican estos cambios; y 
debilitamiento del control comunitario del territorio. De la carretera variante se puede indicar, 
en relación con los conflictos territoriales, que atraviesa territorios de comunidades indígenas 
26 
 
las cuales rechazan la obra por considerarla un mecanismo de despojo económico y destruc-
ción ambiental, opinión a la que también se adhieren otros sectores como los de ambientalis-
tas y académicos, en contravía con lo que piensa la población mestiza de la zona, para la cual 
la carretera es sinónimo de progreso, integración e identidad. 
 
 A través del desenvolvimiento de estos conflictos se pueden ver modificaciones continuas 
de los atributos o criterios que sirven para marcar las fronteras entre los grupos, los cuales en 
unos casos se disuelven favoreciendo la convergencia y en otros se fortalecen fomentando la 
separación cultural o el claro establecimiento de la discontinuidad. Es como si las fronteras 
se basaran en criterios que van adquiriendo o perdiendo importancia según el caso. De otra 
forma, los conflictos territoriales relacionados con estas dos megaobras de ingeniería activan 
procesos sociales de gestión, que pueden ser de defensa y oposición, y que inciden en las 
dinámicas fronterizas entre sus pobladores (reflejando igualmente la continua movilidad de 
las fronteras, la cual se explica porque la fronterización se basa en el establecimiento, siempre 
provisional, de una o varias discontinuidades –marcadores diacríticos o atributos culturales-
, que se eliminan o activan dependiendo de las necesidades que surjan durante el desarrollo 
del conflicto). 
 
 Ante los conflictos territoriales provocados por la carretera, por ejemplo, indígenas y 
mestizos se separan, pero ante muchos conflictos territoriales asociados al distrito de drenaje 
estos mismos grupos se unen. La idea de la carretera variante divide claramente a los pobla-
dores en el Alto Putumayo: los mestizos que la anhelan con fuerza, y las comunidades indí-
genas que no la quieren; pero esta clara separación, que se sustenta en concepciones de buen 
vivir diferentes, da paso a la convergencia cuando, ante los conflictos en el territorio causa-
dos por el distrito de drenaje, la afectación se da sin distinción alguna. 
 
 Por estas dinámicas en las practicas interétnicas de fronterización y sus relaciones con los 
conflictos territoriales, se propuso esta investigación empírica de carácter etnográfico para 
analizar las interacciones entre conflictos territoriales asociados a estas dos megaobras y 
prácticas de fronterización entre los habitantes del Alto Putumayo, con el fin de conocer, 
entre otras cuestiones, cómo se dan las alianzas interétnicas, en torno a qué valores, ideas y 
27 
 
concepciones se integran y con referencia a cuáles se alejan los grupos sociales cuando lu-
chan por establecer su hegemonía sobre los procesos territoriales; además de mirar en este 
campo las diversas transfiguraciones de las fronteras sociales en un escenario pluriétnico. 
 
 Para tal fin parto de la siguiente pregunta: ¿cómo la gestión de los conflictos territoriales 
generados por la adecuación del distrito de drenaje y la construcción de la carretera variante 
San Francisco-Mocoa en el Alto Putumayo, ha incidido en las prácticas de fronterización de 
sus pobladores? En otras palabras: ¿cómo las acciones colectivas de los pobladores del Alto 
Putumayo en torno a conflictos territoriales relacionados con la desecación del valle y la 
carretera variante San Francisco-Mocoa, ocurridos entre 1970 y 2015, han incidido en las 
prácticas interétnicas de fronterización? 
 
 Esta pregunta deja entrever algunas suposiciones sobre las que se basa. En primer lugar, 
que esas obras de ingeniería generan conflictos territoriales en el sentido técnico del término 
que ya se explicará, y que por ello se los puede identificar; en segundo lugar, que esos con-
flictos activan formas de gestión comunitaria, es decir, la gente hace algo ante ellos; y, en 
tercer lugar, que esas respuestas colectivas ejercen influencias sobre las prácticas que confi-
guran los grupos para marcar las discontinuidades y convergencias entre sí (prácticas de fron-
terización). Estas tres suposiciones conforman el argumento, con el cual intento demostrar 
que los criterios que configuran las fronteras étnicas en el Alto Putumayo son cambiantes 
cuando se observan en acción en el escenario de conflictos territoriales específicos. 
 
 Dicho en otras palabras, la gestión de los conflictos mueve las fronteras interétnicas al 
priorizar uno u otro de los criterios que sirven de base para el establecimiento de las discon-
tinuidades o las convergencias en la acción social. Es decir, lo que los pobladores hacen ante 
los conflictos territoriales generados por el proyecto de la carretera variante San Francisco-
Mocoa, por ejemplo, muchas veces refuerza, consolida o fortalece los criterios que dan vida 
a las fronteras; pero éstas, consideradas en relación con lo que se hace frente a los conflictos 
territoriales asociados al distrito de drenaje, con frecuencia se desdibujan ante el surgimiento 
de convergencias que le restan fuerza social a esos criterios. Barth lo planteó de este modo: 
28 
 
“… en diferentes circunstancias radicales, los factores críticos en la distinción o manteni-
miento de los límites étnicos serán diferentes” (1976: 45); la importancia de las diferencias 
culturales dependerá de cada situación concreta. Mientras los impactos o consecuencias del 
distrito generan condiciones para la convergencia al interesar a diversos sectores étnicos afec-
tados sin distinción en el emprendimiento de una respuesta organizada, los impactos asocia-
dos a la CVSFM dividen claramente a la población en sectores que se corresponden con la 
división etnocultural de la región. 
 
 Por último, se hace necesario dejar en claro que no es mi interés estudiar el proceso a 
través del cual se conformó el territorio en el Alto Putumayo; lo que me interesa son los 
conflictos que en ese territorio se han dado por la implementación de las obras técnicas del 
DD y la CVSFM. Aunque indisolublemente ligados en la realidad, analíticamente podemos 
separar el territorio de los conflictos que suceden en él. Por ello, el objetivo general de esta 
investigación fue analizar la incidencia de las acciones colectivas que se han llevado a cabo 
en la región del Valle deSibundoy en torno a los conflictos territoriales generados por la 
construcción del distrito de drenaje y el proyecto de la CVSFM, ocurridos entre 1970 y 2015, 
sobre las prácticas de fronterización interétnicas en la región. 
 
Tres ideas orientadoras 
 
 Hay tres ideas o pensamientos fuertemente arraigados en mi forma de ver el mundo y que 
naturalmente vienen influyendo en la forma en que estoy orientando esta investigación, los 
cuales considero axiomas subyacentes en el esquema conceptual y metodológico que se pre-
sentará más adelante. Son, si se quiere, principios filosóficos que guían el comportamiento 
cotidiano y que explican muchos pensamientos acerca del funcionamiento del mundo social, 
razón que me ha llevado a adoptarlos como puntos de partida para entender mejor el papel 
de los conflictos y las fronteras en nuestra experiencia de la vida colectiva. 
 
 
 
 
29 
 
Situacionismo beligerante 
 
“¡Qué hijo de puta! El hombre ha nacido para pelear por cada palmo de terreno. Nacido 
para pelear, nacido para morir” (Bukowski, 1997: 28) 
 
 La primera de estas ideas Goffman la llama “situacionismo beligerante”, y significa que 
“Nuestra experiencia del mundo tiene un carácter de enfrentamiento”. Esta idea tiene un 
vasto y antiguo abolengo en el pensamiento filosófico occidental que ha subrayado el carácter 
conflictivo de tal experiencia, y para muchos nace en el pensamiento de T. Hobbes. Recor-
demos que para Hobbes, en su explicación de la génesis del Estado, “el hombre es lobo para 
el hombre” y por ello se hace necesaria la coacción para que la sociedad pueda mantenerse a 
pesar de albergar en su interior elementos contradictorios13; Malthus (y después Darwin) 
afirmó que el principio rector de la vida era la lucha por la supervivencia; Nietzsche pensaba 
que la agresión es coextensiva a la vida; y Freud propuso una interpretación de la naturaleza 
humana en la que el enfrentamiento, la tensión y el conflicto nos caracterizan y por ello se 
hace necesaria la imposición de la labor cultural y la contención de nuestras pulsiones (de 
homicidio, de incesto y de canibalismo). En tiempos más recientes los postulados desde la 
biología evolutiva de D. Morris en torno a la defensa del territorio del Homo sapiens, los 
planteamientos de E. Fromm sobre el sustrato anatómico de la destructividad humana, o la 
noción de que la vida humana, inevitablemente social, está destinada a permanecer como un 
“jardín imperfecto” que Todorov retoma de Montaigne (Todorov, 2011), por mencionar al-
gunos casos, son ejemplos de esta línea de pensamiento14. Para todos ellos nuestra experien-
cia en el mundo está signada por la confrontación, que en gran parte se ha originado por lo 
que llamaré en términos generales “defensa del territorio”, defensa de un espacio al que se 
atribuyen significados y con el que se establecen lazos afectivos e históricos que otorgan a la 
persona un sentido del lugar y una topografía moral que la constituye como sujeto. 
 
 
13
 Ver Giner, Jesús. “Teorías del conflicto social”. En https://webs.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/C/con-
ficto_social_teorias.pdf (Consultado el 4 de marzo de 2017). 
14
 Hay que mencionar que otros investigadores, inspirados en las ideas de Rousseau, señalan precisamente lo 
contrario, como es el caso del biólogo Humberto Maturana para quien el principio rector de la evolución es el 
amor. Ver su libro Emociones y lenguaje en educación y política. Dolmen Ediciones. Chile, 1997. 
https://webs.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/C/conficto_social_teorias.pdf
https://webs.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/C/conficto_social_teorias.pdf
30 
 
Positividad sociológica del conflicto (el aporte de Simmel) 
 
 La segunda idea se deriva de la anterior y resulta útil para el estudio de los conflictos 
sociales: el conflicto es un poderoso factor de integración. Las expresiones de inconformidad 
social por la declaratoria del departamento de Putumayo como distrito minero en 2011 o las 
movilizaciones campesinas en contra de las fumigaciones aéreas a los cultivos de uso ilícito 
a mediados de la década del 90 del siglo pasado son una muestra de ello. Un breve recorrido 
por los planteamientos de Simmel sobre el conflicto ayudará a aclarar lo que queremos decir 
cuando afirmamos que las guerras, las disputas, los antagonismos, las luchas, las hostilida-
des,... tienen algo de positivo. 
 
 He hecho referencia al concepto “situacionismo beligerante” de Goffman, con el que se 
indica la condición conflictiva de la vida social, inundada de antagonismos. Ahora ampliaré 
esta visión de la inherente tendencia al conflicto del ser humano y de toda colectividad, ha-
ciendo un rápido recorrido por algunos elementos de la sociología del conflicto de G. Sim-
mel, la cual posiblemente sirvió de fuente para las reflexiones de Goffman, en cuyos estudios 
hay semejanzas notables con los trabajos del sociólogo alemán (ver Hannerz, 1986: 242). 
 
 Simmel entendía la sociología como el estudio de las formas de socialización, es decir, 
como el estudio de las diversas clases de acción recíproca entre los individuos y los grupos 
(lo que Goffman llama interacción), y entre ellas ocupa un lugar prominente el conflicto. 
Para Simmel la vida es una “fluctuosa agitación” de contrarios siempre en precario equili-
brio, y el conflicto, como expresión de lo más profundo del ser, es una forma de socialización. 
El antagonismo se convierte en un elemento sociológico en los procesos de socialización. En 
otras palabras, en los conflictos siempre hay relaciones sociológicas. Según Jerónimo Molina 
la sociología del conflicto en Simmel parte de la consideración del antagonismo y la hostili-
dad como aspectos centrales de la existencia humana. Así, “Para Simmel la hostilidad con-
siste en una pulsión autónoma que de forma natural se desarrolla entre los hombres” (En 
Simmel, 2013: 16), y está en la base de la sociabilidad conflictiva (que se opone y comple-
menta a la sociabilidad cooperativa). Este “espíritu de contradicción”, “Impulso formal de 
hostilidad”, “instinto de oposición”, o “instinto de lucha a priori”, Simmel lo explica así 
(2013:29): 
31 
 
 
“Podríamos considerarlo como un instinto de protección –semejante al de muchos animales que se 
ponen a la defensiva tan pronto se les toca-, lo cual demostraría el carácter primario, fundamental de 
la oposición; pues significaría que la persona, ante la expresión objetiva de los otros y aún sin ser 
atacada, se relaciona primariamente oponiéndose y que su primer instinto de afirmación está en la 
negación del otro”. 
 
 Más adelante añade: “(…) me parece que la tremenda facilidad con que se trasmite el 
clima de hostilidad también indica que se trata de un sentimiento primario” (Simmel, 2013: 
30); en otras palabras, “La observación de las antipatías, polémicas, intrigas y peleas puede 
invitarnos a incluir la hostilidad en la categoría de las energías primarias del hombre…” 
(Ibídem). ¿Cuál es el origen de esta pulsión antagonista? Según Simmel (2013: 31): 
 
“Si existe entonces en el hombre una pulsión formal de hostilidad, simétrica a la necesidad de simpatía, 
me parece, no obstante, que dicha hostilidad surge históricamente de uno de esos procesos de decan-
tación por los que distintos movimientos subjetivos acaban dejando en el alma una forma común a 
todos, como una pulsión autónoma. Es tan corriente que intereses de todo tipo nos obliguen a luchar 
por determinados bienes, a enfrentarnos a los demás, que es posible que un estado de irritación residual 
puede haber quedado inscrito en la transmisión hereditaria de nuestra especie”. 
 
 De otra forma, al ser el conflicto un hecho inevitable, se ha formado en nosotros como 
respuesta, subjetivamente y a través de un larguísimo periodo de nuestra historia evolutiva, 
una inclinación a actuar de manera agresiva ante el hecho de la existenciadel otro. En esto 
en parte reside la identidad, que se afianza siendo excluyente en un ejercicio de oposición 
“ante la expresión objetiva de los otros y aún sin ser atacada”. Desde esta constatación Sim-
mel da un paso adelante y plantea, en el primer párrafo de su célebre texto, lo que llama 
positividad sociológica del conflicto, y que expone de esta forma: 
 
“El conflicto en sí mismo ya es una resolución de la tensión entre los contrarios; el que pretenda la 
paz, no es sino una expresión particular, y obvia, del hecho de ser síntesis de elementos, ya sea contra 
otro o con otro, bajo un concepto superior. Este concepto se caracteriza por diferenciarse de la simple 
indiferencia. El rechazo y la disolución de la relación social también son negaciones; pero el conflicto 
representa el elemento positivo por cuanto teje, desde la negatividad, una unidad que sólo conceptual-
mente, pero no en los hechos, es disyuntiva” (Simmel, 2013: 17-18. Cursivas en el original). 
 
 No es difícil pensar en lo positivo del conflicto, destacar su función social, pero no es 
frecuente que se haga debido a muchos factores, uno de los cuales (muy importante) es nues-
tra tendencia a idealizar la vida personal y colectiva, lo que conlleva olvidar que “… toda 
unidad conocida contiene, además de los factores que la unen, otros que obran contra su 
32 
 
unidad” (Simmel, 2013: 18). Y esto es válido a nivel individual y colectivo. Pensando en el 
individuo, para que éste “(…) logre la unidad de su personalidad, no basta con que los con-
tenidos de la misma se armonicen conforme a unas normas específicas, ya sean religiosas o 
éticas; la contradicción y el conflicto también intervienen, no ya sólo precediendo la unidad 
sino en cada momento de la vida del individuo” (Ibídem). Si se tiene en mente a la colecti-
vidad: 
 
“Al igual que el cosmos, para tener forma, necesita “amor y odio”, fuerzas de atracción y de repulsión, 
la sociedad necesita un combinado de armonía y disonancia, de asociación y lucha, de simpatía y 
antipatía para definir su forma. Y estos binomios en modo alguno son meros pasivos sociológicos, 
factores negativos, que la sociedad habría de superar para poder existir; la sociedad es, efectivamente, 
el resultado de la acción entre las dos categorías. Es decir, tanto las tendencias unitarias como las 
disgregadoras son constitutivas de la sociedad y, en este sentido, son positivas” (Simmel, 2010: 19). 
 
 Para Simmel lo negativo es necesario y positivo: “No es cierto que la vida colectiva sería 
más rica y plena si se eliminaran las energías repulsivas que, consideradas aisladamente, son 
también destructivas: el resultado sería tan distorsionado e irrealizable como el que resultaría 
de pretender eliminar las energías cooperativas, la simpatía, la solidaridad o la convergencia 
de intereses” (Simmel, 2013: 20). 
 
 En todo grupo humano y en toda relación social coexisten significaciones opuestas, co-
rrientes convergentes y divergentes (Simmel, 2010: 26), fuerzas sintéticas y antitéticas que 
analizadas en sus interacciones nos permiten entender el papel de las segundas en el mante-
nimiento de la sociedad. También son fuente de integración y funcionalidad. Los antagonis-
mos son funciones de la relación. Es lo que ha mostrado Delgado (2006) a propósito del 
margen y de los personajes fronterizos que lo habitan, como el enamorado, el inmigrante o 
el artista, que nos hacen presentes, por contraste, los procedimientos “normales” o adecuados 
de la acción social (tema sobre el que volveré más adelante al abordar la centralidad de las 
fronteras). Mencionemos de paso que Simmel, pensando en la función integradora del anta-
gonismo, encontró el mejor ejemplo de su expresión en el funcionamiento del matrimonio: 
“No sólo en los matrimonios fracasados sino también en los que han dado con un modus 
vivendi soportable (…) el desacuerdo, el distanciamiento y las discusiones están 
orgánicamente unidos a todo lo que, en resumidas cuentas, permite subsistir a la relación y 
le confiere unidad en cuanto forma sociológica” (Simmel, 2010: 20). La actitud de oposición 
33 
 
en la relación ayuda al individuo a poder vivir en ella, haciéndola soportable. La posibilidad 
de oposición, de ejercerla contra algo, libera, suelta amarras. Al considerar esta posibilidad 
que tenemos siempre de oponernos (a tiranías, a personalidades toscas,…), Simmel destaca 
el goce que sentimos cuando la ejercemos: “… la oposición proporciona satisfacción interior, 
diversión, alivio; oponerse nos permite no sentirnos completamente aplastados en la relación, 
nos permite afirmar nuestras fuerzas, dando así vida y reciprocidad a unas situaciones de las 
que, sin este correctivo, habríamos huido” (Simmel, 2013: 21). Además, se produce este 
“efecto de la oposición”: se puede restablecer el equilibrio interior al “aportar un sosiego con 
el que soportar una relación que, observada desde fuera, parece insostenible” (Ibídem). 
 
 Volvamos a la positividad sociológica de la pulsión antagonista y pensemos en los con-
flictos territoriales en la región del Alto Putumayo asociados al DD y a la CVSFM. ¿En qué 
sentido son positivos estos conflictos? ¿Se pueden identificar en ellos procesos de socializa-
ción? En términos generales, hay integración cuando los habitantes se movilizan organiza-
damente para luchar por una causa (que se termine la carretera o que se corrijan las obras del 
DD), aunque también aparecen divisiones con otros sectores que atacan dicha causa; surge 
un sentimiento de pertenencia al que se apela para fundamentar una identidad regional aun 
en construcción (la identidad putumayense), y se tejen redes (capital social) con grupos y 
organizaciones de otras regiones con los que se comparten intereses semejantes. Por último, 
con las discusiones que se realizan con la participación de diversas perspectivas que se opo-
nen (como la de los ambientalistas y los ingenieros sobre el trazado de la variante, o la de 
indígenas y mestizos sobre sus significados, por ejemplo), se profundiza en el conocimiento 
de los problemas que afectan a la región. 
 
 Mi planteamiento es que las prácticas de fronterización que se generan en torno a estos 
conflictos producen continuidades y discontinuidades, es decir, fuerzas sintéticas o antitéticas 
que se expresan en el fortalecimiento o debilitamiento de los criterios organizacionalmente 
establecidos para definir las fronteras (lo que se traduce en que, para determinadas situacio-
nes unos criterios cobran vigencia pero en otras situaciones éstos la pierden siendo asignada 
a otros nuevos). 
 
34 
 
Nomadismo 
 
“Las identidades no versan sobre ´quienes somos´ o sobre nuestras ´raíces´, sino 
sobre ´lo que podemos llegar a ser´ y sobre los ´caminos´ que emprendemos para 
llegar a serlo” (Stuart Hall, 1996. En Díaz de Rada, 2012: 238). 
 
 Mi tercera idea es que el rasgo antropológico de defensa territorial se ve confrontado 
constantemente por la paradójica tendencia, también constante en el ser humano, al noma-
dismo, a transitar entre territorios, a transgredir fronteras cruzándolas y, en un sentido literal 
y también metafórico, a no echar raíces. Como decía M. de Certeau a propósito del sentido 
de nuestra experiencia en el mundo: “La vida consiste en pasar constantemente de fronteras” 
(2001: 286), y éstas no son solo espaciales. Por eso muchos individuos creen que el sentido 
de la vida es cruzar fronteras (metafóricamente se dice, por ejemplo, que leer es viajar). Las 
implicaciones de esta cuestión en torno a la idea de las raíces culturales e identitarias son 
interesantes, y entre ellas se destaca que tal vez seamos “en esencia” más nómadas de lo que 
pensamos, y que muchos discursos en torno a la idea de identidad basada en las raíces resultan 
no solo artificiales (es de suponer) sino racistas15. Como nos recuerda Todorov, “Los hom-
bres

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