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Revista Española de Ciencia Política. Núm. 34, Marzo 2014, pp. 119-143
Ecologismo y democracia en 
el centro de trabajo: un análisis 
de la argumentación ecosocialista 
a favor de la democracia industrial
Environmentalism and workplace democracy: an analysis 
of eco-socialist arguments for industrial democracy
José Luis Haro García 
Universitat de Barcelona
jlharog@hotmail.com 
Resumen
El presente escrito analiza seis argumentos de carácter instrumental que el ecosocialismo, una de las sen-
sibilidades principales del ecologismo político, ha utilizado en defensa de la democracia en el centro de 
trabajo. Se pretende determinar si dicha propuesta, a parte de su posible coherencia desde el punto de vista 
normativo, se revela como un instrumento eficaz para la consecución de los objetivos sociales, económicos 
y medioambientales que reclama. El primer apartado repasa las principales características del ecosocialismo 
y del concepto de democracia económica. A continuación se presentan los seis argumentos instrumentales 
y se analiza su validez de acuerdo con los resultados de diferentes estudios de caso. El texto concluirá con 
algunas reflexiones en torno al papel de la gestión democrática de las unidades de producción en la conse-
cución práctica del modelo social y económico propugnado por el ecosocialismo.
Palabras clave: ecologismo, ecosocialismo, democracia económica, democracia industrial, economía 
ecológica, economía social, organización del trabajo, teoría política.
Abstract
This paper analyzes six instrumental arguments that ecosocialism, one of the main sensibilities of political 
ecologism, has offered in support of workplace democracy. Its aim is to determine whether this proposal 
is, apart from its possible coherence from a normative perspective, an effective tool to achieve their 
social, economic and environmental goals. The first section reviews the main features of ecosocialism 
and the concept of economic democracy. Then, we present the six instrumental arguments and analyze 
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their validity according to the results of different case studies. The text concludes with a reflection about the 
role of democratic management of production units in the practical realization of the social and economic 
model advocated by ecosocialism.
Keywords: economic democracy, ecological economics, eco-socialism, environmentalism, industrial 
democracy, political theory, social economy, work organisation, workplace democracy.
INTRODUCCIÓN1
El ecologismo político ha apostado por la democracia desde su aparición contemporá-
nea, en último tercio del siglo XX2. Se trata de una relación no exenta de tensiones, más 
presentes en el campo de la reflexión teórica que en el del activismo político. En este con-
texto, varias sensibilidades ecologistas han hecho extensivos los principios democráticos 
también al ámbito de la economía y la producción, apostando por modelos de democracia 
económica y por la gestión democrática de las unidades de producción. Un aspecto este 
que requiere de mayor análisis por parte de la teoría política ya que puede ofrecer nuevas 
perspectivas sobre los presupuestos y principios normativos del ecologismo político, así 
como sobre sus elementos más conflictivos.
El presente escrito analiza los argumentos de carácter instrumental que el ecosocialis-
mo, una de las corrientes ideológicas del ecologismo político, ha presentado a favor de la 
democracia en el centro de trabajo. Se pretende determinar si la propuesta ecosocialista, 
a parte de su posible coherencia desde el punto de vista normativo, se revela como un 
instrumento eficaz para la consecución de los objetivos sociales, económicos y medioam-
bientales que reclama. 
En un primer apartado repasamos a título introductorio las principales características 
del ecosocialismo y del concepto de democracia económica, modelo socioeconómico que, 
como veremos, no es unívoco y puede dar lugar a posturas contrapuestas; a la vez que abo-
garemos por la adopción de un modelo que integre dicha contraposición.
A continuación presentamos seis argumentos utilizados por el ecosocialismo a favor de 
la gestión democrática en los centros de producción y analizaremos su eficacia de acuerdo 
con los resultados de diversos estudios de caso. Estos argumentos pueden ser divididos en 
dos grupos: el primero hace referencia a los efectos de tipo cultural que ejercen un impacto 
1. Deseo agradecer las aportaciones realizadas por los profesores Alfons Barceló, Miquel Caminal, 
Cesáreo Rodríguez-Aguilera y Pere Vilanova a versiones anteriores del presente texto, así como 
el apoyo y orientación de mi director de tesis, profesor Joaquim Lleixà.
2. A pesar de ser una cuestión sujeta a debate, se puede considerar que el ecologismo político surge 
a principios de los años setenta en el contexto de la toma de conciencia medioambiental que se 
produjo a lo largo de la década anterior, la consolidación teórica de la ciencia ecológica y el 
impacto social de acontecimientos como la primera conferencia de las Naciones Unidas sobre 
medioambiente humano y la publicación de Los Límites del crecimiento, en 1972.
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sobre la cultura y capacidades políticas; el segundo agrupa los efectos de tipo material que 
inciden de forma más directa sobre la actividad y procesos económicos.
La argumentación repasará la solidez causal y sus posibles fallas lógicas, así como 
la coherencia de los argumentos con las pruebas fácticas. El texto concluirá con diversas 
reflexiones en torno al papel de la gestión democrática de las unidades de producción en la 
consecución del modelo social y económico propugnado por el ecosocialismo.
EL ECOSOCIALISMO Y LA DEMOCRACIA ECONÓMICA
En el marco de las diferentes sensibilidades ideológicas que convergen en el ecologismo 
político, el ecosocialismo se ha erigido como una de las que cuenta con mayor desarrollo 
teórico y repercusión política. Se trata de una teoría política de carácter emancipador que 
se alinea sin excesivos problemas con los postulados tradicionales de la izquierda política. 
El ecosocialismo puede ser entendido como una reformulación del socialismo democrático 
bajo la luz del desafío ecológico donde convergen elementos provenientes del marxismo, la 
socialdemocracia y el movimiento medioambiental. Su tesis principal sostiene que el capi-
talismo está en el origen tanto de la injusticia y el conflicto social como de la degradación 
medioambiental. 
Generalmente, la crítica ecosocialista sobre los efectos sociales, económicos y ecológi-
cos del capitalismo ha sido analíticamente más profunda y teóricamente más consistente que 
su propuesta de sociedad alternativa basada en un modelo económico que asegure la satisfac-
ción de las necesidades humanas de forma medioambientalmente sostenible. El nexo entre 
ecosocialismo y democracia económica lo hallamos en su propuesta de modelo alternativo: 
un sistema económico que garantice la sujeción de la economía a las necesidades sociales y 
medioambientales a través de un modelo de gestión democrática. La democracia económica 
se concibe así como un sistema socioeconómico capaz de dar respuesta al conflicto social y 
medioambiental mediante la orientación democrática de la economía y la producción.
No obstante, bajo el concepto de democracia económica encontramos propuestas insti-
tucionales que difieren, en ocasiones, de forma acusada. De forma muy sintética, señalare-
mos la existencia de dos modelos tipo que buscan hacer realidad la dirección democrática 
de la economía. Un primer modelo tiene una orientación macro y descendente en el cual 
un Gobierno elegido democráticamente determina laslíneas de política macroeconómica, 
dirige la economía a través de un sector público predominante y organiza la prestación 
de servicios sociales básicos. Se trata de un modelo que prima la actuación planificada y 
centralizada desde el ámbito institucional público y que entiende la democratización como 
dotación efectiva de los derechos sociales de ciudadanía. Un ejemplo de este modelo es el 
Estado de bienestar entendido en sus características esenciales.
El modelo alternativo de democracia económica presenta una lógica de tipo micro y 
ascendente basada en la gestión democrática de la unidad de producción y en la ciudada-
nización de las relaciones de producción. En este modelo prevalece la actuación desde 
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el ámbito privado y se considera la democratización como el ejercicio de la autonomía y 
de la participación de los individuos, también en la esfera de la economía y la producción; 
participación que, una vez generalizada, también comportará efectos agregados a nivel ma-
croeconómico. Este modelo ha recibido denominaciones diferentes según países y momentos 
históricos como democracia industrial, democracia en el centro de trabajo, participación en 
la unidad de producción, autogestión o codecisión y ha sido objeto de algunas experiencias 
históricas relevantes, generalmente breves. En la actualidad, la mayoría de países cuentan 
con formas jurídicas de empresa que responden a los principios de la democracia económica 
micro, como pueden ser las cooperativas o las sociedades laborales, en el caso español. De 
todos modos, su impacto en la configuración del sistema económico es residual. 
No obstante, hay que advertir que no toda participación supone la gestión democrática 
de la unidad de producción; ese resultado dependerá de los elementos cualitativos de la 
misma, es decir, de las prácticas en que se concreta y de los ámbitos en que se produce 
(Fernández, 2002: 459 y ss.). Por ejemplo, desde hace décadas las teorías de gestión em-
presarial recomiendan mayoritariamente la participación de los trabajadores en el diseño 
de los procesos de producción para conseguir mayor productividad y mayor implicación 
de los trabajadores. En este caso, nos encontramos ante unas prácticas de participación 
alejadas de la gestión democrática, ya que otorgan voz al individuo en la configuración de 
algunos objetivos intermedios de la organización (en determinar el cómo se hace), pero no 
reconocen un voto equivalente al de la dirección en la determinación de dichos objetivos 
intermedios y, mucho menos, reconocen voto alguno en la determinación de los objetivos 
finales de la unidad de producción (en determinar el qué se hace). Según Fernández:
“La participación entendida así no es sino un medio más para alcanzar el fin de 
la obtención de la máxima rentabilidad, preferentemente a corto plazo. Es, por tanto, 
participación instrumental y, además, participación parcial, puesto que no incluye la 
definición de los grandes objetivos y de las estrategias empresariales (2005: 72).” 
Se trata, por tanto, de una participación instrumental en el ámbito de los procesos de 
trabajo que no se traslada a otros ámbitos como la política de contratación, la política de 
salarios y retribuciones, la determinación de los bienes a producir, la relación con provee-
dores, las estrategias de dirección o la orientación de las inversiones, entre otras facetas 
esenciales. En consecuencia, no se trataría de un modelo de gestión democrática de la 
unidad de producción, que es lo que analiza el presente escrito.
Oposición y complementariedad de los modelos de democracia económica
El ecosocialismo ha defendido la democracia económica en algunos ámbitos con más 
consistencia que en otros, destacando en el ámbito de la reflexión normativa y en el desa-
rrollo de propuestas relacionadas con la planificación y la redistribución macroeconómica. 
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En el primer caso, la filosofía moral y política ha aportado argumentos para concluir que 
principios como la libertad y la autonomía tienen un mayor recorrido efectivo en condi-
ciones de democracia económica que en otros sistemas socioeconómicos. En el segundo, 
se ha considerado que la democracia económica de tipo macro es la forma adecuada de 
atender las necesidades de planificación y de actuación coordinada global que nos impo-
ne la realidad económica y medioambiental, siempre a través de procesos de democracia 
participativa.
En cambio, la atención que el ecosocialismo ha prestado a la democracia en el centro de 
trabajo es menor y de carácter más ambiguo. Parece existir en la literatura ecosocialista una 
tensión entre ambos modelos que, si bien considera recomendable como principio la de-
mocracia en el centro de trabajo, a la hora de concretar su modelo institucional dedica más 
atención a las instituciones relacionadas con el modelo macro. Esta circunstancia tal vez 
sea consecuencia de la tensión que mantiene su propuesta entre las tesis normativas a favor 
de la autodeterminación y la libre agencia de los sujetos con aquellas derivadas de la cien-
cia ecológica y de teorías tendencialmente socialdeterministas que apuntan a la necesidad 
de planificación y gestión agregada. En el caso opuesto encontramos otras sensibilidades 
del ecologismo político como, por ejemplo, el ecoanarquismo, el ecocomunitarismo o el 
ecoregionalismo, que comparten los argumentos que aquí se expondrán en grados y com-
binaciones distintos. Estas corrientes ideológicas hacen prevalecer los aspectos micro de 
la democracia económica aunque, generalmente, tampoco han considerado detalladamente 
sus implicaciones, por lo que su punto débil es el opuesto al de las tesis ecosocialistas: no 
atienden suficientemente las necesidades de planificación y coordinación agregadas3. 
En realidad, la defensa de uno u otro modelo ha respondido más a la reacción contra las 
carencias y puntos débiles del modelo alternativo que a una reflexión sobre el conjunto de 
interacciones que se dan en el seno del sistema económico. Esta circunstancia nos conduce 
a la necesidad de utilizar perspectivas holísticas en el análisis político y social pues, como 
observaremos, determinados resultados sociales y medioambientales no dependen única-
mente de la reforma de una institución concreta (en el caso que nos ocupa, la forma de ges-
tión de las unidades de producción), sino que requieren un marco específico de relaciones 
que acabe configurando una nueva dinámica social que vaya más allá del voluntarismo y 
que atienda a la naturaleza motivacional de los individuos. 
En este sentido, parece conveniente que una propuesta para modificar la interacción 
entre economía, naturaleza y sociedad atienda múltiples elementos del sistema económico, 
como los que identifica Gustafsson (1997: 350 y ss.):
El sistema de derechos de propiedad•	 : los títulos de acceso a los bienes y servicios se 
pueden articular en torno a la propiedad pública, privada, comunal o a la no propiedad.
3. La preferencia por la articulación local de la comunidad política es predominante en las corrientes 
del ecologismo político de carácter emancipador y forma parte del núcleo ideológico que hereda-
ron del primer activismo medioambiental de los años sesenta y setenta.
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La función objetiva del sistema económico•	 : se identifica aquí el principio rector que 
guía la actividad económica de los agentes, como, por ejemplo, la maximización 
del beneficio, de la producción o de los puestos de trabajo, entre otras posibilidades.
El mecanismode asignación de recursos•	 : en la actualidad, existen principalmente 
el libre mercado y la planificación, así como diferentes expresiones mixtas, aunque 
históricamente han existido otras modalidades, como, por ejemplo, las prácticas de 
intercambio basadas en la reciprocidad.
La escala de actividad•	 : hace referencia a la extensión geográfica local, regional o 
global en la que mayoritariamente se produce la interacción económica 
Conviene tener presente la interacción dinámica de todos estos elementos a la hora 
de analizar la eficacia de las razones instrumentales presentadas por el ecosocialismo a 
favor de la democracia en el centro de trabajo, tarea a la que nos dedicamos en el siguiente 
apartado.
ARGUMENTOS INSTRUMENTALES DE TIPO CULTURAL
 La democracia en el centro de trabajo refuerza la cultura política democrática
Esta tesis sostiene que la democracia en el centro de trabajo es útil para reforzar las 
capacidades políticas de los trabajadores y, en general, la cultura política democrática. De 
acuerdo con esta idea, la democracia en el centro de trabajo elevaría las capacidades socia-
les y organizativas de los individuos y haría aumentar su implicación activa en otras esferas 
de la vida social (García, 2009: 186-210). Se trata de un argumento que podemos rastrear 
hasta la tesis del Spillover que Carole Pateman planteó en los años setenta del siglo XX en 
su obra Participation and Democratic Theory (Carter, 2003: 1-19).
Pateman desarrolla una línea argumental ya presente en autores como J. J. Rousseau y 
J. S. Mill que sostiene la existencia de una correlación positiva entre participación y forta-
leza de las instituciones democráticas. Para la autora, cuando se impide que las personas 
participen significativamente en su puesto de trabajo también se provoca que lo hagan 
menos en la esfera política formal, al generarse un sentimiento de incapacidad que afecta 
negativamente a cualquier tipo de participación. La participación en el puesto de trabajo, 
en consecuencia, ejerce una función educadora que viene a revitalizar el conjunto de prác-
ticas sociales que constituyen y dan sustancia a la comunidad política democrática (Levin, 
2006: 112 y ss.). 
La obra de Pateman hace referencia a la importancia de la educación en participación a 
la vez que descansa en una concepción compleja e interdependiente de las instituciones so-
ciales afín a la mantenida por Karl Polanyi, autor muy estimado por la ecología política. En 
su obra La Gran Transformación, Polanyi analiza el nacimiento y extensión de la economía 
del libre mercado. Según su tesis, la extensión de la ideología del mercado autorregulado 
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había generado una práctica económica autónoma que erosionaba los principios materiales 
y políticos de la sociedad: 
“[...] el control del sistema económico por parte del mercado es fundamental-
mente importante para la organización total de la sociedad: ello significa nada 
menos que la administración de la sociedad como un adjunto del mercado. En 
lugar de que la economía se incorpore a las relaciones sociales, estas se incor-
poran al sistema económico. La importancia vital del factor económico para la 
existencia de la sociedad impide cualquier otro resultado. Una vez organizado el 
sistema económico en instituciones separadas, basadas en motivaciones específi-
cas y creadoras de una posición especial, la sociedad deberá configurarse de tal 
modo que ese sistema pueda funcionar de acuerdo con sus propias leyes (2007: 
106).” 
Bajo esta óptica, la práctica de la participación reforzaría las instituciones encargadas 
de mantener engarzada la actividad económica con el resto de instituciones y prácticas que 
garantizan la reproducción social.
Esta perspectiva también queda reflejada en la obra de Fernández cuando sostiene que 
la participación en el centro de trabajo refuerza el “paño democrático” de la sociedad a 
través de su extensión al ámbito de lo económico y de la producción (2002: 14-38). Para 
este autor, difícilmente se puede consolidar una sociedad democrática si una parte consi-
derable de la actividad social se ve desgajada de la práctica democrática, proponiendo en 
consecuencia la extensión de los mismos a la esfera de la producción. 
Los estudios de caso se muestran contradictorios con respecto a la existencia de una co-
rrelación entre participación en el puesto de trabajo y participación política formal, aunque 
sí parecen validar otros aspectos relevantes de la tesis del Spillover y, en consecuencia, de 
los efectos deseados desde posiciones ecologistas. Carter, en su análisis de la bibliografía 
al respecto, considera demostrado que la participación en el puesto de trabajo refuerza 
otras características sociales relacionadas con la cultura política democrática, como, por 
ejemplo, la existencia de una mayor actividad asociativa, una mayor implicación de la 
administración local en el fomento de la actividad económica comunitaria, mayor vitalidad 
de las estructuras sociales igualitarias y, en general, con la existencia de una sociedad civil 
más activa y autónoma (2003: 13-15). Greenberg, por su parte, concluye que: 
“Con la excepción del voto, sobre el que no se encuentran diferencias, los 
trabajadores de las cooperativas se mostraban significativamente más activos en 
todas las fases de la vida política que los trabajadores de las empresas conven-
cionales. Además, la distancia entre trabajadores de las cooperativas y los de las 
empresas convencionales se incrementó con el tiempo, sugiriendo la existencia 
de un proceso de aprendizaje político. Finalmente, los datos sugieren que la 
experiencia de participación en el proceso de toma de decisiones es la principal 
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herramienta educativa para la participación política e incrementa la implicación 
en organizaciones de la sociedad civil (1986: 131).”
Este resultado vendría a validar la argumentación ecosocialista en dos aspectos. En 
primer lugar porque la gestión democrática de la unidad de producción reforzaría las es-
tructuras sociales y comunitarias necesarias para la existencia del modelo económico y 
social propugnado por el ecosocialismo; modelo caracterizado por una impronta sistémica 
que vincula los diferentes elementos psicológicos, sociales y biofísicos que constituyen 
la sociedad humana. Y, en segundo lugar, porque parece mostrar que el ejercicio de las 
capacidades cognitivas que requiere la participación representa una condición necesaria 
para la realización efectiva del argumento que desarrollamos en el siguiente apartado. De 
esta manera, el ecosocialismo haría extensivos los efectos integradores de la democracia no 
solo al ámbito de lo social, sino también de lo biofísico4.
La democracia en el centro de trabajo posibilita el acoplamiento de la unidad 
de producción con su entorno social y biofísico
El ecologismo político considera que la actividad económica debe adaptar su funciona-
miento a los contextos sociales y biofísicos en los que se desarrolla. Esto es consecuencia 
de su concepción de la economía como un sistema subsumido en sistemas más amplios, 
que para la economía constituyen su ambiente, como el sistema social y el sistema bio-
físico. De acuerdo con esta circunstancia, la lógica de funcionamiento del (sub)sistema 
económico debe estar en consonancia con los condicionantes derivados de su entorno, ya 
que, de otro modo, altera la estabilidad del conjunto y en casos extremos puede amenazar 
su misma existencia. De ahí que apueste por mecanismos de decisión y de control de las 
unidades de producción que sean capaces de incorporar la máxima información posible 
sobre el entorno en el que se insertan(Daly,1989: 27 y ss.; Dobson, 1997: 89 y ss.; Kovel 
y Löwy, 2002; O’Connor, 1990: 114 y ss.; Polanyi, 2007: 123-124). 
En general, los autores ecosocialistas mantienen que el acoplamiento de la economía 
con la sociedad y el entorno biofísico se produciría de forma más completa en un con-
texto de democracia económica. Los que se aventuran en el ámbito de la unidad de 
producción también suelen apoyar la aplicación de métodos de gestión democráticos, 
4. No todo el pensamiento ecologista considera que la toma de decisiones democrática sea operativa 
en el marco de la crisis ecológica. La escuela supervivencialista considera que, dada la urgencia 
que impone el grado de deterioro ambiental, resulta esencial la existencia de una estado fuerte 
capaz de aplicar las medidas tecnocráticas que determinen los expertos, en algunos casos a expen-
sas de las libertades públicas (Eckersley, 1992: 13 y ss.). De ahí que algunos autores los denomi-
nen ecólogos hobbesianos (Dryzek, 1998: 98). Para el ecologismo político de corte emancipador, 
en cambio, la democracia es instrumentalmente funcional para superar la crisis ecológica, como 
se deriva de los argumentos que en este escrito se presentan. 
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pero generalmente ofrecen menos argumentos para defender este modelo; pasamos a con-
siderarlos.
Se considera que la gestión democrática posibilita que la unidad de producción dispon-
ga de información de mejor calidad como consecuencia de la participación de un mayor 
número de individuos en la toma de decisiones. Esta lógica posibilita la incorporación 
de agentes que normalmente se consideran ajenos al centro de producción, pero con 
los que se mantiene una relación sistémica, como por ejemplo los representantes de los 
consumidores, los proveedores e incluso los responsables de otras unidades de produc-
ción con las que se mantuviera algún tipo de cooperación especial (Schumacher, 2011: 
276). La información así incorporada se considera cualitativamente más rica porque 
interviene un número mayor de agentes de “naturaleza” diferente y no únicamente el 
grupo social convencionalmente designado para este cometido; lo que supone la in-
corporación de experiencias, conocimientos, ideas, presupuestos y prejuicios de más 
amplio espectro. 
Este argumento, que se presenta como intrínsecamente positivo, está relaciona-
do con la tesis de la economía ecológica que mantiene que las características de los 
entornos biofísicos, y nosotros añadiríamos aquí de los sociales, no pueden ser tra-
ducidas a un único criterio valorativo, por ejemplo a unidades monetarias, dadas sus 
características interdependientes y polifuncionales. Bajo esta óptica, se entiende que 
la unidad de producción misma cubre diferentes funciones sociales por lo que, desde 
una perspectiva sistémica, la incorporación de información cualitativamente diferente 
ha de hacerla más resiliente al incrementarse su capacidad de adaptación a las pertur-
baciones del entorno. 
La incorporación de nuevos agentes en la toma de decisiones, con la correspondiente 
aceptación de elementos de juicio de naturaleza variada, nos conduce a la reflexión 
sobre la naturaleza discursiva de la democracia y a la Teoría de la acción comunicativa 
de Jurgen Habermas, la cual encaja sin demasiadas mediaciones con una argumenta-
ción ecologista de la democracia en el centro de trabajo. Las diferentes adaptaciones 
de la propuesta de Habermas consideran la práctica discursiva como un procedimiento 
adecuado para elaborar decisiones adaptadas a contextos marcados por la complejidad 
(Dryzek, 1998). Pero lo verdaderamente destacado de la concepción habermasiana es 
que nos permite concebir el proceso discursivo no solamente como una forma de adop-
tar decisiones sobre diferentes cursos de acción (incorporando a los agentes afectados, 
elemento que las teorías políticas emancipadoras consideran normativamente superior), 
sino también como un mecanismo para determinar la validez de las proposiciones y 
los objetos mismos sobre los que se erigen las posibilidades de acción. Esto es posible 
debido a la similitud de los procesos discursivos con los mecanismos inductivos del 
método científico, lo que implica que las proposiciones, tanto en ciencia como en la 
toma de decisiones discursiva, para poder ser consideradas como ciertas, han de elabo-
rarse bajo procedimientos y criterios que garanticen la racionalidad de los resultados 
(López, 2008: 179-188). Nos hallamos, por tanto, ante una perspectiva afín a las tesis 
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del pluralismo metodológico que comparte similitudes con propuestas como la ciencia 
posnormal de Funtowicz y Ravetz (2000), los modelos colectivos y deliberativos de 
indagación científica de Noogaard (2006) y las propuestas en pos de la modernización 
reflexiva (Bech, Giddens y Lash, 1997). 
Los procesos discursivos conducen así a tomar en consideración aspectos que de otra 
manera quedarían excluidos, como, por ejemplo, las múltiples y variadas relaciones 
causales en las que se ve involucrada la unidad de producción, las opciones instrumen-
tales óptimas o la finalidad última de la actividad productiva. Para el ecosocialismo 
esta forma de proceder posibilita una percepción de la realidad más “ajustada” y en 
consecuencia la selección de estrategias instrumentales más eficaces. Nos encontramos, 
en consecuencia, ante un modelo que se considera mejor adaptado para actuar en un 
entorno biofísico y social que se concibe complejo, sistémico, no lineal e incognoscible 
en su totalidad. Pero hemos de señalar que esta defensa tiene una repercusión normativa 
importante por cuanto la traslación al ámbito sociopolítico de las condiciones necesa-
rias para la existencia de un proceso discursivo efectivo deriva en una defensa de tesis 
cercanas al socialismo democrático: la necesidad de que existan condiciones equitativas 
en el reparto del poder económico y social entre todos los agentes que intervienen en la 
toma de decisiones5. 
La perspectiva discursiva también posibilita argumentar a favor de los procesos de 
descentralización. Así, la cualidad condicionada que la óptica discursiva otorga al cono-
cimiento empírico y normativo comporta que la aplicación de las decisiones requiera de 
una adaptación, también discursiva, para su implementación concreta en cada contexto 
de acción real. Y aquí encontramos una justificación, que el ecologismo político aporta 
para la defensa de modelos de democracia económica que combinen la determinación 
democrática de las grandes líneas de la política económica con la autogestión de las 
unidades de producción y con la descentralización administrativa; circunstancia que 
posibilitaría la interpretación, adaptación y encaje de esas medidas a los entornos bio-
físicos y sociales específicos.
El argumento desarrollado hasta este punto sobre la capacidad integradora de la gestión 
democrática cuenta con una variante expositiva más intuitiva, de larga trayectoria en el 
pensamiento político, y que puede ser testada con mayor facilidad. 
De acuerdo con la misma, la participación en la unidad de producción facilita su aco-
plamiento con el entorno porque su estructura decisional la hace más proclive a asumir los 
costes de las externalidades negativas generadas, como, por ejemplo, la polución. La 
explicación es sencilla: las personas encargadas de dirigir la unidad de producción son 
los trabajadores y estos normalmente viven en el entorno inmediato, por lo que se ven 
5. Habermas hace tiempo que dejó de considerar estos requisitos como indispensables; su propuesta 
de democracia deliberativa ya no comporta implicaciones sociales y políticas de la misma exigen-
cia (López,2008). 
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directamente afectados por las externalidades generadas por la actividad productiva6. 
La situación difiere en las unidades de producción no gestionadas por los trabajadores 
mismos, ya que es probable que los decisores vivan lejos y, en consecuencia, no se vean 
directamente afectados. Se trata de una tesis que encaja con la corriente de pensamiento 
que Eckersley (1992: 36 y ss.) denominó Ecología del bienestar humano y que cuenta con 
antecedentes históricos y representantes contemporáneos (Carter, 1996: 59; Schumacher, 
2011: 34). 
Este argumento también puede ser expresado bajo una perspectiva discursiva: la gestión 
democrática de la empresa permite incorporar más información en el proceso de toma de 
decisiones, en este caso, información sobre los efectos de las externalidades negativas en la 
salud y en las condiciones de vida de las personas del entorno. Información que con otro tipo 
de distribución de poder decisional (y de los incentivos) no sería tomada en consideración.
En lo referente a las críticas a la democracia en el centro de trabajo, la perspectiva dis-
cursiva permite argumentar en contra de la opinión que sostiene que los métodos de gestión 
democráticos son ineficientes en entornos muy tecnificados, en los que impera una lógica 
de funcionamiento de tipo racional instrumental. Si bien es cierto que los últimos trabajos 
de Habermas han derivado hacia la consideración de que existen ámbitos con lógicas de 
funcionamiento autónomas que difícilmente se pueden someter a las prácticas discursivas, 
también es cierto que estas pueden posibilitar una relectura del significado de la innova-
ción tecnológica y de las formas en que se concreta, pudiendo conducir, en un contexto de 
predominio cultural de las mismas, a la aplicación de otros tipos de tecnología adaptados 
a la gestión democrática.
En todo caso, lo expuesto en este apartado solo plantea que las empresas gestionadas 
democráticamente pueden ser más proclives a orientar su acción de forma medioambien-
talmente sostenible. Aunque también pueden no hacerlo; Carter sostiene que la falta de 
concienciación ecológica puede suponer que la empresa democrática no tome en conside-
ración las externalidades medioambientales que genere. Del mismo modo, los factores ex-
ternos que configuran su entorno económico, como, por ejemplo, una elevada dependencia 
de un cliente económicamente predominante o unos márgenes de rentabilidad decrecien-
tes, pueden llevar a que la unidad de producción democrática tome decisiones que vayan 
en contra de las preferencias expresadas por la comunidad local en la que se encuentra 
(1996: 70 y ss.).
La gestión democrática solo puede garantizar que la actividad de la unidad de produc-
ción reflejará las necesidades e intereses de la comunidad, así como las constricciones 
estructurales que le afectan. El resultado final, por tanto, dependerá del conocimiento y 
la sensibilidad ecológica existente, de las necesidades socioeconómicas, así como de la 
configuración del sistema económico en el que se encuentra inmersa. En definitiva, un 
6. Este argumento presenta limitaciones, ya que hay daños medioambientales que pueden afectar 
a poblaciones y ecosistemas muy distantes al emplazamiento de la unidad de producción, o que 
solo se manifiestan ante la actividad agregada de un gran número de agentes.
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resultado marcado por la complejidad y la interdependencia de los factores que confluyen 
en la marcha de la unidad de producción.
ARGUMENTOS INSTRUMENTALES EN EL ÁMBITO DE LA ECONOMÍA Y LA 
PRODUCCIÓN
La democracia en el centro de trabajo no posee una tendencia intrínseca al crecimiento 
económico
Generalmente el ecosocialismo es crítico con la actual forma de crecimiento económi-
co. Se alega que el capitalismo, privado o de estado, favorece el crecimiento económico 
como fin en sí mismo, aunque no se corresponda con un aumento del bienestar. De ahí que 
se proponga la utilización de indicadores que no solo midan la cantidad de bienes produ-
cidos o la renta monetaria generada, sino que también tengan en cuenta aspectos sociales 
y medioambientales. De ahí también que algunos autores hayan defendido la necesidad 
de construir una economía de crecimiento cero o en estado estacionario (Daly, 1989) y 
que otros propongan una sociedad de decrecimiento (Latouche, 2009). El ecosocialismo 
no asume estas propuestas de manera general; una corriente mayoritaria mantiene que, 
mientras que algunas sociedades deberán tender hacia una economía de no crecimiento o 
incluso a reducir algunos indicadores de producción económica (lo que no tiene por qué 
traducirse en una reducción del bienestar), en otras regiones del planeta será necesario 
crecer económicamente para mejorar la calidad de vida.
Hay que reconocer que el concepto no es unívoco y que tal vez sea más adecuado 
considerar que el ecosocialismo en general aboga por el control social del crecimiento eco-
nómico, de manera que se mantengan los servicios ecosistémicos y los recursos necesarios 
para las generaciones futuras. Esto puede suponer que la tasa de inversión y de crecimiento 
económico sean determinados socialmente (Schweickart, 1997: 189, 232)7.
Pues bien, en general las unidades de producción gestionadas democráticamente pre-
sentan una menor tendencia estructural al crecimiento económico. Como dice Tello: 
“El estudio de las empresas o grupos cooperativos realmente existentes en el 
mundo muestra [...] [que] incluso cuando se ven obligadas a trabajar compitiendo en 
un mercado dominado por empresas capitalistas basadas en una jerar quía autorita-
ria, las empresas donde las decisiones fundamentales se toman democráticamente [...] 
7. En esta obra, Schweickart desarrolla un modelo socioeconómico que podemos considerar como 
de socialismo de mercado y, si bien las preocupaciones medioambientales no constituyen su 
principal foco de atención, sí presenta un conjunto de propuestas que posibilitaría su adaptación 
a las tesis ecologistas.
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manifiestan un interés mucho menor por expandirse al carecer de una tendencia 
estructural a la ampliación de su escala (2005: 249).” 
Schweickart nos explica las razones de esta tendencia estructural de las cooperativas 
de acuerdo con la relación existente entre capacidad de decisión y propiedad del capital. 
Recordemos que, en el caso de las cooperativas de producción, los trabajadores son los 
propietarios del capital, mientras que, en el caso de las empresas capitalistas, el capital no 
está mayoritariamente en manos de sus trabajadores. En consecuencia, estas últimas tienen 
tendencia a maximizar el beneficio total (que perciben como retribución los titulares del 
capital), mientras que las cooperativas tienden a maximizar el beneficio por trabajador. 
De ahí que, en general, la dimensión de las empresas autogestionadas suela ser menor8. 
Schweickart lo argumenta del siguiente modo:
“Pongamos un sencillo ejemplo: cuando el coste por artículo es constante, una 
empresa capitalista puede incrementar su beneficio neto aumentando la escala de 
su actividad, y este incremento va a parar al propietario de la empresa. Si una ham-
burguesería con veinte trabajadores genera una ganancia neta de 20.000 dólares, 
una segunda hamburguesería con similar actividad generará otros 20.000 dólares. 
De este modo, el propietario tiene un incentivo casi irresistible para expandirse. 
En el caso de la autogestión, por el contrario, elduplicar las dimensiones de la 
empresa podrá hacer que se duplique el beneficio neto, pero también se duplicará 
el número de trabajadores que deban repartirse dicho beneficio. [...] por tanto, la 
primera hamburguesería, aun en el mejor de los casos, no tiene incentivos para 
abrir otra, ni tampoco para admitir más trabajadores, a no ser que el aumento de 
los rendimientos de escala aconseje lo contrario (1997: 156-157).”
Otro argumento, a nuestro parecer bastante más frágil, por el cual la empresa democrá-
tica reduciría la tendencia estructural al crecimiento económico es el hecho de contar con 
una estructura salarial más igualitaria (Bowles et al., 1993; Levin, 2006; Schweickart, 
1997). En este caso, la no tendencia al crecimiento se debería a que la igualdad inhibe 
el consumo por imitación que realizan los sectores sociales de menor poder económi-
co, en su vano esfuerzo por alcanzar el estatus de los grupos sociales económicamente 
8. A esto hay que añadir otros condicionantes que suelen afectar al crecimiento de las cooperativas, 
como la dificultad en el acceso a la financiación (Romero, 2002: 200 y ss.). Por su parte, Riech-
mann considera que la limitación del crecimiento de la unidad de producción es consecuencia de 
la gestión democrática misma pues “[...] resulta bastante evidente que cuanto más participativa 
y deliberativa sea una organización social, más posibilidades existen de que estos debates hagan 
aparecer los costes sociales de todo tipo que genera una determinada actividad y favorezcan la 
cultura de autocontención que exige un proyecto de economía ecológica” (2006: 32). A nuestro 
parecer, las experiencias que en este escrito se analizan demuestran que este resultado depende 
de la confluencia de otros elementos, además de la gestión democrática.
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superiores (Sempere, 2009: 84 y ss.). No obstante, las empresas democráticas suelen 
tener una estructura salarial intra más igualitaria, pero presentan más disparidades entre 
diferentes unidades de producción. Esto es debido a que los sueldos están relacionados 
con la productividad y beneficios de la propia empresa. Por tanto, en una economía 
formada mayoritariamente por unidades de producción democráticas, podrían existir 
grandes disparidades de sueldos que espolearan ese consumo imitativo, siempre y cuan-
do no hubiera instituciones macro que se encargasen de velar por la paridad retributiva 
en general. En consecuencia, este resultado atemperante se debería más a la acción de 
las instituciones de democracia económica macro que a la gestión democrática de las 
unidades de producción. 
Hasta ahora hemos visto que las unidades de producción autogestionadas tienden a 
mostrar una menor dimensión, así como estructuras retributivas más igualitarias, lo que 
se considera ventajoso para el modelo económico postulado por el ecosocialismo. No 
obstante, hay que indicar que la literatura se ha basado mayoritariamente en el análi-
sis de empresas cooperativas, pues constituyen la experiencia de gestión democrática 
más extendida. A este respecto hay que indicar que la forma de empresa cooperativa 
comporta que los trabajadores son los propietarios de la misma, además de participar 
democráticamente en su gestión, y esta es una particularidad que no se da en todas las 
expresiones de democracia en el centro de trabajo. En consecuencia, esta circunstancia 
nos plantea una cuestión relevante, pues cabe preguntarse si esa menor dimensión es 
consecuencia de las estructuras de decisión democráticas o de la titularidad de la pro-
piedad de la empresa.
La argumentación de Schweickart explica esta tendencia estructural solo en el caso de 
que los propietarios sean los trabajadores. Podemos imaginar una empresa autogestionada, 
cuyo capital no pertenezca a los trabajadores, que llegue a un equilibrio similar al de una 
cooperativa. Por ejemplo, la hamburguesería a la que se refería Schweickart podría ser 
propiedad de unos terceros y estar gestionada por los trabajadores. Los propietarios serían 
retribuidos con un importe determinado, pero carecerían de capacidad para impulsar la 
ampliación de la empresa de modo que aumentara también su beneficio. En esta empresa 
autogestionada, de hecho, los titulares del capital no podrían influir en la marcha del ne-
gocio, por lo que hay que reconocer que se trata de una situación inusual que difícilmente 
se dará en un sistema económico donde la inversión se efectúe individual y privadamente, 
ya que resulta poco atractivo para unos inversores principalmente guiados por la maximi-
zación del beneficio.
Una vez más, de acuerdo con lo que apuntaba Gustafsson, vemos que el resultado 
medioambientalmente sostenible de la democracia en el centro de trabajo no depende úni-
camente de ella misma, sino de su combinación con otras estructuras macro relacionadas 
con modelos de democracia económica. En el caso analizado, con la titularidad de los me-
dios de producción y con los mecanismos a través de los cuales se produce la nueva inver-
sión. De ahí que modelos de democracia económica como el propuesto por Schweickart, 
que combina la dirección social de la nueva inversión y la titularidad social de los medios 
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de producción, con la gestión democrática de esos mismos medios y con la existencia de 
mercados competitivos, resulten interesantes para ser analizados bajo los principios nor-
mativos del ecosocialismo.
Y, sin embargo, lo anterior no da la razón al argumento contrario, que lo único re-
levante es la titularidad de los medios de producción. Como hemos visto, las empresas 
autogestionadas tienen una tendencia estructural a crecer menos, pero pueden decidir de-
mocráticamente hacerlo y, sobre todo, el modo en que lo hacen. El modelo de autogestión 
yugoslavo favoreció estructuras empresariales de miles de trabajadores9, aunque general-
mente el cooperativismo presenta plantillas mucho más reducidas. El grupo Mondragón 
también está constituido por miles de trabajadores, pero ya hace varias décadas que optó 
por impulsar la segregación de nuevas cooperativas cuando la cooperativa madre superaba 
los 500 trabajadores. Como grupo, el cooperativismo de Mondragón se ha adaptado a los 
requerimientos de la competición en el marco de un mercado capitalista y de alcance glo-
bal, pero voluntariamente ha adaptado su estructura industrial para mantener el principio 
democrático que impulsa la actividad cooperativa (Romero, 2002: 195-197). Por lo tanto, 
la estructura económica cuenta, pero el principio de gestión democrática puede marcar la 
diferencia si así lo deciden los trabajadores.
La democracia en el centro de trabajo favorece el redimensionamiento de los mercados
En el punto anterior hemos analizado la falta de tendencia estructural al crecimiento 
económico que muestra la empresa democrática. Esta característica refuerza otro elemento 
relevante para el modelo económico ecosocialista: la reducción de la dimensión de los 
mercados (tanto su extensión geográfica como el número de ámbitos sociales que ocupa) 
y la orientación de los mismos a la satisfacción de necesidades locales. El ecologismo 
considera conveniente reducir el alcance de los intercambios comerciales a gran escala, 
así como mantener algunas esferas de la experiencia humana y social al margen de dicho 
sistema de asignación de recursos (Dobson, 1997: 131; Eckersley, 1992: 140 y ss.; Gorz, 
1997: 189; O’Connor, 1990: 121; Pigem, 2010: 62; Schumacher, 2011: 32-34 y 59 y ss.; 
VV AA, 2010: 16).
Desde el ecosocialismo y tesis afines se considera mayoritariamente que las necesi-
dades sociales (y biofísicas) se verán mejor atendidas en mercados de menor alcanceen 
los que operen unidades de producción de menores dimensiones (Schumacher, 2011: 182 
y ss.). En primer lugar porque la proximidad entre los clientes y la unidad de producción 
posibilitará una mejor adaptación a las necesidades de dicha comunidad. En segundo lugar, 
porque desaparecerá una parte del comercio internacional que se considera que no aporta 
mayor bienestar y sí el agravamiento de los problemas medioambientales, a través de un 
9. Esta particularidad sería consecuencia de la política de inversiones del estado yugoslavo 
(Schweickart, 1997: 159).
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mayor gasto energético (Dobson, 1997: 132) (VV AA, 2010: 58-63). En este nuevo con-
texto, la unidad de producción también se verá impelida a adaptarse a los requerimientos 
biofísicos porque recibirá su materia prima fundamentalmente del mismo ámbito regional 
que constituye su mercado, por lo que tendrá mayor interés en gestionar prudentemente 
esos recursos de manera que garanticen la continuidad de la actividad y la no generación 
de externalidades negativas. La reducción de escala de los mercados también facilita que 
los productores perciban con más claridad los impactos (sociales, económicos, medioam-
bientales) generados por su actividad y posibilita que dicha información se incorpore a los 
procesos decisorios. En este contexto, las herramientas de gestión democráticas serían más 
eficaces para adaptar la actividad a los requerimientos de trabajadores, sociedad y ecosiste-
ma; para satisfacer las necesidades respetando los condicionantes existentes.
En realidad, el grado en que las empresas democráticas contribuyen a la reducción del 
ámbito del mercado se encuentra también condicionado por las características de las tecno-
logías empleadas (cuestión en la que nos detendremos más adelante) y parte de la premisa 
de que es posible satisfacer las necesidades humanas con economías e instrumentos de 
alcance principalmente local-regional. Esta tesis comporta el rechazo de la postura mante-
nida por la economía neoclásica sobre la imposibilidad de conocer cuáles son las necesida-
des humanas. Hoy sabemos que dichas necesidades no son totalmente subjetivas y se han 
propuesto diferentes estrategias y modelos para su estudio. Hemos aprendido que lo más 
susceptible de verse afectado por la contingencia histórica y cultural es la relación entre la 
necesidad y su correspondiente satisfactor, así como la cualidad plurifuncional y relacional 
de los mismos. Estas características aconsejan una determinación social y discursiva sobre 
cuáles son los satisfactores que un sistema económico ha de producir, basándose en todo 
tipo de información cualitativa y no solo en una abstracción unidimensional alejada de los 
contextos reales, como propone el modelo económico ortodoxo (Max-Neef, 1994; Sempe-
re, 2009; Sen, 2000).
Una vez más encontramos que el efecto de redimensionamiento del mercado no provie-
ne exclusivamente de la apuesta por unidades de producción gestionadas democráticamen-
te; los análisis demuestran la mayor frecuencia de la dimensión reducida y de la orientación 
al mercado local entre las empresas autogestionadas10, pero las condiciones tecnológicas y 
de competitividad marcadas por el resto de variables del sistema económico pueden llevar 
a dichas unidades a tomar decisiones estratégicas que vayan justo en el camino contrario, 
hacia el aumento de dimensión y la ampliación de mercados; como indica Carter: 
10. Ramírez (2002) considera que el 80% de las cooperativas analizadas orientan su actividad al 
mercado local debido a que operan en sectores económicos en crisis o escasamente rentables, lo 
que frena sus posibilidades de expansión. Schweickart, por su parte, se concentra en las caracte-
rísticas internas de la unidad de producción al considerar que la “empresa autogestionada tiene 
una motivación interna para la expansión mucho más débil que la empresa capitalista. El espíritu 
competitivo de una empresa autogestionada es más defensivo que ofensivo. Los trabajadores de 
la empresa no quieren perder clientes ni cuota de mercado, pero tienen menos que ganar con una 
expansión, especialmente si esta es grande y agresiva” (1997: 157).
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“Puede ser que la significación de la propiedad cooperativa y la consecuente 
oportunidad para los miembros de poder hacer elecciones sobre la organización 
del trabajo sea contrarrestada por fuerzas externas que moldean la naturaleza del 
proceso de trabajo en el seno de la cooperativa. Una cooperativa en un mercado 
capitalista estará bajo presión para adoptar los procesos de trabajo existentes 
caracterizados por el control jerárquico, la división del trabajo y las prerrogativas 
de los gerentes (1996: 66).”
En consecuencia, el ambiente con el que interacciona la unidad de producción resulta 
determinante para que se desarrollen las potencialidades de este tipo de organización pro-
ductiva. 
El peso de los factores ambientales también lo tendremos en cuenta a la hora de analizar 
la validez del siguiente argumento. 
La democracia en el centro de trabajo favorece la reducción de la jornada laboral
Bajo esta afirmación, una vez más, encontramos una cuestión que implica bastantes 
más elementos que una mera relación directa y causal entre la adopción de la forma de 
gestión democrática y la reducción del tiempo de trabajo. En realidad, se trata de un posible 
efecto en el que también intervienen otros elementos constitutivos del sistema económico 
como, por ejemplo, la titularidad del capital de la unidad de producción.
Una opinión extendida entre autores afines a las tesis ecosocialistas aboga por la reduc-
ción del tiempo dedicado al trabajo formal, entendiendo como tal aquel que se realiza en 
el marco de las relaciones de producción formalizadas (Gorz, 1997: 107-108 y 125-126; 
Riechmann, 2006: 15-16 y 67; Sempere, 2009: 193-197). Parten de una concepción del tra-
bajo que podemos calificar como ortodoxa, equiparable a la concepción liberal: el trabajo 
es una actividad social, consustancial a la naturaleza humana, indispensable para obtener 
de la naturaleza externa (del entorno) aquellos bienes y servicios que hacen posible la 
satisfacción de necesidades. El trabajo, en consecuencia, permite al individuo emerger del 
estado de necesidad (en terminología del joven Marx) y desarrollar el resto de potenciali-
dades humanas, ya en el ámbito del reino de la libertad11. 
11. Desde perspectivas más cercanas al ecologismo profundo, como el ecocomunitarismo o el ecoa-
narquismo, el trabajo no es visto en sí mismo como alienante o heterodeterminado, sino que esas 
características serían consecuencia de una organización social y productiva basada en la maximi-
zación del beneficio, la racionalidad instrumental y las tecnologías jerárquicas. Estas corrientes 
ecologistas abogan por difuminar la diferencia entre trabajo productivo y no productivo, así 
como por adoptar tecnologías que permitan que el ámbito de la producción se rija por estructuras 
conviviales. Schumacher, por ejemplo, es más afín a esta óptica y propone, a través del uso de 
la tecnología intermedia, reducir la productividad, aumentar las horas de trabajo y difuminar la 
diferencia entre trabajo y ocio (2011: 160-161).
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En realidad, las opciones para ampliar el reino de la libertad a expensas del reino de 
la necesidad serían principalmente dos y se infieren de diferentes supuestos de partida. 
La primera propuesta sería impulsar el aumento del tiempo de ocio en detrimento del de-
dicado a la producciónformal. Esta opción requeriría que la mejora de la productividad 
y la innovación tecnológica se tradujera en una reducción del tiempo de trabajo y no en 
un aumento indefinido de la producción y del consumo. La segunda opción, de naturaleza 
distinta a la anterior, rechaza la dicotomía entre reino de la libertad y reino de la necesidad 
y propone la supresión del mercado autorregulado como forma de satisfacer determinadas 
necesidades humanas, que pasarían a satisfacerse a través de otras formas autónomas de 
producción y distribución12.
Gorz, quizá el pensador de sensibilidad ecologista que más atención ha prestado a la 
institución del trabajo, combina estas dos estrategias al considerar que el trabajo y la pro-
ducción heterónomas (aquella que se realiza bajo la lógica instrumental que alienta a las 
estructuras industriales) no pueden ser eliminados en su totalidad, pero sí reducidos a tra-
vés de la contracción de los ámbitos sociales supeditados a la lógica del mercado y de la 
correspondiente expansión de nuevas esferas de producción convivencial (Eckersley, 1992: 
134; Gorz, 1997: 125-126). 
En este sentido, las empresas democráticas que mantengan una estrecha relación con 
las comunidades en las que se hallan inmersas pueden ser una herramienta adecuada para 
impulsar este tipo de arreglos entre tiempo dedicado al trabajo heterónomo y formas de 
producción autónomas.
El argumento instrumental que relaciona gestión democrática de la unidad de produc-
ción y reducción de la jornada laboral se desarrolla como sigue: los análisis demuestran 
que las empresas autogestionadas, generalmente cooperativas, presentan una productividad 
del trabajo mayor que las empresas capitalistas. Esto es debido a una mayor implicación 
de los trabajadores causada por varios factores entre los que se encuentra, en el caso de las 
cooperativas, que el beneficio empresarial repercute directamente en el trabajador (Levin, 
2006). A esta característica hay que añadir la que exponíamos en el apartado anterior: la 
tendencia de las empresas cooperativas a crecer en cuota de mercado hasta maximizar 
el beneficio por trabajador, no teniendo después incentivos estructurales adicionales para 
continuar ampliando la producción y la dimensión de la empresa. 
De lo anterior se infiere que una empresa democrática que actúe en un sistema económi-
co adecuado, al incorporar una nueva tecnología que aumente la productividad del trabajo, 
pueda optar democráticamente por reducir la jornada laboral y mantener el sueldo. O bien, 
puede suceder que, sin innovación tecnológica, se decida repartir trabajo incorporando 
nuevos trabajadores y reduciendo la jornada, aunque esta medida comportaría una reduc-
ción proporcional del salario. Para Schweickart, esta opción es más plausible en unidades 
12. Para Polanyi, la configuración del trabajo como mano de obra sujeta a la ley de la oferta y la 
demanda es uno de los elementos distorsionadores de la reproducción social que identifican al 
sistema de mercado autorregulado (2007: 118-127 y 222-237).
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de producción democráticas que no cuentan con una tendencia estructural al crecimiento, 
es decir, aquellas que son propiedad de sus trabajadores (1997: 188-189).
La reducción del tiempo de trabajo formal sería más sencilla en sociedades que aban-
donaran el apego al crecimiento económico como único criterio de aumento del bienestar. 
Esta práctica daría paso a sociedades más ahorradoras en todo tipo de recursos lo que, 
según los defensores de este tipo de medidas, no tendría por qué significar una reducción 
del bienestar. Siguiendo esta lógica, el no incremento continuo de la capacidad de compra 
y la no generación de nuevas necesidades materiales acabarían configurando trabajadores 
con menos recursos económicos pero que apostarían por “liberar” tiempo desde el trabajo 
productivo para dedicarlo a actividades menos intensivas en recursos materiales o ener-
géticos pero cualitativamente más satisfactorias, lo que se halla en sintonía con las tesis 
ecologistas.
En consecuencia, la reducción del tiempo de trabajo no depende únicamente de la ges-
tión democrática de la unidad de producción sino que requiere también del resto de ele-
mentos que conforman el sistema económico, pues está muy relacionada con la pulsión 
general hacia el crecimiento continuo de la producción de bienes y servicios. En todo caso, 
los análisis de caso parecen corroborar que la democracia en la empresa es un factor que 
facilita dicha reducción.
La democracia en el centro de trabajo modifica la dinámica del cambio tecnológico
Como ya hemos apuntado, el ecosocialismo perfila con detalle la defensa del modelo 
macro de democracia económica, pero no suele analizar con la misma concreción las im-
plicaciones de su extensión al ámbito micro. Parece continuar latente su concepción del 
centro de trabajo como un espacio totalmente determinado por la racionalidad instrumental 
del sistema técnico, el ámbito de la producción heterónoma en terminología de Gorz, en 
el cual el papel de la democracia estaría supeditado a los condicionantes de eficiencia 
técnica. En realidad, esta visión no se correspondería con algunas de las evoluciones que 
el socialismo ha experimentado a lo largo de su existencia y es considerada por algunos 
autores ecologistas como muestra del germen industrialista que impregna las posiciones 
ecosocialistas. 
La reflexión sobre el papel de la tecnología ha enriquecido mucho este debate y ha 
modulado las tesis ecosocialistas, abriendo la puerta a la reflexión sobre la constitución téc-
nica de las sociedades y sobre las diferentes sendas de innovación tecnológica. El análisis 
ecologista considera que la tecnología, dependiendo de su impacto y dimensión, desempe-
ña un papel en la evolución política de individuos y sociedades. Así, algunas tecnologías 
poseerían cualidades intrínsecamente políticas que condicionarían la respuesta social y que 
podrían llegar a requerir la adaptación de los fines humanos a los medios técnicos. En con-
secuencia, la cuestión estriba en el temor a que la tecnología acabe restringiendo el margen 
de decisión social y marcando una senda de desarrollo cada vez más alejada de aquellas 
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por las que se optaría democráticamente, de acuerdo con los referentes normativos y los 
condicionantes biofísicos de las sociedades.
En este aspecto, podríamos entender la reflexión ecosocialista como un intento norma-
tivo por mantener el ámbito de la vida a salvo del avance de los sistemas sociales autopoié-
ticos, en el sentido que albergan en la teoría sociológica de Niklas Luhmann. De hecho, 
la teoría política del Habermas de los años sesenta y setenta se puede entender como un 
intento de limitar el avance de las características autopoiéticas del sistema político y eco-
nómico a través de su sometimiento a una esfera pública de tipo discursivo (López, 2008). 
Una nueva perspectiva que viene a incidir sobre lo que indicaba Polanyi en los cuarenta.
La democracia en el centro de trabajo se consideraría una vía eficaz para reorientar la 
evolución tecnológica de acuerdo con las necesidades y deseos de la sociedad a la que ha 
de servir (Schumacher, 2011: 167). La empresa capitalista tiene mayores incentivos para 
incorporar nueva tecnología, en su continua búsqueda de aumentos de la productividad, lo 
que puede conducir a un aumento de beneficios y/o descenso del precio final de los produc-
tos. En este mismo sentido, en un contexto de mercado global crecientemente competitivo, 
la empresa se ve impelida a incorporar nueva tecnología si no quiere encontrarse a medio 
plazo en una posición de inferioridad con respectoa sus competidoras. Nueva tecnología 
que puede comportar inversiones cada vez mayores que impulsan a la empresa capitalista 
al aumento indefinido de la producción y a la ampliación de mercados, con el objetivo de 
generar los ingresos necesarios para amortizar la inversión y aumentar los beneficios.
En una unidad de trabajo autogestionada que actúe en mercados locales-regionales, y 
cuyo capital pertenezca a los trabajadores o bien sea de titularidad social, al estilo del mo-
delo de Schweickart, la incorporación de tecnología puede ser paulatina y/o estar motivada 
por otros criterios diferentes al de maximización del beneficio económico. De hecho, los 
análisis apuntan que la participación de los trabajadores en la gestión de la producción, 
además de una mayor productividad, contribuye al incremento de la calidad de producto, 
al ahorro en el uso de materiales, a la mejora de la gestión de la contaminación y de los 
residuos, así como a una mayor seguridad laboral (Schweickart, 1997: 163; Levin, 2006: 
114-115). De esta base se deriva el argumento, que en la medida de nuestros conocimientos 
no está comprobado, de que la innovación tecnológica en la empresa autogestionada puede 
responder a criterios diferentes del de la mera ampliación del rendimiento económico y, 
en consecuencia, tomar en consideración otro tipo de tecnologías más atentas a la mejora 
de la calidad del producto, a la potenciación de las cualidades creativas del trabajo, a la 
reducción del impacto medioambiental o a la mejora de la calidad de vida de los trabaja-
dores, consumidores y proveedores. De ahí también que una apuesta mayoritaria por la 
democracia en el centro de trabajo pudiera alterar la senda de innovación hacia la exten-
sión de las tecnologías “democráticas”. Tecnologías que no limitarían la autonomía de los 
individuos ni de los colectivos, sino que facilitarían su expresión y que se contrapondrían 
a las tecnologías que requieren de estructuras jerárquicas de carácter técnico y político, o 
que restringen la potestad de decisión a un grupo de individuos con legitimación técnica, 
como nos explica Winner (1985).
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Por otra parte, esta orientación de la tecnología estaría muy relacionada con las tesis 
defendidas por autores como Schumacher a través de la defensa de las tecnologías a escala 
humana, y de carácter democrático, pensadas para adaptarse a los recursos biofísicos y 
sociales de los entornos en los que se aplica (2011: 155-168).
Aquí también, la reorientación de la evolución tecnológica no se conseguiría únicamen-
te a través de la gestión democrática de la unidad de producción, sino que se necesitaría 
que otros elementos constitutivos del sistema económico presentaran una configuración 
determinada. De todos modos, las referencias utilizadas en este apartado no contienen 
indicios suficientes al respecto que permitan observar la correlación entre forma de gestión 
democrática y la orientación tecnológica de la unidad de producción, por lo que resultarían 
necesarias nuevas investigaciones que abordaran la cuestión.
CONSIDERACIONES FINALES
En este escrito hemos confrontado seis razones instrumentales a favor de la gestión de-
mocrática de la unidad de producción con los resultados de varios estudios de caso. A pesar 
de que la bibliografía es limitada y se ciñe casi exclusivamente a un único tipo de empresa 
democrática, la cooperativa, podemos afirmar de forma tentativa que los resultados sí pare-
cen estar en sintonía con algunos de los efectos que el ecosocialismo considera deseables. 
No obstante, las relaciones causales parecen desarrollarse de forma más compleja de lo que 
algunas tesis ecosocialistas manifiestan, seguramente porque se trata de argumentaciones 
con una orientación más ideológica que académica. 
El modo de gestión democrático de la unidad de producción puede tener los efectos 
aquí presentados, pero, como hemos visto, también podría conducir al camino contrario; 
sobre todo en aquellos aspectos más relacionados con la economía y la producción. La 
gestión democrática habilita, pero no es condición suficiente. En todos los argumentos 
examinados, se manifiesta la necesidad de actuar desde diferentes ámbitos del sistema 
económico para generar la estructura de incentivos que posibilite los resultados apuntados 
por el ecosocialismo. Se requeriría, en consecuencia, de un contexto que posibilitara que 
la gestión democrática adoptase las decisiones a las que parece tender estructuralmente sin 
incurrir en costes de oportunidad que impidieran su viabilidad.
La interacción de diferentes ámbitos y niveles demuestra la necesidad de articular mo-
delos de democracia económica que cuenten con instituciones macro y micro, basadas en 
la planificación agregada y en la autonomía local. A las razones que el socialismo clási-
co ya había ofrecido para esta combinación (principalmente como mecanismo para hacer 
efectivos principios normativos, para potenciar la democratización de las estructuras so-
ciales y para protegerse de los efectos de la concentración del poder económico) ahora se 
pueden añadir aquellas aportadas por el ecosocialismo, como, por ejemplo, la necesidad de 
redimensionar la escala de la actividad económica, la conveniencia de articular prácticas 
discursivas para mejorar el conocimiento y la capacitación de los agentes económicos en 
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contextos de racionalidad limitada, la necesidad de reorientar el crecimiento económico 
y la evolución tecnológica, así como la importancia que otorga a la subsidiariedad como 
mecanismo para cumplir con los requisitos de planificación medioambiental a escala pla-
netaria.
Esta visión sistémica, que reconoce la complementariedad de las estructuras micro y 
macro, favorece el diseño de estrategias progresivas para la implantación de modelos de 
democracia económica. La óptica ecologista hace más adecuada la metáfora de la gota de 
aceite: la articulación progresiva, en el seno del actual sistema económico, de experiencias 
de democracia económica interrelacionadas que tengan capacidad de retroalimentarse, de 
hacerse resilientes y de crecer (Comin, 2009: 346 y ss.). Una estrategia de acción que el 
ecosocialismo podría considerar como autopoiética, basada en la actuación de abajo arriba, 
afianzada en lo concreto y en la capacidad de generar redes autosostenidas que vayan cre-
ciendo a través de la incorporación de nuevos actores y de la consolidación de las prácticas 
sociales adecuadas. Pero una estrategia que también es consciente de la necesidad de una 
articulación institucional y agregada de la economía y de la producción si se pretende con-
solidar un nuevo modo social de interacción económica.
Pero ¿qué aporta la gestión democrática de la unidad de producción en tanto que demo-
crática? A nuestro parecer, la cualidad principal que contiene, desde una perspectiva instru-
mental, parece relacionada con la capacidad de mejorar los flujos de información entre la 
unidad de producción y su entorno. Parece erigirse como la piedra de toque que actualiza 
el acoplamiento de la actividad económica (productiva) con su entorno social y biofísico. 
Pero esta característica requiere de un modelo de gestión democrática de tipo discursivo 
que incorpore al proceso decisorio información sobre los diferentes aspectos de la realidad 
con los que interacciona la unidad de producción, sin interponer barreras de acceso. Una 
práctica discursiva que es a la vez un mecanismo de conocimiento del ambiente en el que 
se desenvuelve la unidad de producción y un mecanismo de elaboración de estrategias ins-
trumentales a la luz del conocimiento generado. Aspecto que encaja con las sensibilidadesepistemológicas y normativas del ecologismo.
Un sistema económico mayoritariamente conformado por unidades de producción ges-
tionadas democráticamente parecería tendente a reorientar la actividad económica hacia la 
relocalización y “reconcreción”; estaría contrapuesto a la creciente abstracción con la que 
se legitima dicha actividad y, en consecuencia, favorecería la politización de la actividad 
económica y del desfase entre los sujetos que deciden y los sujetos que se ven afectados 
por las decisiones.
No obstante, si bien la teoría parece señalar que las prácticas de tipo discursivo serían 
deseables desde posturas ecosocialistas, tanto en la unidad de producción como en el resto 
de instituciones macro, el problema estriba en articular modelos de democracia que se 
muestren verdaderamente operativos. Dryzek (1998: 107), por ejemplo, mantiene que su 
modelo de democracia discursiva eliminaría el comportamiento estratégico por parte de los 
actores, lo que nos parece una postura más bien voluntarista, a no ser que se consiga una 
estructura de debate y decisión que minimice dicha posibilidad. Otro aspecto que puede 
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resultar desalentador es el cambio de postura del padre de la Teoría de la acción comunica-
tiva que en las últimas décadas ha ido matizando su consideración sobre las posibilidades 
que la práctica discursiva tiene de domeñar la lógica autopoiética del sistema económico. 
Estas consideraciones no invalidan los efectos constatados por los diferentes análisis, pero 
sí advierten sobre la conveniencia de afrontar las estrategias de democratización discursiva 
de las unidades de producción con realismo y sobre la importancia de la actuación institu-
cional para generar espacio a este tipo de experiencias en el seno del sistema económico. 
Una vez más, se infiere que la estrategia de democracia económica, para ser eficaz, se ha de 
articular simultáneamente desde el ámbito macro y micro.
Este escrito ha tratado sobre las razones instrumentales empleadas por el ecosocia-
lismo para respaldar la gestión democrática de las unidades de producción. Razones y 
argumentos que en absoluto pueden considerarse como las únicas o finales. La defensa de 
la gestión democrática como instrumento no garantiza el resultado. La gestión democrática 
y la democracia económica en general muestran una tendencia estructural al acoplamiento 
de la economía a los entornos sociales y biofísicos. Pero esta adecuación depende de las 
decisiones que finalmente se adopten y eso entra en el territorio de la reflexión normativa.
Las razones normativas que el ecosocialismo, socialismo o liberalismo de corte igua-
litarista han esgrimido a favor de diferentes formas de articulación de lo económico conti-
núan siendo válidas y señalando las insuficiencias de tipo moral y político del actual modelo 
económico. Los defensores del modelo económico existente suelen abstenerse de juzgar su 
validez moral y basan su legitimidad en criterios autorreferenciales de validez, basados en la 
eficacia. No obstante, como señala Gustafsson con respecto a los mercados y la adaptación de 
las estructuras económicas a los requisitos medioambientales: “Los mercados pueden ayudar 
manteniendo en un coste eficiente la trayectoria de desarrollo. Pero sirven de poca ayuda, si 
es que sirven en absoluto, para encontrar la trayectoria que salvaguarde la sostenibilidad” 
(1997: 362). Sucede lo mismo con los procedimientos democráticos y la democracia econó-
mica en su acepción instrumental; una trayectoria de desarrollo humano como la que defien-
de el ecosocialismo, y el ecologismo en general, requiere de la defensa ética de un modelo 
de sociedad y de un nuevo modelo de relación con el entorno biofísico, de manera que las 
estrategias instrumentales se nutran de los posicionamientos normativos adecuados.
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