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convergencia, como puede llamarse, ha representado igualmente su pa-
pel. Si dos especies pertenecientes a dos géneros distintos, aunque próxi-
mos, hubiesen producido un gran número de formas nuevas y divergen-
tes, se concibe que éstas pudieran asemejarse tanto mutuamente que tuv-
iesen que ser clasificadas todas en el mismo género y, de este modo, los
descendientes de dos géneros distintos convergirían en uno. Pero en la
mayor parte de los casos sería sumamente temerario atribuir a la conver-
gencia la semejanza íntima y general de estructura entre los descendien-
tes modificados de formas muy diferentes. La forma de un cristal está
determinada únicamente por las fuerzas moleculares, y no es sorpren-
dente que substancias desemejantes hayan de tomar algunas veces la
misma forma; pero para los seres orgánicos hemos de tener presente que
la forma de cada uno depende de una infinidad de relaciones complejas,
a saber: de las variaciones que han sufrido, debidas a causas demasiado
intrincadas para ser indagadas; de la naturaleza de las variaciones que se
han conservado o seleccionado -y esto depende de las condiciones físicas
ambientes, y, en un grado todavía mayor, de los organismos que rodean
a cada ser, y con los cuales entran en competencia- y, finalmente, de la
herencia -que en sí misma es un elemento fluctuante- de innumerables
progenitores, cada uno de los cuales ha tenido su forma, determinada
por relaciones igualmente complejas. No es creíble que los descendientas
de los dos organismos que primitivamente habían diferido de un modo
señalado convirgiesen después tanto que llevase a toda su organización a
aproximarse mucho a la identidad. Si esto hubiese ocurrido, nos encon-
traríamos con la misma forma, que se repetiría, independientemente de
conexiones genéticas, en formaciones geológicas muy separadas; y la
comparación de las pruebas se opone a semejante admisión.
Míster Watson ha hecho también la objeción de que la acción continua
de la selección natural, junto con la divergencia de caracteres, tendería a
producir un número indefinido de formas específicas. Por lo que se refie-
re a las condiciones puramente inorgánicas, parece probable que un nú-
mero suficiente de especies se adaptaría pronto a todas las diferencias
tan considerables de calor, humedad, etc.; pero yo admito por completo
que son más importantes las relaciones mutuas de los seres orgánicos, y,
como el número de especies en cualquier país va aumentando, las condi-
ciones orgánicas de vida tienen que irse haciendo cada vez más compli-
cadas. Por consiguiente, parece a primera vista que no hay límite para la
diversificación ventajosa de estructura, ni, por tanto, para el número de
especies que puedan producirse. No sabemos que esté completamente
poblado de formas específicas, ni aun el territorio más fecundo: en el
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