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En este capítulo hemos discutido varias de las dificultades y objeciones que pueden presentarse contra la teoría. Algunas de ellas son graves; pe- ro creo que en la discusión se ha proyectado alguna luz sobre diferentes hechos que son totalmente obscuros dentro de la creencia en actos inde- pendientes de creación. Hemos visto que las especies, en un período da- do, no son indefinidamente variables y no están enlazadas entre sí por una multitud de gradaciones intermedias, en parte debido a que el pro- ceso de selección natural es siempre lentísimo y en un tiempo dado obra sólo sobre unas pocas formas, y en parte porque el mismo proceso de se- lección natural implica la continua suplantación y extinción de gradacio- nes anteriores intermedias. Especies muy afines, que viven hoy en un te- rritorio continuo, muchas veces hubieron de formarse cuando el territor- io no era continuo y cuando las condiciones de vida no variaban de una parte a otra por gradaciones insensibles. Cuando en dos distritos de un territorio continuo se forman dos variedades, muchas veces se formará una variedad intermedia adecuada a una zona intermedia; pero, por las razones expuestas, la variedad intermedia existirá por lo común con me- nor número de individuos que las dos formas que une, y, por consigu- iente, estas dos últimas, durante el transcurso de nuevas modificaciones, tendrán una gran ventaja, por tener mayor número de individuos, sobre la variedad intermedia menos numerosa, y de este modo conseguirán, por lo general, suplantarla y exterminarla. Hemos visto en este capitulo lo prudentes que tenemos que ser en lle- gar a la conclusión de que no pudo haber un cambio gradual entre cos- tumbres las más diferentes; de que un murciélago, por ejemplo, no se pu- do haber formado por selección natural, partiendo de un animal que al principio sólo se deslizaba por el aire. Hemos visto que una especie, en condiciones nuevas de vida, puede cambiar de costumbres, y que una especie puede tener costumbres diversas -algunas de ellas muy diferentes- de las de sus congéneres más próximos. Por consiguiente, teniendo presente que todo ser orgánico se esfuerza por vivir dondequiera que puede hacerlo, podemos compren- der cómo ha ocurrido que hay gansos de tierra con patas palmeadas, pá- jaros carpinteros que no viven en los árboles, tordos que bucean y petre- les con costumbres de pingüinos. Aun cuando la idea de que un órgano tan perfecto como el ojo pudo haberse formado por selección natural es para hacer vacilar a cualquiera, sin embargo, en el caso de un órgano cualquiera, si tenemos noticia de una larga serie de gradaciones de complicación, buena cada una de ellas para su posesor, no hay imposibilidad lógica alguna -variando las 177
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