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circunstancia debe de haber favorecido mucho la formación de nuevas
razas. Las palomas, debo añadir, pueden propagarse mucho en número
y en progresión rapidísima, y los ejemplares inferiores pueden rechazar-
se sin limitación, pues muertos sirven para alimento. Por otra parte, los
gatos, por sus costumbres de vagar de noche, no pueden ser apareados
fácilmente, y, aunque tan estimados por las mujeres y níños, rara vez ve-
mos una raza distinta conservada mucho tiempo; las razas que vemos al-
gunas veces son casi siempre importadas de otros países. Aun cuando no
dudo que unos animales domésticos varían menos que otros, sin embar-
go, la escasez o ausencia de razas distintas del gato, del asno, pavo real,
del ganso, etc., puede atribuirse, en gran parte, a que no se ha puesto en
juego la selección: en los gatos, por la dificultacl de aparearlos; en los as-
nos, porque los tiene sólo en corto número la gente pobre y se presta po-
ca atención a su cría, pues recientemente, en algunas partes de España y
de los Estados Unidos, este animal ha sido sorprendentemente modifica-
do y mejorado mediante cuidadosa selección; en los pavos reales, porque
no se crían muy fácilmente y no se tienen grandes cantidades; en los gan-
sos, por ser estimados sólo para dos objetos, alimento y plumas, y espec-
ialmente por no haber sentido gusto en la exhibición de las distintas ra-
zas; y el ganso, en las condiciones a que está sometido cuando está do-
mesticado, parece tener una organización singularmente inflexible, aun-
que ha variado en pequeña medida, como he descrito en otra parte.
Algunos autores han sostenido que, en nuestras producciones domés-
ticas, pronto se llega al total de variación, y que éste no puede después,
de ningún modo, ser rebasado. Sería algo temerario afirmar que en algún
caso se ha llegado al límite, pues casi todos nuestros animales y plantas
han sido muy mejorados en distintos aspectos dentro de un período rec-
iente, y esto significa variación. Sería igualmente temerario afirmar que
caracteres aumentados actualmente hasta su límite usual no puedan,
después de permanecer fijos durante muchos siglos, variar de nuevo en
nuevas condiciones de vida. Indudablemente, como míster Wallace ha
hecho observar con mucha verdad, un límite será al fin alcanzado; por
ejemplo: ha de haber un límite para la velocidad de todo animal terres-
tre, pues estará determinado por el rozamiento que tiene que vencer, el
peso del cuerpo que tiene que llevar y la facultad de contracción en las fi-
bras musculares; pero lo que nos interesa es que las variedades domésti-
cas de la misma especie difieren entre sí en casi todos los caracteres a que
el hombre ha prestado atención y que ha seleccionado más de lo que dif-
ieren las distintas especies de los mismos géneros. Isidore Geoffroy
Saint-Hilaire ha demostrado esto en cuanto al peso, y lo mismo ocurre
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