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llegado con algunos; hechos como ejemplos, que espero, sin embargo, se-
rán suficientes en la mayor parte de los casos. Nadie puede sentir más
que yo la necesidad de publicar después detalladamente, y con referenc-
ias, todos los hechos sobre que se han fundado mis conclusiones, y que
espero hacer esto en una obra futura; pues sé perfectamente que apenas
se discute en este libro un solo punto acerca del cual no puedan aducirse
hechos que con frecuencia llevan, al parecer, a conclusiones directamente
opuestas a aquellas a que yo he llegado. Un resultado justo puede obte-
nerse sólo exponiendo y pesando perfectamente los hechos y argumen-
tos de ambas partes de la cuestión, y esto aquí no es posible.
Siento mucho que la falta de espacio me impida tener la satisfacción de
dar las gracias por el generoso auxilio que he recibido de muchísimos na-
turalistas, a algunos de los cuales no conozco personalmente. No puedo,
sin embargo, dejar pasar esta oportunidad sin expresar mi profundo
agradecimiento al doctor Hooker, quien durante los últimos quince años
me ha ayudado de todos los modos posibles, con su gran cúmulo de co-
nocimientos y su excelente criterio.
Al considerar el origen de las especies se concibe perfectamente que
un naturalista, reflexionando sobre las afinidades mutuas de los seres or-
gánicos, sobre sus relaciones embriológicas, su distribución geográfica,
sucesión geológica y otros hechos semejantes, puede llegar a la conclu-
sión de que las especies no han sido independientemente creadas, sino
que han descendido, como las variedades, de otras especies. Sin embar-
go, esta conclusión, aunque estuviese bien fundada, no sería satisfactoria
hasta tanto que pudiese demostrarse cómo las innumerables especies
que habitan el mundo se han modificado hasta adquirir esta perfección
de estructuras y esta adaptación mutua que causa, con justicia, nuestra
admiración. Los naturalistas continuamente aluden a condiciones exter-
nas, tales como clima, alimento, etc., como la sola causa posible de varia-
ción. En un sentido limitado, como veremos después, puede esto ser ver-
dad; pero es absurdo atribuir a causas puramente externas la estructura,
por ejemplo, del pájaro carpintero, con sus patas, cola, pico y lengua tan
admirablemente adaptados para capturar insectos bajo la corteza de los
árboles. En el caso del muérdago, que saca su alimento de ciertos árboles,
que tiene semillas que necesitan ser transportadas por ciertas aves y que
tiene flores con sexos separados que requieren absolutamente la media-
ción de ciertos insectos para llevar polen de una flor a otra, es igualmente
absurdo explicar la estructura de este parásito y sus relaciones con varios
seres orgánicos distintos, por efecto de las condiciones externas, de la
costumbre o de la voluntad de la planta misma.
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