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diferentes de una especie de gramínea tendrían las mayores probabilida-
des de triunfar y aumentar el número de sus induviduos y de suplantar
así a las variedades menos diferentes; y las variedades, cuando se han
hecho muy diferentes entre sí, alcanzan la categoría de especies.
La verdad del principio de que la cantidad máxima de vida puede ser
sostenida mediante una gran diversidad de conformaciones se ve en mu-
chas circunstancias naturales. En una región muy pequeña, en especial si
está por completo abierta a la inmigración, donde la contienda entre in-
dividuo e individuo tiene que ser severísima, encontramos siempre gran
diversidad en sus habitantes. Por ejemplo: he observado que un pedazo
de césped, cuya superficie era de tres pies por cuatro, que había estado
expuesto durante muchos años exactamente a las mismas condiciones,
contenía veinte especies de plantas, y éstas pertenecían a diez y ocho gé-
neros y a ocho órdenes; lo que demuestra lo mucho que estas plantas di-
ferían entre sí. Lo mismo ocurre con las plantas e insectos en las islas pe-
queñas y uniformes, y también en las charcas de agua dulce. Los agricul-
tores observan que pueden obtener más productos mediante una rota-
ción de plantas pertenecientes a órdenes los más diferentes: la naturaleza
sigue lo que podría llamarse una rotación simultánea. La mayor parte de
los animales o plantas que viven alrededor de un pequeño pedazo de te-
rreno podrían vivir en él -suponiendo que su naturaleza no sea, de algún
modo, extraordinaria-, y puede decirse que están esforzándose, hasta lo
sumo, para vivir allí; pero se ve que, cuando entran en competencia más
viva, las ventajas de la diversidad de estructura, junto con las diferencias
de costumbres y constitución que las acompañan, determinan el que los
habitantes que de este modo pugnaron empeñadamente pertenezcan,
por regla general, a lo que llamamos géneros y órdenes diferentes.
El mismo principio se observa en la naturalización de plantas, median-
te la acción del hombre, en países extranjeros. Podía esperarse que las
plantas que consiguieron llegar a naturalizarse en un país cualquiera te-
nían que haber sido, en general, muy afines de las indígenas, pues éstas,
por lo común, son consideradas como especialmente creadas y adapta-
das para su propio país. También quizá podría esperarse que las plantas
naturalizadas hubiesen pertenecido a un corto número de grupos más
especialmente adaptados a ciertos parajes en sus nuevas localidades. Pe-
ro el caso es muy otro; y Alph. de Candolle ha hecho observar acertada-
mente, en su grande y admirable obra, que las floras, en proporción al
número de géneros y especies indígenas, aumentan, por naturalización,
mucho más en nuevos géneros que en nuevas especies. Para dar un solo
ejemplo: en la última edición del Manual of the Flora of the Northern
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