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deben llamarse especies o variedades antes de que haya sido aceptada generalmente alguna definición de estos términos es dar inútilmente pa- los al aire. Muchos de estos casos de variedades muy acentuadas o especies du- dosas merecen ciertamente reflexión, pues se han aducido diversas e in- teresantes clases de razones procedentes de la distribución geográfica, variación analógica, hibridismo, etcétera, intentando determinar su cate- goría; pero el espacio no me permite discutirlas aquí. Una atenta investi- gación llevará, sin duda, a los naturalistas a ponerse de acuerdo en mu- chos casos sobre la clasificación de formas dudosas; no obstante, hay que confesar que en los países mejor conocidos es donde encontramos el ma- yor número de ellas. Me ha sorprendido el hecho de que si un animal o planta en estado silvestre es muy útil al hombre, o si por cualquier moti- vo atrae mucho su atención, se encontrarán casi siempre registradas var- iedades de ella. Además, estas variedad serán clasificadas frecuentemen- te como especies por algunos autores. Fijémonos en el roble común, que tan atentamente ha sido estudiado; sin embargo, un autor alemán distin- gue más de una docena de especies basadas en formas que son casi uni- versalmente consideradas como variedades por otros botánicos, y en nuestro país pueden citarse las más elevadas autoridades botánicas y los prácticos para demostrar que el roble de frutos sentados y el roble de frutos pedunculados son buenas y distintas especies o que son simples variedades. Puedo referirme aquí a la notable memoria publicada recientemente por A. de Candolle sobre los robles del mundo entero. Nadie tuvo nunca materiales más abundantes para la distinción de las especies, ni pudo ha- ber trabajado sobre ellos con mayor celo y perspicacia. Da primero deta- lladamente los numerosos pormenores de conformación, que varían en las diversas especies, y calcula numéricamente la frecuencia relativa de las variaciones. Detalla más de una docena de caracteres que pueden ha- llarse variando aun en la misma rama, a veces según la edad o desarro- llo, a veces sin causa alguna a que puedan atribuirse. Estos caracteres no son, naturalmente, de valor específico; pero, como ha advertido Asa Gr- ay al comentar esta Memoria, son como los que entran generalmente en las definiciones de las especies. De Candolle pasa a decir que él da la ca- tegoría de especie a las formas que difieren por caracteres, que nunca va- rían en el mismo árbol y que nunca se hallan unidas por grados interme- dios. Después de esta discusión, resultado de tanto trabajo, hace obser- var expresamente: «Están equivocados los que repiten que la mayor par- te de nuestras especies se hallan claramente limitadas y que las especies 43
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