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origen_especias-32

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Ni hay que creer tampoco que sería necesaria una gran divergencia de
estructura para atraer la vista al criador de aves; éste percibe diferencias
sumamente pequeñas, y está en la naturaleza humana el encapricharse
con cualquiera novedad, por ligera que sea, en las cosas propias. Ni debe
juzgarse el valor que se habría atribuido antiguamente a las ligeras dife-
rencias entre los individuos de la misma especie por el valor que se les
atribuye actualmente, después que han sido bien establecidas diversas
razas. Es sabido que en las palomas aparecen actualmente muchas dife-
rencias ligeras; pero éstas son rechazadas como defectos o como desviac-
iones del tipo de perfección de cada casta. El ganso común no ha dado
origen a ninguna variedad marcada; de aquí que la casta de Tolosa y la
casta común, que difieren sólo en el color -el más fugaz de los caracte-
res-, han sido presentadas recientemente como distintas en nuestras ex-
posiciones de aves de corral.
Esta opinión parece explicar lo que se ha indicado varias veces, o sea
que apenas conocemos nada del origen o historia de ninguna de nuestras
razas domésticas. Pero, de hecho, de una casta, como de un dialecto de
una lengua, difícilmente puede decirse que tenga un origen definido. Al-
guien conserva un individuo con alguna diferencia de conformación y
obtiene cría de él, o pone mayor cuidado que de ordinario en aparear sus
mejores animales y así los perfecciona, y los animales perfeccionados se
extienden lentamente por los alrededores inmediatos; pero difícilmente
tendrán todavía un nombre distinto y, por no ser muy estimados, su his-
toria habrá pasado inadvertida. Cuando mediante el mismo método, len-
to y gradual, hayan sido más mejorados, se extenderán más lejos y serán
reconocidos como una cosa distinta y estimable, y recibirán entonces por
vez primera un nombre regional. En países semicivilizados, de comuni-
cación poco libre, la difusión de una nueva sub-raza sería un proceso len-
tísimo. Tan pronto como los rasgos característicos son conocidos, el prin-
cipio, como lo he llamado yo, de la selección inconsciente tenderá
siempre -quizá más en un período que en otro, según que la raza esté
más o menos de moda; quizá más en una comarca que en otra, según el
estado de civilización de los habitantes- a aumentar lentamente los ras-
gos característicos de la raza, cualesquiera que sean éstos. Pero serán in-
finitamente pequeñas las probabilidades de que se haya conservado al-
guna historia de estos cambios lentos, variantes e insensibles.
Circunstancias favorables al poder de selección del hombre
Diré ahora algunas palabras sobre las circunstancias favorables o des-
favorables al poder de selección del hombre. Un grado elevado de
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