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1 5 Crespo, Muñiz y García Diaz (2020)

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21 de Junio de 2020 
versión original con cuadros: 
 
https://www.elpaisdigital.com.ar/contenido/comercio-internacional-y-el-desarrollo-
econmico/27351 
Comercio Internacional y el Desarrollo 
Económico 
 
OPINIÓN. En América Latina pensamos el 
desarrollo económico desde el comercio 
internacional, mientras que en los países 
centrales, quien habla de desarrollo piensa en 
tecnologías, finanzas, cambios estructurales en 
la organización estatal. 
 
Por Eduardo Crespo, Marcelo Muñiz y Gonzalo Fernández 
(Integrantes del Grupo Geopolítica y Economía desde el Sur 
Global). 
 
En América Latina pensamos el desarrollo económico desde el comercio 
internacional. En países centrales, diferentemente, quien habla de 
desarrollo piensa en tecnologías, finanzas, cambios estructurales en la 
organización estatal (las denominadas “instituciones”), etc. No es una 
anomalía. Sucede que en regiones periféricas el desarrollo capitalista 
moderno se introdujo desde afuera, se trató de un proceso iniciado en 
Europa que paulatinamente abarcó otros territorios. 
Aunque la conexión entre diferentes regiones del planeta se remonta a 
tiempos inmemoriales, exceptuando contadas excepciones el comercio 
de larga distancia no incluía productos básicos, es decir, bienes directa o 
indirectamente utilizados en la producción de todos los demás, como 
alimentos y energía. Hasta el siglo XIX el transporte era oneroso. 
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https://www.elpaisdigital.com.ar/contenido/comercio-internacional-y-el-desarrollo-econmico/27351
Cualquier producto que se podía elaborar en un territorio soportaba sin 
grandes dificultades la competencia internacional por la protección que 
brindaba el costo de transporte. El comercio de larga distancia solía a 
limitarse a ítems exóticos, productos que no se podían elaborar por las 
limitaciones geográficas del país importador. 
Fue sólo en el siglo XIX cuando la mayor parte del planeta se incorporó 
a un orden internacional estructurado en base a una división 
internacional del trabajo donde productos básicos – incluso competitivos 
de producción local - eran comercializados en gran escala. Este orden se 
edificó en base a tres pilares: el tecnológico, el financiero y el militar. 
El primero dependía de máquinas características de la revolución 
industrial, el ferrocarril y el barco a vapor, diseñadas en los países que 
lideraron el desarrollo económico moderno. Tuvieron el efecto de 
abaratar costos de transporte y así incorporar inmensas áreas del planeta 
a una acumulación en escala mundial. 
El segundo fue el financiamiento de la infraestructura que sustentaba la 
conexión global, en particular el trazado de líneas férreas, puertos y 
servicios urbanos. Era proporcionado por redes de bancos europeos, 
principalmente británicos. Los países que se conectaban al comercio 
internacional también se integraban a una red de obligaciones 
contractuales. 
La tercera condición, quizás la más importante, era la existencia misma 
de un orden internacional, algo que los economistas suelen dar por 
supuesto. Cruzar el Océano con barcos repletos de mercancías nunca fue 
tarea sencilla. En el pasado las travesías no sólo sufrían a causa de 
icebergs y huracanes, también tenían que sortear piratas y armadas 
hostiles. Esta situación cambió drásticamente después de la batalla de 
Trafalgar (1805), cuando Inglaterra se transformó en la potencia 
incontestable de los mares. La Royal Navy proporcionó una 
infraestructura militar imprescindible al servicio del libre mercado. 
 
Estas condiciones propiciaron las independencias y la construcción de 
Estados en nuestra región. Sin Trafalgar, la Royal Navy, barcos a vapor, 
ferrocarriles y banca inglesa, nuestra historia habría sido diferente. Basta 
pensar en los recurrentes conflictos civiles argentinos por el control del 
puerto y la aduana de Buenos Aires. Es comprensible que sigamos 
pensando el desarrollo económico mirando con inusual insistencia hacia 
el mercado mundial. Todos los ingredientes que en estas latitudes lo 
hacen posible siempre vinieron de afuera. Es natural que para el 
historiador y economista latinoamericano el desarrollo sea un fenómeno 
export-led y que el (buen) economista local insista, obsesivo, en la 
restricción externa y la bisagra que nos conecta al mundo, el tipo de 
cambio. 
 
Aunque el crecimiento económico moderno coincide con la creación de 
una división del trabajo en escala global, sus frutos no se repartieron de 
forma balanceada. Aunque las causas de la denominada “Gran 
Divergencia” son acaloradamente discutidas, todo indica que el 
comercio internacional reforzó las asimetrías de origen (1). 
En otras palabras, los países que se especializaron en desarrollar 
actividades de mayor complejidad técnica y donde la innovación 
permanente es imprescindible – esto ya durante la “segunda revolución 
industrial” de finales del siglo XIX – siguen siendo comparativamente 
ricos, los otros, los que se especializaron en proveer materias primas 
adoptando pasivamente condiciones técnicas desarrolladas afuera, 
siguen siendo comparativamente pobres. 
En coyunturas afortunadas, cuando los términos de intercambio mejoran, 
pueden crecer a tasas elevadas, pero esto no ocurre debido a motores de 
crecimiento propios, endógenos, sino por circunstancias que en general 
no controlan. Argentina y Uruguay son paradigmáticos. A principios del 
siglo XX contaban con indicadores envidiables a escala mundial. Sus 
PBIs per cápita superaban los de Suecia, Finlandia, Noruega, Japón. 
Pero cuando las fronteras de expansión agrícola fueron ocupadas y sobre 
todo cuando la hegemonía británica llegó a su fin, después de la crisis de 
1930, siguieron trayectorias de países periféricos, signadas por el 
estrangulamiento de divisas y el estancamiento relativo. 
Contadas son las naciones que en el siglo XX revirtieron su fortuna y se 
incorporaron al bloque de los desarrollados. En general se trató de países 
con apoyos geopolíticos evidentes, como Corea del Sur, Taiwán, Israel. 
Otros, como España y Portugal, tendieron a converger con su región, 
aunque también apoyados de afuera y con brechas persistentes en 
relación a los líderes. El desarrollo de los subdesarrollados, la 
convergencia, fue la excepción, no la regla. 
 
Cierta literatura apunta que, así como las tecnologías del carbón y del 
vapor cambiaron la estructura del comercio internacional en el siglo 
XIX, las tecnologías de comunicaciones y transporte contemporáneos 
hicieron lo propio en las últimas décadas. Las empresas multinacionales 
pueden organizar su producción con “cadenas globales de valor” (CGV) 
basadas en la subcontratación de millares de empresas desparramadas en 
espacios heterogéneos. Con las tecnologías anteriores las economías de 
coordinación obligaban a concentrar la producción más sofisticada en 
locales específicos, acentuando asimetrías. Las nuevas tecnologías, en 
cambio, permiten dispersar la producción en función de otros costos – 
como los salariales - sin por ello encarecer o imposibilitar la 
coordinación. Esta transformación estaría revirtiendo la suerte de las 
naciones. Niveles de ingreso y salarios entre países ricos y pobres 
tenderían por ello a converger. En palabras de Baldwin “Las cadenas de 
oferta mundiales han transformado el mundo. Revolucionaron las 
opciones de desarrollo que enfrentan las naciones pobres; ahora pueden 
unirse a las cadenas de oferta en lugar de tener que invertir décadas para 
construir las suyas (2)” . Para desarrollarse, los países ya no necesitarían 
generar capacidades propias, sino incorporarse a las ajenas que ahora sí 
estarían disponibles para todos. En hipótesis los países subdesarrollados 
podrían cambiar su estatus internacional subiéndose al tren de las 
corporaciones multinacionales. 
 
Algunos audacesinsinúan que esta transformación es lo que sustentó el 
ascenso económico chino. No caben dudas que la introducción de China 
al sistema internacional, como todo lo ocurrido en Asia Oriental, fue 
facilitada por Estados Unidos en las décadas de 1970 y 1980, un modo 
de cercar a la URSS, que por entonces lucía como un rival más temible, 
equivalente a la incorporación anterior de Japón, Corea del Sur y Taiwán 
como formas de contener la revolución china. La inversión extranjera 
directa, liderada por empresas de la región vino después. Entendemos, 
no obstante, que la experiencia china no se subsume a esta explicación. 
La escala de su mercado doméstico, su milenaria tradición estatal, 
organización social y disciplina – características compartidas con sus 
vecinos -, y sobre todo el ser un país militarmente autónomo, nuclear y 
con históricas aspiraciones a recuperar su antigua grandeza, convierten a 
China en un actor formidable de aspiraciones globales. No se trata 
apenas de un destino rentable para la IED. Es una inmensa maquinaria 
social con extraordinarias capacidades para primero incorporar 
tecnologías del exterior y luego para desarrollar las propias y colocarse 
en la vanguardia de un número creciente de ellas. Nada semejante se 
observa en otros países que pasivamente fueron incorporados a estas 
cadenas, como México, que a juzgar por las estadísticas es un gran 
exportador de manufacturas, pero que desde la década de 1980 se 
caracteriza por el crecimiento vegetativo, la exportación de personas (las 
remesas de parientes están entre sus principales fuentes de divisas) y 
haber perdido regiones de su territorio a manos de burguesías del 
narcotráfico. 
 
Además, hay indicios de que este tipo de globalización podría estar 
llegando a su fin. Cualquiera sea la explicación del ascenso chino, parte 
del establishment norteamericano interpreta que estos cambios 
desestabilizan el orden estadounidense. Esta circunstancia, sumada a las 
consecuencias de la crisis mundial de 2008, están reorientando la 
economía mundial en un sentido opuesto al que siguió desde la segunda 
guerra mundial. El comercio internacional está paralizado. En el segundo 
semestre de 2019, antes de que los efectos del Covid-19 fueran 
evidentes, caía incluso en términos absolutos. El gobierno de EEUU 
rompe acuerdos comerciales, adopta una retórica proteccionista y 
desarma regímenes de regulación globales creados por sus predecesores. 
Autores como Peter Zeihan (3), Richard Hass (4) e Ian Bremmen (5), 
pronostican que EEUU profundizará esta estrategia aislacionista en años 
venideros. Debe entenderse que EEUU no precisa del mundo. Es 
superavitario en alimentos, gracias al shale volvió a serlo en energía, aún 
lidera el desarrollo tecnológico mundial, tiene poder militar para 
protegerse y emite dólares. Ya no cuenta con incentivos para seguir 
actuando como garante del comercio internacional. China, mucho más 
dependiente del mundo, también busca adecuarse a estas circunstancias 
reorientado sus actividades hacia dentro. 
 
Como fue común en todas las pandemias de la historia, lo más probable 
es que el Covid-19 profundice esta tendencia. Las recesiones globales 
acentúan el proteccionismo como formas de preservar empleos. Las 
restricciones a la circulación de productos y personas no son buenos 
augurios para el comercio global. En estas circunstancias llama la 
atención que tantas voces (como en eldiplo y en clarin) aún depositen 
esperanzas en el futuro exportador argentino . Sigue siendo fuerte la 
visión simplista que reduce todas las dimensiones económicas a un 
ajuste de precios relativos. Si “el tipo de cambio es flexible, la 
restricción externa no existe” decía la ortodoxia macrista. Si 
mantenemos “un tipo de cambio competitivo… el desarrollo vendrá por 
añadidura” parecen sugerir otros. Si no es con exportaciones, ¿cómo? Si 
el crecimiento para dentro no es sostenible y los esfuerzos del pasado, 
como la sustitución de importaciones, además de costosos, son hoy 
inviables dadas las disparidades tecnológicas y la estrechez de los 
mercados, ¿cómo superar nuestra crónica restricción de divisas? ¿Cómo 
pagar nuestras deudas? El primer paso es reconocer restricciones, sobre 
todo cuando no se controlan. Ningún país de tamaño medio o grande en 
la región parece haber encontrado su lugar en el mundo. Ninguno, chico 
o grande, camina hacia el desarrollo. La convergencia asociada a CGV 
es un fenómeno exclusivamente asiático. Es grave que esto no se discuta 
y sigamos comprando espejitos de colores. Aunque la sustitución de 
importaciones a la vieja usanza ya no sea viable, la experiencia china 
confirma que no es a través de inserciones pasivas, ni a consecuencia de 
combinaciones milagrosas de precios relativos, como las economías se 
desarrollan. 
 
Notas 
(1) Williamson,J. “Trade and Poverty. When the third world fell 
behind”. MIT, 2011. 
(2) Baldwin,R. “Global supply chains: why they emerged, why they 
matter, and where they aregoing”, en Global value chains in a changing 
world, World Trade Organization,2013. 
(3) Zeihan, P. “Disunited Nations: The Scramble for Power in an 
Ungoverned World”. Harper Business, 2020. 
(4) Hass,R. “A World in Disarray”. Penguin Press, 2017. 
(5) Bremmen,I. “Every nation for itself”. Penguin, 2012. 
 
Sobre los Autores 
Eduardo Crespo es Profesor de la Universidad Federal de Río de 
Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Nacional de Moreno. 
Marcelo Muñiz es Profesor de la Universidad Nacional de Moreno y de 
la Universidad del Salvador. 
Gonzalo Fernández es Politólogo por la Universidad de Buenos Aires.

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