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Sarlo-la tv como chatarra 2 doc

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Sarlo, Beatriz “La teoría como chatarra”
Alberto Ure lo designó a Landi teórico massmediático original: “creo que es el primer texto de
un pensador que piensa la televisión desde su propia materia y no desde las ideologías. Es un libro
fundamental para la televisión y para el pensamiento argentino de las comunicaciones.” Puesto a
decir su verdad, Ure indica cómo y desde dónde hay que pensar las cosas, para que todo cierre
con firmeza y no haya posibilidad de deriva.
No se puede hablar de televisión desde afuera de la televisión sin correr el riesgo de
convertirse en un positivista del siglo XIX. No hay riesgo de que prospere una visión exterior: el
flujo de la televisión ya nos ha arrastrado a todos.
La autora discute principalmente con dos partes del libro de Landi donde expone su teoría de
la televisión.
A las ideas de Landi, la televisión es el espacio de la mezcla de “géneros”, discursos, temas,
formatos; y tiene como estrategia predilecta el reciclaje. Landi piensa acertadamente que la
televisión y lo audiovisual en sentido amplio han reorganizado la cultura contemporánea; piensa la
televisión “desde su propia materia”, porque la piensa anulando la distancia intelectual y moral de
la crítica.
Landi estudia la televisión desde la televisión. Le “interesa la TV como una situación de
hecho”. Debemos suponer que se refiere a un tipo de acontecimiento cuya existencia es
independiente de la voluntad. Para Landi, “situación de hecho” quiere decir algo más: una situación
a la cual no se ejerce la crítica, una situación que se acepta porque allí está, ha modificado al
mundo, reorganizado la cultura y se impone con la contundencia de lo consumado.
La televisión pocas veces cumple la función democratizadora del patrimonio cultural, que no
significa (como quiere Landi para liquidar rápidamente el argumento) difundir “obras literarias”.
Que la cultura electrónica sea transclasista (y esto también hay que demostrarlo) no significa que
sea democrática, en un mundo donde las decisiones políticas sin cada vez más complejas y el
cruce de líneas culturales más abigarrado.
La otra tesis de Landi avanza comparando televisión y vanguardias. Landi repite el argumento
de que la televisión mezcla los géneros, construye un “megagénero que compagina diversos
subgéneros” y no acepta los límites convencionales entre diferentes retóricas y temáticas.
Cuando Landi invoca a las vanguardias lo hace atribuyéndoles los mismos procedimientos
que, desde su perspectiva, son propios de la televisión: como, según piensa, la televisión
fragmenta y combina, las vanguardias hicieron lo mismo. Pasa por alto los conflictos estéticos de
las vanguardias y también pasa por alto las diferencias entre operaciones que sólo parecen afines
si se las mira desde lejos. Su puesta en paralelo es completamente exterior tanto a la lógica de las
vanguardias como a la de la televisión.
Para qué necesita Landi las vanguardias. Las usa para autorizar polémicamente su discurso.
Cuando intenta una defensa del videoclip recure de nuevo a una mirada hacia atrás. Landi cree
que el video musical “puede ser considerado como una pieza central de un proceso positivo de
transformación del mismo concepto de realidad, de emancipación de las visiones de la historia
vigente en la modernidad”. El clip liberaría de los grandes relatos, de las prisiones de la razón, de la
fundamentación de la práctica según sus valores, de la centralidad del sujeto, de las teologías, etc.
esta limpieza emancipatoria que hace el clip de las prisiones tendidas por los grandes relatos, no
es ajena a otra de sus virtudes: poner en evidencia “el éxtasis por la superficialidad, el desecho
como estética”. El que entra en éxtasis es Landi, ya que según su teoría el clip denuncia lo mismo
que a él le gustaría denuncia sin atreverse del todo: precisamente que “toda la cultura se convierte
progresivamente en chatarra, escombros, desperdicios (de la historia)”.
Landi afirma que hoy los nuevos escritores y artistas “utilizan espontáneamente gramáticas de
la imagen y el fragmento”, a diferencia de las vanguardias que habrían incurrido en un uso no
espontáneo. Hay dos ideas: la primera es que un uso espontáneo configura una diferencia positiva,
cosa que es indemostrable o que, más bien, extensos capítulos de la historia del arte contradicen:
creímos haber aprendido que la conciencia estética es un momento de la producción estética. Por
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otro lado Landi supone que el uso artístico del fragmentarismo del clip, legitima al clip: esto también
es indemostrable o por lo menos discutible, porque supondría que todo uso estético de formas o
materiales homenajea a sus fuentes, cuando también puede ironizarlas o criticarlas, parodiarlas o
poner de manifiesto su lógica. Landi quiere diferenciarse tanto de quienes, desde la cultura culta,
consideraron a Olmedo sólo en términos de mal gusto, y de quienes, desde otra cultura culta, lo
aceptaban criticando sus “contenidos machistas y autoritarios”.
Landi se coloca del lado de los que no critican el contenido, porque el vínculo entre Olmedo y
su público se habría establecido en otro plano, definido por “formas más complejas de significación
que incluían componentes gestuales y que hablaban de cuestiones como las siguientes: tener que
resolver situaciones sobre la marcha, perder el hilo de lo que se está diciendo, sacar provecho de
la incoherencia, etc.”. Es decir, que lo que transmitía Olmedo no eran contenidos ideológicos tales
como amoralidad o machismo, sino un conjunto de disposiciones que se ordenan sobre el eje de la
chantada.
Olmedo improvisaba pero difícilmente al borde de ningún abismo: el formato de su programa
funcionó como una grilla, fuerte y modificada sólo con extrema cautela, dentro de la cual el talento
repentinista del cómico incrustaba miniaturas de improvisación. Pero cualquier televidente sabía
dónde estaba parado, aunque el juego de la improvisación pusiera un elemento de suspenso en la
línea invariable de la trama.
La improvisación de Olmedo también habla de las condiciones estéticas y técnicas de
producción televisiva, dato resistente que Landi no considera.
Lo que Landi no se pregunta es sobre uno de los rasgos que él agrupa entre los que no le
gustan: “las distintas formas de desinformar mostrando demasiadas cosas –de modo que una borre
a la otra y el televidente no pueda formarse una opinión”.
Landi piensa que la gente le pide a la televisión que la devore de nuevo, precisamente “para
participar del efecto de realidad que producen las imágenes en el mundo actual”.
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