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PASQUALI, Antonio, ¨Prefacio a la segunda edición¨, en Comunicación y cultura de masas. Cuando alguien ha dejado de lado (para bien o para mal) los intereses literarios, o los meros análisis formales y axiológicamente neutros, para cuestionar un aspecto básico de la ideología dominante y para organizar una resistencia crítica contra la corriente de poderosas y triunfantes motivaciones; cuando alguien sugiere centrar el interés en el análisis y la subversión de una institución social; cuando interesa crear la plataforma negativa para una nueva utopía que comience a exigir su realización; cuando todo esto se ha intentado (con plena conciencia de sus límites y precariedades personales), entonces -y sin hipocresía alguna- una reedición resulta "halagadora" en sentido objetivo: es un aplauso del autor al público. Desde el momento que escribió el primer texto ha habido nuevos aportes: Por otro lado, las obras de McLuhan, sobre todo Understanding Media, estaban aún por venir, hecho que lamento por razones iguales y contrarias a las que experimento ante los textos de Sartre. Las obras de importancia aparecidas después de la primera edición de este libro son en realidad demasiadas para siquiera enumerarlas. Autores como Eco, Klapper, Moles, Dorfles, Kaufmann, Packard, Mills, el grupo de la revista Communications (imprescindible citar a Roland Barthes), figuran entre los que mayormente han contribuido a perfeccionar los parámetros del análisis; análisis de problemas sociales, políticos, lingüísticos, psicológicos, filosóficos y comunicacionales impuestos por una realidad práctico-tecnológica de la que siempre hay que partir: la explosión cuantitativa del poder informativo. La lingüística aborda hoy una de sus más apasionantes y desconocidas regiones, ya entrevista por De Saussure: la del signo icónico y de una semiología de la imagen (recurso audiovisual.) La sociología sigue delimitando sus ámbitos y perfeccionando su metodolgía. Un nuevo y fructífero tipo de análisis sociológico, cargado de implicaciones valorativas y de ilustres precedentes filosóficos, se ha abierto camino: e1 del tiempo libre y, marginalmente, el de la incidencia de los medios masivos en el tiempo Lo que más cuenta, tal vez, es que la sociología académica ha venido sistematizando en todas partes su interés, antes marginal, por los problemas de la comunicación; y es satisfactorio constatar, por ejemplo, que en nuestras escuelas de Sociología se crean departamentos de sociología de la comunicación. Por encima de todo, empero, el período que examinamos se ha visto acaparado, digámoslo así, por una filosofía social de corte totalmente heterodoxo y de alto voltaje revolucionario: la llamada Teoría Crítica de la Sociedad. Por qué resulta hoy capital el aporte de la teoría crítica de la sociedad para el análisis de los procesos sociales de comunicación e información, no es cosa fácil de decir en pocas palabras. Lo que primero acude a la mente es que a sus autores debemos el uso de fórmulas hoy estereotípicas como ¨sociedad industrial avanzada¨, ¨industria cultural¨, ¨sublimación no represiva¨, ¨gran rechazo¨, etc., y tal vez el tono de elevada polémica, rebosante de contagiosa y demoledora mordacidad, con que Horkheimer y Adorno estigmatizaron, en su Dialéctica del Iluminismo, la ¨industria cultural, o el iluminismo como mistificación masiva,dieron el nuevo marco conceptual y metodológico creado por estos autores alrededor de todo problema que envuelva crítica social, enjuiciamiento del status dominante o ejercicio del pensamiento negativo. Tras la subdivisión del trabajo científico y el triunfo de un cierto espíritu positivista e iluminista, la filosofía sólo puede subsistir si conserva y exalta como únicas e intransferibles funciones la de ser crítica del uso instrumental a que las disciplinas científicas y sociales pretenden someter las formas del saber; la de denunciar permanentemente el olvido de los fines racionales y humanos, y el formalismo subjetivista que sólo atiende a la eficacia de los medios, la de conservar el poder negativo de la razón contra el positivismo degenerado, el mero funcionalismo y la perversión del auténtico eudemonismo objetivo; la de cuestionar permanentemente el status social por sus manifestaciones reales y sus promesas no mantenidas, más que por sus abstractas premisas ideológicas. A la filosofía, última esperanza para la felicidad y la liberación del hombre, queda confiada como Única tarea (en un mundo totalmente transformado en mundo de medios y no de fines), la de controlar permanentemente, en la realidad social, el desenlace práctico de todas las premisas teóricas, la de someter toda idea o proyecto a la prueba de las consecuencias prácticas según criterios teleológicos, la de analizar críticamente cada hecho social. Ningún conocimiento será válido si no deriva de la realidad social su contenido material. Sólo una filosofía entendida como vigilancia crítica de lo real-social. Una de las más resaltantes consecuencias de tales premisas fundamentales -consecuencia que ha detenido más de un impulso admirativo- es la que pudiera llamarse el ¨discurso contra la técnica¨; no contra la técnica en sí, bien entendido, y ni siquiera contra muchos de sus productos, sino contra su total y masiva instrumentalización y mediatización. Es un discurso crítico impregnado de humanismo neomarxista y de nuevas y vigorosas instancias éticas, que si bien impide entonar elogios al estilo de quienes consideran la técnica capaz de autorregularse y de ser a la vez matriz del bienestar y de los remedios a sus posibles males (toda técnica es un simple instrumento de transformación y control, y detrás de ella siempre hay hombres, intereses y fines concretos), tampoco asume los tonos románticos, irracionalistas y catastróficos que algunos han creído reconocerle. El nuestro es un "universo totalitario de la racionalidad tecnológica" que se ha vuelto paulatinamente incuestionable por haber inculcado una moral egoísta y del éxito en un mundo repleto de vistosos seudoéxitos, de supuesto bienestar y de opaca satisfacción. Superado el optimismo ingenuo de las épocas que entonaban himnos a las locomotoras; excluido el pesimismo spengleriano y toda mitología de paraísos perdidos por obra de una "caída" tecnológica funesta en sí, no deja de gravar sobre el "optimismo tecnológico" actual una justificadísima sospecha de trágica inautenticidad, por poco que se ejerza la teoría crítica y se confronten dichos postulados optimistas con sus reales consecuencias prácticas. Subsiste, pues, la posibilidad de enjuiciar críticamente un progreso técnico abandonado a la autocomplacencia o lo que es peor y más real, instrumentalizado por agentes extraculturales para reforzar los controles y el dominio. La técnica es buena en sí, pudiera llegar a ser una bendición para la humanidad o cuando menos acelerar el advenimiento de una más humana sociedad postecnológica (tesis del último Marcuse) ; en lo concreto histórico-social, ella es el brazo armado de la alienación, su más plástico, integrador y eficaz instrumento. Ella tiende a reducir el hombre a instrumento, cosa, medio, consumidor, fetichista, y ha sido capaz de sentar las bases para perpetuarse, bajo la bandera positivista del orden y del progreso, el proceso de la racionalidad tecnológica es un proceso político. La eficacia y la productividad universales del aparato ocultan los intereses particulares que lo organizan. Una filosofía convertida en filosofía social; una teoría crítica de lo social que no debe describir (lo que significaría aceptar la ¨lógica totalitaria del hecho cumplido¨, el determinismo y la imperfectibilidad humana), sino criticar la realidad social por su tanto de fidelidad o traición a un modelo teleológico (¿y ahistórico?) de perfección humana. Un sistema centrado en estos criterios, no podía adoptar sino un método de inspiración dialéctica. Su resultado final es una especie de imperativo de negación racional y sistemática de lo "positivo"; la razón objetiva niega elproducto de una razón subjetiva. ¿Cuál es, entonces, la función más profunda de la teoría crítica? En una palabra: ¿por qué hay que llegar, o al menos someter la realidad a la prueba de la negación? La más profunda función a que aspira la teoría crítica es, pues, la de reactivar y universalizar la instancia finalista, expresada en una nueva concepción de la utopía. Su misión terapéutica y liberadora consiste en restituir a cada hombre la capacidad de valorar y enjuiciar su realidad a la luz de lo que ella debería ser y no es; en hacer de cada hombre un insatisfecho capaz de revivir la dialéctica platónica del eros que niega lo inferior por aspirar a lo superior. La eticidad vuelve a ser puesta de pie -sin complejos de inferioridad- y enfrentada al dominio teórico y práctico de un universo. Si la gran promesa no cumplida, los fines supremos olvidados por la razón instrumental y represiva, son la felicidad y la liberación del hombre, estos fines -como negaciones que son de la ideología dominante- serán postulados a título de utopías concretas. "La razón ha sido declarada incapaz de fijar los fines últimos de la existencia humana" Los medios masivos son la punta de lanza de una tecnología que es la expresión suprema de la razón instrumental y represiva. Ellos han sido acaparados -no importa el sistema- por la ¨industria cultural¨ .Por sus canales fluye incesantemente el lenguaje del poder y de la administración total, la voz del padre y de los ¨ingenieros de almas¨ que refuerzan la carga compulsiva del super-ego social. Ella es el centro propulsor de los condicionamientos globales, de la moral del éxito, de los mitos del bienestar y del consumismo. El uso actual de los medios de información por parte de la industria cultural debe ser negado, pues, con carácter prioritario. La misma prioridad debe recibir la elaboración de una utopía comunicacional que reinstale la libre circulación del saber donde sólo hay univocidad dominante. Semejante situación sería, ciertamente, una pesadilla insoportable. Mientras la gente puede soportar la producción continua de armas nucleares, de lluvia radioactiva y de alimentos discutibles, ella no puede tolerar (justo por esa misma razón) verse privada del entretenimiento y de la educación que la habilita para reproducir los mecanismos elaborados para su defensa o su destrucción. Un cierre total de la televisión y demás 'rnedia' que la respaldan pudiera contribuir, pues, a provocar lo que las contradicciones inherentes al capitalismo no han provocado nunca: la desintegración del sistema.
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