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Benedict Anderson: Comunidades imaginadas
Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo
La tesis de este autor es que la
nacionalidad es uno de los términos
más difíciles de definir
científicamente, pero es el valor más
universalmente legítimo en la vida
política de nuestro tiempo.
Cita a Eric Hobsbawm cuando
afirma que hasta los movimientos y
Estados marxistas han tendido a
volverse nacionalistas. Al principio de
su Introducción, Anderson señala las
guerras que, en esos años (principios
de los ochenta), se desataban sobre
Indochina, donde había regímenes
marxistas-revolucionarios.
Luego, el autor critica a Marx
por haber eludido la problemática de lo
nacional. Según Anderson, lo nacional
es un artefacto cultural creado por las
clases dominantes para esconder su
dominio.
Conceptos y definiciones
Dado que, según este autor, no
hay grandes pensadores teóricos del
nacionalismo, propone una definición
antropológica para salvar ese vacío
conceptual. Así, define una nación
como una comunidad políticamente
imaginada como inherentemente
limitada y soberana.
Es imaginada porque aún los
miembros de la nación más pequeña no
conocerán jamás a la mayoría de sus
compatriotas, no los verán ni oirán
siquiera hablar de ellos, pero en la
mente de cada uno vive la imagen de
su comunión.
Pensar que existen
comunidades “verdaderas” en lugar de
naciones es ingenuo porque todas las
comunidades mayores que una aldea
son necesariamente imaginadas. Por
eso, las comunidades no deben
distinguirse por su “falsedad” o
“legitimidad”, sino por el estilo con el
que son imaginadas.
La nación se imagina como
limitada porque incluso la mayor de
ellas tiene fronteras finitas, más allá de
las cuales se encuentran otras naciones.
La religión, en cambio, es un ejemplo
de comunidad que no se imagina
limitada porque no reconoce el derecho
a la existencia de otras religiones.
Se imagina soberana porque el
concepto nació en una época en que la
Ilustración y la Revolución francesas
estaban destruyendo la legitimidad del
reino dinástico jerárquico, divinamente
ordenado.
Por último, se imagina como
comunidad porque la nación se concibe
como un compañerismo profundo y
horizontal, escondiendo las relaciones
de poder, la desigualdad y la
explotación. En última instancia, es
esta fraternidad la que ha permitido
que tantos millones de personas maten
y estén dispuestas a morir.
Las aprehensiones del tiempo
Anderson sostiene que la mera
posibilidad de imaginar a la nación
sólo surgió cuando tres concepciones
culturales fundamentales perdieron su
control axiomático sobre las mentes de
los hombres.
La primera era la idea de que
una lengua escrita particular ofrecía un
acceso privilegiado a la verdad
ontológica, precisamente porque era
una parte inseparable de esa verdad.
Fue esta idea la que creó las grandes
hermandades transcontinentales del
cristianismo, el Islam y todas las
demás.
El consumo del periódico es
una ceremonia de la que cada lector
tiene la ilusión de estar siendo repetida
simultáneamente por miles de otros
lectores, en cuya existencia confía,
aunque no tenga la menor noción de su
identidad.
La segunda era la creencia de
que la sociedad estaba naturalmente
organizada en una monarquía absoluta,
donde gobernaba un rey divino. Las
lealtades humanas, por ende, eran
necesariamente jerárquicas. Pero desde
la Revolución francesa, las
democracias modernas se ven como
organizaciones voluntariamente
construidas.
La tercera era una concepción
de la temporalidad próxima al “fin de
los tiempos” y a una “vida en el más
allá”. El pensamiento cristiano
medieval no tenía una concepción de la
historia como una cadena interminable
de causa y efecto. Los cristianos vivían
esperando “la llegada del Señor”.
Pero el desarrollo de la
modernidad fue inculcando la idea de
un tiempo ilimitado y vacío por el que
la historia de las naciones avanza. Lo
cierto es que el desarrollo de técnicas
mecánicas de impresión favoreció esa
transformación.
Pero durante el siglo XIX, los
periódicos y las novelas (capitalismo
impreso) comenzaron a alentar una
idea de lo nacional como una
comunidad armónica que provee
identidad. Hasta el día de hoy, el
capitalismo impreso vehiculiza ciertas
representaciones de lo nacional todos
los días.

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