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Introducción
El desarrollo y la antropología de la modernidad
En su discurso de posesión como presidente de Estados Unidos 
el 20 de enero de 1949, Harry Truman anunció al mundo entero su 
concepto de “trato justo”. Un componente esencial del concepto era 
su llamado a Estados Unidos y al mundo para resolver los proble-
mas de las “áreas subdesarrolladas” del globo:
Más de la mitad de la población del mundo vive en condiciones 
cercanas a la miseria. Su alimentación es inadecuada, es víctima 
de la enfermedad. Su vida económica es primitiva y está estancada. 
Su pobreza constituye un obstáculo y una amenaza tanto para ellos 
como para las áreas más prósperas. Por primera vez en la historia, 
la humanidad posee el conocimiento y la capacidad para aliviar el 
sufrimiento de estas gentes… Creo que deberíamos poner a dis-
posición de los amantes de la paz los beneficios de nuestro acervo 
de conocimiento técnico para ayudarlos a lograr sus aspiraciones 
de una vida mejor… Lo que tenemos en mente es un programa de 
desarrollo basado en los conceptos del trato justo y democrático… 
Producir más es la clave para la paz y la prosperidad. Y la clave para 
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
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producir más es una aplicación mayor y más vigorosa del conoci-
miento técnico y científico moderno (Truman, 1964).
La doctrina Truman inició una nueva era en la comprensión y el 
manejo de los asuntos mundiales, en particular de aquellos que se refe-
rían a los países económicamente menos avanzados. El propósito era 
bastante ambicioso: crear las condiciones necesarias para reproducir 
en todo el mundo los rasgos característicos de las sociedades avan-
zadas de la época: altos niveles de industrialización y urbanización, 
tecnificación de la agricultura, rápido crecimiento de la producción 
material y los niveles de vida, y adopción generalizada de la educación 
y los valores culturales modernos. En concepto de Truman, el capital, 
la ciencia y la tecnología eran los principales componentes que harían 
posible tal revolución masiva. Solo así el sueño americano de paz y 
abundancia podría extenderse a todos los pueblos del planeta.
Este sueño no era creación exclusiva de Estados Unidos, sino 
resultado de la coyuntura histórica específica de finales de la 
Segunda Guerra Mundial. En pocos años, recibió el respaldo univer-
sal de los poderosos. Sin embargo, no se consideraba un proceso fácil; 
como era de esperarse, los obstáculos contribuyeron a consolidar la 
misión. Uno de los documentos más influyentes de la época, prepa-
rado por un grupo de expertos congregados por Naciones Unidas con 
el objeto de diseñar políticas y medidas concretas “para el desarrollo 
económico de los países subdesarrollados”, lo expresaba así:
Hay un sentido en el que el progreso económico acelerado es impo-
sible sin ajustes dolorosos. Las filosofías ancestrales deben ser erra-
dicadas; las viejas instituciones sociales tienen que desintegrarse; 
los lazos de casta, credo y raza deben romperse; y grandes masas 
de personas incapaces de seguir el ritmo del progreso deberán ver 
frustradas sus expectativas de una vida cómoda. Muy pocas comu-
nidades están dispuestas a pagar el precio del progreso económico 
(United Nations, 1951: I).1
1 Para un interesante análisis contemporáneo de este documento, véase 
Frankel, 1953, en especial las págs. 82-110.
21
Capítulo I
Lo que proponía el informe era nada menos que la reestruc-
turación total de las sociedades “subdesarrolladas”. La declaración 
podría parecernos hoy sorprendentemente etnocéntrica y arro-
gante, ingenua en el mejor de los casos; sin embargo, lo que requiere 
explicación es precisamente el hecho de que se emitiera y tuviera 
sentido. Demostraba la voluntad creciente de transformar de 
manera drástica dos terceras partes del mundo en pos de los objeti-
vos de prosperidad material y progreso económico. A comienzos de 
los años cincuenta, esta voluntad era ya hegemónica en los círculos 
de poder.
Este libro narra la historia de aquel sueño, y de cómo poco a 
poco se convirtió en pesadilla. Porque en vez del reino de abun-
dancia prometido por teóricos y políticos de los años cincuenta, el 
discurso y la estrategia del desarrollo produjeron lo contrario: mise-
ria y subdesarrollo masivos, explotación y opresión sin nombre. La 
crisis de la deuda, la hambruna (saheliana), la creciente pobreza, 
desnutrición y violencia son apenas los síntomas más patéticos del 
fracaso de cincuenta años de desarrollo. De esta manera, el libro 
puede leerse como la historia de la pérdida de una ilusión que 
muchos abrigaban sinceramente. Pero se trata, sobre todo, de la 
forma en que se creó el “Tercer Mundo” a través de los discursos 
y las prácticas del desarrollo desde sus inicios a comienzos de la 
segunda posguerra.
Orientalismo, africanismo, desarrollismo
Hasta finales de los años setenta, el eje de las discusiones acerca 
de Asia, África y Latinoamérica era la naturaleza del desarrollo. 
Como veremos, desde las teorías del desarrollo económico de los 
años cincuenta hasta el “enfoque de necesidades humanas bási-
cas” de los años setenta, que ponía énfasis no solo en el crecimiento 
económico per se como en décadas anteriores, sino también en la 
distribución de sus beneficios, la mayor preocupación de teóricos y 
políticos era la de los tipos de desarrollo a buscar para resolver los 
problemas sociales y económicos en esas regiones. Aun quienes se 
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
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oponían a las estrategias capitalistas del momento se veían obliga-
dos a expresar sus críticas en términos de la necesidad del desarro-
llo, a través de conceptos como “otro desarrollo”, “desarrollo parti-
cipativo”, “desarrollo socialista”, y otros por el estilo. En resumen, 
odía criticarse un determinado enfoque, y proponer modificaciones 
o mejoras en concordancia con él, pero el hecho mismo del desa-
rrollo y su necesidad, no podían ponerse en duda. El desarrollo se 
había convertido en una certeza en el imaginario social.
De hecho, parecía imposible calificar la realidad social en otros 
términos. Por doquier se encontraba la realidad omnipresente y 
reiterativa del desarrollo: gobiernos que diseñaban y ejecutaban 
ambiciosos planes de desarrollo, instituciones que llevaban a cabo 
por igual programas de desarrollo en ciudades y campos, expertos 
de todo tipo estudiando el “subdesarrollo” y produciendo teorías ad 
nauseam. El hecho de que las condiciones de la mayoría de la pobla-
ción no mejoraran sino que más bien se deterioraran con el trans-
curso del tiempo no parecía molestar a muchos expertos. La reali-
dad, en resumen, había sido colonizada por el discurso del desarro-
llo, y quienes estaban insatisfechos con este estado de cosas tenían 
que luchar dentro del mismo espacio discursivo por porciones de 
libertad, con la esperanza de que en el camino pudiera construirse 
una realidad diferente.2
Más recientemente, sin embargo, el desarrollo de nuevos instru-
mentos analíticos, en gestación desde finales de los años sesenta 
pero cuyo empleo solo se generalizó durante los ochenta, ha permi-
tido el análisis de este tipo de “colonización de la realidad” en forma 
2 En los años sesenta y setenta existieron, claro está, tendencias que 
presentaban una posición crítica frente al desarrollo, aunque, como 
veremos pronto, fueron insuficientes para articular un rechazo del 
discurso sobre el que se fundaban. Entre ellas es importante mencionar 
la “pedagogía del oprimido” de Paulo Freire (Freire, 1970); el naci-
miento de la teología de la liberación durante la Conferencia Episcopal 
Latinoamericana celebrada en Medellín en 1968; y las críticas al “colo-
nialismo intelectual” (Fals Borda, 1970) y la dependencia económica 
(Cardoso y Faletto, 1979) de finales de los sesenta y comienzos de los 
setenta. La crítica cultural más aguda del desarrollo corresponde a 
Illich (1968, 1970). Todas ellas fueron importantes para el enfoque 
discursivode los años noventa que se analiza en este libro.
23
Capítulo I
tal que pone de manifiesto este mismo hecho: cómo ciertas represen-
taciones se vuelven dominantes y dan forma indeleble a los modos 
de imaginar la realidad e interactuar con ella. El trabajo de Michel 
Foucault sobre la dinámica del discurso y del poder en la represen-
tación de la realidad social, en particular, ha contribuido a mostrar 
los mecanismos mediante los cuales un determinado orden de 
discurso produce unos modos permisibles de ser y pensar al tiempo 
que descalifica e incluso imposibilita otros. La profundización de los 
análisis de Foucault sobre las situaciones coloniales y poscolonia-
les realizada por autores como Edward Said, V.Y. Mudimbe, Chan-
dra Mohanty y Homi Bhabha, entre otros, ha abierto nuevas formas 
de pensamiento acerca de las representaciones del Tercer Mundo. 
La autocrítica de la antropología y su renovación durante los años 
ochenta también han sido importantes al respecto.
Pensar el desarrollo en términos del discurso permite concen-
trarse en la dominación –como lo hacían, por ejemplo, los primeros 
análisis marxistas– y, a la vez, explorar más productivamente las 
condiciones de posibilidad y los efectos más penetrantes del desa-
rrollo. El análisis del discurso crea la posibilidad de “mantenerse 
desligado de él [discurso del desarrollo], suspendiendo su cerca-
nía, para analizar el contexto teórico y práctico con que ha estado 
asociado” (Foucault, 1986: 3). Permite individualizar el “desarrollo” 
como espacio cultural envolvente y a la vez abre la posibilidad de 
separarnos de él, para percibirlo de otro modo. Esto es lo que trata 
de llevar a cabo este libro.
Ver el desarrollo como discurso producido históricamente 
implica examinar las razones que tuvieron tantos países para 
comenzar a considerarse subdesarrollados a comienzos de la 
segunda posguerra, cómo “desarrollarse” se convirtió para ellos en 
problema fundamental y cómo, por último, se embarcaron en la tarea 
de “des-subdesarrollarse” sometiendo sus sociedades a interven-
ciones cada vez más sistemáticas, detalladas y extensas. A medida 
que los expertos y políticos occidentales comenzaron a ver como 
problema ciertas condiciones de Asia, África y Latinoamérica –en 
su mayor parte lo que se percibía como pobreza y atraso– apareció 
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
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un nuevo campo del pensamiento y de la experiencia llamado desa-
rrollo, todo lo cual desembocó en una estrategia para afrontar aque-
llos problemas. Creada inicialmente en Estados Unidos y Europa 
occidental, la estrategia del desarrollo se convirtió al cabo de pocos 
años en una fuerza poderosa en el propio Tercer Mundo.
El estudio del desarrollo como discurso se asemeja al análisis 
de Said de los discursos sobre el Oriente. “El orientalismo”, escribe 
Said, 
puede discutirse y analizarse como la institución corporativa para 
tratar a Oriente, tratarlo mediante afirmaciones referentes a él, 
autorizando opiniones al respecto, describiéndolo, enseñándolo, 
definiéndolo, diciendo sobre él: en resumen, el orientalismo como 
estilo occidental de dominación, reestructuración, y autoridad so-
bre Oriente… Mi afirmación es que sin examinar el Orientalismo 
como discurso posiblemente no logremos entender la disciplina in-
mensamente sistemática de la cual se valió la cultura europea para 
manejar –e incluso crear– política, sociológica, ideológica, científi-
ca e imaginativamente a Oriente durante el período posterior a la 
Ilustración (1979: 3).
Desde su publicación, Orientalismo ha generado estudios e 
informes originales sobre las representaciones del Tercer Mundo 
en varios contextos, aunque pocos de ellos han hecho referencia 
explícita a la cuestión del desarrollo. No obstante, los interrogantes 
generales que algunos plantean sirven de pauta para el análisis 
del desarrollo como régimen de representación. En su excelente 
libro The Invention of Africa el filósofo africano V. Y. Mudimbe, por 
ejemplo, se propone el objetivo de “Estudiar el tema de los funda-
mentos del discurso sobre el África… [cómo] se han establecido 
los mundos africanos como realidades para el conocimiento” (pág. 
xI) en el discurso occidental. Su interés trasciende “la ‘inven-
ción’ del africanismo como disciplina científica” (pág. 9), parti-
cularmente en la antropología y la filosofía, a fin de investigar la 
“amplificación” por parte de los académicos africanos del trabajo 
25
Capítulo I
de algunos pensadores críticos europeos, en particular Foucault y 
Lévi-Strauss. Aunque Mudimbe encuentra que aún las perspecti-
vas más afrocéntricas mantienen el método epistemológico occi-
dental como contexto y referente, encuentra también, no obstante, 
algunos trabajos en los cuales los análisis críticos europeos se 
llevan más allá de lo que estos trabajos originales podrían haber 
esperado. Lo que está en juego en estos últimos trabajos, explica 
Mudimbe, es la reinterpretación crítica de la historia africana 
como se ha visto desde su exterioridad (epistemológica, histó-
rica, geográfica), es decir, un debilitamiento de la noción misma de 
África. Esto, para Mudimbe, implica un corte radical en la antropo-
logía, la historia y la ideología africanas.
Un trabajo crítico de este tipo, cree Mudimbe, puede abrir el 
camino para “el proceso de volver a fundar y asumir dentro de las 
representaciones una historicidad interrumpida” (pág. 183); en 
otras palabras, el proceso mediante el cual los africanos pueden 
lograr mayor autonomía sobre la forma en que son representados 
y la forma en que pueden construir sus propios modelos sociales y 
culturales de modos no tan mediatizados por una episteme y una 
historicidad occidentales –así sea dentro de un contexto cada vez 
más transnacional–. Esta noción puede extenderse al Tercer Mundo 
como un todo, pues lo que está en juego es el proceso mediante el 
cual, en la historia occidental moderna, las áreas no europeas han 
sido organizadas y transformadas sistemáticamente de acuerdo 
con los esquemas europeos. Las representaciones de Asia, África y 
América Latina como “Tercer Mundo” y “subdesarrolladas” son las 
erederas de una ilustre genealogía de concepciones occidentales 
sobre esas partes del mundo.3
3 “De acuerdo con Iván Illich, el concepto que se conoce actualmente 
como ‘desarrollo’ ha atravesado seis etapas de metamorfosis desde las 
postrimerías de la Antigüedad. La percepción del extranjero como 
alguien que necesita ayuda ha tomado sucesivamente las formas del 
bárbaro, el pagano, el infiel, el salvaje, el ‘nativo’ y el subdesarrollado” 
(Trinh, 1989:54). Para una idea y un conjunto de términos similares al 
anterior véase Hirschman (1981:24). Debería señalarse, sin embargo, 
que el término “subdesarrollado”, ligado desde cierta óptica a la igual-
dad y a los prospectos de liberación a través del desarrollo, puede 
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
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Timothy Mitchell muestra otro importante mecanismo del 
engranaje de las representaciones europeas sobre otras socieda-
des. Como para Mudimbe, el objetivo de Mitchell es “explorar los 
métodos peculiares de orden y verdad que caracterizan al Occidente 
moderno” (1988: pág. Ix), y su impacto en el Egipto del siglo xIx. La 
construcción del mundo como imagen, en el modelo de las exposi-
ciones mundiales del siglo pasado, sugiere Mitchell, constituye el 
núcleo de estos métodos y de su eficacia política. Para el sujeto (euro-
peo) moderno, ello implicaba experimentar la vida manteniéndose 
apartado del mundo físico, como el visitante de una exposición. El 
observador “encuadraba” inevitablemente la realidad externa a fin 
de comprenderla; este encuadre tenía lugar de acuerdo con catego-
rías europeas. Lo que surgía era un régimen de objetivismo en el cual 
los europeos estaban sujetos a una doble exigencia: ser imparciales y 
objetivos, de una parte, y sumergirse en la vida local, de la otra.
Una experiencia tal como observador participanteera posible 
a través de un truco curioso: eliminar del cuadro la presencia del 
observador europeo (véase también Clifford, 1988: 145); en térmi-
nos más concretos, observar el mundo (colonial) como objeto “desde 
una posición invisible y aparte” (Mitchell, 1988: 28). Occidente había 
llegado a vivir “como si el mundo estuviera dividido en dos: un campo 
de meras representaciones y un campo de lo ‘real’; exhibiciones, por 
un lado, y una realidad externa, por el otro; en un orden de simples 
modelos, descripciones o copias, y un orden de originales” (pág. 32). 
Tal régimen de orden y verdad constituye la quintaesencia de la 
modernidad, y ha sido profundizado por la economía y el desarrollo. 
Se refleja en una posición objetivista y empirista que dictamina que 
el Tercer Mundo y su gente existen “allá afuera”, para ser conocidos 
mediante teorías e intervenidos desde el exterior.
Las consecuencias de esta característica de la modernidad 
han sido enormes. Chandra Mohanty, por ejemplo, se refiere a ella 
tomarse en parte como respuesta a las concepciones abiertamente más 
racistas del “primitivo” y el “salvaje”. En muchos contextos, sin embargo, 
el nuevo término no pudo corregir las connotaciones negativas implíci-
tas en los calificativos anteriores. El “mito del nativo perezoso” (Alatas, 
1977) sobrevive aún en muchos lugares.
27
Capítulo I
cuando plantea la pregunta de quién produce el conocimiento 
acerca de la mujer del Tercer Mundo, y desde dónde; descubre que 
en gran parte de la bibliografía feminista las mujeres del Tercer 
Mundo son representadas como llenas de “necesidades” y “proble-
mas”, pero carentes de opciones y de libertad de acción. Lo que 
surge de tales modos de análisis es la imagen de una “mujer prome-
dio” del Tercer Mundo, construida mediante el uso de estadísticas y 
de ciertas categorías:
Esta mujer promedio del Tercer Mundo lleva una vida esencial-
mente frustrada basada en su género femenino (léase: sexualmente 
restringida) y en su carácter tercermundista (léase: ignorante, po-
bre, sin educación, tradicionalista, doméstica, apegada a la familia, 
victimizada, etcétera.) Esto, sugiero, contrasta con la representa-
ción (implícita) de la mujer occidental como educada, moderna, que 
controla su cuerpo y su sexualidad, y libre para tomar sus propias 
decisiones (1991b: 56)
Tales representaciones asumen implícitamente patrones occi-
dentales como parámetro para medir la situación de la mujer en el 
Tercer Mundo. El resultado, opina Mohanty, es una actitud pater-
nalista de parte de la mujer occidental hacia sus congéneres del 
Tercer Mundo, y en general, la perpetuación de la idea hegemónica 
de la superioridad occidental. Dentro de este régimen conceptual, 
los trabajos sobre la mujer del Tercer Mundo adquieren una cierta 
“coherencia de efectos” que refuerza tal hegemonía. “Es en este 
proceso de homogeneización y sistematización conceptual de la 
opresión de la mujer en el Tercer Mundo”, concluye Mohanty (pág. 
54), “donde el poder se ejerce en gran parte del discurso feminista 
occidental reciente y dicho poder debe ser definido y nombrado”.4
4 El trabajo de Mohanty puede ubicarse dentro de una crítica creciente de 
parte de las feministas, especialmente del Tercer Mundo, del etnocen-
trismo implícito en el movimiento feminista y en su círculo académico. 
Véanse también Mani, 1989; Trinh, 1989; Spelman, 1988; Hooks, 1990. 
La crítica del discurso de mujer y desarrollo se discutirá ampliamente 
en el capítulo 5.
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
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Sobra decir que la crítica de Mohanty se aplica con mayor 
frecuencia a la corriente principal de la bibliografía sobre el desarro-
llo, para la cual existe una verdadera subjetividad subdesarrollada 
dotada con rasgos como la impotencia, la pasividad, la pobreza y la 
ignorancia, por lo común de gente oscura y carente de protagonismo 
como si se estuviera a la espera de una mano occidental (blanca), y 
no pocas veces hambrienta, analfabeta, necesitada, oprimida por 
su propia obstinación, carente de iniciativa y de tradiciones. Esta 
imagen también universaliza y homogeneiza las culturas del Tercer 
Mundo en una forma ahistórica. Solo desde una cierta perspectiva 
occidental tal descripción tiene sentido; su existencia constituye más 
un signo de dominio sobre el Tercer Mundo que una verdad acerca 
de él. Lo importante de resaltar por ahora es que el despliegue de 
este discurso en un sistema mundial donde Occidente tiene cierto 
dominio sobre el Tercer Mundo tiene profundos efectos de tipo polí-
tico, económico y cultural que deben ser explorados.
La producción de discurso bajo condiciones de desigualdad en el 
poder es lo que Mohanty y otros denominan “la jugada colonialista”. 
Jugada que implica construcciones específicas del sujeto colonial/
tercermundista en/a través del discurso de maneras que permitan 
el ejercicio del poder sobre él. El discurso colonial, si bien constituye 
“la forma de discurso más subdesarrollada teóricamente”, según 
Homi Bhabha, resulta “crucial para ejercer una gama de diferencias 
y discriminaciones que dan forma a las prácticas discursivas y polí-
ticas de jerarquización racial y cultural”. (1990: 72). La definición de 
Bhabha del discurso colonial, aunque compleja, es ilustrativa:
[El discurso colonial] es un aparato que pone en marcha el reco-
nocimiento y la negación de las diferencias raciales/culturales/his-
tóricas. Su función estratégica predominante es la creación de un 
espacio para una “población sujeto”, a través de la producción de 
conocimientos en términos de los cuales se ejerce la vigilancia y se 
incita a una forma compleja de placer/displacer… El objetivo del 
discurso colonial es interpretar al colonizado como una población 
compuesta por clases degeneradas sobre la base del origen racial, 
29
Capítulo I
a fin de justificar la conquista y de establecer sistemas de adminis-
tración e instrucción… Me refiero a una forma de gobernabilidad 
que, en el acto de demarcar una “nación sujeto”, se apropia de sus 
diversas esferas de actividad, las dirige y las domina (1990: 75).
Aunque en sentido estricto algunos de los términos de la defini-
ción anterior serían más aplicables al contexto colonial, el discurso 
del desarrollo se rige por los mismos principios; ha producido un 
aparato muy eficiente para producir conocimiento acerca de ejer-
cer el poder sobre el Tercer Mundo. Dicho aparato surgió en el 
período comprendido entre 1945 y 1955, y desde entonces no ha 
cesado de producir nuevas modalidades de conocimiento y poder, 
nuevas prácticas, teorías, estrategias, y así sucesivamente. En resu-
men, ha desplegado con buen éxito un régimen de gobierno sobre 
el Tercer Mundo, un “espacio para los ‘pueblos sujeto’” que asegura 
cierto control sobre él.
Este espacio es también un espacio geopolítico, una serie de 
“geografías imaginarias”, para usar el término de Said (1979). El 
discurso del desarrollo inevitablemente contiene una imaginación 
geopolítica que ha dominado el significado del desarrollo durante 
más de cuatro décadas. Para algunos autores, esta voluntad de poder 
espacial es uno de los rasgos esenciales del desarrollo (Slatter, 1993) 
y está implícita en expresiones tales como Primer y Tercer Mundo, 
norte y sur, centro y periferia. La producción social del espacio implí-
cita en estos términos está ligada a la producción de diferencias, 
subjetividades y órdenes sociales. A pesar de los cambios recientes 
en esta geopolítica –el descentramiento del mundo, la desaparición 
del segundo mundo, la aparición de una red de ciudades mundia-
les, y la globalización de la producción cultural– ella continúa ejer-
ciendo influencia en el imaginario. Existe una relación entre historia, 
geografía y modernidad que se resiste a desintegrarse en cuanto al 
Tercer Mundo se refiere, a pesar de los importantes cambios que han 
dado lugar a geografías posmodernas (Soja, 1989).
Para resumir, me propongo hablar del desarrollo comouna 
experiencia históricamente singular, como la creación de un 
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
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dominio del pensamiento y de la acción, analizando las caracte-
rísticas e interrelaciones de los tres ejes que lo definen: las formas 
de conocimiento que a él se refieren, a través de las cuales llega a 
existir y es elaborado en objetos, conceptos y teorías; el sistema de 
poder que regula su práctica y las formas de subjetividad fomen-
tadas por este discurso, aquellas por cuyo intermedio las personas 
llegan a reconocerse a sí mismas como “desarrolladas” o “subdesa-
rrolladas”. El conjunto de formas que se hallan a lo largo de estos 
ejes constituye el desarrollo como formación discursiva, dando 
origen a un aparato eficiente que relaciona sistemáticamente las 
formas de conocimiento con las técnicas de poder.5
El análisis se establecerá, entonces, en términos de los regíme-
nes del discurso y la representación. Los “regímenes de represen-
tación” pueden analizarse como lugares de encuentro en los cuales 
las identidades se construyen pero donde también se origina, 
simboliza y maneja la violencia. Esta útil hipótesis, desarrollada 
por una estudiosa colombiana para explicar la violencia en su país 
durante el siglo xIx, y basada especialmente en los trabajos de 
Bajtín, Foucault y René Girard, concibe los regímenes de repre-
sentación como lugares de encuentro de los lenguajes del pasado 
y del futuro (tales como los lenguajes de “civilización” y “barbarie” 
de la América Latina posindependentista), lenguajes externos e 
internos, y lenguajes de sí y de los otros (Rojas, 1994). Un encuentro 
similar de regímenes de representación tuvo lugar a finales de los 
años cuarenta, con el surgimiento del desarrollo, también acompa-
ñado de formas específicas de violencia modernizada.”6
La noción de los regímenes de representación es otro prin-
cipio teórico y metodológico para examinar los mecanismos y 
5 El estudio del discurso a lo largo de estos ejes es propuesto por Foucault 
(1986: 4). Las formas de subjetividad producidas por el desarrollo no se 
exploran en forma significativa en este libro. Un ilustre grupo de pensa-
dores, incluyendo a Franz Fanon (1967, 1968), Albert Memmi (1967), 
Ashis Nandy (1983) y Homi Bhabha (1983, 1990) ha producido recuentos 
cada vez más completos sobre la creación de la subjetividad y la concien-
cia bajo el colonialismo y el poscolonialismo.
6 Acerca de la violencia de la representación véase también De Lauretis 
(1987).
31
Capítulo I
consecuencias de la construcción del Tercer Mundo a través de la 
representación. La descripción de los regímenes de representación 
sobre el Tercer Mundo propiciados por el discurso del desarro-
llo representa un intento de trazar las cartografías o mapas de las 
configuraciones del conocimiento y el poder que definen el período 
posterior a la segunda posguerra (Deleuze, 1988). Se trata también 
de cartografías de resistencia como añade Mohanty (1991a). Al 
tiempo que buscan entender los mapas conceptuales usados para 
ubicar y describir la experiencia de las gentes del Tercer Mundo, 
revelan también –aunque a veces en forma indirecta– las categorías 
con las cuales ellas se ven obligadas a resistir. Este libro se propone 
brindar un mapa general que permita orientarse en el ámbito de los 
discursos y de las prácticas que justifican las formas dominantes de 
producción económica y sociocultural del Tercer Mundo.
Las metas de este libro son precisamente examinar el estable-
cimiento y la consolidación del discurso del desarrollo y su aparato 
desde los albores de la segunda posguerra hasta el presente (capítulo 
2); analizar la construcción de una noción de “subdesarrollo” en las 
teorías del desarrollo económico de la segunda posguerra (capítulo 
3); y demostrar cómo funciona el aparato a través de la producción 
sistemática del conocimiento y el poder en campos específicos, tales 
como el desarrollo rural, el desarrollo sostenible, y la mujer y el desa-
rrollo (capítulos 4 y 5). Por último, la conclusión aborda la pregunta de 
cómo imaginar un régimen de representación “posdesarrollo”, y de 
cómo investigar y llevar a cabo prácticas “alternativas” en el contexto 
de los actuales movimientos sociales del Tercer Mundo.
Lo anterior, podría decirse, constituye un estudio del “desarro-
llismo” como ámbito discursivo. A diferencia del estudio de Said 
acerca del orientalismo, la presente obra presta más atención al 
despliegue del discurso a través de sus prácticas. Me interesa mostrar 
que tal discurso deviene en prácticas concretas de pensamiento y 
de acción mediante las cuales se llega a crear realmente el Tercer 
Mundo. Para un examen más detallado he escogido como ejemplo 
la ejecución de programas de desarrollo rural, salud y nutrición en 
Latinoamérica durante la década de los setenta y comienzos de los 
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
32
ochenta. Otra diferencia con Orientalismo se origina en la adverten-
cia de Homi Bhabha de que “siempre existe, en Said, la sugerencia 
de que el poder colonial es de posesión total del colonizador, dadas 
su intencionalidad y unidireccionalidad” (1990: 77). Intento evadir 
este riesgo considerando también las formas de resistencia de las 
gentes del Tercer Mundo contra las intervenciones del desarrollo, y 
cómo luchan para crear alternativas de ser y de hacer.
Como en el estudio de Mudimbe sobre el africanismo, me 
propongo poner de presente los fundamentos de un orden de 
conocimiento y un discurso acerca del Tercer Mundo como subde-
sarrollado. Quiero cartografiar, por así decirlo, la invención del 
desarrollo. Sin embargo, en vez de enfocarme en la antropología 
y la filosofía, contextualizo la era del desarrollo dentro del espacio 
global de la modernidad, y más particularmente desde las prácticas 
económicas modernas. Desde esta perspectiva, el desarrollo puede 
verse como un capítulo de lo que puede llamarse “antropología 
de la modernidad”, es decir, una investigación general acera de la 
modernidad occidental como fenómeno cultural e histórico especí-
fico. Si realmente existe una “estructura antropológica” (Foucault, 
1975: 198) que sostiene al orden moderno y sus ciencias humanas, 
debe investigarse hasta qué punto dicha estructura también ha 
dado origen al régimen del desarrollo, tal vez como mutación espe-
cífica de la modernidad. Ya se ha sugerido una directriz general 
para la antropología de la modernidad, en el sentido de tratar como 
“exóticos” los productos culturales de Occidente para poderlos ver 
como lo que son:
Necesitamos antropologizar a Occidente: mostrar lo exótico de su 
construcción de la realidad; poner énfasis en aquellos ámbitos 
tomados más comúnmente como universales (esto incluye a la 
epistemología y la economía); hacerlos ver tan peculiares histó-
ricamente como sea posible; mostrar cómo sus pretensiones de 
verdad están ligadas a prácticas sociales y por tanto se han con-
vertido en fuerzas efectivas dentro del mundo social (Rabinow, 
1986: 241).
33
Capítulo I
La antropología de la modernidad se apoyaría en aproximacio-
nes etnográficas, que ven las formas sociales como el resultado de 
prácticas históricas, que combinan conocimiento y poder. Busca-
ría estudiar cómo los reclamos de verdades están relacionados con 
prácticas y símbolos que producen y regulan la vida en sociedad. 
Como veremos, la construcción del Tercer Mundo por medio de la 
articulación entre conocimiento y poder es esencial para el discurso 
del desarrollo.
Vistas desde muchos espacios del Tercer Mundo, hasta las prác-
ticas sociales y culturales más razonables de Occidente pueden 
parecer bastante peculiares, incluso extrañas. Ello no obsta para 
que todavía hoy en día, la mayoría de la gente de Occidente (y de 
muchos lugares del Tercer Mundo) tenga grandes dificultades para 
pensar en la gente y las situaciones del Tercer Mundo en términos 
diferentes a los que proporciona el discurso del desarrollo. Térmi-
nos comola sobrepoblación, la amenaza permanente de hambruna, 
la pobreza, el analfabetismo y similares operan como significantes 
más comunes, ya de por sí estereotipados y cargados con significa-
dos del desarrollo. Las imágenes del Tercer Mundo que aparecen en 
los medios masivos constituyen el ejemplo más claro de las repre-
sentaciones desarrollistas. Estas imágenes se niegan a desapare-
cer. Por ello es necesario examinar el desarrollo en relación con las 
experiencias modernas de conocer, ver, cuantificar, economizar y 
otras por el estilo.
La deconstrucción del desarrollo
El análisis discursivo del desarrollo comenzó a finales de los 
años ochenta y es muy probable que continúe en los noventa, acom-
pañado de intentos por articular regímenes alternativos de repre-
sentación y práctica. Sin embargo, pocos trabajos, han encarado la 
deconstrucción del discurso del desarrollo.7
El reciente libro de James Ferguson sobre el desarrollo en 
7 Escobar (1984, 1988); Mueller (1987b); Dubois (1990); Parajuli (1991) 
presentan artículos extensos sobre el análisis del discurso del desarrollo.
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
34
Lesotho (1990) es un ejemplo sofisticado del enfoque deconstruc-
cionista. En él, Ferguson ofrece un análisis profundo de los progra-
mas de desarrollo rural implementados en ese país bajo el patroci-
nio del Banco Mundial. El fortalecimiento del Estado, la reestruc-
turación de las relaciones sociales rurales, la profundización de las 
influencias modernizadoras occidentales y la despolitización de los 
problemas son algunos de los efectos más importantes de la organi-
zación del desarrollo rural en Lesotho, a pesar del aparente fracaso 
de los programas en términos de sus objetivos establecidos. Es en 
dichos efectos, concluye Ferguson, que debe evaluarse la producti-
vidad del aparato del desarrollo.
Otro enfoque deconstructivista (Sachs, ed., 1992) analiza los 
conceptos centrales (o “palabras clave”) del discurso del desarro-
llo, tales como mercado, planeación, población, medio ambiente, 
producción, igualdad, participación, necesidades y pobreza. Luego 
de seguirle la pista brevemente al origen de cada uno de estos 
conceptos en la civilización europea, cada capítulo examina los 
usos y la transformación del concepto en el discurso del desarrollo 
desde la década del cincuenta hasta el presente. La intención del 
libro es poner de manifiesto el carácter arbitrario de los conceptos, 
su especificidad cultural e histórica, y los peligros que su uso repre-
senta en el contexto del Tercer Mundo.8
Un proyecto colectivo análogo se ha concebido con un enfo-
que de “sistemas de conocimiento”. Este grupo opina que las cultu-
ras no se caracterizan solo por sus normas y valores, sino también 
por sus maneras de conocer. El desarrollo se ha basado exclusi-
vamente en un sistema de conocimiento, es decir, el correspon-
diente al Occidente moderno. La predominancia de este sistema 
de conocimiento ha dictaminado el marginamiento y descalifica-
ción de los sistemas de conocimiento no occidentales. En estos últi-
mos, concluyen los autores, los investigadores y activistas podrían 
8 El grupo responsable de este “diccionario de palabras tóxicas” en el 
discurso del desarrollo incluye a Iván Illich, Wolfgang Sachs, Bárbara 
Duden, Ashis Nandy, Vandana Shiva, Majid Rahnema, Gustavo Esteva 
y a este autor, entre otros.
35
Capítulo I
encontrar racionalidades alternativas para orientar la acción social 
con criterio diferente a formas de pensamiento economicistas y 
reduccionistas.9
En los años setenta, se descubrió que las mujeres habían sido 
ignoradas por las intervenciones del desarrollo. Tal “descubri-
miento” trajo como resultado desde finales de los años setenta, la 
aparición de un novedoso enfoque, “mujer en el desarrollo” (MYD), 
el cual ha sido estudiado como régimen de representación por 
varias investigadoras feministas, entre las cuales se destacan Adele 
Mueller (1986, 1987a, 1991) y Chandra Mohanty. En el centro de 
estos trabajos se halla un análisis profundo de las prácticas de las 
instituciones dominantes del desarrollo en la creación y adminis-
tración de sus poblaciones-cliente. Para comprender el funciona-
miento del desarrollo como discurso se requiere contribuciones 
analíticas similares en campos específicos del desarrollo y segura-
mente continuarán apareciendo.10
Un grupo de antropólogos suecos trabaja sobre cómo los 
conceptos de “desarrollo” y “modernidad” se usan, interpretan, 
cuestionan o reproducen en diversos contextos sociales de distin-
tos lugares del mundo. Esta investigación muestra una constela-
ción completa de usos, modos de operación y efectos locales asocia-
dos a los conceptos. Trátese de una aldea de Papúa Nueva Guinea 
o de pequeños poblados de Kenya o Etiopía, las versiones locales 
del desarrollo y la modernidad se formulan siguiendo procesos 
complejos que incluyen prácticas culturales tradicionales, historias 
9 El grupo, congregado bajo el patrocinio del United Nations World Insti-
tute for Development Economics Research (wider), y encabezado por 
Stephen Marglin y Frédérique Apffel Marglin, se ha reunido durante 
varios años, e incluye a algunas de las personas mencionadas en la nota 
anterior. Ya se publicaron dos volúmenes como resultado del proyecto 
(Marglin y Apffel Marglin, 1990 y 1994).
10 Está en proceso de compilación, una selección de discursos sobre el 
desarrollo a cargo de Jonathan Crush (Queens University, Canadá). 
Incluye análisis de “lenguajes del desarrollo” (Crush, ed. 1994). 
Análisis de discursos de campos del desarrollo es el tema del proyecto 
“Development and Social Science Knowledge”, patrocinado por Social 
Science Research Council (SSRC) y coordinado por Frederich Cooper 
(Universidad de Michigan) y Randall Packard (Tufts University).
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
36
del pasado colonialista, y la ubicación contemporánea dentro de 
la economía global de bienes y símbolos (Dahl y Rabo, eds., 1992). 
Estas etnografías locales del desarrollo y la modernidad también 
son estudiados por Pigg (1992) en su trabajo acerca de la introduc-
ción de prácticas de salud en Nepal. En el próximo capítulo habla-
remos más al respecto.
Por último, es importante mencionar algunos trabajos que se 
refieren al rol de las disciplinas convencionales dentro del discurso 
del desarrollo. Irene Gendzier (1985) examina el papel que desem-
peñó la ciencia política en la conformación de las teorías de la 
modernización, en particular en los años cincuenta, y su relación 
con asuntos importantes de ese entonces, como la seguridad nacio-
nal y los imperativos económicos. También dentro de la ciencia 
política, Kathryn Sikkink (1992) estudió recientemente la apari-
ción del desarrollismo en Brasil y Argentina durante las décadas 
del cincuenta y el sesenta. Su principal interés es el rol de las ideas 
en la adopción, implementación y consolidación del desarrollismo 
como modelo de desarrollo económico.11
El chileno Pedro Morandé (1984) analiza cómo la adopción y el 
predominio de la sociología norteamericana de los años cincuenta 
y sesenta en Latinoamérica preparó la escena para una concepción 
puramente funcional del desarrollo, concebido como la transforma-
ción de una sociedad “tradicional” en una “moderna”, desprovista 
por completo de consideraciones culturales. Kate Manzo (1991) 
11 Sikkink diferencia correctamente su método institucional-interpreta-
tivo de los enfoques de “discurso y poder”, aunque su caracterización de 
estos últimos refleja solamente la formulación inicial del enfoque 
discursivo. Mi propia opinión es que ambos métodos –la historia de las 
ideas y el estudio de las formaciones discursivas– no son incompatibles. 
Mientras que el primero presta atención a las dinámicas internas de la 
generación social de las ideas en formas que el segundo método no toma 
en cuenta (dando con ello la impresión, por así decirlo, de que los mode-
los de desarrollo son solamente “impuestos”al Tercer Mundo y no, como 
realmente sucede, producidos también desde su interior), la historia de 
las ideas tiende a ignorar los efectos sistemáticos de la producción del 
discurso, el cual estructura de modo importante lo que considera como 
“ideas”. Sobre la diferenciación entre la historia de las ideas y la historia 
de los discursos, véase a Foucault, 1972: 135-198; 1991b.
37
Capítulo I
presenta un caso similar en su análisis de las deficiencias de los 
enfoques modernistas del desarrollo, como la teoría de la depen-
dencia, y en su llamado a prestar atención a alternativas “contramo-
dernistas” basadas en las prácticas de actores populares del Tercer 
Mundo. Nuestro estudio también aboga por el retorno a la cultura, 
en particular a las locales, en el análisis crítico del desarrollo.
Como lo demuestra esta breve reseña, existe un número 
pequeño pero relativamente coherente de trabajos que contribu-
yen a articular una crítica discursiva del desarrollo. Este trabajo 
presenta el enfoque más general al respecto; intenta presentar 
una panorámica general de la construcción histórica del “desa-
rrollo” y el “Tercer Mundo” como un todo, y muestra el mecanismo 
de funcionamiento del discurso para un caso particular. El propó-
sito del análisis es contribuir a liberar el campo discursivo para 
que la tarea de imaginar alternativas pueda comenzar (o, para que 
los investigadores las perciban bajo otra óptica). Las etnografías 
locales ya mencionadas brindan elementos útiles para ello. En la 
conclusión, ampliamos los análisis de dichos trabajos e intentamos 
elaborar una visión de “lo alternativo” como problema de investiga-
ción y como hecho social.
La antropología y el encuentro del desarrollo
En su conocida compilación acerca de la relación entre antro-
pología y colonialismo, Anthopology and the Colonial Encounter 
(1973), Talal Asad planteó el interrogante de si no seguía existiendo 
“una extraña reticencia en la mayoría de los antropólogos sociales a 
tomar en serio la estructura de poder dentro de la cual se ha estruc-
turado su disciplina” (pág. 5), es decir, toda la problemática del colo-
nialismo y el neocolonialismo, su economía política y sus institu-
ciones. ¿No posibilita el desarrollo hoy en día, como en su época 
lo hiciera el colonialismo, “el tipo de intimidad humana que sirve 
de base al trabajo de campo antropológico, y que dicha intimidad 
siga teniendo un cariz unilateral y provisional” (pág. 17), aunque 
los sujetos contemporáneos se resistan y respondan? Además, si 
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
38
durante el período colonial “la tendencia general de la compren-
sión antropológica no constituía un reto esencial ante el mundo 
desigual representado por el sistema colonial” (pág. 18), ¿no es este 
también el caso del “sistema de desarrollo”? En síntesis, ¿no pode-
mos hablar con igual propiedad de “la antropología y el encuentro 
del desarrollo”?
Por lo general resulta cierto que en su conjunto la antropología 
no ha encarado en forma explícita el hecho de que su práctica se 
desarrolla en el marco del encuentro entre naciones ricas y pobres, 
establecido por el discurso del desarrollo de la segunda posguerra. 
Aunque algunos antropólogos se han opuesto a las intervencio-
nes del desarrollo, en particular en representación de los pueblos 
indígenas,12 un número igualmente apreciable ha estado compro-
metido con organizaciones de desarrollo como el Banco Mundial 
y la Agencia Internacional para el Desarrollo, de Estados Unidos. 
Este nexo problemático fue muy notable en la década 1975-1985, 
y ha sido estudiado en otro trabajo (Escobar, 1991). Como bien lo 
señala Stacey Leigh Pigg (1992), la mayoría de los antropólogos ha 
estado dentro del desarrollo, como antropólogos aplicados, o fuera 
de él, decididamente a favor de lo autóctono y del punto de vista del 
“nativo”. Con ello, desconocen los modos en que opera el desarrollo 
como escenario del enfrentamiento cultural y la construcción de la 
identidad. Sin embargo, algunos pocos antropólogos, han estudiado 
las formas y los procesos de resistencia ante las intervenciones del 
desarrollo (Taussig, 1980; Fals Borda 1984; Scott, 1985; Ong, 1987; 
véase también Comaroff, 1985; véase acerca de la resistencia en el 
contexto colonial, Comaroff y Comaroff, 1991).
La ausencia de los antropólogos en las discusiones sobre el 
desarrollo como régimen de representación es lamentable porque, 
12 Este también es el caso de la organización Cultural Survival, por ejem-
plo, y su antropología en nombre de los pueblos indígenas (Maybury-
Lewis, 1985). Su trabajo recicla algunas concepciones problemáticas de 
la antropología, como su pretensión de hablar a nombre de “los nativos” 
(Escobar, 1991). Véase también en Price (1989) un ejemplo de antropó-
logos que se opusieron a un proyecto del Banco Mundial en defensa de 
poblaciones indígenas.
39
Capítulo I
si bien es cierto que muchos aspectos del colonialismo ya han sido 
superados, no por ello las representaciones del Tercer Mundo a 
través del desarrollo son menos incisivas y efectivas que sus homó-
logas coloniales y tal vez lo sean más. También resulta inquietante, 
como lo señala Said, que “existe una ausencia casi total de referen-
cias a la intervención imperial estadounidense como factor que 
influye en la discusión teórica” en la bibliografía antropológica 
reciente (1989: 214; véase también Friedman, 1987; Ulin, 1991). 
Dicha intervención imperial sucede a muchos niveles –económico, 
militar, político, cultural– que integran el tejido de las representa-
ciones del desarrollo. También resulta inquietante, como lo continúa 
afirmando Said, la falta de atención de los académicos occidentales 
a la abundante y comprometida bibliografía de autores del Tercer 
Mundo sobre colonialismo, la historia, la tradición y la dominación, 
y, podríamos añadir aquí, del desarrollo. Cada vez aumentan más 
las voces del Tercer Mundo que piden el desmonte del discurso del 
desarrollo.
Como lo sugiere Strathern (1988: 4) los profundos cambios 
experimentados por la antropología durante los años ochenta 
abrieron la posibilidad de examinar la manera en que está ligada 
a “modos occidentales de crear el mundo”, y quizás a otras formas 
posibles de representar los intereses de los pueblos del Tercer 
Mundo. Tal examen crítico de las prácticas antropológicas llevó a 
la conclusión de que “ya nadie puede escribir sobre otros como si 
se tratara de textos u objetos aislados”. Se insinuó entonces una 
nueva tarea: buscar “maneras más sutiles y concretas de escribir y 
leer otras culturas… nuevas concepciones de la cultura como hecho 
histórico e interactivo” (Clifford, 1986: 25). Dentro de este contexto, 
la innovación en la escritura antropológica era vista como “un enfo-
que de la [etnografía] hacia una sensibilidad política e histórica sin 
precedentes, transformando así la forma en que es representada la 
diversidad cultural” (Marcus y Fisher, 1986: 16).
Esta re-imaginación de la antropología, emprendida a media-
dos de los años ochenta se ha convertido en objeto de críticas, 
opiniones y alcances diversos, por parte de académicos y feministas 
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
40
del Tercer Mundo, “antiposmodernistas”, economistas políticos 
y otros. Algunas de estas críticas son más objetivas y constructi-
vas que otras, y no viene al caso analizarlas aquí.13 Hasta ahora, “el 
momento experimental” de los años ochenta ha sido fructífero y 
se ha puesto en práctica con relativa frecuencia. Sin embargo, el 
proceso de re-imaginar la antropología está en proceso y deberá 
profundizarse, tal vez llevando los debates a otros campos y en 
otras direcciones. La antropología, se arguye actualmente, tiene 
que “volver a entrar” en el mundo real, luego del auge de la crítica 
textualista de los años ochenta. Para lograrlo, debe volver a histo-
riografiar su propia práctica y reconocer que esta se halla deter-
minada por muchas fuerzas externas al controldel etnógrafo. Más 
aún, debe estar dispuesta a someter a un escrutinio más radical sus 
nociones más preciadas, como etnografía, ciencia y cultura (Fox, 
ed., 1991).
El llamado de Strathern para que tal cuestionamiento se 
adelante en el contexto de las prácticas de las ciencias sociales occi-
dentales y de su “adhesión a ciertos intereses en la descripción de la 
vida social” reviste importancia fundamental. En el centro de estos 
debates dentro de las ciencias sociales se encuentran los límites 
que existen para el proyecto occidental de deconstrucción y auto-
crítica. Cada vez es más evidente, al menos para los que luchan por 
diversas formas para ser oídos, que el proceso de deconstrucción 
y desmantelamiento deberá estar acompañado por otro análogo 
destinado a construir nuevos modos de ver y de actuar. Sobra decir 
que este aspecto es decisivo para las discusiones sobre el desarro-
llo, porque lo que está en juego es la supervivencia de los pueblos. 
Mohanty (1991a) insiste en que ambos proyectos, la deconstruc-
ción y la reconstrucción, deben ser simultáneos. Como discuto en el 
capítulo final, el proyecto simultáneo podría enfocarse estratégica-
mente en la acción colectiva de los movimientos sociales; estos no 
solo luchan por “bienes y servicios” sino por la definición misma de 
13 Véase, por ejemplo, Ulin (1991); Sutton (1991); Hooks (1990); Said (1989); 
Trinh (1989); Mascia-Lees, Sharpe y Cohen (1989); Gordon (1988, 1991); 
Friedman (1987).
41
Capítulo I
la vida, la economía, la naturaleza y la sociedad. Se trata, en síntesis, 
de luchas culturales.
Como Bhabha nos lo pide reconocer, la deconstrucción y otros 
tipos de crítica no conducen automáticamente a una “lectura no 
problemática de otros sistemas discursivos y culturales”. Tales 
críticas podrían ser necesarias para combatir el etnocentrismo, 
“pero no pueden, por sí mismas, sin ser reconstruidas, representar 
la alteridad” (Bhabha, 1990: 75). Más aún, en dichas críticas existe la 
tendencia a presentarla en términos de los límites del logocentrismo 
occidental, negando así la diferencia real ligada a un tipo de otre-
dad cultural que se encuentra “implicada en condiciones históricas 
y discursivas específicas, requiriendo prácticas de lectura diferen-
tes” (Bhabha, 1990: 73). En América Latina existe una insistencia 
parecida respecto de que las propuestas del posmodernismo, para 
ser fructíferas en el continente, deberán evidenciar su compromiso 
con la justicia y la construcción de órdenes sociales alternativos.14
Tales correctivos del Tercer Mundo indican la necesidad de 
interrogantes y estrategias alternativas para la construcción de 
discursos anticolonialistas (y la “reconstrucción” de las socieda-
des del Tercer Mundo en/a través de representaciones que puedan 
devenir en prácticas alternativas). Al cuestionar las limitaciones de 
la autocrítica occidental, como se hace en gran parte de la teoría 
contemporánea, permiten ver la “insurrección discursiva” de la 
gente del Tercer Mundo, propuesta por Mudimbe en relación con 
la “soberanía del mismo pensamiento europeo del cual deseamos 
liberarnos” (citado en Diawara, 1990: 79).
La necesaria liberación de la antropología del espacio delimi-
tado por el encuentro del desarrollo (y, más generalmente, la moder-
nidad), a ser lograda mediante el examen profundo de las formas 
como se ha visto implicada en él, constituye un paso importante 
14 Las discusiones acerca de la modernidad y la posmodernidad en 
América Latina se están convirtiendo en uno de los puntos principales 
de la investigación y la acción política. Véase Calderón ed. (1988); 
Quijano (1988, 1990); García Canclini (1990); Sarlo (1991); Yúdice, 
Franco y Flores (1992). Para una reseña de los anteriores, véase a 
Montaldo (1991).
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
42
hacia el logro de regímenes de representación más autónomos a 
tal punto que podría motivar a los antropólogos y a otros científicos 
para explorar las estrategias de las gentes del Tercer Mundo en su 
intento por dar significado y transformar su realidad a través de la 
práctica política colectiva. Este reto podría brindar caminos hacia la 
radicalización de la acción de re-imaginar la antropología, empren-
dida con entusiasmo durante los años ochenta.
Panorámica del libro
El siguiente capítulo estudia el surgimiento y consolidación del 
discurso y la estrategia del desarrollo en los albores del período de 
la segunda posguerra, como resultado de la problematización de 
la pobreza que tuvo lugar en esos años. Presenta las condiciones 
históricas que permitieron dicho proceso, identificando los princi-
pales mecanismos de la organización del desarrollo, especialmente 
la profesionalización de su conocimiento y la institucionalización 
de sus prácticas. Un aspecto importante de este capítulo es que 
ilustra la naturaleza y dinámica del discurso, su arqueología y sus 
modos de operación. Uno de los puntos centrales de este aspecto 
es la identificación del conjunto básico de elementos y relacio-
nes que brindan cohesión al discurso. Para hablar del desarrollo, 
deben obedecerse ciertas reglas de expresión que se originan en 
su sistema básico de categorías y relaciones, el cual define la visión 
hegemónica del desarrollo, visión que penetra cada vez más y 
transforma el tejido económico, social y cultural de las ciudades y 
pueblos del Tercer Mundo, a pesar de que los lenguajes del desa-
rrollo se adapten y reconstruyan incesantemente en el nivel local.
El capítulo tercero trata de presentar una crítica cultural de la 
economía analizando el componente más influyente en el campo 
del desarrollo: el discurso de la economía del desarrollo. Para 
entenderlo, deben analizarse las condiciones de su aparición; cómo 
surgió, erigido alrededor de la economía occidental existente y de la 
doctrina económica por ella generada (teorías clásica, neoclásica, 
keynesiana y del crecimiento económico); cómo los economistas 
43
Capítulo I
del desarrollo construyeron la “economía subdesarrollada”, incor-
porando a sus teorías las características de la sociedad capitalista 
avanzada y de su cultura; la economía política de la economía capi-
talista mundial ligada a su construcción; y, por último, las prácti-
cas de planificación que surgieron con la economía del desarrollo, 
convirtiéndose en poderosas propulsoras de la producción y admi-
nistración del desarrollo. Desde este espacio privilegiado, la econo-
mía impregnó toda la práctica del desarrollo. Como lo muestra la 
última parte del capítulo, no existen indicios de que los economistas 
hayan considerado la posibilidad de redefinir sus dogmas y formas 
de análisis, aunque se encuentran señales esperanzadoras en algu-
nos trabajos recientes de la antropología económica. La noción 
de “comunidades de modeladores” (Gudeman y Rivera, 1990) se 
examina como alternativa para la construcción de una política 
cultural que encare políticamente, y ojalá neutralice en parte, al 
discurso económico dominante.
Los capítulos cuarto y quinto intentan mostrar en detalle el 
funcionamiento del desarrollo. El objetivo del primero es mostrar 
cómo un conjunto de técnicas racionales –de planeación, medición 
y evaluación, conocimientos profesionales, y prácticas instituciona-
les y similares– organiza la producción de formas de conocimiento y 
tipos de poder, relacionándolos entre sí, en la construcción y el trata-
miento de un problema específico: la desnutrición y el hambre. El 
capítulo examina el nacimiento, auge y declinación de un conjunto de 
disciplinas (formas de conocimiento) y estrategias en los campos de 
la nutrición, la salud y el desarrollo rural. Esbozadas inicialmente a 
comienzos de los años setenta por un puñado de expertos provenien-
tes de universidades norteamericanas e inglesas, del Banco Mundial 
y de las Naciones Unidas, las estrategias de planificación alimentaria 
y nutricional y de desarrollo rural integrado trajeron como resultado 
la implementación durante las décadasdel setenta y del ochenta, de 
programas masivos en países del Tercer Mundo, financiados princi-
palmente por el Banco Mundial y los gobiernos del Tercer Mundo. Un 
estudio de caso de dichos planes en Colombia, basado en el trabajo 
de campo de este autor con un grupo de planificadores a cargo de su 
La invención del Tercer Mundo///Arturo Escobar
44
diseño e implementación, se presenta como ejemplo del funciona-
miento del aparato del desarrollo. Al prestar atención a la economía 
política de la alimentación y el hambre y a los esquemas discursivos 
a ella ligados, este capítulo y el próximo contribuyen al desarrollo de 
una economía política de corte posestructuralista.
El capítulo quinto amplía el análisis de los capítulos previos 
centrándose en los regímenes de representación que subyacen a los 
esquemas sobre las mujeres, los campesinos y el medio ambiente. El 
capítulo pone en evidencia, en particular, los nexos entre la repre-
sentación y el poder que entran en juego en las prácticas del Banco 
Mundial, institución que se presenta como arquetipo del discurso del 
desarrollo. Se prestó especial atención a las representaciones sobre 
los campesinos, las mujeres y el medio ambiente que aparecen en 
la bibliografía reciente sobre el desarrollo, y a las contradicciones y 
posibilidades inherentes a las tareas del “desarrollo rural integrado”, 
“la incorporación de las mujeres al desarrollo” y el “desarrollo soste-
nible”. La economía de visibilidades producida por las representa-
ciones utilizadas por los planificadores y los expertos en el diseño 
y ejecución de sus programas se analiza en detalle para mostrar la 
conexión entre la creación de visibilidades en el discurso, particu-
larmente a través de las técnicas visuales modernas, y el ejercicio 
del poder. Este capítulo también contribuye a teorizar la cuestión del 
cambio discursivo y la transformación explicando cómo los discursos 
acerca de los campesinos, las mujeres y el ambiente surgen y funcio-
nan en el marco global del desarrollo. 
El capítulo final aborda la cuestión de la transformación del 
régimen de representación del desarrollo y la elaboración de alter-
nativas. Se analiza y evalúa el llamado de un número creciente de 
voces del Primer y Tercer Mundo a declarar “el fin del desarrollo”. 
De igual modo, se utilizará la reciente teorización, en la ciencia 
social latinoamericana, de la construcción de “culturas híbridas” 
como mecanismo de afirmación cultural ante la crisis de la moder-
nidad, como base para la visualización de “alternativas”, como 
problema de investigación y como práctica social. Se afirmará que 
más que buscar grandes modelos o estrategias alternativas, lo que 
45
Capítulo I
se requiere es investigar las representaciones y prácticas alternati-
vas que pudieran existir en escenarios locales concretos, en parti-
cular en el marco de la acción colectiva y la movilización política. La 
propuesta se desarrollará en el contexto específico de la nueva fase 
del “capital ecológico” y las luchas por la biodiversidad mundial. 
Tales luchas –entre el capital global y los intereses de la biotecnolo-
gía, de una parte, y las comunidades locales, de la otra– constituyen 
el estado más avanzado para la negociación de los significados del 
desarrollo y el posdesarrollo. El hecho de que las luchas involucren 
generalmente a minorías culturales de las regiones tropicales del 
planeta plantea inquietudes sin precedentes acerca del diseño de 
los órdenes sociales, la tecnología, la naturaleza, y la vida misma.
Que el análisis, finalmente, se lleve a cabo en términos de “fábu-
las” o “relatos” no indica que estas sean meras “ficciones”. Como lo 
expresa Donna Haraway en su análisis de las narraciones de la biolo-
gía (1989a, 1991), la narrativa no es ficción ni se opone a los “hechos”. 
La narrativa constituye, de hecho, la urdimbre histórica compuesta 
de hecho y de ficción. Aun los campos científicos más neutrales son 
en este sentido narraciones. Tratar la ciencia como narración, insiste 
Haraway, no es demeritarla. Por el contrario, es tratarla con la mayor 
seriedad, sin sucumbir a su mistificación como la única “verdad” ni 
someterla al escepticismo irónico común a tantas críticas. Los discur-
sos de la ciencia y de los expertos, tales como el discurso del desarro-
llo, producen verdades poderosas, maneras de crear el mundo y de 
intervenir en él, incluyéndonos también a nosotros; son ejemplos de 
“espacios donde se reinventan constantemente los mundos posibles 
en la lucha por mundos concretos y reales” (Haraway, 1989a: 5). Las 
narraciones, igual que las fábulas que aparecen en este libro, están 
siempre inmersas en la historia y carecen de inocencia; que logremos 
desmantelar el desarrollo e incluso despedirnos del Tercer Mundo 
dependerá por igual de la invención social de nuevas narrativas, y de 
nuevos modos de pensar y de obrar.15
15 A lo largo del libro, me refiero a un país, Colombia, y a un área proble-
mática, la desnutrición y el hambre. Esto debería ubicar al lector en los 
aspectos materiales y geopolíticos del desarrollo.

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