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PONTALIS ARMANDO VERDIGLIONE Y OTROS Fantasía originaria, fantasía de los orígenes, orígenes de la fantasía Psicoanálisis y semiótica LA CRISIS DE LA ADOLESCENCIA por O. Mannoni, A. Deluz, B. Gibello y J. Hébrard geqi~ei Título del original en francés: La crise d'Adolescence © DenoeI, París, 1984 Traducción: Alberto L. Bixio Ilustración de cubierta: Carlos Niue Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © Editorial Gedisa, S.A. Avda. Tibidabo, 12, 3º 08022 Barcelona, España Tel. 93 253 09 04 Fax 93 253 09 05 gedisa@gedisa.com www.gedisa.com ISBN: 84-7432-237-5 Impreso en Argentina Printed in Argentina Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma. INDICE Presentación, por Maud Mannoni . . . . . . . . . . . . . . .... l. El campo psicoanalítico . . .................... . ¿Es "analizable" la adolescencia? por Octave Mannoni . ..................... . Discusión ............................. . Mesas redondas y actas . . . . . . . . . . . . . . ...... . 1. ¿Por qué la esquizofrenia se declara al final de la adolescencia? ..................... . 2. La noción de "crisis". Desciframiento y tratamiento ....................... . 3. Pedagogía y/o psicoterapia ............... . 4. Trayectorias de adolescentes en la institución y fuera de ella ......................... . 5. El adolescente y la familia. . . . . . . . . . . . . . .. . 6. Reflexiones sobre el paso al acto en el adolescente y en la psicosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7. La anorexia y sus aspectos paradójicos. . ...... . 8. Fenómeno especular y contratransferencia en la problemática de la toxicomanía . . . . . . . . . . . IL El campo medicopedagógico . . . . . . . . . . . . . . . . . .. Consideraciones sobre la psicopatología de la inteligencia por Bernard Gibe/lo . . . . . . . ..... . Discusión .............. .......... ..... . 111. El campo de la historia y de la antropología ........ . Versión de la comunicación de lean Hébrard .. .. . . Comunicación de Ariane Deluz . .. ........... . Discusión ........................... . . . 9 15 17 31 41 43 48 53 57 61 65 70 71 75 77 93 125 127 134 145 Presentación Maud Mannoni Este libro reúne lo esencial de los trabajos de dos Jornadas de estudios1 dedicadas a la crisis de la adolescencia. Participaron en ellas analistas e intelectuales procedentes de diversos horizontes. Se intentó llevar a cabo una incursión fuera de las fronteras del psicoanálisis en la que se enfrentaron psiquiatras con lógicos y docentes, analistas con historiadores y antropólogos. Se siguieron debates a veces vivos pero de rara calidad. La adolescencia, como se sabe, es un concepto relativamente reciente. El concepto mismo de adolescencia nació en Occidente. En las sociedades no evolutivas (como lo muestra Ariane De luz), el paso de la niñez al estado adulto está más claramente marcado que entre nosotros. El paso se realiza a través de la dolorosa prueba de iniciación. Los modelos de iniciación son diferentes según las socie- dades, pero todos sirven a la integración social del sujeto en el mundo de los adultos. El individuo adquiere un nombre y aprende lo que se debe saber de Jos valores de la sociedad en la cual tiene reservado un lugar. El tiempo del paso de la niñez a estado adulto puede durar, nos dice Ariane De luz, de quince a cuarenta años. Algunos renuncian a exponerse a la prueba de iniciación, entonces se marginan y se convierten en "ceros sociales". Este acompañamiento de los adultos en Ja aventura cultural de los adolescentes falta en nuestro tipo de sociedad occidental. El único modelo de paso de la niñez a la condición de adulto que se ofrece a los niños es el modelo escolar. Pero, paradójicamente, en la escuela los niños no saben en qué se los inicia. Nunca se les explica claramente el sentido de las pruebas. El adolescente llega a la edad 1 Jornadas organizadas por el Centro de Formación y de Investigaciones Psioanalíticas. 9 adulta sin garantía alguna en cuanto al Jugar que habrá de ocupar entre los mayores y entre sus pares. Algunos jóvenes adultos sólo entrevén hoy el futuro desde el punto de vista inquietante del desempleo. La condición de "ser asistido toda la vida" se manifies- ta entonces para muchos como la solución menos mala (que perpe- túa una dependencia infantil, ya que el estado releva a los padres). El hecho de que el joven adulto tenga que "conquistar" su lugar y su independencia en el mundo de los adultos forma parte del juego implícito de la sociedad. Corresponde que cada uno de los niños, una vez salido de la adolescencia, haga este descubrimiento, a me- nudo a sus expensas. Jean Hébrard se interesó en la aventura individual de unos adolescentes que, en la Francia del siglo XVIII y en la del siglo XIX, pasaron de una cultura popular a una cultura ilustrada; y este autor se interrogó sobre la significación de semejante desplazamiento en el campo cultural (en el criso de los adolescentes "autodidactos"). A través de las historias de casos, Jean Hébrard nos hace cono- cer de manera conmovedora los diferentes destinos de estos peque- fios autodidactos que pudieron beneficiarse o no en un momento decisivo de su marcha con la presencia de un "acompañante" en sus lecturas (en las personas del cura y del maestro). Leer al abrigo del delirio es aprender a convertirse en creador del texto que se lee. La producción del sentido de un texto obedece a leyes. Cuando se lle- ga a los libros por decisión forzada, nada, en efecto, garantiza al sujeto que la lectura sea verdadera. Nos dice Jean Hébrard que así pueden distinguirse dos tipos de alfabetización: uno mantiene al sujeto en su estado cultural pri- mero, el otro permite el paso del sujeto a la cultura de adopción. Si el cuestionamiento permite al adolescente desarraigarse de su cultu- ra primera, parece natural que la cultura de adopción deba ser ense- guida aceptada tal cual es. Lo que a partir de entonces hará que el desplazamiento cultural sea irreversible es el tránsito a la escritura en la cual el adolescente (o el joven adulto) se inscribe en las for- mas estereotipadas de la cultura de adopción. La conquista intelec- tual se realiza en la mayor parte de los casos con un fondo de cen- sura, de ascetismo y de repudio (en sujetos que sin embargo fueron sexuahnente muy despiertos antes de los seis afias). A través de esas biografías Jean Hébrard nos hace com- prender cómo la adolescencia pudo constituir para algunos el mo- mento excepcional de la conquista de un saber arrebatado, "roba- 10 do", a los demás (esta conquista se realiza partiendode fugas y de rupturas con los primeros vínculos afectivos familiares). Dos siglos después nos vemos frente, no a adolescentes "ham- brientos" de alimento intelectual, sino a adolescentes que son "es- colares anoréxicos" y que se encuentran en dificultades dentro de las estructuras tradicionales tanto escolares como médico-asisten- ciales. Esas "estructuras" están lejos de tener siempre una vocación educativa. En su origen fueron creadas para "dar instrucción obliga- toria" a los niños sometidos a la ley de educación escolar, ley que en seguida agregó insidiosamente la obligación de la salud física y mental. Hoy la sociedad espera de los adolescentes que tengan buen rendimiento en el plano de la instrucción. En la mayoría de Jos casos, la familia y la escuela han dimitido en el plano educativo: a los jóvenes no se los prepara para vivir. Se los ins~ruye, pero ya no se los educa. Han desaparecido los valores morales que constituían el fundamento de la creación de las primeras escuelas públicas. No hay "acompafiamiento" de una clase de edad a otra. En nuestros días el saber ya no se "roba"; más bien se lo vomita. Bernard Gibello se esforzó así por mostrar cómo las insufi- ciencias intelectuales provocan fracasos que, según él, son causa de un sentimiento de persecución. Gibello aisló el concepto de desar- monia cognitiva patológica y el concepto de retraso de organiza- ción del razonamiento, fenómenos que se comprueban, nos dice el autor, tanto en las situaciones de carencia cultural como en los casos de psicosis. Bernard Gibello trató luego de establecer en qué se distinguía la desarmonía cognitiva patológica de la pura inhibi- ción neurótica o de los trastornos instrumentales. Patrick Delaroche retomó en seguida este planteo pero preguntándose qué lugar se da al deseo en el sujeto hablante. Los debates que giraron alrededor de Piaget y Longeot pusie- ron de manifiesto los problemas cruciales de nuestro tiempo, no sólo en el plano pedagógico sino también en el plano de la respues- ta médica dada cuando la pedagogía no se deja interrogar. Hoy no es indiferente comprobar que el invento del concepto de adolescencia estuvo inmediatamente acompañado por medidas administrativas, médicas y psicopedagógicas diversas. Y es esta respuesta social lo que el psicoanálisis cuestiona. Freud, nos recuerda Octave Mannoni, fracasó con las adoles- centes cuyo análisis emprendió a solicitud de los padres. Esa solici- ll tud, justificada a los ojos del adulto, no lo estaba a los ojos del ado- lescente (y Freud no cuestionó la decisión parental). Winnicott se había dado cuenta de que el tiempo constituía el mejor remedio para Ja adolescencia. Se esforzaba en acompañar Ja crisis antes que en curarla y descartó la idea de recurrir a las solu- ciones administrativas o institucionales. Winnicott obtuvo Ja mejor de sus inspiraciones de su propia crisis de la adolescencia en cuanto a la manera de hacer frente a las dificultades y a la desazón del ado- lescente y de su familia. Winnicott no examina aisladamente al adolescente, que está situado en un contexto en relación con el adulto, y este autor participa en Jo que ocurre o en lo que se urde en "otro escenario" (el del inconsciente de unos y otros). Winni- cott no permanece pasivo . Estima que el adolescente interroga la psicopatoJogía del adulto y que únicamente Jos escritores que ha- blaron de su propia adolescencia están en condiciones de aportar algún esclarecimiento sobre Jo que comúnmente se llama "crisis", una crisis que es tanto la de los padres como la del adolescente. El adulto cuestionado por el adolescente puede, con un poco de suerte, salir "transfigurado" por los efectos del conflicto, como en un análisis. No sabemos, dice Octave Mannoni, si hay crisis de la adoles- cencia que son el comienzo de una enfennedad mental o si las crisis se convierten en enfennedades mentales sólo porque fueron contra- riadas. La cuestión queda pendiente. Ginette Michaud responde que hay momentos de fractura en la eJJo/ución de un sujeto. Pueden hasta sobrevenir defensas psicóticas nonnales. Si esos mecanismos son interpretados en el único sentido de una evolución psicopato- lógica hacia la psicosis por una mirada nosográjica estrecha, existe el gran peligro de que la dialéctica de los mecanismos de defensa quede bloqueada y se petrifique en una estructura de tipo fronteri- zo o prepsicótico. Los analistas, en sus investigaciones relativas a la psicosis, pu- sieron el acento sobre todo en las cuestiones de diagnóstico (en su afinamiento). Aquí queda incompleta una tarea, pues la práctica puede llegar a plantear nuevas cuestiones a Ja teoría, en tanto que la clínica es demasiado frecuentemente utilizada para confirmar ciertos aspectos de la teoría analítica. Los analistas, al tratar las identificaciones como fenómenos patológicos (y al hacerlas remontar todas al estadio del espejo) han 12 olvidado, nos recuerda Octave Mannoni, que el yo (estructurado como una cebolla) sólo va haciendo capas sucesivas de identifica- ciones. Las viejas identificaciones caen porque otras ocupan su lugar. ¿Qué ocurre con el sujeto? Octave Mannoni continúa dicien- do que se trata de jugar con las identificaciones y esto sólo es posi- ble si el analista no se identifica demasidado con el personaje del analista (pues faltará entonces la dimensión lúdica esencial que hay que conservar en la relación con el adolescente). El analista nada puede hacer con el adolescente si pennanece aferrado al saber serio que el adolescente repudia . . Nos dice Octave Mannoni que el individuo encuentra la curación en lo imaginario al liberarse mediante el juego . Sin embargo el análisis no puede asimi- larse al juego. Pero en el análisis hay que conservar un espacio de fantasía, un espacio que constituye (como lo subrayaba Freud en 1907) la reserva que se forma cuando se pasa del principio del pla- cer al principio de realidad . Lo que se libera, dice Freud, en la prueba de realidad es la fantasía que se encuentra en los juegos de los niños. Sin embargo, Freud puso énfasis en los avatares de las pulsio- nes, allí donde exactamente Winnicott hace intervenir el espacio po- tencial localizado entre el individuo y su ambiente . En ese espacio de juego tienen su origen el juego y el contrajuego de la madre. la parte del juego, hace notar Octave Mannoni, es la condición de la verdad del sujeto. Todas estas cuestiones fueron tomadas y debatidas de manera contradictoria en las mesas redondas (cuyos textos están publicados en este libro). Los debates giraron alrededor de temas que van de la toxicomanía a la psicosis, el paso al acto, el desarrollo de una cura, las soluciones institucionales y extrainstitucionales propuestas por la administración. Este libro no pretende aportar respuestas. Una carencia teóri- ca relativa a la cuestión de las identificaciones (el juego identificato- rio) hace difícil la cuestión referente a la patología de la adoles- cencia. El mérito de la publicación consiste en haber establecido esa carencia y en dejar abiertos los interrogantes en lugar de tratar de cerrarlos con falsas certezas. MAUD MANNONI 13 ¿Es "analizable" la adolescencia? Octave Mannoni Las palabras crisis de la adolescencia son un poco polisémi- cas, como, por lo demás, lo son todas las palabras. Por un lado, se trata de un momento decisivo, un momento en el r:ual el sujeto tie- ne que elegir su orientación. La palabra crisis tiene entonces el sen- tido que exhibe en la medicina clásica: designa el momento en el que la enfem1edad va a decidirse entre la curación o la muerte, el momento en que podrá juzgarse. (Etimológicamente krisis quiere decir juicio). El otro sentido es más corriente : designa un estado agudo, como en la expresión "crisis de nervios". Si se habla de una crisis de la adolescencia puede hacérselo como en el primer senti- do, para designar el momento en que se habrá de decidir el futuro del sujetoo bien, como en el segundo sentido, para designar el mo- mento en que la neurosis más o menos latente del sujeto se declara con cierta violencia o cierta urgencia. No hay por qué insistir mu- cho en esta polisemia. En realidad, no provoca malentendidos. Todas las sociedades son evolutivas pero en mayor o menor medida. En aquellas que evolucionan rápidamente, la adolescencia desempeña cierto papel de manera bastante encubierta: la adoles- cencia influye mucho en lo que se manifiesta como evolución social. Si poseyéramos un buen conocimiento de lo que fueron las crisis de la adolescencia de los hombres que influyeron en su época, ese co- nocimiento nos sería muy útil para comprender los efectos sociales de esas crisis. (Por lo demás, no lo ignoramos todo acerca de las crisis de Baudelaire, Rimbaud y muchos otros. Pero sabemos poco sobre las crisis de aquellos que no hablaron de ellas.) La cuestión es empero muy compleja pues los adultos que no están en una crisis no dejan sin embargo de tener problemas que ciertamente influyen en las crisis de sus hijos adolescentes. Desde 17 un punto de vista analítico comprobaremos que en ese momento los jóvenes eligen nuevos modelos de identificación y que a menu- do no los encuentran. En las sociedades completamente estables esos modelos son evidentes, de modo que por ello las crisis de la adolescencia resultan mucho menos visibles. En todo caso, si es cierto que la adolescencia comienza des- pués de la pubertad y termina cuando el individuo llega a la edad adulta, es menester discernir bien su originalidad. La pubertad es una crisis puramente individual que no plantea ningún probléma social; no se modifica con la situación sociohistórica; la pubertad tiene efectos físicos y psicológicos, pero no pone en tela de juicio lo social, en tanto que la adolescencia ya amenaza con crear un conflicto de generaciones. Semejante conflicto tiene evidentemente sus valores y la ausencia de ese conflicto puede considerarse, más que como una excepción, como una anomalía y, en última instan- cia, un síntoma desfavorable. En la mayor parte de los casos, las perturbaciones de la ado- lescencia oponen el adolescente a los padres, a los adultos, a las autoridades y hasta a la sociedad en general o sólo a la clase social de los padres, con todas las variantes posibles. Cuando es un niño (y no un adolescente) el que presenta trastornos (en el momento de la pubertad, por ejemplo), se lo puede someter a análisis a requeri- miento de los padres pues al proceder así nadie se compromete ni tampoco se compromete el tratamiento. No ocurre lo mismo si se trata de un adolescente y tal vez aquí resida la mayor dificultad. En todo caso, podemos ver claramente en Freud cómo fracasó en los casos de análisis de adolescentes que había emprendido a requeri- miento (y hasta un poco demasiado por cuenta) de los padres. Freud adoptaba con demasiada facilidad una posición paternal. Esto no quiere decir que asumiera la figura del padre en el análisis, pues sabía guardarse muy bien de esto. Pero consideraba la decisión del padre (que en realidad probablemente estuviera justificada, aunque no lo estaba a los ojos del paciente). Y esto es algo que hay que tener en cuenta. Resulta difícil evitar estas dificultades a las que precisamente el propio Freud no pudo escapar, pero en todo caso es necesario verlas y preocuparnos por ellas si queremos compren- der algo y si pretendemos ejercer alguna influencia. Aquí encontra- ría su justa aplicación la fórmula de Lacan: "El analista sólo depen- de de sí mismo", cuando en realidad se la aplica generahnente a cuestiones institucionales completamente ajenas a la clínica. 18 Es raro que un adolescente (aun después de haberse estable- cido la mayoría de edad a los 18 allos) emprenda por sí mismo un análisis sin siquiera dar aviso a sus padres. Sin embargo en mi prác- tica eso se produjo, aunque sólo dos veces. Eran adolescentes que habían abandonado a su familia. Eran mayores según la ley pero se encontraban todavía en plena adolescencia. No gozaban de verda- dera independiencia y, en todo caso, no tenían dinero para poder pagar un análisis, por lo menos, al principio. Son casos que me enseftaron mucho, pero en este tipo de casos mi experiencia es limi- tada; no tengo ideas particulares ni experiencia sobre lo que hay que hacer, sobre la actitud que hay que asumir con un adolescente al que se analiza a solicitud de los padres. Imagino sencillamente que el problema es delicado. No sólo los padres parecen haber dimi- tido de sus funciones propias cuando acuden a un analista, sino que el analista es un traidor ya que parece servir, por dinero, a los inte- reses de los padres. Sé muy bien que estos obstáculos no son insu· perables y que se los supera todos los días. Así y todo hay que se- ñalar su importancia. No disponemos de informes suficientes sobre casos de análisis de adolescentes, dispuestos o no por sus padres. Y los casos que encontramos en Freud son desgradadamente todos ejemplos de fracasos. Por supuesto, nada hay más instructivo que los fracasos pero con la condición de que no se los tome como mo· delos. Verdad es que en Freud encontramos dos ejemplos que no son fracasos: uno es el de Catalina, que figura en los Estudios sobre la histeria, el utro es el de Norbert Hanold. Pero el análisis de Ka- tharina es sólo un encuentro muy breve de vacaciones y ella misma pidió la ayuda de Freud; todo ocurrió en un día. No sabemos lo que ocurrió después. En cuanto a Norbert Hanold -que se curó tan bien y tan agradablemente-, es un personaje de novela, y no fue Freud quien "lo curó", sino que fue Zoe Bartgang, la Gradiva; vol- veré a ocuparme de esta cuestión luego. No es sorprendente que esta situación me haya hecho pensar que sería mejor no buscar demasiado una técnica en Freud. Freud nos dio una teoría irreemplazable, pero no nos ayuda nada en la práctica con los adolescentes. El analista en quien hallaremos algo más utilizable es Winnicott, no Melanie Klein, que se interesaba más bien en los niños y reducía demasiado el trabajo del analista a la interpretación "simbólica". Winnicott aporta ideas originales muy poco consideradas entre nosotros. Por ejemplo, considera la 19 práctica del análisis como algo simple, fácil y al alcance de los principiantes, en tanto que la psicoterapia sólo está al alcance de psicoanalistas ya muy experimentados. Esto es absolutamente evi- dente ... pero todos ustedes saben cómo entre nosotros se ha hecho exactamente lo contrario de esta evidencia hasta el punto de que probablemente sea demasiado tarde para dar marcha atrás . Tan grande es el peso de lo ya instituido ... En todo caso, habría que tranquilizar a los analistas y persuadirlos de que no quedarán des- honrados si en caso de necesidad asumen una actitud psicoterápica, la cual bien puede imponerse en ciertos casos de.adolescentes. Las posibilidades de fracaso son mayores en un análisis estricto. Ahora bien, los fracasos son menos perdonables en el caso de los adoles- centes, porque la adolescencia habrá de normalizarse con el tiempo . El lo que se refiere a las crisis de la adolescencia , Winnicott recuerda justamente este hecho evidente : la adolescencia sólo dura un tiempo y el tiempo es su remedio natural. Pero hay que agregar por cierto que esta crisis entraña riesgos, que con mala suerte pue- de terminar mal y yo estoy persuadido - aunque sea difícil probar- lo- de que cierto número de esquizofrenias son la culminación de crisis de la adolescencia que han sido impedidas, no resueltas. La historia de las enfermedades mentales - disciplina que en general nos falta- mostraría tal vez que la frecuencia de los casos de esqui- zofrenia aumenta a medida que aumenta el carácter evolutivo de la sociedad ... Esos casos eran más raros en las sociedades estables. No se trata de combatir la crisis de la adolescencia, ni de curarla, ni de abreviarla, sino más bien se trata de acompañarlay, si supiéramos cómo, de explotarla para que el sujeto obtenga de ella el mejor partido posible. En todo caso hay que aceptarla. Winnicott observa también que el adolescente no pide tan sólo ser "comprendido", sino que esto va acompañado de una actitud - que es menester res- petar- muy parecida a la intransigencia. Comprender, ser compren- dido, significa practicar o aceptar compromisos o arreglos. El ana- lista tiene razón al practicar aquí la abstención; de otro modo sería el paciente quien rechazara el compromiso. Hay que tener en cuenta la importancia que Winnicott asigna al juego, es decir (dentro de su sistema), a hacer del espacio analíti- co un espacio transicional en el que reinan otros principios que no son el de la realidad. Vemos que Winnicott considera la adolescen- cia como un estado patológico normal (esta alianza de palabras pro- viene de Freud, pero Freud no la aplica a la adolescencia). Por lo 20 demás, la palabra adolescencia no figura en los índices freudianos, salvo en los Estudios sobre la histeria, lugar en que Freud considera la adolescencia vagamente como una especie de repetición de la pubertad. (Verdad es que la lengua alemana no posee un término específico equivalente al francés que designa la adolescencia.) Si la adolescencia es un estado patológico normal, esto es algo que puede explicarse fácilmente . Lo anormal sería escapar a ese estado; eso entrañaría una mutilación, una detención del desarrollo que de- terminaría una forma más o menos visible de debilidad mental. De manera que a los ojos de Winnicott - y quizás a los de todo el mundo, salvo algunos pedantes- se trata de un paso inevitable, pero de un paso que no deja de presentar riesgos. Winnicott da la impresión -aunque no diga nada sobre esto- de que se apoya en el recuerdo que conserva de su propia adolescencia , y tal vez es nece- sario que sea así en todos los casos, de manera consciente o incons- ciente. Quien ha condenado su propia crisis de la adolescencia o quien se avergüenza de ella, si llega a hacerse analista, puede sentirse molesto ante la crisis de adolescencia de su paciente . Cuando Winnicott se aventura a la metapsicología de la ado- lescencia no nos dice nada muy interesante . Es cierto que dispone- mos de pocas luces sobre este tema y lo mejor que podemos encon- trar aquí (aunque no en Winnicott, como veremos) es la cuestión difícil y todavía embrollada de las identificaciones. En cambio, Winnicott al escribir sobre la adolescencia piensa que el yo - en el momento de la adolescencia- debe hacer frente a "un nuevo im- pulso del ello" . Así, la adolescencia sería la repetición o acaso la continuación de la pubertad. Uno puede en efecto encontrar ana- logías, pero ¿qué utilidad pueden prestarnos? Creo que la adoles- cencia no puede en modo alguno explicarse por lo que sabemos de la pubertad, sin contar con que no se ve cuál podría ser la utilidad o la eficacia de una explicación instintual o pulsional en el caso de una crisis de la adolescencia. Es un problema de Dafne o de Cloe y, como se sabe, Longo mostró muy bien cómo resolverlo de una ma- nera que no tiene nada de original. . . Winnicott tiene también razón cuando sefiala los efectos de las carencias del medio familiar. Llevaría demasiado tiempo exami- nar las formas que pueden asumir estas carencias: recurrir a la auto- ridad o bien dimitir, recomendaciones tendenciosas o bien el silen- cio, la seducción y hasta el buen ejemplo - no acabaríamos nunca- y naturalmente también está el mal ejemplo . .. Además, los padres, 21 recordémo~o, parecen dimitir de sus obligaciones si recurren a un terapeuta para su hijo. Los padres pueden criticar el trabajo del psi- coterapeuta y anularlo entre las sesiones, etcétera. Y luego, como son los padres quienes lo contratan y le pagan, el analista puede verse privado de una parte de sus medios. El conflicto del adolescente con su familia es a veces latente, a veces patente, pero siempre está presente aun en los casos bastan- te normales en los que no se ha juzgado necesaria una terapia. Si són los padres quienes hacen intervenir a un analista, éste corre el peligro de verse envuelto en el conflicto si no pone cuidado. Los casos más favorables son aquellos en los que el adolescente puede elegir a un analista independientemente y hasta a espaldas de los padres. Pero estos casos son raros. Ya dijimos que sin embargo a veces se dan al haberse rebajado a los 18 años la mayoría de edad. Los análisis hechos en estas condiciones son particularmente favo- rables. Desde luego, la mayor parte de los análisis de adolescentes se emprenden a solicitud de los padres y sus resultados pueden ser completamente satisfactorios, naturalmente con la condición de que el analista no sea tomado por un aliado de la familia ni por el defensor del adolescente contra la autoridad parental. Winnicott trabajó casi siempre con los padres. Personalmente carezco de ex- periencia en este tipo de análisis, y tal vez haya quedado en mí un resto de mi propia crisis de la adolescencia que fue, digamos, tumul- tuosa y larga; mis padres me dejaron que me desenvolviera solo, con los inconvenientes pero también con las ventajas que eso entrañaba. De manera que no me ocuparé de esta cuestión; sin duda otros esta- rán en condiciones de hablar del asunto. Es una cuestión que hay que tratar pues es importante, sólo que yo no tengo experiencia para hacerlo. Entre las observaciones de Winnicott está la de que el adoles- cente no acepta nunca una solución falsa -o una solución que le parezca falsa-; la frase de Winnicott da a entender que el ingenio de ios padres podría proponer esta clase de componenda. Sabiamente Winnicott piensa que la sociedad debe aceptar las crisis de la adolescencia como un hecho normal, pero va aún más lejos y dice que la sociedad debería guardarse de tratar de remediar- las. Semejante advertencia descarta todas las soluciones administra- tivas o institucionales. La razón de esa advertencia es, según Winni- cott, la de que "la sociedad no es lo bastante sana, es decir, sensata" 22 para que se le pueda tener confianza en este dominio. Y pensándo- lo bien, le doy la razón. No es dejando que las autoridades tomen medidas en favor de los adolescentes -¿y cómo distinguirlas?~ o contra los adolescentes como podrá remediarse algo. Bien se advier- te que Winnicott debe su inspiración al recuerdo de su propia crisis de la adolescencia: una cierta oposición a la sociedad, oposición que llegó a ser lo bastante razonable para que él pudiera ver clara- mente en estas cuestiones. Por otro lado, no sabemos muy bien si hay crisis de la adoles- cencia que son ya el comienzo de una enfermedad mental y otras que solamente se convierten en enfermedades mentales porque se las ha contrariado. De todas formas, esta incertidumbre nos invita a la prudencia. Dice Winnicott que nuestro papel es afrontar, lo cual da por sobreentendido que no se trata de soportar pasivamente ni de repri- mir ciegamente. En esta manera de afrontar, Winnicott ve el signo de la salud, tanto en el caso de la sociedad como en el de la familia y el terapeuta, sin que haya necesidad de distinguir. Puede uno preguntarse por qué Freud fracasó en los dos aná- lisis de adolescentes cuyo informe publicó. La respuesta no es difí- cil. Con Dora, Freud quería demostrar que el análisis de los sueños suministraba una técnica eficaz, la cual bastaría para darle los me- dios de interpretar los problemas inconscientes de Dora. A Freud le interesaban más los problemas de su técnica que los de su paciente. Por cierto que los progresos de la teoría dependen de la experiencia clínica y hasta sobre todo del análisis de los fracasos. Pero, por otro lado, este trabajo debe redundar finalmente en beneficio de los pa- cientes. Freud fracasó también en el análisis de la joven de Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina por razones análogas. Lo que le interesaba era el secreto dela homosexualidad y además había hecho suya la solicitud de los padres. Aquellos eran momentos en que se estaba constituyendo el psicoanálisis y desde un punto de vista histórico esos fracasos son esclarecedores. Pero felizmente hoy ya no estamos obligados a subordinar hasta ese pun- to los intereses del paciente a los de la investigación teórica, no porque la teoría esté hoy ya establecida, pues Freud la elaboró para nosotros, sino porque al llevar a cabo el análisis sin preocuparnos de probar una verdad teórica, podemos tener la ocasión de confir- mar, de modificar, de refutar o de inventar proposiciones teóricas. En efecto, no es la teoría lo que causa una dificultad: es la preocu- 23 pación de defender la teoría. Las teorías están" hechas para poder ser refutadas, pues de otra manera serían dogmas que aplicamos ciegamente. Nosotros no nos encontramos en la situación de Freud, que necesitaba tener razón. Winnicott no tiene esa necesidad y en este caso resulta un guía mejor. Podría uno preguntarse por qué esa oposición se manifiesta sobre todo en la adolescencia. Esto debe tener algo que ver con la autoridad, por ejemplo, con la figura del padre en el caso de Dora y también en el otro (el caso de homose- xualidad femenina). En Freud hay un tercer "análisis de adolescente", pero esta vez se trata de un análisis coronado brillantemente por el éxito: en primer lugar el padre no figura. Luego, el paciente es imaginario. Se trata del análisis de Norbert Hanold de la Gradiva. 1 Este análisis de adolescente -por más que no tenga ninguna realidad- no carece de cierto interés. Y aquí también se registra un fracaso: el autor, Jensen, después de haberse sentido halagado por el interés que Freud había manifestado por su novela, se enfureció por las insis- tencias de Freud. También este fracaso nos enseña o confirma algo. La clave del episodio está en que Freud no pudo ocultar que su interés por la novela de Jensen estaba vinculado con la promo- ción de la doctrina analítica. Freud escribió a Jung que el análisis que logró hacer del libro de Jensen "nos permite gozar (de la con- templación) de nuestras riquezas". Pero esa preocupación ya no podía causar ningún inconveniente, puesto que Jensen evidente- mente había escrito su libro sin ninguna mira de ese género. A pe- sar del carácter literario de este análisis de adolescente, vale la pena considerar un poco sus detalles. En ese trabajo Freud repite lo que ya había dicho en los Es- tudios sobre la histeria: que hay una relación entre el psicoanálisis y la literatura. "Los grandes escritores son nuestros verdaderos maestros-porque tienen acceso a fuentes que nos están cerradas". O bien: "No hay que preguntarse si la obra novelística está de acuer- do con la verdad teó.rica. La verdadera cuestión es saber si la teoría resiste ante la obra literaria". Es claro que si a Freud le iriteresa Jensen, ello se debe a que encuentra en este autor una prueba en favor suyo, la prueba de que su teoría es verdadera. De todas maneras, en la Gradiva, Norbert Hanold tiene una suerte completamente excepcional que nosotros no podemos tener 1 Freud, El delirio y los sueños en la "Gradiva" de Jensen. Gallimard/Idées. 24 en nuestros análisis: el personaje es analizado y curado por la perso- na misma a quien había rechazado. En efecto, Zoe Bertgang, que ha ido a verlo a Pompeya y que le devolverá la razón, es precisa- mente la persona a la que Norbert había "rechazado". No puede uno imaginar que esto se produzca en un análisis ordinario, a me- nos que éste sea siempre el caso, gracias a la transferencia .. . pero me parece que esto sería llevar un poco demasiado lejos las cosas .. . Me parece sin embargo que gracias a la transferencia, el analista queda colocado en la posición de alguien que sabe; se s.upone que es alguien que sabe. (Para Lacan ocurre lo inverso: el hecho de que se suponga que el analista sabe es la causa de la transferencia . Pero en el otro sentido es más convincente.) La transferencia se da evi- dentemente primero. De otra manera el análisis no tendría ningún carácter específico. El caso de Norbert, analizado por la propia Zoe a quien él no reconoce o no sabe que reconoce, es sencillamente hi- perbólico . .. Pero todo esto es poco importante puesto que ni Zoe ni Norbert existen. La situación entre Freud y Jensen nG es simétrica . .. A Freud le hace falta algo, a Jensen no le falta nada pues está contento de que su libro haya gustado. Lo que le hace falta a Freud - en su forma lógica- es que Jensen reconozca que ha descubierto sin sa- berlo la verdad analítica. Pero cuando Freud insiste, Jensen se enco- leriza y Freud no comprende por qué "Jensen le niega su concurso". ¿Qué concurso? Uno escribió un libro de ficción, el otro ve en él una confirmación de sus teorías psicológicas y se lo hace saber al autor del libro. Esta puede ser la prueba (evidente) de que un es- critor no necesita ese tipo de saber teórico. Es Freud quien tiene necesidad de Jensen para probar la verdad de sus teorías. Pues Freud se parecía un poco al rey Yehú - el terrible matador de Jeza- bel- que no podía encontrarse con un militar, amigo o ene;nigo, sin decirle: "Pasa detrás de mí". Jensen comprendió que Freud que. ría reclutarlo o enrolarlo al decirle que era una analista, que forma- ba parte de la banda, como habrá de hacer después con Groddek . .. quien se dejará enganchar. Winnicott -y a esto quería yo llegar- se apartó de Freud cuando dijo: "No tengo una causa que defender". Y luego, a decir verdad, analizar a Hanold no significa nada. Habría que analizar justamente a Jensen con la ilusión de que luego sabríamos más so- bre la creación literaria, pero realmente no sabríamos más, después de todo. 25 Lo que hay que retener de esta anécdota se refiere a las rela- ciones del psicoanálisis con la literatura. Freud menciona esta cues- tión en varias oportunidades. Reconoce que sus análisis "se parecen a obras compuestas por escritores". Ahora bien, donde podemos encontrar alguna luz es, en efecto, en aquellos escritores que habla- ron de su adolescencia. Tal vez la crisis de Hanold no sea una típica crisis de adolescencia pues se parece más bien a una manifestación obsesiva; además Jensen ya no era un adolescente cuando escribió su libro. Y si se dijera a Hanold o a Jensen que todo eso confirma las teorías freudianas, lo que les dijéramos los dejaría indiferentes. Nada podemos extraer de la novela de Jensen. Es una ensoñación arqueológica que el autor hizo plausible por obra de una ingeniosa intriga. Freud diría que es una ensoñación demente que se hace plausible por estar de acuerdo con el saber analítico. Evidentemen- te los dos hombres no pueden entenderse. En un análisis, para el paciente no tiene interés el hecho de que las teorías estén confirmadas. Esta es una observación más im- portante de lo que parece . Es necesario que cada cual pueda jugar con las cartas de que dispone y no que se le expliquen las reglas del juego. Esto no es fácil de formular en una forma teórica .. . Por supuesto, en este juego, la dificultad se debe al hecho de que las identificaciones desempeñan un papel capital en ambas partes. Sobre todo en los análisis de adultos los problemas de iden- tificación han quedado un poco en la sombra. Lacan trata las identi- ficaciones como esencialmente patológicas - las hace remontar has- ta el estadio del espejo- ; para él son hechos especulares y es lo sim- bólico lo que ha de liberarnos. La identificación sería la fuente de la locura. Me parece que esta actitud es muy pesimista. Las identi- ficaciones tienen toda clase de efectos diversos, buenos o malos, sin contar con que las conocemos muy mal. Pero sabemos que el yo no hace sino identificaciones. La oscuridad de los fenómenos de identificación es lo que hace difícil una teoría psicoanalítica de la adolescencia. El sujeto está obligado -¿cómo? ¿por qué?- a condenar las identificaciones pasadas. Sabe queya no es un niño -y si no lo sabe no faltará quien se lo recuerde-, pero sabe también que no es un adulto (algo que se le recuerda aún más) y que se expone al ridículo (que produ- ce precisamente una ruptura de identificación en el nivel del yo), si se deja ir y cree que es un adulto. Los pájaros que mudan de pluma- je son desdichados. Los seres humanos también mudan, en el mo- 26 111cnto de la adolescencia, y sus plumas son plumas prestadas; se dice 1 menudo que el adolescente que comienza a perder sus antiguas iden- tificaciones toma el aspecto de algo prestado. Sus ropas no parecen er las suyas, ya se trate de vestidos de niños, ya de vestidos de adul· tos; y sobre todo ocurre lo mismo con sus opiniones: son opiniones tornadas en préstamo. El primero que creó esta metáfora, este mpleo de la palabra prestado, como si uno llevara ropas de otro, ;orno si uno hiciera gestos de otro, como si uno pronunciara pala- bras de otro, había adivinado muy bien lo que son las dificultades de identificarse consigo mismo a través de las identificaciones con los demás y hasta qué punto es difícil qae la identificación consigo mismo resulte cómoda. Pero, por supuesto, lo sabía sin saberlo y nosotros estamos casi en la misma situación. Sabíamos hacía mucho tiempo y antes de Freud que "Yo es otro". Sabemos también que el yo es sucesivamente o simultánea- mente varios otros, pero todavía no comprendemos bien cómo todo eso se arregla al terminar la adolescencia, pues el sujeto no se desembaraza en modo alguno de sus objetos prestados; en cierto modo logra modificarlos, integrarlos, hacerlos suyos. Su personali- dad continúa siendo ciertamente tan compuesta como lo fue siem- pre, pero es compuesta y, as{ y todo, está integrada. En la actuali- dad no poseemos los medios teóricos para explicar esta situación .2 Vemos bien que un novelista es a la vez todos los personajes de su novela, los cuales, separados, pueden promover una tremenda gres- ca cuando se encuentran, pero que en el interior del autor se dan tregua. Si no fuera así, ¿cómo habría podido Balzac desenvolverse con sus identificaciones? No poseemos los medios teóricos para ex- plicarlo. Hay que admitir que el psicoanálisis nos ayuda a compren- der muchas cosas, pero no tiene necesidad de aparentar saber cuan- do no posee los medios de saber o simplemente no los posee aún . La teoría -o teorías- relativa a la identificación o a las dife- rentes clases de identificación no ha ido muy lejos. Trátase de un asunto muy difícil. El actor que representa a Hamlet se identifica con un personaje pero no hasta el punto de dar realmente muerte a Polonio, pues eso sería otra clase de identificación .. . una identifi- cación demente. Freud no trató esta cuestión, tal como ella se plan- tea en el psicoanálisis personal; la consideró sobre todo en laMas- 2 Freud dice que la identificación al abandonar el yo del sujeto va a si- tuarse en el carácter. Esto parece estar de acuerdo con las observaciones. 27 senpsychologie. Si quiere uno volverse hacia Ja teoría habría que comprender Ja adolescencia como un problema de identificaciones, en plural. Dije que se trata de una especie de muda. Las viejas iden- tificaciones caen como las viejas plumas para que crezcan otras. Pero ¿qué ocurre con el sujeto o, mejor dicho, con el yo durante este proceso? ¿Cómo compensa las identificaciones perdidas y cómo acepta las nuevas? En mi primera comunicación, para intro- ducir el tema de la identificación , mostré cómo Baudelaire se había identificado con el autor inglés del Joven encantador y con el joven encantador mismo, desde Juego, y cómo ese juego continúa con Ja Fanfarlo. Sartre comprendió que en ese momento las cartas estaban echadas y que Baudelaire ya no cambiaría. Eso es comple- tamente exacto. Florenne, que editó a un Baudelaire, se escandali- zó tontamente por ello. Pero es él quien no comprende nada. Cree que Ja cuestión no ha "terminado" porque Baudelaire todavía tiene que escribir toda su obra. Pero éste no es el caso. Su crisis de adolescencia, su muda, ha terminado. Será necesario ahora que se las componga con lo que le queda. Y su destino ya está fijado, aun- que falte escribir su obra. Frente a una crisis de la adolescencia tengo la impresión de que no poseemos ningún medio de intervenir en lo que es esencial: las elecciones en el campo de las identificaciones. Podemos desarro- llar un juego - a la manera de Winnicott- , juego que no tiene consecuencias directas en la realidad, así como las identificaciones - en el teatro- liberan de las identificaciones tiránicas. Todo esto es bastante delicado y la técnica resulta evasiva. Se trata de la capa- cidad lúdica, se trata de jugar con las identificaciones, pero de una manera muy poco explícita. Pues si decido identificarme con el personaje del analista, mantengo este personaje en el sistema del ·pa- ciente, quien se mostrará refractario o falsamente cooperativo. Y sin embargo yo debo ser el analista y él el paciente, pero estoy identificado solamente con el analista. La complejidad de la teoría (todavía no elaborada) de las identificaciones es tal que yo puedo estar identificado con un analista que se identifica con algún otro ... Esta es una esfera en la que tenemos mucho que hacer -lo sepamos o no lo sepamos- pero en la cual las guías y las reglas faltan por completo . Los teóricos han hablado mucho de la identificación: identi- ficación proyectiva, identificaciones en diferentes niveles, incorpo- ración oral, etéetera y ¿por qué no? antropofagia... Pero no po- 28 seemos ninguna teoría prácticamente utilizable y nadie es capaz de explicar cómo jugar prácticamente con las identificaciones de un paciente. Creo que es esta carencia teórica lo que hace embarazosos los casos de patología de Ja adolescencia . Si bien en general esos casos no son muy graves ni de una evolución inquietante, creo que habría que clasificarlos entre las psicosis -psicosis transitorias y benignas- antes que entre las neurosis . El caso de Norbert Hanold expuesto en la Gradiva no es un verdadero caso de adolescencia porque se parece demasiado a una neurosis, neurosis obsesiva (un poco fantástica pues se trata de una creación literaria). Sólo es lite- ratura (y no gran literatura). Y si la crisis de Norbart se parece más a una neurosis que a una crisis de adolescencia ello se debe eviden- temente a que Jensen la imaginó sobre la base de lo neurótico que podía haber en él mismo. En cuanto al aspecto "psicótico" - entre comillas, por su- puesto- de las crisis de Ja adolescencia, el aspecto de alienación, es decir, las identificaciones y las desidentificaciones en el nivel del yo y del ideal del yo, es algo que uno puede entrever o, en todo caso, sospechar. Pero no es seguro que esto pueda ser útilmente analiza- do , a no ser de manera indirecta o como casi a espaldas del pacien- te ... y hasta del analista ... Este pesimismo se refiere sólo a la teori- zación de estas crisis pues, como se sabe, su evolución es en general favorable. La ausencia de toda crisis sería ciertamente más inquie- tante . Y hasta agregaré que tengo la impresión de que un analista que no tenga bastante presente el recuerdo de su propia crisis de la adolescencia - lo que debe de ser ·bastante raro pues de otra mane- ra, ¿por qué se habría hecho analista?- debe sentirse un poco per- dido en un análisis de adolescente. En ese caso el saber teórico no basta en modo alguno. El último texto literario sobre la adolescencia, publicado hace dos meses por Gallimard. es La Statue de Colette Audry, tex- to interesante que puede ponerse en paralelo con Sobre la psicogé- nesis de un caso de homosexualidad femenina de Freud. Colette Audry salió mejor parada del lance. Yo procuro ver con un poco más de claridad la cuestión de la identificación porque el tema es verdaderamente difícil y continúa siendo difícil. Imaginemos este ejemplo. El actor que representa Hamlet se identifica (así lo supongo) tanperfectamente con super- sonaje que podría improvisar, como cuando se representa a sogget- to , o bien podría incurrir en deslices verbales que serían deslices 29 de Hamlet. Por ejemplo, en la escena con el sepulturero, cuando Hamlet sostiene en la mano el cráneo de Yorrick en lugar de decir: "Ah, pobre Yorrick" cometería una desliz verbal y diría "Ah, pobre Hamlet". Hasta supongo que Shakespeare habría podido incurrir en ese desliz al escribir la obra, que lo habría corregido volviendo a poner Yorrick y que luego reflexionándolo mejor habría podido volver a escribir Hamblet considerando que eso queda asimismo bien ... y tal vez mejor. .. He aquí una forma de identificación. Pero puedo suponer que otro actor se identifique también con Hamlet y con una identificación más alienante, tanto que real- mente da muerte al otro actor que representa a Polonio detrás de la cortina. Digamos que la primera identificación es lúdica y la otra demente. Pero aquí hay una complicación: el actor que representa a Hamlet se identifica con Hamlet, pero es indispensable que esté también y al mismo tiempo identificado con un actor que represen- ta a Hamlet. Y creo que es así como funciona el espacio transicio- nal de Winnicott. En él la realidad permite el juego i"eal. De mane- ra que el espacio analítico y el espacio transicional son la misma cosa. Por ejemplo, no se logrará la curación oponiendo lo simbóli- co a lo imaginario ... lo imaginario a la verdad. Pues curiosamente es en lo imaginario donde se encontrará la curación, donde uno se liberará por obra del juego. Ahora, para explicar de qué juego Se trata habría que evocar todo el psicoanálisis en su conjunto ... En un análisis de adolescente, el analista no logrará gran cosa si permanece ceflido a su saber, saber que forma parte del mundo que el adolescente repudia. El analista debería lograr que se pudiera desarrollar el juego del repudio y Ja discusión -lo cual constituye el único medio de reencontrarse en un mundo en el cual pueda uno ponerse de acuerdo-, pero todo esto es muy oscuro, pues el análi- sis no es un juego. Pero cuando Winnicott dice que el espacio analí- tico es el espacio transicional, dice lo esencial. 30 Discusión Un oyente ¿Cómo surge en la cura analítica la cuestión de la identifica- ción? Octave Mannoni Tuve un análisis de una joven adulta que conservaba una identificación de su adolescencia, una identificación con ... la Santa Virgen. Por lo demás, padecía de vaginismo (era una perfecta histé- rica). Me planteé la cuestión de saber si hay identificaciones negati- vas, identificaciones con alguien a quien no quiere parecerse el sujeto. Pero no debe reducirse la cuestión a la elección del objeto de identificación. Hay que hablar también de las diferentes clases de identificaciones, identificación en el nivel del yo, en el nivel del ideal del yo, y aquí no acaba todo. Hay identificaciones voluntarias, otras son totalmente incons- cientes, algunas surgen en el curso del acting out (y dejan estupe- facto al sujeto cuando éste adquiere conciencia de la identificación), otras surgen en el transcurso de los sueños . .. Para dar una idea de las complicaciones que pueden presentar las identificaciones, citaré un ejemplo. En el análisis un joven ex- tranjero refiere el siguiente acting out: se encontraba en los Champs- Elysées a poca distancia de l'Étoile y entonces ve pasar a una joven bastante elegante. La aborda para preguntarle dónde está el Arco de Triunfo. La joven se le ríe en la cara, pues el Arco de Triunfo estaba frente a ellos. Asombrado de su tontería, el joven quisiera saber cómo pudo ser capaz de semejante estupidez. El análisis es muy fácil: el paciente tiene un amigo que llegó a una aventura con una joven a la que le había preguntado por el camino, y eso había ocurrido cerca del Arco de Triunfo ... En este caso la identificación 31 es inconsciente. Si fuera consciente sería imitación. No es una sim- ple identificación con el amigo, sino que es en cierto modo una identificación con la conducta del amigo. Si fuera una identifica- ción en el nivel del _ideal del yo, este analizado habría imitado a su amigo en otros aspectos de su comportamiento . ¿Por qué recurrió a un acting out cuando habría podido soñarlo todo? También ha- bría podido hacerlo objeto de una ensofiación. La identificación, que desempeña un papel capital en la vida psíquica, puede tomar, según parece, todas las formas y estamos muy lejos de poder cata- logarlas .. . Michele Ducornet Las "bandas de adolescentes" nos ofrecen material para que nos interroguemos sobre los recovecos y subterfugios de la identi- ficación. Puede uno preguntarse si aquí no hay algo que tiene rela- ción con lo que sabemos del estadio del espejo. En esos grupos cada uno parece reflejado en el espejo del otro: la misma vestimenta, el mismo peinado, las mismas insignias.. . cada adolescente está en lugar de una parte de ese cuerpo, y al mismo tiempo se refleja en él la imagen del cuerpo entero. Es como si estuviéramos presencian- do el retomo a una forma de identificación primera en el mi:¡rno momento en que la maduración lleva a retomar las formas de la se- gunda identificación. Octave Mannoni ¿Qué hay que hacer? Creo que Winnicott tiene razón, porque él nos proporciona el escenario, nos proporciona el terreno, el terreno de juego, el escenario del teatro en el cual se podrá cons- truir la identificación lúdica que curará de la otra. Pero no me atre- vo a decir esto "oficialmente", porque se trata de una teoría que siento pero que no tengo; no tengo una teoría de la identificación; sólo doy una idea. Charles Zygel El concepto de adolescencia es un concepto difícil. ¿Es un concepto analítico? Parece que no. Mannoni lo mostró bien, no se trata exactamente de la pubertad. Freud habla de la pubertad y no menciona la adolescencia , de manera que llega uno a una especie de 32 uNtndo de hecho acuñado entre· dos cosas: por un lado, estarían los 111 pulsos del ello (retomo lo que decía Mannoni) que perturban al o pero que no plantean problemas sociales; por otro lado, la ado- loscencia, que hay que discernir sobre todo como momento de klontificación o momento identificatorio. La novela de Gombro- wlcz, Ferdydurke, se desarrolla enteramente sobre el tema de la migativa del narrador a convertirse en adulto. Quiere absolutamente permanecer en la adolescencia. Entonces se niega a "fabricarse una jota", es decir, rechaza la identificación. También rechaza la protes- ta pulsional y se niega a dejarse manejar por los adultos. ¿Qué otro paso más podría darse? Habría que interrogarse sobre la identifica- ;lón, pero observando que la identificación es múltiple y que ella Interfiere en la identificación con un modelo social. Se podría ob- servar, por ejemplo, que el concepto de adolescencia es una noción n primer término histórica que varió considerablemente . Por ejem- plo, en el siglo XVIII el adolescente es el personaje del recluta . Con la burguesía del siglo XIX se puede decir que se produce una revo- lución en el concepto y el modelo de adolescencia es el joven que istá a la espera de algo, el adolescente hijo de burgueses que va al liceo. En la actualidad, asistimos a una confusión de los límites y no tenemos ritos de pasaje; es decir, hay una adolescencia que se ha prolongado considerablemente y que está muy mezclada. A la salida de un liceo o de una escuela primaria llama la atención com- probar que docentes y alumnos de todas edades llevan los mismos /eans, las mismas camisas, muestran con frecuencia el mismo corte de cabello. Podría decirse entonces que los límites son confusos y que han quedado eliminados o desvanecidos los ritos de pasaje, los signos que indicaban a qué clase de edad pertenecía un individuo. Hay una dificultad cuando se pretende disponer las cosas alrededor de un concepto analítico: la adolescencia. Aquí estamos frente a una dimensión fenomenológica: la adolescenciaplantea problemas y no responde a ninguna definición. Octave Mannoni Tengo en cuenta muchas cosas que usted dijo, pero ahora quisiera hablar un poco de los ritos de pasaje. Los ritos de pasaje existen entre nosotros y están organizados, sólo que funcionan me- nos bien que en las sociedades primitivas. Entre nosotros se trata de una conpetición que no hay en las sociedades primitivas. En ellas 33 Jos adolescentes que practican ritos de pasaje no son luego clasifi· cados con las menciones "bien", "muy bien", etcétera. En las so- ciedades primitivas no es lo mismo, se trata de algo mucho más serio y mucho más misterioso también, además de ser definitivo; quiero decir que no se fracasa en un rito de pasaje, 'que no hay alumnos reprobados en el rito de pasaje. Si comparamos las socie· dad es primitivas con la nuestra, pues bien ... los primitivos se desen- vuelven mejor. En un artículo hasta escribí que no había diferencia entre la enseñanza tal como se la imparte frecuentemente en Euro- pa y los vejámenes a los que se somete a los jóvenes justamente antes de la prueba de pasaje. Un oyente Aquí todo e\iá menos instituido. Creo que lo importante en las sociedades primitivas es el modo en que todo está previsto: hay pruebas por las que es menester pasar. Un oyente En la sociedad occidental el individuo es sacado fuera de sí mis- mo y conducido hacia los demás, hacia otras cosas, hacia otras imá- genes que no son de él mismo, en tanto que en las sociedades prlmi- tivas el individuo es reconducido a sí mismo en virtud de un ritual y de reglas. En las sociedades occidentales, el rito de pasaje lleva al indi- viduo a identificarse con roles dentro de un marco jerárquico. La identificación en nuestros días es la fragmentación. ¿No podría en cambio la identificación tender hacia una reunificación del ser? Ariane Deluz No creo que se pueda afirmar que en las sociedades llamadas primitivas los individuos son solamente remitidos a sí mismos; por el contrario, los ritos de pasaje les permiten asumir algo que los so- brepasa y que es justamente el cuerpo social. Y para replicar a Oc- tave Mannoni, diré que tampoco creo que pueda decirse que no hay fracasos en los ritos de pasaje de las sociedades primitivas. Por ejemplo, entre los masais de Kenya y en ciertas tribus de América del Norte, el hecho de no soportar bien las pruebas físicas impues- tas en los ritos excluye al impetrante de la sociedad; los adolescen- tes se presentan a cumplir esos ritos únicamente cuando se sienten 34 [jJ ' .. , ..... • ' ' ' '\::'\:· ~.·.· .. ~ '\.>.:-. '""' l •oguros y algunos no se presentan nunca, por lo cual se excluyen llol cuerpo social. Victor Azoulay Hace un instante iba a tomar yo la palabra cuando alguien de la sala encaró el problema social de las bandas de adolescentes. Me Interrogué interiormente sobre la naturaleza del anhelo del adoles- cente cuando busca la compañía de otros adolescentes, ya para entregarse a la toxicomanía, ya para dar libre.rienda conjuntamen- te a su agresividad o a su violencia. Ahora, señor Mannoni, quisiera agradecerle por habernos expuesto sus reflexiones sobre la adolescencia. Si entendí bien lo que usted nos dijo sobre las identificaciones, habría que proponer al adolescente identificaciones "como si" antes que identificaciones "como" (imitació11 ). No puedo resistir a la tentación de decirlo en Inglés not like, but as if. Inmediatamente hice asociaciones con el poema de Rudyard Kipling !f. El autor, al dirigirse a un adolescente imaginario y de confor- midad con el ideal del yo cultural, le promete Tu serás un hombre sólo si lleva a cabo cierto número de realizaciones, si cumple ciertas condiciones contradictorias, si salva ciertos escollos inevitables. ¿Cuántos de nosotros contmuamos sintiendo el encanto de ese poema que nos habla de la necesidad de perseverar valientemente a fin de ser un adulto, un hombre por fin? ¿Como ... quién? Pero aquí hay una dificultad. ¿No cree usted que existe una brecha con frecuencia infran- queable entre el adulto que se supone que uno es, confortado ade- más por el saber teórico, por una parte, y por otra esa adolescencia en crisis, que ciertamente es un hecho social, pero que constituye un fenómeno que tuvo siempre equivalentes en todas las épocas? Lo que quisiera decir se sitúa en tres niveles: El primero sería el terreno del mito, es decir, el introducido por Freud, el mito de la horda primitiva. Uno puede imaginar al adolescente en crisis presa de tentaciones de agresión y de violencia, como si sin saberlo reprodujera un viejo sueño sepultado en el fon- do de sí mismo, como si perteneciera a la horda primitiva y partici- para con los hermanos en el asesinato del jefe de la horda, para pre- guntarse luego si habrá de tener o no con sus hermanos el culto del amor por el "padre desaparecido". 35 El segundo parámetro de mi reflexión establece que al mismo tiempo ese adolescente estaría como obsesionado por la fantasía de ser el hijo único de su madre exlusivamente, con todo lo que eso implica, claro está , en cuanto a fantasías de agresión subyacentes; de ahí la rabia y el furor que lindan con la ambigüedad proveniente del mito vivido que acabamos de citar; esto confiere así a los com- portamientos insólitos del adolescente un basamento de mito y fan- tasía. Es importante subrayarlo y lo decisivo está aquí, pues es eso lo que ulteriormente encontraremos en ese adolescente que se arrastra como un alma en pena mientras rechaza al mayor (al adul- to) y al mismo tiempo lo pide .. . ¿Cómo tender un puente hacia él? Alguien como Pierre Miile recomendaba vivamente, según dicen, no fallar en el primer encuentro con un adolescente que está en crisis y que aparentemente no exige gran cosa. Según Miile hay que condescender a apartarse de la regla de la neutralidad (impavi- dez) aun corriendo el riesgo de caer en la seducción; en suma, arre- glárselas para que el adolescente sienta ganas de volver y realmente vuelva a vernos. Desde la primera vez es necesario mostrarle nuestro interés por su inquietud. Si regresa, la partida no está todavía gana- da, por supuesto, pues las dificultades apenas comienzan para noso- tros, pero para él quedan las esperanzas lícitas de reanudar un·cier- to diálogo consigo mismo. El tercer aspecto de mi intervención tiene que ver con lo que usted formuló grosso modo con las palabras "El analista que no se acuerda de su propia crisis de la adolescencia no es analista". Lo sigo a usted perfectamente y trataré de decir en qué estoy de acuer- do con usted: en efecto, en ciertos casos difíciles - los fronterizos- º en ciertos momentos difíciles del análisis de un adulto ya muy comprometido, nuestra dificultad consiste en no poder ya "enten- der" lo que realmente pasa, ni lo que se dice; lo que nos "es dado ver" en el discurso del paciente (por su crudeza o su violencia) nos frus- tra el placer de funcionar psíquicamente en nuestro sillón, en nues- tra costumbre adquirida de "soñar con la infancia". ¿Qué hacer? ¿Atrincherarnos en nuestro sillón? ¿Pasar al acto? No, ciertamente; debemos continuar soportándolo todo hasta que vuelva a surgir en nosotros la desagradable reminiscencia de nuestra propia crisis de la adolescencia (rostros olvidados, lugares vacíos, un túnel intermina- ble, travesía del desierto, aislamiento, soledad); todo eso debem<>s soportar por cierto tiempo. ¿No será captado tal vez por el que está en el diván el mensa- 36 li1 lóc ito de nuestra empatía y no podrá así continuar su curso el 11 uh r~o analítico? Así se me manifiesta la confluencia del factor del mito y del lurlor de la fantasía que obran detrás de la aparente brecha abierta 1111trc la adolescencia y su ambiente . Todo ocurriría como si uno 1•111ycra que ya ha salido del túnel, en tanto que el otro no sabe to- duv fu que está por atravesar un túnel... ¡Y ni siquiera el mismo! 11,, oyente ¿No tiene usted una teoría que proponer? Octave MannoniNo quiero fabricar una teoría expresamente para proponer a alguien ... Uno puede ayudar a los adolescentes, según lo he sugeri- do, transformando las identificaciones de reales en lúdicas. Esto se logra, pero es necesario cierto arte, cierto gusto por este género de juego, porque si por desgracia el analista se dice que él representa un modelo , que es persona seria, que está adaptado a la sociedad, que es el otro término de la relación y que de los platillos de la ba- lnnza es el que tiene peso, el adolescente frente a esa situación no podrá beneficiarse nada. O bien quedará vencido y renunciará a lo que quiere para resignarse a ser alguien corriente, o bien mostrará oposición y se escapará. No veo cómo se puede imaginar que el analista sea el modelo para el adolescente. Eso no es posible. El analista podrá consolarse diciéndose que el adolescente no com- prende nada y que sólo él, el analista, sabe. Precisamente cuando el analista piensa eso es cuando no sabe. Víctor Azoulay me preguntaba hace un instante qué pensaba yo de la fórmula : en una terapia de adolescente, ante todo hay que seducir al sujeto . Si seducir a alguien significa entenderse con él, mantener buenas relaciones con él, ¿por qué no? Si se toma la pala- bra "seducción" en el sentido de provocar una transferencia positi- va desde el comienzo, se comete un error. El análisis comienza siempre con una transferencia negativa. Si uno quiere que comience con una transferencia positiva hará maniobras que ciertamente resultarán sospechosas. Uno trataría de seducir. 37 Hubert Brochier Quisiera colocarme por un instante en un plano un poco más fenomenológico para decir a Octave Mannoni que si bien es difícil dar una descripción o una definición satisfactoria de la adolescen- cia, tal vez, pasando por alto la definición, pueda hacerse la descrip- ción del estado siguiente, es decir, del estado adulto o de la madu- rez. Como ustedes saben, existe toda una psicología del "yo" que abunda en este sentido y que suministra toda clase de modelos de la maduración y de la madurez. Según esa psicología, el adulto de- bería haber abandonado todas las catexias del simbolismo infantil y ajustarse a todas las situaciones inevitables con un mínimo de frus- tración, tolerar las frustaciones, etcétera. Octave Mannoni En ese momento debe estar curado. Hubert Brochier Estoy completamente de acuerdo con usted y quisiera tan sólo recordar que en la reflexión freudiana, en cambio, las exigen- cias de la adaptación social no constituyen nunca la finalidad del desarrollo individual. Puede haber conflicto entre el deseo indivi- dual y el control social, y Freud veía en la libido una fuerza más o menos errante, sin objeto claramente definido; de manera que si en ese conflicto la sociedad suele imponerse, lo hace al precio de la maduración y a veces de la neurosis. Esto se aproxima tal vez a las intuiciones de Rousseau para quien la adolescencia es el movimiento del primer encuentro, el momento de lo que en psicología se puede llamar la intersubjetivi- dad, porque la relación con la otra persona está fundada esta vez en una dimensión esencial del encuentro, la diferencia de los sexos. Me parece que para Freud también, a pesar de la ausencia de un vocabulario específico, la pubertad no se distingue fundamen- talmente de la adolescencia (Jugend), y si volvemos a leer los Tres ensayos sobre la teona de la sexualidad vemos que allí se la consi- dera el momento decisivo de la elección del objeto. Entre las nume- rosas citas que podrían hacerse en apoyo de esta opinión aduciré solamente ésta que es breve: "A partir de esa época el individuo hu- mano se encuentra frente a una gran tarea que consiste en separarse 38 do sus padres, y sólo después de haber cumplido esa tarea podrá dejar de ser un niño para convertirse en miembro de la colectividad r1t1cial." En suma, para Freud, si lo entiendo bien, la adolescencia es 110 sólo repetición del complejo de Edipo, separación de los padres, ~lno además un trabajo que pone en tela de juicio todo lo que el Individuo y la sociedad pueden catectizar en el reconocimiento de 111 diferencia de los sexos. La práctica del análisis nos muestra sin embargo que ese aban- dono de las catexias infantiles nunca es completo y que, lo mismo que el análisis, es interminable. Y aquí la enseñanza del psicoanáli- sis coincide, por ejemplo, con el pensamiento de Heidegger quien nos dice: "La esencia del ser (Dasein) es lo inacabado, es decir, la presencia simultánea del nacimiento y de la muerte". Octave Mannoni Todo lo que usted dice no deja de ser verdad, pero dentro de ciertos límites. Un poco estrechos. Porque lo que usted propone puede realizarse útilmente con adolescentes que no están verda- deramente en cri~is. Un adolescente en crisis frente a concepciones de este tipo se sentirá incomprendido. En cambio, las ideas de usted serán muy útiles en el caso de los adolescentes -que feliz- mente son los más numerosos- que sencillamente se encuentran embarazados frente a la diversidad de opciones que se les ofrecen. Hablé de los otros no por pesimismo, sino porque creo que plantean al analista las cuestiones más difíciles. Dominique Spengler Quisiera señalar un punto sociológico: la impresión de que lo que caracteriza a nuestra sociedad occidental es, podría decirse, la imposibilidad de salir de la crisis de la adolescencia. Por ejemplo, antes el certificado de estudios se obtenía a los doce años, luego fue a los catorce y actualmente la escuela es obligatoria hasta los dieciséis años. El hecho de permanecer tanto tiempo en casa de los padres, de depender financieramente de ellos, ¿no es también un problema propio de nuestro tipo de sociedad? 39 Octave Mannoni Creo que eso no es lo esencial. No se trata de una cuestión de edad. Creo que la diferencia está en que las sociedades eran antes menos evolutivas. Un hijo de panadero sabía que probablemente sería panadero o algo equivalente. En consecuencia, las identifica- ciones y a estaban establecidas de manera masiva. Hoy, si el padre es panadero, ¿qué le dice a su hijo? Le dice que se abstenga de abrazar ese oficio. Ya no es Jo mismo que antes; hay que tener en cuenta el contexto social. Todo es completamente diferente. Hay padres que dicen a su hijo: "Ejeno una profesión tonta, me gustaría practicar otra; mis únicos interlocutores son las cifras". El muchacho. visita Juego a un compañero cuyo padre Je dice: "Ejeno una profesión tonta, no veo más que enfermos, siempre enfermos". Si el mucha- cho oye estas cosas ¿qué hará? No querrá ni una profesión ni la otra; no querrá ningún oficio. Terminará ciertamente por elegir al- guno porque la adolescencia tiene un término, pero mientras es adolescente estará contra todo. Las sociedades evolutivas son dife- rentes de las sociedades estables. Hoy los adolescentes están terri- blemente atrapados. Se le dice a un muchacho: "Seguirás estudios, llegarás a doctorarte y Juego harás lo que quieras". Ciertamente esto es hnzarlo por un tobogán en el que se romperá la crisma. 40 Mesas redondas Actas 1 ¿Por qué la esquizofrenia se declara al final de la adolescencia? A maro de Villanova3 Me resulta difícil dar un informe extremadamente fiel. En realidad, la jornada de hoy permitió reanudar cierto número de cuestiones que habían aparecido en la primera jornada y que giraban esencialmente alrededor de la cuestión del concepto de angustia hipo- condríaca y alrededor de lo que puede manifestarse como algo análo- go en el adolescente que se halla normalmente en crisis y en aquel que va a entrar en la esquizofrenia: cierta incapacidad para simbolizar y, por lo tanto, para llevar a cabo una catexia del propio cuerpo que desde luego es bastante diferente en el adolescente normal y en el esquizofrénico. Lo que se comprueba es que para evitar esta connotación despectiva del diagnóstico de esquizofrenia resulta interesante lle- var el análisisa las analogías y no dejarse engañar por el carácter crónico que presente una esquizofrenia. Me parece que hoy la cues- tión ya no es ésa, sino que se trata mucho más del futuro sociomé- dico de los esquizofrénicos, es decir , ¿qué destino institucional o qué destino terapéutico, en el sentido amplio de la expresión, se puede ofrecer a alguien atacado de esquizofrenia? Creo que aquí también la cuestión debe plantearse de ma- nera análoga a aquello relativo a la dolescencia, a saber, que hay algo ineluctable en la adolescencia y que no hay que creer que po- drá evitárselo mediante la intervención terapéutica. Lo que hay que hacer es dejar que se desarrolle algo que en cierto modo debe tener una vida propia. No lo digo para defender una posición socrática que rechaza toda intervención en el desarrollo de una enfermedad. Verdad es que existe un optimismo que estaría completamente fue- 3 En colaboración con Irene Roublef. 43 ra de lugar tanto en el caso de los adolescentes, como en el caso de los enfennos mentales. En cambio, si uno presta atención a las cuestiones referentes a la estructura , se puede evitar, por ejemplo, una psiquiatrización rígida o el asilo a alguien que en definitiva puede cuidarse a sí mismo bastante bien c>n condiciones más flexi- bles, es decir, sin ingresar en una vida institucional psiquiátrica. Irene Roublef nos dijo : "Comprobamos que la crisis de la adolescencia puede revestir infinidad de fonnas, excentricidades de comportamiento, delincuencia, formación de bandas, drogas , etcé- tera, anorexias, bulimias o tentativas de suicidio . También puede haber adolescencias sin crisis claramente visibles. En todo caso , los desvíos de una economía pulsional que se busca no han de confun- dirse con las descompensaciones patológicas. Maurois dijo de los adolescentes estaban divididos entre la atracción de Ja carne y el terror del pecado. Lo que nosotros queremos aportar es la razón de por qué la esquizofrenia se declara a fines de la adolescencia y sobre todo señalar que se trata de algo que preexistía en toda la vida anterior del sujeto y que se declara en ese momento . Si no se admite este antecedente se niega todo el descubrimiento freudiano, puesto que se niega el inconsciente. La esquizofrenia es al comien- zo una supresión, un rechazo ( Verwerfung), una expulsión de la Bejahung que es ella misma la manifestación sincrónica (en un su- jeto dado, con exigencias pulsionales que Abraham llamaba 'exor- bitantes') del derrumbe del orden simbólico, un derrumbe que es diacrónico. Lo que no se ha dejado que sea en la platafonna de la Bejahung no volverá a encontrarse en el historial, es decir, en el de- sarrollo, en las anécdotas, de la vida del sujeto. Ocurre que aquello que no ha sido simbolizado reaparece en lo real, fuera de tiempo y fuera de discurso, y aquí la palabra del adulto no podrá hacer nada, contrariamente a lo que ocurre con otras manifestaciones de la ado- lescencia en las que efectivamente hay algo accesible a la sugestión que puede desempeñar un papel, que tiene su lugar y que es, a mi juicio , mucho más adecuado que una escucha en profundidad en ciertas situaciones" . Admitido todo esto con el pesimismo que corresponde, la clínica no tendría sino que ganar en el estudio comparado de las crisis y de las patologías análogas en sus manifestaciones. En cuan- to a los problemas que nos plantean los psicóticos, todavía no se ha obtenido todo el beneficio que puede deparamos el psicoanálisis; estamos muy lejos de eso. 44 · Por ejemplo, sería interesante comparar la evolución de ado- lescentes que tuvieron períodos críticos importantes con la evolu- ción de muchachos cuya psicosis fue tratada en la rriñez y comparar estos casos, por fin, con los que no fueron tratados y con aquellos en quienes la esquizofrenia se declara al finalizar la adolescencia. Lo interesante en lo que hemos discutido consistía en que la discu- sión permitía todo un juego de comparaciones en virtud de lo que cada cual puede aportar como caso de esquizofrenia. La mayor par- te del tiempo uno no está, cronológicamente hablando, en los límites tle una adolescencia, si no es en el caso en que se considera la esqui- zofrenia como una detención del desarrollo en un período dado, detención que presenta esa apariencia juvenil tan característica de los esquizofrénicos. Nuestros conocimientos pueden enriquecerse en una óptica de comparación de experiencias clínicas antes que en una teorización. Claro está, en la medida en que hay experiencias muy diversas, más fácil es abordar cosas que no fueron muy utiliza- das, como el concepto de angustia hipocondríaca que Freud intro- duce en su texto sobre el narcisismo. Maud Mannoni Voy a hacer un poco de abogado del diablo para abrir mejor un debate contradictorio: la esquizofrenia es un diagnóstico global y todos los esquizofrénicos - por lo demás, usted mismo lo dice- no están "hechos" según el mismo modelo . Wolfson, por ejemplo, es un modelo en el que la esquizofrenia consiste esencialmente en un rechazo de la palabra materna que se convierte en un rechazo de la lengua. Pero Wolfson no es esquizofrénico en lenguas extranjeras. No hay duda de que algo anterior debe preceder a lo que vie- ne después . Lo que no resulta claro es saber si se lo puede discernir antes. El derrumbe del orden simbólico plantea problemas, .pues uno podría decir que todo lo que le queda al esquizofrénico es el orden simbólico que él utiliza mal. Se trata de saber qué es el orden simbólico . ·si es el orden en un sistema simbólico o si es la capaci- dad de utilizar ese orden para las cuestiones semánticas. No hay esquizofrénicos en las sociedades estables (en su lugar está la paranoia). Tampoco hay crisis de adolescencia en esas socie- dades poco evolutivas (o por lo menos en la fonna que la crisis asume entre nosotros). 45 • Actualmente no tenemos una teoría que se imponga sobre estos puntos. Puede haber muy bien algo pasado que predisponga sin cau- sar trastornos, y puede haber algo presente que desencadene la crisis. Por el momento no se sabe lo bastante. Si en ciertas ocasiones la palabra del adulto no puede sino agravar un episodio delirante, corresponde que el analista no adop- te una actitud parecida a la del neurólogo de Schreber. Un analista debe interrogarse sobre la parte que desempeña en la agravaci1'- n del estado de su paciente. En Bonneuil tuvimos situaciones en ! que hubo que hospitalizar al adolescente, pero en las que fue U J' • ilto quien contribuyó a desencadenar la crisis. Por lo demás, asi ~i 11 ws a la cura milagrosa de un catatónico de quien ya nadie esperaba oada. Su terapeuta fue otro niño. Pie"eDavid En tu notable intervención, Villanova, hablas de un "optimis- mo que estaría completamente fuera de lugar" en lo tocante a las crisis graves de la adolescencia que nos hacen sospechar una evolu- ción esquizofrénica irreversible. De manera que a veces eres pesi- mista. Maud Mannoni, en cambio, es optimista, pero atenúa su acti- tud al confesar que se hace "abogada del diablo". "No hay esqui- zofrénicos en las sociedades estables. No ·hay crisis de adolescencia en las sociedades poco evolutivas", dice Maud Mannoni, que denun- cia, en nuestra sociedad, la intervención patógena de ciertos adultos. ¿Pesimismo u optimismo? A mi juicio, no es ésa la cuestión. Los hechos son los hechos. Se quiere negar o no la existencia de una estructura psicótica, "eso no impide que tal estructura exista". Es un hecho clínico bien conocido el de que las crisis juveni- les graves pueden resolverse sin secuelas. Pero también hay que te- ner bien en cuenta que muchos psicóticos no pueden curarse. A pesar de nuestra buena voluntad chocamos contra un muro. Que uno se encierre dentro de la nosografía psiquiátrica, co- mo hace Bergeret, o que niegue la esquizofrenia cuando un delirio se viene abajo para hablar de psicosis histérica y negar la originali- dad estructural del concepto
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