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Nacer en un Cuerpo Equivocado - Mercedes Gonzalez

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Nacer	en	un	Cuerpo	Equivocado
(Mi	vida	de	transgénero)
	
Por
	
Mercedes	Eleine	González
	
	
	
	
	
Una	historia	basada	en	un	hecho	real
	
“Lo	esencial	es	invisible	a	los	ojos.	Solo	se	ve	con	el	corazón”.
Le	Petit	Prince.
	
A	 los	 cinco	 años	mi	madre	me	puso	un	 tutú,	 unas	 zapatillas	 doradas,	 un
lazo	rosado	enorme	en	la	cabeza	y	me	llevó	a	una	academia	de	ballet	cercana	a
la	 casa.	 Quizás	 tuvo	 la	 buena	 intención	 de	 que	 yo	 fuera	 bailarina	 cuando
creciera	 pero	 la	 semana	 de	 clases	 que	 recibí	 a	 regañadientes	 no	 fue	 lo
suficiente	 para	 despertar	 tan	 hermosa	 vocación	 en	mí.	Me	 sentía	 como	 una
mona	disfrazada.
Al	cabo	de	la	semana	la	maestra	llamó	a	mi	madre:
—	Señora,	no	le	voy	a	hacer	perder	el	tiempo	ni	su	dinero—.	Le	dijo	con
mucha	sinceridad.	Era,	sin	duda,	una	persona	honesta.
—	No	le	veo	condiciones	a	la	niña	para	el	ballet.
—	 ¿No	 será	 solo	 cuestión	 de	 tiempo?	 Respondió	 mi	 madre	 algo
esperanzada.
—	No	lo	creo.	Una	semana	de	clases	intensivas	es	tiempo	suficiente	para
descubrir	 las	 mínimas	 condiciones	 en	 las	 alumnas.	 Más	 bien	 le	 veo
condiciones	para	el	deporte—	Prosiguió	con	firmeza.
—	 ¿Para	 el	 deporte?	 —	 Dijo	 desalentada	 mi	 madre	 y	 casi	 sin	 pausas
añadió:
—	¿Qué	deporte	recomienda?
—	Fútbol,	indudablemente.
Recuerdo	la	cara	de	horror	de	mi	madre.
—	Gracias—	dijo	secamente,	me	tomó	de	la	mano	y	casi	a	rastras	me	sacó
de	aquella	academia.
Nunca	más	en	mi	vida	volví	a	pisar	tan	sublime	lugar.
No	me	inscribieron	en	ningún	deporte	y	nunca	más	se	hizo	alusión	a	aquel
suceso.	Crecí	semisalvaje	jugando	todo	el	tiempo	del	mundo	en	el	patio	de	la
casa,	allá	en	el	lejano	puerto	de	mar	donde	nací.
	
	
MI	MUNDO
	
La	voz	me	 llegó	de	 lejos	 en	un	grito	 estridente	que	 interrumpió	mi	viaje
por	 el	 Caribe	 en	 un	 barco	 pirata.	 Ya	 casi	 estábamos	 a	 punto	 de	 atacar	 al
enemigo	cuando	 llegó	ahora	más	 fuerte	haciéndome	desviar	 el	golpe	certero
con	el	que	iba	a	aniquilar	a	uno	de	los	tripulantes.	Traté	de	asestarlo	pero	fue
inútil,	la	voz	insistente	y	perentoria	me	hizo	desviar	la	puntería.
—	¡Baja,	baja	ahora	mismo	de	ese	árbol,	que	te	vas	a	matar,	muchacha!
Hice	el	intento	de	aniquilar	al	enemigo	con	mi	sable	una	vez	más	pero	el
grito	hirió	mis	oídos,	echando	por	tierra	mis	intenciones	bélicas.	Entonces	abrí
los	 ojos	 y	 vi	 a	 mi	 madre	 cerca	 del	 árbol	 ordenándome	 que	 me	 bajara
inmediatamente.	 No	 me	 quedó	 más	 remedio	 que	 hacer	 de	 tripas	 corazón	 y
bajar	diligente	a	tierra,	perdón,	bajarme	del	árbol	donde	me	había	encaramado
para	refugiarme	en	mi	mundo	de	fantasía.
—	Te	dije	que	te	bajaras,	¿cuándo	pensabas	hacerlo?	Hace	dos	horas	que	te
estoy	 llamando.	 Es	 la	 misma	 agonía	 de	 todos	 los	 días.	 No	 sé	 qué	 encanto
particular	tiene	ese	árbol	que	siempre	estás	allá	arriba.	¿Acaso	no	me	oíste?	¿O
es	que	te	haces	la	sorda?
—	Pero	es	que	yo	no	estaba	en	un	árbol,	mamá,	estaba	en	un	barco	pirata
ya	a	punto	de	vencer	al	enemigo.
—	 ¡Que	 barco	 pirata	 ni	 barco	 pirata!	 Tú	 siempre	 andas	 en	 las	 nubes.
¡Camina	para	adentro!
Mi	madre	no	entendía	¿Cuándo	las	personas	mayores	han	entendido	alguna
vez	 el	 mundo	 de	 los	 niños?	 No	 tuve	 otra	 opción	 que	 obedecerle.	 Me	 bajé
despacito	para	que	se	diera	cuenta	de	que	yo	era	muy	cuidadosa	si	de	trepar	o
bajar	de	un	árbol	se	trataba.	Tenía	mucha	práctica.
—	Ve	directo	para	el	baño,	está	bueno	ya	de	andar	 trepando	cuánta	mata
hay	en	el	patio,	¿Qué	te	crees	que	eres,	un	maromero	de	circo?
Caminé	lentamente	delante	de	mi	madre	que	seguía	con	la	misma	letanía,	y
dale	con	lo	mismo,	hasta	llegar	al	baño,	me	quité	el	pantalón,	el	pulóver	y	los
tenis	y	me	metí	en	la	ducha;	un	chorro	de	agua	tibia	empapó	mi	pelo	corto	y
rizo,	refrescando	mi	cara.
Desde	la	cocina	me	llegó	nuevamente	su	voz,	ya	sin	estridencias:
—	Cuando	 termines	 te	 secas	 bien	 y	 te	 pones	 el	 piyama,	 vienes	 para	 acá
para	que	comas,	ya	 te	serví	 la	comida.	Ah,	y	sécate	bien	el	pelo,	no	sea	que
vayas	a	dormir	con	el	pelo	húmedo	y	eso	es	malo.	¿Me	oíste?
Si,	si	ya	te	he	escuchado,	madre	pero	yo	tengo	muchas	otras	cosas	en	que
pensar	y	no	te	puedo	contestar,	mi	cabeza	es	un	torbellino	y	no	sé	qué	hacer
con	tantas	palabras	que	se	tropiezan	unas	con	otras	intentando	salir	y	no	salen,
se	 quedan	 dando	 vueltas	 en	 la	 oscuridad	 de	mi	 cerebro,	 entonces	 no	 hablo,
solo	pienso	una	y	otra	vez,	no	preguntarle	a	mi	madre	por	qué	yo	nací	con	un
cuerpo	que	no	quiero,	que	es	como	ajeno,	muy	distinto	a	lo	que	soy,	a	lo	que
siento,	 es	 algo	muy	 difícil	 de	 entender	 y	 por	 eso	 no	me	 atrevo,	 no	 sea	 que
rompa	en	llanto,	mejor	le	evito	el	sufrimiento.
Tal	vez	esta	rareza	mía	se	me	pase	dentro	de	un	tiempo,	no	sé,	tampoco	he
visto	otras	niñas	como	yo,	con	esta	forma	de	ser	que	no	tienen	los	demás	y	ella
no	entiende	o	no	quiere	entender	para	no	darme	explicaciones	porque	piensa
que	 no	 voy	 a	 comprender	 pero	 sí	 comprendo.	 La	 gente	 grande	 es	 bien
compleja.
Yo	me	percaté	de	que	algo	sucedía	conmigo	porque	cuando	entro	a	algún
lugar	se	me	quedan	mirando	como	si	yo	fuera	un	bicho	raro	y	esto	me	pone
muy	 nerviosa,	 tal	 vez	 por	 eso	 no	 quiero	 salir	 y	 me	 entretengo	 demasiado
subiéndome	en	los	árboles	del	patio.
	
	
EL	PRIMER	INDICIO
La	pelota	azul	llegó	rodando	hasta	mis	pies	y	allí	se	detuvo.	La	miré	con
curiosidad	pensando	cómo	habría	llegado	hasta	allí	una	pelota	si	no	había	visto
a	nadie	jugando	alrededor.	La	tomé	en	mis	manos	y	levanté	la	vista	buscando	a
quién	devolverla	pero	lo	que	vi	me	dejó	clavada	en	el	suelo	como	una	estaca,
tenía	 ante	mí	 a	 la	niña	más	bella	que	había	visto	 en	mi	vida.	Era	 como	una
aparición	celestial.	Sus	ojos	verdes	como	esmeraldas	gigantes	en	medio	de	un
ensortijado	cabello	de	oro	me	miraban	con	tal	fijeza	que	dejé	de	respirar	por
una	 eternidad.	 Entonces,	 sin	 darme	 cuenta,	 absolutamente	 dominada	 por
aquella	 mirada	 hipnótica,	 caminé	 torpemente	 algunos	 pasos	 hacia	 ella	 y	 le
entregué	la	pelota	como	si	le	entregara	con	ella	toda	mi	vida.
—	Gracias—	murmuró	con	una	voz	de	encanto	y	se	perdió	con	pasos	leves
en	 la	 tarde	 como	 se	 pierde	 la	 luz	 del	 día	 al	 llegar	 la	 noche.	A	 partir	 de	 ese
instante	no	tuve	más	sosiego	que	pensar	en	esos	ojos	verdes	y	en	esa	cabellera
dorada	que	resplandecía	como	un	sol.
Desde	 entonces	 supe	 que	 algo	 no	 andaba	 bien	 conmigo	 pero	 aun	 era
demasiado	pequeña	para	saber	lo	que	me	pasaba.	Apenas	había	llegado	a	los
ocho	años;	 las	clases	 intensivas	de	ballet	de	una	semana	que	recibí	 tres	años
atrás	 no	 hicieron	 la	 menor	 mella	 en	 mí.	 La	 recordaba	 como	 una	 semana
oprobiosa,	sobre	todo,	por	aquel	enorme	lazo	rosado	y	ridículo	en	mi	cabeza.
Soñaba	con	aquella	niña	noche	y	día;	fue	como	una	obsesión	en	mi	vida.
Lo	más	triste	es	que	nunca	más	la	volví	a	ver	por	mucho	que	busqué	durante
días	 la	pelota	azul.	Lo	que	sí	 sé	es	que	nadie	me	había	 impresionado	de	esa
forma.	Creo	que	a	partir	de	ese	instante	tuve	la	certeza	de	que	los	chicos	no	me
interesaban.
Tiene	que	haber	alguna	explicación	que	yo	comprenda	si	me	explican	con
suficiente	claridad.	No	sé	qué	me	sucede	pero	tengo	un	cuerpo	que	no	quiero,
es	 como	 ajeno,	 muy	 distinto	 a	 lo	 que	 soy,	 a	 lo	 que	 siento,	 sé	 que	 es	 algo
complicado,	 por	 eso	 no	 me	 atrevo	 a	 decirle	 nada	 a	 mi	 madre,	 no	 sea	 que
rompa	en	llanto	si	le	pregunto	y	mejor	le	evito	el	sufrimiento.
No	puedo	preguntarle	por	qué	nací	de	esta	manera	y	menos	preguntarle	por
qué	me	siento	incómoda	dentro	de	mí	misma.	Es	como	si	al	mirarme	al	espejo
del	otro	lado	la	que	me	mira	no	fuera	yo	sino	alguien	ajeno	a	mí	aunque	sea	yo
misma.	Es	un	poco	enredado.	Tal	vez	esta	rareza	mía	se	me	pase	dentro	de	un
tiempo,	no	 sé,	 tampoco	he	visto	otras	niñas	como	yo,	 con	esta	 forma	de	 ser
que	no	tienen	los	demás	pero	si	le	pregunto	a	mi	madre	ella	no	me	contesta	o
no	entiende	o	no	quiere	entender	para	no	darme	explicaciones,	tal	vez	piensa
que	no	voy	a	 comprender	pero	yo	 sí	 comprendo	o	 al	menos	 creo	que	voya
entender	si	me	explican	bien	las	cosas.
Cuando	entro	a	algún	lugar	las	personas	se	me	quedan	mirando	como	si	yo
fuera	un	bicho	 raro	y	me	pongo	nerviosa,	 tal	 vez	por	 eso	no	quiero	 salir	 de
casa	 y	 me	 entretengo	 demasiado	 subiéndome	 en	 los	 árboles	 del	 patio.	 Allá
arriba	en	 la	 copa	de	 los	 árboles	 sueño	con	un	mundo	diferente,	donde	 todos
somos	aceptados	tal	y	como	seamos.	No	hay	burlas,	no	hay	risas,	ni	miradas
extrañas.
No	fue	hasta	que	llegué	a	la	adolescencia	cuando	tuve	una	idea	exacta	de
lo	que	me	sucedía	porque	mi	primera	infancia	fue	maravillosa	entre	el	amor	de
mis	padres	y	la	protección	familiar	en	mi	hogar	en	la	tibia	y	cómoda	fluidez	de
los	 días	 que	 corrían	 como	 agua	 mansa	 uno	 detrás	 del	 otro.	 Era	 demasiado
pequeña	para	darme	cuenta	de	que	era	diferente	a	la	mayoría	de	las	chicas	de
mi	edad.	Solo	sé	que	nací	en	un	cuerpo	de	niña	pero	me	siento	niño.
Mi	vida	transcurría	sin	contratiempo	alguno,	a	no	ser	por	los	regaños	de	mi
madre	por	el	constante	jugueteo	en	el	patio	y	algún	que	otro	pescozón	por	no
hacerle	 caso	 pero	 hasta	 dónde	 puedo	 recordar	 viví	 rodeada	 de	 amor,	 con
padres	 cariñosos	 y	 buenos	 que	 hicieron	 mucho	 hincapié	 en	 educarme	 y
enseñarme	 buenos	 modales,	 el	 respeto	 a	 las	 personas	 mayores	 y	 a	 los
maestros.	Tal	vez	no	fueron	todo	lo	exigentes	que	debían	ser	como	padres	pues
me	 permitían	 un	 montón	 de	 cosas	 que	 ahora,	 a	 la	 distancia	 del	 tiempo,
comprendo	que	tal	vez	no	era	muy	común	que	se	le	permitiera	a	cualquier	niña
de	mi	edad.
No	tenía	hermanos	ni	hermanas,	por	lo	que	fui	bastante	solitaria;	disfrutaba
de	toda	la	atención	de	mi	papá,	de	mi	mamá	y	de	una	tía	vieja	y	seca	como	el
tronco	de	un	árbol	viejo,	que	también	vivía	con	nosotros.	Mi	tía	me	traía	hasta
el	ciruelo	del	patio	a	eso	de	 las	3:00	de	 la	 tarde	con	 la	exactitud	de	un	reloj
suizo	un	vaso	de	 leche	 fría	y	blanca	que	yo	 recuerdo	haber	 tenido	ganas	de
arrojárselo	 a	 la	 cara	 pero	no,	 de	 veras,	 nunca	 lo	 hice	 no	por	 temor	 sino	por
respeto	 porque	 mis	 padres	 me	 educaron	 con	 mucho	 esmero	 y	 siempre	 fui
respetuosa	con	los	mayores,	cosa	que	creo	se	ha	perdido	un	poco	hoy.
Yo	detestaba	la	leche	blanca.	Al	menos,	podría	haberle	echado	un	poco	de
chocolate.
Mi	 colección	 de	 juguetes	 era	 amplia	 y	 variada,	 todos	 guardados	 y
ordenados	dentro	de	un	gran	cajón	en	un	rincón	del	closet	cuando	no	jugaba
con	ellos.	Mi	papá	 todos	 los	viernes	que	cobraba	en	 la	Compañía	americana
donde	trabajaba	me	traía	cuánto	juguete	le	pidiera.	Fui	una	chica	afortunada.
No	recuerdo	haber	extrañado	nunca	la	compañía	de	ninguna	amiguita	porque
si	de	juguetes	se	trataba	tenía	todos	los	que	cualquier	niña	podía	desear,	desde
inmensos	 aviones	 y	 helicópteros	 maravillosos	 hasta	 las	 mejores	 pelotas	 de
basquetbol	que	veía	en	los	anuncios	de	las	revistas.
Mi	 papá	 era	muy	 generoso,	 nunca	 se	 asombraba	 de	mis	 pedidos.	 Yo	 no
tenía	la	menor	noción	de	que	mis	preferencias	de	juegos	y	juguetes	no	tenían
nada	 que	 ver	 con	mi	 sexo	 y	mi	 edad	 y	 lo	 que	 se	 consideraba	 “normal”	 de
acuerdo	 con	 el	 concepto	 convencional	 de	 la	 sociedad.	 Para	 mi	 jugar	 con
pelotas,	canijas,	aviones	y	barcos,	era	lo	más	natural	del	mundo	y	me	aburría
soberanamente	jugar	a	las	casitas,	a	los	yaquis,	al	cocinadito	y	darles	de	comer
a	 las	 muñecas,	 esos	 inanimados	 seres	 que	 solo	 me	 miraban	 desde	 un	 frio
rincón	de	la	habitación.
Tampoco	recuerdo	a	mi	madre	poner	cara	de	asombro,	sorpresa	o	alarma
cuando	yo	le	pedía	a	mi	padre	una	pelota	que	fuera	“grande,	muy	grande”	para
encestarla	 en	 la	 improvisada	 cesta	 que	 de	 un	 árbol	 había	 colgado	mi	 padre.
Generalmente	solía	jugar	por	las	tardes	en	el	patio	en	una	especie	de	cancha	de
basquetbol	que	él	había	construido	con	mucha	paciencia.	A	veces	yo	misma
me	pregunto	cómo	no	se	daban	cuenta	de	 lo	 inusual	de	mis	pedidos	pero	es
que	los	padres	siempre	lo	son	sean	como	sean	sus	hijos….
	
	
LA	IMPRUDENCIA	DE	UNA	VECINA
	
Como	les	dije	al	principio,	tuve	una	infancia	feliz	hasta	que	la	imprudencia
de	 una	 vecina	 terminó	 con	 esta	 etapa	 de	 mi	 vida	 una	 tarde	 en	 que	 me
observaba	 jugar	 en	 el	 patio.	Ella	 tenía	mucha	 confianza	 con	mi	 familia;	 esa
tarde	mientras	me	miraba	detenidamente	le	espetó	a	mi	madre	en	plena	cara,	a
boca	de	jarro:
—	Julia	¿no	te	parece	que	la	niña	es	demasiado	varonil	para	su	edad	y	que
solo	 juega	 juegos	de	varones?	Yo	 tú	que	 la	 llevo	al	médico,	porque	no	creo
que	eso	esté	nada	bien.
Tengo	en	 la	memoria	muy	clara	y	nítida	 la	cara	de	mi	madre	mirándome
como	 si	 me	 viera	 por	 primera	 vez	 en	 su	 vida,	 luego	mirar	 a	 la	 vecina	 con
cierto	estupor	y	decirle	con	aquella	voz	dulce	y	bien	timbrada	que	tenía:
—	¿Te	lo	parece,	Verónica?	Nunca	me	había	dado	cuenta.
—	Pero	claro,	Julia,	si	hasta	la	vistes	con	pantalones	y	pulóveres,	yo	creo
que	no	te	has	dado	cuenta	de	verdad	que	es	una	niña	y	¡mira	ese	pelo	corto	y
revuelto	como	un	chiquillo!	Bueno,	la	verdad	es	que	parece	todo	un	varoncito.
Yo	había	venido	corriendo	a	cobijarme	en	las	piernas	de	mi	madre	en	tanto
ella	enjugaba	amorosa	mi	cara	sudorosa	de	corretear	y	hacer	mil	travesuras	por
aquel	 amplio	 patio.	 Me	 pasó	 una	 mano	 por	 el	 pelo	 revuelto	 y	 ensortijado
apartándome	un	mechón	rebelde	que	se	me	pegaba	a	la	frente	y	me	dijo	con
ternura:	“sigue,	sigue	jugando”.
Mi	madre	me	ponía	pantalones	largos	para	protegerme	las	rodillas	porque,
según	ella,	como	yo	siempre	andaba	correteando	de	aquí	para	allá,	me	caía	y
me	 rasponeaba	 las	 rodillas	 y	 luego	 cuando	 fuera	 grande,	 se	 verían	 las
cicatrices	y	eso	no	era	elegante	ni	bonito	para	una	mujer.
Por	supuesto	que	nadie	me	llevó	al	médico	para	preguntarle	algo	tan	obvio.
Ya	 para	 esa	 época	 yo	 había	 cumplido	 los	 seis	 años.	 No	 tenía	 la	 menor
conciencia	 de	 que	 era	 un	 ser	 atrapado	 en	 el	 cuerpo	 equivocado	 y	 tampoco
sufría	 las	 consecuencias	 psicológicas	 de	 tal	 “desajuste”	 de	 la	 naturaleza.
Tampoco	creo	que	mis	padres	le	dieran	la	menor	importancia	a	un	hecho	tan
genuino	y	 fortuito	como	ese.	Lo	más	 importante	para	ellos	era	que	yo	 fuera
feliz,	ya	se	encargaría	la	vida	posteriormente	de	darme	a	conocer	las	primeras
cuotas	de	sufrimiento.
Las	cosas	cambiaron	drásticamente	conmigo.	Si	debo	ser	sincera	–todo	lo
sincera	 que	 me	 he	 propuesto	 ser	 en	 este	 breve	 relato	 autobiográfico—	mis
padres	fueron	más	cuidadosos	y	exigentes	con	mi	vestuario	y	estoy	consciente
de	 que	 observaban	 preocupados	 por	 mi	 comportamiento	 aunque	 nunca	 me
dijeron	nada	al	respecto	y	si	lo	hicieron,	fue	de	tal	manera	que	no	levantaron
ningún	tipo	de	sospecha	o	recelo	en	mí.
A	partir	del	comentario	de	la	vecina	mi	madre	se	propuso	dejarme	crecer	el
pelo	 hasta	 la	 cintura,	 peinarme	 con	 trenzas	 y	 ponerme	 lazos	 en	 la	 cabeza	 y
vestirme	con	vestiditos	de	flores	que	yo	detestaba.	Comenzaron	a	comprarme
muñecas	 de	 todo	 tipo,	 rubias,	 morenas,	 grandes,	 pequeñas,	 que	 hablaban	 y
hasta	 caminaban	 pero	 a	 pesar	 de	 ser	 tan	 lindas	 a	mí	me	 dejaban	 totalmente
indiferente.	En	el	fondo	eran	eso,	muñecas	inanimadas	que	no	me	decían	nada.
Ahora,	a	la	distancia	de	los	años	y	ante	los	recuerdos	que	son	como	dagas
que	 se	 clavan	 en	 mi	 corazón	 y	 lo	 desgarran	 con	 esa	 feroz	 dureza	 de	 las
incomprensiones,	pienso	que	siempre	supieron	mi	gran	secreto	pero	se	hacían
los	suecos	ante	una	evidencia	que	quizás	no	querían	aceptar	de	buena	gana.	No
hay	como	ver	nacer	un	hijo	y	la	felicidad	que	trae	aparejado	el	nacimiento	de
un	vástago	para	sortear	los	avatares	de	la	vida	con	la	sombra	de	una	duda.
	
	
LA	ESCUELA	ES	OTRO	MUNDO,	OTRA	VIDA.
	
Empecé	la	escuela	un	poco	tardíamente	teniendo	en	cuenta	que	a	los	cinco
años	 los	niños	van	al	kínder,	 pero	en	mi	 caso	no	 fue	 así.	De	cinco	a	 seis	 lo
pasé	en	mi	casa,	bajo	 la	 tutela	de	mi	madre,	quien	era	maestra	y	me	enseñó
con	 amor	 y	 paciencia	 todo	 lo	 que	 correspondía	 al	 nivel	 preescolar,	 por	 eso
cuando	me	inscribieron	en	laescuela	ya	había	vencido	ese	nivel	primario.
Al	entrar	al	aula	todos	se	me	quedaron	mirando	con	sorpresa.	Ni	siquiera
disimularon	 por	 cortesía.	 Yo	 no	 sabía	 dónde	 meterme,	 porque	 tampoco
entendía	 lo	que	 sucedía	 conmigo.	Mis	manos	 transpiraban	copiosamente.	La
maestra	me	dijo,	mirándome	con	cierto	estupor:
—	Niño,	siéntate	aquí	mismo.	En	este	pupitre.
Y	señaló	uno	cercano	a	su	mesa	de	trabajo.
—	Niña—	le	dije	bajito	porque	me	dio	pena	hablar	un	poco	alto.	Parece
que	no	me	escuchó	porque	me	repitió	de	nuevo:
—	Niño,	aquí,	mira,	ese	es	tu	asiento.
Entonces	la	miré	de	frente	y	le	dije:
—	Niña,	soy	una	niña.	Y	me	llamo	Boggy.
—	Ah,	perdón,	me	dijo	y	sonrió.	Yo	le	vi	en	la	sonrisa	cierta	culpa.	A	mis
espaldas	escuché	risas	que	se	callaron	inmediatamente	cuando	ella	se	volteó	e
hizo	un	gesto	con	la	mano	exigiendo	silencio.	Se	podía	escuchar	el	vuelo	de
una	mosca.	Me	sentí	incomoda.
Ese	fue	mi	primer	día	de	clases.
Es	 obvio	 que	me	 di	 cuenta	 inmediatamente	 de	 que	 todo	 no	 era	 color	 de
rosa	o,	dicho	de	otra	 forma,	 las	cosas	no	eran	 tan	 simples	como	hasta	ahora
habían	 sido.	 Creo	 que	 fue	 la	 primera	 vez	 que	 me	 enfrenté	 con	 las
contrariedades	 y	 contradicciones	 del	 mundo,	 con	 sus	 intrigas,	 sus	 miradas
cómplices,	sus	grupitos	cizañeros,	sus	comentarios	ofensivos	y	sus	“¿quién	es
esta	 chica	 rara?”	 y	 “no	 quiero	 que	 juegues	 conmigo	 porque	 no	 pareces	 una
niña”,	“vete,	vete	de	aquí”.	Eso	se	llamaba	discriminación	pero	yo	no	lo	sabía.
Muchas	veces	no	quería	ir	a	la	escuela,	era	un	martirio	tener	que	soportar
las	burlas	y	 las	palabras	hirientes	que	hendían	mi	carne	como	garras	pero	 lo
peor	era	como	herían	mi	alma	porque	de	esas	heridas	nadie	cura	del	todo.
Es	duro	sentirse	rechazada	por	un	grupo	que	te	mira	como	si	fueses	un	ser
de	otro	planeta.	No	te	identificas	con	nadie,	miras	a	tu	alrededor	y	sientes	el
vacío,	esa	tremenda	soledad	de	sentirte	ajena	a	todo.	Nadie	jugaba	conmigo	en
los	recreos	de	la	escuela	y	cuando	se	dirigían	a	mí	me	decían	“la	chica	rara	“o
la	“marimacho”.	El	que	se	atreviese	a	romper	el	hielo	corría	el	 riesgo	de	ser
eliminado	de	cualquier	grupo.	Como	comprenderán,	no	hubo	muchos	valientes
dispuestos	a	ello.
Yo	 le	 preguntaba	 a	mi	madre	 por	 qué	me	 llamaban	 de	 aquella	manera	 y
solo	me	contestaba	mirándome	con	ternura:	“porque	eres	más	inteligente	que
todos	ellos”.	Era	muy	desagradable	esta	situación	para	mí,	sentirme	apartada
por	 los	 chiquillos	 y	 chiquillas	 contemporáneos	 conmigo	 resultaba	 una
verdadera	 tortura	 que	 laceraba	 mi	 alma	 infantil.	 Humillada	 en	 mi	 interior,
vejada	por	el	simple	hecho	de	no	conducirme	exactamente	 igual	a	 las	demás
chicas	de	mi	edad,	sin	tener	en	cuenta	mi	nobleza	de	alma	y	de	carácter;	fue	lo
más	 duro	 y	 violento	 que	 enfrenté	 en	mi	 primera	 infancia,	 sin	 hablar	 de	 los
epítetos,	palabrotas,	motes,	insultos,	burlas	e	improperios	que	me	decían	desde
el	trayecto	de	mi	casa	a	la	escuela	y	viceversa.
Si	de	bullying	se	trata,	yo	fui	una	víctima	feroz	del	bullying	más	cruel	que
se	pueda	soportar.	Hubo	días	hasta	de	golpes	donde	llegué	sangrando	en	más
de	una	ocasión	a	mi	casa;	mi	madre	tuvo	que	intervenir	y	solicitar	una	reunión
con	 los	directivos	del	 colegio.	A	partir	 de	 ahí	 la	 cosa	menguó	un	poco	pero
nunca	 terminó	 del	 todo.	 Con	 el	 tiempo	 me	 acostumbré	 al	 rechazo	 y	 a	 la
soledad,	ya	cuando	aprendí	a	 leer	me	refugié	en	 los	 libros	devorando	cuánto
libro	caía	en	mis	manos,	hasta	el	punto	de	que	mi	madre	me	decía	“ratón	de
biblioteca”.
Pensaba	 que	 de	 alguna	 manera	 yo	 debía	 aprender	 a	 defenderme	 de	 las
burlas,	que	era	lo	que	más	me	molestaba	y	de	la	mirada	curiosa	de	los	padres
de	aquellos	chiquillos	crueles,	por	 lo	que	me	fabriqué	una	especie	de	coraza
interior	para	que	nada	perturbara	mis	sentimientos;	era	muy	doloroso	que	ante
una	sonrisa	o	un	gesto	amistoso	de	mi	parte	hacia	 los	demás	solo	encontrara
indiferencia	como	respuesta.	Lógicamente,	para	una	niña	que	apenas	acababa
de	arribar	a	sus	primeros	ocho	años	de	vida	esto	es	lacerante.
No	quiero	entrar	en	detalles	que	me	recuerden	esta	etapa	de	mi	infancia	en
la	 escuela,	 solo	 les	 puedo	 asegurar	 que	 era	 insufrible	 para	mi	 cada	mañana
despertar	 y	 enfrentarme	 a	 un	 mundo	 donde,	 desde	 la	 maestra	 hasta	 el	 más
pequeñito	de	los	alumnos,	me	miraban	como	si	la	que	hubiese	entrado	por	la
amplia	puerta	del	colegio	fuese	la	extraterrestre	mas	horrenda	proveniente	de
alguna	galaxia	lejana	llegada	sin	previo	aviso.	Recuerdo	haber	llorado	mucho
por	las	noches	en	mi	habitación	poniendo	la	almohada	en	mi	boca	para	sofocar
los	sollozos,	evitando	que	mi	madre	se	enterara.
Desarrollé	 una	 especie	 de	 protección	 interna	 o	 fortaleza	 de	 autoayuda
creando	 una	 gran	 capacidad	 para	 comprender	 y	 asimilar	 enseguida	 los
planteamientos	y	explicaciones	de	los	maestros.	Sin	ser	inmodesta,	debo	decir
que	 siempre	 fui	 inteligente	 lo	 cual	me	 sirvió	de	mucho	para	 interactuar	 ante
cada	 situación	 que	 la	 propia	 vida	me	 pusiese	 por	 delante.	 Traté	 de	 hacerme
imprescindible.	Creo	que	de	una	manera	u	otra	esto	me	ayudó.
Mi	natural	tendencia	a	servir	y	ayudar	a	los	demás	se	ponía	de	manifiesto
pese	a	todo.	Yo	disfrutaba	ayudar	a	que	mis	compañeros	de	aula	entendiesen
con	 tanta	 claridad	 como	 yo	 la	 clase	 del	 profesor,	 y	 me	 di	 cuenta	 de	 que,
sorteando	la	difícil	barrera	de	la	no	aceptación	inicial,	comenzaron	a	mirarme
de	otra	manera	los	mismos	que	me	habían	rechazado	de	forma	denigrante.	Tan
extraña	suele	ser	la	gente.	Te	aceptan	si	les	conviene	y	te	abandonan	si	nos	les
sirves	de	nada.	Vaya	naturaleza	humana.
Ya	no	era	la	chica	marimacho	de	gruesas	trenzas	y	vestiditos	de	flores	sino
Boggy,	“la	que	explica	tan	bien	o	mejor	que	el	maestro”.	Aprendí	que,	a	pesar
de	todo,	es	esencial	ser	noble	y	bueno	con	la	humanidad	aunque	esta	te	haya
herido	tan	profundo	que	no	sepas	si	la	herida	algún	día	dejará	de	sangrar.
En	la	medida	en	que	iba	dejando	atrás	la	noble	infancia	y	los	mejores	años
de	mi	vida,	 esa	 etapa	 en	que	 todo	 lo	 ves	 color	 de	 rosa,	 la	 pubertad	 se	 abría
camino	 vertiginosamente	 con	 una	 rapidez	 temible.	 Llegaba	 la	 etapa	 de
reafirmarme	 en	 mis	 criterios	 personales,	 desarrollar	 toda	 una	 complicada
filosofía	 existencialista	 y	 obligarme,	 de	 acuerdo	 con	 las	 circunstancias,	 a
convertirme	en	una	“rebelde	sin	causa”,	cosa	propia	de	la	edad	que	asomaba
sus	 perfiladas	 garras	 que	 se	 hundirían	 sin	 remedio	 en	 mis	 tiernas	 y	 frescas
carnes	de	adolescente.
Deje	atrás	la	niña	obediente	y	traviesa	que	solía	encaramarse	en	el	ciruelo
del	patio	a	contemplar	la	caída	del	sol	mientras	afuera	el	mundo	podía	caerse
en	mil	pedazos.	Ahora	comenzaba	pensar	un	poco	más	en	mí,	en	mi	vida,	en
mis	frustraciones,	en	mi	afirmación	como	ser	social	y	en	mis	propios	derechos
ante	la	sociedad	que	no	acepta	nada	que	no	se	parezca	a	lo	que	ha	programado
de	 manera	 estrecha	 en	 sus	 escuetos	 patrones.	 Me	 enfrentaba	 a	 mi	 madre
defendiendo	mi	derecho	a	salir	sola,	a	ir	al	cine,	a	viajar	en	bus,	a	entrar	a	una
biblioteca	y	comprar	un	libro	o	leerlo	allí	mismo,	en	la	quietud	de	una	sala	de
lectura.
Mi	madre	se	negaba	a	dejarme	salir	sola.	Quizás	quería	evitarme	las	burlas
pero	ya	esto	era	pan	comido.	Una	tarde	a	los	quince	años,	cuando	me	negó	el
permiso	para	ir	a	ver	una	película,	salí	de	la	casa	sin	autorización	y	regresé	a
medianoche.	Lo	que	más	me	molestaba	 era	 que	no	 confiaran	 en	mí,	 cuando
había	 demostrado	 a	 lo	 largo	 de	 mi	 corta	 vida	 ser	 una	 chica—	 chico	 muy
formal	y	responsable.	Al	final	de	la	contienda,	a	las	12:00	de	la	noche	cuando
retorné	ilesa	a	casa,	encontré	a	mi	madre	llorando	a	mares	mientras	mi	padre
me	 increpaba	 diciéndome	 que	 yo	 era	 una	 hija	 egoísta,	 injusta,	 cruel	 y
abusadora.
—	“¿No	ves	cuánto	dolor	has	causado	en	tu	pobre	madre?”.
Yo	era,	como	siempre,	la	culpable.
—	Tengo	todo	el	derecho	del	mundo	a	salir,	no	hago	nada	malo	con	ir	al
cine	y	ver	una	película.	También	me	canséde	que	me	negaran	el	permiso	cada
vez	que	se	lo	pedía	a	cualquiera	de	los	dos.	¿Cuál	es	el	problema?
—	El	problema	es	 tu	 insolencia,	 tu	desobediencia.	Si	 a	 tu	madre	 le	 pasa
algo,	la	única	culpable	vas	a	ser	tú.
—	No	he	hecho	nada	malo,	papá.	Solo	fui	al	cine.	Tengo	derecho	a	salir.
Como	una	abogadilla	yo	enarbolaba	con	 toda	razón	mis	derechos.	No	les
quedó	 más	 remedio	 que	 aceptarlos.	 Dura	 batalla	 librada	 a	 fuerza	 de
enfrentarme	a	mis	padres,	cuya	exagerada	protección	dañaba.
Ufff,	no	quiero	ni	acordarme	de	cómo	me	sentí.
Yo	estaba	consciente	a	estas	alturas	de	mi	vida	de	que	me	pasaba	algo	cuya
definición	no	me	convencía,	porque	lo	que	muchos	definían	como	“lesbiana”,
“gay”	“homosexual”	no	tenía	nada	que	ver	conmigo.	La	cosa	era	mucho	más
compleja.	 Era	 tan	 compleja	 como	 ser	 una	 transgénero,	 una	 especie	 de	 ser
atrapado	 en	 el	 cuerpo	 equivocado,	 algo	 que	 ni	 siquiera	 imaginaba	 que
existiese.
Todos	estos	epítetos	me	quedaban	chicos,	eran	ajenos	a	mí.	No	tenían	nada
que	ver	conmigo	ni	con	lo	que	yo	sentía.	No	es	lo	mismo	ser	lesbiana,	gay	o
bisexual;	 aclaro	 esto	 porque	 hay	 quienes	 suelen	 confundir	 la	 identidad	 de
género	con	la	orientación	sexual	y	no	es	nada	de	eso.
De	acuerdo	con	el	concepto	actual,	transgénero	es	quien	no	acepta	el	sexo
asignado	 a	 su	 nacimiento	 y	 por	 supuesto,	 tiene	 comportamientos	 y	modales
que	no	se	corresponden	con	lo	que	se	espera	de	acuerdo	con	el	sexo	con	el	que
nació.	Por	necesidad	de	comprender	un	poco	más	mi	condición,	si	es	que	de
condición	 se	 trata,	 tuve	 que	 documentarme	 al	 respecto	 tratando	 de	 dar	 con
definiciones	 que	 aclarasen	 mis	 sentimientos	 como	 ser	 humano	 ante	 la
sociedad,	la	vida	y	ante	mí	misma.
De	 acuerdo	 con	 lo	 leído,	 la	 identidad	 de	 género,	 ya	 sea	 transgénero	 o
cisgénero*	 tiene	 que	 ver	 con	 el	 género	 que	 sientes,	 bien	 sea	 femenino,
masculino,	ambos	inclusive	o	ninguno	de	los	dos.
Ser	 lesbiana,	gay,	bisexual	o	heterosexual	explica	quiénes	te	atraen	y	con
quiénes	quieres	tener	una	relación	romántica,	emocional	o	sexual.	Una	persona
transgénero	puede	ser	gay,	lesbiana,	heterosexual	o	bisexual,	al	igual	que	una
persona	 cisgénero.	 ¿Cuándo	 se	 considera	 que	 una	 persona	 es	 cisgénero?
Cuando	el	sexo	asignado	y	la	 identidad	de	género	de	una	persona	coinciden,
entonces	se	la	denomina	“cisgénero.
Voy	 a	 explicarlo	 de	 una	 manera	 más	 sencilla	 para	 que	 se	 entienda	 bien
porque	creo	que	son	conceptos	importantes	que	hay	que	aclarar	muy	bien	para
que	nadie	se	confunda.
—	La	orientación	sexual	tiene	que	ver	con	quién	quieres	estar.
—	La	identidad	de	género	se	relaciona	con	quién	eres.
Cuando	tuve	total	conciencia	de	que	yo	era	una	de	esas	personas	que	han
nacido	 dentro	 de	 un	 cuerpo	 equivocado	 que	 no	 tiene	 nada	 que	 ver	 con	 su
verdadera	 identidad	 psicológica	 y	 emocional	 me	 sentí	 horriblemente	 mal,
como	 es	 lógico,	 porque	 sabía	 que	 iba	 a	 ser	muy	 difícil	 sentirme	 totalmente
bien	en	mi	yo	interno	conmigo	misma	y	aceptarme	tal	cual	soy,	esto	es	lo	más
duro.	Creo	que	cada	ser	nace	único	e	irrepetible,	y	es	mejor	aceptar	su	realidad
por	extraña,	dura	o	cruel	que	parezca	Soy	un	cuerpo	de	chica	con	sentimientos
y	 emociones	 de	 un	 chico,	 ¿se	 imaginan	 por	 un	 momento	 cómo	me	 siento?
¿Cómo	 me	 he	 sentido	 siempre?	 No,	 no	 pueden	 ni	 siquiera	 imaginarse	 esta
dualidad.
Tampoco	traten	porque	es	terrible.
Desde	 el	 fondo	 de	 mi	 corazón	 yo	 no	 era	 ni	 lo	 uno	 ni	 lo	 otro.	 Era
sencillamente,	Boggy.
	
	
EN	EL	UMBRAL	DE	LA	VIDA
Si	he	afrontado	cosas	difíciles	en	la	vida	desde	mi	nacimiento	debo	decir
que	mi	transición	de	niña	a	mujer	(en	este	caso	de	chico	a	joven)	fue	mucho
más	 difícil	 a	 lo	 que	 hasta	 entonces	 me	 había	 enfrentado.	 Recuerdo
perfectamente	 que	 una	 de	 mis	 compañeras	 de	 clases,	 muy	 asombrada,	 me
preguntó	en	una	ocasión	que	por	qué	siempre	me	vestía	como	un	chico,	que	si
nunca	 usaba	 vestidos	 y	 tacones	 como	 las	 demás	 chicas.	 Como	 aquello	 me
parecía	 tan	 inverosímil	 en	mi	propia	naturaleza	humana,	 tan	habituada	a	ver
las	cosas	desde	puntos	de	vista	pragmáticos	y	nada	románticos,	le	conteste	con
mucha	naturalidad:	“porque	soy	un	chico	en	un	cuerpo	de	mujer”.
Su	 cara	 de	 asombro,	 consternación	y	 sorpresa	 con	 algo	de	disgusto	y	un
mucho	de	rechazo	fue	suficiente	para	saber	que	en	la	vida	no	siempre	los	que
tú	 crees	 son	 los	que	 son,	y	que	de	una	 forma	u	otra	 siempre	 iba	 a	 enfrentar
situaciones	 límites	 que	 pusiesen	 a	 prueba	 mi	 entereza,	 mi	 estoicismo	 y	 mi
fuerza	interior	en	un	mundo	regido	por	estrechos	esquemas	mentales	y	que	si
hasta	 entonces	 había	 sorteado	 sin	 preámbulos	 un	 mundo	 alucinante	 y
alucinado,	de	ahora	en	adelante	 iba	a	necesitar	mucho	más	valor	para	seguir
enfrentando	las	ridículas	oposiciones	convencionales	de	la	sociedad	porque	no
aprenden	 a	 ver	 las	 cosas	 con	 el	 corazón,	 sino	 con	 el	 raro	 raciocinio	 de	 un
monocromático	patrón	moral.
Las	cosas	serias	de	verdad	que	me	hicieron	reflexionar	profundamente	con
los	hechos	acontecidos	en	mi	vida	comenzaron	de	manera	drástica	una	vez	que
arribé	a	la	adolescencia,	esa	etapa	compleja	y	difícil	por	la	que	todos	pasamos
irremediablemente	y	en	la	que	nos	identificamos,	afianzamos,	reafirmamos	y
nos	equivocamos	una	y	otra	vez	hasta	encontrar	el	verdadero	camino	del	yo.
Ya	había	llegado	a	los	dieciocho	años	y	aunque	me	parecía	que	era	toda	una
adulta,	 no	 tenía	 la	menor	 idea	 de	 que	 la	 vida	 era	 como	 un	 azaroso	 camino
minado	donde	hay	que	aprender	a	moverse	muy	bien	para	no	pisar	una	y	morir
en	la	explosión.
Al	 crecer	 y	 desarrollarme	 tuve	 que	 enfrentarme	 a	 determinados	 cambios
que	me	resultaban	odiosos	en	mi	cuerpo	con	el	que	nunca	me	sentí	totalmente
identificada	del	todo,	pues	además	de	sufrir	ostensiblemente	mes	tras	mes	con
lo	que	llamamos	menstruación,	esa	horrible	pérdida	de	sangre	mensual	con	la
que	 las	mujeres	 se	 identifican	para	 tener	 el	 derecho	de	 ser	madres,	me	daba
cuenta	 de	 que	 mi	 humor,	 normalmente	 de	 buen	 ánimo,	 cambiaba	 en	 esos
fatídicos	días.
Otra	de	 las	contradicciones	con	las	que	me	encontré	fueron	las	preguntas
que	 atormentaban	 mi	 mente	 de	 manera	 continua:	 ¿quién	 soy	 realmente?
¿Cómo	me	visto	de	acuerdo	con	mi	manera	de	ser	y	mi	identidad??Soy	quien
pienso	 y	 siento?	 ¿Tengo	 derechos	 sociales	 que	 me	 defienden	 de	 cualquier
humillación	 por	 ser	 como	 soy?	 ¿Me	 protege	 la	 sociedad	 civil	 a	 la	 que
pertenezco?
Como	ven,	un	sinfín	de	cuestionamientos	que	sumergían	mi	mente	en	un
torbellino	atormentador.	No	sabía	a	quién	dirigirme	para	hallar	las	respuestas
idóneas	a	tantas	preguntas	que	bullían	en	mi	ser	interno.	Mi	vida	era	un	caos.
Y	 lo	 triste	 es	 que	 fue	 un	 caos	 casi	 desde	 mi	 propio	 nacimiento,	 velado
tiernamente	por	al	amor	incondicional	de	mis	padres,	a	los	que	ahora	más	que
nunca	comprendo	en	su	totalidad.
Lo	más	 grave	 y	 definitorio	 fue	 cuando	me	 enamoré	 perdidamente.	Aquí
fue	cuando	comprendí	que	uno	no	se	enamora	de	un	sexo	determinado	sino	de
la	 persona,	 sea	 quien	 sea.	 Los	 valores	 que	 nos	 cautivan	 están	 dentro	 de	 esa
persona,	 formando	 parte	 indisoluble	 de	 ella	 independientemente	 de	 su	 sexo.
Llegar	 a	 ese	 consenso	 es	 glorioso.	 Yo	 diría	 que	 es	 el	 secreto	 de	 todo	 lo
sublime.
Yo	estudiaba	Diseño	Gráfico	y	de	Vestuario	en	una	Escuela	de	Diseño	de
mi	país,	al	que	(no	sé	si	se	habrán	dado	cuenta)	no	hago	referencia	personal
alguna	porque	quiero	que	mi	 relato	quede	como	una	anécdota	 atemporal	 sin
ubicación	alguna	ni	de	tiempo	ni	de	espacio.
Todas	las	tardes	a	partir	de	las	5:00pm	y	hasta	las	10:00pm,	estudiaba	en	la
Escuela	 de	 Diseño	 varias	 asignaturas	 que	 eran	 para	 mí	 un	 oasis	 dentro	 del
atormentador	 torbellino	sentimental	y	psicológico	que	era	mi	vida;	Pintura	y
Color,	Dibujo,	Historia	del	Diseño,	Vestuario,	etc.	No	recuerdo	en	ese	dichoso
momento	de	la	escuela	que	alguien	me	hubiese	mirado	de	manera	rara,	porlo
que	 repito,	 era	 como	 una	 especie	 de	 oasis	 en	medio	 del	 desierto	mundanal.
Claro	 que	 yo	 ignoraba	 aún	 que	 en	 las	 escuelas	 de	 arte	 lo	más	 “normal”	 era
encontrarse	 gente	 como	 yo,	 cosa	 que	 fui	 aprendiendo	 con	 la	 vida.	 Había
decidido	 desde	 tiempo	 atrás	 ser	Diseñadora	 de	Vestuario,	 una	 vocación	 que
descubrí	a	los	doce	años.
Llegaba	 temprano	 al	 aula	 y	 me	 disponía	 con	 un	 sentido	 estricto	 de	 la
disciplina	a	beber	en	la	fuente	del	conocimiento	de	mis	talentosos	profesores	a
los	que	recuerdo	con	un	afecto	especial.	De	ellos	aprendí	lo	más	importante,	el
respeto	por	lo	que	hacemos,	cosa	imprescindible	a	la	hora	de	convertirnos	en
profesionales	 tanto	 del	Diseño	 como	de	 cualquier	 otra	 especialidad.	Marilis,
mi	amiga,	llegaba	un	poco	más	tarde	que	yo	pero	ya	tenía	un	asiento	guardado
a	 mi	 lado	 y	 los	 lápices	 preparados	 para	 el	 dibujo.	 Yo	 aun	 no	 sabía	 que	 el
galopar	 de	mi	 corazón	 ante	 su	 llegada	 respondía	 a	 un	 exigente	mandato	 de
amor.
	
	
EL	PRIMER	AMOR,	EL	PRIMER	BESO
Poco	 a	 poco	 mis	 tardes	 se	 fueron	 llenando	 de	 palabras,	 de	 música,	 de
susurros,	de	miradas,	de	suspiros,	de	necesidades	y	de	todo	cuanto	requería	un
amor	que	cada	vez	se	volvía	mas	perentorio	y	exigente.	Como	todo	amor.	Una
tarde	no	llegó.	Mi	pulso	se	detuvo.	El	profesor	entró	al	aula	como	siempre	y
nos	puso	al	modelo	delante	para	que	 lo	dibujásemos	pero	aunque	Lalo,	alto,
delgado,	 musculoso,	 elegante	 y	 desnudo	 miró	 al	 vacío	 como	 si	 no	 se
encontrase	allí	sino	en	medio	del	desierto	del	Sahara,	mi	interés	y	mis	ojos	no
estaban	en	Lalo,	mi	mente	ofuscada	quedó	detenida	en	la	figurilla	dinámica	y
breve	de	mi	amiga	Marilis.	¿Qué	había	pasado?	¿Por	qué	no	vino?	¿Por	qué	no
me	avisó?
El	tiempo	de	la	clase	se	hizo	tedioso	y	demasiado	extenso.	Casi	no	podía
respirar.	La	angustia,	el	temor,	la	desazón,	la	debilidad	ante	un	sentimiento	tan
fuerte	 como	 es	 el	 amor	 en	 la	 adolescencia	 hicieron	 presa	 en	 mí.	 ¿Qué	 me
estaba	 pasando?	 Moría	 de	 angustia.	 No	 miento.	 Morí.	 Apenas	 terminó	 la
tortura	de	la	clase	salí	corriendo	para	tomar	un	bus	e	ir	a	la	casa	de	mi	amiga.
Tanto	la	extrañaba	que	no	podría	dormir	tranquila	si	no	la	veía	y	sabia	de	ella.
Ay,	el	corazón	desbocado	de	tanto	amor.
Toqué	 a	 la	 puerta	 de	 su	 casa	 con	 un	 nerviosismo	 espantoso.	Mis	manos
temblaban.	Al	fin	la	puerta	se	abrió	y	apareció	el	rostro	pequeñito	y	breve	de
mi	amiga	con	sus	ojillos	luminosos	y	esa	sonrisa	pícara	y	traviesa	que	daban
tanta	 vida	 a	 su	 carita	 frágil.	 Me	 eché	 en	 sus	 brazos	 casi	 sin	 explicación	 y
estallé	 en	 sollozos	 convulsivos	mientras	 la	 abrazaba	 y	 apretaba	 fuertemente
contra	mi	pecho.	Ella	 reía	divertida	ante	mi	extraña	escena.	Por	 fin,	una	vez
calmada	me	preguntó	con	cierta	suspicacia:
—	¿Pero	qué	es	lo	te	sucede,	Boggy?
—	Nada,	que	me	asusté	por	ti,	imaginé	que	te	había	sucedido	algo	grave.
Entonces	 me	 miró	 fijamente	 a	 los	 ojos	 con	 una	 mirada	 tierna,	 firme,
subyugadora,	embriagadora	y	temible	y	allí,	en	medio	de	la	sala,	entre	libros
regados	por	doquier,	discos	tirados	por	el	suelo,	en	medio	de	una	sinfonía	que
me	 llegaba	 de	 lejos	 dulce	 y	 queda	 como	 el	 canto	 de	 un	 ruiseñor,	me	 dio	 el
primer	beso	de	mi	vida	que	nunca	he	olvidado.	Fugaz	y	eterno	momento	en
que	su	boca	 tocó	 la	mía	con	una	suavidad	 tal	que	quedé	confundida	entre	el
atardecer	 y	 el	 alba;	 perdí	 la	 noción	 del	 tiempo,	 fue	 de	 tal	manera	 y	 con	 tal
fuerza	e	intensidad	que	a	pesar	de	los	años	transcurridos	nunca	lo	olvidé.
Sin	 pensarlo	 dos	 veces	 nos	 fuimos	 a	 la	 cama	 y	 sin	 saber	 cómo	 nos
quedamos	mirándonos	 a	 los	 ojos	 tratando	de	 explicar	 de	 qué	 forma	y	 desde
cuándo	habíamos	llegado	a	ese	momento	íntimo	que	convertimos	en	un	toque
de	 almas,	 donde	 más	 que	 amor	 físico,	 encontré	 el	 más	 profundo	 e	 ignoto
sentimiento	que	nos	complementaba,	una	especia	de	transfusión	de	emociones
como	no	habría	otro	igual.
La	besé	una	y	mil	veces.	El	cálido	aliento	de	su	boca	me	trastornaba.	La
devoré	con	hambre,	con	miedo,	con	 ternura,	con	fruición,	con	violencia,	con
locura,	 con	 vehemencia,	 la	 devoré	 despacio	 para	 saborearla,	 mientras	 sus
labios	suaves	y	cálidos	atrapaban	mi	boca	sedienta	de	la	suya.	Sentí	su	lengua
de	terciopelo	hundirse	anhelante	y	hurgar	en	mi	boca	buscando	la	caricia	de	mi
lengua	 torpe	 que	 afanosa,	 intentaba	 aprender	 con	 la	 destreza	 de	 quien	 era
maestra	 en	 el	 arte	 sutil	 del	 amor.	 Entonces	 la	 acaricié,	 dibujando	 todo	 el
contorno	 de	 su	 cuerpo	 con	mis	 manos	 ávidas	 de	 ella,	 dándome	 cuenta	 que
desde	 hacía	 mucho	 tiempo,	 deseaba	 tocar	 sus	 pechos	 tibios	 y	 amplios	 y
perderme	en	la	hendidura	profunda	y	exquisita	de	sus	senos	para	no	emerger
nunca	a	la	realidad.
Acaricié	con	locura	sus	muslos	tersos	y	duros,	el	ombligo	caprichoso	de	su
vientre	plano,	su	piel	firme,	su	pelvis	maravillosa,	su	pequeño	sexo	oscuro	y
divino	donde	me	perdí	para	encontrarme	por	primera	vez	en	la	vida.	Besé	sus
pechos	 una	 y	 otra	 vez	 y	 bebí	 de	 la	 fuente	 exquisita	 de	 sus	 pezones	 con	 la
lujuria	de	saber	que	más	allá	de	todo	pensamiento	lógico	y	racional	está	la	más
completa	felicidad	que	se	pueda	conocer	en	un	momento	breve	cuya	eternidad
reposa	 entre	 unos	 brazos	 frágiles	 y	 tiernos	 que	 te	 cobijan	 y	 protegen
descubriéndote	el	mayor	placer	que	se	pueda	sentir.
Boca	con	boca,	labios	con	labios,	pechos	con	pechos,	cuerpo	con	cuerpo,
almas	con	almas.	Esa	fue	la	primera	vez	en	mi	vida	que	tuve	noción	de	lo	que
era	el	amor	y	el	 sexo	fusionados	en	una	misma	persona	y	bendije	una	y	mil
veces	ser	quien	era,	quien	soy,	quien	seré	por	 siempre	y	para	siempre	en	mi
cuerpo	de	mujer	con	mi	alma	y	sentimientos	de	varón	enamorado.	Toda	una
noche	 amándola,	 amándonos,	 intensa	 y	 maravillosamente.	 Mi	 amiga,	 mi
amante,	mi	compañera	de	aula,	mi	sentido	de	la	vida,	mi	vida	entera,	mi	todo.
Su	boca,	su	cuerpo,	sus	brazos,	su	minúscula	estatura,	gigantesca	para	mí,
su	risa	incomparable	y	única,	su	mirada	perdida	en	la	mía,	su	carácter	alegre	y
extrovertido,	sus	comentarios	de	cine,	de	moda,	de	libros,	los	temas	variados
de	 los	 que	 hablábamos,	 fueron	durante	mucho	 tiempo,	 la	 única	 razón	de	mi
vida,	el	único	porqué	de	mi	existencia.
¿Qué	puedo	añadir	después	de	conocer	la	gloria	sin	haber	llegado	al	cielo?
Viví	 meses	 de	 angustia	 y	 placer,	 de	 intensa	 pasión,	 horas	 sublimes	 que
nunca	olvidaré,	no	podría	olvidar	la	vida	misma.	Intensidad	de	una	pasión	que
mientras	 se	 viviera	 con	 la	mayor	 discreción	posible	más	 hermosa	y	 sublime
sería.
Marilis	 fue	 para	mí	 el	 descubrimiento	 del	 amor	 en	medio	 del	 caos	 de	 la
vida	 real.	Era	oasis,	 calma,	dinamismo,	era	 lo	prohibido,	 lo	oculto,	 lo	 lírico.
Era	la	belleza	de	la	vida,	el	porqué	de	un	propósito,	el	motivo	de	vivir,	la	razón
de	ser.	Fui	feliz	sin	pensar,	porque	creo	que	mientras	menos	se	piensa	en	las
consecuencias	de	los	actos	y	las	circunstancias	en	que	dichos	actos	se	dan,	más
felices	podemos	ser.
Ella	fue	principio	y	fin.	Alfa	y	Omega.
	
	
LA	VIDA	SIGUE	IGUAL
Marilis	duró	 en	mi	vida	 todo	el	 tiempo	de	 la	 felicidad	hasta	una	 temible
tarde	en	que	descubrí	que	me	engañaba.	Creo	que	fue	el	dolor	más	grande	de
mi	vida.	Ya	casi	no	me	contestaba	cuando	la	llamaba	por	teléfono,	sentía	que
me	evadía	aunque	ella	aseguraba	que	no.	Comencé	a	notar	algunos	cambios	en
su	 comportamiento	 conmigo	 aunque	 por	 las	 noches	 cuando	 yo	 llegaba	 a	 su
casa	seguía	siendo	tierna	y	amable	como	siempre,	mas,	yo	intuía	que	algo	no
andaba	bien	entre	nosotras.
—	¿Te	pasa	algo?	Veo	que	has	cambiado	conmigo,	ya	no	me	llamas,	no	me
preguntas	como	estoy,	casi	nunca	vas	a	clases,	¿Qué	pasa	contigo?
—	Nada,	estás	viendo	visiones	y	fantasmas	donde	no	hay	nada.	Es	tu	celo
constante	lo	que	te	hace	ver	cosas	que	no	existen.
—	¿Celos?	¿Llamas	celo	ahora	al	amor?
—	Es	que	te	has	vuelto	muy	celosa	últimamente.	Créemelo.	No	te	has	dado
cuenta	pero	es	así.
—	No	lo	creo.	Tú	has	cambiado,estoy	más	que	segura.
Los	diálogos	se	repetían	de	esta	manera	una	y	otra	vez.	¿Dónde	estaba	el
amor?	¿Por	qué	caprichosa	hendija	del	destino	se	había	fugado?
Corroboré	el	hecho	cuando	 llegué	a	 su	casa	de	manera	 imprevista,	 como
corresponde	cuando	quieres	coger	a	alguien	infraganti.	Sin	advertirle	toqué	a
su	puerta	a	las	3:00	de	la	tarde	cuando	no	me	esperaba	siquiera	y	encontré	allí
en	medio	de	la	sala,	con	el	mayor	desparpajo	del	mundo,	en	chancletas,	con	un
pantalón	 corto	 y	 sin	 camisas,	 a	 un	 hombre	 joven.	 Fue	 tanta	mi	 desilusión	 e
indignación	que	quise	echarme	a	correr	antes	de	enfrentarla	pero	ya	estaba	allí
y	 el	 dolor	 de	 la	 traición	me	 cegaba.	 Fui	 presa	 de	 la	 ira	 que	 el	 propio	 celo
origina.
—	¿Quién	es	él?	La	increpé	con	furia.
—	 Es	 un	 amigo—	 dijo	 sin	mirarme	 a	 los	 ojos.	 Le	 tomé	 la	 barbilla	 con
firmeza	y	la	acerqué	a	mi	rostro.
—	Dime	quien	 es	 él,	 porque	nunca	me	has	hablado	de	 él	 y	 jamás	 en	mi
vida	lo	he	visto.
Se	 apartó	 bruscamente.	 La	 enfrenté	 aunque	me	 quiso	 evadir.	 El	 hombre
joven	 nos	 miraba	 con	 curiosidad	 pero	 sin	 intervenir,	 cosa	 que	 agradecí.
Cuando	fui	al	cuarto	descubrí	parte	de	su	ropa	que	ya	ocupaba	espacio	dentro
del	 closet.	 El	 dolor	 laceraba	mi	 corazón,	 se	 clavaba	 en	mi	 pecho	 como	 una
daga	 cuyo	 filo	 lo	 atravesaba	 por	 el	 mismo	 centro	 dejándome	 sin	 aire,	 sin
respiración,	sin	fuerzas,	sin	vida.	Tanto	la	había	amado.	Yo	no	merecía	eso.
Recogí	 algunas	 cosas	 mías,	 luego	 fui	 hasta	 el	 equipo	 de	 música	 y	 cogí
cuánto	disco	encontré	a	mano,	arrojándolos	al	piso	uno	a	uno	hasta	romperlos
todos.	Ella	me	miraba	sin	impedirlo.	Sabía	que	de	nada	valdría	decirme	que	no
lo	hiciera.	Es	 lo	menos	que	podía	a	hacer	a	quien	me	había	 roto	el	corazón,
desgajado	 el	 alma,	 quebrado	 mis	 ilusiones,	 sembrando	 la	 penumbra	 en	 mi
vida.	 Salí	 intempestivamente	 dando	 un	 portazo	 formidable	 que	 puso	 punto
final	a	 la	relación,	a	mi	dicha,	a	mi	felicidad,	al	dulce,	 tierno	e	intenso	amor
mío	por	Marilis.
¿Cómo	viví	luego	de	esto?	¿Viví	muriendo	o	morí	viviendo?	Lo	que	sé	es
que	 moría	 lentamente	 cada	 día.	 Apesadumbrada,	 agobiada,	 deprimida,
maltrecha,	 engañada,	 traicionada,	hecha	un	guiñapo	humano,	 con	el	 corazón
hecho	pedazos.	Entré	en	una	profunda	depresión,	dormía	mucho,	casi	todo	el
día	 permanecía	 echada	 en	 la	 cama	 sin	 querer	 saber	 del	mundo.	 ¿Esto	 era	 el
mundo?	¿Esto	era	la	vida?	¿Qué	había	hecho	para	merecer	aquel	golpe	bajo?
¿Por	qué	la	condición	humana	es	de	tal	naturaleza	que	daña,	lastima,	mata	aun
a	aquel	o	aquella	que	más	hemos	amado?
Sigo	 en	mi	 cuerpo	 femenino	 sin	 querer	 estar	 en	 este	 cuerpo	 que	 no	me
pertenece.	Tal	 vez	 la	mano	de	Dios	 se	 equivocó	en	 el	 justo	momento	de	mi
concepción,	aunque	Dios	no	se	equivoca,	mas,	¿qué	pasó	conmigo?	Los	años
han	 pasado	 y	me	 he	 convertido	 en	 una	 adulta	 ¿o	 en	 todo	 un	 adulto?	 En	 el
fondo	 sigo	 siendo	 Boggy,	 el	 chiquillo	 inmaduro,	 la	 niña	 traviesa,	 aquel	 o
aquella	infante	que	se	encaramaba	en	lo	alto	del	ciruelo	del	patio	a	contemplar
la	 puesta	 del	 sol	 y	mirar	 a	 su	 alrededor	 creyendo	 ser	 la	 dueña	 ¿dueño?	 del
pequeño	mundo	en	que	 transcurrió	mi	 infancia	porque	mi	alma	sigue	siendo
noble	a	pesar	de	los	avatares	de	la	vida.
Si	 las	 personas	 no	 son	 capaces	 de	 mirar	 más	 allá	 de	 tus	 ojos	 y	 no	 ver
realmente	la	capacidad	de	tu	corazón	y	la	pureza	de	tus	sentimientos,	si	solo	te
juzgan	por	tu	apariencia,	tu	actitud	y	tu	comportamiento	externo,	sin	analizar
todo	lo	bueno	que	hay	en	ti,	entonces,	no	merecen	tu	amistad.
He	tenido	que	aprender	a	vivir	sin	ella.
Un	día,	como	por	arte	de	magia,	mis	buenos	amigos	–que	siempre	los	hay
cuando	menos	lo	imaginas—	abrieron	la	puerta	de	mi	apartamento	a	la	fuerza,
cansados	 de	 llamarme	 por	 teléfono	 y	 de	 tocar	 mi	 puerta	 y	 me	 obligaron	 a
levantarme	de	la	cama,	a	beber	un	poco	de	café	caliente,	a	tomar	un	baño	y	a
comer	un	plato	de	comida	que	habían	hecho	expresamente	para	mí.
Aunque	 he	 tenido	 que	 arrastrar	 una	 vida	 de	 burlas	 y	 humillaciones,	 de
sufrimientos,	insultos	y	hasta	rechazos	por	haber	nacido	en	un	cuerpo	que	no
me	 corresponde,	 por	mi	 forma	varonil	 dentro	 de	 un	 frágil	 cuerpo	 femenino,
porque	aun	hay	muchos	que	no	aceptan	ver	a	alguien	cuyo	comportamiento	y
sentimientos	 difieren	 de	 los	 suyos,	 porque	 no	 aceptan	 la	 diferencia	 ni	 la
diversidad.	Yo	me	he	enfrentado	al	mundo	con	la	fuerza	que	cada	día	la	propia
naturaleza	humana	da.
¿Por	 qué	 no	 me	 he	 cambiado	 definitivamente	 de	 sexo	 tratando	 de
reacomodar	 quien	 soy	 por	medio	 de	 la	 cirugía	 teniendo	 en	 cuenta	 que	 nací
equivocada?	 ¿Por	 qué	 no	 he	 aceptado	 un	 tratamiento	 hormonal	 para	 una
reasignación	de	sexo?	¿Por	qué	persisto	en	ser	como	soy	aun	constatando	qué
el	 mundo	 es	 cruel	 con	 aquellos	 que	 por	 una	 razón	 u	 otra	 hemos	 nacido
diferentes?
No	lo	he	hecho	porque	no	quiero	destruir	a	un	ser	para	crear	otro.
Soy	esta	persona	 real	dentro	de	otro	ser	 también	 tan	 real	que	clama	cada
día	por	vencer	al	primero	para	ser	el	segundo	pero	que	yo	no	quiero	escuchar.
Así	he	sido	feliz	hasta	lo	posible	contra	viento	y	marea.	Después	no	sé	cómo
será.	Y	esa	incertidumbre,	esa	inseguridad,	me	plaga	de	presentimientos.
He	escrito	este	libro	para	todas	las	personas	que,	como	yo,	han	tenido	que
enfrentar	 y	 enfrentan	 cada	 día	 la	 vejación,	 el	 desprecio,	 la	 discriminación
social	 y	muchas	 veces	 familiar	 por	 el	 hecho	 de	 haber	 nacido	 en	 un	 cuerpo
equivocado.	 Es	 también	 un	 canto	 de	 amor	 a	 la	 vida,	 a	 la	 diversidad,	 a	 lo
distinto	y	único,	a	la	aceptación,	a	la	fuerza	interior	del	yo,	a	lo	genuino,	a	la
verdad,	 a	 lo	 auténtico	de	 ser	quiénes	 somos	 sin	 tener	 en	 cuenta	 lo	difícil	 de
vivir	el	cada	día	enfrentándonos	a	mentes	obtusas	y	estrechas	que	no	aceptan
la	diversidad.
Creo	que	la	clave	de	la	felicidad	es	aceptarse	tal	y	como	somos,	sin	sentir
pena,	 arrepentimiento	 o	 vergüenza	 alguna	 porque	 los	 verdaderos	 valores	 no
están	 fuera	 de	 nosotros	 sino	 en	 nuestro	 interior,	 en	 nuestro	 corazón,	 en	 la
nobleza	del	alma,	en	nuestra	calidad	humana.	Hay	una	fuerza	interna	que	nos
impele	 a	 continuar,	 a	 servir,	 a	 ser	 útiles,	 a	 amar	 al	 prójimo	a	pesar	 de	 todo,
estemos	donde	estemos,	seamos	como	seamos.
He	 aquí	 un	 fragmento	 de	 mi	 vida	 escrito	 con	 mucha	 transparencia	 y
sinceridad.	Tal	vez	en	un	futuro	me	decida	a	escribir	una	segunda	parte.	Hasta
ahora	esto	es	lo	que	soy	y	esto	es	lo	que	hay.
Gracias	por	leerme.
	
	
FIN
	
	
Nota	de	la	autora:
Transgénero
“Se	 refiere	 a	 aquellas	 personas	 que	 se	 identifican	 y	 desean	 pertenecer	 al
sexo	opuesto	pero	todavía	no	se	han	sometido	a	una	reasignación	de	sexo.	No
todos	 los	 individuos	 transgénero	 se	 someterán	 a	 dicho	 cambio	 de	 sexo.	 Su
orientación	sexual	es	indiferente	del	sexo	al	que	desean	pertenecer	o	se	sienten
parte.”	Generalmente	se	refiere	a	las	personas	cuyas	identidades	de	género	son
diferentes	del	sexo	o	el	género	que	se	les	asignó	al	nacer.	El	término	se	aplica,
en	general,	al	estado	de	la	identidad	de	género,	que	no	se	corresponde	con	el
género	asignado.”
Transexual
“La	 transexualidad	 se	 define	 como	 la	 convicción	 y	 sentimiento	 de	 la
pertenencia	al	sexo	opuesto	al	biológico.	Se	trata	de	aquella	persona	que	no	se
identifica	con	su	propio	cuerpo	y	desea	cambiar	 su	 identidad	por	 la	del	otro
género,	adaptando	su	vida	y	esperando	ser	aceptada	por	el	sexo	al	que	desea
pertenecer.	Este	grupo	de	individuos	se	caracteriza	por	encontrar	su	identidad
sexual	en	conflicto	con	el	sexo	neológico	y	genético,	es	decir,	el	sexo	obtenido
al	 nacer.	 Estas	 personas	 tienen	 el	 deseo	 de	 modificar	 sus	 características
sexuales	de	tipo	genital	y	físico.”
“Este	 proceso	 de	 transición	 o	 “proceso	 transexualizador”,	 se	 basa	 en
adaptar	 su	 cuerpo	mediante	 una	 terapia	 hormonal	 que	 suele	 finalizar	 con	 la
comúnmente	 denominada	 operaciónde	 cambio	 de	 sexo.	 Aunque,	 en	 su
mayoría	los	transexuales	se	identifican	con	el	sexo	opuesto	desde	la	niñez	o	la
adolescencia,	 llamado	 transexualismo	 primario,	 también	 existe	 el	 caso	 de
desarrollar	este	deseo	en	la	edad	adulta,	lo	que	se	conoce	como	transexualismo
secundario”.
Travesti
“El	travestismo	trata	del	comportamiento	e	identidad	transgénero	en	la	que
una	persona,	ya	sea	hombre	o	mujer,	expresa	a	través	de	su	modo	de	vestir	un
rol	 de	 género	 socialmente	 asignado	 al	 sexo	 opuesto.	 Acto	 conocido	 como
cross-dressing	 o	 crossdressing.	 Aunque	 íntimamente	 asociado	 a	 la
transexualidad,	el	travestismo	no	siempre	implica,	o	puede	implicar,	un	deseo
de	pertenencia	al	sexo	opuesto,	sino	que	simplemente	puede	ser	un	modo	de
comportamiento”.
Cisgénero:
“Son	los	que	se	identifican	con	el	género	que	les	fue	asignado	al	nacer.	Un
bebé	que	nace	con	vulva	es	una	niña.	Si	a	lo	largo	de	toda	su	vida	se	identifica
como	niña	o	mujer	es	considerada	cisgénero.	Cisgénero	describe	a	alguien	que
acepta	y	admite	sin	contradicción	alguna	su	sexo	de	nacimiento	por	lo	que	no
es	transgénero.”
(Tomado	 de:	 https://www.plannedparenthood.org/es/temas—	 de—
salud/orientacion—	 sexual—	 y—	 genero/trans—	 e—	 identidades—	 de—
genero—	no—	conforme).

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