Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Los caracteres fundamentaLes de La primera gLobaLización HUGO FAZIO VENGOA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE Ciencias sociaLes - CESO DEPARTAMENTO DE HISTORIA Primera edición: noviembre de 2008 © Hugo Fazio Vengoa © Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, Centro de Estudios Socioculturales e Internacionales – CESO Dirección: Carrera 1ª No. 18A – 10 Edificio Franco P. 3 Teléfono: 3 394949 – 3 394999. Ext: 3330 Bogotá D.C., Colombia ceso@uniandes.edu.co Ediciones Uniandes Carrera 1ª. No 19-27. Edificio AU 6 Bogotá D.C., Colombia Teléfono: 3394949- 3394999. Ext: 2133. Fax: Ext. 2158 http//:ediciones.uniandes.edu.co infeduni@uniandes.edu.co ISBN: 978-958-695-384-9 Esta publicación es el resultado de la investigación financiada por Colciencias “Instituto Colombiano para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología” Corrección de estilo: Guillermo Díez Diseño gráfico, preprensa y prensa: Legis S.A Dirección: Avenida calle 26 No 82 - 70 Teléfono: 4 255255 Bogotá D.C., Colombia Impreso en Colombia – Printed in Colombia Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial Fazio Vengoa, Hugo Antonio, 1956– Los caracteres fundamentales de la primera globalización / Hugo Fazio Vengoa. – Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, CESO, Ediciones Uniandes, 2008. 156 p.; 17 x 24 cm. Incluye referencias bibliográficas. ISBN 978-958-695-384-9 1. Globalización – Historia – Siglo XIX 2. Globalización – Historia – Siglo XX 3. Globalización – Aspectos económicos – Historia – Siglo XIX 4. Globalización – Aspectos económicos – Historia – Siglo XX 5. Política mundial – Historia – Siglo XIX 6. Política mundial – Historia – Siglo XX 7. Industria – Historia – Siglo XIX 8. Industria – Historia – Siglo XX I. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Historia II. Universidad de los Andes (Colombia). CESO III. Tít. CDD. 303.482 SBUA contenido introducción ................................................................................................... 1 1. aLgunas refLexiones sobre Los contornos históricos de Los sigLos xix y xx ............................................................................................................ 21 2. revoLuciones industriaLes, naciones y gLobaLización económica ........... 52 La Revolución Industrial: dinámica transformadora e integradora a través de la nación ............................................................................................................. 61 La Segunda Revolución Industrial, la internacionalización de la globaliza- ción y los nuevos referentes de apropiación del mundo .................................... 73 3. hacia La conformación de una economía mundiaL ................................... 89 Migraciones, ecualización social y globalización ............................................ 105 La economía mundial decimonónica: un balance prospectivo ......................... 112 concLusión ...................................................................................................... 131 bibLiografía .................................................................................................... 134 introducción A primera vista, a más de uno le podrá asaltar la duda de por qué y para qué vol- ver nuevamente sobre el tema de la historia general del siglo XIX, de la aparición de la economía mundial y de ciertas dinámicas de las relaciones internacionales decimonónicas, cuando éstos han sido unos temas profusamente investigados en la historia y en las demás ciencias sociales. Desde luego, la pregunta no tiene nada de banal porque, ciertamente, un rápido vistazo a uno de los motores de búsqueda de internet o a los catálogos bibliográficos de cualquier centro universitario nos pone frente al hecho contundente de que en las distintas lenguas se han publicado innumerables textos, recientes y antiguos, que han tenido por objetivo principal explicar la manera como en el curso de los últimos siglos, y a veces milenios, se fue forjando una historia de la vida internacional o una historia universal, y que de la mayoría de estos trabajos se desglosan importantes avances en torno al en- tendimiento de lo que significó ese siglo. A ello se puede agregar, por lo demás, que muchos de estos libros son tra- bajos de alta factura académica, difíciles de emular, que cubren los más variados períodos y que existe, por último, una extraordinaria extensión de obras y revistas especializadas en torno a tópicos particulares dedicados a estos campos de estu- dio. Por consiguiente, se puede concluir que escasos son las áreas o los temas de la historia mundial y de las relaciones internacionales que no hayan sido analizados en detallados estudios monográficos. No obstante el tipo de reparos que pueda suscitar el tema que aquí nos con- voca, el texto que se brinda a continuación ha sido construido con base en el co- nocimiento que se ha acumulado a partir de esta imponente literatura académica, pero sin que por ello se reduzca a ser un libro que se limite a recopilar o a com- pendiar lo que otros estudiosos han opinado e investigado sobre estos campos de experiencia en particular. Este libro, en realidad, es un producto que hace parte de una línea de investigación, la cual se ha venido desarrollando durante largos años, en la que se ha procurado reunir dentro de un mismo enfoque el estudio histórico del presente con la globalización y, de modo especial, en este caso, los asuntos in- ternacionales, perspectiva que, en su conjunto, hemos definido como una historia del tiempo presente (Fazio, 2007a). 2 Hugo Fazio Vengoa La conjunción entre estas aparentemente disímiles variables explica, a su vez, que este texto, no obstante el hecho de disponer de una narrativa de tipo ensayístico, ha sido el producto de una investigación, la cual contó con el apoyo financiero de Colciencias y con el aval institucional de la Universidad de los An- des, proyecto cuyo objetivo principal ha consistido en establecer y en delimitar los caracteres fundamentales de lo que podríamos denominar una historia global de las relaciones internacionales durante nuestro presente histórico. O, para decirlo en términos más sencillos y mucho más polémicos, la idea que prevaleció a lo lar- go de la investigación fue la de comenzar a delinear un marco de entendimiento de las relaciones internacionales no como vínculos entre partes (inter-nacionales) sino como relaciones internas del mundo. Empero, para poder establecer claramente los caracteres específicos de nues- tro presente y entender esta transformación entre un esquema de relaciones in- ternacionales a otro en el que tiende a primar la política interna del mundo, se planteó de modo imperativo la necesidad de disponer de un período distinto con el cual pudiera ser contrastado, para así poder recabar en las singularidades que entraña nuestra contemporaneidad. Ello nos condujo a dedicar una parte de la investigación al estudio de un período que comportara similitudes con el presente pero que también fuera diferente en sus trazos fundamentales. Finales del siglo XIX e inicios del XX, la Belle époque, fue el período escogido porque, como tendremos ocasión de demostrar más adelante, una importante lite- ratura ha destacado justificadamente que, en ese entonces, el mundo se encontraba tanto o más “globalizado” que en nuestro presente. Es decir, nuestra contempora- neidad encuentra un parangón directo con los finales del siglo XIX. Las similitudes que rápidamente saltan a la vista, sin embargo, esconden grandes diferencias,más cualitativas que cuantitativas. Ahora bien, como nuestro objetivo consiste en enten- der las particularidades que singularizan la actualidad, este trabajo ha sido diseñado y expuesto con el ánimo implícito de pensar el presente a través del pasado y, en razón de ello, constantemente realizaremos comentarios que destacan similitudes y diferencias entre estos dos momentos del desarrollo histórico. Los tópicos destacados que comporta el enfoque que sucintamente acabamos de exponer, o sea, la globalización, las relaciones internacionales y los estudios históricos del presente, nos llevan a sostener que el libro que el lector tiene en sus manos se distingue de los textos habituales sobre este campo de estudio en varios aspectos fundamentales, los cuales podemos enumerar de la siguiente manera. Primero, porque uno de nuestros propósitos centrales ha consistido en incluir la dinámica de la globalización como uno de los elementos explicativos funda- mentales de la vida contemporánea, pero sin pretender reducir su impacto, como introducción 3 es habitual en la literatura especializada, a un ámbito en particular, como ocurre en los estudios de las relaciones internacionales, en los que se destacan las dimen- siones política, geopolítica y militar (Clarc, 1997), mientras que en la economía internacional se privilegia el comportamiento del comercio y de las inversiones. El segundo elemento que hace de esta empresa una actividad particular con- siste en el esfuerzo por problematizar el campo de lo internacional, con el ánimo de incorporar una amplia gama de eventos y situaciones, los cuales, generalmen- te, han sido minusvalorados, simplemente ignorados en los trabajos sobre las rela- ciones internacionales o, a lo sumo, relegados al rol de “contexto” donde se desen- volvería lo propiamente internacional, sin que se les asigne un valor explicativo. Tercero, es menester recordar que la profesionalización de las ciencias socia- les y, de modo particular, de la disciplina histórica se produjo –sin que ello fuera una simple coincidencia, sino más bien su resultado axiomático– a la par con el desarrollo modernizador que experimentaron las naciones europeas en distintos momentos del siglo XIX (Wallerstein, 2001). Esta situación condujo a que en la historia, entendida en este caso como campo del conocimiento, haya tendido a prevalecer una concepción eurocéntrica de la evolución humana, en la cual, ade- más, un papel importante le habría correspondido al desarrollo de las naciones y de los Estados-naciones, distinguidas instituciones de la evolución histórica de esta región del planeta en el transcurso de los dos últimos siglos (Bentley, 2006; Blaut, 2000). La centralidad que le correspondió a la nación explica, igualmente, el hecho de que la historiografía se desarrollara nacionalmente. No ha sido casual que a medida que se incrementaron las tendencias globalizantes las escuelas his- tóricas nacionales comenzaran a experimentar grandes dificultades para seguir existiendo de acuerdo con los cauces tradicionales (Aurell, 2005, pp. 53-54). Con el ánimo expreso de poner en tela de juicio la pretendida validez “uni- versal” de ese enfoque habitual, concebido a partir de una experiencia histórica particular, en este texto entendemos el desarrollo histórico de manera similar a como lo conciben importantes estudiosos de la contemporaneidad, como el antro- pólogo Marc Augé (2007, pp. 12-13), quienes, hoy por hoy, han venido insistiendo en que se debe más bien presuponer que “el mundo desarrollado y el conjunto de los mundos ‘subdesarrollados’ están comprendidos en una misma historia, en una misma lógica económica y en un mismo proceso de aceleración tecnológica, los cuales, evidentemente, no tenían los mismos efectos en todos los lugares”. Por último, este texto difiere de los enfoques habituales sobre lo interna- cional por el uso instrumental que la mayor parte de estos trabajos hace de la historia. Ha sido característico de la mayor parte de esta literatura especializada recurrir a este campo de experiencia para formalizar los respectivos puntos de 4 Hugo Fazio Vengoa vista sobre lo internacional, pero dentro de una perspectiva en la cual la historia se limita a ser un sencillo contexto donde se desenvuelve este tipo de relaciones, o se le concibe como una mera dispensadora de ejemplos, de donde se toman aleatoriamente hechos, acontecimientos y situaciones que sirven de apoyo para los respectivos enfoques teóricos. Dentro de esta misma perspectiva crítica, con el acervo construido por la ciencia política, Barry Buzan y Richard Little (2000, pp. 18-22) han encontrado cinco errores recurrentes en que incurren los expertos en las relaciones interna- cionales cuando hacen referencia a la historia: el presentismo, dado que la mayo- ría de estos estudiosos se interesa por los temas de la actualidad y muestra poco interés en dotarse de un amplio bagaje de conocimiento histórico, situación que repercute negativamente en el entendimiento de la contemporaneidad. Además, como la mayor parte de estos trabajos gravita en torno al presente sólo reconocen aquellas páginas de la historia que se asemejan a la contemporaneidad, como la China de los Estados guerreros, la Grecia clásica, el Renacimiento italiano o el balance de poder de la Europa decimonónica, pero se desatienden todos aquellos momentos de la historia que no sirven para validar sus tesis. El ahistoricismo, de- bido a la propensión a buscar leyes universales de lo internacional, presuntamente válidas para todo tiempo y lugar, con lo cual desestiman la plasticidad misma que ha revestido el desarrollo histórico a lo largo de los siglos. El eurocentrismo, debido a que presuponen que en Europa habría surgido el primer y único sistema internacional, aseveración que evidencia una clara confusión entre el sistema in- ternacional y el sistema interestatal de matriz nacional. La anarcofilia, una deri- vación de las dos anteriores, que recaba en las virtudes del carácter anárquico del sistema interestatal, donde los Estados se comportarían como bolas en una mesa de billar. Por último, el estadocentrismo, es decir, la concepción de que el sistema internacional se realizaría básica o exclusivamente en la dimensión política y mi- litar con base en un único agente legítimo: el Estado. A diferencia de este tipo de usos convencionales, nuestro trabajo pretende ofrecer un enfoque que convierta a la historia en una herramienta explicativa de los temas internacionales en el contexto de las modernidades y de nuestra con- temporaneidad, intentando reunir en un mismo punto de vista a la historia con ciertos elementos que se desprenden de la sociología de las relaciones internacio- nales, y con otros que han sido destacados en los debates que han girado en torno a la globalización, para, a partir de esta particular comunión, poder avizorar y comprender los determinantes, los caracteres y las regularidades que particula- rizan este campo (Devin, 2007). Pasamos revista brevemente a este conjunto de problemas con el fin de brindar al lector ciertas herramientas necesarias para la comprensión de la naturaleza de este escrito, comenzando con la globalización. introducción 5 Como numerosas veces se ha señalado, pocos conceptos han resultados tan esquivos en las ciencias sociales como el de la globalización (Fazio, 2007), sobre todo porque a lo largo de los cuatro o cinco últimos lustros ha aparecido una interminable literatura que ha intentado escudriñar algunas de sus facetas o el conjunto de todas ellas (Lechner y Boli, 2000). A la fecha, empero, nos encon- tramos muy distantes de cualquier tipo de consenso sobre su intrínseco significa- do. Incluso, cuando se pasa revista a importante autores que han tratado el tema con relativa profundidad (Zolo, 2006; Marramao, 2006; Featherstone et al., 1997; Scholte, 2000), se observa que ni siquiera es evidente que, a medida que la dis- cusión se decanta, se esté llegandoa un mínimo común denominador que pueda servir para precisar los elementos centrales de su naturaleza. Esta polisemia ha tenido numerosas repercusiones, siendo una de las más importantes, y la que más nos interesa en este trabajo, el hecho de que la varia- bilidad de significados que se le asigna al término conduce a representaciones distintas sobre el sentido de la globalización en aspectos particulares, tanto en nuestra contemporaneidad como en su desarrollo histórico. El reconocimiento de este problema resulta ser un asunto de primer orden para los objetivos de nuestro trabajo porque la manera como efectivamente se interprete la globalización interviene en la forma en que se organiza el entendi- miento de su naturaleza, presencia e impacto en las relaciones internacionales, así como en sus múltiples componentes, dinámicas y actores. Como, con gran acierto, han escrito los historiadores alemanes Jürgen Osterhammel y Niels Pe- tersson (2005, p. 15), aquellos autores que asumen que los rasgos inmanentes de la globalización serían el funcionamiento de un mercado mundial, el libre comercio y la libre circulación de capitales, el incremento de los movimientos migratorios, las empresas multinacionales, la división internacional del trabajo y un sistema monetario mundial encontrarán que todo ello ya existía en la segunda mitad del XIX. De este parecer es, por ejemplo, el economista Guillermo La Dehesa, cuan- do argumenta que la globalización es “un proceso dinámico de creciente libertad e integración mundial de los mercados de trabajo, bienes, servicios, tecnologías y capitales. Este proceso no es nuevo, viene desarrollándose paulatinamente desde 1950 y tardará muchos años en completarse, si la política lo permite. No es nuevo porque ya se dio un proceso similar entre 1870 y 1914 de forma tan intensa como la actual” (La Dehesa, 2000, p. 17). De la misma opinión es Partha Chatterjee (2004, p. 60) cuando sostiene que “los datos históricos muestran que en muchos aspectos, por lo menos en los aspectos cuantitativos, la globalización era mucho más avanzada con anterioridad a la Primera Guerra Mundial de lo que es hoy”. 6 Hugo Fazio Vengoa Por el contrario, si se asume que lo consustancial a la globalización está conformado por una red global que se despliega “en un tiempo real”, segura- mente se celebrará el presente como el inicio de una nueva época radiante y se volteará indignado la espalda al pasado diverso que se aleja prestamente (Castells y Serra, 2003). Frente a esta variabilidad en el uso que se le asigna al término y la pluralidad de manifestaciones que de esta polisemia se desprende, se impone imperativamente la necesidad de tener que precisar el sentido que a este concepto le asignaremos en este trabajo. Brindar una definición, sin embargo, no resulta ser un asunto tan sencillo como a primera vista pudiera parecer, porque en investigaciones previas tuvi- mos la ocasión de constatar que si bien este fenómeno comprende una dilatada densidad histórica, ha sido propio de nuestro presente histórico el hecho de que la globalización se exhiba bajo tres modalidades, las cuales se retroalimentan mutuamente: de una parte, se ha convertido en un proceso central que ha entrado a definir el contexto histórico en el cual tienen lugar las actuales actividades hu- manas, y, de la otra, se ha transformado en un conjunto de dinámicas en las cuales se expresan y realizan muchos de los cambios que se despliegan en los distintos ámbitos sociales. Por último, pero no por ello menos importante, así sea más di- fícil de aprehender, la globalización se ha transformado en una importante forma de representación y de entendimiento del mundo, es un tipo de globalismo que, para un número cada vez mayor de personas, se ha convertido en el criterio de referencia para su actuación, orientación y forma de pensamiento (Fazio, 2007). Fue este reconocimiento de diferentes situaciones, entendimientos y prác- ticas que se relacionan con su esencia lo que nos ha llevado finalmente al con- vencimiento de que la globalización es una excelente herramienta heurística para interpretar de manera novedosa muchos de los problemas del mundo actual (Fa- zio, 2002). Para decirlo en otras palabras, la globalización constituye un excelente punto de partida para volver a problematizar muchos de los principales temas de nuestra contemporaneidad, sean éstos planetarios, continentales, regionales, na- cionales y locales, o económicos, sociales, políticos, etc., y para dilucidar nueva- mente muchos de los supuestos habituales que siguen gravitando sobre el pasado, tanto el lejano como el cercano. Cuando la entendemos como un adecuado punto de partida, estamos sosteniendo que la globalización, con toda seguridad, es un tipo de proceso que seguramente no inventa casi nada, pero que, como han seña- lado Olivier Dollfus, Christian Grataloup y Jacques Lévy, ha tenido el importante mérito de volver a conceptualizarlo todo (1999, p. 83). La refrescante mirada a que invita el tema de la globalización como he- rramienta heurística obedece a que uno de los rasgos más característicos de las ciencias sociales modernas ha consistido en privilegiar una aproximación a la introducción 7 realidad social en términos historicistas, como desarrollos propios de particulares contingencias históricas, como desenvolvimientos lineales, secuenciales y evolu- tivos. Como ha argumentado el par de historiadores antes citados (Osterhammel y Petersson, 2005), las ciencias sociales al interesarse por conjuntos de trans- formaciones, tales como la racionalización, la industrialización, la urbanización, la burocratización, la individualización, la secularización, la alfabetización, etc., han favorecido aquellas ópticas que tematizan las expresiones espaciotemporales particulares de cada uno de estos conjuntos, los desarrollos específicos que se ex- tienden en el tiempo, que comportan diferentes ritmos y cadencias en las distintas colectividades y que, por doquier, desencadenan poderosas energías de cambio. Fue común también para esta colección de saberes que todas estas temáticas fueran concebidas como dinámicas que se desarrollaban dentro de determinadas espacialidades nacionales y/o regionales, y si llegaban a reproducirse en otras latitudes ello era el fruto del colonialismo, el imperialismo, el evolucionismo y/o el difusionismo (Blaut, 1993). Es decir, los enfoques habituales han destacado la diacronía de estas transformaciones y han sostenido que, a lo sumo, en el mejor de los casos, podían llegar a engendrar cierto tipo de interconexiones internacio- nales, pero cada una de estas dinámicas era nacional en su mismo fuero interno. De este enfoque preferencial, que ha sido tan hegemónico dentro de las ciencias sociales, se puede extraer la conclusión de que este conjunto de saberes ha tendido a privilegiar las miradas sectoriales y nacionales de los principales problemas que tanto les han interesado. No ha sido una simple casualidad, por más escozor que produzca en la ma- yor parte de los internacionalistas, que el importante libro Abrir las ciencias so- ciales (Wallerstein, 2001) –que compendia la evolución de este conjunto de dis- ciplinas a lo largo de los dos últimos siglos– haya omitido referirse a los estudios internacionales, asunto que ha obedecido a la frágil base epistemológica de este campo del saber y a que los principales temas de interés por los que se preocupan estas disciplinas se abordan a partir de perspectivas donde la nación constituye el axioma principal. Teniendo como contexto esta tradición intelectual que ha recabado en pri- vilegiar lo nacional es como puede percibirse la importancia que ha entrañado la inclusión del tema de la globalización en las ciencias sociales, porque ella re- presenta también un conjunto de transformaciones, pero difiere de los anteriores porque amalgama y ecualiza elementos diacrónicos con otros sincrónicos simul- táneamente, y, de esa manera, rompecon la concepción lineal habitual y pone en evidencia los intersticios por los cuales se canalizan los encadenamientos y las retroalimentaciones de esas otras institucionalidades que tanto han interesado al saber social contemporáneo. 8 Hugo Fazio Vengoa Ahora bien. No obstante sus virtudes interpretativas, así como los aportes que ha entrañado para volver a problematizar desde un nuevo ángulo muchas ma- nifestaciones de nuestra contemporaneidad, incluida la política internacional en un contexto de historia mundial o global, el largo periplo investigativo que hemos emprendido durante un buen número de años sobre este particular fenómeno nos llevó concluyentemente al convencimiento de que se debe asumir la globalización como una herramienta heurística, porque un enfoque que se limite a discurrir de modo exclusivo en los términos en que la globalización acontece en el tiempo y en su espacialidad se queda corto en su capacidad explicativa y, a la larga, tam- poco resulta del todo adecuado, porque la globalización no constituye –ni podrá elevarse nunca al rango de– un macroconcepto con validez general, tanto en su geografía como en su historia, ni menos aún se puede prever que llegue a conver- tirse en una nueva teoría explicativa de la vida social (Therborn, 2000, p. 154), lo cual, obviamente, no contradice el hecho de que sea un adecuado concepto de la teoría social. Es de esta forma que consideramos que la globalización constituye un punto de partida muy apropiado para organizar de manera novedosa la interpretación de variados asuntos sociales, pero no representa un adecuado punto de llegada, porque no puede brindar información y análisis sobre otros tantos problemas de la realidad social, presente o pasada, ni tampoco sobre su combinación, y muchas cuestiones de la vida social no pueden ser decodificadas en sus mismos términos. O, para decirlo en otras palabras, la globalización es una adecuada agenda de in- vestigación para las ciencias sociales, pero que debe entenderse como un proyecto necesariamente incompleto para la investigación, que nunca podrá conformar un cuerpo cerrado de ideas. La globalización debe entenderse de manera similar a como Charles Tilly (1984, p. 74) valoraba el descomunal trabajo braudeliano, el cual debía abordarse “más como una fuente de inspiración que como un modelo de análisis”, porque mientras la primera manera es una adecuada brújula para orientar nuevas vetas para la investigación, la segunda postura puede terminar esterilizando el pensamiento. En efecto, si en algo se ha estrellado buena parte de la literatura especializada que ha surgido sobre este concepto ha sido que ha pretendido convertir a la globalización en una teoría social o en un cuerpo ya elaborado con sólidas ideas. Así, se puede concluir que los debates que se han organizado en torno a la globalización han tenido el significativo mérito de haberse convertido en im- portantes desarrollos a partir de los cuales se han podido visualizar desde otros ángulos, y en toda su polivalencia, los principales problemas del mundo contem- poráneo. Pero suponer que la globalización puede explicar la condición de ser de la contemporaneidad constituye un craso error, porque difiere de otros macrocon- introducción 9 ceptos, como el de la modernidad clásica, porque no se le puede atribuir ninguna direccionalidad y/o sistematicidad, dado que no se ciñe a ningún parámetro, no responde a ninguna ley, y porque es un fenómeno que esconde tanto como des- cubre, debido a que reduce el espectro de problemas sociales sólo a los que se pueden enunciar y explicar en sus mismos términos. Es decir, como hemos tenido ocasión de constatar con anterioridad (Fazio, 2008), el problema que representa la globalización cuando se le quiere convertir en una finalidad en sí consiste en que fácilmente se corre el riesgo de quedar atra- pado en un enfoque autorreferencial, pues sus dinámicas sólo conciben y explican aquello que se puede desarrollar dentro de sus fronteras, o sea, en el interior de sus cadencias temporales y/o alcances. Todo aquello que no se ajusta a sus di- námicas termina siendo minusvalorado, desdeñado o simplemente se decodifica desconociendo sus propias particularidades. Es, precisamente, éste el error en que incurren autores como el polémico periodista norteamericano Thomas Fried- man (2006), cuando sugieren que con la globalización económica y los avances registrados por las modernas tecnologías de la comunicación, el mundo se habría vuelto plano. Esta pretendida homogeneidad no es real sino que obedece a que el autor re- duce todo el espectro de problemas posibles a un denominador común y, con ello, omite y minusvalora todas las prácticas que no se referencian en esos mismos términos. Olvida simplemente que gran parte de la producción social mundial, por ejemplo, se sigue realizando parcialmente al margen de la globalización y que una buena porción de la población humana sigue apegada en su cotidianidad a la localidad. Además, si bien el tema de la globalización permite captar nuevas realidades que caracterizan el mundo contemporáneo, al convertirse en un enfo- que autorreferencial, se corre el riesgo de descuidar otras realidades tan funda- mentales como el papel que le ha correspondido a los Estados, a las evoluciones discordantes, a las disparidades, a las relaciones de poder, etc. (Hugon, 1999, p. 40), en la configuración del mundo presente. A diferencia de Friedman, somos de la opinión de que el mundo no sólo no se ha vuelto plano, sino que, debido a la intensificación de la globalización, tiende a organizarse topológicamente con disímiles densidades, enlaces diferenciados e, incluso, con la puesta en escena de espacialidades y relaciones fantasmagóricas, tal como ha sugerido el sociólogo Anthony Giddens (1999). Por este convencimiento al que hemos llegado después de un largo recorrido investigativo e intelectual, somos de la opinión de que para hacer inteligible el mundo actual se debe optar por un enfoque distinto de los que han sido sugeridos por la literatura sobre la globalización, el cual debe tomar como fundamento las problemáticas que incluye este fenómeno social, las reflexiones a que ha dado 10 Hugo Fazio Vengoa lugar, los nuevos ángulos de visualización de los asuntos humanos y las dinámi- cas que potencia, pero desde una escala de observación distinta, perspectiva que hemos definido como una historia global (Fazio, 2006 y 2007a). En cuanto realidad presente y/o pasada, la historia global es un tipo de cir- cunstancias consustancial sólo a nuestro presente, porque recaba su existencia en la intensificación que ha experimentado la globalización, situación que ha dado lugar a que el mundo en sí se haya convertido por primera vez en “un posible objeto de investigación histórica” (Giovagnoli, 2005, p. 240), en una “unidad ope- rativa” (Hobsbawm, 1981, p. 72), en “una categoría histórica” (Ianni, 1996, p. 3). Además de ser un tipo de organización de la realidad histórica, la historia global también constituye un enfoque para la interpretación de los asuntos sociales, que procura recuperar el sentido de los temas sociales en sus dimensiones espaciales y temporales globalizadas. Por esta razón, en lugar de ofrecer una definición de la globalización, prefe- rimos brindar un acercamiento a lo que entendemos por historia global, pues, en últimas, ésta será la perspectiva en la cual se sustentará el presente trabajo. Por historia global entendemos un alto nivel de compenetración del mundo en donde se acentúan y entrecruzan las diversas trayectorias históricas de modernidad, las cuales, a través de los intersticios globalizantes, entran en reverberación, sincro- nicidad y resonancia. Es decir, es un tipo de historia que aspira a ser una narrativa en la cual “todos los pueblos se puedan identificar, pero sin que sea consustancial a ninguno de ellos” (Mazlish, 1993, p. 120); es, en el fondo, un sistema complejo de relacionesen el cual las sociedades se encuentran imbricadas, donde todos los componentes interactúan y se reajustan continuamente. Sin ser un enfoque poscolonial, una historia global comparte algunos presu- puestos con los autores que se reclaman de las corrientes subalternas y poscolo- nialistas, pues, al igual que el primero, se piensa como un recurso conceptual, un tipo de pensamiento que opera un descentramiento fundamental de perspectivas a través de la crítica del eurocentismo, el reconocimiento de la articulación entre lo local y lo global, y que apunta a la transformación del presente, motivo por el cual se identifica con algunas de esas tesis, por ejemplo, con las de Chatterjee, cuando escribe: “La tarea del teórico político no occidental es encontrar los conceptos adecuados para describir la trayectoria no occidental del Estado moderno no en términos de distorsión o de insuficiencia, lo que es inevitable en una narrativa lineal de la modernización, sino como la historia de diferentes modernidades mo- deladas por las prácticas y las instituciones que la teoría política occidental, con su pretensión de universalismo, se ha mostrado incapaz de englobar” (Chatterjee, 1993, citado en Smouth, 2007, p. 48). introducción 11 En un plano más metodológico esta concienciación se encuentra en el tras- fondo del cuestionamiento del pensamiento lineal, evolutivo, progresivo –con sus cadencias mecanicistas de causalidad–, que pretende ser sustituido por un tipo de narrativa que resalta las yuxtaposiciones, la simultaneidad, las sincronicidades y los encadenamientos (Fazio, 2007a). Con la intención de dar cuenta de estas nuevas problemáticas se requiere de tipos de enfoque que, sin caer en el estéril relativismo a ultranza, pueda pensar los asuntos sociales desde y para el mundo. O como sostenía Alexander von Humboldt, más que una visión del mundo, la glo- balización intensa actual requiere de una “conciencia del mundo” (Ette, 2007). A partir de esta concepción de la historia global, armazón temporal consus- tancial que identificamos como un rasgo exclusivo de nuestro presente, se des- prende el significado que encierra otra noción operativa, la cual también recorre- rá parte significativa de este escrito: la historia mundial, que, a diferencia de la anterior, fue una narrativa y una praxis que predominaron durante el siglo XIX y buena parte del XX. Se estructuraba en torno a la idea de una única modernidad y comportaba un pretendido centro motor que se localizaba en la experiencia euro- pea y, luego del ascenso de Estados Unidos a la condición de potencia hemisférica y mundial, se convirtió en occidental. Este vector modernizador actuaba como un acelerador de la cadencia temporal en la historia, se esforzaba por aglutinar y canalizar el desarrollo y pretendía unificar todas las trayectorias e itinerarios par- ticulares en torno a un tronco común, definido por sí mismo, tal como se puede inferir, ente otras, de las ampliamente popularizadas teorías de la modernización (Peemans, 2002). A diferencia de la historia mundial, la historia global, por sus mismas carac- terísticas, se entiende como una configuración débil, porque carece de un centro organizador, papel que le correspondió a Europa Occidental en la historia mun- dial; carece de un sentido genérico, es decir, no posee una columna vertebral en torno a la cual se organice el conjunto; amalgama sincrónicamente los disímiles itinerarios diacrónicos que puedan presentarse; es un tipo de escenario donde se amplifican las situaciones de convergencia y de crisis; se encuentra disociada de un explícito futuro a conquistar; y, por último, abarca los distintos pasados, pre- sentes y porvenires que se encadenan y entran en resonancia. Es una historia, en síntesis, en la cual el cosmopolitismo y el provincialismo dejan de ser posiciones contradictorias, pues se encuentran interconectados y se refuerzan recíprocamen- te (Geertz, 1999, p. 57), dado que se asiste a una fuerte “interpenetración entre la universalización del particularismo y la particularización del universalismo” (Robertson, 1992, p. 100). Todo esto nos lleva finalmente a concluir que el mundo actual, y más aún en el campo de los asuntos internacionales, ya no se puede interpretar con las catego- 12 Hugo Fazio Vengoa rías usuales aplicadas al pasado y, por ello, urge desarrollar un aparato conceptual y analítico que incluya la globalidad, no como pretexto, o en el mejor de los casos como marco descriptivo o normativo de los asuntos contemporáneos, sino como factor de causalidad de los problemas del presente. En esta historia global no existe ninguna ley universal que presida el curso de los eventos, aun cuando su trayectoria se sustancie en un mundo que se re- presenta de manera policéntrica, potenciado por el despliegue de las disímiles trayectorias históricas de modernidad que se sincronizan unas con otras. Es una historia que no tiene un fin al cual esté obligada, ni una dirección preestablecida hacia la cual se encamine; tampoco tiene un principio o motor que la determine; únicamente consta de un sentido que se sintetiza en su andar. Al igual que la globalización, la historia global tampoco la entendemos como una teoría social o algo similar a ello, simplemente la consideramos como un cuerpo incompleto de ideas que permite construir nuevas agendas y perspectivas de investigación. Si, como hemos visto, lo global resulta ser un asunto bastante complejo de aprehender y, de suyo, también de explicar, lo mismo puede decirse de otro con- cepto que ocupa un lugar central en este trabajo: las relaciones internacionales. Las complicaciones en este plano también saltan a la vista, más aún cuando, por ser un término de uso habitual y con unos antecedentes muy antiguos, aparente- mente se cree tener mayores certezas sobre su significado. Pero, en la práctica, el concepto reviste igualmente una alta dosis de complejidad. Un primer problema que comporta la acepción corriente que se ha asignado a las relaciones internacionales consiste en ser excesivamente reduccionista. Al- gunos especialistas incurren en el error de reducir este amplio campo a la práctica diplomática, “aislando el problema de las relaciones internacionales de otras con- diciones determinantes de los asuntos de los estados y pueblos en el tiempo” (For- migoni, 2006, p. 10). Otros constriñen las relaciones internacionales a simples epifenómenos y construyen sus guiones interpretativos a partir de determinados acontecimientos y situaciones, muchos de los cuales son circunstanciales, pero ello no ha sido óbice para que las inferencias que realizan tengan una pretensión de generalidad. No faltan tampoco quienes simplifican el amplio espectro de pro- blemas que abarca lo internacional a un número escueto de determinantes, que pueden ser económicos, sociales, geográficos, etc., procedimiento que tampoco permite visibilizar las particularidades que encierra este campo de estudio. No obstante estos problemas específicos, el mayor problema consiste, a nuestro modo de ver, en el uso instrumental de la historia en que ha incurrido el subcampo de lo internacional. En su mayor parte, las teorías que se han de- sarrollado en el último medio siglo para intentar dar cuenta de lo internacional introducción 13 han pretendido construir sus perspectivas a partir del reconocimiento de ciertas constantes históricas elevadas al rango de universalidad. Así, por ejemplo, la es- cuela realista infirió sus presupuestos de la realidad histórica europea de finales del siglo XIX. Hans Morgentau, el padre del realismo, tiene su antecedente en el historiador alemán Leopoldo von Ranke. Suponer que una experiencia histórica particular puede ser elevada al rango de constante histórica de validez universal constituye de por sí un craso error de procedimiento que limita de entrada toda las pretensiones que pueda contener la mencionada teoría para dar cuenta de la realidad de lo internacional. El realismo,para proseguir con el mismo ejemplo, de tal suerte, no ha sido otra cosa que una abstracción intelectual que refleja en clave conceptual las luchas interestatales decimonónicas que desgarraron al continente europeo, para después explicarlas como constantes universales. Si bien durante largo tiempo al realismo se le asignó la función de servir de “guía teórica”, ello no obedeció a su solidez epistemológica para la interpretación de las relaciones internacionales, a la firmeza de sus presu- puestos, sino al descomunal poder que alcanzó la academia norteamericana en el período de posguerra, debido, entre otros, a sus alianzas con el poder económico y político de la potencia del norte y a la necesidad de la administración estadouni- dense de dotarse de una brújula en la competición con su otrora gran contendor: la Unión Soviética. Si éste es un defecto constante en el que incurren estas teorías, otra dos cuestiones han debilitado aún más su credibilidad: la primera consiste en que no se ha entendido la historicidad que han comportado lo internacional y los cambios de naturaleza sistémica que han transformado su naturaleza. En rigor, la internacionalidad constituye una práctica que se origina en la existencia de las na- ciones. La nación y la internacionalidad son complementos imprescindibles, son dos caras de la misma moneda, y ninguno de ellos puede existir sin su necesaria contraparte; como convenientemente ha señalado Anne-Marie Thiesse (1999), no puede haber naciones sin el referente al “otro”, y de modo indiscutido tampoco puede existir la internacionalidad si no existe una plataforma de naciones que le sirva de fundamento. Nación e internacionalidad, por tanto, son manifestaciones de una misma matriz histórica, cuyo elemento nodal, perdonen la redundancia, está conformado por la existencia de las naciones, institución cuyos orígenes en Europa, a lo sumo, pueden remontarse al siglo XVII. Ahora bien, el problema central con la interpretación corriente que se ha he- cho de la internacionalidad consiste en que se ha asumido que éste es un proceso natural y de proyección universal, tanto en su espacialidad (hasta comprender el mundo entero) como en su temporalidad (valedero para todas las épocas). En efecto, no han sido pocos los estudiosos de los temas internacionales que han pre- 14 Hugo Fazio Vengoa tendido ver en Polibio al precursor de los check and balance, cuando en realidad su intención era comprender la historia mediterránea en su propia sincronicidad. Como hemos tenido ocasión de demostrar en anteriores trabajos (Fazio, 2008), el predominio y la validez de la matriz nacional han resultado ser mucho más efí- meros de lo que comúnmente se admite. Corresponde predilectamente a la época de influjo efectivo de Europa en el mundo, es decir, sus antecedentes se remontan con mucho a los finales del siglo XVII, y como principio organizador no sobrevi- vió el desenlace del siglo XX (Hobsbawm, 1991 y 1997; Minc, 1993). Con base en la organicidad que suponía esta matriz hemos identificado el desarrollo en seguida de otras dos plataformas organizadoras, en las cuales tam- bién se han tenido que desenvolver las relaciones internacionales: la planetarizada y la globalizada. La primera de éstas se refiere a aquellos fenómenos que abarcan el mundo en su conjunto, son más de naturaleza ecológica que medioambiental, se relacionan más con la Tierra como espacio natural o con la cartografía como representación que con el Mundo como escenario de la historia humana (Marra- mao, 2006; Grataloup, 2007). Lo más cercano a una práctica histórica de este tipo fue el esquema de la Guerra Fría, aquella “extraña globalización”, al decir de San- dro Rogari (2007), es decir, esa estructura de bipolaridad que sobre todo durante sus dos primeras décadas de existencia actuó como vector organizador de la vida internacional a lo largo y ancho del planeta, y que subsumió dentro de su lógica y en sus presupuestos todas las demás temáticas internacionales. Éste fue un tipo de organización de la política que puede ser inscrito dentro de los parámetros de lo que definimos previamente como historia mundial. La globalidad representa una dinámica de otro tipo, aun cuando comprenda ciertos elementos de los dos componentes anteriores de la matriz. Es, ante todo, un conjunto de dinámicas de naturaleza espaciotemporal; se identifica sobre todo con la expansión de las relaciones sociales a lo largo y ancho del planeta, y en su calidad de proceso, es un fenómeno que reviste diferentes modalidades, que van desde la constitución de dinámicas propiamente globales, pasando por el carácter “fantasmagórico” que asumen algunos tipos de relaciones sociales, hasta la ex- presión globalizada que registra lo local, que ocurre cuando determinados acon- tecimientos sincronizan múltiples factores para luego expresarse en clave local. Transversalmente, la globalidad pone en contacto a distintos ámbitos espaciotem- porales, y de ahí que su sentido no puede reducirse a uno de ellos en particular. En cuanto a su representación, podríamos decir que mientras que la interna- cionalidad recababa en los vínculos que se sellaban entre las partes (las naciones a través de sus Estados), la globalidad se refiere a la emergencia de una política interna o unas relaciones internas al mundo, porque, como señala Rüsen: “Una narrativa rectora que sea convincente para las necesidades actuales tiene que ha- introducción 15 cer frente al proceso de globalización, y no veo ninguna alternativa plausible a la idea acerca de la especie humana o género humano situada en perspectiva temporal. Éste es el único tipo de universalidad que realmente incluye a todas las culturas, y por lo tanto es el horizonte más amplio de la identidad humana como fenómeno cultural” (Rüsen, 2007, p. 84). O, como sostenía Lucien Febvre (2001, p. 243), sobre un tópico más particular, en un bello ensayo sobre la civilización europea: “El problema de Europa va más allá de la Europa actual. El problema de Europa ya no es un problema europeo, es un problema mundial. Si hay que hacer Europa, debe ser con arreglo al planeta”. De esta idea se puede deducir que si en algo ha fallado el proceso comunitario de construcción europea ha sido en que la “fortaleza europea” ha sido pensada como un mecanismo de defensa frente a las tendencias adversas que pueden provenir del resto del mundo, cuando debería ser un constructo de adaptabilidad de los europeos a la globalización. Si quisiéramos de manera esquemática visualizar la historicidad de estas matrices en lo que respecta a su expresión en el desenvolvimiento humano de los últimos tiempos, podríamos decir que la primera (la nacional) abarcó preferen- temente el siglo XIX y parte del XX. La segunda (la mundial), que se encumbra sin anular la primera, predominó de manera destacada en las décadas de los cin- cuenta y sesenta del siglo pasado. La tercera (la global), por último, comprende el dilatado intervalo de tiempo que se extiende desde finales de los sesenta del siglo XX hasta nuestro presente más actual. El otro asunto que debilita la credibilidad de las teorías de las relaciones internacionales consiste en el rechazo casi permanente que estas concepciones experimentan a la hora de incluir a la globalización como elemento estructurador de lo internacional (Clarc, 1997). A título de ejemplo, se puede citar a Justin Ro- semberg, gran experto en temas internacionales, cuando en su polémica con parte de la literatura sobre la globalización concluye con una defensa irrestricta de los usuales paradigmas en este campo de estudio: Gústenos o no nos guste, no hay manera de trascender el realismo realizando esguin- ces a su alrededor. Porque, aunque esté mal concebido, el realismo se asienta en raíces intelectuales (las determinaciones generales) que nosotros también necesitamos para darles sentido a las relaciones entre los países. Si la abstracción general conserva su vigencia, ningunacantidad de relaciones transnacionales, por más estrechas y fructí- feras que sean, abolirá la importancia analítica de lo internacional, y es por eso que la idea de reemplazar la problemática de lo internacional por aquellas de la globalización o de la economía política global, o de la sociedad mundial, acaba siendo en últimas incoherente. (Rosemberg, 2004, p. 100) Como vemos, el problema que está en juego no es de poca monta: como bien reconoce el internacionalista inglés, admitir la existencia de la globalización 16 Hugo Fazio Vengoa significa acabar con los restos de coherencia que le quedan a este campo de es- tudio. Por último, debemos pronunciar un par de palabras sobre la manera como entendemos la historia, tema tanto más importante cuando, en esta ocasión, se encuentra asociado con el estudio de la contemporaneidad, y con toda seguridad muchas personas suscribirían gustosamente las palabras del historiador Pierre Nora, cuando argumentaba que “en tanto que no hay más que historia del pasado, no hay historia contemporánea. Es una contradicción en los términos. En sí, la historia contemporánea jamás se ha encontrado […] es una historia sin objeto, sin estatus y sin definición” (citado en Noiriel, 1998, p. 7). No obstante esta identificación permanente de la historia con el pasado, cada vez ha ido ganando mayor fuerza el argumento de que el presente constituye una importante condición de ser de la historia. De modo general, es casi un lu- gar común admitir que la historia es un permanente diálogo entre dos registros temporales: el presente que interroga y el pasado que es interrogado. Ésta es una primera constatación del estrecho vínculo que existe entre estas dos dimensiones de tiempo. Hay otra, sin embargo, muy pertinente para los objetivos del presente trabajo: lo que hemos denominado como la historia del tiempo presente. Sin tener que entrar en una disquisición sobre los variados elementos que comporta la comunión de vocablos aparentemente tan dispares, como son la his- toria, el tiempo y el presente, digamos que por este oxímoron entendemos una secuencialidad que, en tanto que perspectiva de análisis, arranca del futuro del pasado, expresión que con gusto retomamos del magistral libro de Reinhart Ko- selleck (1993), en dirección de esas profundidades del ayer, pasando por el pre- sente, sin que este último constituya una “delgada línea que separa el pasado del futuro” (Garton Ash, 2000), sino que comprende una dilatada duración, es un longueur con fronteras temporales variables (Fazio, 2008). Este enfoque no constituye un simple capricho o una moda intelectual, sino que se sustenta en el destacado hecho de que la intensificación de los procesos de globalización ha dado lugar a un escenario topológico, conformado por elementos que provienen de atrás (diacronías), con otros que trasversalmente entrecruzan las trayectorias históricas particulares (sincronías) y que, en un incierto punto, se en- tremezclan con aquellos que se desprenden de un hipotético futuro “de riesgo”. En tanto que perspectiva intelectual, la historia del tiempo presente sintetiza variadas duraciones de tiempo y constituye un tipo de ejercicio académico que se concibe dentro de una secuencialidad temporal distinta de la linealidad que registra la cronología histórica convencional. introducción 17 Para decirlo en otras palabras, la historia del tiempo presente alude al estu- dio del presente en su misma duración, entendido éste como un presente histórico, es decir, un dilatado intervalo de tiempo cuyas fronteras cronológicas vienen de- terminadas por su misma cadencia temporal, o sea, un espacio de tiempo donde se amalgama la sincronía con la diacronía dentro de los confines de un registro de modernidad, el cual hemos definido como modernidad mundo, situación que explica el hecho de que ésta sea una historia cuyo sentido se realiza mediante la cambiante combinación de los “horizontes de expectativas” con los “espacios de experiencias”, al decir del pensador alemán Reinhart Koselleck (1993). Una historia del tiempo presente difiere en aspectos fundamentales de los procedimientos usuales que utilizan los historiadores. Si éstos por lo general es- tablecen un determinado momento como el punto de partida y cronológicamente avanzan en dirección del después, la historia del tiempo presente recurre a la fórmula contraria: del después (el futuro del pasado) avanza en dirección de lo acontecido en el ayer. Un buen ejemplo de este recurso lo brindaba hace algunos años el historiador inglés Geoffrey Barraclough, cuando recordaba que un histo- riador que intentara develar el sentido del siglo XIX y tomara como punto de par- tida el año de 1815, inevitablemente se ocuparía de los asuntos europeos porque los problemas nacidos de los acuerdos de 1815 fueron esencialmente problemas políticos intrínsecos de la historia de este continente. Pero el historiador que no arranca de 1815 sino del presente verá el mismo período desde una perspectiva muy diferente. “Su punto de partida será el sistema global de la política interna- cional en la cual vivimos y su mayor preocupación será explicar su nacimiento”. De esta manera, estará interesado al mismo tiempo en Oregón y en el Amur, en Herzegovina y el Rin, en los encuentros de los imperialistas en Asia Central y en el Pacífico, en los Balcanes y en África, en el transiberiano y en la línea Berlín- Bagdad (Barraclough, 2005, p. 16). De tal suerte, la noción de historia que trabajaremos en este escrito no es la que se utiliza en su acepción usual, o sea, la construcción de una cronología de múltiples eventos y situaciones, sino que será un enfoque que deberá brindarnos herramientas para poder dar cuenta de los caracteres “internacionales” funda- mentales de la globalización internacionalizada. A partir de estas coordenadas, el trabajo quedará dividido en las siguien- tes secciones. En la primera parte, ofreceremos una visión amplia que permite aproximarse a los elementos específicos que en la historia humana han compor- tado los siglos XIX y XX, procedimiento que nos ayudará a develar las razones que nos llevan a sostener que sólo en el transcurso de estas dos centurias se puede hablar de globalización y, de suyo, de historias mundial y global y de rela- ciones internas al mundo. Un balance panorámico extenso nos mostrará el lugar 18 Hugo Fazio Vengoa que a este período le ha correspondido en la historia de la humanidad y brindará además importantes elementos para comprender cuáles fueron sus principales “aportes”. En la segunda parte, nos detendremos en aquellos factores que le impri- mieron una impronta particular al siglo XIX, y sobre todo, a su último tercio. El hecho de proceder de esta manera se justifica por las siguientes razones: de una parte, este ejercicio nos permitirá demostrar que la globalización no constituye un fenómeno nuevo en la historia, exclusivo de nuestra contemporaneidad más inmediata. En épocas anteriores también hubo ciclos caracterizados por un incre- mento de las interconexiones entre los pueblos y, dentro de todos ellos, los finales del siglo XIX constituyeron un período muy peculiar, sobre todo por la amplitud que alcanzó el fenómeno. Evidentemente, más de uno podrá suponer que ésta es una argumentación muy pertinente en lo que respecta a los desarrollos históricos ocurridos en Europa y en América durante esas décadas (Berger, 2003; Fazio, 2001). Aun cuando fuera en otra cadencia y bajo el comando de otros factores, los finales del siglo XIX también constituyeron una particular fase de globalización en otras regiones del planeta. Así lo sostiene Amira Bennison cuando escribe que 1850 es una fecha conveniente para señalar el inicio de la globalización moderna. La expedición de Napoleón a Egipto (1798-1801) había dado inicio a un profundo cambio en las re- laciones cristiano-musulmanas en el Mediterráneo. Los musulmanes respondie- ron intentando competir con las contraparteseuropeas adoptando su tecnología y táctica militar, racionalizando el gobierno y sometiéndose a las definiciones territoriales de la estatalidad (Bennison, 2002, p. 91). La inferencia más impor- tante que se desprende de este ejercicio comparativo consiste en que nos permitirá evidenciar de una manera distinta los rasgos específicos de nuestra contempora- neidad. Es decir, este procedimiento servirá para destacar las particularidades que comporta la intensificada globalización actual. La preocupación por entender las particularidades de estos dos momentos históricos (finales del siglo XIX y finales del XX) nos obliga a tener que pro- nunciar un par de palabras sobre las nuevas entradas que se deben acometer para descifrar la comparación. Si el método comparativo en las ciencias sociales, por lo general, se ha interesado por establecer semejanzas y diferencias entre eventos o situaciones con características más o menos análogas (Sartori y Morlino, 1991) –procedimiento que tenía que permitir poner en evidencia los diversos niveles de desarrollos dentro de un esquema natural que sería único–, el enfoque de la his- toria global le confiere una sistematicidad y una organicidad muy particular a la comparación porque arranca de la existencia de unos niveles generales de unici- dad que hacen posible abordar de manera diferente las particularidades, continui- introducción 19 dades, discontinuidades y especificidades de las distintas sociedades, regiones, etc., de cara a la singularidad intrínseca del mundo. Valga recordar, como alguna vez tuvimos ocasión de señalar, que una ade- cuada analogía metodológica fue desarrollada por el historiador francés Fernand Braudel (1997), quien, en su imponente trabajo sobre el Mediterráneo, reveló la existencia de una unidad estructural, un espacio marítimo, un personaje geográ- fico en la historia, a partir del cual, innovadoramente para su época, emprendió una prolija comparación de las distintas historias que concurrían en ese mar in- terior (“No es el agua lo que une las regiones del Mediterráneo, son los pueblos del mar”). El análisis braudeliano es muy sugerente para el tratamiento de nuestra comparación, en cuanto lo que se plantea es, al igual que en el caso del Medite- rráneo, convertir al mundo en un personaje espaciotemporal de la historia y, a partir de esta perspectiva, someter a análisis los encadenamientos de las distintas trayectorias nacionales y/o locales (Helleiner, 2000). En la tercera parte, realizaremos un detallado balance de por qué y cómo se conformó una economía mundial globalizada en la segunda mitad del siglo XIX y presentaremos algunas consideraciones sobre las semejanzas y diferencias que presenta con el ciclo actual. Esta reconstrucción histórica la realizaremos siguiendo la tesis propuesta por el historiador italiano Roberto Vivarelli para la época contemporánea y des- tacaremos los caracteres fundamentales de esta coyuntura histórica, idea, por cierto, fácil de enunciar pero complicada de ultimar, porque requiere de entrada de un conocimiento enorme sobre el período en cuestión, sus hitos, sus cadencias y principales situaciones. Aunque, a primera vista, un estudio que pretende reconstruir los caracteres fundamentales pueda parecer una perspectiva más próxima a los procedimientos usuales de la sociología o de la filosofía histórica que de la historia propiamen- te dicha, en realidad, éste es un ejercicio eminentemente histórico, puesto que comporta una alta dosis de reflexión crítica, dado que requiere de una elevada cultura histórica en una amplia variedad de experiencias y una gran experticia en el entendimiento del tiempo de los fenómenos sociales, pero no como cronología, sino como temporalidad y duración. Lo que sí comparte con esas dos disciplinas es el ser, como ha sostenido el mencionado historiador italiano (2005, p. 11), una especie de aventura náutica, sembrada de riesgos, que abandona la tierra firme de la experiencia, en dirección al ancho mar, que renuncia a la seguridad del espe- cialista y se compromete con las incógnitas del diletante. Como siempre, un libro es una empresa colectiva, pero cuya responsabili- dad última es exclusivamente del autor. Deseo aprovechar la oportunidad para 20 Hugo Fazio Vengoa agradecer a Colciencias por el apoyo que le brindó a esta empresa investigativa, de la cual han salido dos productos: el presente texto y un libro anterior sobre el presente histórico. Esta investigación no habría sido posible sin el patrocinio de la Universidad de los Andes, centro académico que expresa un fuerte compromiso con la investigación de sus docentes, y que crea condiciones inigualables en me- dios latinoamericanos para leer, pensar, discutir y escribir. A mis estudiantes de pre y posgrado, un reconocido agradecimiento porque fueron ellos los que tuvie- ron que padecer, en distintos cursos impartidos en la Universidad, los avances y retrocesos en el desarrollo de este conocimiento hasta que finalmente se llegó a la sistematicidad actual. A los numerosos autores, a quienes tuve la oportunidad de conocer a través de sus libros. Como es habitual, el libro se lo dedico a mi familia –Julieta, Antonella, Luciana y Daniela–, principal nutriente de mi vida. 1. aLgunas refLexiones sobre Los contornos históricos de Los sigLos xix y xx Expliquemos de entrada el doble propósito de este capítulo: de una parte, tenemos la intención de precisar, tal como se enuncia en el título, los contornos históricos de los dos últimos siglos, pero con especial énfasis en el primero de ellos, ya que el segundo resulta ser en muchos aspectos una prolongación temporal de algunos desarrollos fundamentales que se iniciaron con el anterior. Es decir, lo que nos proponemos de manera sucinta, es buscar un enfoque que permita aprehender algunas claves importantes que den cuenta de la naturaleza intrínseca que com- porta este extenso período. El principal motivo que nos impulsa a emprender este ejercicio intelectual consiste en que una mirada que recupere el lugar de este período en las distin- tas duraciones arroja luces sobre los caracteres fundamentales que singularizan tanto la época moderna como los distintos subperíodos en que ésta se divide. La elucidación de estos contornos históricos nos permite acortar la escala de la mirada y aprehender las particularidades propias que contiene cada uno de estos dos momentos de la historia. A través de estas ubicaciones plurifocales podre- mos descubrir ciertos rasgos que servirán de primera entrada para develar el sentido que comporta la coyuntura histórica que comprende el recodo de finales del siglo XIX e inicios de la centuria que acaba de finalizar. Este procedimiento permitirá asimismo explicar por qué a la coyuntura histórica de finales del siglo XIX la hemos definido como de primera globalización o de globalización inter- nacionalizada. Otro motivo más específico y puntual nos lleva a emprender el inicio de nuestra exposición con una mirada sobre el acontecer mundial de finales del siglo XIX y entenderlo como un momento útil de comparación con nuestro presente histórico. La motivación que nos lleva a acometer esta comparación radica en unas cuantas especificidades que ha comportado el final del siglo XX, particula- ridades que pueden recuperarse a partir de un somero análisis comparativo con otros finales de siglos, tal como tuvimos la oportunidad de exponerlo como tesis, pero que no tuvimos ocasión de desarrollar, en un trabajo anterior (Fazio, 2007). Para recuperar el significado de estas propiedades se debe acometer preliminar- 22 Hugo Fazio Vengoa mente un análisis contrastado de los variados tipos de duraciones que se recono- cen en la historia. Como llegado a este punto entra en juego uno de los temas más debatidos en la historia, y como seguramente no todo lector será versado en la materia, en- tonces, procederemos brevemente a definir la manera como nos aproximaremos a estos distintos registrosde tiempo. Para ello, recurramos una vez más a nuestro bien ponderado historiador Fernand Braudel, quien, en un célebre pasaje, brindó una adecuada y sucinta explicación de la pluralidad de duraciones que coexisten en la historia. De acuerdo con su parecer, se puede reconocer la existencia de tres grandes duraciones, cada una de las cuales corresponde a una esfera particular: el tiempo largo o la historia […] casi inmóvil, la historia del hombre en sus relaciones con el medio que lo rodea; historia lenta en fluir y en transformarse, hecha no pocas veces de insistentes reitera- ciones y de ciclos incesantemente reiniciados […] Por encima de esta historia inmóvil se alza una historia del ritmo lento […] una historia social, la historia de los grupos y las agrupaciones […] Finalmente, la historia tradicional, o, si queremos, la de la historia cortada, no a la medida del hombre, sino a la medida del individuo, la historia de los acontecimientos […] Una historia de oscilaciones breves, rápidas y nerviosas. (Braudel, 1997, tomo I, pp. 17-18, cursiva en el original) En su momento tuvimos la oportunidad de poner en tela de juicio algunos supuestos que subyacen a esta pluralidad braudeliana de las duraciones (Fazio, 2008). No es éste el momento para explayarnos de nuevo sobre ese tema; recorde- mos más bien las sugerentes palabras de Charles Tilly, cuando invitaba a pensar la propuesta braudeliana “más como una fuente de inspiración que como un modelo de análisis”, pues lo que nos interesa aquí es simplemente consignar la lógica que subyace a las diferentes entradas que realizaremos a continuación. Comencemos este recorrido con lo que podría denominarse una comparación en términos de las medianas duraciones históricas. En el trabajo anterior que comentábamos tuvimos ocasión de señalar que en las postrimerías del siglo XVIII y los inicios del siglo XIX se asistió a una coyuntura histórica que Eric Hobsbawm (1973) definió adecuadamente como la “era de las revoluciones”. En efecto, durante ese período histórico se produjeron acontecimientos tan importantes para la historia contemporánea como el inicio de la Primera Revolución Industrial en Inglaterra, la independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa, y culminó con los movimientos políticos, socia- les y militares que condujeron a la independencia de la mayor parte de países del continente americano. No está de más señalar que muchos de estos hechos históri- cos se guiaban por las directrices y los referentes que emanaban del pensamiento ilustrado. algunas reFlexiones sobre los contornos Históricos de los siglos xix y xx 23 Un nuevo período de agitación y efervescencia ocurrió en el siguiente cambio de siglo, con transformaciones tan importantes como el advenimiento de la Se- gunda Revolución Industrial, el surgimiento y la consolidación de una economía mundial, la ultimación de la repartición del continente africano, la consolidación del nacionalismo y del Estado-nación, el desaforado imperialismo, capítulo que llegó a su fin con el estallido de un conflicto de grandes proporciones: la “Gran Guerra”, más conocida a posteriori bajo el nombre de Primera Guerra Mundial (1914-1918). Una centuria después de iniciada esa importante coyuntura se ha asistido al advenimiento de nuestro presente histórico, el cual también ha estado salpica- do de grandes situaciones transformadoras: la Tercera Revolución Industrial, la aparición de la economía global, la intensificación de la globalización, el adveni- miento de una modernidad global, el fin de la Guerra Fría, el desmantelamiento del socialismo soviético, etc. Esta breve recordación pareciera demostrar que to- dos los últimos cambios de siglo han estado tañidos de grandes acontecimientos y que ninguno ha finalizado de manera tranquila, sino, más bien, dentro de un clima de gran efervescencia económica, social y política. No obstante los elementos de similitud que presentan estos distintos momen- tos históricos, en esa oportunidad desarrollábamos la tesis de que estas coyunturas históricas difieren igualmente en cuestiones tan sustanciales que las semejanzas resultan ser sólo aparentes. A finales del XVIII, las transformaciones eran territo- riales y tenían lugar principalmente dentro de los confines de los respectivos Es- tados, tal como lo demostraron las revoluciones francesa y norteamericana, y a lo sumo, podían existir unas condiciones internacionales que, bajo ciertos parámetros, lograban favorecer el desarrollo de este tipo de acontecimientos. Esta aseveración es válida incluso en lo que se refiere a los movimientos de independencia en Amé- rica Latina en los albores del siglo XIX, los cuales se extendieron casi uniforme- mente por todo el continente, desde México hasta el Cono Sur, o las revoluciones europeas de 1848, que sacudieron de manera simultánea a varios países europeos. Este tipo de situaciones es muy distinto de los acontecimientos que tienen lugar en nuestro presente histórico porque aquéllos se circunscribieron geográficamente a una región en particular, respondían exclusivamente a un tipo de circunstancia, o porque se regularizaban a partir de determinados sucesos que se originaban en la respectiva metrópolis. Cada una de estas expresiones de efervescencia, a final de cuentas, obedecía a un determinado patrón compartido y en su interrelación ope- raba además la proximidad, que actuaba como un importante agente que facilitaba la transmisión y la propagación de ideas, personas, acciones, etc. Las transformaciones que tuvieron lugar a finales del siglo XIX reproduje- ron en su esencia el sentido que comportaban las anteriores, sobre todo porque 24 Hugo Fazio Vengoa intervinieron en la dirección de endurecer la espacialidad de la nación; empero, comportaban al mismo tiempo un importante elemento de novedad, irreconoci- ble en el cambio de siglo anterior: eran dinámicas que complejizaban el anterior marco territorial porque se desarrollaban internacionalmente, poniendo en inter- acción y en interrelación a grandes conjuntos humanos en ámbitos particulares. Una buena ilustración de esta condición histórica la encontramos en uno de los acontecimientos con los que finalizó esta coyuntura histórica: la Revolución Rusa de octubre/noviembre de 1917, la cual, a diferencia de la francesa de 1789, no sólo se desarrolló dentro de un marco de evidente internacionalidad (la Primera Guerra Mundial); más importante aún fue que requirió de claves internacionales para imponerse y en un primer momento sus máximos dirigentes eran plenamen- te conscientes de que su desenlace dependía de su capacidad para convertir este estallido revolucionario en un acontecimiento de tipo planetario: transformar la gesta de octubre en la chispa de una revolución mundial. Los procesos de transformación que se vienen proyectando desde el último tercio del siglo XX, momento cuando se dio inicio a lo que hemos denomina- do como el presente histórico contemporáneo (Fazio, 2008), también comportan unas especificidades que otorgan coherencia y solidez a este momento en cuanto a su expresión espaciotemporal: desde su fundamentación misma, las situaciones más variadas se realizan en una dimensión global (Alvater y Mahnkopf, 2002). En efecto, sólo en este presente histórico ha comenzado a emerger una espacialidad social global que ha trastocado el funcionamiento de la mayor parte de las institu- ciones, las cuales ya no surgen en un determinado lugar, por lo general, un centro que asuma una posición de dominio, para posteriormente expandirse, pues son globales en su esencia misma, se realizan instantáneamente en diferentes partes del globo y enlazan a grandes conjuntos sociales. Todo esto nos lleva a sostener que, visto en perspectiva, el interés que des- pierta el período que cubre los finales del siglo XIX y los comienzos del XX se debe a que constituye el momento de mayor auge del Estado-nación y, concomi- tantemente, de las dinámicas de internacionalización.El momento actual difiere del anterior, sobre todo, en el hecho de que se asiste a una pléyade de agentes, situaciones, que han roto el monopolio que antes detentaba el Estado-nación, en su calidad de elemento nodal que configuraba lo internacional. En ese sentido, comprender los rasgos particulares de estos dos períodos nos suministra una ade- cuada entrada para aprehender las singularidades que son inherentes exclusiva- mente a nuestro presente histórico y nos permite recuperar las continuidades que siguen vinculando a estos dos períodos. El problema de la mediana duración histórica también puede ser abordado desde otra óptica. Sobre los siglos XIX y XX se han escrito grandes obras de algunas reFlexiones sobre los contornos Históricos de los siglos xix y xx 25 síntesis. Desde un punto de vista histórico, un siglo aritmético evidentemente no corresponde de manera exacta a un intervalo de tiempo de cien años (Rémond, 2007). Por eso es casi un lugar común en la disciplina de la historia encontrar ex- presiones metafóricas como “el siglo de Pericles”, “el siglo de Augusto” o “el siglo de Luis XIV”, el “siglo americano”, etc., ninguno de los cuales evidentemente ha correspondido a un período de cien años. Un buen ejemplo más reciente de esta tesis lo hemos vuelto a encontrar en el célebre texto de Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX (1997), libro ampliamente comentado dentro del gremio de los his- toriadores, en el cual el autor propuso definir el XX como el siglo “corto” (1914- 1989), en contraposición al XIX, que habría sido un siglo largo (1789-1914). Ambos siglos no sólo se diferenciarían por su disimilitud en términos de duración, sino también porque el siglo “corto” habría tenido como columna ver- tebral un conjunto de dinámicas políticas, geopolíticas y militares (nazismo, co- munismo, Guerra Fría, etc.), mientras que el “largo” se habría caracterizado por el despliegue de factores económicos y financieros que habrían dado origen a la mundialidad (economía mundial). “En esta era industrial el capitalismo se con- virtió en una economía genuinamente mundial y por lo mismo el globo se trans- formó de expresión geográfica en constante realidad operativa. En lo sucesivo la historia sería historia del mundo”, sentenciaba Eric Hobsbawm (1981, p. 72). También se habrían diferenciado en otro sentido: cuando se acabó el siglo “corto” hubo conciencia de que algo efectivamente había llegado a su fin: la Gue- rra Fría, la competición bipolar, el socialismo soviético, etc., mientras que al cul- minar el “largo” la Gran Guerra no fue entendida, en ese entonces, como un acontecimiento que clausurara un período, sino asumida como una contienda más en la larga historia plurisecular de conflictos que azotaron el continente europeo, situación que era, por lo demás, plenamente congruente con el ideal de progreso entonces prevaleciente. La conciencia de que esta “Gran Guerra” cerraba un capí- tulo sobrevino mucho tiempo después. Esa periodización que pretende temporalizar e historiar los dos últimos si- glos aritméticos puede, sin embargo, ser sustituida por la perspectiva explicativa propuesta por Charles Maier (1997), quien ha calificado como una época larga al período que se extiende entre 1870 y 1980, que se habría caracterizado por el hecho de que la soberanía nacional fue un factor que le dio continuidad a todo este intervalo de tiempo, con el año bisagra de 1945 como un importante punto de inflexión, puesto que habría marcado el tránsito de una historia predominan- temente europea y occidental a otra determinada por la descolonización. Es muy interesante esta perspectiva de mediana duración histórica desarrollada por Maier porque constituye un enfoque que reúne dentro de una misma problemática la economía con la política y la historia europea con la mundial, y, de esta manera, 26 Hugo Fazio Vengoa permite comprender mejor las continuidades y discontinuidades que encierran los dos finales de siglo. La perspectiva de la mediana duración, de esta manera, nos ofrece una pri- mera aproximación sobre las especificidades que comportaron estos dos finales de siglo: uno fue catalizado por transformaciones económicas, se organizó inter- nacionalmente a través del Estado-nación, mientras que en el segundo su común denominador fue una dimensión globalizada que producía una férrea comunión entre lo económico y lo político e impulsó la actuación de una amplia variedad de actores. Si los ejercicios históricos que acabamos de acometer consistían en unas comparaciones desde un observatorio de la mediana duración propia de una co- yuntura histórica, otro tipo de elementos sugerentes para la Belle époque y para el presente histórico contemporáneo se recuperan por medio de una mirada que se centra en la corta duración histórica, en los desarrollos a la “medida del indivi- duo”, al decir de Braudel. Para dar cuenta de esta temporalidad breve, valgámonos de una situación expuesta y analizada por Suzanne Berger (2003). En su interesante ensayo Nuestra primera mundialización, la economista francesa del MIT recuerda el debate que despertó en Europa y América el libro La Gran Ilusión, escrito por el periodista Norman Angell en 1910, cuyo suceso edi- torial fue tan grande que fue traducido a veinticinco lenguas, hecho sin parangón para un libro que no provenía de la pluma de un escritor de renombre. En dicho texto, Angell sostenía que en un mundo que se modernizaba a pasos agigantados, como efectivamente ocurría en el recodo de los siglos XIX y XX, las guerras de conquista no sólo no permitirían alcanzar grandes logros, sino que además, y como resultado de los elevados niveles de interdependencia económica, un con- flicto entre grandes Estados tendría un efecto devastador, incluso para los triunfa- dores. La conclusión principal a que llegaba el periodista era que una guerra sería completamente irracional y, por ello, no era una opción creíble. La interdependencia vital […] que atraviesa las fronteras fue sobre todo la obra de los últimos cuarenta años […] Es el resultado del uso cotidiano de estas invenciones que datan apenas de ayer: el correo rápido, la diseminación instantánea de la información financiera y comercial por medio del telégrafo, y de manera más general, por la in- creíble aceleración de la comunicación, que ha permitido a media docena de capitales de la cristiandad acercarse en el plano financiero, volviéndolas más dependientes las unas de las otras de lo que estaban las grandes ciudades inglesas hace cien años. (Ci- tado en Berger, 2003, p. 82) Fue tal la influencia de este escrito que, bajo el impacto de su lectura, el mismo tipo de políticas quiso promover el político socialista francés Jean Jaurès, algunas reFlexiones sobre los contornos Históricos de los siglos xix y xx 27 cuando manifestó en 1911, desde el estrado público, que “la red de intereses eco- nómicos y financieros obliga a todos los pueblos a arreglarse los unos con los otros, a evitar las grandes catástrofes de la guerra” (citado en Berger, 2003, p. 83). Con la exposición, la difusión y el consenso alcanzados en torno a este tipo de tesis optimistas, que no eran más que el reflejo de un elevado nivel de interdepen- dencia, quién hubiera imaginado que pocos años después estallaría un conflicto militar de proporciones tan descomunales como la Primera Guerra Mundial. El interés que despierta la reflexión a la que nos invita la economista del MIT radica en que muchos analistas consideran en la actualidad que las guerras entre los actores más importantes son igualmente improbables y que no podría llegarse a un escenario en el cual una eventual competición entre los grandes Estados u organizaciones, como pueden ser Estados Unidos, China, India, Rusia, Japón, la Unión Europea, etc., o coaliciones de algunos de ellos, reconstituyera una situación análoga a la que existió a inicios del siglo XX, el cual culminó en un conflicto de devastador, por la simple razón de que los
Compartir