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Caracteres_fundamentales_de_la_globalizacion

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Los caracteres fundamentaLes 
de La primera gLobaLización 
HUGO FAZIO VENGOA
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
FACULTAD DE Ciencias sociaLes - CESO
DEPARTAMENTO DE HISTORIA
Primera edición: noviembre de 2008
© Hugo Fazio Vengoa
© Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, Centro de Estudios 
Socioculturales e Internacionales – CESO
Dirección: Carrera 1ª No. 18A – 10 Edificio Franco P. 3
Teléfono: 3 394949 – 3 394999. Ext: 3330
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Ediciones Uniandes
Carrera 1ª. No 19-27. Edificio AU 6
Bogotá D.C., Colombia
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http//:ediciones.uniandes.edu.co
infeduni@uniandes.edu.co
ISBN: 978-958-695-384-9
Esta publicación es el resultado de la investigación financiada por Colciencias “Instituto Colombiano para el 
Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología”
Corrección de estilo: Guillermo Díez
Diseño gráfico, preprensa y prensa: 
Legis S.A
Dirección: Avenida calle 26 No 82 - 70
Teléfono: 4 255255
Bogotá D.C., Colombia
Impreso en Colombia – Printed in Colombia
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registrada en o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún 
medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin 
el permiso previo por escrito de la editorial
Fazio Vengoa, Hugo Antonio, 1956–
Los caracteres fundamentales de la primera globalización / Hugo Fazio Vengoa. – Bogotá: Universidad 
de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, CESO, Ediciones Uniandes, 
2008.
156 p.; 17 x 24 cm.
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN 978-958-695-384-9
1. Globalización – Historia – Siglo XIX 2. Globalización – Historia – Siglo XX 3. Globalización – 
Aspectos económicos – Historia – Siglo XIX 4. Globalización – Aspectos económicos – Historia – Siglo 
XX 5. Política mundial – Historia – Siglo XIX 6. Política mundial – Historia – Siglo XX 7. Industria – 
Historia – Siglo XIX 8. Industria – Historia – Siglo XX I. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad 
de Ciencias Sociales. Departamento de Historia II. Universidad de los Andes (Colombia). CESO III. Tít.
CDD. 303.482 SBUA
contenido 
introducción ................................................................................................... 1
1. aLgunas refLexiones sobre Los contornos históricos de Los sigLos xix 
y xx ............................................................................................................ 21
2. revoLuciones industriaLes, naciones y gLobaLización económica ........... 52
La Revolución Industrial: dinámica transformadora e integradora a través de 
la nación ............................................................................................................. 61
La Segunda Revolución Industrial, la internacionalización de la globaliza-
ción y los nuevos referentes de apropiación del mundo .................................... 73
3. hacia La conformación de una economía mundiaL ................................... 89
Migraciones, ecualización social y globalización ............................................ 105
La economía mundial decimonónica: un balance prospectivo ......................... 112
concLusión ...................................................................................................... 131
bibLiografía .................................................................................................... 134
introducción
A primera vista, a más de uno le podrá asaltar la duda de por qué y para qué vol-
ver nuevamente sobre el tema de la historia general del siglo XIX, de la aparición 
de la economía mundial y de ciertas dinámicas de las relaciones internacionales 
decimonónicas, cuando éstos han sido unos temas profusamente investigados en 
la historia y en las demás ciencias sociales. Desde luego, la pregunta no tiene nada 
de banal porque, ciertamente, un rápido vistazo a uno de los motores de búsqueda 
de internet o a los catálogos bibliográficos de cualquier centro universitario nos 
pone frente al hecho contundente de que en las distintas lenguas se han publicado 
innumerables textos, recientes y antiguos, que han tenido por objetivo principal 
explicar la manera como en el curso de los últimos siglos, y a veces milenios, se 
fue forjando una historia de la vida internacional o una historia universal, y que 
de la mayoría de estos trabajos se desglosan importantes avances en torno al en-
tendimiento de lo que significó ese siglo.
A ello se puede agregar, por lo demás, que muchos de estos libros son tra-
bajos de alta factura académica, difíciles de emular, que cubren los más variados 
períodos y que existe, por último, una extraordinaria extensión de obras y revistas 
especializadas en torno a tópicos particulares dedicados a estos campos de estu-
dio. Por consiguiente, se puede concluir que escasos son las áreas o los temas de la 
historia mundial y de las relaciones internacionales que no hayan sido analizados 
en detallados estudios monográficos.
No obstante el tipo de reparos que pueda suscitar el tema que aquí nos con-
voca, el texto que se brinda a continuación ha sido construido con base en el co-
nocimiento que se ha acumulado a partir de esta imponente literatura académica, 
pero sin que por ello se reduzca a ser un libro que se limite a recopilar o a com-
pendiar lo que otros estudiosos han opinado e investigado sobre estos campos de 
experiencia en particular. Este libro, en realidad, es un producto que hace parte de 
una línea de investigación, la cual se ha venido desarrollando durante largos años, 
en la que se ha procurado reunir dentro de un mismo enfoque el estudio histórico 
del presente con la globalización y, de modo especial, en este caso, los asuntos in-
ternacionales, perspectiva que, en su conjunto, hemos definido como una historia 
del tiempo presente (Fazio, 2007a).
2 Hugo Fazio Vengoa
La conjunción entre estas aparentemente disímiles variables explica, a su 
vez, que este texto, no obstante el hecho de disponer de una narrativa de tipo 
ensayístico, ha sido el producto de una investigación, la cual contó con el apoyo 
financiero de Colciencias y con el aval institucional de la Universidad de los An-
des, proyecto cuyo objetivo principal ha consistido en establecer y en delimitar los 
caracteres fundamentales de lo que podríamos denominar una historia global de 
las relaciones internacionales durante nuestro presente histórico. O, para decirlo 
en términos más sencillos y mucho más polémicos, la idea que prevaleció a lo lar-
go de la investigación fue la de comenzar a delinear un marco de entendimiento 
de las relaciones internacionales no como vínculos entre partes (inter-nacionales) 
sino como relaciones internas del mundo.
Empero, para poder establecer claramente los caracteres específicos de nues- 
tro presente y entender esta transformación entre un esquema de relaciones in-
ternacionales a otro en el que tiende a primar la política interna del mundo, se 
planteó de modo imperativo la necesidad de disponer de un período distinto con 
el cual pudiera ser contrastado, para así poder recabar en las singularidades que 
entraña nuestra contemporaneidad. Ello nos condujo a dedicar una parte de la 
investigación al estudio de un período que comportara similitudes con el presente 
pero que también fuera diferente en sus trazos fundamentales.
Finales del siglo XIX e inicios del XX, la Belle époque, fue el período escogido 
porque, como tendremos ocasión de demostrar más adelante, una importante lite-
ratura ha destacado justificadamente que, en ese entonces, el mundo se encontraba 
tanto o más “globalizado” que en nuestro presente. Es decir, nuestra contempora-
neidad encuentra un parangón directo con los finales del siglo XIX. Las similitudes 
que rápidamente saltan a la vista, sin embargo, esconden grandes diferencias,más 
cualitativas que cuantitativas. Ahora bien, como nuestro objetivo consiste en enten-
der las particularidades que singularizan la actualidad, este trabajo ha sido diseñado 
y expuesto con el ánimo implícito de pensar el presente a través del pasado y, en 
razón de ello, constantemente realizaremos comentarios que destacan similitudes y 
diferencias entre estos dos momentos del desarrollo histórico.
Los tópicos destacados que comporta el enfoque que sucintamente acabamos 
de exponer, o sea, la globalización, las relaciones internacionales y los estudios 
históricos del presente, nos llevan a sostener que el libro que el lector tiene en sus 
manos se distingue de los textos habituales sobre este campo de estudio en varios 
aspectos fundamentales, los cuales podemos enumerar de la siguiente manera.
Primero, porque uno de nuestros propósitos centrales ha consistido en incluir 
la dinámica de la globalización como uno de los elementos explicativos funda-
mentales de la vida contemporánea, pero sin pretender reducir su impacto, como 
introducción 3
es habitual en la literatura especializada, a un ámbito en particular, como ocurre 
en los estudios de las relaciones internacionales, en los que se destacan las dimen-
siones política, geopolítica y militar (Clarc, 1997), mientras que en la economía 
internacional se privilegia el comportamiento del comercio y de las inversiones.
El segundo elemento que hace de esta empresa una actividad particular con-
siste en el esfuerzo por problematizar el campo de lo internacional, con el ánimo 
de incorporar una amplia gama de eventos y situaciones, los cuales, generalmen-
te, han sido minusvalorados, simplemente ignorados en los trabajos sobre las rela-
ciones internacionales o, a lo sumo, relegados al rol de “contexto” donde se desen-
volvería lo propiamente internacional, sin que se les asigne un valor explicativo.
Tercero, es menester recordar que la profesionalización de las ciencias socia-
les y, de modo particular, de la disciplina histórica se produjo –sin que ello fuera 
una simple coincidencia, sino más bien su resultado axiomático– a la par con el 
desarrollo modernizador que experimentaron las naciones europeas en distintos 
momentos del siglo XIX (Wallerstein, 2001). Esta situación condujo a que en la 
historia, entendida en este caso como campo del conocimiento, haya tendido a 
prevalecer una concepción eurocéntrica de la evolución humana, en la cual, ade-
más, un papel importante le habría correspondido al desarrollo de las naciones y 
de los Estados-naciones, distinguidas instituciones de la evolución histórica de 
esta región del planeta en el transcurso de los dos últimos siglos (Bentley, 2006; 
Blaut, 2000). La centralidad que le correspondió a la nación explica, igualmente, 
el hecho de que la historiografía se desarrollara nacionalmente. No ha sido casual 
que a medida que se incrementaron las tendencias globalizantes las escuelas his-
tóricas nacionales comenzaran a experimentar grandes dificultades para seguir 
existiendo de acuerdo con los cauces tradicionales (Aurell, 2005, pp. 53-54).
Con el ánimo expreso de poner en tela de juicio la pretendida validez “uni-
versal” de ese enfoque habitual, concebido a partir de una experiencia histórica 
particular, en este texto entendemos el desarrollo histórico de manera similar a 
como lo conciben importantes estudiosos de la contemporaneidad, como el antro-
pólogo Marc Augé (2007, pp. 12-13), quienes, hoy por hoy, han venido insistiendo 
en que se debe más bien presuponer que “el mundo desarrollado y el conjunto de 
los mundos ‘subdesarrollados’ están comprendidos en una misma historia, en una 
misma lógica económica y en un mismo proceso de aceleración tecnológica, los 
cuales, evidentemente, no tenían los mismos efectos en todos los lugares”.
Por último, este texto difiere de los enfoques habituales sobre lo interna-
cional por el uso instrumental que la mayor parte de estos trabajos hace de la 
historia. Ha sido característico de la mayor parte de esta literatura especializada 
recurrir a este campo de experiencia para formalizar los respectivos puntos de 
4 Hugo Fazio Vengoa
vista sobre lo internacional, pero dentro de una perspectiva en la cual la historia 
se limita a ser un sencillo contexto donde se desenvuelve este tipo de relaciones, 
o se le concibe como una mera dispensadora de ejemplos, de donde se toman 
aleatoriamente hechos, acontecimientos y situaciones que sirven de apoyo para 
los respectivos enfoques teóricos.
Dentro de esta misma perspectiva crítica, con el acervo construido por la 
ciencia política, Barry Buzan y Richard Little (2000, pp. 18-22) han encontrado 
cinco errores recurrentes en que incurren los expertos en las relaciones interna-
cionales cuando hacen referencia a la historia: el presentismo, dado que la mayo-
ría de estos estudiosos se interesa por los temas de la actualidad y muestra poco 
interés en dotarse de un amplio bagaje de conocimiento histórico, situación que 
repercute negativamente en el entendimiento de la contemporaneidad. Además, 
como la mayor parte de estos trabajos gravita en torno al presente sólo reconocen 
aquellas páginas de la historia que se asemejan a la contemporaneidad, como la 
China de los Estados guerreros, la Grecia clásica, el Renacimiento italiano o el 
balance de poder de la Europa decimonónica, pero se desatienden todos aquellos 
momentos de la historia que no sirven para validar sus tesis. El ahistoricismo, de-
bido a la propensión a buscar leyes universales de lo internacional, presuntamente 
válidas para todo tiempo y lugar, con lo cual desestiman la plasticidad misma 
que ha revestido el desarrollo histórico a lo largo de los siglos. El eurocentrismo, 
debido a que presuponen que en Europa habría surgido el primer y único sistema 
internacional, aseveración que evidencia una clara confusión entre el sistema in-
ternacional y el sistema interestatal de matriz nacional. La anarcofilia, una deri-
vación de las dos anteriores, que recaba en las virtudes del carácter anárquico del 
sistema interestatal, donde los Estados se comportarían como bolas en una mesa 
de billar. Por último, el estadocentrismo, es decir, la concepción de que el sistema 
internacional se realizaría básica o exclusivamente en la dimensión política y mi-
litar con base en un único agente legítimo: el Estado.
A diferencia de este tipo de usos convencionales, nuestro trabajo pretende 
ofrecer un enfoque que convierta a la historia en una herramienta explicativa de 
los temas internacionales en el contexto de las modernidades y de nuestra con-
temporaneidad, intentando reunir en un mismo punto de vista a la historia con 
ciertos elementos que se desprenden de la sociología de las relaciones internacio-
nales, y con otros que han sido destacados en los debates que han girado en torno 
a la globalización, para, a partir de esta particular comunión, poder avizorar y 
comprender los determinantes, los caracteres y las regularidades que particula-
rizan este campo (Devin, 2007). Pasamos revista brevemente a este conjunto de 
problemas con el fin de brindar al lector ciertas herramientas necesarias para la 
comprensión de la naturaleza de este escrito, comenzando con la globalización.
introducción 5
Como numerosas veces se ha señalado, pocos conceptos han resultados tan 
esquivos en las ciencias sociales como el de la globalización (Fazio, 2007), sobre 
todo porque a lo largo de los cuatro o cinco últimos lustros ha aparecido una 
interminable literatura que ha intentado escudriñar algunas de sus facetas o el 
conjunto de todas ellas (Lechner y Boli, 2000). A la fecha, empero, nos encon-
tramos muy distantes de cualquier tipo de consenso sobre su intrínseco significa-
do. Incluso, cuando se pasa revista a importante autores que han tratado el tema 
con relativa profundidad (Zolo, 2006; Marramao, 2006; Featherstone et al., 1997; 
Scholte, 2000), se observa que ni siquiera es evidente que, a medida que la dis-
cusión se decanta, se esté llegandoa un mínimo común denominador que pueda 
servir para precisar los elementos centrales de su naturaleza.
Esta polisemia ha tenido numerosas repercusiones, siendo una de las más 
importantes, y la que más nos interesa en este trabajo, el hecho de que la varia-
bilidad de significados que se le asigna al término conduce a representaciones 
distintas sobre el sentido de la globalización en aspectos particulares, tanto en 
nuestra contemporaneidad como en su desarrollo histórico.
El reconocimiento de este problema resulta ser un asunto de primer orden 
para los objetivos de nuestro trabajo porque la manera como efectivamente se 
interprete la globalización interviene en la forma en que se organiza el entendi-
miento de su naturaleza, presencia e impacto en las relaciones internacionales, 
así como en sus múltiples componentes, dinámicas y actores. Como, con gran 
acierto, han escrito los historiadores alemanes Jürgen Osterhammel y Niels Pe-
tersson (2005, p. 15), aquellos autores que asumen que los rasgos inmanentes de la 
globalización serían el funcionamiento de un mercado mundial, el libre comercio 
y la libre circulación de capitales, el incremento de los movimientos migratorios, 
las empresas multinacionales, la división internacional del trabajo y un sistema 
monetario mundial encontrarán que todo ello ya existía en la segunda mitad del 
XIX.
De este parecer es, por ejemplo, el economista Guillermo La Dehesa, cuan-
do argumenta que la globalización es “un proceso dinámico de creciente libertad 
e integración mundial de los mercados de trabajo, bienes, servicios, tecnologías y 
capitales. Este proceso no es nuevo, viene desarrollándose paulatinamente desde 
1950 y tardará muchos años en completarse, si la política lo permite. No es nuevo 
porque ya se dio un proceso similar entre 1870 y 1914 de forma tan intensa como 
la actual” (La Dehesa, 2000, p. 17). De la misma opinión es Partha Chatterjee 
(2004, p. 60) cuando sostiene que “los datos históricos muestran que en muchos 
aspectos, por lo menos en los aspectos cuantitativos, la globalización era mucho 
más avanzada con anterioridad a la Primera Guerra Mundial de lo que es hoy”.
6 Hugo Fazio Vengoa
Por el contrario, si se asume que lo consustancial a la globalización está 
conformado por una red global que se despliega “en un tiempo real”, segura-
mente se celebrará el presente como el inicio de una nueva época radiante y se 
volteará indignado la espalda al pasado diverso que se aleja prestamente (Castells 
y Serra, 2003). Frente a esta variabilidad en el uso que se le asigna al término y 
la pluralidad de manifestaciones que de esta polisemia se desprende, se impone 
imperativamente la necesidad de tener que precisar el sentido que a este concepto 
le asignaremos en este trabajo.
Brindar una definición, sin embargo, no resulta ser un asunto tan sencillo 
como a primera vista pudiera parecer, porque en investigaciones previas tuvi-
mos la ocasión de constatar que si bien este fenómeno comprende una dilatada 
densidad histórica, ha sido propio de nuestro presente histórico el hecho de que 
la globalización se exhiba bajo tres modalidades, las cuales se retroalimentan 
mutuamente: de una parte, se ha convertido en un proceso central que ha entrado 
a definir el contexto histórico en el cual tienen lugar las actuales actividades hu-
manas, y, de la otra, se ha transformado en un conjunto de dinámicas en las cuales 
se expresan y realizan muchos de los cambios que se despliegan en los distintos 
ámbitos sociales. Por último, pero no por ello menos importante, así sea más di-
fícil de aprehender, la globalización se ha transformado en una importante forma 
de representación y de entendimiento del mundo, es un tipo de globalismo que, 
para un número cada vez mayor de personas, se ha convertido en el criterio de 
referencia para su actuación, orientación y forma de pensamiento (Fazio, 2007).
Fue este reconocimiento de diferentes situaciones, entendimientos y prác-
ticas que se relacionan con su esencia lo que nos ha llevado finalmente al con-
vencimiento de que la globalización es una excelente herramienta heurística para 
interpretar de manera novedosa muchos de los problemas del mundo actual (Fa-
zio, 2002). Para decirlo en otras palabras, la globalización constituye un excelente 
punto de partida para volver a problematizar muchos de los principales temas de 
nuestra contemporaneidad, sean éstos planetarios, continentales, regionales, na-
cionales y locales, o económicos, sociales, políticos, etc., y para dilucidar nueva-
mente muchos de los supuestos habituales que siguen gravitando sobre el pasado, 
tanto el lejano como el cercano. Cuando la entendemos como un adecuado punto 
de partida, estamos sosteniendo que la globalización, con toda seguridad, es un 
tipo de proceso que seguramente no inventa casi nada, pero que, como han seña-
lado Olivier Dollfus, Christian Grataloup y Jacques Lévy, ha tenido el importante 
mérito de volver a conceptualizarlo todo (1999, p. 83).
La refrescante mirada a que invita el tema de la globalización como he-
rramienta heurística obedece a que uno de los rasgos más característicos de las 
ciencias sociales modernas ha consistido en privilegiar una aproximación a la 
introducción 7
realidad social en términos historicistas, como desarrollos propios de particulares 
contingencias históricas, como desenvolvimientos lineales, secuenciales y evolu-
tivos. Como ha argumentado el par de historiadores antes citados (Osterhammel 
y Petersson, 2005), las ciencias sociales al interesarse por conjuntos de trans-
formaciones, tales como la racionalización, la industrialización, la urbanización, 
la burocratización, la individualización, la secularización, la alfabetización, etc., 
han favorecido aquellas ópticas que tematizan las expresiones espaciotemporales 
particulares de cada uno de estos conjuntos, los desarrollos específicos que se ex-
tienden en el tiempo, que comportan diferentes ritmos y cadencias en las distintas 
colectividades y que, por doquier, desencadenan poderosas energías de cambio.
Fue común también para esta colección de saberes que todas estas temáticas 
fueran concebidas como dinámicas que se desarrollaban dentro de determinadas 
espacialidades nacionales y/o regionales, y si llegaban a reproducirse en otras 
latitudes ello era el fruto del colonialismo, el imperialismo, el evolucionismo y/o 
el difusionismo (Blaut, 1993). Es decir, los enfoques habituales han destacado la 
diacronía de estas transformaciones y han sostenido que, a lo sumo, en el mejor 
de los casos, podían llegar a engendrar cierto tipo de interconexiones internacio-
nales, pero cada una de estas dinámicas era nacional en su mismo fuero interno. 
De este enfoque preferencial, que ha sido tan hegemónico dentro de las ciencias 
sociales, se puede extraer la conclusión de que este conjunto de saberes ha tendido 
a privilegiar las miradas sectoriales y nacionales de los principales problemas que 
tanto les han interesado.
No ha sido una simple casualidad, por más escozor que produzca en la ma-
yor parte de los internacionalistas, que el importante libro Abrir las ciencias so-
ciales (Wallerstein, 2001) –que compendia la evolución de este conjunto de dis-
ciplinas a lo largo de los dos últimos siglos– haya omitido referirse a los estudios 
internacionales, asunto que ha obedecido a la frágil base epistemológica de este 
campo del saber y a que los principales temas de interés por los que se preocupan 
estas disciplinas se abordan a partir de perspectivas donde la nación constituye el 
axioma principal.
Teniendo como contexto esta tradición intelectual que ha recabado en pri-
vilegiar lo nacional es como puede percibirse la importancia que ha entrañado 
la inclusión del tema de la globalización en las ciencias sociales, porque ella re-
presenta también un conjunto de transformaciones, pero difiere de los anteriores 
porque amalgama y ecualiza elementos diacrónicos con otros sincrónicos simul-
táneamente, y, de esa manera, rompecon la concepción lineal habitual y pone en 
evidencia los intersticios por los cuales se canalizan los encadenamientos y las 
retroalimentaciones de esas otras institucionalidades que tanto han interesado al 
saber social contemporáneo.
8 Hugo Fazio Vengoa
Ahora bien. No obstante sus virtudes interpretativas, así como los aportes 
que ha entrañado para volver a problematizar desde un nuevo ángulo muchas ma-
nifestaciones de nuestra contemporaneidad, incluida la política internacional en 
un contexto de historia mundial o global, el largo periplo investigativo que hemos 
emprendido durante un buen número de años sobre este particular fenómeno nos 
llevó concluyentemente al convencimiento de que se debe asumir la globalización 
como una herramienta heurística, porque un enfoque que se limite a discurrir de 
modo exclusivo en los términos en que la globalización acontece en el tiempo y 
en su espacialidad se queda corto en su capacidad explicativa y, a la larga, tam-
poco resulta del todo adecuado, porque la globalización no constituye –ni podrá 
elevarse nunca al rango de– un macroconcepto con validez general, tanto en su 
geografía como en su historia, ni menos aún se puede prever que llegue a conver-
tirse en una nueva teoría explicativa de la vida social (Therborn, 2000, p. 154), lo 
cual, obviamente, no contradice el hecho de que sea un adecuado concepto de la 
teoría social.
Es de esta forma que consideramos que la globalización constituye un punto 
de partida muy apropiado para organizar de manera novedosa la interpretación 
de variados asuntos sociales, pero no representa un adecuado punto de llegada, 
porque no puede brindar información y análisis sobre otros tantos problemas de 
la realidad social, presente o pasada, ni tampoco sobre su combinación, y muchas 
cuestiones de la vida social no pueden ser decodificadas en sus mismos términos. 
O, para decirlo en otras palabras, la globalización es una adecuada agenda de in-
vestigación para las ciencias sociales, pero que debe entenderse como un proyecto 
necesariamente incompleto para la investigación, que nunca podrá conformar un 
cuerpo cerrado de ideas. La globalización debe entenderse de manera similar a 
como Charles Tilly (1984, p. 74) valoraba el descomunal trabajo braudeliano, el 
cual debía abordarse “más como una fuente de inspiración que como un modelo 
de análisis”, porque mientras la primera manera es una adecuada brújula para 
orientar nuevas vetas para la investigación, la segunda postura puede terminar 
esterilizando el pensamiento. En efecto, si en algo se ha estrellado buena parte 
de la literatura especializada que ha surgido sobre este concepto ha sido que ha 
pretendido convertir a la globalización en una teoría social o en un cuerpo ya 
elaborado con sólidas ideas.
Así, se puede concluir que los debates que se han organizado en torno a 
la globalización han tenido el significativo mérito de haberse convertido en im-
portantes desarrollos a partir de los cuales se han podido visualizar desde otros 
ángulos, y en toda su polivalencia, los principales problemas del mundo contem-
poráneo. Pero suponer que la globalización puede explicar la condición de ser de 
la contemporaneidad constituye un craso error, porque difiere de otros macrocon-
introducción 9
ceptos, como el de la modernidad clásica, porque no se le puede atribuir ninguna 
direccionalidad y/o sistematicidad, dado que no se ciñe a ningún parámetro, no 
responde a ninguna ley, y porque es un fenómeno que esconde tanto como des-
cubre, debido a que reduce el espectro de problemas sociales sólo a los que se 
pueden enunciar y explicar en sus mismos términos.
Es decir, como hemos tenido ocasión de constatar con anterioridad (Fazio, 
2008), el problema que representa la globalización cuando se le quiere convertir 
en una finalidad en sí consiste en que fácilmente se corre el riesgo de quedar atra-
pado en un enfoque autorreferencial, pues sus dinámicas sólo conciben y explican 
aquello que se puede desarrollar dentro de sus fronteras, o sea, en el interior de 
sus cadencias temporales y/o alcances. Todo aquello que no se ajusta a sus di-
námicas termina siendo minusvalorado, desdeñado o simplemente se decodifica 
desconociendo sus propias particularidades. Es, precisamente, éste el error en 
que incurren autores como el polémico periodista norteamericano Thomas Fried-
man (2006), cuando sugieren que con la globalización económica y los avances 
registrados por las modernas tecnologías de la comunicación, el mundo se habría 
vuelto plano.
Esta pretendida homogeneidad no es real sino que obedece a que el autor re-
duce todo el espectro de problemas posibles a un denominador común y, con ello, 
omite y minusvalora todas las prácticas que no se referencian en esos mismos 
términos. Olvida simplemente que gran parte de la producción social mundial, 
por ejemplo, se sigue realizando parcialmente al margen de la globalización y 
que una buena porción de la población humana sigue apegada en su cotidianidad 
a la localidad. Además, si bien el tema de la globalización permite captar nuevas 
realidades que caracterizan el mundo contemporáneo, al convertirse en un enfo-
que autorreferencial, se corre el riesgo de descuidar otras realidades tan funda-
mentales como el papel que le ha correspondido a los Estados, a las evoluciones 
discordantes, a las disparidades, a las relaciones de poder, etc. (Hugon, 1999, p. 
40), en la configuración del mundo presente. A diferencia de Friedman, somos 
de la opinión de que el mundo no sólo no se ha vuelto plano, sino que, debido a 
la intensificación de la globalización, tiende a organizarse topológicamente con 
disímiles densidades, enlaces diferenciados e, incluso, con la puesta en escena de 
espacialidades y relaciones fantasmagóricas, tal como ha sugerido el sociólogo 
Anthony Giddens (1999).
Por este convencimiento al que hemos llegado después de un largo recorrido 
investigativo e intelectual, somos de la opinión de que para hacer inteligible el 
mundo actual se debe optar por un enfoque distinto de los que han sido sugeridos 
por la literatura sobre la globalización, el cual debe tomar como fundamento las 
problemáticas que incluye este fenómeno social, las reflexiones a que ha dado 
10 Hugo Fazio Vengoa
lugar, los nuevos ángulos de visualización de los asuntos humanos y las dinámi-
cas que potencia, pero desde una escala de observación distinta, perspectiva que 
hemos definido como una historia global (Fazio, 2006 y 2007a).
En cuanto realidad presente y/o pasada, la historia global es un tipo de cir-
cunstancias consustancial sólo a nuestro presente, porque recaba su existencia en 
la intensificación que ha experimentado la globalización, situación que ha dado 
lugar a que el mundo en sí se haya convertido por primera vez en “un posible 
objeto de investigación histórica” (Giovagnoli, 2005, p. 240), en una “unidad ope-
rativa” (Hobsbawm, 1981, p. 72), en “una categoría histórica” (Ianni, 1996, p. 3). 
Además de ser un tipo de organización de la realidad histórica, la historia global 
también constituye un enfoque para la interpretación de los asuntos sociales, que 
procura recuperar el sentido de los temas sociales en sus dimensiones espaciales 
y temporales globalizadas.
Por esta razón, en lugar de ofrecer una definición de la globalización, prefe-
rimos brindar un acercamiento a lo que entendemos por historia global, pues, en 
últimas, ésta será la perspectiva en la cual se sustentará el presente trabajo. Por 
historia global entendemos un alto nivel de compenetración del mundo en donde 
se acentúan y entrecruzan las diversas trayectorias históricas de modernidad, las 
cuales, a través de los intersticios globalizantes, entran en reverberación, sincro-
nicidad y resonancia. Es decir, es un tipo de historia que aspira a ser una narrativa 
en la cual “todos los pueblos se puedan identificar, pero sin que sea consustancial 
a ninguno de ellos” (Mazlish, 1993, p. 120); es, en el fondo, un sistema complejo 
de relacionesen el cual las sociedades se encuentran imbricadas, donde todos los 
componentes interactúan y se reajustan continuamente.
Sin ser un enfoque poscolonial, una historia global comparte algunos presu-
puestos con los autores que se reclaman de las corrientes subalternas y poscolo-
nialistas, pues, al igual que el primero, se piensa como un recurso conceptual, un 
tipo de pensamiento que opera un descentramiento fundamental de perspectivas a 
través de la crítica del eurocentismo, el reconocimiento de la articulación entre lo 
local y lo global, y que apunta a la transformación del presente, motivo por el cual 
se identifica con algunas de esas tesis, por ejemplo, con las de Chatterjee, cuando 
escribe: “La tarea del teórico político no occidental es encontrar los conceptos 
adecuados para describir la trayectoria no occidental del Estado moderno no en 
términos de distorsión o de insuficiencia, lo que es inevitable en una narrativa 
lineal de la modernización, sino como la historia de diferentes modernidades mo-
deladas por las prácticas y las instituciones que la teoría política occidental, con 
su pretensión de universalismo, se ha mostrado incapaz de englobar” (Chatterjee, 
1993, citado en Smouth, 2007, p. 48).
introducción 11
En un plano más metodológico esta concienciación se encuentra en el tras-
fondo del cuestionamiento del pensamiento lineal, evolutivo, progresivo –con sus 
cadencias mecanicistas de causalidad–, que pretende ser sustituido por un tipo de 
narrativa que resalta las yuxtaposiciones, la simultaneidad, las sincronicidades 
y los encadenamientos (Fazio, 2007a). Con la intención de dar cuenta de estas 
nuevas problemáticas se requiere de tipos de enfoque que, sin caer en el estéril 
relativismo a ultranza, pueda pensar los asuntos sociales desde y para el mundo. 
O como sostenía Alexander von Humboldt, más que una visión del mundo, la glo-
balización intensa actual requiere de una “conciencia del mundo” (Ette, 2007).
A partir de esta concepción de la historia global, armazón temporal consus-
tancial que identificamos como un rasgo exclusivo de nuestro presente, se des-
prende el significado que encierra otra noción operativa, la cual también recorre-
rá parte significativa de este escrito: la historia mundial, que, a diferencia de la 
anterior, fue una narrativa y una praxis que predominaron durante el siglo XIX y 
buena parte del XX. Se estructuraba en torno a la idea de una única modernidad y 
comportaba un pretendido centro motor que se localizaba en la experiencia euro-
pea y, luego del ascenso de Estados Unidos a la condición de potencia hemisférica 
y mundial, se convirtió en occidental. Este vector modernizador actuaba como 
un acelerador de la cadencia temporal en la historia, se esforzaba por aglutinar y 
canalizar el desarrollo y pretendía unificar todas las trayectorias e itinerarios par-
ticulares en torno a un tronco común, definido por sí mismo, tal como se puede 
inferir, ente otras, de las ampliamente popularizadas teorías de la modernización 
(Peemans, 2002).
A diferencia de la historia mundial, la historia global, por sus mismas carac-
terísticas, se entiende como una configuración débil, porque carece de un centro 
organizador, papel que le correspondió a Europa Occidental en la historia mun-
dial; carece de un sentido genérico, es decir, no posee una columna vertebral en 
torno a la cual se organice el conjunto; amalgama sincrónicamente los disímiles 
itinerarios diacrónicos que puedan presentarse; es un tipo de escenario donde se 
amplifican las situaciones de convergencia y de crisis; se encuentra disociada de 
un explícito futuro a conquistar; y, por último, abarca los distintos pasados, pre-
sentes y porvenires que se encadenan y entran en resonancia. Es una historia, en 
síntesis, en la cual el cosmopolitismo y el provincialismo dejan de ser posiciones 
contradictorias, pues se encuentran interconectados y se refuerzan recíprocamen-
te (Geertz, 1999, p. 57), dado que se asiste a una fuerte “interpenetración entre 
la universalización del particularismo y la particularización del universalismo” 
(Robertson, 1992, p. 100).
Todo esto nos lleva finalmente a concluir que el mundo actual, y más aún en 
el campo de los asuntos internacionales, ya no se puede interpretar con las catego-
12 Hugo Fazio Vengoa
rías usuales aplicadas al pasado y, por ello, urge desarrollar un aparato conceptual 
y analítico que incluya la globalidad, no como pretexto, o en el mejor de los casos 
como marco descriptivo o normativo de los asuntos contemporáneos, sino como 
factor de causalidad de los problemas del presente.
En esta historia global no existe ninguna ley universal que presida el curso 
de los eventos, aun cuando su trayectoria se sustancie en un mundo que se re-
presenta de manera policéntrica, potenciado por el despliegue de las disímiles 
trayectorias históricas de modernidad que se sincronizan unas con otras. Es una 
historia que no tiene un fin al cual esté obligada, ni una dirección preestablecida 
hacia la cual se encamine; tampoco tiene un principio o motor que la determine; 
únicamente consta de un sentido que se sintetiza en su andar. Al igual que la 
globalización, la historia global tampoco la entendemos como una teoría social o 
algo similar a ello, simplemente la consideramos como un cuerpo incompleto de 
ideas que permite construir nuevas agendas y perspectivas de investigación.
Si, como hemos visto, lo global resulta ser un asunto bastante complejo de 
aprehender y, de suyo, también de explicar, lo mismo puede decirse de otro con-
cepto que ocupa un lugar central en este trabajo: las relaciones internacionales. 
Las complicaciones en este plano también saltan a la vista, más aún cuando, por 
ser un término de uso habitual y con unos antecedentes muy antiguos, aparente-
mente se cree tener mayores certezas sobre su significado. Pero, en la práctica, el 
concepto reviste igualmente una alta dosis de complejidad.
Un primer problema que comporta la acepción corriente que se ha asignado 
a las relaciones internacionales consiste en ser excesivamente reduccionista. Al-
gunos especialistas incurren en el error de reducir este amplio campo a la práctica 
diplomática, “aislando el problema de las relaciones internacionales de otras con-
diciones determinantes de los asuntos de los estados y pueblos en el tiempo” (For-
migoni, 2006, p. 10). Otros constriñen las relaciones internacionales a simples 
epifenómenos y construyen sus guiones interpretativos a partir de determinados 
acontecimientos y situaciones, muchos de los cuales son circunstanciales, pero 
ello no ha sido óbice para que las inferencias que realizan tengan una pretensión 
de generalidad. No faltan tampoco quienes simplifican el amplio espectro de pro-
blemas que abarca lo internacional a un número escueto de determinantes, que 
pueden ser económicos, sociales, geográficos, etc., procedimiento que tampoco 
permite visibilizar las particularidades que encierra este campo de estudio.
No obstante estos problemas específicos, el mayor problema consiste, a 
nuestro modo de ver, en el uso instrumental de la historia en que ha incurrido 
el subcampo de lo internacional. En su mayor parte, las teorías que se han de-
sarrollado en el último medio siglo para intentar dar cuenta de lo internacional 
introducción 13
han pretendido construir sus perspectivas a partir del reconocimiento de ciertas 
constantes históricas elevadas al rango de universalidad. Así, por ejemplo, la es-
cuela realista infirió sus presupuestos de la realidad histórica europea de finales 
del siglo XIX. Hans Morgentau, el padre del realismo, tiene su antecedente en el 
historiador alemán Leopoldo von Ranke.
Suponer que una experiencia histórica particular puede ser elevada al rango 
de constante histórica de validez universal constituye de por sí un craso error de 
procedimiento que limita de entrada toda las pretensiones que pueda contener la 
mencionada teoría para dar cuenta de la realidad de lo internacional. El realismo,para proseguir con el mismo ejemplo, de tal suerte, no ha sido otra cosa que una 
abstracción intelectual que refleja en clave conceptual las luchas interestatales 
decimonónicas que desgarraron al continente europeo, para después explicarlas 
como constantes universales. Si bien durante largo tiempo al realismo se le asignó 
la función de servir de “guía teórica”, ello no obedeció a su solidez epistemológica 
para la interpretación de las relaciones internacionales, a la firmeza de sus presu-
puestos, sino al descomunal poder que alcanzó la academia norteamericana en el 
período de posguerra, debido, entre otros, a sus alianzas con el poder económico 
y político de la potencia del norte y a la necesidad de la administración estadouni-
dense de dotarse de una brújula en la competición con su otrora gran contendor: 
la Unión Soviética.
Si éste es un defecto constante en el que incurren estas teorías, otra dos 
cuestiones han debilitado aún más su credibilidad: la primera consiste en que 
no se ha entendido la historicidad que han comportado lo internacional y los 
cambios de naturaleza sistémica que han transformado su naturaleza. En rigor, la 
internacionalidad constituye una práctica que se origina en la existencia de las na-
ciones. La nación y la internacionalidad son complementos imprescindibles, son 
dos caras de la misma moneda, y ninguno de ellos puede existir sin su necesaria 
contraparte; como convenientemente ha señalado Anne-Marie Thiesse (1999), no 
puede haber naciones sin el referente al “otro”, y de modo indiscutido tampoco 
puede existir la internacionalidad si no existe una plataforma de naciones que le 
sirva de fundamento. Nación e internacionalidad, por tanto, son manifestaciones 
de una misma matriz histórica, cuyo elemento nodal, perdonen la redundancia, 
está conformado por la existencia de las naciones, institución cuyos orígenes en 
Europa, a lo sumo, pueden remontarse al siglo XVII.
Ahora bien, el problema central con la interpretación corriente que se ha he-
cho de la internacionalidad consiste en que se ha asumido que éste es un proceso 
natural y de proyección universal, tanto en su espacialidad (hasta comprender 
el mundo entero) como en su temporalidad (valedero para todas las épocas). En 
efecto, no han sido pocos los estudiosos de los temas internacionales que han pre-
14 Hugo Fazio Vengoa
tendido ver en Polibio al precursor de los check and balance, cuando en realidad 
su intención era comprender la historia mediterránea en su propia sincronicidad. 
Como hemos tenido ocasión de demostrar en anteriores trabajos (Fazio, 2008), el 
predominio y la validez de la matriz nacional han resultado ser mucho más efí-
meros de lo que comúnmente se admite. Corresponde predilectamente a la época 
de influjo efectivo de Europa en el mundo, es decir, sus antecedentes se remontan 
con mucho a los finales del siglo XVII, y como principio organizador no sobrevi-
vió el desenlace del siglo XX (Hobsbawm, 1991 y 1997; Minc, 1993).
Con base en la organicidad que suponía esta matriz hemos identificado el 
desarrollo en seguida de otras dos plataformas organizadoras, en las cuales tam-
bién se han tenido que desenvolver las relaciones internacionales: la planetarizada 
y la globalizada. La primera de éstas se refiere a aquellos fenómenos que abarcan 
el mundo en su conjunto, son más de naturaleza ecológica que medioambiental, 
se relacionan más con la Tierra como espacio natural o con la cartografía como 
representación que con el Mundo como escenario de la historia humana (Marra-
mao, 2006; Grataloup, 2007). Lo más cercano a una práctica histórica de este tipo 
fue el esquema de la Guerra Fría, aquella “extraña globalización”, al decir de San-
dro Rogari (2007), es decir, esa estructura de bipolaridad que sobre todo durante 
sus dos primeras décadas de existencia actuó como vector organizador de la vida 
internacional a lo largo y ancho del planeta, y que subsumió dentro de su lógica 
y en sus presupuestos todas las demás temáticas internacionales. Éste fue un tipo 
de organización de la política que puede ser inscrito dentro de los parámetros de 
lo que definimos previamente como historia mundial.
La globalidad representa una dinámica de otro tipo, aun cuando comprenda 
ciertos elementos de los dos componentes anteriores de la matriz. Es, ante todo, 
un conjunto de dinámicas de naturaleza espaciotemporal; se identifica sobre todo 
con la expansión de las relaciones sociales a lo largo y ancho del planeta, y en su 
calidad de proceso, es un fenómeno que reviste diferentes modalidades, que van 
desde la constitución de dinámicas propiamente globales, pasando por el carácter 
“fantasmagórico” que asumen algunos tipos de relaciones sociales, hasta la ex-
presión globalizada que registra lo local, que ocurre cuando determinados acon-
tecimientos sincronizan múltiples factores para luego expresarse en clave local. 
Transversalmente, la globalidad pone en contacto a distintos ámbitos espaciotem-
porales, y de ahí que su sentido no puede reducirse a uno de ellos en particular.
En cuanto a su representación, podríamos decir que mientras que la interna-
cionalidad recababa en los vínculos que se sellaban entre las partes (las naciones 
a través de sus Estados), la globalidad se refiere a la emergencia de una política 
interna o unas relaciones internas al mundo, porque, como señala Rüsen: “Una 
narrativa rectora que sea convincente para las necesidades actuales tiene que ha-
introducción 15
cer frente al proceso de globalización, y no veo ninguna alternativa plausible 
a la idea acerca de la especie humana o género humano situada en perspectiva 
temporal. Éste es el único tipo de universalidad que realmente incluye a todas las 
culturas, y por lo tanto es el horizonte más amplio de la identidad humana como 
fenómeno cultural” (Rüsen, 2007, p. 84). O, como sostenía Lucien Febvre (2001, 
p. 243), sobre un tópico más particular, en un bello ensayo sobre la civilización 
europea: “El problema de Europa va más allá de la Europa actual. El problema de 
Europa ya no es un problema europeo, es un problema mundial. Si hay que hacer 
Europa, debe ser con arreglo al planeta”. De esta idea se puede deducir que si en 
algo ha fallado el proceso comunitario de construcción europea ha sido en que la 
“fortaleza europea” ha sido pensada como un mecanismo de defensa frente a las 
tendencias adversas que pueden provenir del resto del mundo, cuando debería ser 
un constructo de adaptabilidad de los europeos a la globalización.
Si quisiéramos de manera esquemática visualizar la historicidad de estas 
matrices en lo que respecta a su expresión en el desenvolvimiento humano de los 
últimos tiempos, podríamos decir que la primera (la nacional) abarcó preferen-
temente el siglo XIX y parte del XX. La segunda (la mundial), que se encumbra 
sin anular la primera, predominó de manera destacada en las décadas de los cin-
cuenta y sesenta del siglo pasado. La tercera (la global), por último, comprende el 
dilatado intervalo de tiempo que se extiende desde finales de los sesenta del siglo 
XX hasta nuestro presente más actual.
El otro asunto que debilita la credibilidad de las teorías de las relaciones 
internacionales consiste en el rechazo casi permanente que estas concepciones 
experimentan a la hora de incluir a la globalización como elemento estructurador 
de lo internacional (Clarc, 1997). A título de ejemplo, se puede citar a Justin Ro- 
semberg, gran experto en temas internacionales, cuando en su polémica con parte 
de la literatura sobre la globalización concluye con una defensa irrestricta de los 
usuales paradigmas en este campo de estudio:
Gústenos o no nos guste, no hay manera de trascender el realismo realizando esguin-
ces a su alrededor. Porque, aunque esté mal concebido, el realismo se asienta en raíces 
intelectuales (las determinaciones generales) que nosotros también necesitamos para 
darles sentido a las relaciones entre los países. Si la abstracción general conserva su 
vigencia, ningunacantidad de relaciones transnacionales, por más estrechas y fructí-
feras que sean, abolirá la importancia analítica de lo internacional, y es por eso que la 
idea de reemplazar la problemática de lo internacional por aquellas de la globalización 
o de la economía política global, o de la sociedad mundial, acaba siendo en últimas 
incoherente. (Rosemberg, 2004, p. 100)
Como vemos, el problema que está en juego no es de poca monta: como 
bien reconoce el internacionalista inglés, admitir la existencia de la globalización 
16 Hugo Fazio Vengoa
significa acabar con los restos de coherencia que le quedan a este campo de es-
tudio.
Por último, debemos pronunciar un par de palabras sobre la manera como 
entendemos la historia, tema tanto más importante cuando, en esta ocasión, se 
encuentra asociado con el estudio de la contemporaneidad, y con toda seguridad 
muchas personas suscribirían gustosamente las palabras del historiador Pierre 
Nora, cuando argumentaba que “en tanto que no hay más que historia del pasado, 
no hay historia contemporánea. Es una contradicción en los términos. En sí, la 
historia contemporánea jamás se ha encontrado […] es una historia sin objeto, sin 
estatus y sin definición” (citado en Noiriel, 1998, p. 7).
No obstante esta identificación permanente de la historia con el pasado, cada 
vez ha ido ganando mayor fuerza el argumento de que el presente constituye 
una importante condición de ser de la historia. De modo general, es casi un lu-
gar común admitir que la historia es un permanente diálogo entre dos registros 
temporales: el presente que interroga y el pasado que es interrogado. Ésta es una 
primera constatación del estrecho vínculo que existe entre estas dos dimensiones 
de tiempo. Hay otra, sin embargo, muy pertinente para los objetivos del presente 
trabajo: lo que hemos denominado como la historia del tiempo presente.
Sin tener que entrar en una disquisición sobre los variados elementos que 
comporta la comunión de vocablos aparentemente tan dispares, como son la his-
toria, el tiempo y el presente, digamos que por este oxímoron entendemos una 
secuencialidad que, en tanto que perspectiva de análisis, arranca del futuro del 
pasado, expresión que con gusto retomamos del magistral libro de Reinhart Ko-
selleck (1993), en dirección de esas profundidades del ayer, pasando por el pre-
sente, sin que este último constituya una “delgada línea que separa el pasado del 
futuro” (Garton Ash, 2000), sino que comprende una dilatada duración, es un 
longueur con fronteras temporales variables (Fazio, 2008).
Este enfoque no constituye un simple capricho o una moda intelectual, sino 
que se sustenta en el destacado hecho de que la intensificación de los procesos de 
globalización ha dado lugar a un escenario topológico, conformado por elementos 
que provienen de atrás (diacronías), con otros que trasversalmente entrecruzan las 
trayectorias históricas particulares (sincronías) y que, en un incierto punto, se en-
tremezclan con aquellos que se desprenden de un hipotético futuro “de riesgo”. En 
tanto que perspectiva intelectual, la historia del tiempo presente sintetiza variadas 
duraciones de tiempo y constituye un tipo de ejercicio académico que se concibe 
dentro de una secuencialidad temporal distinta de la linealidad que registra la 
cronología histórica convencional.
introducción 17
Para decirlo en otras palabras, la historia del tiempo presente alude al estu-
dio del presente en su misma duración, entendido éste como un presente histórico, 
es decir, un dilatado intervalo de tiempo cuyas fronteras cronológicas vienen de-
terminadas por su misma cadencia temporal, o sea, un espacio de tiempo donde 
se amalgama la sincronía con la diacronía dentro de los confines de un registro 
de modernidad, el cual hemos definido como modernidad mundo, situación que 
explica el hecho de que ésta sea una historia cuyo sentido se realiza mediante la 
cambiante combinación de los “horizontes de expectativas” con los “espacios de 
experiencias”, al decir del pensador alemán Reinhart Koselleck (1993).
Una historia del tiempo presente difiere en aspectos fundamentales de los 
procedimientos usuales que utilizan los historiadores. Si éstos por lo general es-
tablecen un determinado momento como el punto de partida y cronológicamente 
avanzan en dirección del después, la historia del tiempo presente recurre a la 
fórmula contraria: del después (el futuro del pasado) avanza en dirección de lo 
acontecido en el ayer. Un buen ejemplo de este recurso lo brindaba hace algunos 
años el historiador inglés Geoffrey Barraclough, cuando recordaba que un histo-
riador que intentara develar el sentido del siglo XIX y tomara como punto de par-
tida el año de 1815, inevitablemente se ocuparía de los asuntos europeos porque 
los problemas nacidos de los acuerdos de 1815 fueron esencialmente problemas 
políticos intrínsecos de la historia de este continente. Pero el historiador que no 
arranca de 1815 sino del presente verá el mismo período desde una perspectiva 
muy diferente. “Su punto de partida será el sistema global de la política interna-
cional en la cual vivimos y su mayor preocupación será explicar su nacimiento”. 
De esta manera, estará interesado al mismo tiempo en Oregón y en el Amur, en 
Herzegovina y el Rin, en los encuentros de los imperialistas en Asia Central y en 
el Pacífico, en los Balcanes y en África, en el transiberiano y en la línea Berlín-
Bagdad (Barraclough, 2005, p. 16).
De tal suerte, la noción de historia que trabajaremos en este escrito no es la 
que se utiliza en su acepción usual, o sea, la construcción de una cronología de 
múltiples eventos y situaciones, sino que será un enfoque que deberá brindarnos 
herramientas para poder dar cuenta de los caracteres “internacionales” funda-
mentales de la globalización internacionalizada.
A partir de estas coordenadas, el trabajo quedará dividido en las siguien-
tes secciones. En la primera parte, ofreceremos una visión amplia que permite 
aproximarse a los elementos específicos que en la historia humana han compor-
tado los siglos XIX y XX, procedimiento que nos ayudará a develar las razones 
que nos llevan a sostener que sólo en el transcurso de estas dos centurias se 
puede hablar de globalización y, de suyo, de historias mundial y global y de rela-
ciones internas al mundo. Un balance panorámico extenso nos mostrará el lugar 
18 Hugo Fazio Vengoa
que a este período le ha correspondido en la historia de la humanidad y brindará 
además importantes elementos para comprender cuáles fueron sus principales 
“aportes”.
En la segunda parte, nos detendremos en aquellos factores que le impri-
mieron una impronta particular al siglo XIX, y sobre todo, a su último tercio. El 
hecho de proceder de esta manera se justifica por las siguientes razones: de una 
parte, este ejercicio nos permitirá demostrar que la globalización no constituye 
un fenómeno nuevo en la historia, exclusivo de nuestra contemporaneidad más 
inmediata. En épocas anteriores también hubo ciclos caracterizados por un incre-
mento de las interconexiones entre los pueblos y, dentro de todos ellos, los finales 
del siglo XIX constituyeron un período muy peculiar, sobre todo por la amplitud 
que alcanzó el fenómeno.
Evidentemente, más de uno podrá suponer que ésta es una argumentación 
muy pertinente en lo que respecta a los desarrollos históricos ocurridos en Europa 
y en América durante esas décadas (Berger, 2003; Fazio, 2001). Aun cuando fuera 
en otra cadencia y bajo el comando de otros factores, los finales del siglo XIX 
también constituyeron una particular fase de globalización en otras regiones del 
planeta. Así lo sostiene Amira Bennison cuando escribe que 1850 es una fecha 
conveniente para señalar el inicio de la globalización moderna. La expedición de 
Napoleón a Egipto (1798-1801) había dado inicio a un profundo cambio en las re-
laciones cristiano-musulmanas en el Mediterráneo. Los musulmanes respondie-
ron intentando competir con las contraparteseuropeas adoptando su tecnología 
y táctica militar, racionalizando el gobierno y sometiéndose a las definiciones 
territoriales de la estatalidad (Bennison, 2002, p. 91). La inferencia más impor-
tante que se desprende de este ejercicio comparativo consiste en que nos permitirá 
evidenciar de una manera distinta los rasgos específicos de nuestra contempora-
neidad. Es decir, este procedimiento servirá para destacar las particularidades 
que comporta la intensificada globalización actual.
La preocupación por entender las particularidades de estos dos momentos 
históricos (finales del siglo XIX y finales del XX) nos obliga a tener que pro-
nunciar un par de palabras sobre las nuevas entradas que se deben acometer para 
descifrar la comparación. Si el método comparativo en las ciencias sociales, por 
lo general, se ha interesado por establecer semejanzas y diferencias entre eventos 
o situaciones con características más o menos análogas (Sartori y Morlino, 1991) 
–procedimiento que tenía que permitir poner en evidencia los diversos niveles de 
desarrollos dentro de un esquema natural que sería único–, el enfoque de la his-
toria global le confiere una sistematicidad y una organicidad muy particular a la 
comparación porque arranca de la existencia de unos niveles generales de unici-
dad que hacen posible abordar de manera diferente las particularidades, continui-
introducción 19
dades, discontinuidades y especificidades de las distintas sociedades, regiones, 
etc., de cara a la singularidad intrínseca del mundo.
Valga recordar, como alguna vez tuvimos ocasión de señalar, que una ade-
cuada analogía metodológica fue desarrollada por el historiador francés Fernand 
Braudel (1997), quien, en su imponente trabajo sobre el Mediterráneo, reveló la 
existencia de una unidad estructural, un espacio marítimo, un personaje geográ-
fico en la historia, a partir del cual, innovadoramente para su época, emprendió 
una prolija comparación de las distintas historias que concurrían en ese mar in-
terior (“No es el agua lo que une las regiones del Mediterráneo, son los pueblos 
del mar”). El análisis braudeliano es muy sugerente para el tratamiento de nuestra 
comparación, en cuanto lo que se plantea es, al igual que en el caso del Medite-
rráneo, convertir al mundo en un personaje espaciotemporal de la historia y, a 
partir de esta perspectiva, someter a análisis los encadenamientos de las distintas 
trayectorias nacionales y/o locales (Helleiner, 2000).
En la tercera parte, realizaremos un detallado balance de por qué y cómo se 
conformó una economía mundial globalizada en la segunda mitad del siglo XIX 
y presentaremos algunas consideraciones sobre las semejanzas y diferencias que 
presenta con el ciclo actual.
Esta reconstrucción histórica la realizaremos siguiendo la tesis propuesta 
por el historiador italiano Roberto Vivarelli para la época contemporánea y des-
tacaremos los caracteres fundamentales de esta coyuntura histórica, idea, por 
cierto, fácil de enunciar pero complicada de ultimar, porque requiere de entrada 
de un conocimiento enorme sobre el período en cuestión, sus hitos, sus cadencias 
y principales situaciones.
Aunque, a primera vista, un estudio que pretende reconstruir los caracteres 
fundamentales pueda parecer una perspectiva más próxima a los procedimientos 
usuales de la sociología o de la filosofía histórica que de la historia propiamen-
te dicha, en realidad, éste es un ejercicio eminentemente histórico, puesto que 
comporta una alta dosis de reflexión crítica, dado que requiere de una elevada 
cultura histórica en una amplia variedad de experiencias y una gran experticia en 
el entendimiento del tiempo de los fenómenos sociales, pero no como cronología, 
sino como temporalidad y duración. Lo que sí comparte con esas dos disciplinas 
es el ser, como ha sostenido el mencionado historiador italiano (2005, p. 11), una 
especie de aventura náutica, sembrada de riesgos, que abandona la tierra firme de 
la experiencia, en dirección al ancho mar, que renuncia a la seguridad del espe-
cialista y se compromete con las incógnitas del diletante.
Como siempre, un libro es una empresa colectiva, pero cuya responsabili-
dad última es exclusivamente del autor. Deseo aprovechar la oportunidad para 
20 Hugo Fazio Vengoa
agradecer a Colciencias por el apoyo que le brindó a esta empresa investigativa, 
de la cual han salido dos productos: el presente texto y un libro anterior sobre el 
presente histórico. Esta investigación no habría sido posible sin el patrocinio de la 
Universidad de los Andes, centro académico que expresa un fuerte compromiso 
con la investigación de sus docentes, y que crea condiciones inigualables en me-
dios latinoamericanos para leer, pensar, discutir y escribir. A mis estudiantes de 
pre y posgrado, un reconocido agradecimiento porque fueron ellos los que tuvie-
ron que padecer, en distintos cursos impartidos en la Universidad, los avances y 
retrocesos en el desarrollo de este conocimiento hasta que finalmente se llegó a la 
sistematicidad actual. A los numerosos autores, a quienes tuve la oportunidad de 
conocer a través de sus libros. Como es habitual, el libro se lo dedico a mi familia 
–Julieta, Antonella, Luciana y Daniela–, principal nutriente de mi vida.
1. aLgunas refLexiones sobre Los contornos 
históricos de Los sigLos xix y xx
Expliquemos de entrada el doble propósito de este capítulo: de una parte, tenemos 
la intención de precisar, tal como se enuncia en el título, los contornos históricos 
de los dos últimos siglos, pero con especial énfasis en el primero de ellos, ya que 
el segundo resulta ser en muchos aspectos una prolongación temporal de algunos 
desarrollos fundamentales que se iniciaron con el anterior. Es decir, lo que nos 
proponemos de manera sucinta, es buscar un enfoque que permita aprehender 
algunas claves importantes que den cuenta de la naturaleza intrínseca que com-
porta este extenso período.
El principal motivo que nos impulsa a emprender este ejercicio intelectual 
consiste en que una mirada que recupere el lugar de este período en las distin-
tas duraciones arroja luces sobre los caracteres fundamentales que singularizan 
tanto la época moderna como los distintos subperíodos en que ésta se divide. 
La elucidación de estos contornos históricos nos permite acortar la escala de la 
mirada y aprehender las particularidades propias que contiene cada uno de estos 
dos momentos de la historia. A través de estas ubicaciones plurifocales podre-
mos descubrir ciertos rasgos que servirán de primera entrada para develar el 
sentido que comporta la coyuntura histórica que comprende el recodo de finales 
del siglo XIX e inicios de la centuria que acaba de finalizar. Este procedimiento 
permitirá asimismo explicar por qué a la coyuntura histórica de finales del siglo 
XIX la hemos definido como de primera globalización o de globalización inter-
nacionalizada.
Otro motivo más específico y puntual nos lleva a emprender el inicio de 
nuestra exposición con una mirada sobre el acontecer mundial de finales del siglo 
XIX y entenderlo como un momento útil de comparación con nuestro presente 
histórico. La motivación que nos lleva a acometer esta comparación radica en 
unas cuantas especificidades que ha comportado el final del siglo XX, particula-
ridades que pueden recuperarse a partir de un somero análisis comparativo con 
otros finales de siglos, tal como tuvimos la oportunidad de exponerlo como tesis, 
pero que no tuvimos ocasión de desarrollar, en un trabajo anterior (Fazio, 2007). 
Para recuperar el significado de estas propiedades se debe acometer preliminar-
22 Hugo Fazio Vengoa
mente un análisis contrastado de los variados tipos de duraciones que se recono-
cen en la historia.
Como llegado a este punto entra en juego uno de los temas más debatidos 
en la historia, y como seguramente no todo lector será versado en la materia, en-
tonces, procederemos brevemente a definir la manera como nos aproximaremos 
a estos distintos registrosde tiempo. Para ello, recurramos una vez más a nuestro 
bien ponderado historiador Fernand Braudel, quien, en un célebre pasaje, brindó 
una adecuada y sucinta explicación de la pluralidad de duraciones que coexisten 
en la historia. De acuerdo con su parecer, se puede reconocer la existencia de tres 
grandes duraciones, cada una de las cuales corresponde a una esfera particular: el 
tiempo largo o la historia
[…] casi inmóvil, la historia del hombre en sus relaciones con el medio que lo rodea; 
historia lenta en fluir y en transformarse, hecha no pocas veces de insistentes reitera-
ciones y de ciclos incesantemente reiniciados […] Por encima de esta historia inmóvil 
se alza una historia del ritmo lento […] una historia social, la historia de los grupos 
y las agrupaciones […] Finalmente, la historia tradicional, o, si queremos, la de la 
historia cortada, no a la medida del hombre, sino a la medida del individuo, la historia 
de los acontecimientos […] Una historia de oscilaciones breves, rápidas y nerviosas. 
(Braudel, 1997, tomo I, pp. 17-18, cursiva en el original)
En su momento tuvimos la oportunidad de poner en tela de juicio algunos 
supuestos que subyacen a esta pluralidad braudeliana de las duraciones (Fazio, 
2008). No es éste el momento para explayarnos de nuevo sobre ese tema; recorde-
mos más bien las sugerentes palabras de Charles Tilly, cuando invitaba a pensar la 
propuesta braudeliana “más como una fuente de inspiración que como un modelo 
de análisis”, pues lo que nos interesa aquí es simplemente consignar la lógica que 
subyace a las diferentes entradas que realizaremos a continuación. Comencemos 
este recorrido con lo que podría denominarse una comparación en términos de las 
medianas duraciones históricas.
En el trabajo anterior que comentábamos tuvimos ocasión de señalar que 
en las postrimerías del siglo XVIII y los inicios del siglo XIX se asistió a una 
coyuntura histórica que Eric Hobsbawm (1973) definió adecuadamente como la 
“era de las revoluciones”. En efecto, durante ese período histórico se produjeron 
acontecimientos tan importantes para la historia contemporánea como el inicio 
de la Primera Revolución Industrial en Inglaterra, la independencia de Estados 
Unidos, la Revolución Francesa, y culminó con los movimientos políticos, socia-
les y militares que condujeron a la independencia de la mayor parte de países del 
continente americano. No está de más señalar que muchos de estos hechos históri-
cos se guiaban por las directrices y los referentes que emanaban del pensamiento 
ilustrado.
algunas reFlexiones sobre los contornos Históricos de los siglos xix y xx 23
Un nuevo período de agitación y efervescencia ocurrió en el siguiente cambio 
de siglo, con transformaciones tan importantes como el advenimiento de la Se-
gunda Revolución Industrial, el surgimiento y la consolidación de una economía 
mundial, la ultimación de la repartición del continente africano, la consolidación 
del nacionalismo y del Estado-nación, el desaforado imperialismo, capítulo que 
llegó a su fin con el estallido de un conflicto de grandes proporciones: la “Gran 
Guerra”, más conocida a posteriori bajo el nombre de Primera Guerra Mundial 
(1914-1918).
Una centuria después de iniciada esa importante coyuntura se ha asistido 
al advenimiento de nuestro presente histórico, el cual también ha estado salpica-
do de grandes situaciones transformadoras: la Tercera Revolución Industrial, la 
aparición de la economía global, la intensificación de la globalización, el adveni-
miento de una modernidad global, el fin de la Guerra Fría, el desmantelamiento 
del socialismo soviético, etc. Esta breve recordación pareciera demostrar que to-
dos los últimos cambios de siglo han estado tañidos de grandes acontecimientos 
y que ninguno ha finalizado de manera tranquila, sino, más bien, dentro de un 
clima de gran efervescencia económica, social y política.
No obstante los elementos de similitud que presentan estos distintos momen-
tos históricos, en esa oportunidad desarrollábamos la tesis de que estas coyunturas 
históricas difieren igualmente en cuestiones tan sustanciales que las semejanzas 
resultan ser sólo aparentes. A finales del XVIII, las transformaciones eran territo-
riales y tenían lugar principalmente dentro de los confines de los respectivos Es-
tados, tal como lo demostraron las revoluciones francesa y norteamericana, y a lo 
sumo, podían existir unas condiciones internacionales que, bajo ciertos parámetros, 
lograban favorecer el desarrollo de este tipo de acontecimientos. Esta aseveración 
es válida incluso en lo que se refiere a los movimientos de independencia en Amé-
rica Latina en los albores del siglo XIX, los cuales se extendieron casi uniforme-
mente por todo el continente, desde México hasta el Cono Sur, o las revoluciones 
europeas de 1848, que sacudieron de manera simultánea a varios países europeos. 
Este tipo de situaciones es muy distinto de los acontecimientos que tienen lugar en 
nuestro presente histórico porque aquéllos se circunscribieron geográficamente a 
una región en particular, respondían exclusivamente a un tipo de circunstancia, o 
porque se regularizaban a partir de determinados sucesos que se originaban en la 
respectiva metrópolis. Cada una de estas expresiones de efervescencia, a final de 
cuentas, obedecía a un determinado patrón compartido y en su interrelación ope-
raba además la proximidad, que actuaba como un importante agente que facilitaba 
la transmisión y la propagación de ideas, personas, acciones, etc.
Las transformaciones que tuvieron lugar a finales del siglo XIX reproduje-
ron en su esencia el sentido que comportaban las anteriores, sobre todo porque 
24 Hugo Fazio Vengoa
intervinieron en la dirección de endurecer la espacialidad de la nación; empero, 
comportaban al mismo tiempo un importante elemento de novedad, irreconoci-
ble en el cambio de siglo anterior: eran dinámicas que complejizaban el anterior 
marco territorial porque se desarrollaban internacionalmente, poniendo en inter- 
acción y en interrelación a grandes conjuntos humanos en ámbitos particulares. 
Una buena ilustración de esta condición histórica la encontramos en uno de los 
acontecimientos con los que finalizó esta coyuntura histórica: la Revolución Rusa 
de octubre/noviembre de 1917, la cual, a diferencia de la francesa de 1789, no 
sólo se desarrolló dentro de un marco de evidente internacionalidad (la Primera 
Guerra Mundial); más importante aún fue que requirió de claves internacionales 
para imponerse y en un primer momento sus máximos dirigentes eran plenamen-
te conscientes de que su desenlace dependía de su capacidad para convertir este 
estallido revolucionario en un acontecimiento de tipo planetario: transformar la 
gesta de octubre en la chispa de una revolución mundial.
Los procesos de transformación que se vienen proyectando desde el último 
tercio del siglo XX, momento cuando se dio inicio a lo que hemos denomina-
do como el presente histórico contemporáneo (Fazio, 2008), también comportan 
unas especificidades que otorgan coherencia y solidez a este momento en cuanto 
a su expresión espaciotemporal: desde su fundamentación misma, las situaciones 
más variadas se realizan en una dimensión global (Alvater y Mahnkopf, 2002). En 
efecto, sólo en este presente histórico ha comenzado a emerger una espacialidad 
social global que ha trastocado el funcionamiento de la mayor parte de las institu-
ciones, las cuales ya no surgen en un determinado lugar, por lo general, un centro 
que asuma una posición de dominio, para posteriormente expandirse, pues son 
globales en su esencia misma, se realizan instantáneamente en diferentes partes 
del globo y enlazan a grandes conjuntos sociales.
Todo esto nos lleva a sostener que, visto en perspectiva, el interés que des-
pierta el período que cubre los finales del siglo XIX y los comienzos del XX se 
debe a que constituye el momento de mayor auge del Estado-nación y, concomi-
tantemente, de las dinámicas de internacionalización.El momento actual difiere 
del anterior, sobre todo, en el hecho de que se asiste a una pléyade de agentes, 
situaciones, que han roto el monopolio que antes detentaba el Estado-nación, en 
su calidad de elemento nodal que configuraba lo internacional. En ese sentido, 
comprender los rasgos particulares de estos dos períodos nos suministra una ade-
cuada entrada para aprehender las singularidades que son inherentes exclusiva-
mente a nuestro presente histórico y nos permite recuperar las continuidades que 
siguen vinculando a estos dos períodos.
El problema de la mediana duración histórica también puede ser abordado 
desde otra óptica. Sobre los siglos XIX y XX se han escrito grandes obras de 
algunas reFlexiones sobre los contornos Históricos de los siglos xix y xx 25
síntesis. Desde un punto de vista histórico, un siglo aritmético evidentemente no 
corresponde de manera exacta a un intervalo de tiempo de cien años (Rémond, 
2007). Por eso es casi un lugar común en la disciplina de la historia encontrar ex-
presiones metafóricas como “el siglo de Pericles”, “el siglo de Augusto” o “el siglo 
de Luis XIV”, el “siglo americano”, etc., ninguno de los cuales evidentemente ha 
correspondido a un período de cien años. Un buen ejemplo más reciente de esta 
tesis lo hemos vuelto a encontrar en el célebre texto de Eric Hobsbawm, Historia 
del siglo XX (1997), libro ampliamente comentado dentro del gremio de los his-
toriadores, en el cual el autor propuso definir el XX como el siglo “corto” (1914-
1989), en contraposición al XIX, que habría sido un siglo largo (1789-1914).
Ambos siglos no sólo se diferenciarían por su disimilitud en términos de 
duración, sino también porque el siglo “corto” habría tenido como columna ver-
tebral un conjunto de dinámicas políticas, geopolíticas y militares (nazismo, co-
munismo, Guerra Fría, etc.), mientras que el “largo” se habría caracterizado por 
el despliegue de factores económicos y financieros que habrían dado origen a la 
mundialidad (economía mundial). “En esta era industrial el capitalismo se con-
virtió en una economía genuinamente mundial y por lo mismo el globo se trans-
formó de expresión geográfica en constante realidad operativa. En lo sucesivo la 
historia sería historia del mundo”, sentenciaba Eric Hobsbawm (1981, p. 72).
También se habrían diferenciado en otro sentido: cuando se acabó el siglo 
“corto” hubo conciencia de que algo efectivamente había llegado a su fin: la Gue-
rra Fría, la competición bipolar, el socialismo soviético, etc., mientras que al cul-
minar el “largo” la Gran Guerra no fue entendida, en ese entonces, como un 
acontecimiento que clausurara un período, sino asumida como una contienda más 
en la larga historia plurisecular de conflictos que azotaron el continente europeo, 
situación que era, por lo demás, plenamente congruente con el ideal de progreso 
entonces prevaleciente. La conciencia de que esta “Gran Guerra” cerraba un capí-
tulo sobrevino mucho tiempo después.
Esa periodización que pretende temporalizar e historiar los dos últimos si-
glos aritméticos puede, sin embargo, ser sustituida por la perspectiva explicativa 
propuesta por Charles Maier (1997), quien ha calificado como una época larga 
al período que se extiende entre 1870 y 1980, que se habría caracterizado por el 
hecho de que la soberanía nacional fue un factor que le dio continuidad a todo 
este intervalo de tiempo, con el año bisagra de 1945 como un importante punto 
de inflexión, puesto que habría marcado el tránsito de una historia predominan-
temente europea y occidental a otra determinada por la descolonización. Es muy 
interesante esta perspectiva de mediana duración histórica desarrollada por Maier 
porque constituye un enfoque que reúne dentro de una misma problemática la 
economía con la política y la historia europea con la mundial, y, de esta manera, 
26 Hugo Fazio Vengoa
permite comprender mejor las continuidades y discontinuidades que encierran los 
dos finales de siglo.
La perspectiva de la mediana duración, de esta manera, nos ofrece una pri-
mera aproximación sobre las especificidades que comportaron estos dos finales 
de siglo: uno fue catalizado por transformaciones económicas, se organizó inter-
nacionalmente a través del Estado-nación, mientras que en el segundo su común 
denominador fue una dimensión globalizada que producía una férrea comunión 
entre lo económico y lo político e impulsó la actuación de una amplia variedad 
de actores.
Si los ejercicios históricos que acabamos de acometer consistían en unas 
comparaciones desde un observatorio de la mediana duración propia de una co-
yuntura histórica, otro tipo de elementos sugerentes para la Belle époque y para 
el presente histórico contemporáneo se recuperan por medio de una mirada que 
se centra en la corta duración histórica, en los desarrollos a la “medida del indivi-
duo”, al decir de Braudel. Para dar cuenta de esta temporalidad breve, valgámonos 
de una situación expuesta y analizada por Suzanne Berger (2003).
En su interesante ensayo Nuestra primera mundialización, la economista 
francesa del MIT recuerda el debate que despertó en Europa y América el libro La 
Gran Ilusión, escrito por el periodista Norman Angell en 1910, cuyo suceso edi-
torial fue tan grande que fue traducido a veinticinco lenguas, hecho sin parangón 
para un libro que no provenía de la pluma de un escritor de renombre. En dicho 
texto, Angell sostenía que en un mundo que se modernizaba a pasos agigantados, 
como efectivamente ocurría en el recodo de los siglos XIX y XX, las guerras de 
conquista no sólo no permitirían alcanzar grandes logros, sino que además, y 
como resultado de los elevados niveles de interdependencia económica, un con-
flicto entre grandes Estados tendría un efecto devastador, incluso para los triunfa-
dores. La conclusión principal a que llegaba el periodista era que una guerra sería 
completamente irracional y, por ello, no era una opción creíble.
La interdependencia vital […] que atraviesa las fronteras fue sobre todo la obra de los 
últimos cuarenta años […] Es el resultado del uso cotidiano de estas invenciones que 
datan apenas de ayer: el correo rápido, la diseminación instantánea de la información 
financiera y comercial por medio del telégrafo, y de manera más general, por la in-
creíble aceleración de la comunicación, que ha permitido a media docena de capitales 
de la cristiandad acercarse en el plano financiero, volviéndolas más dependientes las 
unas de las otras de lo que estaban las grandes ciudades inglesas hace cien años. (Ci-
tado en Berger, 2003, p. 82)
Fue tal la influencia de este escrito que, bajo el impacto de su lectura, el 
mismo tipo de políticas quiso promover el político socialista francés Jean Jaurès, 
algunas reFlexiones sobre los contornos Históricos de los siglos xix y xx 27
cuando manifestó en 1911, desde el estrado público, que “la red de intereses eco-
nómicos y financieros obliga a todos los pueblos a arreglarse los unos con los 
otros, a evitar las grandes catástrofes de la guerra” (citado en Berger, 2003, p. 83). 
Con la exposición, la difusión y el consenso alcanzados en torno a este tipo de 
tesis optimistas, que no eran más que el reflejo de un elevado nivel de interdepen-
dencia, quién hubiera imaginado que pocos años después estallaría un conflicto 
militar de proporciones tan descomunales como la Primera Guerra Mundial.
El interés que despierta la reflexión a la que nos invita la economista del 
MIT radica en que muchos analistas consideran en la actualidad que las guerras 
entre los actores más importantes son igualmente improbables y que no podría 
llegarse a un escenario en el cual una eventual competición entre los grandes 
Estados u organizaciones, como pueden ser Estados Unidos, China, India, Rusia, 
Japón, la Unión Europea, etc., o coaliciones de algunos de ellos, reconstituyera 
una situación análoga a la que existió a inicios del siglo XX, el cual culminó en 
un conflicto de devastador, por la simple razón de que los

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