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Molotov - El triunfo del plan quinquenal

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Vyacheslav Molotov
EL TRIUNFO DEL PLAN QUINQUENAL
 
Pronunciado: En el VI Congreso de los Soviets de la URSS, celebrado en Moscú, en 1931.
Fuente: V. Molotov, El triunfo del Plan Quinquenal. Madrid; Série "Documentos Políticos", núm. 
18, [1931].
 
I.
La lucha por la paz y la situación exterior de la Unión 
Soviética
 
1. La profundidad de la crisis mundial y la agravación de los antagonismos capitalistas
La crisis económica, en extremo profunda, que se manifiesta actualmente en los países capitalistas, 
lleva consigo una agravación extraordinaria de todos los antagonismos del capitalismo. Ella agrava 
los antagonismos tanto interiores como exteriores del sistema capitalista.
Ahora se observa claramente que la apreciación hecha por los comunistas al comienzo de la crisis 
económica mundial estaba justificada del todo. Contrastando con la opinión expuesta por los 
economistas y los políticos burgueses, la crisis, no sólo no ha disminuido en el transcurso de estos 
últimos dieciséis meses, sino que, por el contrario, se agravó. Bastaron algunas cifras para 
demostrarlo.
En los países capitalistas de mayor importancia constatamos al principio del corriente año, en lo que 
se refiere al más alto coeficiente obtenido en el desarrollo de la industria frente a la crisis, es decir, a 
mediados del año 1929, la siguiente disminución de la producción: en los Estados Unidos, el 32 por 
100; en Alemania, el 28 por 100; en Inglaterra, el 19 Por 100; en Polonia, el 25 por 100, en Francia, 
donde la crisis ha comenzado algo más tarde, el 7 por 100[1].
Paralelamente a esta crisis industrial se asiste a la agravación de la crisis agraria. Esta se manifiesta 
por una disminución de los precios verdaderamente catastrófica. Los precios en grueso de un cierto 
numero de importantes productos agrícolas, de los cuales dependen las rentas de centenares de 
millones de campesinos en todo el mundo capitalista, se han reducido a la mitad e incluso a la 
tercera parte de lo que eran hasta entonces. Muy frecuentemente son inferiores al costo de la 
producción. Esta baja de los precios destroza de un modo espantoso centenares de millones de 
explotaciones campesinas.
Las reservas mundiales de los principales productos industriales y agrícolas han aumentado 
considerablemente, durante el año último, la desocupación y la miseria en las ciudades y en los 
campos de los países capitalistas y sus colonias. El carácter horrible de la crisis económica se 
manifiesta igualmente por una reducción considerable de las exportaciones y las importaciones, en 
el año 1930, de todos los países capitalistas sin excepción.
Si hace un año, es decir, al principio de la crisis, habia muchas gentes en los países capitalistas que 
confiaban en las declaraciones optimistas de los Gobiernos burgueses sobre el fin rápido de la crisis 
y la proximidad de un nuevo periodo de prosperidad, actualmente se comprueba un estado de 
espíritu totalmente opuesto. La Prensa burguesa hasta se ve forzada a reconocerlo.
En el año 1931, no solo no se manifiesta ningún sintoma de mejoramiento de la situación 
económica en los países capitalistas, sino que sucede lo contrario. La crisis continúa agravandose. 
Incluso no ha logra do todavia su mas bajo nivel. Estos últimos meses asistimos al crecimiento del 
numero de quiebras de reputaciones y Bancos capitalistas. Los negocios del capitalismo sufren tales 
perturbaciones que no se ve aín salida para la crisis.
Precisa reconocer que los economistas burgueses se hallan en muy dificil situación. Están obligados 
a encontrar siempre nuevos argumento para la crisis económica mundial. Incapaces de apropiarse la 
comprensión marxista, es decir, la única causa científica de la crisis, se debaten entre 
contradicciones infinitas.
«Estamos en un caos increible—escribe el célebre economista ingles Keynes—, pues, a pesar de 
especular con una máquina extraordinariamente sutil, cuyas leyes desconocemos, incurrimos en 
errores verdaderamente toscos.» (Wirtschaftsdienst de 19 de diciembre de 1920.)
La situación de los poilíticos burgueses no es mejor tampoco. Sus predicciones, relacionadas con 
una corta duración de la crisis, se han derrumbado. Su completa incapacidad para luchar contra la 
crisis se ha revelado abiertamente. En las amplias masas de los países capitalistas crece la 
desconfianza, tanto respecto de los economistas como de los políticos burgueses.
Basta leer la Prensa burguesa para convencerse de que el descontento crece respecto del 
capitalismo. En ella se refleja cada vez mejor este estado de espíritu. El célebre economista alemán 
Bonn, en su artículo titulado «Significación de la crisis americana», declara lo siguiente:
«En millares de corazones y cerebros se plantea la ingenua pregunta que sigue: «¿Tiene aún alguna 
justificación el sistema capitalista[2], si él mismo no se halla en condiciones de crear en el país más 
rico del mundo un orden que asegure a una población relativamente débil, trabajadora y constante, 
una renta de acuerdo con las necesidades humanas incrementadas por la técnica moderna, sin que de 
vez en cuando tengan que verse obligados millones de hombres a mendigar sopas de la caridad 
oficial o a refugiarse en los asilos nocturnes? » La significación de la crisis americana no sólo está 
en que la dirección de la economía o de la política económica de América se halla en manos de 
entidades puestas en entredicho, sino en el propio sistema capitalista. » (Die Neue Rundschau, 
febrero de 1931.)
Claro es que el honorable profesor califica de ingenua la pregunta para no alarmar. Pero no es 
menos evidente que la duda de la justificación del sistema capitalista se plantea entre millares de 
hombres de América y en todos los países donde domina el sistema capitalista.
La Neue Freie Presse, órgano de la gran burguesía austriaca, escribe, en su número de 1 de enero:
«Son muchos los que se preguntan ansiosamente si el sistema de la economía capitalista es 
responsable de todas estas desdichas.»
Y así es, en efecto. La creciente crisis económica agrava en extremo las contradicciones del 
capitalismo y plantea cada vez con mayor nitidez el problema de la justificación del régimen 
capitalista. Por eso se explica la declaración del líder del liberalismo inglés Lloyd George cuando 
dice:
«Si no tenemos ocupación para los sin trabajo es que la revolución se producido ya en este país. No 
sujetaréis en su caseta al perro si no podéis arrojarle algún hueso que roer.» (Manchester Guardian, 
7 de enero de 1931.)
Con estas palabras se expresa todo el odio de la clase capitalista hacia la clase obrera y, al mismo 
tiempo, su miedo ante la fuerza pujante del proletariado.
Si en el interior de los países capitalistas la situación se hace cada vez más difícil, la situación no es 
más halagadora en lo que concierne a sus mutuas relaciones.
Tampoco es posible pretender que las relaciones entre las potencias imperialistas y sus colonias 
mejoren en estos últimos tiempos.
¿Puede afirmarse que los acuerdos o semiacuerdos obtenidos últimamente con los representantes de 
los terratenientes y de la burguesía india aseguran por un cierto tiempo la estabilidad de relaciones 
en la India misma? En una situación tal, en que la vida de la clase obrera y de los trabajadores del 
campo no mejora lo más mínimo, sino que se agrava más y más, no puede contar la India con 
estabilidad alguna.
Las tentativas hechas por los trabajadores de la Indochina con objeto de defender sus intereses se 
presentan por la Prensa burguesa de Francia como resultado de los «manejos bolcheviques». Tales 
alarmas, relativas al peligro bolchevique, no refuerzan en modo alguno la dominación del 
imperialismo. Por el contrario, acrecientan la popularidad de las ideas bolcheviques entre las masas 
coloniales. En China, el ruido de sables de losgenerales colabora estrechamente con los 
representantes de los grandes Estados imperialistas, pero también allí las clases dominantes han 
demostrado su completa impotencia para crear relaciones que permitan una holgura económica y 
una cierta mejoría en la situación de las masas trabajadoras.
En lo que respecta a las relaciones entre los países capitalistas, no se constata ningún 
robustecimiento de la estabilidad del régimen actual ni de la creencia en el porvenir, a pesar de que 
los representantes de los Gobiernos burgueses hacen esfuerzos inauditos para confeccionar toda 
suerte de tratados. Los representantes de algunos círculos burgueses de Alemania estudian 
oficiosamente las posibilidades de un acuerdo con Francia. Los representantes oficiales de la Gran 
Bretaña se pronuncian favorablemente por un acuerdo entre Francia e Italia en el asunto de los 
armamentos navales. La Sociedad de las Naciones, por iniciativa de los delegados de Francia, Gran 
Bretaña, Alemania e Italia, hace pública una declaración para espantar «las dudas en torno al 
establecimiento de una paz perpetua en Europa». Pero desde que en el fondo de todo se agitan 
grandes intereses económicos, que determinan, en último análisis, las relaciones políticas entre los 
diversos países, ningún progreso puede apreciarse. Con razón, pues, el presidente de la Conferencia 
aduanera europea y antiguo ministro holandés, Colijn, ha declarado francamente en la apertura de la 
conferencia de la Comisión europea de la Sociedad de las Naciones: «Los pueblos han per dido toda 
confianza en el trabajo de la Sociedad de las Naciones.»
En realidad, se registra una agravación de la lucha entre los países capitalistas por conquistar 
territorios para el mercado y disponer un nuevo reparto del globo. La crisis agrava todos estos 
antagonismos. Lo destroza todo, particularmente una parte de los países capitalistas; los debilita y 
suscita en los otros la esperanza de obtener nuevos territorios gracias a un nuevo reparto del globo. 
Al mismo tiempo, se agiganta el peligro de nuevas guerras imperialistas.
La larga duración de la crisis y su agravación demuestran el error absoluto de las medidas tomadas 
para combatirla. Con sus nuevas barreras aduaneras, los países capitalistas se cierran mutuamente la 
entrada de las mercaderías. Las conferencias económicas internacionales, parti-cularmente las 
conferencias agrarias, fracasan sin interrupción. Los países capitalistas aumentan porfiados sus 
armamentos, acrecientan su industria de guerra y se praparan para la lucha armada. Aunque el 
mundo esté ya repartido entre los diferentes países capitalistas, cada día se acentúa más el peligro 
de una guerra entre los países imperialistas para un nuevo reparto del globo.
 
2. La actitud de los países capitalistas respecto de la Unión Soviética y la preparación de la 
intervención
En las relaciones de los países capitalistas respecto de la Unioón Soviética se refleja en cada 
ocasión, y mucho más cada vez, el cambio sobrevenido en la relación de fuerzas entre la Unión 
Soviética y su cerco capitalista.
Durante el período del Congreso anterior, en que se confirmó el plan quinquenal, nuestros 
adversarios se apoyaban, según sus cálculos, en la ineluctabilidad del derrumbamiento del plan 
quinquenal, en la imposibilidad de realizarlo. Nuestros adversarios aguardaban el fracaso del plan 
quinquenal. Pero en vano. Se han equivocado. En la actualidad, en el período en que se reúne este 
Congreso, se constata una transformación considerable en el espíritu de las clases dominantes de los 
países capitalistas. Nuestro plan quinquenal provoca entre ellos, cada vez con más fuerza, el estado 
espiritual del pánico. Determinado número de periódicos burgueses han llegado a propagar la idea 
de que el plan quinquenal es un medio de aplastar a los países capitalistas. Es decir, que los 
vaticinios relativos al derrumbamiento del plan quinquenal se nan convertido en habladurías 
desprovistas de todo contenido. Mientras que estos señores, los políticos burgueses, se daban a los 
vaticinios, iban hundiendose en una crisis inaudita. Porque, en efecto, la crisis actual sobrepasa en 
sus consecuencias la crisis económica surgida al día siguiente de la guerra mundial. Así, se da el 
caso de que aparezca sola la Unión Soviética, respetada por la crisis mundial, después de haber 
evitado su propia crisis y de realizar un programa gigantesco en vista del desarrollo de su economía.
Después de todo esto, las antiguas esperanzas acerca de una degene¬ración burguesa de la Unión 
Soviética debían esfumarse. Cuando la Unión Soviética pasó a la nueva economía política, los 
principales representantes de la burguesía internacional, Lloyd George entre ellos, declararon:
«En Rusia se asiste ahora al tránsito del comunismo bárbaro, tal como reinaba aún hace uno o dos 
años, e incluso hace algunos meses, a otras formas mas suaves. Se reconoce ahora que cuando se 
toma como punto de partida la naturaleza humana, tal como ella es, el orden social comunista se 
hace imposible.»
Lloyd George y, con él, muchos más, consideraron el tránsito a la N. E. P. como un retorno al 
capitalismo. Los señores burgueses exhibían así la angostura de su horizonte social, toda la 
incapacidad que hay en el burgués satisfecho de sí mismo, para explicarse cualquier otra cosa que 
no sea el régimen capitalista. Partían de la esperanza en una dege¬neración burguesa de nuestro 
país, en la vuelta al Poder de los terratenientes y de los capitalistas rusos, en un triunfo de los kulaks 
en el campo y en un retorno triunfal a Moscú de los generales zaristas.
Se esforzaban entonces por proclamar con el menor motivo que todo esto había ya «comenzado» y 
que la Rusia de los Soviets regresaba, por fin, al régimen capitalista. No sólo los capitalistas vivían 
de semejantes ilusiones, sino los lacayos «socialistas»: los mencheviques, los socialistas 
revolucionarios, etc.
Los primeros triunfos obtenidos con el plan quinquenal comenzaron ya a destruir implacablemente 
estas ilusiones. Se abrió paso una comprensión más objetiva de las cosas, al menos en ciertas capas 
de la bur¬guesía. Esta tuvo que renunciar poco a poco a la esperanza de una dege¬neración 
burguesa de la Unión Soviética y modificar en consecuencia su política con relación a la Unión 
Soviética. El desastre de las ilusiones acerca de una degeneración burguesa de la Unión Soviética 
impulsó a la burguesía a adoptar una nueva táctica, cuya esencia es la preparación de la 
intervención armada contra la Unión Soviética.
Confirman esto las campañas antisoviéticas en favor de un plan de frente único por parte de todos 
los países capitalistas.
Desde el otoño de 1929 hasta hoy, han pasado los países capitalistas de una manera relativamente 
rápida por diferentes estados preparatorios del ataque contra la Unión Soviética. Este trabajo de 
preparación se prosigue en diversas direcciones.
El papel de la Segunda Internacional consiste en facilitar un sostén directo a la burguesía, sostén 
que se disimula a los ojos de los obreros con frases encaminadas a facilitar el establecimiento de 
relaciones «normales» con la Unión Soviética. El proceso de los mencheviques que acaba de verse 
en Moscú ha delatado este papel contrarrevolucionario y antiproletario de la Segunda Internacional. 
La burguesía, en el plan de ofensiva contra la Unión Soviética, dedica especial cuidado en preparar 
a la opinión pública. A este respecto, los que dirigen las campañas antisoviéticas en el extranjero 
emplean las palabras de orden que pueden servir para disfrazar el carácter clasista de la intervención 
que se prepara contra la Unión So¬viética. Apoyándose en los prejuicios religiosos, que aún 
subsisten entre los campesinos, se ha emprendido una campaña antisoviética sobre larepresión de la 
religión. Así es como se organizó una cruzada dirigida por el Papa contra la Unión Soviética.
El fracaso de esta cruzada ha determinado en los organizadores de la campaña antisoviética a lanzar 
palabras de orden en torno al sedicente dumping soviético y al «trabajo forzado» en la Unión 
Soviética.
a) El «dumping soviético».
La palabra de orden en la lucha contra el «dumping soviético» tiene por objeto desencadenar entre 
los campesinos y las masas obreras de los países capitalistas un estado de espíritu hostíl a la Unión 
Soviética. Por todos los medios, la burguesía se esfuerza en ocultar la decadencia de su economía y 
su incapacidad para dominarla, al propio tiempo que arrojq sobre los demás la responsabilidad de 
este ocaso del régimen capitalista Por eso es por lo que la Prensa burguesa se desvive relatando los 
peligro con que amenazan el hecho de la importación de las mercancías soviéticas y el de su venta 
en el extranjero a precios, según dice, muy bajos Así, ofrece la apariencia de no sentirse consciente 
de la ridícula situación en que se coloca.
Hasta ayer mismo, la Prensa burguesa esparcía sistemáticamente por el mundo entero los embustes 
de la catastrofe económica de los Soviets, de la industria y de la agricultura dirigidas por los 
bolcheviques. Hoy esparce una nueva mentira, bien opuesta por cierto. Hoy la Prensa burguesa de 
casi todas las tendencias se esfuerza por demostrar que es tan rápido el desarrollo económico de la 
Unión Soviética que constituye un grave peligro la importación de mercancias soviéticas en los 
países capitalistas. Una y otra falsedad descubren toda la bajeza de los métodos empleados por esta 
Prensa. Con tales métodos, la burguesía, hostíl a la Unión Soviética, no hace sino aniquilarse a ella 
misma.
Pero se comprende que semejantes métodos no se empleen cuando las cosas marchan bien. El 
instinto de clase de la burguesía crea un estado espiritual de alarma. La burguesía está poseída por 
el pánico.
Los hechos elementales del comercio exterior de la Unión Soviética descifran íntegramente toda la 
significación de la campana contra «dumping soviético».
La parte correspondiente a Rusia en las exportaciones mundiales durante el año 1913 fue 
aproximadamente de un 3 y medio por 100. No mucho. Pero en la actualidad no hemos alcanzado 
este porcentaje. Tanto es así, que en 1930 aquella no era sino de 1,9 por 100. Como se ve, nue tras 
exportaciones representan la mitad de las que se realizaron otras veces, en comparación con la cifra 
total de las exportaciones. En la balanza comercial de los distintos países las importaciones de la 
Unión Soviética oscilaban, en 1929, entre un 0,5 por 100 (Inglaterra, Italia y Fracia) y un 2,6 por 
100 (Alemania). Uno se pregunta qué sistema económico tienen los capitalistas que tan 
bruscamente puede conmoverse y destruirse bajo la presión de modestísimas exportaciones.
Desgraciadamente, en cifras de absoluta igualdad, nuestras exportaciones son muy inferiores a las 
de antes de la guerra. En oposición a los mil millones y medio de rublos de las exportaciones de 
Rusia en 1913, nuestras exportaciones no han pasado en 1930 de mil millones de rublos, o sea 
quinientos millones menos. Sin embargo, nadie se atrevió a decir en 1913 que las exportaciones de 
la Rusia zarista fueron la causa de la aparición y la agravación de las crisis capitalitas.
El carácter ridículo de esta explicación de la crisis por la influencia del «dumping soviético» puede 
subrayarse aún por los siguientes hechos. La crisis maltrata sobre todo las ramas de la industria 
europea y americana, en la que nuestro país, no solamente no desempeña papel alguno como 
exportador, sino en la cual figura como un país importador considerable. (¿Puede seriamente 
hablarse del efecto del dumping soviético en la industria del acero, que atraviesa una crisis sin 
absoluto precedente? La industria soviética no sólo no exporta metales, sino que, por el contrario, 
los importa.
¿Puede explicarse por el dumping soviético la crisis que agobia a la industria constructora de 
máquinas en Europa y América? También en esta industria, la crisis se incrementa más y más; pero 
todo el mundo sabe que unicamente la Unión Soviética aumenta de año en año sus importaciones de 
máquinas procedentes de Europa y América. Quizá quieran explicar la disminución catastrófica de 
la industria del automóvil por el dumping soviético. Pero ello sería ridículo; sobre todo, cuando nos 
vemos todavía obligados a aumentar nuestras importaciones de camiones-autonióviles.
Estos ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito. Baste decir que la Unión Soviética es el único 
país del mundo que en el año último, en vez de reducir sus importaciones, incluso las ha aumentado.
Yo no quiero decir con esto que nosotros no aumentamos nuestras exportaciones, o que 
renunciamos a extenderlas en el porvenir. Por el contrario, acrecentamos nuestro comercio exterior, 
y debemos aumentar nuestras exportaciones de mercancías en relación con el crecimiento de 
nuestras importaciones. Esto es ventajoso para las dos partes. ¿O es que acaso llos señores 
capitalistas desean hacer de la Unión Soviética un país tributario, con las condiciones dictadas por 
ellos mismos, o quieren distribuir nuestro país en zonas de influencias entre los países capitalistas? 
La Unión Soviética no está a merced de los capitalistas, como una colonia. (Aplausos.) La Unión 
Soviética no es, como la Rumania feudal, burguesa, con su «plan quinquenal» de venta al capital 
extranjero, en forma de vastas concesiones, de sus ferrocarriles y demás riquezas naturales.
Los terratenientes y los kulaks de los países capitalistas estan furiosos porque se acabaron los 
tiempos en que la Unión Soviética importaba cereales. Ahora ya exportamos esta clase de 
productos. Los éxitos de la edificación socialista de nuestra agricultura nos hacen abrigar la espe 
ranza de que podremos aumentar aún las exportaciones de cereales a medida que vayan mejorando 
nuestros aprovisionamientos interiores. Y en lo que concierne a los precios ventajosos, todos sabéis 
que no olvidamos, en nuestras relaciones comerciales con los capitalistas extranjeros, el interés 
supremo del primer país proletario del mundo. (Aplausos.) Por otra parte, no es posible disputarle al 
país de la Revolución de Octubre esta ventaja, muy importante desde el punto de vista del costo de 
la producción, ya que se ha libertado del sostenimiento de las clases parasitarias: terratenientes 
(supresión absoluta de la renta) y capitalistas (supresión de las ganancias y superganancias). 
Además, está prohibido terminantemente interponerse en el camino de la Revolución de Octubre. 
(Aplausos entusiastas.)
Es así, por los simples hechos, como queda descubierta la farsa de la campaña contra el dumping 
soviético. Queriendo hacer recaer sobre el sedicente dumping soviético la responsabilidad de la 
miseria provocada por la crisis económica, nuestros adversaries no consiguen en definitiva sino 
perderse ellos mismos y perder, al propio tiempo, la confiansa de las masas. El sentido de esta 
campaña consiste en lo siguiente: esforzarse por crear, valiéndose de todos los medios, un estado de 
espíritu hostíl a la Unión Soviética con miras a preparar la intervención armada contra ella.
Como ahora comprenden que la capaña contra el dumping se ha frustrado en absoluto, nuestros 
adversarios se esfuerzan por revivirla mediante nuevos infundios. Por eso, han lanzado la innoble 
invención del «trabajo forzado» en la Unión Soviética.
b) El «trabajo forzado».
Para dar, al menos exteriormente, apariencia de verdad a la campaña contra el «dumping sovi6tico», 
la Prensa burguesa declara que, si la Unión Soviética vende sus mercancías en el extranjero a 
precios tan particularmente bajos, es sólo posible porque aquíse emplea el trabajo forzado,
Examinemos, pues, lo que es el trabajo en la Unión Soviética y en los países capitalistas.
Si se habla de trabajo forzado, será cosa de preguntarse dónde existe en realidad. ¿En la Unión 
Soviética o en los países capitalistas?
Comezaré por examinar el lado principal de la cuestión. Carlos Marx caracteriza la situación de la 
clase obrera en el régimen capitalista del modo que sigue:
«Desde el punto de vista social, fuera del proceso directo del trabajo, la clase obrera es, por 
consiguiente, un instrumento del capital con igual consideración que una herramienta... El esclavo 
romano estaba ligado a su propietario por las cadenas. El obrero asalariado lo está por ligaduras 
invisibles. La apariencia de su independencia se mantiene por el cambio constante de sus amos 
individuales.» (Marx: El capital>, tomo I.)
Marx nos ofrece aún una característica más precisa de la sociedad capitalista:
«Tan sólo la manera de arrancar la plusvalía al productor directo, es decir, al obrero, distingue las 
formaciones sociales económicas, como la sociedad de los esclavos de la sociedad capitalista.» 
(Marx: El capital,tomo I.)
Marx y Engels, fundadores del socialismo científico, suministran un análisis completo del sistema 
capitalista. He aquí lo que escriben:
«La burguesía tiene una ventaja sobre la clase de propietarios de esclavos. Puede licenciar sus 
gentes cuando se le antoja, sin perder, por eso, un capital invertido, y paga el trabajo mucho más 
barato que cuando se hacía por esclavos.»
Este párrafo, sacado de La situación de las clases trabajadoras en iglaterra, libro de Engels, 
aparecido en 1844, no ha perdido hoy su significación. El capitalisnio, por el contrario, incluso ha 
perfeccionado sus métodos para explotar al obrero.
Recordamos aún las palabras de Marx sobre la situación de los campesinos bajo el dominio del 
capitalismo.
«El régimen burgués se ha convertido en un vampiro que les chupa la sangre y la medula, para 
arrojarlas a la gran retorta del capital.»
¿Será necesario probar que esta constatación, hecha por Marx hace ochenta años, todavía conserva 
hoy su valor?
No hablemos de las colonias de Francia, de Inglaterra, de los Estados Unidos, de Bélgica y de 
Holanda, donde, junto a los procedimientos de la esclavitud capitalista, se mantiene todavía la 
esclavitud directa, con la compra y venta de hombres aislados y de familias enteras.
La Prensa burguesa propaga toda clase de infundios acerca del trabajo forzado en la Unión 
Soviética, y prefiere, en cambio, silenciar los verdaderos hechos de esclavitud de los obreros y de 
los trabajadores del campo en los países capitalistas. No obstante, a pesar de todos los esfuerzos, la 
verdad se abre paso. A los ojos de todos los obreros y de las grandes masas de trabajadores, aparece 
cada vez con mayor claridad el carácter eselavizador del sistema capitalista frente al carácter 
libertador del sistema soviético creado por la Revolución de Octubre. Al hacer esta campaña sobre 
el trabajo forzado, la Prensa burguesa se ha empeñado en un negocio poco ventajoso para ella. Con 
esto, no conseguirá sino desenmascararse completamente.
Hace tiempo que se señaló la causa de la esclavitud capitalista. Como se sabe, esta consiste en que 
los medios de producción se hallan en manos de los capitalistas, viendose totalmente privados de 
ellos los obreros. Es por esto por lo que los obreros caen bajo la dependencia esciavizadora de los 
capitalistas. Otra cosa sucede bajo el sistema soviético, según indica el ejemplo de nuestro país. En 
la Unión Soviética el trabajo es libre. Se ha llegado a ello arrancando los medios de producción de 
las manos de los capitalistas y exterminando a éstos, como tales, del país. En la Unión Soviética, los 
obreros no trabajan para los capitalistas, sino para ellos mismos. Por esto, se ha suprimido en 
realidad la esclavitud capitalista y se ha libertado el trabajo en nuestro país, donde los medios de 
producción no están ya en manos de los capitalistas, sino a la disposición del pueblo.
Y ahora, los hechos concretos:
a) El paro.
Para el burgués, el hecho de un paro sin precedentes, que aniquila a treinta o treinta y cinco 
niillones de obreros lanzados a la calle, es una ostensible prueba de la «libertad de trabajo» en el 
régimen capitalista. Los obreros de los países capitalistas que, por sí mismos experimentan los 
horrores de este paro creciente, saben perfectamente que significa la mejor opresión para los 
trabajadores y que entrega al hambre decenas de millones de familias obreras.
No es menos ostensible, también, que la solución del paro en la Unión Soviética se oculta a los 
obreros por parte de la burguesía, o se presenta, al menos, como consecuencia del «trabajo forzado» 
que existe en la Unión Soviética. Pero los obreros de los países capitalistas se imponen cada vez 
más de la verdad, con relación a la Unión Soviética. Incluso los más atrasados entre ellos advierten 
con mayor claridad, poco a poco, que la solución del paro en la Unión Soviética es un resultado 
directo de la edificación socialista en el Estado obrero.
b) La Jornada de trabajo. No obstante el paro formidable, los capitalistas continúan su obstinada 
ofensiva contra la Jornada de trabajo, y se esfuerzan por aumentarla lo más posible. A los obreros de 
los países capitalistas no les queda, por ahora, sino el sueño de defender la Jornada de ocho horas, la 
que ya en otros tiempos habían impuesto. Dejemos hablar a los hechos.
Comenzaré por los mineros. La Jornada de trabajo de los mineros en Inglaterra, dura de hecho muy 
frecuentemente de nueve a diez horas, a pesar de que existe una ley, votada el año último, que fija 
en siete horas y media la Jornada de trabajo para los trabajadores de las minas. La duración del 
trabajo diario de los obreros mineros en los Estados Unidos se acerca, aproximadamente, según las 
estadísticas de 1919, a nueve horas y media y a nueve horas y tres cuartos. En el Japón, a fines del 
año pasado, se introdujo la Jornada de diez horas para los mineros,
Dos palabras tan sólo sobre la situación de los obreros del arte textíl. Una ley, votada al principio 
del año último, ha permitido prolongar en Italia, sin ninguna restricción, la Jornada de trabajo en la 
industria textíl. En Alemania, según los informes de la Inspección del Trabajo en 1930, los obreros 
de cierto número de empresas de la industria textíl han hecho jornadas de quince a dieciséis horas.
Huelga decir que, en las colonias, los capitalistas no tienen ni que molestarse para prolongar la 
Jornada de trabajo. El informe del inspector del Trabajo en la India constata que la Jornada de los 
obreros indígenas dura de catorce a quince horas, en vez de las diez horas que la conferencia de 
Washington de 1929 fijó para la India.
Tal es la situación del trabajo «libre» en el régimen capitalista. Comparemos estos hechos con la 
situación del trabajo en la Unión Soviética. En tanto que en los países capitalistas los obreros no 
pueden soñar sino con la defensa de la Jornada de ocho horas, que conquistaron con éxito aquí y 
allá, podemos apreciar entre nosotros el fenómeno contrario. La Jornada de ocho horas en la Unión 
Soviética se ha rebajado a siete, no sólo manteniendo el salario integral, sino con aumentos en este. 
En el presente año terminará la industria de la Unión Soviética de pasar definitivamente a la Jornada 
de siete horas. Por el contrario, entre varias categorias de obreros, como los mineros y los 
trabajadores de ciertas ramas de la industria química, hace tiempo que introdujimos en nuestra casa 
la Jornada de seis horas. ¿Tiene esto que ver con el «trabajo forzado»?
Es preciso hallar el modo de que estos hechos se lleven a conocimiento del mayor número posible 
de grandes zonas obreras del extranjero.
c) El salario. Los capitalistas han emprendido actualmente una ofensiva formidablecontra los 
salarios. Según cálculos del célebre economista alemán J. Kuzcinski, los obreros han sufrido una 
pérdida, como consecuencia del paro completo o parcial, de doce mil millones de marcos. Según los 
de la oficina de estadística burguesa de América, «Standard Staliks y C.°» y los de la revista de 
economía Annalits, los obreros de los Estados Unidos durante el mismo año han perdido, 
aproximadamente mil millones de dólares por mes. Estas pérdidas sufridas por los obreros de los 
Estados Unidos durante todo el año 1930 ascienden, pues, a doce mil millones de dólares. 
Podríamos también citar cifras análogas relativas a los demás países capitalistas. ¿Es esto lo que se 
llama «libertad de trabajo» en el régimen capitalista?
El fenómeno que registramos en nuestra casa es absolutamente opuesto. El salario de los obreros de 
la Unión Soviética no ha disminuido en más mínimo durante el período de la edificación socialista. 
Por el contrario, los salarios de los obreros en nuestra casa aumentan de año en año, y aumentarán 
todavía en el que estamos. Sólo en el transcurso de dos años del plan quinquenal, el fondo de salario 
de los obreros y empleados de la Unión Soviética ha pasado de siete mil ochocientos millones de 
rublos a doce mil quinientos, es decir, ha experimentado un aumento de cuatro mil setecientos 
millones. Durante 1931, esta suma ha crecido aún en dos mil ochocientos sesenta millones más con 
relación al año 1930. A pesar de las habladurías a este respecto de los capitalistas y su Prensa, los 
trabajadores del mundo entero comprenderan que dicho aumento de los salarios en la Unión 
Soviética se debe única y exclusivamente a que la clase obrera está en el Poder.
d) Seguros sociales y mejoras en las condiciones de vida de los obreros. En ningún país capitalista 
existe un sistema de seguros sociales que sea enteramente costeado por el Estado. En la más rica 
república capitalista, en los Estados Unidos, la burguesía rehusa toda introducción de seguros 
sociales para obreros. Los Estados Unidos cuentan con diez millones, aproximadamente, de 
parados. Según las declaraciones del senador américano Caravar, aparecidas en el Daily 
Telegraph del 5 de febrero, mueren de hambre cada día en los Estados Unidos más de mil personas. 
Y, sin embargo, en aquel país no hay establecidos seguros sociales contra el paro. Y esto pasa en el 
país del «trabajo libre».
En la Unión Soviética, por el contrario, y a pesar de la completa solución del paro, el fondo de 
seguros sociales mantenido por el Estado (seguros para enfermos, socorro a las madres, seguros a 
los inválidos, etcétera) aumenta de día en día. En el transcurso de los dos años del plan quinquenal, 
el fondo de seguros sociales ha aumentado entre nosotros de novecientos ochenta millones de rublos 
a mil quinientos catorce. Pero si se tiene en cuenta toda clase de ayudas financieras acordadas por el 
Estado para el mejoramiento de las condiciones de vida sociales y culturales de los obreros (seguros 
sociales, participación en los beneficios, utilización gratuita de las instituciones municipales, 
construcción de viviendas, instrucción, higiene pública, etc.), las cantidades suministradas por el 
Estado durante dos años del plan quinquenal se han elevado de tres mil trescientos setenta y dos 
millones de rublos a seis mil quinientos setenta y uno, o sea un aumento de tres mil ciento noventa 
y nueve millones de rublos. En fin, en el curso del año presente, estos fondos aumentarán en tres 
mil ciento veintiocho millones de rublos, consiguiendose con ello una cifra total de nueve mil 
seiscientos noventa y nueve millones. Si la Prensa venal del extranjero lanza tales alarmas sobre el 
trabajo forzado en la Unión Soviética, ningún obrero que conozca estos hechos podrá creerla ahora. 
Estamos persuadidos que incluso los obreros más atrasados de los países capitalistas, se mofarán 
muy pronto de estas innobles mentiras.
e) La actitud frente al trabajo. En la Unión Soviética crece constantemente el entusiasmo de las 
masas por el trabajo; la emulación socialista de los obreros se desenvuelve más y más cada día; lo 
mismo ocurre ahora con los miembros de las explotaciones colectivas de los campos. Más de la 
mitad de los obreros participan ya de la emulación socialista. El número de miembros de las 
brigadas de cheque, de los héroes del trabajo, se agiganta. Es evidente que esto se da como 
resultado del trabajo libre. Otra cosa sucede entre los capitalistas. Falta entre ellos el entusiasmo de 
los obreros por el trabajo. ¿Y qué puede acontecer, sino esto, cuando el carácter servíl del trabajo se 
manifiesta a cada paso en el régimen capitalista? A la vista salta que el trabajo de los obreros 
libertados del yugo del capitalismo se distingue como el día de la noche del trabajo servíl de los 
obreros bajo la dominación capitalista.
f) La diferencia fundamental. No es difícil, pues, registrar la causa verdadera de la diferencia 
fundamental que existe entre las condiciones de trabajo en la Unión Soviética y las de los países 
capitalistas. La causa está en que el poder entre nosotros se halla en manos de los obreros, mientras 
que en los países capitalistas se halla en manos de las clases explotadoras. Es por esta cuestión, la 
cuestión del Poder, por lo que los obreros se sienten más estimulados a medida que se acentúa la 
campaña antisoviética contra el trabajo forzado.
Tales son los hechos que se relacionan con la situación de los obreros en los países capitalistas y en 
la Unión Soviética. Basta que los obreros del extranjero estén al corriente de estos hechos, para que 
se disipe la calumnia sobre un sedicente trabajo forzado en la Unión Soviética. Son los hechos los 
que más claramente subrayán la diferencia entre el sistema capitalista y el sistema socialista, 
diferencia favorable a nuestro régimen.
¿No lamentarán los capitalistas el hallarse comprometidos en este asunto? Porque la campaña del 
trabajo forzado, comprendida en los sistemáticos ataques antisoviéticos, se vuelve ahora contra la 
esclavitud capitalista. Tanto peor para los capitalistas y tanto mejor para la causa de los obreros.
Pero la Prensa burguesa alardea de un espíritu fantástico en lo que concierne a las calumnias sobre 
las condiciones del trabajo de los obreros de la madera en nuestros territorios del Norte. Se ha 
fabricado un montón enorme de infundios sobre el trabajo forzado en nuestros territorios. Con la 
participación de un gran número de representantes destacados de la burguesía, la campaña en 
Inglaterra, en Francia, y las Américas contra la importación de maderas Soviéticas y de otros 
artículos, se apoyó en el argumento de que estos procedían del trabajo forzado, incluso del trabajo 
de los penados. Inútil es decir que la burguesía internacional apela a estos recursos de «moral 
superior» para hacer más eficaz su combate. Sin embargo, se presentan al mismo tiempo de una 
manera inaudita, mitad por ignorancia de las cosas, mitad con objeto de deformar conscientemente 
los hechos, las condiciones de trabajo de las diferentes categorías de la población de la Unión 
Soviética.
Desde este punto de vista, precisa reconocer que es oportuna una medida tomada por el Gobierno 
inglés. Este último ha publicado un folleto titulado: Selección de las leyes del trabajo en la Unión de 
las Repúblicas Socialistas Soviéticas, facilitando así la posibilidad de que se formen opinión 
aquellos que lo deseen. Pero como este libro contiene resúmenes de la legislación social de la Unión 
Soviética, aunque al parecer de una manera tendenciosa, el reaccionario Morning Post, que tomó la 
iniciativa de gran número de campañas antisoviéticas, reprocha al Gobierno inglés haber lanzado 
una publicación que «prácticamente no tiene ningún valor». Sin duda porque con él no se facilitaningún argumento para la campaña de calumnias acerca del trabajo forzado.
En los Estados Unidos, por otra parte, se adoptó el año pasado, según se dice por razones de alta 
moral, una ley especial contra la entrada de mercancías fabricadas por penados o con la ayuda de 
trabajo forzado, o trabajo sobre la base de un contrato firmado mediante coacción. Ultimamente, la 
Comisión Aduanera y Financiera del Senado americano completó esta ley con una enmienda contra 
la importación de mercancías extranjeras «elaboradas», transportadas o cargadas con ayuda de 
trabajo forzado o de trabajo mediante coacción. Los adversarios de la Unión Soviética se proponen 
utilizar estas medidas legales contra la importación de madera soviética especialmente, alegando, 
como es de suponer, consideraciones de orden moral. Pero toda la hipocresía de los capitalistas 
americanos queda a descubierto con una clausula «inocente» al final de la enmienda antes 
mencionada. Dicha enmienda declara lo que sigue:
«Estas prescripciones no se refieren, sin embargo, a las mercancías, productos, artículos 
comerciales de todo género que sean adquiridos, fabricados, transportados, cargados o descargados 
mediante trabajo forzado o trabajo conseguido por contrato bajo coacción, o cuando no sean 
fabricados en los Estados Unidos y reúnan condiciones suficientes para satisfacer la demanda de los 
consumidores yanquis.»
Claro está que no son las condiciones de trabajo lo que interesa a los capitalistas yanquis, sino las 
posibilidades de concurrencia de sus mercancías. A propósito de esta enmienda «inmoral», el New 
York Herald resalta irónicamente que «la repulsión provocada por las mercancías cuya elaboración 
se hizo mediante trabajo forzado, está limitada por nuestras necesidades. Pero si la producción 
interior es suficiente, nosotros salvaguardamos inmediatamente los altos principles de la moral».
Como se ve, no existe para la burguesía de los Estados Unidos distinción alguna entre la moral y la 
conveniencia.
En vista de que gran número de periódicos extranjeros difunden infamias acerca del trabajo forzado 
y del trabajo de penados en nuestra industria maderera, precisa indicar cierto número de hechos que 
permiten formarse idea de la verdadera situación en los territorios del Norte de la Unión Soviética. 
Me refiero, como es natural, a la situación de los taladores de bosques, de los que tanto se habla en 
el extranjero y que ascienden, en determinada época, a más de un millón de personas que laboran en 
las condiciones ordinarias del trabajo libre; pues el trabajo de los penados no tiene nada que ver con 
la industria de la madera.
No ocultamos, sin embargo, que los penados capacitados trabajan en las construcciones municipales 
y en carreteras. Lo hemos hecho hasta el presente y lo continuaremos haciendo. Ello es ventajoso 
para la sociedad y útil para los delincuentes, pues de esta manera se les habitúa al trabajo y rinden 
provecho a la sociedad.
En algunos territorios del Norte, acerca de los cuales la Prensa burguesa habla tanto en relación con 
la campaña del trabapo forzado en la Unión Soviética, se ocupa, en realidad, para ciertos trabajos a 
los penados. Pero los hechos siguientes demuestran con evidencia que el trabajo de estos no tiene 
nada que ver con nuestros artículos de exportación.
Examinemos ahora el trabajo de estos penados. En Carelia, entre Kem y Outcha, los prisioneros han 
construido ya una carretera para servicio de Correos, de 208 kilómetros de longitud, y otra, de 190 
kilómetros, entre Paramdovo y el lago de Kikch. No se argumentará que dichos trabajos no son 
necesarios para nuestro país.
Especialmente importante es la construcción del canal entre el mar Báltico y el mar Blanco. Este 
canal, de 914 kilómetros de longitud, a cuyo sistema pertenece la cadena de lagos de Ladoga y 
Onega, debe comunicar los mares Báltico y del Norte. En la actualidad, se emprenden los trabajos 
en la región del lago Wyg, tarea que nos proponemos finiquitar dentro de dos años.
Esta es toda la verdad acerca del trabajo de los penados en Carelia.
La Prensa burguesa del extranjero puede gritar cuanto quiera; nosotros no renunciaremos a estos 
trabajos y al empleo de penados en dichas construcciones. Queremos que el trabajo de los penados 
sea útil a la población de la Unión Soviética.
También en el territorio del Norte se echa mano de los penados para la construcción de carreteras. 
Por eso se ha emprendido actualmente la construcción de una carretera para servicio de Correos, de 
313 kilómetros, entre Siklivkar y Outcha, de la cual han sido ya construídos 160 kilómetros. Esta 
carretera facilita la explotación de la región de Outcha, donde se hacen excavaciones en busca de 
yacimientos petroleros. También se utilizan penados en la construcción del ferrocarril de Siktikar-
Pinieu, de 305 kilómetros de longitud; 97 kilómetros de este ferrocarril ya han sido terminados. 
Tales trabajos pueden desempeñar gran papel en el mejoramiento económico de las nuevas regiones 
petroleras. Con este motivo, la explotación de las regiones petroleras de Outcha será cada vez más 
importante.
En los trabajos que acabo de citar se emplean, aproximadamente, sesenta mil personas.
Unas palabras más sobre las condiciones de trabajo y vida de los penados en estos territorios. La 
Jornada de trabajo en estos campos de penados es de ocho horas. Si se tiene en cuenta que los 
penados reciben comida suficiente y que perciben cada mes veinte o treinta rublos, se comprenderá 
perfectamente que la norma de trabajo a que se ajustan es poco más o menos igual a la de los 
obreros libres. Estos campos de reclusos son colonias cuyos habitantes viven libremente, se mueven 
y trabajan sin vigilancia en la zona donde laboran. Se despliega con ellos una faena de educación 
intensa y se les distribuye toda clase de libros y revistas. En el territorio del Norte han recibido 
educación profesional cerca de diez mil personas en el año 1930. Es una vergüenza para el 
capitalismo que gran número de parados sientan envidia por las condiciones de trabajo y de vida en 
que se desenvuelven nuestros penados en los territorios del Norte. Es una amarga verdad que deben 
conocer los obreros extranjeros.
Por lo que se deduce, nada tienen que hacer con la industria de la madera ni con nuestros artículos 
de exportación en general, lo que se ha llamado el «trabajo forzado» y «trabajo de los penados». Es 
un hecho que no han podido refutar aún ninguna campaña antisoviética ni ninguna cruzada contra el 
«trabajo forzado».
Ya es hora de poner término a esta leyenda del trabajo forzado en la Unión Soviética. Creo que los 
representantes de los Estados burgueses y de la Prensa extranjera que viven en la Unión Soviética 
pueden contribuir a ello.
Los intentos hechos en el extranjero para crear comisiones especiales que «estudien» la situación en 
la Unión Soviética son inaceptables, según lo ha declarado siempre el Gobierno de los Soviets. Y 
son inaceptables porque tales propósitos, aparte de que revisten un carácter unilateral, son 
incompatibles con la soberanía del Estado. Só1o un Estado sometido puede aceptar semejante 
proposición. Ningún Estado libre y soberano aceptará una información unilateral. Los 
representantes de los Estados y de los periódicos extranjeros que viven en Moscú y que pueden 
entrar y salir libremente en nuestra casa han tenido ocasión, de haberlo deseado, de convencerse por 
ellos mismos hasta que punto son innobles las mentiras diseminadas por el extranjero sobre el 
trabajo forzado en la^ Unión Soviética. Si alguno de ellos experimenta este deseo puede 
convencerse sobre el terreno de que el trabajo, relacionado con nuestras exportaciones y 
particularmente con las de la madera, no tiene nada que ver con el trabajo de los penados, y mucho 
menos con el trabajo forzado. Del mismo modo, podrá convencerse que el principioproclamado por 
la Revolución de Octubre y formulado en la declaración de los dereehos de los trabajadores, 
adoptada el 10 de julio de 1918 por el V Congreso de los Soviets, es una realidad en la Unión 
Soviética:
«La Republica Federativa Socialista Soviética declara que el trabajo es un deber de todos los 
ciudadanos de la República, y proclama esta palabra de orden: ¡El que no trabaja, no 
come!» (Aplausos.)
El principio: «E1 que no trabaja no come» está en contradicción directa con el orden burgués. En 
efecto, en el orden burgués los miembros de la clase dirigente que no trabajan gozan de todas las 
felicidades de la vida, mientras los verdaderos trabajadores llevan una existencia misera o se ven 
privados inicuamente de un pedazo de pan. Entre los capitalistas, dado el crecimiento formidable 
del paro actual, se aplica otro principio: «¡El que trabaja, no come!» En nuestro país, por el 
contrario, se pone en práctica el principio proletario que hace del trabajo una obligación para todos, 
incluso para aquellos que pertenecieron antiguamente a la clase directora de la sociedad. ¿Y cual de 
ambos principios es el más ventajoso para los obreros? Esto es lo que debemos preguntar a las 
clases proletarias de cualquier país. Si la necesidad de él se hace sentir, estamos obligados, 
basandonos en un principio de igualdad, a propagar que las delegaciones obreras extranjeras 
elegidas por los propios obreros se instruyan debidamente acerca de las condiciones del trabajo en 
nuestro país. ¿A quienes sino a los obreros mismos pueden interesar las condiciones de trabajo que 
existan en nuestro país y en los demás? De ellas dependen que los obreros extranjeros se impongan 
de las propias posibilidades para su triunfo. Pero nosotros pedimos que, sobre una base de igualdad 
de derechos, esta misma posibilidad sea considerada por los Estados extranjeros a los obreros de 
nuestro país. (Aplausos.) Declaramos por anticipado que aseguramos la publicación de todos 
aquellos materiales, sin omitir ninguno que reunan nuestros obreros y los obreros extranjeros 
inmediatamente después de la información efectuada entre nosotros y cada uno de los países 
capitalistas. (Aplausos.)
g) La preparación de la intervención contra la Unión Soviética. La preparación de la intervención 
contra la Unión Soviética se demuestra no sólo por las campañas que acabo de citar, sino por otros 
hechos más. Esta preparación de la intervención se realiza, en primer lugar, mediante las tentativas 
cada vez más numerosas para organizar el bloqueo económico.
La campaña contra la importación de mercancías Soviéticas es manejada con una violencia 
extraordinaria. El hecho que ya he mencionado respecto a la ley especial votada en America con 
este motivo, así como la obstinada opresión ejercida por los conservadores en Inglaterra, son una 
prueba irrefutable. Pero quien va a la cabeza de esta campaña es Francia. Basta señalar el decreto 
del 3 de octubre de 1930. Se sabe que la política agresiva antisoviética de Francia se ha puesto en 
práctica igualmente por algunos otros países mediante la iniciativa de esta ultima poteneia. El 
sentido de seme j ante politica agresiva conduce a una sola cosa: a la organización del bloqueo 
económico contra la Unión Soviética,
Los odiosos imperialistas, tanto en Francia como en Inglaterra, no se recatan de hablar en ningún 
momento acerca de una guerra económica contra la Unión Soviética. Tanto, que el aviso lanzado 
recientemente en Inglaterra con el nombre de «Unión para la defensa del comercio», institución a 
cuya cabeza figura el célebre lord Brentford (Joynson Hicks) hace referenda ostensiblemente a la 
necesidad de un frente único en la guerra económica contra el enemigo común: el comunismo. Las 
condiciones actuales, la organización del bloqueo económico, es el factor ms importante para 
preparar la intervención contra la Unión Soviética.
En el establecimiento del frente antisoviético desempeña un papel verdaderamente importante el 
«Comité europeo», auspiciado por el ministro de Negocios Extranjeros, Briand, con miras a la 
creación de un bloque de los Estados imperialistas contra la Unión Soviética. La encarnizada 
resistencia opuesta por Briand y los representantes de los Estados dependientes de Francia a la 
invitación hecha a la Unión Soviética para la Conferencia de mayo, a fin de «estudiar» el problema 
de la crisis mundial, ha revelado que los dirigentes del Comité europeo se esfuerzan, en realidad, 
por hacer de este organismo una especie de Estado Mayor para preparar el ataque contra la Unión 
Soviética. A pesar de la interpretación equivoca de la invitación dirigida a la Unión Soviética para 
que ésta participase en la Conferencia del Comité europeo, el Gobierno soviético ha considerado, 
sin embargo, necesaria su aceptación para colocar en su debido lugar los planes e intenciones de 
esta organización y estudiar la actitud que sus representantes deben adoptar en la Conferencia. En 
cuanto a este punto, los dirigentes del Comité europeo, con Briand a la cabeza, se esfuerzan por 
dirigir su trabajo de tal manera que quede oculto a los ojos de cualquier país extranjero, 
particularmente de la Unión Soviética. Así parece deducirse del hecho de que a ninguna de las tres 
subcomisiones encargadas del trabalo preparatorio para la Conferencia de mayo, no fueron 
invitados los representantes de la Unión Soviética. Nuestros representantes a dicha Conferencia 
deberán distinguirse por una perspicacia y una disciplina bolchevistas extraordinarias. Con una 
energía puesta a toda prueba, desenmascararemos todas las maniobras antisoviéticas que se traman 
ahora en el Comité europeo.
Para señalar de qué manera se preparan nuevas guerras imperialistas y la intervención armada 
contra la Unión Soviética, no obstante las declaraciones últimas sobre el desarme, precisa señalar 
también cuales son los resultados de la Comisión preparatoria del desarme. No obstante todas las 
tentativas hechas por la Delegación Soviética con propósitos de que se adopte una reducción real de 
los armamentos, la Comisión se esfuerza, por el contrario, alardeando de pacifismo, por disfrazar la 
política febril de armamentos en los Estados imperialistas.
Después de cuatro años que funciona la Comision preparatoria, los diferentes Estados capitalistas 
no han disminuido sus armamentos; por el contrario, los han incrementado considerablemente. 
Después de cuatro años que esta Comisión existe, no han desaparecido los peligros de nuevas 
guerras imperialistas; por el contrario, aumentan. La Comisión preparatoria, de una manera 
sistemática, se ha colocado en el camino donde Francia quiso situarla, país que representa 
actualmente los medios imperialistas más guerreros de Europa. Además, esta actitud de Francia, que 
no tiene nada que ver con los intereses de la verdadera paz, fué apoyada lo mismo por Inglaterra 
que por los Estados Unidos. Las delegaciones polonesa y rumana se han significado por una 
actividad y un celo notables cuando se trató de rechazar toda proposición encaminada a reducir los 
armamentos actuales. A diferencia de otras delegaciones, la Delegación japonesa no ocultó su 
actitud hostíl frente a toda reducción de armamentos. La actitud de Italia estuvo esencialmente 
deteriminada por el deseo de estar igualmente armada que cualquier otra potencia continental, es 
decir, Francia. Una extraña posición fue adoptada por Alemania en la Comisión preparatoria. Dicho 
país destacó, con justa razón, que la limitación de armamentos a Alemania había sido presentada en 
otra época como el comienzo de un desarme general, cosa que no han querido recordar los 
representantes de las potencias imperialistas que dirigen actualmente a Europa,Los resultados de 
los trabajos de la última sesión celebrada por la Comisión preparatoria del desarme han culminado 
en un proyecto y un informe. Uno y otro abundan en que precisa renunciar a una clase de 
armamentos para mantener y aumentar las otras clases. Una verdadera mofa para los partidarios del 
desarme significa la proposición adoptada por iniciativa de la Delegación yanqui, proposición que 
concede a todo Estado el derecho de sobrepasar las normas fijadas por la convención sobre los 
armamentos, siempre que é1 compruebe la existencia de circunstancias que constituyan una 
amenaza, y sin más obligaciones que la de informar previamente a los demás miembros de la 
Conferencia, quienes, por su parte, como es natural, buscarán cualquier ocasión para aumentar sus 
propios armamentos.
Todo esto decidió a la Delegación Soviética a desligarse completamente de los trabajos de la 
Comisión preparatoria y demostrar, sin eufemismos, el absoluto fracaso de la Comisión preparatoria 
en el asunto del desarme.
Para terminar, el Consejo de la Sociedad de las Naciones ha convocado para el mes de febrero de 
1932 a la Conferencia Internacional del Desarme. Los que deseen, efectivamente, el desarme y la 
paz generales, no deben hacerse ninguna clase de ilusiones. Se sabe que lo que se desea es ponerse 
de acuerdo para aumentar los armamentos; porque, al mismo tiempo que las comisiones del 
desarme y sin obstaculizar sus trabajos, se han reunido conferencias como la Naval, de Londres, o 
como ocurre ahora actualmente, que se trabaja con miras a negociaciones diplomáticas secretas para 
zanjar a conveniencia todos los asuntos de este género. De esa manera, la preparación de nuevas 
guerras imperialistas no será lenta ni difícil.
En lo que concierne a la Unión Soviética, ésta no puede participar en la Conferencia del desarme, 
sino en una medida igual al esfuerzo de esta Conferencia por llevar a cabo el desarme efectivo o, al 
menos, una considerable reducción en los armamentos. Hoy tenemos que advertir a los Estados 
capitalistas que, ni antes ni después de la Conferencia, aceptaremos que se nos impongan decisiones 
tomadas en nuestra ausencia y sin nuestra participación. El fracaso de todas las comisiones y 
conferencias de los países burgueses reunidas hasta el día para discutir la cuestión del desarme y el 
rápido desarrollo de los armamentos en todos los países imperialistas, demuestra que estos países no 
tienen un verdadero interés en reforzar verdaderamente la paz y que, por el contrario, harán todo lo 
posible por preparar y desencadenar nuevas guerras imperialistas. Como cada uno de vosotros 
comprenderá fácilmente, todo esto redunda en perjuicio de la Unión Soviética. Asimismo, en 
Francia, los guardias blancos rusos hacen abierta y sistemática campaña para provocar una 
declaración de guerra a la Unión Soviética. El artículo que el verano pasado publicó Riabouchinsky, 
con el título de «La guerra, necesaria», en el periódico Vorojdenie, es bien conocido de todos. 
Riabouchinsky era antiguamente director de la fábrica de papel Okoulov, uno de los gerentes de la 
Banca de Moscú, representante de los comerciantes de Moscú y titular de gran número de cargos de 
este género.
Tan sólo ios obreros de Moscú recuerdan perfectamente a los grandes capitalistas de la categoría de 
Riabouchinsky. En la actualidad, los negocios de este sujeto van mal. No le queda otra solución que 
provocar una guerra lo más rápidamente posible contra la Unión Soviética.
Capitalista sincero, Riabouchinsky considera la guerra contra la Unión Soviética desde el punto de 
vista de las ganancias que el pueda sacarle. En el artículo publicado, «La guerra, necesaria», donde 
se alienta, claro está, la guerra contra la Unión Soviética, escribe lo que sigue:
«Ninguna empresa en el mundo esta más justificada y puede ser más provechosa que la liberación 
de Rusia. Con la inversión de mil millones de rublos, la humanidad tendría una renta de cerca de 
cinco mil millones, es decir, un quinientos por ciento de interés anual, más la perspéctiva del 
aumento en la ganancia de un cien a un doscientos por ciento cada año. ¿Donde encontrar un 
negocio mejor?»
Así es como filosofa profundamente sobre la humanidad este comerciante en quiebra que se llama 
Riabouchinsky, porque, como es natural, entiende bien el «negocio». Así es, calculando 
ridiculamente, cómo quiere conseguir de los capitalistas extranjeros la ofensiva contra la Unión 
Soviética.
No hace mucho, a principio de este año, hemos leído la declaración jactanciosa del jefe de los 
guardias blancos en el extranjero, general Miller. Este general charlatán no ha recatado a la Prensa 
sus proyectos: «Estamos al borde de la guerra. Esperamos que la ocasión internacional nos sea 
favorable y que se nos dispense la necesaria ayuda financiera por una de las potencias que desea el 
derrumbamiento de los bolcheviques.»
Es inútil decir que esta jactanciosa estupidez de un general ha costado barata. Pero no deja de ser 
característico que estos lugartenientes, los Riabouchinsky, los Miller y compañía, gozan 
actualmente de la hospitalidad de esa misma Francia que aparece por todas partes cuando se trata de 
amenazar la paz y, muy particularmente, el desenvolvimiento pacífico de la Unión Soviética. Las 
revelaciones hechas recientemente con motivo del proceso al «partido industrial» en Moscú, nos 
han demostrado que el asunto de la intervención ya no se considera como una cuestión de un futuro 
lejano. Gracias a las declaraciones hechas por los auxiliares directos de los intervencionistas 
extranjeros y del Comité Comercial e Industrial de París, con todos sus Nobel, Riabouchinsky, 
Konovalov, Denissov, Goukasov, etc., se sabe que la intervención había sido acordada para 1930 o, 
a más tardar, para 1931. La cosa ha sido confirmada cuando el proceso de los mencheviques 
intervencionistas: Gromann, Soukhanov, Cher, etc. De modo que dicha intervención se ha 
preparado y se sigue preparando.
Nuestros adversarios se han equivocado en sus cálculos. Sus negocios se han agravado a causa de la 
crisis ininterrumpida. Nuestra causa, por el contrario, ha mejorado considerablemente al mismo 
tiempo que aumentan los éxitos del plan quinquenal. La fuerza de la Unión Soviética es cada vez 
mayor con el transcurso de los últimos años. Continuemos acrecentandola, y reforcemos al mismo 
tiempo nuestro Ejército rojo, pues sabemos que nuestro deber estriba en ser cada día más 
fuertes. (Aplausos.)
Recordemos que, desde antes de 1930-31, se nos provocaba abiertamente a la guerra. El ataque al 
ferrocarril del Estado chino, ocurrido durante el verano de 1929, era, sin duda alguna, un balón de 
ensayo. Ya en esta época, nuestros adversarios comenzaron a probar nuestras fuerzas a punta de 
bayoneta. Nadie puede dudar que aquello era un ataque no solamente de tal o cual general chino, 
sino de los que estaban detrás de ellos, es decir, de los Estados imperialistas extranjeros, mucho más 
potentes. Este ataque fracasó. El Ejército rojo obrero y campesino no tardó en ser dueño de la 
situación. (Aplausos.)
Dados nuestro entusiasmo para el levantamiento de la Economía socialista y el robustecimiento de 
la capacidad militar de nuestro país; dada la lucha resuelta en favor de la paz y del desarrollo 
pacífico de la Unión Soviética, debemos reforzar nuestras posiciones y hacerlas inexpugnables a los 
ojos de nuestros enemigos. (Aplausos.)
3. Las relaciones de la Unión Soviética con los países capitalistas y nuestra lucha por la paz
En comparación con la etapa del V Congreso de los Soviets, se ha producido un cambio en las 
relaciones de los países capitalistas frente a la Unión Soviética en el sentido de robustecer su 
hostilidad contra ella. Eso es resultado, como ya he dicho, del cambiooperado entre las fuerzas de 
nuestro país en relación con las naciones capitalistas que nos circundan.
Pero, a pesar de que se agigante el estado de espíritu netamente intervencionista que reina en las 
esferas dirigentes de los Estados capitalistas, la Unión Soviética ha proseguido su lucha en favor de 
la paz. El poder soviético se apoya en el creciente sostén que otorgan las masas obreras de los 
países capitalistas, en el crecimiento de nuestro poder económico y en nuestra capacidad de defensa. 
Refuerza sus posiciones internacionales y obtiene con este motivo resultados considerables.
Aunque la tendencia general y fundamental de las relaciones entre los países capitalistas y la Unión 
Soviética está determinada por el odio creciente que ellos manifiestan frente al Estado socialista y 
por su miedo a nuestros éxitos, se guardan, sin embargo, los Estados burgueses de ocultar las 
diferencias que hay en las relaciones de los distintos Estados capitalistas frente a la Unión Soviética. 
Si, no obstante todos sus esfuerzos para robustecer la paz, la Unión Soviética no ha podido obtener 
ningún mejoramiento en sus relaciones con ciertos países, como Francia—no hablemos ya de 
Polonia—, la derrota, por otra parte, de los conservadores ingleses en las últimas elecciones 
parlamentarias, ha provocado un cambio del Gobierno inglés y ha permitido el restablecimiento de 
las relaciones diplomáticas normales entre la Unión Soviética y la Gran Bretaña. Los intereses de la 
edificación socialista están indisolublemente ligados al afianzamiento de relaciones pacíficas con 
los demás Estados y con el desenvolvimiento de relaciones comerciales entre la Unión Soviética y 
estos países. Tales tareas, es decir, el afianzamiento de relaciones pacíficas y el desenvolvimiento de 
relaciones comerciales con cualquier país, fueron la verdadera base de la política gubernamental 
soviética durante la pasada etapa.
La crisis económica mundial, no sólo ha agravado y profundizado los viejos antagonismos, sino que 
ha creado otros nuevos. Si la crisis ha obligado a los grupos capitalistas dirigentes de los distintos 
países, so pretexto de medidas artificiales—elevación de tarifas aduaneras, prohibición de 
importaciones de mercancías—, a cerrar sus fronteras a las exportaciones soviéticas, en otros países, 
especialmente en aquellos donde la Unión Soviética importa grandes cantidades de mercancía, la 
tendencia se dirige, por el contrario, a reforzar las relaciones económicas con la Unión Soviética. Si 
en algunos países capitalistas se intenta prohibir las exportaciones Soviéticas y se organiza un 
bloqueo económico para preparar la intervención armada contra la Unión Soviética, en otros países 
que no tienen necesidad de nuestras materias primas, y sobre todo de las salidas que la Unión 
Soviética ofrece a ciertos productos suyos, el esfuerzo consiste, por el contrario, en llegar a un 
acuerdo con nuestro Gobierno en materias de indole económica. La crisis económica mundial no ha 
conseguido ninguna atenuación de los antagonismos existentes dentro de los países capitalistas. Por 
eso los intentos de crear un frente único contra la Unión Soviética tropiezan desde ahora con 
visibles dificultades. En su campaña por la paz general, por el afianzamiento de relaciones pacíficas 
con los demás países, la Unión Soviética ha dado pruebas de espíritu de continuidad y de 
perseverancia. Nosotros proseguiremos esta política teniendo en cuenta que el fortalecimiento de la 
paz no solamente es en interés de los obreros de nuestro país, sino en interés de los trabajadores de 
todos los países. Hablaré rápidamente de nuestras relaciones con los demás países.
Comienzo por Alemania. Se puede dividir en dos períodos, los dos últimos años transcurridos desde 
el V Congreso de los Soviets. El primero termina en el año 1929 y principios de 1930. En mi 
informe al Congreso de los Soviets no pude pasar en silencio el hecho de que, con gran pesar 
nuestro, los circulos dirigentes de Alemania se dejaron arrastrar durante el primer período citado por 
la ola de la cruzada antiSoviética, circunstancia que pudo poner en peligro la marcha de nuestras 
relaciones. Pero, a partir de mediados del año 1930, se constata, con satisfacción una cierta mejora 
en las relaciones con Alemania. La línea fundamental de la política exterior alemana frente a la 
Unión Soviética es en estos últimos tiempos la colaboración amistosa y el afianzamiento de nuestras 
relaciones a toda prueba durante los nueve últimos años, relaciones que, según nuestra profunda 
convicción, pueden y deben mejorarse aún en interés de las dos partes y en interés del 
mantenimiento de la paz. La presencia de la delegación de dirigentes de la industria alemana es un 
testimonio de la comprensión con que los gobernantes de Alemania saben ver las relaciones 
rusoalemanas. Estoy convencido que la presencia de esta delegación y las negociaciones 
emprendidas con los dirigentes de la industria soviética darán resultados favorables que contribuyan 
a fortalecer las bases de nuestras relaciones económicas.
Nuestras relaciones con Italia se han desenvuelto durante los dos últimos años normalmente, y, en 
general, de manera favorable. En lo que respecta a las relaciones comerciales, observamos un cierto 
progreso. El Tratado firmado el 2 de agosto del año último, por cuyas cláusulas el Gobierno italiano 
acordó garantizar a largo plazo los créditos de los pedidos formulados a través de nuestros 
organismos oficiales en Italia, ha ampliado las facilidades y las condiciones de nuestras ventas en 
aquel país. Este Tratado ha sido cumplimentado, y hasta superado, en un plazo más corto que el 
previsto. Al mismo tiempo, constatamos en Italia un interés extraordinario por nuestros artículos de 
exportación, como la nafta, los cereales, el carbón, la madera, etc. Las experiencias del 
desenvolviniiento de nuestras relaciones económicas con Italia son la prueba mejor de la posible 
utilidad reciproca de las relaciones comerciales entre la Unión Soviética y los países capitalistas, no 
obstante el caracter absolutamente antagónico de los sistemas sociales.
El mejoramiento de las relaciones rusoitalianas ha brindado oportunidad para un contacto personal 
y carnbio de opiniones entre el camarada Litvinov, comisario de Asuntos Extranjeros de la Unión 
Soviética, y el ministro italiano de Asuntos "Extranjeros, señor Grandi. Como el mayor peligro para 
la paz consiste hoy en la organización de un bloque antisoviético de las potencias capitalistas, todo 
acercamiento de un país cualquiera a la Unión Soviética, y sobre todo de un país tan importante 
como Italia, es útil a la causa de la paz.
Durante el último periodo las relaciones entre la Unión Soviética y Turquia han continuado 
mejorando. Asi se ha comprobado durante el viaje emprendido a Turquia en diciembre de 1929 por 
el comisario ad junto de Negocios Extranjeros de la Unión Soviética, camarada Karakahn, y con 
motivo de la firma del protocolo turcosoviético para prolongar por dos años el pacto de París entre 
la Unión Soviética y Turquía. Como complemento de las cláusulas del Tratado de París, el 
protocolo de Angora amplía las obligaciones de ambas partes, las cuales se comprometen a no 
emprender negociación alguna con los Estados vecinos de la otra parte sin advertirlo antes a esta 
última, y a no firmar convenios con ningún país sin la autorización de la otra parte contratante. La 
visita que el ministro de Asuntos Extranjeros de Turquía, Tesofik Rouchdi Bey, realizara a la Unión 
Soviética en 1930, significó un afianzamiento de relaciones personales entre los dirigentes de la 
política exterior Soviética y los de Turquía, al mismo tiempo que una nueva prueba de relaciones 
amistosas entre los dos países.
Las relaciones económicas entre Turquía y la Unión Soviéticacontinúan desenvolviendose. Durante 
el período pasado se emprendieron negociaciones con miras a un Tratado de comercio entre la 
Unión Soviética y Turquía, que será firmado próximamente. Podemos, pues, constatar que las 
relaciones de amistad entre ambos países se han reforzado en general, y que adquieren mayor 
amplitud para una colaboración práctica.
Ayer recibimos un telegrama de Angora dando cuenta de que acababa de firmarse el Tratado 
turcosoviético. Por virtud de este convenio los dos países se comprometen a poner mutuamente en 
su conocimiento, con seis meses de anticipación, sus proyectos de construcción de unidades para la 
flota del Mar Negro. Como es natural, este acuerdo no modifica en nada nuestros propósitos 
respecto al desarme, pero en un caso dado significa una nueva prueba de la mutua confianza que 
reina entre los dos países.
En nuestras relaciones con la Gran Bretaña se han producido grandes cambios, según hemos visto, 
pasado el V Congreso de los Soviets. La derrota de los conservadores en las elecciones de 1929 es 
un fracaso de su política antisoviética. La Gran Bretaña, como la Unión Soviética, están interesadas 
en desenvolver sus relaciones eeonómicas. Y sobre esta cuestión ya hemos obtenido ciertos éxitos. 
Durante el primer año de nuestras normales relaciones mutuas, es decir, durante 1929-30, las 
importaciones soviéticas procedentes de la Gran Bretaña ascendieron de 9.912.000 libras esterlinas 
a 15.395.000, es decir, se ha obtenido un aumento superior al 50 por 100. Tenemos razones, pues, 
para demostrar la conveniencia de desenvolver nuestras relaciones comerciales en la Gran Bretaña. 
Actualmente se reúne en Londres una Comisión de exportación anglosoviética para examinar las 
pretensiones materiales de ambos países.
No conviene olvidar, sin embargo, que el Parlamento británico y una parte de la Prensa inglesa 
hacen constantemente violentas demostraciones antisoviéticas. Los medios conservadores se 
esfuerzan todo lo que pueden por obstaculizar las relaciones britanicosoviéticas. Esta es la causa por 
la cual el Gobierno soviético llama la atención del Congreso de los Soviets sobre la necesidad de 
seguir de cerca el desarrollo de la situación en Gran Bretaña, pues la campaña antiSoviética y el 
movimiento preparatorio de la intervención están dirigidos por los lideres más influyentes del 
partido conservador y por los viejos elementos del Gobierno británico. El retorno al Poder de este 
partido situaría incontestablemente en el orden del día la cuestión de la paz, teniendo en cuenta que 
estos circulos imperialistas de la Gran Bretaña deben ser considerados como los auténticos 
organizadores de la nueva intervención contra la Unión Soviética, los anténticos organizadores de la 
nueva guerra mundial.
Nuestras relaciones con el Japón se desenvuelven normalmente, en el sentido de un robustecimiento 
de intercambio amistoso y de mutua comprensión, cuyas bases han sido fijadas en el Tratado de 
Pekín.
Aprecio con satisfacción que en el transcurso de los años ultimos, después de la firma del Tratado y 
muy particularmente a última hora, no ha surgido ningún conflicto político entre la Unión Soviética 
y el Japón. Es más: nuestras relaciones comerciales se han desenvuelto considerablemente; el 
comercio entre la U. R. S. S. y el Japón ha sobrepasado ya cuatro veces las cifras del comercio antes 
de la guerra rusojaponesa.
Las cuestiones litigiosas surgidas particularmente en torno a la concesión de pesca han sido 
resueltas satisfactoriamente, y estamos convencidos que lo serán igualmente en el porvenir, de 
acuerdo con un espíritu amistoso y ajustandose a los Tratados. En cuanto a los intentos hechos por 
algunas Empresas privadas, so pretexto de ignorar el convenio y las leyes soviéticas, el Poder 
soviético les ha respondido como merecían. El respeto mutuo de los intereses y la observación 
estricta de los Tratados deben hacerse sobre la base del desenvolvimiento de relaciones amistosas.
Nuestras relaciones de amistad con Persia no se han modificado en el pasado período. Consigno que 
hemos iniciado negociaciones para firmar un Tratado de comercio soviéticopersa, y contribuirá 
asimismo a reforzar nuestras mutuas relaciones. En nuestras relaciones con el Afganistán, el 
Gobierno soviético mantiene fírmemente su punto de vista sobre el robustecimiento de relaciones 
amistosas y la independencia de este país. Actualmente nuestras relaciones se desenvuelven con 
normalidad. Me permito subrayar el desarrollo de nuestras relaciones económicas con el Afganistán, 
las cuales aumentan de día en día.
En lo que concierne a nuestras relaciones con Francia, ya he hablado de ello más ampliamente, 
según se ha visto por mi informe al Comité Central Ejecutivo de la Unión Soviética. De entonces 
acá la situación es la misma. El papel especial que desempeñan las esferas dirigentes de Francia en 
las campañas antisoviéticas del último período es suficientemente conocido. La hostilidad especial 
que nos manifiesta el Gobierno francés puede ilustrarse con una de las últimas interviús a Briand. 
Después de una información de Le Matin, Briand se vió momentáneamente obligado a rehusar el 
cargo de presidente del Consejo de Ministros para permanecer como ministro de Negocios 
Extranjeros, concentrar toda su atención en la lucha contra el bolchevismo, porque a «Briand le 
tortura la idea de que el bolchevismo pueda utilizar la seria crisis económica actual para establecer 
su dominación en el mundo». (Le Matin, 26 de enero.) Por otra parte, han surgido en Francia 
dificultades para nuestra representación comercial y nuestros organismos económicos. Pienso en los 
procesos antisoviéticos, bien conocidos, incoados a base de quejas de toda clase de personas 
misteriosas que vienen a París desde los países más diferentes, y cuyas demandas en contra de 
nuestros organismos económicos son siempre acogidas por los tribunales franceses. Estos últimos 
no se han avergonzado incluso de utilizar falsos servidores para perjudicar a la Unión Soviética.
* * *
Después de todo lo dicho, resulta inútil extenderme largamente en torno a nuestras relaciones con 
Francia. Es necesario decir que, por desgracia, las relaciones francosoviéticas constituyen por ahora 
un obstáculo para la paz del mundo. No sin motivo el Gobierno francés rehusa siempre la firma de 
un Tratado de no agresión propuesto por nosotros, como si la supresión de una amenaza de guerra 
no interesara al Gobierno francés. Por nuestra parte, nos mostraríamos dispuestos a continuar 
nuestros esfuerzos por el mantenimiento de las buenas relaciones con Francia, si ella no se mostrara 
menos dispuesta.
Las relaciones entre la Unión Soviética y Polonia dejan mucho que desear también. Aunque Polonia 
aceptó nuestra proposición para firmar el célebre protocolo de Moscú, los ensayos hechos en 
diferentes ocasiones por el Gobierno soviético para fortalecer las mutuas relaciones no han hallado 
el eco necesario de parte de los poloneses. Es más, como vecinos ínmediatos de Polonia, no nemos 
podido constatar que dicho país, en las tres últimas sesiones de la Comisión preparatoria del 
desarme, haya participado activamente y con la continuidad que requieren tales proposiciones, ya 
sean de la Unión Soviética o de otras naciones, acerca de la reducción efectiva de los armamentos.
En nuestras relaciones con los Estados bálticos—Letonia, Estonia y Finlandia—, pocos cambios 
hemos de registrar últimamente. Por desgracia, no podemos ocultar que las influencias 
antisoviéticas de las grandes potencias extranjeras continúan presionando la política de estos 
Estados.
Nuestras relaciones con Letonia, así como con la ciudad libre de Dantzig, siguen su curso 
completamente normal, e incluso