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y Dioses, héroes y atletas Dioses, héroes y atletas MUSEO ARQUEOLÓGICO REGIONAL Alcalá de Henares Marzo - Julio 2015 Editoras científicas: Carmen Sánchez e Inmaculada Escobar Organizan: Museo Arqueológico Regional (Comunidad de Madrid) Museo Arqueológico Nacional, Atenas (Ministerio de Cultura, Educación y Asuntos Religiosos de la República Helena) Con la colaboración de: Centro de Arte Dos de Mayo, Comunidad de Madrid Museo Arqueológico Nacional, Madrid Museo de Jaén Museo Nacional de Escultura, Valladolid Museo Nacional del Prado, Madrid Museo de Tripolis Museo Histórico Municipal de Écija Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid Universidad Complutense de Madrid Con la colaboración de: COMUNIDAD DE MADRID PRESIDENTE Ignacio González González Consejería de Empleo, Turismo y Cultura CONSEJERA DE EMPLEO, TURISMO Y CULTURA Ana Isabel Mariño Ortega VICECONSEJERA DE TURISMO Y CULTURA Carmen González Fernández SECRETARIO GENERAL TÉCNICO Alfonso Moreno Gómez DIRECTOR GENERAL DE PATRIMONIO HISTÓRICO Fernando Gonzalo Carrión Morales DIRECTORA GENERAL DE BELLAS ARTES, DEL LIBRO Y DE ARCHIVOS Isabel Rosell Volart MUSEO ARQUEOLÓGICO REGIONAL DE LA COMUNIDAD DE MADRID DIRECTOR Enrique Baquedano JEFA DEL ÁREA DE CONSERVACIÓN E INVESTIGACIÓN Isabel Baquedano Beltrán JEFA DEL ÁREA DE EXPOSICIONES Inmaculada Escobar JEFE DEL ÁREA DE DIFUSIÓN Y COMUNICACIÓN Luis Palop REPÚBLICA HELENA. MINISTERIO DE CULTURA, EDUCACIÓN Y ASUNTOS RELIGIOSOS, MINISTRO Aristides Baltas MINISTRO ADJUNTO Nikos Xydakis DIRECTORA GENERAL DE ANTIGÜEDADES Y PATRIMONIO CULTURAL Elena Korka MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL, ATENAS DIRECTORA María Lagogianni-Georgakarakos JEFE DE LAS COLECCIONES DE VASOS, ARTES DECORATIVAS Y METALES Giorgos Kavvadias JEFA DE LA COLECCIÓN DE ESCULTURA Despina Ignatiadou JEFA DE LAS COLECCIONES DE ANTIGÜEDADES PREHISTÓRICAS, EGIPCIAS, CHIPRIOTAS Y ORIENTALES Alexandra Christopoulou JEFA DEL DEPARTAMENTO DE CONSERVACIÓN Georgianna Moraitou JEFA DEL ÁREA ADMINISTRATIVA, ECONÓMICA Y DE APOYO TÉCNICO Bessy Drougka EXPOSICIÓN COMISARIAS Carmen Sánchez Fernández Inmaculada Escobar COORDINACIÓN Museo Arqueológico Regional Comunidad de Madrid Inmaculada Escobar, coordinación general Sandra Azcárraga Ángel Carlos Pérez Aguayo Museo Arqueológico Nacional Atenas María Lagogianni-Georgakarakos Bessy Drougka Despina Kalessopoulou Giorgos Kavvadias Nomiki Palaiokrassa María Salta Eleni Tourna Eleni Zosi DISEÑO GRÁFICO, MUSEOGRÁFICO Y DIRECCIÓN DE MONTAJE Jesús Moreno y asociados ILUSTRACIONES Albert Álvarez Marsal. Fuentes: Carmen Sánchez Fernández, Inmaculada Escobar y Ángel Carlos Pérez Aguayo AUDIOVISUAL Realización: Súbito Red Grafismo: María Noel Silvera Animación: Juan Vázquez Guión y fuentes: Carmen Sánchez Fernández, Inmaculada Escobar y Ángel Carlos Pérez Aguayo RÉPLICAS Taller de Vaciados de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando: Antonio Martín y Ángel Luis Rodríguez, bajo la supervisión de José María Luzón Nogué (Gladiador Borghese) RESTAURACIÓN Museo Arqueológico Regional Comunidad de Madrid Javier Casado Museo Arqueológico Nacional Atenas Conservadores / restauradores: Kostas Alexiou Panagiotis Athanasopoulos Daphne Bika David Delios Pandelis Feleris Katerina Ioannidou Eirini Kapiri Ourania Kapsokoli Georgia Karamargiou María Kontaki Tina Koutouvali Gerassimos Makris Yannis Panagakos Sofía Spyridaki Katerina Xylina Escultores: Thanasis Kalantzis Nikos Kyritsis CATÁLOGO EDICIÓN CIENTÍFICA Carmen Sánchez Fernández Inmaculada Escobar COORDINACIÓN Luis Palop, coordinación general Sandra Azcárraga Inmaculada Escobar María Lagogianni-Georgakarakos Despina Kalessopoulou Giorgos Kavvadias María Salta Eleni Zosi DISEÑO DE LA COLECCIÓN Agustín de la Casa DISEÑO, MAQUETACIÓN Y PREIMPRESIÓN Juan Díaz Goy TRADUCCIONES Sandra Azcárraga Panagiota-Yuli Bizou Jaime Blasco Inmaculada Escobar David Fernández Vitores Alexia-Iris Grigoropoulou Carmen Sánchez Aitor Vigiola © De los textos: sus autores © De las fotografías: sus autores © De los dibujos y gráficos: sus autores AGRADECIMIENTOS Un agradecimiento muy especial al Excmo. Sr. D. Franciscos Verros, Embajador de Grecia en España, a D. Nikos Papadopoulos, Consejero de Prensa y Comunicación de la Embajada de Grecia, y al Prof. Michalis Tiverios, por su apoyo a la exposición. Centro de Arte Dos de Mayo. Comunidad de Madrid: Ferrán Barenblit, Director; Asunción Lizarazu, Teresa Cavestany Ministerio de Cultura, Educación y Asuntos Religiosos, Atenas: Giorgos Spyropoulos Museo Arqueológico de Tripolis Museo Arqueológico Nacional, Atenas: Giorgos Kakavas, ex-Director; María Chidiroglou, Despina Kalessopoulou, Nomiki Palaiokrassa, María Salta, Eleni Tourna, Eleni Zosi Museo Arqueológico Nacional, Madrid: Andrés Carretero, Director; Paloma Cabrera, Mª Ángeles Castellano, Margarita Moreno, Carmen de Miguel, Begoña Muro Museo de Jaén: Francisca Hornos, Directora; Mª Luisa Paulano Museo Nacional de Escultura, Valladolid: María Bolaños, Directora; Manuel Arias Martínez, Subdirector; Alberto Campano; Rosario Fernández, Carolina Garvía Museo Nacional del Prado: Miguel Zugaza, Director; Stephan Schröder, Isabel Bennassar, Gracia Sánchez, Carmen Huerta Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid: Fernando de Terán Troyano, Director; José María Luzón Nogué, Delegado del Museo; Laura Fernández Bastos, Ascensión Ciruelos Universidad Complutense de Madrid: José Carrillo Menéndez, Rector; Elena Blanch, Decana Facultad de Bellas Artes; Javier Pérez Iglesias, Íñigo Larrauri, Mª Teresa León-Sotelo, Amelia Valverde IMPRESIÓN Y ENCUADERNACIÓN BOCM ISBN: 978-84-451-3511-2 DEPÓSITO LEGAL: M-6514-2015 ÍNDICE 14 La muerte bella Luis Alberto de Cuenca 17 Discurso expositivo Carmen Sánchez e Inmaculada Escobar 29 La encarnación de una colaboración cultural María Lagogianni-Georgakarakos y Despina Kalessopoulou 35 El origen del desnudo Domingo Plácido 45 La aparición del concepto de cuerpo en época post-homérica Emilio Crespo 53 El cuerpo dedicado: desnudos ideales en el santuario y la tumba Adolfo J. Domínguez Monedero 71 Un mundo de objetos: la arqueología de la belleza Diana Rodríguez Pérez 87 La invención del cuerpo escultural. El desnudo en la Grecia clásica Carmen Sánchez 103 Cuerpos de dioses, héroes y atletas hasta el período helenístico Michalis Tiverios 121 El adorno del cuerpo Eurydice Kefalidou 137 El ideal heroico. La muerte bella María Salta 155 La figura humana en la cerámica geométrica ática Eleni Zosi 165 El cuerpo hermafrodita Paloma Cabrera Bonet 177 La imparable ascensión de la caricatura griega Marta Carrasco Ferrer y Miguel Ángel Elvira Barba 187 Entre la risa y el rechazo: la fealdad en la antigua Grecia Margarita Moreno Conde 201 Roma y sus tabúes: desnudarse a la griega o “vestirse de desnudo” Manuel Bendala Galán 213 De dioses alfareros y de hombres creadores Antonio Alvar Ezquerra 225 Roma y el mundo privado de las imágenes Fabiola Salcedo Garcés 237 El cuerpo clásico y la tradición cristiana Pedro Bádenas de la Peña 251 Estudio y reflejo de la Antigüedad en el arte a través de los vaciados de yeso Almudena Negrete 265 De la forma ideal al cuerpo sexuado. El modelo del natural en la Academia Carlos Reyero 277 El cuerpo del deseo Inmaculada Escobar 295 El inconsciente clásico (en la cultura y el arte contemporáneo) Juan Luis Moraza 319 La reencarnación de la Antigüedad. El cuerpo y la invención del arte occidental Michael Squire 347 FICHAS CATALOGRÁFICAS Pedro Bádenas de la Peña CCHS-CSIC El cu er po cl ás ico y la tr ad ici ón cr ist ia na En la pág. anterior: Detalle del Sarcófago de Junio Baso: sacrificio de Isaac, segunda mitad del s. IV. Museo Vaticano, Roma. 239 No puede hablarse propiamente de plástica griega en lo relati- vo al tratamiento del cuerpo en escultura, pintura omosaicos durante la transición del paganismo al cristianismo. En reali- dad, el tratamiento de la figura humana en escultura en época bajo-imperial corresponde al final de la vigencia de los cánones y tipología iconográfica del mundo grecorromano conforme a la tradición de la plástica grecolatina, así como a las concep- ciones filosóficas propias del final del paganismo. Por tanto, desde la aparición, en el Bajo Imperio, de las primeras mani- festaciones de iconografía cristiana en el siglo III, por ejemplo, en los frescos de Dura-Europos, en la decoración pictórica de las catacumbas, en los relieves de los sarcófagos, etc., todavía se refleja un tratamiento del cuerpo que no es formalmente muy distinto del arte de ese momento y donde el cambio sustancial se manifiesta en la aparición de una nueva simbología acorde con los conceptos primordiales del cristianismo (fig. 1). El ambiente social del arte paleocristiano hay que enten- derlo referido exclusivamente a la comunidad de creyentes. En principio, los reducidos grupos de fieles se encontraban en las grandes ciudades del Imperio, de manera especial en Oriente y Egipto, sobre todo en los ambientes pobres. Predominaba el elemento judío, fuertemente helenizado; pero en cada provincia del Imperio también el cristianismo empezó a tener sus fieles autóctonos. En Roma, estas comunidades encontraron protec- tores entre círculos de ciudadanos ricos y poderosos. En Oriente, exactamente igual (Teja 1990). El arte cristiano de la Antigüe- dad no siempre obedecíó a un mismo programa. La carencia de monumentos conservados –sólo se ha preservado parcialmente una ínfima parte– no permite determinar las características de los programas artísticos de la época. Lo que sí es evidente es que con Constantino se produjo una mutación profunda y espec- tacular. Antes del edicto de Milán del año 313, el arte cristiano no debió de cumplir sino un reducido número de funciones. En Roma y las ciudades mediterráneas la gran arquitectura, la es- cultura, artes musivas, decorativas, etc. continuaban con los pa- trones técnicos y estéticos clasicistas, mientras que los lugares de reunión de los cristianos, por lo general en recintos privados, las catacumbas (del período de las persecuciones) y las tumbas cristianas se decoraban con imágenes pintadas al fresco, rara vez mosaicos, sarcófagos esculpidos y algunos relieves en laudas sepulcrales. De los raros vestigios conservados de época precons- tantinana, ni siquiera se puede hablar de una arquitectura cris- tiana. Incluso el único ejemplo de las imágenes del baptisterio de Dura Europos (fig. 2), una remota y pequeña localidad siria a orillas del Éufrates, en poco se distingue del contenido de los ciclos funerarios cristianos diseminados por toda Roma, pero no se trata de un programa, sino más bien de una adaptación de temas funerarios a las necesidades simbólicas propias para los ritos bautismales y alusivas a los principios de la fe cristiana. El ejemplo de Dura es importante porque es el único ejemplo conservado de época constantiniana. De no menor importancia es el hecho significativo de que la iconografía cristiana de Dura 240 Pedro Bádenas de la Peña sea algo posterior a la extraordinaria decoración pictórica de la sinagoga (ca. 245) y que es un ejemplo de la convivencia de judíos y cristianos gracias a la tolerancia religiosa de los emperadores severianos y sus inmediatos seguidores. Este ambiente predo- minó en todas las regiones del Imperio, por ejemplo, en Galilea los emperadores estimularon la construcción de sinagogas mo- numentales decoradas básicamente con una iconografía simbó- lica. En esta primitiva etapa del cristianismo la representación figurativa se atenía a la mera función funeraria o litúrgica, pero no parece aún que hubiera una intención de proclamar sistemá- ticamente la doctrina cristiana. Los textos patrísticos y la teolo- gía de esa época no muestran interés alguno ni por el arte ni por la iconografía, de manera que la práctica de imágenes funerarias cristianas debió establecerse de facto, mediante la imitación de usos análogos paganos, y favorecida por la contigüidad con los usos judaicos sin que la literatura doctrinal cristiana admitiera o recomendara expresamente dicha decoración. A fin de cuentas la extensión del sincretismo religioso con la proliferación en el Bajo Imperio de los más diversos cultos de origen oriental abonó el terreno a la nueva religión de los cristianos. Pueden apreciarse dos tendencias en las que la Iglesia pudo haber intervenido: por un lado, la cuidadosa selección de los te- mas, que presupone un conocimiento profundo de la doctrina; y, por otro, la estrecha relación de los ciclos de las representa- ciones cristianas en Italia, Galia, África, Egipto y Siria. Todo esto indica la comunicación entre unas comunidades y otras que se transmitieron modelos iconográficos o descripciones de imá- genes, exactamente de la misma manera que, en paralelo, se ha- cía oralmente o por escrito para transmitir todas las directrices para mantener la unidad y ortodoxia de la fe y de la Iglesia. Los edictos constantinianos abrieron al arte cristiano un campo de acción que nunca había tenido, ante todo en la arquitectura pues afectó a su carácter y finalidades, pues aun siendo la misma cambió de signo: las basílicas y otros edifi- cios para reuniones públicas serían el modelo de las iglesias; los mausoleos de las ciudades romanas serían los prototipos de los dedicados a cristianos prominentes y, pronto, destina- dos al culto conmemorativo; los baptisterios se inspiraron en las antiguas fuentes monumentales públicas y piscinas de los baños romanos. Menos espectaculares, quizá, fueron las con- secuencias en la iconografía cristiana y, aunque muy pocos monumentos nos han llegado, sin duda es posible que ya las basílicas constantinianas tuvieran decoración pictórica con imágenes de un género relativamente nuevo, como podemos deducir por los mausoleos de Santa Costanza en Roma y el de Centcelles (Tarragona) (fig. 4). La fundación en 330 de Constantinopla, como Nueva Roma, vino a reforzar la creciente penetración de la influencia oriental en la escultura romana –observable ya desde el siglo II d.C.– que determinaría la progresiva eliminación, con algunos períodos de recuperación, del canon griego, y que condujo a la formación de un estilo sintético y de abstracción que sería el puente para el establecimiento del arte bizantino. Fig. 1. El Buen Pastor, catacumbas de San Calixto. S. III, Roma. Fig. 2. Dura Europos, detalle del fresco del baptisterio: curación del paralítico. S. III. 241 el cuerpo clásico y la traDición cristiana El sincretismo había sido siempre característico del arte romano, pero en la época tardo imperial cobraría un papel de crucial importancia. Tras la cristianización del Imperio, mu- chas de las pautas del arte pagano siguieron siendo adoptadas por los emperadores cristianos, aunque adaptadas a los nuevos temas. Cuando Constantinopla se convirtió en la nueva capital, se llenó de alusiones arquitectónicas y artísticas a la “antigua Roma” mediante la translatio de un sinfín de esculturas desde Roma y de las principales ciudades del Imperio, en un deseo ma- nifiesto de mantener la continuidad de las tradiciones antiguas, aunque fueran “renovadas”, mediante cambios de función e inscripciones adecuadas, para satisfacer las necesidades de la expresión monumental del nuevo poder en un nuevo contexto político e ideológico. En realidad no se trató de una permanen- cia del clasicismo, sino que lo que se produjo fue una continui- dad “selectiva”. Este proceso fue consciente y voluntario, como la literatura de la época lo confirma (Cameron-Herrin, 1984). Al- gunos prototipos oficiales se mantuvieron, como la iconografía monárquica, que se reaprovechó para representar la majestad de Cristo omnipotente (pantokrátor) y todas las imágenes que ce- lebran la gloria y la victoria de Cristo ode sus santos, las ceremo- nias de coronación, del soberano que se dirige a sus discípulos, etc. Esta iconografía triunfal cristiana traduce un fuerte influjo del anterior arte imperial, pero, a la vez esa nueva iconografía surge en un momento en que los emperadores eran unos recién convertidos y el arte que los celebraba era el nuevo lenguaje del poder. Los iconógrafos cristianos adaptaron pues las fórmulas de aquella iconografía a los príncipes cristianizados, mientras que un gran repertorio de otros modelos, simplemente fue con- denado al olvido. El enmascaramiento de los rápidos cambios sociales y políticos que tuvieron lugar en las elegidas formas procedentes de la herencia clásica proporcionaron una cohesión cultural importante en un momento en que los elementos del Imperio tendían a la diversidad, y cuando la fragmentación del Estado se estaba convirtiendo en una amenaza real. Hasta el Edicto de Milán las élites siguieron recibiendo una educación clásica: la paideia griega, basada en los autores clásicos, que aún se mantendría cierto tiempo (fig. 3). Pero las ciudades y villas aristocráticas mantenían todavía la ornamen- tación con imágenes paganas, un ejemplo muy claro al respecto son los monumentales mosaicos de la villa tardo-romana del Casale en Piazza Armerina y que responden a la prosperidad que Sicilia encontró como punto esencial en las rutas comer- ciales, sobre todo para el tráfico de la annona, entre el África pro- consular y ambas capitales: Roma y la nueva Constantinopla. La ruptura con esta tradición no fue inmediata ni completa. Ni siquiera con Teodosio I, con el edicto de Tesalónica del año 380, que convirtió al cristianismo en religión oficial del Imperio quedando abolidos los cultos paganos, se produjo la destrucción Fig. 3. Sarcófago de Junio Baso, detalle: sacrificio de Isaac. Segunda mitad del s. IV. Museo Vaticano, Roma. Fig. 4. Mosaicos con escenas de caza, parte de la bóveda del mausoleo de Centcelles. S. IV. 242 Pedro Bádenas de la Peña inmediata de las imágenes religiosas y decorativas. Prudencio, por ejemplo, a finales del siglo IV, recomendaba que las estatuas paganas se siguieran manteniendo por constituir ejemplo de la capacidad de los grandes artistas y como “espléndido ornato de nuestras ciudades”. De manera similar se manifestaron san Je- rónimo y Agustín de Hipona 1. Incluso en el siglo VI, cuando ya los monumentos antiguos habían comenzado a ser saqueados, un autor como Casiodoro relata los esfuerzos para conservar las estatuas paganas como testimonio de la grandeza imperial para la posteridad. Uno de los mayores defensores de aprovechar lo bueno y útil de la cultura pagana en sus distintas manifestacio- nes ya lo había sido Orígenes en la transición del siglo IV al V. El conflicto entre paganismo y cristianismo se materia- lizó visualmente en la progresiva desacralización y, en la ma- yoría de los casos, destrucción material de las manifestaciones de la antigua religión, es decir de los santuarios y de las escul- turas paganas asociadas a aquellos y con temas mitológicos. La desacralización y la eventual reutilización, implicando o no destrucción, no afectó sólo a los templos, que muchos se trans- formaron para cristianizarlos, sino sobre todo al espacio urba- no pues el cristianismo, a partir del s. IV, marcó el paso de la ciudad antigua a la ciudad cristiana premedieval. Así, los tea- tros, odeones, basílicas civiles, palestras, termas, etc. perdieron rápidamente su función y fueron reutilizados para construir en ellos, o con sus materiales, iglesias paleocristianas. En el estudio sobre el paso del paganismo tardío al cristia- nismo hay básicamente dos escuelas: una, que podría conside- rarse de transición suave (Brown, 1978) y otra centrada en la con- flictividad y confrontación violenta entre vieja y nueva religión (Momigliano, 1964). Según la escuela transicional, partiendo del concepto de continuidad, toda iglesia cristiana primitiva escon- dería un templo pagano. En muchas ocasiones este principio se ha aplicado sistemáticamente. Así, por ejemplo, cualquier igle- sia dedicada a uno de los santos Anárgiros –los que no aceptaban pago por sus buenas obras– como Cosme, Damián, Pantaleón de Nicomedia, Paulino de Nola, etc. se levantaba sobre un antiguo templo consagrado a Asclepio; o las incontables capillas dedica- das a san Elías por toda Grecia, sucedieron a templos de Helios. Sin embargo, el que una construcción cristiana se hiciera a ex- pensas de un lugar de culto pagano, algo frecuentemente ates- 1 Prudencio, Contra Symmachum I.502-505 a propósito de la polémica por la retirada de la estatua de la Victoria en el Senado de Roma. Cf. San Jeró- nimo, Episulae 22; Agustín, Doctrina christiana 2.40.61. tiguado arqueológicamente, no significa necesariamente que deba interpretarse como testimonio de un relevo “suave” de una religión a otra. Al contrario, cabe pensar en lo que hay de mito o de tradición popular sobre un vestigio arqueológico cristianiza- do. Desde época paleocristiana y protobizantina fue normal la reconstrucción a posteriori de leyendas que evocaran la elevación de tal o cual basílica o iglesia sobre el emplazamiento de un altar o un templo pagano (Dagron, 1984: 4). Por ejemplo, Teodoreto de Ciro decía de los santuarios paganos que “han quedado tan destruidos de raíz que nadie puede hacerse idea de cómo eran y hoy la gente ignora ya la forma de sus altares y de sus ídolos, y sus materiales han sido consagrados en los santuarios de los mártires”; 2 en Constantinopla, según Nicéforo Calixto, un his- toriador del siglo XIV, la basílica de los Doce Apóstoles, donde fue enterrado Constantino y que serviría de panteón para los empe- radores bizantinos, habría sido erigida sobre el emplazamiento del altar de los Doce Dioses. 3 Los numerosísimos testimonios de esta naturaleza indican con claridad que ya desde el siglo V exis- tió una fuerte corriente de leyendas que, con argumentos teoló- gicos apocalípticos y apologéticos, fueron tejiéndose para con- solidar en las mentalidades la creencia en que la nueva religión triunfante se asentaba de manera natural sobre los referentes materiales de la antigua. Este tipo de textos satisfacía a los cris- tianos y también a los todavía paganos que podían así creer que el nuevo dios era en realidad una reformulación del antiguo. Tal conjunto de relatos vendría a constituir una suerte de mitología del final del paganismo, sustentada en historias imaginarias so- bre hechos que realmente debieron de suceder, como se aprecia por las numerosas citas conservadas de oráculos y de autores an- tiguos que han podido verificarse, por ejemplo, en la Teosofía de Tubinga (Erbse, 1995: 1-56 y Mango, 1995: 201-203). 4 Las primeras reacciones de los cristianos frente a los tem- plos paganos fue de profundo recelo. En uno de los pasajes cristianos en los Oracula Sibyllina se menciona la prohibición 2 Teodoreto de Ciro, Thérapeutique des maladies helléniques VIII, 68 (ed. y trad. de P. Canivet, Cerf, París 1958). 3 Nicéforo Calixto, Historia eclesiástica, en Migne, PG 145.55, col. 220. 4 La conocida como Teosofía de Tubinga, texto anónimo de finales del s. V, principios del VI resume una serie de pasajes procedentes de una obra mayor, en once libros, titulada Teosofía, debida probablemente a un autor alejandrino, donde, junto a un tratado en siete libros sobre la fe cristiana, añadía otros cuatro con oráculos de los dioses y apotegmas de sabios grie- gos y egipcios que concordaban con las Escrituras y que, por tanto, venían a anunciar el inexorable triunfo del cristianismo. 243 el cuerpo clásico y la traDición cristiana absoluta de que los cristianos se acerquen siquiera a los templos paganos. 5 Gregorio de Nazianzo cuenta que su madre “jamás estrechó la mano de un pagano” ni “mirado una casa infecta”, refiriéndose a un lugar de culto pagano. 6 Los Padres de la Iglesia recomendaban, si no destruir las estatuas (es decir,los ídolos) y los santuarios, por lo menos no detenerse siquiera para mirarlos (Thornton, 1987). La destrucción de templos y estatuas, también las matanzas de paganos, vendría después. En una tercera etapa fue cuando se pensó en la reutilización de santuarios para eri- gir iglesias o baptisterios cristianos, porque a partir del siglo VI los monumentos paganos, por lo general ya no representaban la menor amenaza para la nueva religión. Esta triple actitud de desprecio, destrucción y reutilización no respondió sin embar- go a un plan preconcebido de la jerarquía eclesiástica. Gregorio Magno nos suministra el único texto donde se entrevé una cierta estrategia al respecto: la reutilización de los santuarios paganos, pero la eliminación de las estatuas paganas. Dice San Gregorio: “ (…) no es necesario destruir los templos que albergan los ídolos, sino los ídolos mismos que hay dentro; se asperjarán los tem- plos con agua bendita, luego se levantarán altares donde deposi- tar las reliquias. Porque si estos templos están bien construidos, es indispensable que del culto a los demonios pasen al servicio del verdadero Dios. Así, al ver que sus templos no han sido des- truidos, los habitantes podrán renunciar a sus errores en el fon- do de su corazón y, al conocer al verdadero Dios, se sentirán más inclinados a volver a los lugares que antes frecuentaban” 7 Desde un punto de vista práctico los emperadores cristianos auspician la prohibición de los cultos paganos en los antiguos santuarios, pero no propugnan en absoluto su destrucción sino que se de- creta incluso su empleo ad usum publicum. 8 Sin embargo, este importante testimonio corresponde a un momento ya tardío, de finales del siglo VI, lo que significa que la reutilización de lugares de culto pagano se haría más sistemá- tica a partir de mediados del V, cuando ya la resistencia de los paganos era mínima e incluso inexistente en algunas regiones. 5 Oracula Sybillina, 8. 487 (ed. de J. Geffcken, Leipzig 1902). 6 Gregorio de Nazianzo, Or. XIII.9, en PG 35.996-997. 7 La cita se encuentra en Beda el Venerable, Histoire ecclésiastique du peuple anglais, Ph. Delaveau, París 1995, II, cap. 32 y procede de una carta de Gregorio Magno, Epist. XI. 56. A propósito de la evangelización de Bretaña a finales del siglo VI. 8 Por ejemplo, en 370 se ordenó secularizar el Panteón de Roma, pero no destruirlo, cf. Cod. Theod. XIV.3.10; la destrucción se prohibe explícitamente en Cod. Theod. XVI.10.18; para la reutilización ad usum publicum cf. ibidem XVI.10.19. En todo caso las fechas de cristianización de un templo antiguo son, por lo general, muy inciertas y dependiendo además de si la cristianización revistió un marcado carácter violento o, por ejemplo, en Oriente, especialmente en Egipto, fue mucho más violenta que en Occidente, donde tampoco fue menos efectiva. Grecia continental representa un caso aparte pues las conver- siones violentas e ideológicas fueron casi inexistentes; el paso de una religión a otra se produjo sin gran resistencia con lo que las transformaciones arquitectónicas cristianas sobre los edificios paganos, en pocos casos supuso su radical desaparición, Sólo la iconografía resulta en gran medida arrasada (Foschia, 2000). La cristianización de un templo pagano implicaba una destrucción de las estatuas y relieves, aunque no siempre fue así, pues también existió una eliminación selectiva. En todo caso la desaparición de la escultura, tal y como se había concebido hasta el triunfo del cristianismo, fue un proceso discontinuo, con diferente intensidad según las regiones del Imperio y que tuvo lugar entre los siglos IV y VI. Aunque los distintos decretos imperiales determinan la prohibición del culto y de los misterios y oráculos, la clausura de las escuelas filosóficas y la prohibición de los juegos, desde Constantino y, sobre todo desde Teodosio I, se ignora quién decidía en último término la transformación de un antiguo templo en iglesia, si bien hay que suponer que los obispos estuvieran detrás de la decisión. Un caso paradigmático de la relación entre el dog- matismo cristiano y la progresiva mutilación y destrucción de las esculturas paganas cuando un templo era reconver- tido al culto cristiano, con lo que implicaba de negación de los conceptos sobre el cuerpo, es el de la cristianización del Partenón de Atenas. El Partenón había sufrido ya graves da- ños ca. 267 por un incendio durante la invasión de los héru- los y desconocemos cuándo se cristianizó exactamente; sólo hay un testimonio indirecto de que a mediados del siglo VI los arquitectos Apolós y Eulogio habían intervenido en su reparación (Mommsen, 1868: 35). 9 Antes Teodosio I ya había hecho trasladar la fidíaca Atenea Partenos a Constantinopla, de donde desapareció en la IV Cruzada (1204); a su vez, la Ate- nea Prómacos y el Zeus crisoelefantino de Fidias en Olimpia fueron destruidos en 429. 10 El cambio de culto del Partenón, 9 La información procede de un manuscrito anónimo del s. XV, con una descripción de Atenas, de la Biblioteca imperial de Viena, editado por L. Ross en Jahrbücher der Literatur, 90 (1840). Véase también Fernández, G. (2003). 10 Cf. Marino de Neápolis, Vita Procli, 29. 244 Pedro Bádenas de la Peña que funcionaría ya como catedral de Atenas a fines del siglo VI, 11 supuso profundas transformaciones, primero por el cambio de orientación pues, como iglesia, la entrada al edifi- cio se habilitó en el antiguo opistodomos y donde antes estuvo la cella se construyó un ábside de mampostería contra las co- lumnas del pronaos que condenó el antiguo acceso principal. Lo más sorprendente es que se dejaron intactas gran parte de las esculturas externas. Las metopas de las fachadas oriental, occidental y septentrional (Brommer 1967) fueron desfigu- radas a martillazos, excepto una en el ángulo noroccidental que quedó casi intacta por asociar su motivo iconográfico a una “prefiguración” de la Anunciación (fig. 5) (Ward-Perkins, 1999: 235), y también se salvaron las metopas dedicadas a la Centauromaquia, en la fachada meridional, por representar la lucha de la humanidad contra las fuerzas irracionales, motivo perfectamente asimilable por los cristianos. El frontón orien- tal, en su parte central fue deliberadamente destruido pues el grupo de Atenea recién salida de la cabeza de su padre Zeus con el concurso de Hefesto, era “teológicamente” rechazable para una mentalidad cristiana; el resto del frontón y todas las figuras del frontal occidental se salvaron y su deterioro fue muy posterior y paulatino por diversas causas sin relación al- guna con la cristianización del edificio. 11 Con anterioridad, un grafito del Partenón, datado en el año 591 testi- monia el nombre de Estrategio, un diácono del templo (Orlandos-Vranusis, 1973, no 141); sin fecha, pero algo anteriores atendiendo a la grafía pueden ser los grafitos no 1 y 7, ibidem. La escultura y pintura cristianas, entre los siglos VI y VII, hay que considerarlas ya plenamente bizantinas y mar- can definitivamente el estilo y principales rasgos de toda la representación iconográfica en el mundo ortodoxo hasta hoy día. La representación de la figura humana, fijada en este pe- ríodo, refleja un tratamiento técnico y una concepción del cuerpo que poco o nada tienen que ver con lo que había sido la plástica griega, romana y paleocristiana; depende en di- versos aspectos de la estética, técnicas e ideas bajo-imperia- les: fuerte influjo oriental, uniformidad, rigidez, amanera- miento y ausencia de naturalidad en las figuras junto con la gravedad propias del uso de la plástica con una finalidad exclusivamente religiosa (Weitzmann, 1978). El bulto exento prácticamente desaparece, de hecho los últimos ejemplos de grandes estatuas exentas son constantinianos y algunos un poco posteriores, como el coloso de Barletta (fig. 6), que re- presenta la figura thoracata de un emperador, no claramen- Fig. 6. Coloso de Barletta. Ss. V-VI.Fig. 5. Metopa N-32 del Partenón, llamada de “la Anunciación”. Representa a una diosa sedente, se- guramente Hera, y de pie otra figura femenina, quizá Hebe o Atenea. S V a.C. Foto: Carmen Sánchez. 245 el cuerpo clásico y la traDición cristiana te identificado, del siglo V o primera mitad del VI. 12 En este período, digamos protobizantino, el cuerpo humano se re- presenta, de manera predominante, en relieves y mosaicos y obedeciendo a una estricta frontalidad de las figuras, encua- dradas ornamentalmente mediante motivos geométricos y follajes estilizados que, desprovistos de naturalidad, realzan aún más la inexpresividad de los rostros y la solemne grave- 12 Se ha identificado con Teodosio II, Honorio, Valentiniano I, Marcia- no, León I el Tracio e incluso con Justiniano I (Weitzmann, 1978, no 23). dad de los cuerpos, nunca desnudos salvo cuando el canon iconográfico cristiano lo requiere, como, por ejemplo, en la representación del bautismo de Cristo o de Cristo crucifica- do (figs. 13 y 14). Con idénticas características encontramos la figura humana en esmaltes, relieves en marfil, plata y bron- ce, así como en el abundante uso de de camafeos y entalles en piedras finas, continuando la tradición romana en estos soportes de lujo. La representación pictórica del cuerpo también se de- sarrolla y fija a partir del siglo VI con características forma- les análogas a las de la escultura y la glíptica y se extiende rápidamente por toda la cristiandad oriental. La pintura bi- zantina cobra desde entonces una importancia mayor que la de la escultura pues técnicamente permite expresar mejor la “teología” que la determina: materialización, mediante for- ma y color, de la revelación divina, hasta el punto de que la imagen plasmada al temple sobre tabla, es decir el “icono” (eikón en griego) con la figura de Cristo o de la Virgen son, considerados “hechos por mano no humana” (akheiropoíetos, en griego), de manera que el icono será la principal manifes- tación de espiritualidad y objeto de devoción, indisociable de la religiosidad cristiana ortodoxa desde el siglo VI hasta la actualidad. La tipología de los primeros iconos responde a las características de los retratos funerarios romanos a la encáustica o al temple sobre tabla, conocidos como “retra- tos del Fayum”, de los siglos II y III, procedentes de esta ne- crópolis egipcia (Parlasca-Frenz 2003). De hecho, los iconos cristianos más antiguos, coptos una mayoría de ellos, se en- cuentran en el monasterio justinianeo de Santa Catalina del Sinaí (fig. 7). La formalización de la figura humana y de la decoración en la pintura bizantina incluye, por supuesto, al mosaico y, con posterioridad, a la gran pintura mural para paliar el alto costo de la decoración musiva. Las notas características que adoptan las figuras son cuerpos estilizados, de pie y con leve movimiento de los brazos o portando algún objeto; los ro- pajes ofrecen pliegues rectilíneos y paralelos acordes con la verticalidad del cuerpo; mantos o capas suelen adoptar cierto movimiento y quedan recogidos sobre el brazo izquierdo de la figura. El continente de las personas se muestra con aire solemne, reposado, y las miradas, frontales o a la derecha del espectador, ofrecen una mirada estática de ojos grandes; las manos afiladas y sin mostrar movimiento alguno, a no ser el de la disposición de unos dedos largos en actitud de bendecir; Fig. 7. San Pedro, icono a la encáustica. S. VI. Monasterio de Santa Catalina, Sinaí. 246 Pedro Bádenas de la Peña los pies, pequeños, estrechos y puntiagudos suelen aparecer calzados (figs. 8 y 9). Plástica y temáticamente la representación del cuerpo en la iconografía protobizantina depura muchos aspectos que, heredados especialmente del mundo romano y greco-oriental, aún se hallan presentes en el arte paleocristiano. Un factor so- ciológico, fundamental para comprender la progresiva manera cristiana de concebir el cuerpo, radica en la transformación de la percepción de la sexualidad. A mediados del siglo V la Iglesia cristiana ya había logrado instituir en todo el mundo romano la castidad como bien supremo y actitud personal distintiva respecto de las antiguas concepciones paganas en relación con el cuerpo. La práctica desaparición total de la representación del cuerpo desnudo en la iconografía cristiana es la manifestación más evidente del radical cambio de mentalidad –por no decir mutación– sobrevenido al consolidarse el cristianismo. El pro- ceso de reconsideración del cuerpo, sin embargo, venía ya desde el surgimiento de las primeras comunidades cristianas (Brown, 1992). El horror al desnudo parte fundamentalmente de la nue- va percepción de la sexualidad y del cuerpo femeninos, que tra- duce la tensión entre el ideal ascético cristiano de la virginidad y del celibato (con raíces en el mundo romano pagano como, por ejemplo, los colegios de Vestales), por una parte, y de la pro- moción y encomio del matrimonio, por otra, como única salida legítima para la relación sexual y la procreación, indispensables para la perpetuación de la especie. El matrimonio es así un sa- cramento de la Iglesia y la familia, la unidad básica de la socie- dad. La mujer o, mejor dicho, su cuerpo, es considerado sospe- choso de provocar la tentación sexual, juzgada periódicamente por la menstruación, el mayor signo de impureza para el ritual litúrgico (herencia judía), así como la cuarentena posterior al parto, contingencias que apartaban a la mujer incluso de los sacramentos. Así, la santidad femenina pasa precisamente por la negación de su feminidad; un ejemplo: las mujeres que prac- ticaban el ascetismo adelgazaban tanto por el ayuno que sus pechos se encogían y llegaban a perder la menstruación. Toda la literatura ascética de las vitae de los Padres del Desierto (siglo IV) –tanto mujeres como varones– es un relato continuo de la mortificación y negación del cuerpo considerado como fuente del pecado y presa de todas las tentaciones imaginables. 13 Esta mentalidad es la que se proyecta en Bizancio. Por esa razón la concepción del cuerpo humano desde el siglo VI es exclusiva- 13 El ascetismo primitivo, hasta el siglo III, puede considerarse una mo- dalidad de religiosidad totalmente privada y practicada dentro de la ciudad, incluso en el ámbito doméstico, marcada por una estricta castidad, pobreza, oración, ayuno y mortificación del cuerpo. La práctica ascética en lugares re- motos y desiertos se inicia en el siglo IV, llegándose a formar verdaderas colo- nias de ermitaños que al agruparse dieron lugar al monaquismo (Chitty, 1980). Fig. 8. Mosaico con escena de Pantócrator. Finales S. V. Iglesia de Hosios David, Monasterio de Latomu, Salónica. Fig. 9. Transfiguración. Mosaico del ábside de la iglesia del Monasterio de Santa Catalina. S. VI, Sinaí. 247 el cuerpo clásico y la traDición cristiana mente “teológica”, en definitiva, un reflejo de la idea cristiana de la Creación y de la redención cristológica de la Humanidad. La figura antropomorfa en los iconos, desde sus primeras manifestaciones en el siglo VI está concebida de esta manera rigurosamente religiosa quedando reducida a tres categorías: a) retratos del Logos Encarnado, de su Madre y de los Santos; b) representaciones simbólicas de las doce festividades cristianas (dodekaorthon en griego) 14 y episodios cristianos procedentes de las vidas de los santos; c) ilustraciones simbólicas de la doctri- na cristiana y de los conceptos teológicos (figs. 10 y 11). Estas características permanecerán inalteradas hasta la crisis provocada por el iconoclasmo, entre 725 y 843, en que los emperadores bizantinos aplican una rigurosa aniconicidad propugnada por el sector más radical de la Ortodoxia y que acarreó la destrucción sistemática de las imágenes en cual- 14 Anunciación, Natividad, Epifanía, Presentación de Jesús en el Templo, Transfiguración, Entrada de Jesús en Jerusalén, Resurrección de Lázaro, Cruci- fixión, Resurrección,Ascensión, Dormición de la Virgen, Pentecostés. quiera de sus manifestaciones y soportes. Tras la restauración del culto a las imágenes y coincidiendo con el renacimiento cultural impulsado por la dinastía macedónica, se recuperan las pautas esenciales de la plástica bizantina pero con una renovación profunda de la estética que, en la pintura y los mosaicos, introduce mayor expresividad del movimiento y complejidad de composición. Del siglo IX en adelante será en las miniaturas de los manuscritos y en los mosaicos y pintu- ras monumentales donde el tratamiento de la figura humana encuentre su mayor esplendor, más allá, incluso de las fron- teras del Imperio. 15 Bibliografía BROMMER, F. (1967): Die Metopen des Parthenons. Katalog und Untersuchun. Maguncia. BROWN, P. (1978): The Making of Late Antiquity. Harvard U.P., Cambridge, Mass. – Londres _ (1992): Il corpo e la società. Uomini, donne e astinenza nei primi secoli cristiani. Einaudi, Turín (Edición original, The Body and Society. Men, Women and Sexual Renunciation in Early Christianity. Columbia U.P., Nueva York, 1988) CAMERON, A. y HERRIN, J. (eds.) (1984): Constantinople in the Early Eighth Century. The Parastaseis syntomoi chronikai, 15 Por ejemplo en Santa Sofía de Kíev, en Santa Sofía de Ocrida y, más tarde, en Sicilia: Cefalú, Monreale, Capilla palatina de Palermo. En todos los casos realizados por artistas de Constantinopla. Fig. 10. Mosaico de San Demetrio. S. VI o VII, Salónica. Fig. 11. Justiniano y el obispo Maximiano, mosaico de S. Vital. Año 547, Rávena. 248 Pedro Bádenas de la Peña Leiden: 31-34, para el interés por las estatuas paganas en Constantinopla. CHITTY, D.J. (1980): Et le désert devint une cité, Spiritualité Orien- tale 31. Bellefontaine. DAGRON, G. (1984): “Le christianisme dans la ville byzantine”. En La romanité chrétienne en Orient. Héritages et mutations, Londres. ERBSE, H. (1995): Theosophia Tubingensis, en Theosophorum Grae- corum fragmenta. Teubner, Stuttgart / Leipzig. FOSCHIA, L. (2000): “La réutilisation des sanctuaires païens en Grèce continentale (IVe-VIIe s.)”. En Revue des Études Grec- ques 113: 413-434. FERNÁNDEZ, G. (2003): “La Acrópolis o Monte Santo de Atenas en la Alta Edad Media”. En Anuario de Historia de la Iglesia 12: 271-276. MANGO, C. (1995): “The Conversion of the Parthenon into a Church: The Tübingen Theosophy”. 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