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El laboratorio del alma (1)

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Table of Contents
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Contenido
Agradecimientos
La estrella de mar
Introducción.Un puente entre la ciencia, la espiritualidad y lo sagrado
¿Sanación o curación?
Por qué este libro
El laboratorio interior
La medicina del futuro ya está aquí
El poder de las emociones
La farmacia de la felicidad
¿Qué es la neuroplasticidad?
Somos lo que pensamos y lo que sentimos
Cambio de paradigma
La medicina del comportamiento
Los múltiples caminos de la sanación
La relación médicopaciente
Microhistorias de médicos y pacientes
La espiritualidad en medicina
El poder de la relajación
El poder de la visualización
¿Qué es la visualización?
El poder de la meditación
El poder de crear salud integral
Historias que sanan y merecen ser contadas
Sentir la vida
La inteligencia emocional
La inteligencia espiritual
RELATOS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
Sanar es transformarse
La historia de Oscar
La manifestación del espíritu
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
El poder de las creencias
Cielo o infierno: una elección personal
Cambia una creencia y cambiarás tu mundo
Tu calidad de vida depende de la calidad de tu atención
Empecemos por creer que es posible
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
Un propósito para el alma
La biología de hacer el bien
Dar un nuevo significado al dolor
La creatividad que sana
La historia de maría lucía
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
La integridad como camino
La paz siempre es posible
El legado de María del Carmen
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
Sanar los vínculos
La conspiración del silencio
Los beneficios secundarios
Amarse a sí mismo
Mecanismos para no cambiar
El rol del salvador
La salvadora
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
Sanar y partir
Remendar, hasta el último instante
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
La última enseñanza
Bibliografía
Punto de encuentro
https://www.facebook.com/SeaOfLetters
Grupo de Telegram
Grupo de WhatsApp
Y página de Facebook
Sea Of Letters
https://www.facebook.com/SeaOfLetters
 
1.ª edición: septiembre 2011
© Stella Maris Maruso, 2009
Conversión Digital: O.B. Pressgraf, S.L.
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico,
queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la
reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la
reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante
alquiler o préstamo públicos.
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A los seres extraordinarios,
los héroes y heroínas de este libro,
los pacientes y sus familias
por compartir sus lágrimas
y alegrías y permitirme asistir
a sus milagros de sanación.
Contenido
Agradecimientos
La estrella de mar
Introducción.Un puente entre la ciencia, la espiritualidad y lo sagrado
¿Sanación o curación?
Por qué este libro
El laboratorio interior
La medicina del futuro ya está aquí
El poder de las emociones
La farmacia de la felicidad
¿Qué es la neuroplasticidad?
Somos lo que pensamos y lo que sentimos
Cambio de paradigma
La medicina del comportamiento
Los múltiples caminos de la sanación
La relación médicopaciente
Microhistorias de médicos y pacientes
La espiritualidad en medicina
El poder de la relajación
El poder de la visualización
¿Qué es la visualización?
El poder de la meditación
El poder de crear salud integral
Historias que sanan y merecen ser contadas
Sentir la vida
La inteligencia emocional
La inteligencia espiritual
RELATOS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
Sanar es transformarse
La historia de Oscar
La manifestación del espíritu
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
El poder de las creencias
Cielo o infierno: una elección personal
Cambia una creencia y cambiarás tu mundo
Tu calidad de vida depende de la calidad de tu atención
Empecemos por creer que es posible
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
Un propósito para el alma
La biología de hacer el bien
Dar un nuevo significado al dolor
La creatividad que sana
La historia de maría lucía
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
La integridad como camino
La paz siempre es posible
El legado de María del Carmen
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
Sanar los vínculos
La conspiración del silencio
Los beneficios secundarios
Amarse a sí mismo
Mecanismos para no cambiar
El rol del salvador
La salvadora
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
Sanar y partir
Remendar, hasta el último instante
PALABRAS DE PACIENTES EXCEPCIONALES
La última enseñanza
Bibliografía
Punto de encuentro
 
Agradecimientos
A mis padres, por darme la vida y por permitirme dar vida.
A Nora Fernández y a Verónica Podestá, porque sin ellas este libro
no existiría. Su sensibilidad y entusiasmo fueron tan grandes que, casi
sin darme cuenta, lograron que nos embarcáramos juntas en esta
aventura.
Al doctor Stanley Krippner, hacedor de todos mis sueños al
vincularme con los investigadores más importantes de la medicina
mentecuerpo, desde que nació nuestra amistad, en 1979.
A los doctores Jeanne Achterberg, Carl Simonton y Frank Lawlis,
por sus enseñanzas, inspiración y aliento constantes; por compartir
tantas experiencias y emociones, por difundir nuestro modelo de trabajo
en el exterior y permitirme disertar junto a ellos. Por sus viajes a
Buenos Aires para preparar a nuestros terapeutas y por abrirme sus
hogares y hospedarme en todos mis viajes.
A la doctora Elisabeth KüblerRoss, por haber sido mi maestra y por
su incondicionalidad para conmigo. Y sobre todo, por haberme
comprometido a la creación de nuestro Shanti Nilaya (Hogar de Paz).
Al doctor Robert Ader, considerado padre de la
psiconeuroendocrinoinmunología, por confiar en nosotros y honrarnos
con su visita.
A Andrea Blikstad y Aníbal Tortoriello, primeros ángeles de la
guarda para la realización de nuestro proyecto. Sin ellos, todo habría
sido diferente.
A la gran familia que es la Fundación, por infundir su espíritu a este
libro.
A todos los profesionales de la salud que cooperan en la Fundación,
especialmente a los psicólogos por su incondicional entrega ad
honórem, por no haberme dejado sola jamás en tantos años y por haber
devuelto tantas estrellas al mar de la vida.
A todos los compañeros que hacen del Servicio una modalidad de
vida, apoyando donde se los necesite, tanto en la Fundación como en
los hospitales, en la ayuda social y en el cuerpo a cuerpo con cada
persona necesitada.
A mi familia, por estar siempre ahí. En especial a mis hijos porque,
aunque los he amado y los amo con todo el corazón, mis ausencias
pudieron haber tenido un alto coste para ellos. Sin embargo, nunca me
lo reclamaron ni me lo hicieron sentir.
Mi vida no va a alcanzar para demostrarles a todos ellos mi
agradecimiento.
La estrella de mar
Cada atardecer, un muchacho recorría la playa arrojando al
agua las estrellas de mar dejadas en la arena por la marea baja.
Sabía que al día siguiente, con los primeros rayos de sol, morirían
inexorablemente. Un anciano pescador que vivía a pocos metros
de la playa contemplaba al muchacho día tras día cumplir con la
tarea de devolver las estrellas al mar.
Una tarde decidió hablarle.
—No entiendo por qué gastas tus energías en esta tarea inútil.
Hay kilómetros y kilómetros de playa donde todos los días las
estrellas de mar agonizan y mueren. Tu esfuerzo no marcará
ninguna diferencia.
El muchacho lo miró a los ojos, recogió una estrella, la arrojó
al agua y dijo:
—¿No cree que para esta estrella sí habré marcado la
diferencia?
Introducción.Un puente entre la ciencia, la
espiritualidad y lo sagrado
Te invito a realizar un viaje. Te invito a sumergirnos juntos en ese
prodigioso misterio que es la Vida para vislumbrar que lo «no
explicable» puede ser lo no descubierto, y que no por no haber sido
descubierto es imposible de alcanzar.
Cómo explicar que alguien a quien le han diagnosticado una
enfermedad considerada terminal para la medicina se haya curadologrando una remisión total del mal.
Cómo explicar que una persona con un 80 por ciento de discapacidad
física pueda ser feliz y experimentar plenitud, que alguien condenado a
una silla de ruedas pueda sentir y expresar agradecimiento diciéndole a
la enfermedad: «Al encadenar mi cuerpo liberaste mi alma.»
Cómo explicar que personas que están atravesando situaciones
adversas, incluso la más dramática, como es la pérdida de un hijo,
puedan encontrar un sentido a su dolor y dar las gracias porque al
transitar la adversidad se han tornado mejores seres humanos.
Estas y otras historias similares encontrarás en este libro. Todas nos
llevan a vislumbrar que existe un puente sutil y misterioso entre la
ciencia, la espiritualidad y lo sagrado, que está a la espera de que nos
atrevamos a cruzarlo.
La sociedad actual intenta alejarnos del misterio y conducirnos a los
dominios del control, resaltando e imponiendo modelos de éxitos o
fracasos basados en hechos, realizaciones, logros o adquisiciones
siempre materiales y mensurables.
Cada uno de nosotros tiene una historia, y al intentar contarla lo
hacemos según esos patrones impuestos. Pero nuestra verdadera historia
tiene que ver con quiénes somos, con nuestra sensibilidad, con la
aceptación y comprensión que vamos ganando día tras día al despertar a
una nueva conciencia capaz de transformarnos. Y cuando alguien se
transforma, su historia misma es transformada. Es en ese espacio de
cambio donde aparece la sanación, aquella que todos buscamos, a veces
sin darnos cuenta.
Estoy plenamente convencida de que en nuestro interior reside una
gran sabiduría que aflora cuando logramos transmitir estas historias en
voz alta con sentimiento y sensibilidad.
Escucharlas o leerlas nos puede ayudar a sanar. Ellas actúan como un
espejo y nos despiertan a una fe profunda al percibir que podemos ser
héroes. Al vernos reflejados descubrimos con ojos nuevos que es posible
utilizar el sufrimiento como una puerta para transformarlo en un proceso
altamente creativo.
Las historias que sanan y merecen ser contadas son aquellas que
muestran cómo nos hemos ido transformando mientras enfrentábamos
las pruebas y adversidades que nos presentaba la vida. Es de esta
manera que adquieren su verdadero valor.
Escuchando o contando historias que merecen ser contadas
aprendemos lo que nos hace semejantes, lo que nos une y nos ayuda a
trascender el aislamiento que nos separa de los otros o de nosotros
mismos.
Contar estas historias nos puede ayudar a sanar.
La primera historia que quiero compartir contigo es la de mi amado
padre. A él le debo el haber nacido a una nueva percepción de la
condición humana cuando tuvo que enfrentar un diagnóstico terminal,
un cáncer de próstata con múltiples metástasis. Aunque tengo una
familia grande y maravillosa y muchas personas que me aman
profundamente, no me canso de decir que jamás me sentí tan querida
por nadie como por él.
Cuando recibimos la noticia de su enfermedad con un pronóstico de
apenas dos meses de vida, sentí que la tierra se abría bajo mis pies y allí
caí. Todo lo que me rodeaba era una oscuridad tal que me impedía
pensar y actuar, sólo podía experimentar un dolor desgarrador. No
admitía tener que separarme de mi padre, perderlo físicamente y para
siempre.
Y no sucedió. Mi papá se transformó en el primer paciente
excepcional que conocí. A pesar de lo avanzado de su enfermedad, él
logró una remisión espontánea y al año del diagnóstico se encontraba
libre del cáncer.
Tiempo antes del diagnóstico de papá, yo estaba viviendo en Brasil
con mi familia, era una mujer de negocios y todo lo manejaba con la
razón, como «debía ser», sentía un gran rechazo por lo religioso, y la
espiritualidad me parecía contaminada por el sectarismo y por ideas
acríticas y anticientíficas. Por otra parte, siempre me sentí atraída por la
misteriosa relación entre el cuerpo y la mente, me apasionaba leyendo
todo lo que la vanguardia de la ciencia estaba descubriendo sobre el
tema, con los distintos enfoques de complemento a la medicina.
El gobierno de Brasil había comenzado a trabajar formando
comisiones científicas para oficializar algunas medicinas alternativas.
Me convocaron para participar en una de ellas, que investigaba cómo
actúa la espiritualidad en la salud física. Yo era totalmente escéptica, mi
tarea era la de abogado del diablo. Allí conocí a grandes investigadores
de la medicina mentecuerpo. Ellos fueron mi puente hacia una visión
diferente. Eran científicos que, aun siendo ortodoxos, trabajaban en la
vanguardia investigando los efectos de la meditación, la respiración, la
relajación consciente y la oración en los procesos de sanación.
En aquel entonces, hace casi treinta años, ya se intuía que lo que
pensamos y percibimos a través de los sentidos se transforma en
moléculas. Con el tiempo se comprobó que determinados estados
fisiológicos internos pueden optimizar o deteriorar nuestros sistemas de
autorregulación.
Descubrí que la mente y el cuerpo están intrínsecamente ligados y
que su interacción ejerce a cada segundo una profunda influencia sobre
la salud y la enfermedad, la vida y la muerte. Actitudes, creencias,
hábitos saludables y estados emocionales desde el amor hasta la
compasión y desde el miedo hasta el resentimiento y la rabia, pueden
provocar reacciones en cadena que afectan la química interna
optimizando o debilitando nuestro estado funcional.
Supe entonces que el primer paso que dio mi padre para recuperar la
salud perdida fue aceptar su diagnóstico, pero no así el pronóstico
basado principalmente en estadísticas. ¿Quién puede saber tanto para
negar la esperanza de que el rumbo de una enfermedad pueda cambiar?
Imposible olvidar la complicidad que teníamos con papá frente a todo lo
que nos tocaba enfrentar. Él tenía tantas ansias de vivir que con humor
me dijo una vez: «Bueno, si no le podemos ganar a la enfermedad, por
lo menos la vamos a aburrir.»
Aprendí que todos disponemos de un potencial bioquímico para crear
salud y que está en nuestras manos actualizarlo.
Juntos poníamos en práctica todas las técnicas que yo iba
aprendiendo. Y empezamos a obtener resultados insospechados. Cada
vez estaba mejor. Fue él quien me demostró con su ejemplo que la
espiritualidad podía sanar. Además de hacer una remisión total, mi
padre sobrevivió dieciocho años a los supuestos dos meses que le
quedaban de vida. No fue el cáncer lo que acabó con su vida, nunca más
apareció en su cuerpo. Él se fue de este mundo por un problema
cardíaco.
Estuvo esos dieciocho años prestando su ayuda y su ejemplo en la
Fundación, donde encontró motivaciones, un propósito para seguir
viviendo. Como lo hizo desde mi primera respiración, me acompañó
con su amor incondicional hasta su último aliento.
Su inexplicable curación me impulsó a explorar el territorio del
milagro. En gratitud hacia la vida, me prometí que a partir de ese
momento ayudaría a otros a alcanzar lo que mi padre había logrado.
Con ese propósito nació nuestra querida Fundación Salud, que desde
hace más de veinte años ha sido y es testigo de muchos otros
«milagros».
Soy consciente de que esto podía parecer una utopía en aquel
entonces, un sueño de niños, pero te aseguro que no fue así, ya que hoy
son muchos los que tienen historias de sanación y curación que merecen
ser contadas. Muchas de ellas las conocerás en las páginas de este libro,
algunas contadas en primera persona por los mismos protagonistas.
Recuerdo que al intentar desentrañar el misterio que hay detrás de las
remisiones espontáneas fui a ver a quien en ese entonces era la
autoridad máxima en oncología, el profesor Abel Canónico, y le
pregunté:
—Doctor, ¿podría brindarme información sobre lo que hay de
remisión espontánea en el país?
No pareció asombrarse ante mi pregunta. Fue hasta su biblioteca,
sacó un libro pequeño y al entregármelo dijo:
—Este librito testimonia que existen, pero la ciencia no los puede
demostrar. Son milagros.
Ante una respuesta así, cabe preguntarnos qué es un milagro, a qué
llamamos milagro. Es algoque no podemos explicar racionalmente,
pero ¿cuántas cosas fueron «milagrosas» en otros tiempos y ahora
dejaron de serlo, sólo porque se encontró la explicación científica?
Si el cuerpo de mi padre pudo curarse es porque su sistema inmune
estaba preparado para hacerlo a través de sus sistemas de autorregulación,
generando las propias drogas endógenas. Eso significa que en algún lugar
—desconocido por la mayoría— todos deberíamos poseer ese poder de
sanación.
KüblerRoss, maestra y pionera
En la búsqueda por conocer cómo activar esos mecanismos
fisiológicos capaces de transformar a un paciente ordinario en
extraordinario me dediqué a viajar mucho, para prepararme y difundir
luego en mi país los asombrosos resultados que se obtienen cuando se
unen la medicina y la espiritualidad, la ciencia y lo sagrado. Tuve el
privilegio de trabajar junto a los pioneros de la medicina mentecuerpo.
De ellos y de sus aportes científicos te hablaré en «El laboratorio
interior».
Conocer y trabajar con la doctora Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra
tanatóloga suiza reconocida mundialmente, marcó un antes y un
después en mi vida. Fueron cinco años de una intensa experiencia
ayudando en el proceso de la transición final. Ella fue una gran maestra
que contribuyó a transformarme en una partera para el alma cuando ésta
se encuentra en esa instancia sagrada de cruzar el umbral que separa, o
une, la vida y la muerte. Y como lo dije en el aula magna de la Facultad
de Medicina de Buenos Aires, el día de su inolvidable disertación frente
a una comunidad científica que se agolpaba en los pasillos para
escucharla, la ayuda de KüblerRoss fue invalorable, tan invalorable
como todo lo que me entregaron las personas a quienes acompañé en su
partida.
Elisabeth fue, además, quien sembró la semilla para que la
Fundación Salud tuviera su propio Shanty Nilaya (Casa de Paz). En una
de las visitas que me hiciera en nuestra casa familiar de fin de semana
ubicada en el conurbano bonaerense, ella me impuso la necesidad de
crear en ese espacio una casa de paz para que las personas aprendiesen
tanto a vivir como a morir. Y yo le prometí que lo haría.
Pasó mucho tiempo hasta que el sueño se hizo realidad. Hace tan
sólo un año dejamos nuestra querida sede en Buenos Aires, a metros de
la plaza San Martín, para inaugurar nuestro Shanty Nilaya.
El concepto detrás de este nombre es que hay un lugar de paz en el
interior de cada uno y cuando nos dirigimos a él estamos a salvo.
Si bien nuestro trabajo allí tiene que ver con personas que atraviesan
crisis profundas en sus vidas, el amor de la gente que lo frecuenta llega
a todos los corazones heridos y el espíritu de solidaridad que se respira
sostiene cualquier carencia. Éste es el potencial que tratamos de
alcanzar e incrementar día tras día. Nuestro camino nos lleva a poder
construir un hogar de paz en el interior de cada uno.
El principal objetivo de la Fundación no es la curación del cuerpo,
sino la sanación del ser en su totalidad. Con nuestro trabajo buscamos
trascender las limitaciones corrientes de la ciencia
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¿Sanación o curación?
La sanación es un proceso que va más allá de la curación del cuerpo
físico. Es un proceso emocional, mental y espiritual sorprendentemente
poderoso que nos acerca a quienes realmente somos y a nuestro
propósito en este mundo.
Sanar es regresar a nuestro estado de integridad.
La experiencia nos demuestra que la sanación es accesible a todos
los seres humanos, mientras que la curación no necesariamente lo es.
Hay personas que se sanan y se curan. Son los pacientes excepcionales
o extraordinarios. Hay personas cuyo cuerpo no se cura y sin embargo
parten como triunfadores, habiéndole dado verdadero sentido a su
existencia al sanar la totalidad de su ser. La sanación es un proceso que
nos acerca a Dios, a la conectividad o como se elija llamar a aquello que
nos trasciende, capaz de transformar nuestras vidas y las de nuestros
familiares.
La mayoría de nosotros, educados en la tradición de la ciencia
médica occidental, tendemos a considerar la enfermedad como una
especie de falla mecánica del cuerpo, que requiere de «un mecánico
debajo del capó» para reconectar los cables y reemplazar las partes. A
esto lo llamamos curación. En cambio la sanación es una cuestión de
significado, no de mecánica, una respuesta integral que busca entender
la experiencia de una enfermedad como parte esencial de la vida. Según
este enfoque, quien sana no es el paciente sino la persona. Por eso el
corazón de la sanación en nuestro método, el Programa Avanzado de
Recuperación y Apoyo (PARA), es atender los diferentes niveles del ser
de una persona, sus aspectos físicos, psicológicos, espirituales, sus
relaciones, su entorno y las interrelaciones entre todos esos niveles.
Cada uno es importante y ninguno puede ser ignorado.
Aproximándonos al problema de la enfermedad desde el punto de
vista de la persona, de su familia y del profesional de la salud que lo
atiende, podemos optimizar los recursos de curación y autocuración
disponibles de modo que el programa médico pueda ser completamente
efectivo. Trabajamos para que el paciente se torne resiliente, es decir,
que adquiera plasticidad biológica y biopsicosocial ante cualquier
adversidad para salir fortalecido de ella.
No es un fracaso que alguien muera —pues hacia eso vamos todos
—, sino que no viva intensamente hasta morir.
En «El laboratorio interior» hablaremos de cómo la ciencia está
devolviéndole el alma a la medicina. Compartiré contigo información
procedente de la investigación científica, que espero te sirva de ayuda
para comprender de qué manera podemos potenciar al máximo nuestra
posibilidad de curación.
No sin dolor, siento que si hay algo que pueda reprocharle a la
medicina actual basada en el modelo mecanicista es su rechazo hacia
este potencial. No dejo de admirarme frente a los milagros de la
medicina. Que alguien se recupere de una neumonía, de un ataque
cardíaco y de otras tantísimas afecciones graves sigue pareciéndome
algo maravilloso. Pero la vida me enseñó que también hay milagros del
espíritu sobre la materia, y las historias que merecen ser contadas son el
fiel testimonio de ello. Espero que al finalizar la lectura de este libro
compartas conmigo sentimientos de gratitud y respeto reverencial frente
al potencial humano y divino que anida en el interior de cada ser
humano.
Las historias que vas a leer son reales y no dejan espacio para
detalles superficiales o banales. Ellas enaltecen la escena del ser
humano en su simplicidad y nos muestran que las luchas más difíciles
pueden ser las más heroicas. Veremos el coraje de héroes y heroínas
caminando a través de las inseguridades y los miedos tan conocidos por
todos. En estas historias reconoceremos cómo vencieron al «dragón
miedo» y emergieron fortalecidos a pesar de las circunstancias más
adversas.
Por qué este libro
A esta altura de mi relato, necesito contarte algo para sentirme mejor
y poder continuar escribiendo. Jamás imaginé que iba a publicar un
libro. Considero un acto sublime hablar mirando a los ojos y tomando
las manos de quien necesita escuchar. Creo que ese contacto forma
parte de la sacralidad de un momento en el que la inspiración divina
hace brotar palabras y energías que tienen poder de transformación.
Nunca me sentí capaz de transmitir algo mediante el lenguaje escrito, y
ésta fue mi excusa para negarme a escribir. Pero aquí estoy, frente a este
nuevo desafío y, tal como pensaba, me resulta difícil comunicarme
contigo porque no puedo encontrarme con tu mirada. Siento que la
mente se me congela y la mano se paraliza. Pero también siento que es
importante el intento, ya que creo que a través de estas historias que
merecen ser contadas podrás descubrir que hay muchos caminos por
recorrer ante cualquier circunstancia vital adversa o conflictiva.
En nuestra educación formal nos enseñan muchascosas que jamás
nos serán útiles. Pero lo que todos necesitamos aprender, como el
sentido transitorio y pasajero de esta vida, no se enseña. Nadie está
exento de esta ley:
Todo lo que ha nacido morirá.
Todo lo que se ha recogido será esparcido.
Todo lo que se ha acumulado se agotará.
Todo lo que se ha construido se destruirá.
Y todo lo que está arriba descenderá.
¿Quién nos prepara para afrontar la enfermedad propia o de nuestros
seres queridos aceptándola como parte intrínseca de la vida? Parece que
el camino es aprender por sufrimiento, cuando en verdad podemos
hacerlo por conciencia y así emerger enriquecidos y fortalecidos.
Lo único que deseo para mis hijos y nietos es que logren adquirir la
sabiduría necesaria para saber protegerse de sí mismos, aprendiendo a
enfrentar la pérdida y las frustraciones sin perder la capacidad de
motivarse y perseverar, manteniendo las ganas de vivir intensamente y
de descubrir el misterio de la vida. Yo estoy en camino de adquirirla,
aunque sea a paso lento, y espero poder inspirarlos. Sólo una madre o
un padre saben que uno de los dolores más grandes que se pueden
experimentar es no poder proteger a nuestros hijos de ellos mismos.
Es muy gratificante ver en la Fundación a tanta gente joven que viene
a aprender a vivir de una manera más sabia y más inteligente. Nos llena
de alegría ver cómo se dejan guiar por las herramientas sugeridas para
vencer sus miedos, sus adicciones y las imposiciones de una sociedad
dominada por el afán desmedido de éxito y una tecnología en que se
valora más la información que la sabiduría, en la que navegar por internet
es más importante que sumergirse en las profundidades interiores.
Siempre creí que los libros no curan ni sanan, pero sí pueden
inspirarte para descubrir que todo es posible y que hay mucho por
recorrer cuando alguien cree que ya todo está perdido. Asimismo, a
través de estas páginas intentaré hacer comprensible con un lenguaje
sencillo algunos conceptos sobre aspectos tan complejos como los que
muestran la psiconeuroendocrinoinmunología, las neurociencias y la
epigenética, la biología de las emociones y las creencias. Y a su vez,
llegar a los corazones para compartir historias de sanación de muchos
seres que nos mostraron el milagro de haber ejercido el poder del
espíritu sobre la materia, logrando desde una remisión espontánea de
una enfermedad considerada incurable por la medicina hasta la sanación
de su espíritu.
Te invito a leer este libro con el corazón abierto, sereno y
esperanzado. No esperes encontrarte con un manual de autoayuda con
instrucciones para quien está atravesando una crisis de cualquier índole.
No pretendo ni quiero —porque no creo en ellas— dar recetas mágicas
ni pautas de ningún tipo. Mi deseo es que te inspire a despertar tu
potencial interno, que aguarda ser actualizado para ponerse a tu servicio
frente a cualquier adversidad.
Si la lectura de estas historias te ayuda a vislumbrar la existencia de
ese puente que une la ciencia, la espiritualidad y lo sagrado y te dan
ganas de recorrerlo, entonces sentiré que esta tarea tuvo sentido y que,
como el protagonista del cuento de la estrella de mar, habremos
marcado la diferencia.
El laboratorio interior
Todos los seres humanos contamos con un grandioso potencial para
sanar nuestras heridas del cuerpo y el alma. Mi propósito en estas
páginas es que puedas ser consciente de ese poder y descubras cómo
activarlo. Lo hago desde un convencimiento, humilde pero
experimentado, basado en más de tres décadas acompañando a personas
que atraviesan crisis severas en su salud y en su vida.
Intentaré mostrarte cómo la mente puede colaborar en el
mantenimiento y la recuperación de la salud, y de qué manera un
paciente ordinario puede transformarse en extraordinario.
La ciencia está demostrando que lo que llamamos «mente» es el
resultado del funcionamiento del cerebro: los pensamientos, las
creencias, las ideas, los sentimientos, las emociones y las esperanzas
resultan de actividades eléctricas y químicas generadas en las células
nerviosas. De modo que, si cambiamos nuestros pensamientos,
podemos modificar nuestro cerebro. Y al hacerlo, influiremos también
en nuestra biología.
Un paciente extraordinario es aquel que se sumerge en el laboratorio
de su alma como si fuera un científico, aprendiendo a utilizar su mente y
su espíritu para poder influir en el curso de su enfermedad.
Para ello, el primer paso consiste en reconocer que existen
enfermedades incurables, aquellas para las cuales —hasta el momento
— la medicina no ha encontrado una solución. Pero esto no debe
confundirse con la irreversibilidad de una enfermedad y mucho menos
con la incurabilidad de un paciente.
La participación del enfermo no es un recurso alternativo o
complementario, sino que resulta vital en la recuperación de la salud. El
doctor Herbert Benson, de la Facultad de Medicina de la Universidad de
Harvard, dice que la salud y el bienestar se sostienen sobre un banco de
tres patas. La primera son los fármacos; la segunda, la cirugía y los
procedimientos clínicos. Pero necesitamos una tercera pata: el
autocuidado de la persona. Él afirma que entre un 60 y un 90 por ciento
de las consultas a médicos y otros profesionales de la salud involucran
el ámbito cuerpomente, que es pobre o nulamente asistido por las dos
primeras patas.
No soy conocedora de enfermedades, pero sí de pacientes, y la
información que intentaré transmitirte me sirvió para comprender lo que
sucedió con todas las personas que hemos acompañado y que lograron
regresar a la salud, a pesar de pronósticos totalmente adversos. Por
eso, estoy convencida de que atender a las necesidades hasta hoy
insatisfechas por la ciencia médica es más que imprescindible.
Hay dos tratamientos que deben complementarse. Uno es el de la
enfermedad; otro, el de la experiencia humana de esa enfermedad.
Infelizmente, la mayoría de los médicos desconocen la importancia que
tiene esta visión integradora del paciente.
¿Quién se encarga del sufrimiento escondido del paciente? ¿Quién se
encarga de sus miedos, de sus expectativas, de sus catástrofes
imaginarias, de su estrés frente al diagnóstico y los tratamientos, de su
angustia por la preocupación generada en sus familiares y amigos, de su
desesperanza, de su dolor porque no sabe si todo está por terminar, o
por su incapacidad de comunicar sus más profundos temores acerca de
su transición?
Ya es incuestionable para todos los psicólogos de la Fundación que,
para mejorar la calidad de vida de alguien aquejado de una enfermedad
que amenaza con ser mortal o que puede representar una discapacidad
permanente, y a fin de modificar su supervivencia y lograr convertir a
ese paciente común en un paciente excepcional, el enfoque psicológico
tradicional no alcanza. Y es así porque la visión de esta terapia lleva al
paciente a resignarse a tener una calidad de vida inferior; y se trata
justamente de lo contrario: de que el paciente pueda —a través de su
dificultad física— encontrar el camino para el autodescubrimiento y la
transformación. De allí la importancia de contar con un equipo
interdisciplinario que pueda atenderlo en todas sus necesidades.
La experiencia dice que, cuando un paciente está informado y
debidamente entrenado para enfrentar no sólo la enfermedad sino
también sus consecuencias emocionales, su capacidad de resistencia
marcará la diferencia en cualquier tratamiento al que deba ser sometido.
Hoy en día, múltiples evidencias científicas muestran que una
remisión espontánea es posible. Ésta es la primera creencia que un
paciente debe adoptar cuando piensa que está condenado por un
diagnóstico.
Una estrategia que no construye salud, sino que la debilita, es aquella
que se caracteriza por resignarse al diagnóstico y el pronóstico, lo que
determina un tiempo de supervivencia reducido, contrariamente a lo que
ocurre cuando un paciente acepta el diagnóstico pero no así el
pronóstico.
Hay muchísimas personas que no han aceptado la imposibilidad de
regresar a la salud, y se dedicarona crearla más allá de haber sido
condenados. En 1993 se publicó Spontaneous Remission: An Annotated
Bibliography,[1] uno de los primeros estudios que dio cuenta del
fenómeno de remisiones espontáneas de diversas enfermedades
consideradas incurables. Centenares de casos debidamente
documentados demuestran la capacidad del organismo para responder
incluso cuando los médicos han dicho que no hay nada que hacer. La
investigación señala el camino de lo que es posible modificar cuando la
persona decide entrar en su laboratorio interno, a fin de reforzar la
respuesta curativa del organismo.
Sueño con que esta publicación esté en la consulta de cada médico,
para que, al emitir un diagnóstico, pueda decirle a su paciente que
siempre hay algo más que hacer. Después de este estudio, muchos
científicos se dedicaron a observar las características de los pacientes
considerados excepcionales: aquellos que asumieron el control de sus
vidas mientras los médicos atendían a sus enfermedades.
Los pacientes excepcionales:
1. Aceptan su diagnóstico, pero no se convierten en sus víctimas.
2. Pueden responder con alegría, a pesar de lo que les está pasando.
3. Pueden expresar libremente sus emociones, sin sentirse juzgados,
criticados o contrariados.
4. Tienen una familia que forma parte de la medicina y no de la
enfermedad.
5. A pesar de los pronósticos adversos, sienten y creen que pueden
recuperarse.
6. Utilizan sus creencias y sus imágenes como recurso terapéutico.
7. Descubren un sentido, un para qué a la experiencia que les toca
vivir.
8. Se tornan resilientes y salen fortalecidos de la adversidad.
9. Utilizan técnicas de bienestar, a través de la relajación y la
meditación.
10. Tienen un propósito en la vida, algo que está más allá del
ejercicio de sus roles o su profesión.
Quieren vivir, que es bien diferente a no querer morir. De hecho,
hacen todo lo posible para vivir con la máxima intensidad posible, sin
dejar de aceptar la transitoriedad de la vida.
El doctor Lawrence LeShan,[2] una de las autoridades más respetadas
en el área de la investigación mentecuerpo, basándose en su experiencia
de años como científico y terapeuta, afirma que las personas señalan
tres motivos principales para no querer morir:
1. Temor a las circunstancias de la muerte o la agonía, el dolor, lo
desconocido, la desesperanza.
2. Deseo de vivir para los demás, de atender sus exigencias y
satisfacer sus expectativas.
3. Deseo de vivir la propia vida para «entonar el cántico exclusivo
de su propia personalidad».
De ahí infiere LeShan: «Por razones que no comprendo por
completo, ninguno de los dos primeros motivos inducen al organismo a
movilizar sus recursos.»
Ahora te propongo armar un rompecabezas que, si bien algunos
pueden considerar demasiado simplista, no dejará de ser de gran ayuda
para cualquier persona que esté atravesando una crisis severa en su
vida, ya sea una enfermedad propia o de algún familiar o amigo, u otras
circunstancias que no le permitan vivir con entusiasmo y propósito.
Haremos un recorrido a través de investigaciones que, con seguridad,
van a cambiar tu idea acerca del poder de que disponemos todos los
seres humanos para sanar nuestras heridas del cuerpo y el alma.
 
 
[1] Brendan O’Regan y Caryle Hirshberg. Spontaneous Remission: An
Annotated Bibliography. EE.UU., Institute of Noetic Sciences, 1993.
[2] LeShan, Lawrence. Cancer as a Turning Point, Penguin Group,
EE.UU., 1994. Un libro que te recomiendo leer.
La medicina del futuro ya está aquí
La palabra es muy larga, tal vez la más larga del vocabulario
español: psiconeuroendocrinoinmunología. Para muchos, la PNEI será
el paradigma de la medicina del futuro. Estudia la relación entre la
psiquis, el sistema nervioso, el sistema inmunitario y el sistema
endocrino, y ofrece los conceptos y componentes para cambiar la forma
en que las personas percibimos el mundo.
Un cambio de paradigma se produce sólo cuando la vieja teoría ya no
puede explicar los nuevos datos científicos. Éstos no podrán ser
comprendidos ni aceptados hasta que exista una nueva teoría científica y
un nuevo marco donde situarla.
Los componentes de la PNEI son los neurotransmisores, las
hormonas y las citoquinas, que actúan como moléculas mensajeras
llevando información entre los sistemas nervioso, endocrino e inmune.
Esta nueva rama de la ciencia nos muestra que la mente o la actividad
del cerebro es la primera línea que tiene el cuerpo para defenderse
contra la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, y alinearse a favor
de la salud y el bienestar.
 
Figura 1. Componentes de la psiconeuroendocrinoinmunología
 
 
Investigaciones recientes han demostrado la existencia de
interacciones mentecerebrocuerpo, a nivel molecular, celular y
orgánico, que pueden impactar sobre la salud y la calidad de vida de los
individuos.
Hace algunos años tuve oportunidad de acceder a una publicación[3]
de los doctores Steven Locke y Mady Horning, quienes recopilaron una
bibliografía de más de 1.300 artículos científicos publicados a partir de
1976 acerca de la influencia de la mente sobre el sistema inmunitario y
las correspondientes conexiones neuroendocrinas. De ese modo pude
comprobar que, como ocurre con todos los grandes descubrimientos,
centenares de investigadores trabajaron de forma independiente y
llegaron a la misma conclusión.
Ya no es posible concebir la inmunidad frente a las enfermedades
como algo que pueda estudiarse sólo in vitro, en un tubo de ensayo o bajo
un microscopio; es decir, fuera del organismo vivo. El sistema
inmunitario es más inteligente de lo previsto y reacciona a los mensajes
del cerebro; de hecho, está controlado por el cerebro.
El doctor Robert Ader está considerado el padre de la PNEI; en 1974
reescribió el mapa biológico del organismo y causó un gran impacto
cuando demostró, en la Universidad de Rochester, que el sistema
inmunitario podía condicionarse. Hasta ese momento, el saber
predominante en la medicina indicaba que sólo el cerebro y el sistema
nervioso central podían responder a la experiencia y cambiar su forma
de comportarse.
Nuestra Fundación siempre estará en deuda con él, por la gran
aportacióm que nos brindó cuando vino a la Argentina a acompañarnos
en el Seminario Internacional que organizamos en noviembre de 1999,
con el fin de difundir información proveniente de las investigaciones
más recientes de aquel momento. Me da cierta satisfacción valorar el
esfuerzo que realizamos para tenerlo junto a cinco investigadores más, y
poder compartir sus experiencias con toda nuestra comunidad científica.
Si se puede condicionar el sistema inmunitario, es porque se
encuentra bajo el control del sistema nervioso; y, a su vez, éste se halla
bajo el control de nuestros pensamientos. Por ello es que, cuando
Robert Ader enunció que ha habido una gran transformación en cómo
vemos la relación entre nuestra mente y nuestra buena salud, nuestra
mente y la enfermedad, inició lo que —sin temor a exagerar— podemos
calificar como una verdadera revolución en nuestra comprensión de lo
humano. Tal vez la tercera revolución en la medicina, considerando que
la primera fue la cirugía, y la segunda, la penicilina.
El descubrimiento de Ader llevó a la investigación de la infinidad de
modos en que el sistema nervioso central y el sistema inmunitario se
comunican, sendas biológicas que hacen que la mente, las emociones y
el cuerpo no estén separados sino íntimamente interrelacionados.
Su trabajo «Behaviorally Conditioned Inmunosuppression»[4]
demuestra que el sistema inmunitario puede condicionarse, hecho
revolucionario que marca un antes y un después. En su estudio
administró a ratas blancas un medicamento inmunosupresor que anulaba
artificialmente la cantidad de células T (defensoras del sistema
inmunitario). Cada vez que recibían el medicamento, lo ingerían con
agua edulcorada con sacarina. Ader descubrió que, si administraba a las
ratas únicamente agua con sacarina sin el medicamento supresor, aun
así se producía una disminución en el recuento de célulasT, a tal punto
que algunas de las ratas empezaron a enfermar y morir. El sistema
inmunitario de las ratas había aprendido a suprimir las células T en
respuesta al agua edulcorada. Según los conocimientos científicos de
ese momento, eso no debería haber sucedido.
El sistema inmunitario es el cerebro del organismo, como afirmaba el
doctor Francisco Varela[5] al definir la percepción que el organismo tiene
de sí mismo, de lo que le pertenece y lo que no le pertenece.
Hasta el día en que Robert Ader hizo su inesperado descubrimiento,
todos los médicos, biólogos y otros científicos creían que el cerebro —
con las extensiones que posee en todo el cuerpo, gracias al sistema
nervioso periférico— y el sistema inmunitario eran entidades separadas
y que ninguna de ellas era capaz de influir en el funcionamiento de la
otra. No existía ninguna conexión demostrada entre los centros
cerebrales que controlaban lo que la rata probaba y las zonas de la
médula que producen las células T; al menos, eso se creía hasta
entonces.
Las células del sistema inmunitario son las grandes «vigilantes», y se
ponen prácticamente en contacto con todas las otras células del
organismo para conocerlas. Si encuentran células que reconocen, las
dejan en paz; pero cuando encuentran células desconocidas, las atacan y
destruyen. El ataque puede ser beneficioso para nosotros si nos
defienden contra virus, bacterias, parásitos, etcétera; o puede
descontrolarse y causar autoagresión. Así, por ejemplo, aparecen las
enfermedades llamadas autoinmunes como el lupus eritematoso, la
artritis reumatoidea y muchas otras.
Muchos investigadores han descubierto que los mensajeros químicos
que operan más ampliamente en el cerebro y en el sistema inmunitario
son aquellos que resultan más densos en las zonas nerviosas que regulan
las emociones. Algunas de las pruebas más evidentes de una vía física
directa que permite que las emociones afecten el sistema inmunitario
son las que ha aportado el doctor David Felten,[6] colega de Robert
Ader, quien comenzó notando que las emociones ejercen un efecto
poderoso en el sistema nervioso autónomo.
En su trabajo junto a su esposa Susan y otros colegas, detectó un
punto de encuentro donde el sistema nervioso autónomo se comunica de
forma directa con los linfocitos y los macrófagos; es decir, con células
del sistema inmunitario. En la observación por microscopio electrónico
descubrieron contactos semejantes a sinapsis, en los que las terminales
nerviosas del sistema autónomo se apoyan directamente en las células
inmunitarias.
Este contacto físico permite que las células nerviosas liberen
neurotransmisores para regular las células inmunitarias; en efecto, éstas
envían y reciben señales.
El descubrimiento fue revolucionario, nadie había imaginado que las
células inmunitarias podían ser blanco de mensajes enviados desde los
nervios. Para probar lo importante que eran estas terminaciones
nerviosas en el funcionamiento del sistema inmunitario, Ader realizó
otro estudio donde utilizó animales de experimentación, a quienes
desnervó algunos ganglios linfáticos y el bazo (órgano donde se
almacenan o se elaboran células inmunitarias), y luego utilizó antígenos
virales para desafiar al sistema inmunitario. El resultado fue una
marcada disminución de la respuesta inmunitaria al virus. Así llegó a la
conclusión de que sin estas terminaciones nerviosas el sistema
inmunitario sencillamente no responde como debería al desafío de las
bacterias o los virus invasores.
En resumen, podemos afirmar que el sistema nervioso no sólo se
conecta con el sistema inmunitario sino que resulta esencial para su
adecuado funcionamiento.
 
 
[3] Locke, S. E. y HorningRohan, M. Mind and Immunity: Behavioral
Immunology. An Annotated Bibliography, 19761978. New York
Institute for the Advancement of Health, Nueva York, 1983.
[4] Ader, Robert y Cohen, N. «Behaviorally Conditioned
Inmunosuppression.» En Psychosomatic Medicine, vol. 37, n.º 4,
333340, American Psychosomatic Society.
[5] Francisco Varela, eminente neurobiólogo chileno, 19462001, del
Centro de Investigaciones Epistemológicas (CREA) de la prestigiosa
École Polytechnique de París.
[6] Felten, David. «Noradrenegic Sympathetic Innervation of
Lymphoid Tissue.» Journal of Immunology, n.o 135, EE.UU., 1985.
El poder de las emociones
Otra vía clave que relaciona las emociones con el sistema
inmunitario es la influencia de las hormonas que se liberan con el
estrés: las catecolaminas (epinefrina y norepinefrina, también
conocidas como adrenalina y noradrenalina), el cortisol, la prolactina y
los opiáceos naturales como betaendorfinas y encefalina. Cada una de
ellas ejerce un poderoso impacto en las células inmunitarias. Si bien las
relaciones son complejas, se observa que, cuando estas hormonas
aumentan, la función de las células inmunitarias se ve obstaculizada en
todo el organismo.
El estrés anula la resistencia inmunitaria.
Cuando decimos que el estrés anula la resistencia inmunitaria,
significa que lo hace transitoriamente en un intento de conservación de
energía que da prioridad a la emergencia más inmediata, que es la
supervivencia. Pero si el estrés se mantiene constante e intenso, esta
anulación puede volverse duradera.
Aunque primero tuvieron que aceptar la idea, en otros tiempos
rechazada, de que las interrelaciones existían, numerosos microbiólogos
y otros científicos descubren cada vez más conexiones entre el cerebro
y los sistemas cardiovascular e inmunológico. A pesar de estas pruebas,
muchos médicos siguen escépticos en cuanto a que las emociones
tengan alguna importancia clínica. Uno de los motivos es que, a pesar
de que muchos estudios han demostrado que las emociones negativas y
el estrés debilitan la eficacia de las diversas células inmunológicas, no
siempre queda claro que el alcance de estos cambios sea lo
suficientemente amplio como para tener importancia científica.
Aun así, cada vez son más los investigadores que reconocen el lugar
que las emociones tienen en la medicina. Por ejemplo, el doctor Camran
Nezhat, eminente ginecólogo de la Universidad de Stanford, afirma: «Si
alguien que debe someterse a una operación me dice que ese día siente
pánico y no quiere pasar por ella, cancelo la intervención.» Y explica:
«Cualquier cirujano sabe que las personas que se sienten muy asustadas
tienen mayor probabilidad de problemas durante la operación, más
complicaciones postoperatorias, como hemorragias abundantes,
infecciones, mayor tiempo de recuperación, etcétera. Es mucho mejor si
están serenas.»
La razón es evidente: el pánico y la ansiedad producen estimulación
del eje hipotálamohipófisisadrenal, con el consiguiente aumento de
hormonas como el cortisol y la adrenalina, que elevan la presión
sanguínea, lo cual dilata los vasos; y las venas dilatadas por la presión
sangran con más facilidad cuando el cirujano practica la incisión. La
hemorragia excesiva es una de las complicaciones quirúrgicas más
peligrosas, y a veces puede producir la muerte.
Otro trabajo interesante es el del doctor David Spiegel,[7] profesor del
Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Stanford, quien, en
los años setenta, impulsó un estudio con 86 mujeres afectadas de cáncer
de mama con metástasis. El objetivo de su estudio era comprobar si una
ayuda psicológica, en un grupo de apoyo, les serviría para hacer frente
de un modo efectivo a la soledad y los temores específicos que
normalmente mostraban.
Para ello, se incluyeron 86 mujeres con características y
enfermedades similares que recibían tratamiento médico convencional.
Fueron seleccionadas de manera aleatoria para ingresar en un grupo de
control. Luego se compararon ambos grupos. Las integrantes del grupo
de apoyo llegaron a cuidarse con mucha dedicación las unas a las otras,
además de compartir lo que estaban viviendo, hablar de la muerte y la
agonía, la radioterapia y la quimioterapia, el dolor y la postración; se
apoyaron mutuamente a la hora de volver a establecer las prioridades y
las redes sociales, compartir informacióny experiencias respecto a
tratamientos alternativos. Se las alentaba a construir un proyecto vital, a
hacer algo que les resultara esencial en lo que les restaba de vida;
también había un encuentro mensual con miembros de su familia, y
entrenamiento en técnicas de autohipnosis, meditación y relajación para
controlar el dolor.
Se estudiaron las alteraciones del estado de ánimo y la experiencia
con el dolor, y se concluyó que las mujeres del grupo de apoyo se
desenvolvían considerablemente mejor que las del grupo de control.
Los investigadores publicaron sus resultados y se desentendieron de
ellos durante unos años. Luego, estimulados por las afirmaciones acerca
de que el poder de la mente podía ayudar en la curación del cáncer —
algo que el doctor Spiegel consideraba absurdo—, decidieron retomar
su estudio originario con la pretensión de demostrar que pertenecer a un
grupo de apoyo no había causado efecto alguno en la progresión de la
enfermedad.
El descubrimiento asombró al doctor Spiegel, ya que las mujeres del
grupo de apoyo habían sobrevivido un promedio de más del doble de
tiempo que las del grupo de control. Al cabo de diez años, en 1989,
habían vivido un promedio de 36,6 meses mientras que las del grupo de
control, que sólo habían recibido tratamiento médico convencional,
sobrevivieron 18,9 meses. Además, tres mujeres del grupo de apoyo
continuaban con vida.
Un grupo de apoyo es un espacio donde las personas se reúnen para
hablar de lo que en verdad les importa y en el que todos se involucran de
modo compasivo. Es más que importante reconocer el beneficio de esta
interacción, no sólo para brindar confort emocional a los integrantes, sino
porque ya se ha demostrado que esto representa una prolongación de la
vida.
Los momentos de intimidad que se generan en estos grupos tienden
un puente entre aquellos que se sienten solos y quienes realmente están
solos. Muchas personas viven la soledad en compañía, porque no
pueden expresar sus sentimientos. Y es muy conmovedor ver cómo se
sostienen unas a otras para seguir viviendo; como si siguieran
aferrándose a los lazos de intimidad que no los dejan caer.
Se ha demostrado que existe una conexión entre la mente y el cuerpo,
y la psiconeuroendocrinoinmunología nos proporciona ahora algunas
respuestas, ayudándonos a entender mejor cómo se transforman las
emociones en sustancias químicas, moléculas de información que
influyen en el sistema inmunitario y en otros mecanismos de curación del
cuerpo.
Siempre me he preguntado por qué esta información no ha tenido la
repercusión merecida. ¿Qué habría pasado si este logro lo hubiera
obtenido la utilización de una droga oncológica?
 
 
[7] Spiegel, David. «Effect of Psychosocial Treatment on Survival of
Patients with Metastatic Breast Cancer.» Lancet, n.o 8668, II, 1989.
La farmacia de la felicidad
Algunos de los trabajos más interesantes en este campo se deben a la
doctora Candace Pert, ex directora del Departamento de Bioquímica
Cerebral del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos. Fue
una de las primeras en estudiar los neuropéptidos, receptores de
mensajes químicos que intervienen en la comunicación de las
emociones.
Debido a este descubrimiento, la doctora Candace Pert[8] fue
postulada al Premio Nobel de Medicina.
Resumiré lo que aprendí de ella:
Que la mente, las ideas y las emociones afectan a nuestras moléculas, a
nuestra salud física, mucho más de lo que se creía.
Que las emociones son un puente no sólo entre la mente y el cuerpo, sino
también entre el mundo físico y el espiritual.
Que todas las moléculas poseen un aspecto vibracional y otro de partícula
o fisiológico.
Que lo magnífico y sorprendente es que estas moléculas de las emociones
afectan a todas las células del cuerpo.
Que esas moléculas y las válvulas del corazón, los esfínteres del aparato
digestivo, la propia digestión, todo está regido por las moléculas de
emoción, que ejercen una acción física.
Que, así como antes se creía que las emociones sólo nos afectaban
psicológicamente, ahora se sabe que nos afectan también en lo físico.
Que el ser humano es su propio productor de drogas, su propio
«laboratorio», y que sólo tiene que volver a aprender a estimular sus
drogas endógenas, según sus propias necesidades y deseos.
La gama de drogas endógenas abarca estimulantes, antidepresivos,
ansiolíticos, analgésicos, etcétera. Y no deja de sorprender el hecho de
que, hasta el momento, sean muy pocos los que saben que algunas
sustancias específicas se pueden estimular con ayuda de ciertos métodos
personalizados y que gracias a estos estímulos es posible modificar el
curso de nuestra biología.
Lamentablemente, esta información en extremo importante ha tenido
muy poca difusión. El ser humano, con la ayuda de pautas específicas y
de ciertas prácticas, puede poner en funcionamiento sustancias
mensajeras endógenas, cambiar su composición y su concentración, e
influir sobre sus propias acciones sinápticas.
Me gustó mucho escuchar a la doctora Candace Pert cuando dijo que
creía que la felicidad no es un estado reactivo; todo indica que es un
estado endógeno: es lo que sentimos cuando nuestros bioquímicos de
emoción —los neuropéptidos y sus receptores— están abiertos y fluyen
libremente por la red psicosomática, integrando y coordinando nuestros
sistemas, órganos y células. Como sostiene la científica, la felicidad es
nuestro estado natural; esa gloria está bien cableada. Sólo cuando
nuestros sistemas se bloquean, se cierran y se desacomodan
experimentamos los desórdenes de estados de ánimo que se suman a la
extrema infelicidad.
Cada uno de nosotros posee su propia farmacopea natural —la más
fina droguería disponible al menor coste— para producir todas las drogas
que necesitemos a fin de poner en marcha nuestro sistema cuerpomente,
precisamente de la manera en que fue diseñado para funcionar durante
siglos de evolución.
En la Fundación no dudamos de su afirmación, ya que somos
testigos de este poder, accionado por quienes, a pesar de sus
circunstancias, deciden ser felices.
Cuando Pert halló receptores opiáceos que se alinean en la pared de
la célula, el descubrimiento le cambió la cara a la biología. Ocurrió
cuando ella, en su laboratorio, estaba investigando cómo impactaba la
molécula de la cocaína en nuestras células. «Una vez que encontramos
estos receptores comenzamos a preguntarnos por qué Dios los pondría
en el cerebro, si no para recibir sus drogas endógenas. Increíblemente,
en muy poco tiempo, muchas personas en todo el mundo empezaron a
pensar que tendría que haber una sustancia natural semejante a los
opiáceos producida en nuestro cerebro», explicó Pert.
A principios de la década de 1970, después del descubrimiento de los
receptores opiáceos, se encontró que el cerebro elabora neuropéptidos
denominados endorfinas: son nuestros propios opiáceos generados
internamente.
A partir de ese momento, los científicos comenzaron a pensar en los
neuropéptidos y sus receptores como moléculas de emoción. Es
evidente que todo lo que sentimos e imaginamos, que cada emoción
produce un elemento químico o un conjunto de elementos químicos
específicos; tales químicos, neuropéptidos o moléculas de emoción, son
una cadena de aminoácidos conformados por proteínas elaboradas en el
hipotálamo.
El hipotálamo, explica Candace Pert, es como una minifábrica, un
lugar que produce ciertos químicos que se corresponden con ciertas
emociones. Significa que cada emoción tiene un químico asociado, y es
la absorción de este químico por parte de las células del organismo lo
que da lugar a la sensación de dicha emoción.
Tal vez esta información sea de mucha trascendencia, ya que
demuestra la importancia que posee la adicción en nuestras vidas. Como
se sabe, las adicciones tienen efectos a largo plazo en el cuerpo; con el
descubrimiento del mecanismo receptorpéptido, la base biológica del
efecto de las adicciones se hizo evidente. Cuando un determinado
receptor para una determinada droga es bombardeado durante largo
tiempo con una gran intensidad,literalmente se encoge, habrá menos
receptores, estarán insensibilizados o se reducirán, de tal manera que la
misma cantidad de drogas o secreción interna provocará una respuesta
menor. La tolerancia es el mejor ejemplo de ello: todos sabemos que un
adicto al opio tiene que tomar dosis cada vez mayores de droga para
conseguir el mismo estímulo.
 
Figura 2. Mecanismo péptidos-receptores
 
 
Ahora veamos qué ocurre con las emociones. Éstas producen
péptidos o moléculas de emoción que se concatenan con los receptores
de las células. Lo mismo que sucede con el uso repetido de la heroína
ocurre con el uso repetido de la misma emoción: los receptores opiáceos
del cuerpo empiezan a esperar, hasta implorar ese péptido en particular.
Entonces, el receptor se convierte en adicto a dicha emoción. Esto es
sorprendente y explica por qué experimentamos estados emocionales
destructivos; repetimos las mismas situaciones una y otra vez, nos
sentimos incapaces de cambiar, nos tornamos impotentes para crear
ciertas respuestas emocionales, y decimos que nunca volveremos a
hacer algo, pese a que en poco tiempo lo estamos haciendo nuevamente.
Por eso, examinar ideas, creencias y sentimientos resulta una
experiencia de cambio de vida. Las neurociencias han dado origen al
concepto de neuroplasticidad, que no es otra cosa que la habilidad natural
del cerebro para formar nuevas conexiones.
Debido a la inconsciente adicción que los humanos desarrollan por
sentimientos diversos —positivos o negativos—, las emociones
condenan a una persona a repetir comportamientos; con esto,
desarrollan una adicción a la combinación de sustancias químicas
específicas para cada sentimiento que inunda el cerebro con cierta
frecuencia. De tal modo, podría decirse que una persona temerosa es
adicta al sentimiento de temor, su cerebro es capaz de liberar cada vez
más fácilmente una combinación química propia del temor ante
determinadas circunstancias; y los receptores para tales sustancias
también se producirán en mayor número. Lo mismo se aplicaría en el
caso de la depresión, la ira, la exultación y las demás pasiones y
sentimientos.
 
 
[8] Pert, Candace B. Molecules of Emotion: The Science Behind Mind
Body Medicine. Simon and Schuster, EE.UU., 1998.
https://www.facebook.com/SeaOfLetters
¿Qué es la neuroplasticidad?
Cada vez que aprendemos y transitamos por experiencias nuevas,
cientos de miles de neuronas se reorganizan. La ciencia empieza a
entender que, además de permitir que el entorno modere nuestro
cerebro, podemos crear conexiones en él con sólo centrar nuestra
atención en un pensamiento. En cada nueva experiencia, una nueva
conexión sináptica se establece en el cerebro, con cada sensación,
visión o sentimiento hasta entonces inexplorado. Se crea una nueva
conexión entre dos de los más de cien millones de células cerebrales. Si
la experiencia se repite en un lapso relativamente corto, se fortalece; si
no lo hace en un largo período, la conexión se debilita o se pierde. La
plasticidad del cerebro o su capacidad de cambiar de forma física
constituye una de sus propiedades más asombrosas en el campo de la
neurobiología. A esa capacidad se la llama neuroplasticidad.
Las emociones y los recuerdos de las experiencias están codificados
en redes neuronales que a su vez están conectadas al hipotálamo. La
buena noticia es que podemos salir de este circuito; todo lo que tenemos
que hacer es activar nuevas redes y los químicos comenzarán a fluir
internamente logrando el cambio que elegimos realizar.
Hasta hace poco, la psicología no se había interesado por establecer
cómo y en qué medida los procesos anímicos eran atribuibles a procesos
físicos y bioquímicos, sino que se había dedicado a estudiar, ante todo,
el comportamiento que podía observarse en lo externo.
Los pacientes difieren notablemente en la forma en que su mente y
su cuerpo reaccionan frente a desequilibrios o enfermedades; estamos
aprendiendo que el cerebro y el sistema inmunitario se dirigen
mensajes recíprocos, dialogando todo el tiempo entre sí.
Cada vez que tenemos un pensamiento o una emoción se liberan
hormonas que de alguna manera envían un mensaje al sistema
inmunitario: hay un constante tráfico de información entre el cerebro y
el sistema inmunitario.
Cada pensamiento y cada emoción se transportan por una
combinación específica de diferentes transmisores, que no sólo son
portadores de información, sino también del sustrato químico de lo que
pensamos o lo que sentimos. Todo lo que pensamos y sentimos se
transporta por medio de miles de millones de moléculas transmisoras.
Las recientes innovaciones tecnológicas han permitido examinar la
base molecular de las emociones y comenzar a comprender cómo las
moléculas de nuestras emociones comparten conexiones íntimas con
nuestra psicología; de hecho, son inseparables de ellas.
Todo cuanto sentimos y pensamos es el resultado de complejos
procesos neurobioquímicos; los procesos emocionales al igual que los
cognitivos pueden explicarse por el funcionamiento de hormonas y
neuronas.
Somos lo que pensamos y lo que sentimos
Así pues, podemos decir que en el cuerpo existen por lo menos tres
sistemas capaces de trasladar las emociones al nivel físico:
El sistema neuroendocrino.
El sistema inmunitario.
La familia de las moléculas de comunicación o moléculas de emoción.
Éstas incluyen los neuropéptidos, los neurotransmisores, los factores de
crecimiento y las citoquinas, que influyen en la actividad celular, en los
mecanismos de división celular y en el funcionamiento genético.
Vayamos ahora a esta última información, proveniente de las
neurociencias. Tres descubrimientos fundamentales cambiarán para
siempre la forma de entender la naturaleza humana:
La innovación y el enriquecimiento de nuestra experiencia vital,
juntamente con el ejercicio físico, pueden activar la neurogénesis a lo
largo de toda la vida, es decir, el crecimiento y el desarrollo del cerebro.
Tales experiencias pueden impulsar la expresión del gen —en términos de
minutos— en toda la extensión del cerebro y el cuerpo para encauzar el
crecimiento, desarrollo y curación de maneras que, en el pasado, sólo
podían ser descritas como milagrosas. Tal como sucede con la secuencia
de relámpago y rayo, estos dos descubrimientos son tan sobrecogedores e
inesperados que apenas si atinamos a hacer algo con ellos.
El tercer descubrimiento aparece como una natural implicación de los
primeros dos. En la actualidad sabemos que «cada vez que recurramos a
la evocación reenmarcaremos en un nuevo formato lo evocado». Esto es,
que cada vez que acudimos a un recuerdo significativo, la naturaleza nos
abre la posibilidad de reconstruirlo en un espacio genómicomolecular
dentro del cerebro. Estamos constantemente comprometidos en un
proceso de creación y reconstitución de la estructura de nuestro cerebro y
cuerpo, en todos los niveles: desde la mente hasta el gen.
Los genes no están enterrados en nuestra biología a una profundidad
remota de la conciencia y las preocupaciones cotidianas. Muy por el
contrario, nuestros genes se manifiestan en todo momento en respuesta
a todo lo que estimula nuestra curiosidad, nuestra sorpresa y
fascinación. Los genes están expresados en el drama continuamente
cambiante del fluir de eventos significativos de la vida.
Muchos científicos han observado que son las emociones las que unen
la mente y el cuerpo. Esta visión más holística complementa la visión
reduccionista, expandiéndola en lugar de reemplazarla, y ofrece una
nueva manera de pensar la salud y la enfermedad.
Estudios como éstos han generado un conjunto de indicios cada vez
mayor que anuncian una gran transformación en la forma en que los
profesionales de la salud están viendo el papel de la mente y el espíritu
en el tratamiento de las enfermedades. Los enfoques integradores que
incluyen todos estos aspectos se difunden cada vez más, y están
ganando el respeto y el interés de los investigadores de las principales
instituciones médicas.
Si el tema te interesa, sugiero que profundicesen el campo de la
epigenética, que ha surgido como un puente entre las influencias
genéticas y las ambientales.
Es posible establecer conceptualmente un puente entre la ciencia, el
espíritu y la sanación. Estamos comprendiendo cómo nuestros
pensamientos y emociones pueden modular la forma en que nuestro
cerebro, cuerpo y genes interactúan en la cotidianidad, a través de
cambios que las generaciones precedentes no hubieran podido
comprender.
Existe suficiente evidencia de que los tratamientos basados en la
medicina biopsicosocial, que atienden las necesidades emocionales,
cognitivas, físicas, vinculares, inconscientes, espirituales y energéticas
pueden no sólo mejorar la calidad de vida —particularmente de
personas con enfermedades graves—, sino también modificar el curso
de la propia enfermedad.
Nuestros genes se activan y se desconectan en respuesta a nuestras
esperanzas, deseos, fantasías y sueños. Esta capacidad de respuesta es la
responsable de que el determinismo genético, tal vez en poco tiempo, se
transforme en un mito.
Lamentablemente, este enfoque sólo ahora comienza a difundirse y
los tratamientos están siendo utilizados por una parte reducida de las
personas que podrían beneficiarse de ellos. No deja de sorprender que la
medicina ortodoxa en muchos casos dificulte el desarrollo de este
enfoque integrador, al descalificar el potencial del paciente.
Durante las últimas décadas, la medicina se centralizó en la alta
tecnología. Los médicos se especializaron y la economía los obligó a
invertir poco tiempo en cada paciente. Hoy existe una clara división
entre lo que se llama medicina tecnomédica y medicina humanista y/u
holística.
Cambio de paradigma
Cuando hablamos de tender un puente entre la ciencia, la
espiritualidad y el cuerpo, estamos alentando a la medicina
convencional a aportar lo mejor que tiene para el tratamiento de las
enfermedades, incorporando la participación activa y responsable del
paciente con todos los recursos que la medicina humanista y/u holística
pueda aportar al tratamiento.
Déjame contarte cómo nacieron la medicina biopsicosocial y la
medicina del comportamiento, que sin duda son las que están
acompañando en la práctica todo lo que hemos visto hasta ahora.
El doctor George Engels, profesor emérito en la Facultad de
Medicina de la Universidad de Rochester, hace tiempo que aboga para
que los médicos aprendan a conceder importancia a la observación de
sus pacientes, con el mismo cuidado y rigor científico que dedican a los
informes de laboratorio y los estudios por imágenes.
Engels constituye una de las voces más importantes que postulan un
modelo de mayor alcance para la práctica de la medicina. Este modelo
tiene en cuenta los factores sociales y psicológicos en la salud y la
enfermedad, y adopta todos aquellos sistemas que consideren al
paciente en su totalidad.
El modelo del doctor Engels recibe el nombre de modelo
biopsicosocial. Elaborado hace más de veinticinco años, viene
influyendo en toda una generación de médicos jóvenes que se preparan
para ir más allá de los límites que la medicina tradicional impone a la
manera de practicar su profesión.
Hasta que este modelo fue puesto en práctica, el efecto de los
factores psicológicos en las enfermedades físicas no era considerado
importante en la educación médica moderna, aunque desde los tiempos
de Hipócrates se ha reconocido que la mente representa un importante
papel tanto en la salud como en la enfermedad. La práctica que excluyó
el concepto mente de las principales corrientes de la medicina se debía
al hecho de que, desde la época de Descartes, en el siglo xvii, el
pensamiento científico occidental dividió la integridad intrínseca del ser
humano en campos distintos y esencialmente no interactivos: cuerpo y
mente.
Si bien por un lado se trata de categorías cómodas para facilitar la
comprensión en un único nivel, la tendencia ha sido olvidarnos de que
la mente y el cuerpo sólo están separados en el pensamiento. Esta forma
dualista de pensar y ver las cosas impregnó de tal manera la cultura
occidental que vedó por completo todo lo relativo a las interacciones
cuerpomente en la salud, invalidándolas como terreno legítimo de la
investigación científica.
Este panorama ha empezado a cambiar hace poco tiempo, al hacerse
obvias las principales debilidades del paradigma dualista. Una de sus
más notorias debilidades era el fracaso del modelo médico habitual para
explicar por qué algunas personas enfermaban y otras no, aunque fueran
expuestas a las mismas condiciones de agentes patógenos y
medioambientales. Así como la variabilidad genética puede ser
responsable de algunas diferencias en cuanto a la resistencia a la
enfermedad, también parecía que existían otros factores que
representaban igualmente un papel.
El modelo biopsicosocial propone que los factores psicológicos y
sociales pueden tanto proteger a una persona de la enfermedad como
aumentar su susceptibilidad a ella. Estos factores incluyen las creencias
y actitudes de las personas, la cantidad de apoyo y amor que reciben de
familiares y amigos, las tensiones psicológicas y medioambientales a
que se ven expuestas, además de sus comportamientos sanitarios.
El descubrimiento de que el sistema inmunitario puede verse influido
por factores psicológicos vino en ayuda del modelo biopsicosocial, al
mostrar una senda biológica para explicar las interacciones
mentecuerpo.
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La medicina del comportamiento
Una de las repercusiones de los descubrimientos recientes ha sido el
desarrollo de un nuevo campo dentro de la medicina, la medicina del
comportamiento, que se ocupa de una comprensión más profunda de lo
que entendemos por salud y de explorar la mejor manera de promover
la salud y prevenir la enfermedad, además de tratar y sanar lo mejor
posible las enfermedades y discapacidades.
Como ya hemos visto, la necesidad de conceptualizar la salud y la
enfermedad en un marco más amplio que el tradicional nos ha llevado a
la formulación de un nuevo paradigma que, aunque ya ha tenido
importantes repercusiones en la práctica de la medicina, todavía no se
encuentra suficientemente desarrollado.
La medicina del comportamiento fue oficialmente establecida como
tal en 1977, y reconoce que la mente y el cuerpo se encuentran
íntimamente interconectados y que tanto la apreciación de estas
interconexiones como su estudio científico resultan cruciales para un
entendimiento más completo de la salud y la enfermedad. Se trata de un
campo interdisciplinario que une las ciencias del comportamiento y las
de la biomedicina, con la esperanza de que esta fertilización cruzada
alcance una concepción más amplia de la salud y la enfermedad de la
que podrían lograr por sí solas.
Este enfoque reconoce que las pautas de pensamiento y las
emociones pueden desempeñar un papel de gran importancia en la salud
y la enfermedad. Reconoce asimismo que lo que la persona haga sobre
su cuerpo y enfermedades puede tener importancia en su sanación, y
que la forma en que vivimos nuestra vida, lo que pensamos y lo que
hacemos pueden influir de manera notable en nuestra salud.
La medicina del comportamiento amplía el modelo tradicional de los
cuidados médicos: además de atender las señales, síntomas y
procedimientos habituales, estudia el comportamiento, el cual incluye
creencias y sensaciones. Al involucrar a la persona, ayuda a que los
individuos sean responsables de su bienestar —antes depositado en la
exclusiva esfera del dominio médico— y encaren sus propios esfuerzos
personales con un control más directo, sin cederlo por completo a
hospitales y procedimientos médicos.
La medicina moderna basada en conocimientos especializados y
procedimientos técnicos representa un paradigma médico-tecnocrático.
Durante su preparación, los médicos son imbuidos de este modelo y
provistos de los fundamentos básicos para la práctica médica estándar.Los principios del modelo tecnomédico son:
1. Separación mentecuerpo.
2. Considerar el cuerpo como una máquina.
3. Ver al paciente como objeto.
4. Supremacía del médico sobre el paciente.
5. Diagnóstico y tratamiento desde fuera hacia dentro (curando
enfermedades, reparando disfunciones).
6. Organización jerárquica y estandarización de los cuidados.
7. Autoridad y responsabilidad atribuidas al médico, no al paciente.
8. Sobrevaloración de la ciencia y la tecnología.
9. Intervenciones agresivas, con énfasis en resultados a corto plazo.
10. Muerte como derrota.
11. Sistema guiado por las ganancias.
12. Exclusión de otras modalidades.
Frente a éste, el modelo humanista/holístico:
1. Utiliza la conexión entre el cuerpo, la mente y el espíritu.
2. Considera el cuerpo como un organismo.
3. Ve al paciente como un sujeto relacional.
4. Enfatiza la conexión y el cuidado empático entre médico y
paciente.
5. Diagnostica y utiliza tanto la curación desde fuera hacia dentro
como desde dentro hacia fuera.
6. Considera extremadamente importante el proceso de sanación
desde dentro hacia afuera.
7. Trabaja logrando el equilibrio entre las necesidades
institucionales y las necesidades individuales.
8. La toma de decisiones y la responsabilidad es compartida entre
paciente y médico.
9. Trabaja buscando equilibrar ciencia y tecnología con humanismo.
El enfoque de esta medicina no sólo se orienta a la curación, sino
también a la prevención de las enfermedades, y considera la muerte
como un resultado aceptable, como un paso en un proceso. El cuidado
médico es conducido por la compasión, para lo cual es muy importante
una apertura mental.
Los múltiples caminos de la sanación
Repetiré aquí algo que no dejo de mencionar cada vez que puedo,
con respecto a la opinión del profesor Roberto Estévez, una eminencia
en la investigación y el tratamiento del cáncer, considerado uno de los
líderes mundiales de la especialidad, precursor de la oncología en
Argentina.
«Desde el momento en que el cáncer se establece en el organismo,
sabemos que se desarrolla una serie de interacciones que durante
muchos años llamamos relación huésped-tumor, sin saber realmente lo
que estábamos diciendo. Hoy en día sabemos un poco más, sabemos
que esta relación huésped-tumor tiene fundamentalmente una base
inmunológica y que a través de ella, por un complicado mecanismo de
reacciones del sistema hemopoyético frente a antígenos de las células
tumorales, se produce una verdadera cascada de sustancias elaboradas
por las células (citoquinas), las que en última instancia intentan, y a
veces lo consiguen, destruir las células tumorales.
»Lo interesante es que este encadenamiento biológico se lleva a cabo
si existen determinadas condiciones en la psiquis del paciente. De
manera experimental se ha podido demostrar la relación entre la
depresión y la euforia del paciente, su miedo o su optimismo y la
facilidad con que se producen células linfopoyéticas que pueden
ayudar sustancialmente a frenar o destruir el tumor.
»Pero la conclusión es que la relación huéspedtumor —es decir, la
forma en que ese tumor crecerá, invadirá tejidos vecinos o producirá
metástasis— está vinculada sin lugar a dudas con el paciente como
persona total y no como un cuerpo humano inerte. El corolario obligado
es atender al paciente suministrándole, junto con la terapéutica
específica, un tratamiento integral que atienda todas sus necesidades.»
No deja de sorprenderme que, en la actualidad, algunos discípulos
del profesor Estévez, contrariamente a sus enseñanzas, aconsejen a sus
pacientes que no se preocupen, ya que el estado de ánimo negativo no
afecta la evolución de la enfermedad.
Otro de los grandes de la oncología argentina fue el profesor Abel
Canónico. Presta atención a su reflexión:
«¿Tiene el médico derecho a infundir esperanzas a un enfermo
incurable? Sí, siempre tiene que hacerlo. El médico nunca puede ser
árbitro de la vida de nadie. Ninguna persona, profesional o no, puede
asegurar las posibilidades de vida de un individuo, y mientras exista un
margen —por mínimo que sea— hay que apoyarse en él y transmitir y
estimular la fe y la esperanza, incluso en aquellos enfermos
potencialmente incurables. Se trata de un compromiso moral del médico.
He conocido más médicos desesperanzados que enfermos sin esperanza.»
La relación médicopaciente
Esta relación es prioritaria en los enfermos oncológicos y mucho se
aprende de la fuerza moral de los que viven una existencia llena de
infortunios. Las facultades de medicina deberían incluir en los planes de
estudio una asignatura que ilustre al futuro médico acerca de las
contingencias que deberá contemplar y advertir en su difícil misión
específica. Como bien afirmaba Elisabeth KüblerRoss: «Mucho se
enseña sobre el ácido ribonucleico, pero en cambio poco sobre la
relación médico-paciente, que debería ser el abecé para un médico
eficiente.»
El doctor Canónico puso énfasis en dos temas: la esperanza y la
relación médicopaciente.
Siempre hablo de los terapeutas de la esperanza. Un médico sabio
debería esforzarse en evitar primero la muerte de la esperanza y después
la muerte biológica. Muchos médicos no saben lo importante que es
para un paciente darle esperanza. Algunos dicen que no se puede dar
falsa esperanza. Yo opino que no existe la «falsa esperanza».
La esperanza es la posibilidad de que algo ocurra. No estamos
diciendo que va a ocurrir, por lo tanto no veo cuál es el problema. El
doctor Carl Simonton sostiene que el poder más grande de un médico es
el poder de la palabra y que, según como se exprese, puede significar el
principio del fin de un paciente. Estévez, por su parte, afirma que
muchos médicos fusilan a sus pacientes y luego sólo queda que los
entierren.
Desde el año 2001 realizo seminarios de «Curación espiritual en
medicina y entrenamiento clínico de medicina mentecuerpo» en la
Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard y siempre se habla
de la relación médicopaciente: conocimiento y comunicación.
Actualmente en Estados Unidos, en casi todas las facultades de
Medicina se dictan cursos obligatorios sobre esta temática.
Es verdad que el médico es la primera medicina para el paciente y
que el paciente entrenado y capacitado que cuida su estado funcional,
que tiene una actitud positiva frente a la vida, se transforma en el primer
recurso con que cuenta un médico. La medicina puede lograr curaciones
increíbles, pero recuperar la salud depende de muchos factores.
Por relación médicopaciente se entiende aquella interacción que se
establece entre ambos, con el fin de devolver al paciente la salud, evitar
el padecimiento y prevenir la enfermedad. Para que el médico pueda
aplicar sus conocimientos teóricos y prácticos al diagnóstico y
tratamiento, necesita establecer este tipo de relación con el enfermo, de
la que depende en gran parte el éxito terapéutico.
Este tema sería suficiente motivo para escribir un libro. Sólo quiero
insistir en la necesidad que tienen los pacientes de ser escuchados por
sus médicos, de sentir que son importantes para ellos como personas y
no como portadores de una enfermedad. De forma permanente percibo
el dolor de los pacientes cuando reciben un trato impersonal, cuando
tienen miedo de preguntar, cuando su médico no los mira a los ojos y
cuando la consulta dura apenas unos minutos.
La salud mejora cuando las emociones pueden expresarse sanamente,
cuando nos nutrimos bien, cuando tenemos creencias que nos ayudan a
reafirmarnos en la vida y cuando nos alientan fuerzas espirituales. A lo
largo de estas páginas verás cómo en verdad se puede crear salud para
ayudar a que esas fuerzas abracen a las fuerzas de cualquier enfermedad o
discapacidad.
Las palabras, miradas, movimientos, gestos y toda expresión por
parte del médico representan elementos determinantes que pueden
derivar en respuestas saludables o insalubres para el estado del paciente.
Ningún paciente debería retirarse de la consulta médica sin esperanza,
factor decisivo para el mejor resultado de cualquier tratamiento

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