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1 EL QUEHACER ÉTICO UNA GUÍA PARA LA EDUCACIÓN MORAL Adela Cortina Universidad de Valencia Esta es la función que pretende cumplir esta pequeña guía: la de servir de orientación a quienes, por virtud o por necesidad, se interesan por la ética en general y por la educación moral en particular. En lo tocante a la primera, quisiéramos dar noticia de su objeto, qué es la moral, de su situación en el mundo del saber, como también de las principales corrientes actuales y su significado. Y en lo que a la educación moral respecta, nos proponemos ofrecer un modelo diseñado, no al azar, sino desde el hilo conductor de distintas propuestas éticas, hoy ya irrenunciables. De cada una de ellas iremos extrayendo los valores y las actitudes concretas que se siguen para ir conformando los rasgos, no de una persona ideal, sino sencillamente de una persona moralmente bien educada a la altura de nuestro tiempo. Lógicamente, la idea de moral que perfilaremos está indisolublemente conectada con el modelo de educación moral que vamos a ofrecer. Y es que, en definitiva, a menudo nos parece estúpido o incluso perjudicial educar moralmente porque tenemos una idea bastante peregrina acerca de ese territorio, tan próximo y tan lejano, que es el mundo moral. Lejano, porque ha sido totalmente desvirtuado en multitud de ocasiones. Cercano, porque ser moral es una de las características que acompaña de forma inevitable a cualquier persona. No digamos ya lo célebre que ha venido a hacerse lo moral en los últimos tiempos en la vida pública, gracias a los escándalos de corrupción, las escuchas ilegales, los diversos terrorismos, el tráfico de influencias, y todo ese conjunto de desacatos contra el sufrido "pueblo soberano", que han conseguido por fin arrebatarle -o casi arrebatarle- un bien preciado: la capacidad de asombro. La ciudadanía ya no se extraña de nada, pero constantemente reclama una moralización de la cosa pública, luego algo entenderá de moral cuando pide que aumente. Lo que le parece más extraño es la ética. Porque la ética, como filosofía moral que es, trata de lo moral con un lenguaje filosófico que las más de las veces parece una "jerga de rufia- nes". El lenguaje de los filósofos resulta esotérico, y preciso es reconocer que muchos de ellos se esfuerzan por que lo sea. En ocasiones, porque ellos mismos no entienden lo que dicen y en la ceremonia de la confusión todos los gatos son pardos. Y otras veces por prestar a su saber un cierto grado de sublimidad. En efecto, dan las gentes en creer que lo ininteligible es más profundo que lo diáfano, y por eso al terminar alguna conferencia totalmente abstrusa, suelen comentar enfervorecidas: "¡Qué nivel! ¡Qué profundidad!". Sólo que con el tiempo se cansan, porque aquello que para ser entendido exige un cierto esfuerzo estimula el interés y enseña cosas nuevas; pero lo que, con esfuerzo o sin él, rebasa nuestra capacidad de comprensión 1 acaba suscitando la más profunda apatía. A la larga, la ininteligibilidad tiene, lógicamente, un efecto disuasorio y no provocativo, y las gentes acaban pensando que allá se las compongan los intelectuales con su jerga esotérica. Por eso llevaba razón Ortega al afirmar que la claridad es la cortesía del filósofo, pero aún se quedaba corto: es un deber moral, no sólo de los filósofos, sino de todas las gentes que se preocupen por construir un mundo más humano, porque ese mundo no puede edificarse desde la mutua incomprensión, sino desde la comprensión recíproca. Cosa que en ética no resulta imposible. En primer lugar, porque, como hemos dicho, trata sobre algo que todos llevamos en el cuerpo -es decir, la moral- y por eso tenemos las antenas preparadas para sintonizar con lo que sobre ella se diga. No hay nadie amoral, entre otras razones, porque todos entendemos algo cuando se utilizan términos propios del lenguaje moral, tales como "honradez", "justicia" o "lealtad". Pero, en segundo lugar, la ética es especialmente accesible a cualquier persona porque el lenguaje que emplea es el llamado "lenguaje ordinario", el que habla el ciudadano de a pie, y no un lenguaje formalizado, como el de la lógica o las matemáticas. Sólo que -y esto sí ha de tenerse en cuenta-, a fuerza de siglos de reflexión filosófica, algunos términos de ese lenguaje cotidiano se han cargado ya de un significado que sólo suelen reconocer en toda su profundidad los que se han dedicado a estudiarlo; y, por otra parte, los profesionales de la ética, como ocurre constantemente en los distintos ámbitos de la vida social, emplean para dialogar entre ellos expresiones que funcionan como claves; claves que, en este caso, no precisan ser descifradas. Supongamos que un ético dice: "me refiero a la idea de felicidad en el sentido de Aristóteles". Naturalmente, quien no sepa nada de la ética aristotélica tampoco entenderá en qué sentido está empleando el término el hablante; pero, si se trata de gentes que conocen la propuesta de Aristóteles, resultaría interminable explicitar en cada caso en qué sentido se está utilizando el término "felicidad". Cosa que ocurre, no sólo en los lenguajes técnicos, sino en el habla cotidiana, cuando alguien dice de un amor que es "platónico" y no por eso aclara en qué consiste la doctrina de Platón; o cuando ante una desgracia afirmamos compasivamente, por consolar, que "más se perdió en Cuba" y no nos sentimos obligados a explicar a nuestro interlocutor qué fue exactamente lo que se perdió en Cuba ni quién lo perdió, porque esperamos que haya un saber común que nos permita utilizar estas claves. Precisamente uno de los mayores problemas de la educación hoy y de la relación entre las distintas generaciones es que se está perdiendo ese saber común de trasfondo que nos permite entendernos sin necesidad de interminables explicaciones: el desconocimiento de las raíces de la civilización occidental -es decir, de la cultura griega, del cristianismo, de los "siglos de oro" de los distintos países- dificulta enormemente encontrar canales de comprensión mutua. Recuperarlos y activarlos es hoy uno de los grandes retos éticos. Por eso lo que intentaremos en estas páginas es ofrecer un 1 modesto código para interpretar algunos de los mensajes que parecen cifrados en el campo de la ética, sin dar por supuesto ningún especial conocimiento en este ámbito. Se trata, pues, de una guía introductoria, no de una "Guía para Perplejos", como la que nos legó Maimónides, sino de una guía para interesados, por vocación, por necesidad, o por ambos a la vez, que suele ser lo más corriente. De una "Guía", por tanto, "para Curiosos y Necesitados". 1. MAPA FÍSICO DE LA ÉTICA 1.1 Tanteando el terreno La ética es una parte de la filosofía que reflexiona sobre la moral y por eso recibe también el nombre de "filosofía moral". Igual que hay dimensiones de la filosofía que tratan sobre la ciencia, la religión, la política, el arte o el derecho, también la reflexión filosófica se ocupa de la moralidad y entonces recibe el nombre de ética 1 . Ética y moral se distinguen simplemente en que, mientras la moral forma parte de la vida cotidiana de las sociedades y de los individuos y no la han inventado los filósofos, la ética es un saber filosófico; mientras la moral tiene "apellidos" de la vida social, como "moral cristiana", "moral islámica" o "moral socialista", la ética los tiene filosóficos, como "aristotélica", "estoica" o "kantiana". La verdad es que las palabras "ética" y "moral", en sus respectivos orígenes griego (êthos) y latino (mos), significan prácticamente lo mismo: carácter, costumbres. Ambas expresiones se refieren, a fin de cuentas, a un tipo de saber que nos orienta para forjarnos un buen carácter, que nos permita enfrentar la vida con altura humana, que nos permita, en suma, ser justos y felices. Porque se puede ser un habilísimo político, un sagaz empresario,un profesional avezado, un rotundo triunfador en la vida social, y a la vez una persona humanamente impresentable. De ahí que ética y moral nos ayuden a labrarnos un buen carácter para ser humanamente íntegros. Precisamente porque la etimología de ambos términos es similar, está sobradamente justificado que en el lenguaje cotidiano se tomen como sinónimos. Pero como en filosofía es necesario establecer la distinción entre estos dos niveles de reflexión y lenguaje -el de la forja del carácter en la vida cotidiana y el de la dimensión de la filosofía que reflexiona sobre la forja del carácter-, empleamos para el primer nivel la palabra "moral" y reservamos la palabra "ética" para el segundo. Precisamente por moverse en dos niveles de reflexión distintos - el cotidiano y el filosófico- José Luis Aranguren ha llamado a la moral "moral vivida", y a la ética, "moral pensada" 2 . 1.2. ¿Qué es eso de lo moral? La moral del camello 1 A. Cortina, Ética mínima, Tecnos, Madrid, 1986, parte 1; Ética sin moral, Tecnos, Madrid, 1990, cap. 1; Ética aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1993. 2 J.L.L. Aranguren, Ética, en Obras Completas, II, Trotta, Madrid, 1994. 1 Por las playas valencianas, hace ya bastantes años, se paseaba un cuerpo de policía a caballo, velando por la decencia de los trajes de los bañistas. La gente les llamaba "la Moral". Con esos antecendentes es fácilmente comprensible que la pobre moral no tuviera muy buena prensa entre las gentes de a pie y que la identificaran con un conjunto de prohibiciones, referidas sobre todo a cuestiones de sexo. Para qué decir si recordamos aquel personaje representado por el actor Agustín González en la película La Corte del Faraón: el clérigo y profesor de ética, escandalizado ante las ingenuas alusiones de doble sentido que salpican la obra y que él califica de "contumaz regodeo en la concupiscencia". Parecía, pues, que la moral debía consistir en mandatos, encargados de amargar la existencia al personal prohibiéndoles cuanto pudiera apetecerles: cuanto más a contrapelo el mandato, más mérito en cumplirlo. ¿Adónde iba la pobre moral con este cartel? Naturalmente, no era esto la moral, ni lo es tampoco actualmente, pero así lo entendía la gente por razones sociales de peso, entre otras, porque así se lo habían enseñado. Por eso, cuando oían la palabra "moral" se les venían a las mientes la policía de la playa, el inquisidor de turno, o la imagen de ese camello cargado con pesados deberes, que es como Nietzsche describía gráficamente la moral tradicional del deber. No es extraño que, al oir hablar de moral, la gente se pusiera inmediatamente en guardia. La verdad es que si la moral fuera esto, no merecería la pena dedicarle tantos libros, ni se entendería tampoco por qué está tan de moda hablar de ella, a no ser que la humanidad sea masoquista o ya no tenga en qué entretenerse. Pero como no parece que la humanidad en su conjunto esté por el masoquismo, y motivos de entretenimiento le sobran, habrá que pensar que la moral es otra cosa y por eso nos preocupa. Estar en el quicio Decía Ortega -y yo creo que llevaba razón- que para entender qué sea lo moral es mejor no situarlo en el par "moral-inmoral", sino en la contraposición, más deportiva, "moral-desmoralizado" "Me irrita este vocablo, 'moral' -nos dice en "Por qué he escrito El hombre a la defensiva". Me irrita porque en su uso y abuso tradicionales se entiende por moral no sé qué añadido de ornamento puesto a la vida y ser de un hombre o de un pueblo. Por eso yo prefiero que el lector lo entienda por lo que significa, no en la contraposición moral-inmoral, sino en el sentido que adquiere cuando de alguien se dice que está desmoralizado. Entonces se advierte que la moral no es una performance suplementaria y lujosa que el hombre añade a su ser para obtener un premio, sino que es el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia. Un hombre desmora- lizado es simplemente un hombre que no está en posesión de sí mismo, que está fuera de su radical autenticidad y por ello no vive su vida, y por ello no crea, ni fecunda, no hinche su destino" 3 . 3 José Ortega y Gasset, "Por qué he escrito El hombre a la 1 Decir de alguien que es inmoral es acusarle de no someterse a unas normas, de lo cual puede incluso sentirse muy orgulloso si no las reconoce como suyas; pero a nadie le gusta estar desmoralizado, porque entonces la vida parece una losa y cualquier tarea, una tortura. Por eso, está alta de moral una persona o una sociedad- seguía diciendo con toda razón Ortega- cuando "está en su quicio y en su plena eficacia vital", cuando le sobran agallas para enfrentar la vida; está desmoralizado, por contra, el desquiciado, el que ha perdido la medida humana. Hoy la moral es un artículo de primera necesidad precisamente porque nuestras "sociedades avanzadas", con todo su avance, están profundamente desmoralizadas: cualquier reto nos desborda. No sabemos qué hacer con los desempleados, con los inmigrantes, con los ancianos y los discapacitados; la corrupción acaba pareciéndonos bien con tal de ser nosotros quienes la practiquemos y, por supuesto, que no se nos descubra; no sabemos dónde situar a los enfermos de sida ni cómo valorar la ingeniería genética. Y todo esto es síntoma de la falta de vitaminas y de entrenamiento, propia de equipos que ya sólo saben jugar a la reacción, a la defensiva, pero se sienten incapaces de atacar porque están bajos de forma, les falta una buena dosis de "moral del Alcoyano"; de esa alta moral de un defensa del Alcoyano que, perdiendo por nueve a cero, pidió prórroga para ver de empatar. 1.3. Moralita: no "moralina". ¿Y por qué no nos entrenamos? En definitiva, porque aunque la ética está de moda y todo el mundo habla de ella, nadie acaba de creerse que es importante, incluso esencial, para vivir. Sea por lo de la policía de la playa o por la moral del camello, en el fondo a la gente le parece que eso de la moral es simple "moralina", sermones aburridos y aguafiestas. Otros vocablos terminados en "ina" En realidad "moralina", si miramos el diccionario, viene de "moral", con la terminación "ina" de "nicotina", "morfina" o "cocaína", y significa "moralidad inoportuna, superficial o falsa". A la gente le suena en realidad a prédica empalagosa y ñoña, con la que se pretende perfumar una realidad bastante maloliente por putrefacta, a sermón cursi con el que se maquilla una situación impresentable. Y es verdad que la moral se puede instrumentalizar, convirtiéndola en "moralina", pero también es verdad que es posible instrumentalizar la política, convirtiéndola en "politiquina", la ciencia en "cientificina", el derecho en "juridicina", la economía en "economicina" y, sin embargo, no se han creado esos vocablos. ¿Hay cosa más falsa y nociva que la "politiquina", ese dar a entender que la salvación viene de la política y de los políticos, que por eso se arrogan poderes casi omnímodos y acaban devorando a la sociedad civil? ¿Hay cosa más engañosa que la "cientifina", esa fe ciega e irracional en las palabras de los científicos, buenos o malos, como si "fuera de ellas no hubiera salvación"? defensiva", Obras Completas, Madrid, Revista de Occidente, IV, p. 72. 1 ¿No huele bastante mal una realidad que se trata de encubrir únicamente con la colonia del derecho, como si crear leyes sin cuento, juridificar la sociedad hasta las entrañas, fuera la solución a todos los males? ¿Y no es una droga bien dura la "economicina", esa cháchara petulante de economistas de pacotilla, que nos quieren hacer creer que su ciencia es lo único serio en el mundo, y que todo lo demás -la solidaridad, la justicia, la esperanza- son ñoneríasde subnormales, pura moralina? Ciertamente, a todos los saberes humanos se les puede añadir la terminación "ina" cuando se les instrumentaliza para conseguir prebendas individuales o grupales y, por contra, todos tienen mucho que aportar cuando se intenta alcanzar, con toda modestia, aquello que cada uno puede ofrecer. Pero no deja de ser curioso que sólo a la moral se le añada esa humillante terminación, como si sólo ella pudiera degenerar en un producto pernicioso. ¿No será que, tomada en serio, nos obliga a cambiar nuestras formas de vida, y no estamos en exceso por la labor? ¿No será que la moral más tiene naturaleza de "moralita" que de "moralina"? Elogio de la moralita La "moralita" -decía Ortega- es un explosivo espiritual, tan potente al menos como su pariente, la dinamita. No se fabrica con pólvora, claro está, sino con la imagen de lo que es un hombre -varón o mujer- en su pleno quicio y eficacia vital, con el bosquejo de lo que es un comportamiento verdaderamente humano. ¿No sería bueno, tal como andan las cosas, ir poniendo potentes cargas de moralita en lugares vitales de nuestra sociedad? En las escuchas no autorizadas por un juez con razones contundentes, en el terrorismo criminal, en los pactos políticos ajenos a la voluntad de los votantes, en los medios de comunica- ción a los que no importa informar, sino sólo vender, en la corrupción universitaria... En todos esos puntos estratégicos que, al saltar por los aires, irían abriendo camino para una convivencia más presentable. ¿Y por qué no lo hacemos? Entre otras razones, porque resulta muy sencillo desactivar la moralita, privarle de su potencial revolucionario. Basta con llamarle "moralina", decir que es cosa ñoña y empalagosa, propia de mujeres, para que pierda toda su fuerza explosiva. Como si, por otra parte, la ñoñería y el empalago fueran cosa de mujeres y no tuviéramos tantos arrestos como cualquier bípedo implume. Y se dice aquello de "no me digas que me vas a salir ahora con problemas de conciencia: aquí lo que importa...". Aquí lo que importa es conservar el poder, aquí lo que importa es el pueblo, caiga la persona que caiga, aquí lo que importa es ganar dinero, aquí lo que importa es que se beneficien sólo los de casa y no los de fuera. Y todo lo demás es estúpida moralina. La perversión de las palabras es la más grave de las perversiones. Cuando a la escucha telefónica no autorizada la llamamos "seguridad del Estado" -así llamaban también en Argentina a las desapariciones forzadas de los opositores a la dictadura-, cuando justificamos el asesinato terrorista recurriendo a la "defensa del pueblo", cuando convertimos la difamación en libertad de expresión y la corrupción universitaria en "autonomía de la universidad", entonces hemos trucado todos 1 los perfiles de la realidad y nos conviene transformar la explosiva moralita en dulzona moralina. Ciertamente la realidad acaba siendo inapelable y vuelve por sus fueros, a pesar de todos los intentos de manipulación. Pero ya han quedado en la cuneta sin remedio intimidades violadas, muertos, difamados, excluídos, esperanzas e ilusiones frustradas y una sociedad desmoralizada. Por eso es importante ir poniendo cargas de moralita revolucionaria en puntos estratégicos de nuestra vida personal y social: para ir orientando nuestra vida hacia el quicio humano y la eficacia creadora. 1.4. Orientarse en la vida Un saber racional Por ir precisando términos, diremos que la moral es un tipo de saber que pretende orientar la acción humana en un sentido racional. Es decir, pretende ayudarnos a obrar racionalmente, siempre que por "razón" entendamos esa capacidad de comprensión humana que arranca de una inteligencia sentiente, de una inteligencia no ajena a los sentimientos y a la experiencia. La razón es capaz de diseñar esbozos, propuestas, que funcionan como brújulas para guiar nuestro hacer vital, pero hunde sus raíces en ese humus fecundo de nuestra inteligencia sentiente, del que en último término se nutre. Por eso las tradiciones filosóficas empeñadas en abrir un abismo tajante entre inteligencia, sentimientos y razón nos hacen un flaco servicio: la razón enraíza en la inteligencia, que es ya sentiente 4 . La moral es, en este sentido, un tipo de saber racional. Un saber que orienta la acción Ahora bien, a diferencia de los saberes también racionales pero preferentemente teóricos (contemplativos), a los que no importa en principio orientar la acción, la moral es esencialmente un saber práctico: un saber para actuar. Pero no sólo para actuar en un momento puntual, como ocurre cuando queremos fabricar un objeto o conseguir un efecto determi- nado, que echamos mano del saber técnico o del artístico. El saber moral, por el contrario, es el que nos orienta para actuar racionalmente en el conjunto de nuestra vida, consiguiendo sacar de ella lo más posible; para lo cual necesitamos saber ordenar inteligentemente las metas que perseguimos 5 . Por eso, desde los orígenes de la ética occidental en Grecia, hacia el siglo IV a.J.C., suelen realizarse dos distinciones en el conjunto de los saberes humanos: 1) Una primera entre los saberes teóricos, preocupados por averiguar ante todo qué son las cosas, sin un interés explícito por la acción, y los saberes prácticos, a los que importa discernir qué debemos hacer, cómo debemos orientar nuestra 4 Xavier Zubiri, Inteligencia sentiente, Madrid, Alianza, 1980. Por esta línea caminan también los trabajos de José Antonio Marina, Teoría de la inteligencia creadora, Barcelona, Anagrama, 1993; Ética para náufragos, Barcelona, Anagrama, 1995. 5 Adela Cortina (ed.), Diez palabras clave en ética, VD, Estella, 1994. 1 conducta. 2) Y una segunda distinción, dentro de los saberes prácticos, entre aquellos que dirigen la acción para obtener un objeto o un producto concreto (como es el caso de la técnica o el arte) y los que, siendo más ambiciosos, quieren enseñarnos a obrar bien, racionalmente, en el conjunto de nuestra vida entera, como es el caso de la moral 6 . 1.5. Diversas formas de saber moral Ahora bien, las sencillas expresiones "racional" y "obrar racionalmente" son más complejas de lo que parece, porque a lo largo de la historia han ido ganando diversos significados, que han obligado a entender el saber moral también de diferente manera. Cuatro, al menos, de esos modos de entender lo moral son esenciales en la historia de la ética de Occidente 7 , por eso los comentaremos de forma muy breve y en la segunda parte de este trabajo extraeremos consecuencias de ellos para la educación moral. 1) Búsqueda prudencial de la felicidad. Según una tradición que arranca de Aristóteles, concretamente de la Ética a Nicómaco, obra moralmente quien elige los medios más adecuados para alcanzar la felicidad, entendida como autorrealización. En definitiva -piensa esta tradición- las personas tendemos necesariamente a la felicidad, de forma que la felicidad es el fin natural de nuestra vida. Pero no sólo el fin natural, sino también el fin moral, porque alcanzarlo o no depende de que sepamos elegir los medios más adecuados para llegar a ella y de que actuemos según lo elegido. Obrar moralmente es entonces lo mismo que obrar racionalmen- te, siempre que entendamos aquí por "razón" la razón prudencial, que nos aconseja elegir los medios oportunos para ser feliz. ¿Y quién es prudente? Aquél que, al elegir, no tiene en cuenta sólo un momento concreto de su vida, sino lo que le conviene en el conjunto de su existencia. Por eso sopesa los bienes que puede conseguir y establece entre ellos una jerarquía para obtener en su vida el mayor bien posible. Quien elige pensando sólo en el presente y no en el futuro es imprudente y, lo que es idéntico, inmoral. Una propuesta semejante aconseja, sin duda, cuidar el presente -aceptar lainvitación al "carpe diem"-, pero sobre todo tener conciencia de que la elección de cada día tiene repercusio- nes para el futuro, percatarse de que el pan de hoy puede ser hambre para mañana. El prudente no es entonces "presentista", sino que sopesa y pondera los bienes que elige en el momento concreto, de modo que en la "cuenta de resultados" de la vida toda surja el mayor bien posible. A la tradición que entiende así la vida moral se le conoce como "eudemonismo" (de "eudaimonía", que significa "vida buena”, “felicidad" en el sentido de autorrealización plena), y permanece hasta nuestros días, con especial vigencia en la Edad Media, en filosofías como las de Averroes (s. XII) o Sto. Tomás de Aquino 6 Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro VI, caps. 2, 3 y 4. 7 A. Cortina, Ética aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1993, cap. 11. 1 (s. XIII). Hoy surge con fuerza en el llamado "movimiento comunitario" (Alasdair MacIntyre, Michael Walzer, Benjamin Barber), en la hermenéutica (Hans-Georg Gadamer), y en la vertiente de la ética zubiriana que se refiere a la "moral como contenido". 2) Cálculo inteligente del placer. También en el mundo griego nace otro modo de entender el saber moral y el modo de funcionar en él de la racionalidad, que es el propio del hedonismo ( de "hedoné", que significa "placer"). Según los hedonistas, puesto que, como muestra la más elemental de las psicologías, todos los seres vivos buscan el placer y huyen del dolor, tenemos que reconocer que el móvil del comportamiento animal y del humano es el placer. Pero, a la vez, que el placer es también el fin al que se dirigen todas nuestras acciones y el fin por el que realizamos todas nuestras elecciones. De donde se sigue -concluyen- que el placer es el fin natural y moral de los seres humanos. ¿Quién obra moralmente entonces? El que sabe calcular de forma inteligente, a la hora de tomar decisiones, qué opciones proporcionarán consecuencias más placenteras y menos dolorosas, y elige en su vida las que producen mayor placer y menor dolor. Desde esta perspectiva, la moral es el tipo de saber que nos ayuda a calcular de forma inteligente las consecuencias de nuestras acciones para lograr el máximo de placer y el mínimo de dolor. Pero el máximo y el mínimo ¿para quién? En la tradición hedonista se produce un cambio trascendental desde el mundo griego al moderno al intentar contestar a esta pregunta, porque el primero entiende que cada individuo tiene que procurar maximizar su placer y minimizar su dolor, mientras que el hedonismo moderno (utilitarismo) propone como meta moral lograr la mayor felicidad (el mayor placer) del mayor número posible de seres vivos. Es esencial, pues, aprender a calcular las consecuencias de nuestras decisiones, teniendo por meta la mayor felicidad del mayor número, y actuar de acuerdo con los cálculos. El hedonismo nace en el siglo IV a. J.C. de la mano de Epicuro de Samos y sigue también vigente en nuestros días. Los representantes clásicos del hedonismo social o utilitarismo son, fundamentalmente, Jeremy Bentham, John Stuart Mill (con su libro El Utilitarismo) y Henry Sigdwick. En la actualidad el utilita- rismo sigue siendo potente en la obra de autores como Urmson, Smart, Brandt, Lyons, en las teorías económicas de la democracia y ha tenido una gran influencia en el nacimiento del "Estado del bienestar". 3) Respeto a lo que es en sí valioso. A fines del siglo XVIII Immanuel Kant cambia el tercio en lo que se refiere al modo de entender el saber moral. Es evidente - afirma- que, por naturaleza, todos los seres vivos tienden al placer y que todos los seres humanos queremos ser felices. Pero precisamente los fines que queremos por naturaleza no pueden ser morales, porque no podemos elegirlos. La naturaleza es el reino 1 de la necesidad, no el de la libertad, por mucho que podamos elegir entre los medios. Por eso serán fines morales los que podemos proponermos libremente, y no los que ya nos vienen impuestos por naturaleza. ¿Cuáles son esos fines? Para responder a esta pregunta Kant cree tener una buena ayuda: las personas tenemos conciencia de que hay determinados mandatos que debemos seguir, nos haga o no felices obedecerlos. Cuando digo que "no se debe matar" o que "no hay que ser hipócri- ta", no estoy pensando en si seguir esos mandatos hace feliz o no, sino en que es inhumano actuar de otro modo. El asesino, el hipócrita no están actuando como auténticas personas. ¿De dónde surgen estos mandatos, si no es de nuestro deseo de felicidad? La respuesta que da Kant abre un nuevo mundo para la moralidad: esos mandatos surgen de nuestra propia razón que nos da leyes para comportarnos como auténticas personas. Y un ser capaz de darse leyes a sí mismo desde su propia razón es, como su nombre indica, un ser autónomo. Por eso las normas morales mandan sin condiciones y no prometen la felicidad a cambio; sólo prometen realizar la propia humanidad. De ahí que se expresen como mandatos (imperativos) categóricos, incondicionados. Ser persona es por sí mismo valioso, y la meta de la moral consiste en querer serlo por encima de cualquier otra meta: en querer tener la buena voluntad de cumplir nuestras propias leyes. La razón que proporciona esas leyes morales no es la razón prudencial ni la razón calculadora, sino la razón práctica, que orienta la acción de forma incondicionada. Kant defendió esta posición por primera vez en su obra Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres y, aparte del gran número de kantianos que ha habido y sigue habiendo, actual- mente no existe ni una sola ética que se atreva a prescindir de la afirmación kantiana de que las personas son absolutamente valiosas, fines en sí, dotadas de dignidad y no intercambiables por un precio. 4) Saber dialogar en serio. A partir de los años 70 Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas, profesores de la Universidad de Frankfurt, proponen continuar la tradición de la ética kantiana, pero superando sus insuficiencias. Los creadores de lo que se llama "ética del discurso" están de acuerdo con Kant en que el mundo moral es el de la autonomía humana, es decir, el de aquellas leyes que los hombres nos damos a nosotros mismos. Precisamente porque nos las damos, podemos promulgarlas o rechazarlas, aceptarlas o abolirlas. Sin embargo, discrepan de Kant -entre otras cosas- a la hora de determinar qué significa "nos damos nuestras propias leyes". Porque así como Kant entiende que cada uno de nosotros ha de decidir qué leyes cree que son propias de las personas, conside- ran los autores que comentamos que deben decidirlo los afectados por ellas, después de haber celebrado un diálogo en condiciones de racionalidad. La razón moral -concluyen- no es una razón práctica monológica, sino una razón práctica dialógica: una racionalidad comunicativa. Las personas no debemos llegar a la conclusión de 1 que una norma es ley moral o es correcta individualmente, sino a través de un diálogo. Pero no a través de cualquier diálogo, sino a través de un diálogo que se celebre entre todos los afectados por las normas y que llegue a la convicción por parte de todos de que las normas son correctas, porque satisfacen los intereses de todos. Evidentemente, no es así como se decide normalmente si una norma es o no correcta, pero así es como debería decidirse. Saber comportarse moralmente significa, desde esta perspectiva, dialogar en serio a la hora de decidir normas, teniendo en cuenta que cualquier afectado por ellas es un interlocutor válido y como tal hay que tratarle. Esta posición recibe indistintamente los nombres de "ética dialógica", "ética comunicativa" o "ética discursiva", y tiene hoy en día seguidores en un buen número de países. ****************************** Éstos son, pues, cuatro modos de entender cómo comportarse en lavida de una forma moral. Ciertamente, la historia de la ética nos ha pertrechado de otros modelos, pero como estos cuatro constituyen la clave para comprender los restantes, vamos a darnos por satisfechos con ellos, al menos en una primera aproximación. TIPOS DE RACIONALIDAD CARACTERISTICAS PRUDENCIAL (tradición aristotélica) 1. Fin último natural y moral: felicidad (lo que conviene a una persona en el conjunto de su vida). 2. Ámbito moral: el de la racionalidadque delibera sobre los medios más adecuados para alcanzar un fin. CALCULADORA (tradición utilitarista) 1. Fin último natural y moral: felicidad (el máximo de placer y el mínimo de dolor). 2. Ámbito moral: el de la maximización del placer y la minimización del dolor para todos los seres sentientes. 3. Criterio moral: entre dos cursos de acción elegir aquél cuyas consecuencias procuran el mayor placer al mayor número. PRÁCTICA (tradición kantiana) 1. Fin moral: conseguir una buena voluntad, que se guíe por las leyes que nos damos a nosotros mismos. 2. Ámbito moral: el de las leyes que nos hacen verdaderamente personas. Es decir, el de nuestra autonomía. 3. Criterio moral: elegir las normas que pueden expresarse como imperativos categóricos. 1. Fin moral: conseguir una voluntad dispuesta a 1 COMUNICATIVA (tradición dialógica) entablar un diálogo racional con todos los afectados por una norma a la hora de decidir si es o no correcta. 2. Ámbito moral: el de las normas que afectan a los seres humanos. 3. Criterio: que satisfagan intereses universalizables. 5. Los vecinos de la moral: derecho y religión Moral, derecho y religión tratan de dar orientaciones para las acciones humanas y, en este sentido, se les considera como saberes prácticos. Ahora bien, precisamente porque los tres coinciden en serlo, existe una pronunciada tendencia a confundir- los, o bien a pensar que basta con alguno de ellos para vivir y que los dos restantes están de más. Sin embargo, no es así: moral, derecho y religión son necesarios para la vida humana, aunque es verdad que están estrechamente relacionados entre sí y que se complementan. Moral y religión En principio, si estar alto de moral es estar en el quicio humano, también las religiones buscan llevar a las personas a su plenitud vital. Aunque de ellas se han dicho muchas tonterías, nacieron para responder al afán de salvación que experimentamos; un afán de salvación que, al menos en las tres religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, Islam), se refiere sobre todo al anhelo de librarse del mal voluntario (el pecado), de la muerte y de algo casi peor que el pecado y la muerte: el sinsentido, la convicción de que el origen y la meta de cada persona y de la humanidad en conjunto es o bien la pura casualidad o bien el absurdo 8 . La religión -como decía Immanuel Kant- trata de responder a la pregunta "¿qué puedo esperar?", más que a la pregunta "¿qué debo yo hacer?" 9 . Su lugar más propio en el conjunto de saberes prácticos es, pues, el ámbito de la esperanza, no tanto el del deber 10 . Por eso Ernst Bloch, uno de los filósofos que ha dedicado sus energías a investigar si es posible para los seres humanos la esperanza en un mundo mucho más humanizado, dedicó a la religión un buen espacio 11 . En algún momento de su trabajo pensaba Bloch que la finalidad de la religión -salvar al hombre- es más fácil de alcanzar que la meta del socialismo, que consiste en alimentarlo. Sin embargo, en sus últimos trabajos invierte los términos: es más fácil, siendo difícil, lograr la justicia que la 8 Hans Küng et alii, El cristianismo y las grandes religiones, Madrid, 1987. 9 Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, A805 B 833. 10 Olegario González de Cardedal, Raíz de la esperanza, Sígueme, Salamanca, 1995. 11 Ernst Bloch, El principio esperanza, Aguilar, Madrid, 1977; Ateísmo en el cristianismo, Taurus, Madrid, 1983. 1 salvación. "Un sabio antiguo decía -y se quejaba- que es más fácil redimir el hombre que alimentarlo. El futuro socialismo, precisamente cuando todos los invitados se hallen sentados a la mesa, cuando puedan sentarse, tendrá ante sí, como particularmente difícil, la usual inversión de esta paradoja: es más fácil alimentar al hombre que redimirlo" 12 Y es que las religiones nacen de la experiencia vivida por personas concretas y por pueblos concretos de que Dios salva del pecado, de la muerte y del absurdo, lo cual tiene mucho que ver -todo que ver- con alcanzar la felicidad13. Pero desgraciadamen- te en muchas ocasiones se han olvidado de que Dios es "el que salva" y se han empeñado en que es "el que manda", sobre todo, "el que prohíbe", con lo cual algunos de sus representantes han acabado vigilando bañistas y cosas similares, igual que una moral mal entendida. Como es natural, toda religión lleva aparejada una moral, unas orientaciones para la forja del carácter y para adquirir hábitos humanos, y las actuales morales tienen todas en muy buena medida orígenes religiosos. Pero en Occidente el proceso de modernización supuso el retroceso de las imágenes religiosas del mundo y, en consecuencia, la moral fue independizándose paulatinamente de la religión, y tratando de buscar un fundamento racional, común a creyentes y no creyentes 14 . Lo cual -como dijimos- no significa que en ella no tenga una parte fundamental el sentimiento, que por supuesto la tiene, sino que una moral racional ha de ser aceptable por toda persona, sea creyente o no. Una ética civil Este proceso de independización de la moral con respecto a la religión ha culminado en una "ética cívica" o "ética civil". Llamamos "ética cívica" al conjunto de valores morales que ya comparten los distintos grupos de una sociedad moralmente pluralista y que les permiten construir su mundo juntos precisa- mente por compartir esa base común. La ética civil es una ética laica, y no religiosa ni tampoco laicista, porque no recurre expresamente a Dios para señalar dónde está el "quicio humano" de que hablábamos, pero tampoco se empeña en que alcanzar ese quicio exige eliminar la religión, cosa que sí dice una ética laicista 15 . Por eso, como ética laica, intenta encontrar un criterio para marcar ese quicio y un fundamento para él que pueda ser admitido por cualquier persona, sea cual fuere su fe religiosa, su ateísmo o su agnosticismo. Ahora bien, es importante recordar que una ética cívica situada a la altura de nuestro tiempo, como es el caso de la ética civil propia de las democracias liberales pluralistas, difiere poco en el contenido del de una moral religiosa, igualmente situada a la altura del tiempo; sobre todo, en lo que se refiere a unos mínimos de justicia. Porque una y otra exigen 12 Ernst Bloch, Ateísmo en el cristianismo, p. 253. 13 Adela Cortina, Ética civil y religión, PPC, Madrid, 1995. 14 Adela Cortina, Ética mínima, sobre todo caps. 5, 6 y 7. 15 Adela Cortina, Ética de la sociedad civil, Anaya, Madrid, 1994, cap. 8: Ética civil y religión, cap. 3. 1 que se respeten los derechos humanos, valoran la libertad, la igualdad y la solidaridad, rechazan la intolerancia y la tolerancia pasiva, y apuestan por una actitud dialógica para resolver los conflictos. ¿Qué aportan entonces las religiones? La experiencia de salvación, la esperanza de vida futura, la redención de los que en el pasado perecieron a manos de la injusticia, la superación de la soledad radical por el diálogo con un "Tú" a la vez diferente y, sin embargo, totalmente íntimo a cada persona. Moral y derecho: ¿Un mundo de normas? Prácticamente todoslos manuales de introducción al derecho dedican un capítulo a señalar las semejanzas y diferencias entre derecho y ética, porque son dos tipo de saber tan estrechamente ligados entre sí que en ocasiones se confunden y parece que basta con cumplir las normas jurídicas para actuar de una forma moralmente correcta. Sin embargo, se trata de dos tipos de saber que -como hemos dicho- están estrechamente unidos, guardan una gran semejanza entre sí y son complementarios, pero no se identifican. Comentaremos en este apartado en qué se asemejan y en los dos siguientes, en qué difieren y en qué resultan complementarios. * En primer lugar, moral y derecho se asemejan, no sólo porque ambos son saberes prácticos que intentan orientar la conducta individual e institucional, sino también porque los dos se sirven de normas para orientar la acción. En el caso del derecho, podemos decir que se trata sobre todo de un mundo de normas, que se articulan en diversos códigos, de modo que los ciudadanos sepan qué tipo de conducta se espera de ellos. El derecho es, no sólo una saber práctico, sino eminentemente un saber que proporciona normas. También la moral da normas, especialmente cuando se ocupa de cuestiones de justicia y cuando quiere orientarnos hacia la humanización y no hacia la deshumanización. Pero el ámbito de lo moral es bastante más amplio que el de las normas y se adentra en ideales de vida buena y en propuestas de humanización que van más allá de las simples normas. * Por otra parte, las semejanzas entre ambos se acrecientan cuando algunos éticos de tradición kantiana, como es el caso de los representantes de la ética discursiva, insisten en que es tarea de la ética determinar cuáles son los procedimientos que nos garantizan que una norma es moralmente correcta. Las normas morales nacen en los distintos campos de la vida cotidiana y la ética debería mostranos cuáles son los procedimientos racionales para decidir que una norma es correcta. El procedimiento consistiría, según dicha ética, en estable- cer un diálogo entre todos los afectados por la norma, que se celebrara en condiciones de simetría, es decir, que todos tuvieran posibilidad de intervenir, replicar y defender los propios intereses en igualdad de condiciones. Podríamos decir que la norma es correcta cuando todos los afectados, actuando como interlocutores en el diálogo, llegaran a la conclusión de que la norma les parece correcta porque satisface intereses generalizables. No se trataría, pues, de llegar simplemente a un pacto de 1 intereses sectoriales, sino a la adhesión de todos los afectados por la norma que, tras participar en el diálogo en condiciones de simetría, consideran de modo unánime que la norma es correcta. Esta consideración de la ética como saber que se ocupa de los procedimientos por los que sabemos si una norma es correcta, la ha aproximado al derecho que también trata de formular los procedimientos adecuados para fijar una norma, aunque en este caso, jurídica. El derecho viene "de fuera" En lo que se refiere a las diferencias entre moral y derecho, conviene recordar que no proceden tanto del contenido, en ocasiones idéntico, como de la forma en que obligan las normas morales y las jurídicas. Por ejemplo, normas como "no matar" o "no mentir" son tanto normas jurídicas como morales, y reconocemos si son una cosa u otra ante todo por cuatro elementos formales: cuál es su origen (quién está legitimado para promulgarlas), quién está capacitado para obligar a cumplirlas, cuál es el tipo de sanción que puede recibirse por transgre- dirlas, de quién cabe esperar cumplimiento. 1) Las normas jurídicas son promulgadas por los órganos competentes del Estado, mientras que las morales proceden del propio sujeto autónomo. 2) Es el Estado el que está legitimado para exigir que se cumplan las normas jurídicas mediante coacción, mientras que en el caso de lo moral el sujeto se "autobliga". 3) Es también el Estado quien tiene el poder de castigar a quien transgrede normas legales. Y por eso, para no ser arbitra- rio tiene que tipificar los posibles delitos y fijar las sanciones correspondientes. En el mundo moral, no hay más sanción que el remordimiento que experimenta quien ha violado su propia ley. Son estas tres razones, en principio, las que hacen del derecho un tipo de legislación que la persona experimenta como "externa", como viniendo "desde fuera". Por eso puede decirse que para obedecer normas jurídicas podemos tener razones estratégicas, mientras que para obedecer normas morales no puede existir ninguna razón estratégica: atenerse a los mandatos morales interesa por sí mismo o no interesa en absoluto. Alguien puede considerar una ley jurídica inadecuada, pero cumplirla por estrategia, por miedo a la sanción; mientras que para sentirse obligada moralmente una persona necesita estar convencida de que la norma es correcta: nadie, salvo ella misma, le va a sancionar si no la cumple. 4) Esta situación explica algo que ocurre en el mundo jurídico y no en el moral. Desde el punto de vista jurídico, el desconocimiento de una ley no exime de su cumplimiento; y, por lo tanto, si alguien transgrede una ley por ignorancia, podrá considerarse tal ignorancia como una circunstancia atenuante, pero no como eximente. Mientras que desde el punto de vista moral el desconocimiento de una norma sí exime de su cumplimiento, porque aquí la intención de quien obra es, no sólo importante, sino esencial. Así ocurre que las personas podemos llegar a vivir el mundo jurídico como un mundo extraño, incluso en los países 1 democráticos en los que hemos elegido a nuestros presuntos representantes. Porque cuando se produce un intenso proceso de juridificación, es decir, cuando todos los ámbitos de la vida social se van regulando hasta el punto de que los ciudadanos son humanamente incapaces de conocer la legislación en su totalidad, aumenta en ellos la sensación de que ese inabarcable mundo no es cosa suya: de que en él son totalmente heterónomos. Y eso, lógicamente, es perverso en una democracia, que se supone es el "gobierno del pueblo". Acercar la legislación al ciudadano en el doble sentido de que sea la que él podría querer y de que la conozca, así como las razones por las que se promulga, es un deber moral. Porque ya que resulta imposible que en el mundo jurídico cada uno legisle, al menos que los presuntos representantes formulen las leyes pensando en lo que cada ciudadano podría querer, traten de darlas a conocer y expliquen las razones por las que las promulgan. No bastan las normas jurídicas para que una sociedad sea justa Para que una sociedad sea justa no bastan las leyes jurídi- cas, al menos por las siguientes razones: 1) Las leyes jurídicas no siempre protegen suficientemente todos los derechos que son reconocidos por una moral cívica. 2) A veces exigen comportamientos que no parecen justos a quienes se saben obligados por ellas. 3) Las reformas legales son lentas y una sociedad no siempre puede esperar a que una forma de actuación esté recogida en una ley para considerarla correcta. Por eso muchas veces la ética se anticipa al derecho. 4) Por otra parte, este tipo de leyes no contempla ciertos casos particulares que, sin embargo, requieren consideración. 5) Por último, "juridificar" es propio de sociedades con escasa libertad. En las sociedades más libres la necesidad de la regulación legal es menor porque los ciudadanos actúan correcta- mente. 6) Aunque parezca que las normas jurídicas que protegen derechos fundamentales garanticen esa protección en mayor medida que las normas morales, es decir, aunque parezca que son más eficaces, lo bien cierto es que su capacidad protectora es muy limitada. Las leyes pueden eludirse, manipularse y tergiversarse; sobre todo, por parte de los poderosos. Por eso creo que la única garantía de que los derechos se respeten consisteen que las personas estén convencidas de que vale la pena hacerlo. Podríamos decir que "una convicción moral vale más que mil leyes". Por tanto, sin atender a la dimensión moral de las personas, es imposible que una sociedad sea justa. CAPÍTULO 2. RASGOS DE LOS ACTUALES HABITANTES DEL MUNDO ÉTICO 2.1. Una ética de andar por la calle Presentar la ética de nuestros días -aquí, la ética; aquí, un lector- no es tarea fácil, pero podríamos emprenderla diciendo que goza de excelente salud, hasta el punto de que los especialistas en descabellar ideologías con la puntilla de un "post", llenando los cementerios de cadáveres -postmodernidad, 1 postcapitalismo, postsocialismo- no han podido todavía mandarla al mundo de la "post-ética". Y eso que gentes como Lipovetsky han corrido el rumor de que la moral, tan cercana a la ética, ha pasado al otro mundo, quedando el nuestro convertido en un mundo "postmoralista" 16 . Pero en estas calumnias del postmoralismo entraremos más adelante, por ahora nos basta con recordar que la ética rebosa salud. ¿De dónde le viene su lozanía? Le viene, simple y llanamente, de haberse atrevido a salir de las aulas y los anaqueles, donde se repite hasta el aburrimiento qué dijo Platón y qué Heidegger y huele a rancio, para enfrentarse a los problemas de la vida cotidiana e intentar encontrarles soluciones. Pasaron para ella los tiempos de la impunidad, en que el filósofo justificaba el sueldo con una jerga esotérica y enrevesada, de la que el público no sacaba nada en claro. Hoy la gente se ha hecho más lista y reclama sus derechos: "bien está - dice- que reflexionen ustedes pero, si quieren ganarse el sueldo, dígannos algo para la vida cotidiana, y algo que se entienda". El derecho a entender es un derecho humano que la filosofía ha despreciado demasiado tiempo y por eso al gran público no suele interesarle. También la ética ha caído en ese defecto y en el de hablar de cosas que no le importan prácticamente a nadie, tarea a la que se dedicó hasta hace bien poco tiempo, en parte por deformación profesional, en parte por motivos serios. 2.2 Ética intrascendente En efecto, desde hace algunas décadas empezó la ética a profesar una vocación de intrascendencia verdaderamente llamativa. Dejó en segundo término aquellas cuestiones que siempre le habían preocupado -¿en qué consiste el bien? ¿qué hacer para ser justos?- y se devanaba el seso en asuntos que a nadie interesaban ("¿es posible deducir lo permitido de lo obligado?" "Si digo a alguien 'usted debería jugar mejor al tenis', ¿qué estoy queriendo decirle...?"). ¿Por qué los éticos abandonaban el barco de las cuestiones importantes y se arrojaban al mar de lo intrascendente? Tres razones, al menos, podríamos aducir para explicar este desaguisado. 1) Aclarar el lenguaje La primera de ellas consistió en percatarse de que la mayor parte de discusiones y desacuerdos que se producen en la moral procede simplemente de falta de entendimiento en el lenguaje. Si yo digo que "esto es justo" y tengo por "justo" aquello que cada quien debe tener para llevar adelante una vida digna, y, sin embargo, mi interlocutor tiene por "justo" lo que cada uno se merece por el esfuerzo que ha puesto, no nos entenderemos y pasaremos discutiendo una buena cantidad de tiempo, hasta que nos daremos cuenta de que, sencillamente, entendíamos cosas distintas por la misma palabra. O si digo "la eutanasia es inhumana", y para mi "eutanasia" significa eliminar a los recién nacidos que tienen taras, y mi interlocutor entiende por "eutanasia" incluso rechazar el encarnizamiento terapéutico, está claro que tardaremos en 16 Giles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, Madrid, Anagrama, 1992. 1 entendernos, por lo menos, tanto tiempo como necesitemos para darnos cuenta de que lo que pasa es que hablamos de cosas distintas. Con los cual muchos éticos llegaron a la conclusión de que lo mejor era dedicarse a analizar el lenguaje moral, para tratar de aclarar nuestros desacuerdos, y no empeñarse en hacer "ética normativa", es decir, no empeñarse en dar normas. Ya a principios del siglo XX había nacido una corriente ética de análisis del lenguaje moral de la mano de E.G. Moore 17 , y hace unas décadas se puso de moda, en parte, por este deseo de aclarar el lenguaje moral. 2) La obsesión por la neutralidad Una segunda razón para limitar el quehacer de la ética a esta tarea, que dio en llamarse "metaética" por distinguirse de la ética normativa, consistió en satisfacer el afán de objetividad que invadió al mundo del saber en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX 18 . Ya en 1919, en su célebre conferencia "Ciencia como vocación" Max Weber había afirmado que el auténtico científico es aquél que se atiene a los hechos, prescindiendo de las valoraciones, porque quien, al dedicarse a un saber, introduce valoraciones, está introduciendo sus creencias subjetivas y no ateniéndose a los hechos. El científico, dirá Weber, debe estar dotado de "la probidad intelectual necesaria" para comprender que existen dos tipos de problemas heterogéneos: la constatación de los hechos y la respuesta a la pregunta por el valor de la cultu- ra y, dentro de ella, de cuál debe ser el comportamiento del hombre en la comunidad cultural y en las asociaciones políticas 19 . A esta convicción de que un saber, para ser científico, no debe hacer valoraciones se ha llamado el Principio de Neutralidad de las ciencias; y, de tal modo ha sido una obsesión hasta hace bien poco, que también los éticos se empeñaron en hacer de la ética un saber neutral, un saber objetivo: si la ética quería ser una ciencia, tenía que ser neutral, y para eso el procedimiento más expeditivo consistía en limitarse a estudiar el lenguaje de la moral, pero sin hacer ella misma valoraciones 20 . 3) El complejo de Pepito Grillo La tercera razón tuvo unas raíces más bien sociales. Si la ética orienta de alguna manera la acción -se preguntaban los éticos-, ¿significa esto que hemos de decirle a la gente lo que debe hacer? ¿Y quiénes somos -continuaban- para hacer tal cosa? De hecho, los moralistas de diversas religiones orientan a 17 G.E. Moore, Principia Ethica, 1903 (hay trad. cast. en UNAM, México, 1983). Para la evolución de la filosofía del análisis del lenguaje moral ver José Hierro, Problemas del análisis del lenguaje moral, Tecnos, Madrid, 1970; W.H. Hudson, La filosofía contemporánea, Alianza, Madrid, 18 Hans Albert, Ética y metaética, Cuadernos Teorema, Valencia, 1978. 19 Max Weber, El político y el científico, Madrid, Alianza, 1980. 20 Karl-Otto Apel, La transformación de la filosofía, Taurus, Madrid, 1985, vol. II, pp. 344 ss. 1 las demás personas, pero no desde un saber que poseen por méritos propios, sino desde un saber que heredan de su iglesia o grupo religioso. Sin embargo, los éticos reflexionan por cuenta propia y no merecen más crédito que el que su misma reflexión pueda inspirar. ¿Quién les ha dado la credencial para informarnos acerca de lo que debemos hacer para ser justos y felices? El temor a prescribir -el temor a convertirse en "Pepito Grillo"- fue, pues, la tercera de las razones que indujo a la ética desde hace algunas décadas a rechazar cualquier intento de ética normativa y a dedicarse a un tipo de ética descriptiva: a describir qué es lo que hacemos cuando usamos el lenguaje moral y qué significan los términos que lo componen, es decir, a limitarse o hacer filosofía del análisis del lenguaje moral, también llamada "metaética" 21 . Este tipo de ética continúa boyante en muchos lugares de nuestro planeta, sin embargo, ha perdido la hegemonía de que gozó en tiempos. Por una parte, porque los éticos empezaron a cansarse de no hacer otra cosa que hablar de qué queremos decir cuando decimos "bueno"o "justo", y a pensar que esta aclaración de términos muy bien podía ser una parte de la ética, pero no la única tarea 22 . Por otra parte, porque descubrieron, como muchos otros científicos obsesionados por lograr saberes "puros", que tal cosa no existe. No hay ningún saber humano en el que no introduzcamos valoraciones. Incluso si hacemos algo tan modesto como aclarar el significado del término "bueno", estamos introduciendo el modo de entenderlo y usarlo de la cultura en la que hemos sido educados, y, por lo tanto, estamos prescribiendo a la gente qué tiene que entender por "bueno" 23 . Pero también sucedió, con todos estos dimes y diretes, que al público la ética dejó de interesarle por completo. Los moralistas podían decir cosas discutibles, e incluso irritantes, pero, por lo menos, decían algo que se podía discutir o podía irritar; mientras que los éticos se enredaban en interminables análisis de términos, juicios y razonamientos, de los que un ciudadano normal no sacaba más claridad, sino un solemne aburrimiento y, aunque resulte curioso, todavía más confusión. Con lo cual la poca clientela que podía interesarse por estos asuntos acabó dejando la tienda vacía. Y la ética se refugió en las aulas y los anaqueles, donde el polvo del desinterés ciudadano cubre los lomos de los libros. 2.3. Nació la filosofía para dar razón Bien es verdad que en esas aulas acabó encontrando algunos temas, que hubieran sido de interés para el público si se le hubieran explicado con alguna claridad, por ejemplo, el de la fundamentación de la moral. 21 Javier Muguerza, Presentación a Mary Warnock, Ética contemporánea, Labor, Barcelona, 1968, pp. 5-14. 22 Javier Muguerza, La razón sin esperanza, Taurus, Madrid, 1976. 23 Karl-Otto Apel, La transformación de la filosofía, II, pp. 363 ss. 1 ¿Por qué debo? Hasta hace algo más de una década los éticos invirtieron buena parte de su tiempo en investigar si es posible encontrar un fundamento para lo moral, y creían adecuado formular la pregunta por él de la siguiente forma "¿por qué debo obedecer normas morales?". En definitiva, la mayor parte de los ciudadanos ignórabamos esas sutilezas de que la moral habla de unas formas de vida más humanas que otras, y habíamos sido educados simplemente en la convicción de que la moral consistía en un conjunto de deberes, y además en unos deberes que normalmente iban en contra de nuestras apetencias y deseos. No era, pues, raro que la gente, cuando se decía que esos deberes eran sagrados, preguntara: ¿por qué? Mientras la respuesta válida para la sociedad en su conjunto fue religiosa, el problema parecía quedar resuelto con un "porque eso es lo que Dios quiere" o "porque es lo que enseña la Iglesia". En realidad, el problema no se resolvía, sino que se trasladaba a una reflexión ulterior, que con respuestas como éstas quedaba pendiente 24 . Por su parte los filósofos llevaban siglos intentando fundamentar la moral y encontrar una respuesta que no valiera sólo para los creyentes, y así habían ido encontrando, entre otras, respuestas muy relacionadas con las formas de entender lo moral que ya hemos comentado. Si tenemos que cumplir unos deberes o practicar unas virtudes -decían- es por razones como las siguientes: Los seres humanos queremos ser felices, es decir, realizar nuestro modo de ser más propio, y para eso cumplir algunos deberes resulta ineludible (eudaimonismo). Los hombres queremos obtener todo el placer posible y a veces es necesaria la obediencia a esos deberes para conseguirlo (hedonismo). Los seres racionales tenemos conciencia de que debemos cumplir unos determinados deberes, aunque con ello no obtengamos bienestar, sencillamente porque actuar según ellos forma parte de nuestro ideal de humanidad (kantismo). Captamos intuitivamente unos valores que nos exigen ser realizados (ética de los valores). Somos seres dotados de competencia comunicativa y al comunicarnos nos atenemos, querámoslo o no, a normas morales (ética del discurso)25. No hay porqué Obviamente, las disputas entre los defensores de los distintos modelos de fundamentación han sido y son múltiples y diversas, porque todos creen que el suyo es el único convincente. Con lo cual los éticos se ven en una comprometida situación porque, por una parte, se empeñan en que las fundamentaciones 24 Adela Cortina, Ética civil y religión, pp. 113 ss. 25 He intentado ofrecer una panorámica de las distintas posiciones en torno a la fundamentación de la moral en: Ética mínima, parte II; Ética sin moral, cap. 3; La moral del camaleón (Espasa-Calpe, Madrid, 1991), cap. 13, y en Ética aplicada y democracia radical, parte I. 1 religiosas no pueden valer para todos, ya que no todos son creyentes pero, por otra, se encuentran con que tampoco parece posible descubrir una fundamentación racional que valga universalmente: existen distintas ofertas de fundamentación ética que entran entre sí en competencia. El asunto vino a complicarse todavía más cuando algunos autores empezaron a opinar que la moral no puede fundamentarse de ninguna manera ya que, a fin de cuentas, cualquier intento de fundamentación llega a un punto en el que quien está buscando razones inmuniza alguna de ellas frente a cualquier crítica racional y pretende haber encontrado el fundamento. Con lo cual, en realidad, todo el proceso fundamentador viene a descansar en un irracional "porque sí". Éste sería el caso, en nuestros días, del Racionalismo crítico, iniciado por Karl Popper y continuado, entre otros, por Hans Albert. Ni hay porqué, ni falta que hace Otros autores decían, por su parte, que ni la moral puede fundamentarse ni falta que le hace. Según ellos, llevaban razón Nietzsche y Heidegger cuando decían que la obsesión por buscar fundamentos es un problema de la Modernidad, pero que hoy en día, en nuestra época postmoderna, carece de sentido dedicarse a ese menester y andar discutiendo si unos son superiores a otros. El afán por dar respuestas seguras, por dar razones, por fundamen- tar, está pasado de moda, es un residuo del pasado. Ésta es la posición del pensamiento postmoderno, en general, y muy especialmente de autores Gianni Vattimo o Jean-François Lyotard 26 . Fundamentos habrá, pero más vale silenciarlos Por último, una potente corriente norteamericana -el liberalismo político-, en la que "militan" autores de la talla de John Rawls, insiste en que, para el filósofo que vive en un país democrático, lo interesante no es emplear tiempo buscando fundamentos, sino intentar potenciar la democracia en su sociedad y dejarse de libros de caballerías. Con el asunto de los fundamentos -continúan estos autores- no llegamos sino a discusiones entre creyentes y no creyentes, hedonistas y kantianos, integristas y laicistas, cuando lo que necesita una sociedad democrática es que todos sus ciudadanos se esfuercen por consolidar y potenciar los valores democráticos. En potenciar eso que nos une -afirma el liberalismo político- consiste la "tarea social práctica" del filósofo, no tanto en reivindicar cada uno su idea de fundamento, que puede llevar a discrepancias. Con lo cual el liberalismo político hace ostentosamente gala de ese pragmatismo que es tan consustancial al pueblo norteamericano como el Mac Donald, la Coca-Cola o los personajes de Walt Disney. Sin embargo, este pragmatismo esconde varias cartas en la manga, porque no dice sin más que no haya un fundamento para lo moral, sino que puede haber varios en disputa en una misma 26 Gianni Vattimo, El fin de la Modernidad, Barcelona, Gedisa, 1986; Jean François Lyotard, La condición postmoderna, Madrid, Tecnos, 1984. 1 sociedad, y que más vale abandonar la tarea de dilucidar cuál es más verdadero paraemplear todas las energías en potenciar lo que ya nos une. Con lo cual sí admite que hay fundamentos racionales y que tienen su buena eficacia en la vida social, cuando orientan positivamente la vida de los que los tienen por buenos. Lo que no quieren es entrar en la disputa de si hay uno que sea el verdade- ro. De la discordia a la concordia En los últimos tiempos, pues, el problema del fundamento de lo moral ha servido de discordia entre todos estos grupos que lo tienen por imposible o por innecesario, y los que siguen defen- diendo la existencia de un fundamento racional, como es el caso de los utilitaristas, los zubirianos, los kantianos, la ética de los valores, o la ética del discurso. Sin embargo, hoy en día el calor de las disputas en torno al fundamento ha remitido, en parte por el cansancio de los conten- dientes, ahítos de tanta discusión, en parte porque la vida cotidiana está exigiendo insistentemente a la ética que le preste sus servicios en otras dependencias. En efecto, desde hace un par de décadas al menos, en Estados Unidos sobre todo, ha empezado a pasar al primer plano el asunto de la aplicación a la vida cotidiana de aquellos principios que pueden haberse descubierto a través de la reflexión ética. Y no porque los éticos un buen día decidieran que merecía la pena dedicarse a ello, sino porque así lo pedían los distintos ámbitos sociales, que necesitaban orientaciones para actuar y no podían recabarlas sólo de las religiones en sociedades pluralistas. La ética se vio obligada a lanzarse al ruedo y a ejercer otra de sus tareas tradicionales: la de aplicar a la vida cotidiana los principios ganados en el proceso de fundamentación. ¿Significa esto que ya no importa en absoluto si lo moral puede fundamentarse o no, si tenemos razones para ser morales, porque el pragmatismo de las decisiones concretas nos ha ganado? Ciertamente, así lo considera, entre otros, el liberalismo político del que hemos hablado. Pero también apuntamos que esta corriente esconde cartas en la manga, porque da por supuesto que habrá distintos fundamentos, defendidos por diversos grupos, y que algo bueno tendrán cuando orientan la acción. Yo, por mi parte, bien por tener poco de norteamericana, bien por no tener mucho de pragmática, propongo algo mejor: reconocer que distintas tradiciones éticas han desvelado distintos modos de fundamentar lo moral, porque cada una ha intentado dar razón sobre todo de una de las múltiples perspectivas de lo moral, y que hoy en día a la hora de aplicar a los problemas diarios lo ganado mediante la reflexión, es imposible prescindir de ninguna de ellas. Cada tradición ética es imprescindible para resolver determinados tipos de problemas. Lo importante es dilucidar para qué asuntos es insustituible cada tradición y desde dónde articularlas. Éste es, a mi juicio, el tema ético de nuestro tiempo. Por eso en la segunda parte de este trabajo, dedicada a la educación moral, tendremos en cuenta distintas tradiciones éticas, que considero insoslayables para orientar la acción en sociedades como las nuestras, articulándolas en último término desde la ética del discurso. 1 2.4. La ética se lanza al ruedo Experimentar con humanos En los campos nazis de concentración, durante la II Guerra Mundial, se llevaron a cabo experimentos médicos con prisioneros, en contra de cualquier sensibilidad moral normalmente constituida. Quienes los realizaban no eran precisamente individuos incultos, resentidos con su mala fortuna social y preparados para el sadismo en alguna escuela especializada, sino profesionales de la medicina, con un buen prestigio académico y social. ¿Cómo fue posible que llegaran a ese grado de inhumanidad? Naturalmente, la desastrosa teoría de la diferencia entre las razas y de la superioridad de unas sobre otras estaba en el trasfondo de todo aquello, como también la convicción de que las supuestamente inferiores no es que lo fueran, es que sus miembros ya no eran siquiera seres humanos. Pero también, curiosamente, andaba en la trastienda de todo aquello la idea de que es lícito experimentar con algunos seres humanos porque de aquí se pueden extraer beneficios para un mayor número de gentes. Afirmación que es más peligrosa, si cabe, que las anteriores, porque parece una justificación humanitaria. Perdida en las nubes del análisis del lenguaje, de la fundamentación y de otros problemas similares, ¿no tenía la ética nada que decir ante todo esto? El caso Watergate Por citar un ejemplo de otro ámbito, escándalos como el del caso Watergate en Estados Unidos o como el que protagonizó aquella empresa alemana que vendió leche radioactivada en el Tercer Mundo, sin importarle en absoluto el daño que con esto producía, produjeron una conmoción en la opinión pública. Las gentes empezaron a preguntarse si las empresas están legitimadas para perseguir su beneficio empleando para ello cualquier medio, o si, por el contrario, existen unos límites, aunque en ocasiones no esté escrito cuáles son ni esté especificada una sanción por traspasarlos. Y de esta pregunta surgía inevitablemente una nueva cuestión: ¿no tiene la ética nada que decir? Un largo etcétera Y, por acabar de momento con este rosario de ejemplos, ¿no tiene nada que decir la ética de la corrupción política, de la corrupción universitaria, de la destrucción del medio ambiente, del negocio de la guerra, de los periódicos que hacen suya aquella consigna: "que nunca la verdad te estropee un buen titular"? Urgida por interpelaciones sin cuento la ética ha salido a la calle y se ha puesto a trabajar codo a codo con médicos, economistas, políticos y periodistas. Lo que desean unos y otros en este trabajo interdisciplinar es encontrar soluciones concretas a los problemas concretos: dar a los principios abstractos de la ética carne de concreción. Y este aterrizaje en la vida cotidiana, este lanzarse al ruedo, va cristalizando en ese conjunto de "éticas aplicadas" que constituyen su parte más 1 prometedora 27 : bioética 28 , ética de la información 29 , ética económica y de la empresa o ética de los negocios 30 , ecoética 31 , ética de la ciencia y de la técnica, GenÉtica 32 , ética de las profesiones 33 . Se multiplican las publicaciones periódicas, las fundaciones, institutos, cátedras y congresos dedicados exclusivamente a cada una de estas éticas, tanto en Estados Unidos como en América Latina y Europa. Los bancos y las empresas exhiben sus códigos de ética, redactan otros los periodistas, los científicos sellan compromisos éticos y los hospitales cuentan con comités de Ética para supervisar la investigación clínica y para asesorar a los profesionales sanitarios. En los congresos e investigaciones científicas es obligado dedicar un capítulo a la ética, hasta el punto de que en la Comunidad Europea no se subvencionan investigaciones que no hayan sido aprobadas por un comité ético. Lo cierto es que la ética ya no es una "ética de andar por el aula", sino "de andar por la calle", con el compromiso de mojarse y el riesgo de equivocarse. TAREAS DE LA ÉTICA 1) Tratar de aclarar en qué consiste lo moral. Cuestiones de aclaración. 2) Intentar dar razón de por qué hay moral. Cuestión del fundamento. 3) Procurar aplicar lo ganado para orientar la acción en los distintos ámbitos de la vida social. Cuestiones de ética aplicada. Pero además tampoco es ya apenas una ética individual, sino una ética social, incluso sociable. ¿Qué significa esto de que no es una ética individual sino social? 27 Para una aclaración de cuáles son los puntos nucleares de una ética aplicada y para un modelo de ética aplicado a la bioética, la genÉtica, la educación y la empresa, ver Adela Cortina, Ética aplicada y democracia radical, parte III. 28 Diego Gracia, Fundamentos de Bioética, Madrid, Eudema, 1988; Procedimientosde decisión en ética clínica, Madrid, Eudema, Javier Gafo, Diez palabras clave en bioética, VD, Estella, 1993. 29 Enrique Bonete (ed.), Éticas de la información y deontolo- gías del periodismo, Tecnos, Madrid, 1995. 30 Adela Cortina, Jesús Conill, Agustín Domingo, Domingo García Marzá, Ética de la empresa, Trotta, Madrid, 1994; José Luis Fernández, Ética para empresarios y directivos, ESIC, Madrid. 31 Nicolás Martín Sosa, Ética ecológica, Madrid, 1990. 32 José Sanmartín, Los nuevos redentores, Anthropos, Barcelo- na, 1987. 33 José Luis Fernández/ Augusto Hortal (eds.), Ética de las profesiones, Madrid, Universidad Comillas, 1995. 1 2.5. Ética social, más que individual En algún momento afirmó José Luis Aranguren con toda razón que estamos en tiempos de "ética intersubjetiva", más que de "ética intrasubjetiva", en tiempos de ética social más que en época de ética individual 34 . Antaño la ética se ocupaba sobre todo de reflexionar sobre la persona -sobre su conciencia, sus deberes, sobre el modo como puede lograr ser feliz-, y a esta parte se le denominaba "ética individual". Después venía la "ética social", organizada en capítulos sobre la naturaleza del trabajo humano, el salario, el precio, las condiciones de la guerra justa, los requisitos para poder hablar de "legítima defensa", y otras cuestiones que pueden plantearse a un ser humano que vive en sociedad. Pero de las dos partes era en la primera -en la referida a la felicidad y los deberes individua- les- en la que se insistía especialmente, mientras que la segunda parecía resultar de los compromisos que inevitablemente una persona adquiere en sociedad. Hoy en día, sin embargo, el panorama ha cambiado sustancial- mente, la ética individual queda en segundo plano y es la ética política, económica, médica, mediática, ecológica, o de las profesiones la que aparece en la primera plana de las revistas del ramo ¿Qué es lo que ha pasado? Tres son las razones que podríamos aducir al menos para este tránsito de lo "intrasubjetivo" a lo "intersubjetivo": 1) La primera de ellas es la constatación de que una persona puede obrar de forma impecable, con la mejor voluntad y la mejor intención, y encontrarse con que los resultados de su actuación son catastróficos. Y no sólo porque las consecuencias de nuestras acciones no siempre están en nuestras manos, sino también porque nuestras decisiones se unen a las de otros y el resultado final es el de la "acción colectiva", y no el de la acción individual. Algunos autores sugieren por eso sustituir la ética indivi- dual por la colectiva, la ética de las personas por la de las organizaciones y las instituciones. Y no les falta razón, sólo que sería más adecuado hablar de complementar la ética individual con la de las instituciones y organizaciones que de sustituir la primera por la segunda. Porque es verdad que urge "moralizar" las empresas, las profesiones y los oficios en los que las personas desarrollan sus vidas; pero la buena intención personal, la honradez, la lealtad y la credibilidad siguen siendo indispensables para vivir una vida verdaderamente humana. 2) Crece, por otra parte, la convicción de que no podemos ser libres y justos si no es a través de nuestra relación con los demás. Imaginar la libertad y justicia personales como la de Robinsón Crusoe antes de la llegada de Viernes es ridículo: nos vamos haciendo libres y justos a través de nuestros proyectos comunes, de nuestros conflictos y nuestros diálogos: a través de una historia compartida. Porque somos en historia y en diálogo. Con todo y con ser esto cierto, pienso yo que subrayar la dimensión comunitaria no nos puede llevar a olvidar la personal: complementar lo individual con lo comunitario es siempre más 34 Prólogo a Adela Cortina, Ética mínima, pp. 11-15. 1 verdadero que sustituirlo. 3) Por último, piensa un buen número de autores que la ética, como filosofía que es, ha de ocuparse de la dimensión racional de los fenómenos, y la razón está ligada de forma indisoluble a la intersubjetividad, no a la subjetividad de cada individuo. Pongamos algún ejemplo: supongamos que estoy absolutamente convencida de haber descubierto la causa de un suceso; sin embargo, no puedo constatarlo de ninguna manera. Es, pues, una creencia que tengo, pero ¿cómo podré decir que es un saber racional? ¿Bastará mi creencia subjetiva o tendré que confrontarla con otros y, sólo si coinciden conmigo, podré tenerla por saber racional? Supongamos que una norma me parece correcta. Sin embargo, entablo un diálogo sobre ella con otras personas, y me doy cuenta de que carezco de argumentos, no sólo para convencerles, sino también para confirmar yo misma mi convicción. ¿Tiene sentido que siga manteniéndola como una exigencia fuerte, o más bien debería pertrecharme de razones que pueda compartir con otros; es decir, intersubjetivables? "Racionalidad" e "intersubjetividad" parecen, pues, coexten- sivos. Y si la filosofía ha de ocuparse de la dimensión racional de los fenómenos -piensan estos autores-, habrá de centrarse más en lo intersubjetivo que en lo intrasubjetivo: más en la justicia que en la felicidad. Por eso la gran pregunta de la ética actual es "¿qué es una sociedad justa?" Pregunta central en la vida humana, que no debería bloquear, sin embargo, la indagación de la felicidad, ya que, a fin de cuentas, no hay ética intersubjetiva sin ética intrasubjetiva, no hay diálogo con otros sin "diálogo consigo mismo". Deberíamos en cualquier caso tratar de complementar, nunca de sustituir. CAPÍTULO 3. MAPA POLÍTICO ACTUALIZADO A nuestro mapa le pasa lo que al de Marco Polo: que para él existen continentes desconocidos, como África y la mayor parte de Asia (por no decir la totalidad). La filosofía, tal como la entendemos, no se ha desarrollado como tal en el continente africano, y las éticas orientales van haciendo su aparición entre nosotros, pero me temo que por el momento con un tinte más folclórico que otra cosa. Los grupos que hacen yoga para adelgazar bien poco tienen que ver con la hondura del pensamiento oriental. En lo que respecta al mundo ético que conocemos, podríamos aventurar una modesta distribución geográfica, si bien a todos sus habitantes une en este momento -como hemos dicho- el intento de responder a la misma cuestión: ¿cómo podemos construir una sociedad justa? ¿cómo hacer posible la conviencia pacífica en sociedades pluralistas, e incluso multiculturales? La otra gran pregunta de la filosofía moral -"¿qué hemos de hacer para ser felices?"- parece haber quedado por el momento en un segundo plano. Parece la felicidad cosa de los individuos y de los grupos, 1 cuestión que cada persona ha de responder desde su modo de ser y de querer, desde su modo de esperar y soñar. En cambio la justicia se nos muestra como cosa de todos nosotros, como negocio que hemos de hacer juntos y del que nadie puede evadirse. Porque las sociedades no son felices ni desdichadas: lo son la personas; pero las sociedades sí que son, en cambio, justas o injustas. Por eso la ética de nuestros días, que es bien modesta, prefiere en su mayor parte asegurar un marco de justicia - asegurar la calle- que meterse a dar consejos en la vida privada. ¿Qué propuestas pretenden en nuestro momento dibujar ese marco de justicia? * Si empezamos nuestro recorrido por Norteamérica, nos encontraremos con un mundo de animadas discusiones, provocadas sobre todo por el libro de John Rawls, la Teoría de la Justicia (1971) 35 . La Teoría de la Justicia inició una corriente de ética política, el liberalismo político, a la que se han sumado autores de la talla de Charles Larmore36, Ronald Dworkin o Richard Rorty37. En su segundo libro, Political Liberalism, perfila Rawls los rasgos de esta propuesta y sus virtualidades para sociedades
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