Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
MONOGRAFíA La Vida Plena, herencia del Padre, en el Cristo Crucificado de San Plácido Alumna: MARÍA JESÚS SÁNCHEZ DE ÁVILA Tutor: LUIS GUILLERMO SARASA S.J. PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE TEOLOGÍA BOGOTA Índice Prefacio………………………………………………………………………………........... 3 1. Abstract…………………………………………………………………………… 4 2. Introducción……………………………………………………………………….. 5 3. Del escándalo de la Cruz a la adoración del Crucificado: evolución de la Iconografía de la Cruz…………………………………………………………....... 8 4. Velázquez, la síntesis de un caminar: El Cristo Crucificado de San Plácido……... 26 5. El paradigma religioso de la kalokagathia: El Cristo Crucificado de las Benedictinas de San Plácido………………………………………………………. 51 6. El Cristo Crucificado de San Plácido, un Cristo joánico. Lectura teológica……… 67 a. El rey que nos salva: la soberanía de Jesús presente en el trono de la muerte… 67 b. La belleza humana del cuerpo del crucificado: la plenitud de la vida en la muerte………………………………………………………………………….. 70 c. Creer o no creer: la dualidad de la luz y las tinieblas………………………….. 73 d. Un rostro velado, el gesto del cumplimiento: inclinando la cabeza entregó el Espíritu…………………………………………………………………………. 78 7. La causa de la muerte del Justo: El cumplimiento de la Escritura…………………. 81 a. En Pablo………………………………………………………………………... 81 b. En los Sinópticos……………………………………………………………….. 82 c. En Juan…………………………………………………………………………. 84 8. La finalidad de la muerte del Justo………………………………………………… 87 a. Para ser hijos de Dios…………………………………………………………. 87 b. La Herencia del Padre: la Vida Eterna por acción del Espíritu………………... 96 9. Conclusiones………………………………………………………………………... 103 Bibliografía…………………………………………………………………………………. 106 Prefacio Con el presente trabajo pretendo volver a mirar con atención, sorpresa y emoción el Cristo Crucificado de San Plácido, un cuadro que me ha acompañado desde mi temprana juventud, cuando la profesora de arte del colegio nos llevó por primera vez al Museo del Prado; allí comenzó mi afición por el arte y el gusto por Velázquez. Muchos años después y a miles de kilómetros del Prado, hice en la clase de Silvio Cajiao s.j. un pequeño estudio de las distintas cristologías que subyacen en diversas imágenes del Crucificado; las palabras de aliento del profesor me dieron el último empujón que necesitaba para inscribirme en la Maestría en Teología. En el trasiego de seminarios y clases llegó el momento de presentar un anteproyecto de investigación para la posible monografía de grado y ahí comenzó a forjarse lo que hoy presento con la emoción de haber recorrido un camino que sólo el Señor sabía hacia dónde me iba conduciendo. Si en un pasado remoto el profesor Cajiao me dio la primera inspiración, en este recorrido actual ha sido fundamental el acompañamiento de Luis Guillermo Sarasa s.j., su palabra oportuna, sus consejos, preguntas o indicaciones me hicieron seguir adelante en momentos de desconcierto; pero fundamentalmente ha sido su sensibilidad estética, sus metáforas, sus imágenes llenas de poesía lo que me ha animado, guiado y conducido hasta el final. Espero que esta pequeña búsqueda de sentido contribuya a mantener atenta y despierta la mirada para captar y develar lo que no es evidente o se oculta tras formas demasiado conocidas y no siempre valoradas. Abstract In this work “Full Life, inheritance from the Father in the Crucified Christ in St. Placid”, we introduce the Crucified Christ as the Christ described by Saint John as the result of a long path through the iconography of the Cross and the knowledge and feeling of its author, Diego Velázquez. We have used Gadamer, Eco, Gombrich, Plazaola, Gallego and other authors as references in the historical study of the iconography of the Cross and the hermeneutics of Veláquez´ image. This has allowed us to understand not only the components, but also the final result of the Crucified Christ in St. Placid, in light of Velasquez´ surroundings and the period of time when he was born. Schnackenburg, Dodd, Brown, Sarasa and Noratto´s studies on the Fourth Gospel have been essential for the theological reading of this particular image of Christ, from the perspective of John’s gospel. Other theologians have also offered important elements to exegetic study on the purpose of Jesus death according to Jn 1,12; 11,52; 19,30 and 20,31. We have discovered that the Christ depicted by Velázquez (El Cristo) is not about death but about life and that the Full Life that comes from the image of the Crucified Christ is the inheritance that God the Father offers to His sons. Through the Crucified Christ in St. Placid we see the Glory of God the Father, the triumph of life over death, of light over darkness. It is through this triumph that we understand the purpose that this death has for all who believe in the Son, because our faith in Jesus, His works and His Word gives us the power to be his sons through the relationship of love and service experienced in the community of believers -the new People of God-, in the same manner in which love constitutes the essence of the relationship between Father and Son. We have also discovered that the faith in Jesus together with the vivifying action of the Spirit make it possible, in this life, and not only at the end of times, the victory of light over darkness, of love over selfishness, and Life over death Introducción Cuando por primera vez nuestra mirada se posa sobre un objeto, un paisaje o una persona es posible que nuestra sensibilidad quede tocada por lo que acabamos de percibir, pero también puede suceder que cuando lo percibido se nos presenta de manera continua y recurrente llegue un momento en que no lo veamos o que no sintamos la emoción que nos produjo en el primer encuentro. El presente trabajo propone realizar un renacimiento de la mirada y del sentir ante el Cristo Crucificado de San Plácido, pintado por Velázquez en 1632, un cuadro del Museo del Prado tan conocido, tan familiar y tan cercano que ya no vemos ni apreciamos; este trabajo pretende hacer el ejercicio de “a-preciarlo”, es decir, ponerle precio, valorarlo, estimarlo, quererlo y sentirlo. Para ello hemos realizado una lectura tranquila y paciente. De la mano de Plazaola, Gombrich, Huyghe -entre otros- lo hemos ubicado en la historia de la iconografía de cruz, con Gállego, Portús, Calvo Serraller y alguno más supimos de su gestación en la mente de su autor y del ambiente social, religioso, cultural y artístico en que nació; Gadamer nos dio herramientas para leerlo en el contexto de la hermenéutica del arte; en fin, con éstos y otros autores hemos leído su historia, su pasado, sus leyendas; pero sobre todo hemos tratado de comprender lo que dijo y sigue diciendo. Porque leer es mucho más que decodificar unos signos, es realizar un acto de comprensión de un mensaje escrito con un código que no siempre se conoce; el pintor, lo mismo que el escritor o el músico o cualquiera que incursione en el arte, es un hombre de su tiempo; si su obra perdura y tiene vida es porque ha utilizado un lenguaje capaz de traspasar las fronteras del tiempo y del espacio, pero también su obra está viva si encuentra un lector capaz de dialogar con ella, de escucharla y entenderla. Este trabajo, por tanto, ha sido de carácter hermenéutico; hemos tratado de descubrir lo oculto, de develar lo que está ahí pero que no vemos, hemos estado indagando qué dice el Cristo Crucificado de San Plácido. Hemos descubierto que esta obra es un punto de llegada o al menos una etapa del camino personal recorrido por su autor y del camino recorrido por el arte cristiano en el desarrollo de la iconografía del Crucificado. Con los ojos, el corazón, la cabeza hemos visitado, contemplado y estudiado estaimagen en cierta forma sencilla y serena, pero, en el fondo, compleja y profunda, de tal manera que nuestra mirada atenta y creyente nos ha llevado a descubrir su densidad teológica, especialmente la teología joánica que se revela al leer e interpretar cada uno de sus elementos. En esta etapa del camino, al mirar y estudiar la imagen desde el Evangelio de Juan nos vimos abocados a mirar qué de este evangelio se está diciendo con fuerza en el cuadro de Velázquez, para qué lo dice y a quién se lo dice. Si en la primera parte del recorrido nos acompañaron grandes maestros en el campo de la historia del arte, la estética y la hermenéutica, ahora han sido esclarecedoras las ideas de teólogos y comentaristas de Juan que fueron abriendo el camino lleno de vericuetos y algún que otro obstáculo. En primer lugar el padre Sarasa nos ayudó a ver con claridad que estábamos ante una narración de la pasión desde la perspectiva del Cuarto Evangelio y no desde los sinópticos. Ubicados en este punto llegó la pregunta de la particularidad, de la intencionalidad teológica con la que tanto el texto escrito como el texto pintado nos hablaban de la muerte o si en realidad hablaban más bien de la vida que de la muerte. Releer el cuadro y releer el evangelio, hermenéutica y exégesis. De la mano de Schnackenburg, Dodd, Brown, Noratto, Baena, Sarasa y otros autores descubrimos que en la muerte salvífica de Jesús había una razón en función del cumplimiento de las Escrituras, pero también descubrimos que había una finalidad que ayer, hoy y mañana se cumple en el creyente: constituirse en Hijo de Dios. Para plantear esta afirmación respondimos varias preguntas, a saber: cómo nos salva, de qué nos salva y cuándo nos salva el Crucificado. Los autores mencionados nos ayudaron a descubrir la acción del Espíritu en el AT y en el Cuarto Evangelio; con ellos comprendimos las imágenes y metáforas con las cuales el AT y el NT nos hablan de Dios Padre; captamos la fuerza teológica que puede tener una pequeña partícula, la conjunción final i{na [hina], y cómo una inclusión construida con el sintagma tevkna tou` qeoù [tekna [tou] theou] puede dar una clave de comprensión del Evangelio de Juan; también descubrimos con sorpresa y alegría que la salvación es una posibilidad para el creyente que puede esperar y alcanzar no sólo tras la muerte sino también antes del fin de los tiempos. El ejercicio realizado de hermenéutica de la imagen y del texto nos ha llevado a la comprensión de que la muerte de Jesús tuvo y tiene una finalidad mediante la cual cada hombre y cada mujer de todo tiempo y lugar tiene la posibilidad de constituirse en Hijo de Dios mediante la fe en Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios. Por último, nos atrevemos a afirmar que la imagen pintada tiene la misma fuerza que el texto narrativo, de tal manera que desde su patíbulo y trono, el Cristo de San Plácido, trescientos años después de pintado, sigue hablando de condena y de salvación, de soledad y de Gloria, de muerte y de vida; de la Vida Plena que da el Espíritu, que operó y opera en el que se deja dócilmente inhabitar por él y que, por lo tanto, vive y actúa bajo el imperativo del amor fraterno. Del escándalo de la Cruz a la adoración del Crucificado: evolución de la iconografía de la Cruz1 Cada artífice tiende a conferir a su obra la mejor disposición, no en sentido absoluto, sino en relación con el fin deseado. Santo Tomás En el mundo actual, después de siglos de cultura cristiana estamos familiarizados con la iconografía de Jesús de Nazaret en la cruz, la cual nos presenta la imagen de un hombre que ha sufrido el tormento de la muerte en una forma en la que los romanos hacían morir a los hombres considerados culpables de un delito político o civil. Sin embargo, este hecho histórico y, ciertamente, escandaloso no fue representado desde los primeros tiempos de la expansión del cristianismo en las comunidades primitivas. Para las primeras comunidades cristianas, la comprensión de la cruz como instrumento salvífico va abriéndose paso en las representaciones iconográficas de manera tardía, lenta y paulatina. Entre las expectativas mesiánicas del siglo I el Mesías, imagen del siervo sufriente, era el menos esperado en la Palestina sometida al Imperio Romano. Para la resistencia zelota, los campesinos sencillos, la aristocracia saducea o los fariseos cumplidores de la ley, las palabras del profeta Isaías debían resonar como algo lejano y seguramente relegadas a un lugar en los textos de la tanaj: “Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como de taparse el rostro para no verle. Despreciable, un Don Nadie… Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos, y las culpas de ellos él soportará” (Is 53,3.11). Aunque ningún judío esperaba un Don Nadie sino un gran libertador político-militar, este anuncio se cumplió en Jesús de Nazaret; sin embargo, la muerte en cruz de Jesús es el gran escándalo para los creyentes tal como Pablo explica a los corintios: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles;…porque la locura divina es 1 Este texto sigue en gran parte los planteamientos expuestos por Juan Plazaola en su obra titulada Historia y sentido del arte cristiano. Madrid: BAC, 1996. más sabia que los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que los hombres” 1Co 1,23.25. Si para los judíos y los gentiles la cruz es un escándalo y una locura, para los seguidores de Jesús, también lo fue, porque éstos, al igual que Jesús, eran israelitas fieles que querían cumplir la Ley plenamente y, a pesar de la experiencia de la resurrección, no era fácil comprender que Dios hubiera permitido una muerte infame en su más fiel servidor, en su Hijo. Este escándalo de los primeros creyentes por la muerte padecida por Jesús unido a las controversias teológicas de los primeros siglos de la Iglesia es, probablemente, la causa de que en los primeros siglos de la era cristiana no encontremos representaciones iconográficas del crucificado a pesar de que el misterio de su Muerte y Resurrección sea el corazón de la nueva fe, el corazón del plan salvífico de Dios. Otro factor importante en el desarrollo del arte cristiano -que puede dar luces sobre la tardía aparición de la iconografía religiosa- es la sensibilidad de los primeros creyentes en Jesús provenientes del judaísmo2. La prevención contra las imágenes para evitar caer en la idolatría debió pesar mucho en la conciencia de las primeras comunidades cristianas, de tal manera que la expresión de la fe a través de imágenes artísticas se manifestará tardíamente al interior de las comunidades de los primeros tiempos. Además, en más de una ocasión, la aparición de las imágenes se encuentra rodeada de tensiones, prevención u hostilidad. El miedo de caer en cierta forma de paganismo y la ancestral sensibilidad hebraica retardaron la aparición de las imágenes en el arte cristiano. Las primeras preocupaciones cristológicas originan herejías como el docetismo que niega de manera radical la humanidad de Cristo, a la que responde Ireneo con la afirmación de que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre3, pero esta cuestión teológica no permea en la sensibilidad de las comunidades o, al menos, no hay evidencias de ello. En el siglo III surgen en las catacumbas las primeras representaciones pictóricas del naciente arte cristiano. En ellas encontramos una coherencia que permite afirmar que responden a la preocupación espiritual de las comunidades; así las representaciones iconográficas se centran en 2 Ver Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano,13ss 3 González Faus, La humanidad nueva, 388 la misión de Jesús como Salvador, protector y guía apareciendo bajo la representación del Buen Pastor que guía y salva y del Filósofo, es decir, el Maestro que enseña la doctrina salvífica4. El siglo IV es un siglo decisivo para la historia de la Iglesia y, en consecuencia, para la evolución del arte cristiano. El edicto de Milán del año 313 y la declaración del cristianismo como religión oficial del estado por parte del emperador Teodosio hacen que la religión cristiana pase de ser un fenómeno popular urbano clandestino a un fenómeno social de grandes masas campesinas. Por otro lado, en el interior de la reflexión cristiana la pregunta sigue siendo de carácter cristológico. La divinidad y la humanidad de Jesús siguen en conflicto en el pensamiento de los teólogos cristianos. Las posiciones extremas de Arrio, que niega parcialmente la divinidad de Jesús, y de Apolinar, que niega parcialmente la plenitud de la humanidad de Cristo, originan los Concilios de Nicea y Constantinopla que superarán la antinomia al declarar que Cristo es consustancial al Padre y consustancial a los hombres, es decir: perfecto Dios y perfecto hombre5. Así, los Concilios que se originan para dar respuesta y claridad a la comprensión de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios irán paulatinamente conformando el dogma cristiano. La resistencia a las imágenes se va venciendo poco a poco con el desarrollo de un arte figurativo, simbólico y narrativo en el que predominan los rasgos antinaturalistas, la frontalidad, la ausencia de volumen, la solemnidad y la espiritualidad, estas manifestaciones artísticas se dieron en pinturas y mosaicos en gran parte hoy desaparecidos, las esculturas y relieves tuvieron un desarrollo muy escaso por lo cual tampoco hay apenas evidencias. A partir del siglo IV el cristianismo, además de dirigirse a las masas populares, se dirigió también a las clases y poderes dirigentes por lo cual se produjo una cristianización del pensamiento antiguo; en este contexto nos encontramos con una nueva estética6, el neoplatonismo, según la cual el mundo de los sentidos es considerado como una ilusión, una nada; el desprecio por la materia trae como consecuencia que el arte no reproduce o representa sino que es un medio para conmover la sensibilidad, para crear nuevos estados de vida interior; el arte sale del círculo de los sentidos y de la razón para centrarse en la zona en que toca, conmueve y despierta en el alma emociones y revelaciones desconocidas. 4 Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 36 5 González Faus, La humanidad nueva, 388 6 Ver Huyghe, El arte y el hombre I, 6-8 También a partir del siglo IV, la cruz, signo que según la leyenda simbolizó la promesa de triunfo de Constantino sobre Magencio en Puente Milvio, fue penetrando paulatinamente en la sensibilidad cristiana al aceptarla como signo de salvación. En primer lugar encontramos que la Cruz o Crismón aparece como instrumento de la victoria de la fe en las bóvedas llenas de estrellas de las cúpulas – imagen del cielo- en iglesias, baptisterios o mausoleos. Sin embargo, la cruz que aparece en las decoraciones que desarrollan el tema de la Pasión es ostentada por Cristo como señal de victoria, como un cetro, no como el instrumento de muerte y martirio en el que Jesús dio la vida, el Cristo que la lleva es el Señor que está fuera del tiempo y de la historia. Así lo afirma el papa San León Magno (440-461) citado por Juan Plazaola. Puesto que cuando el Señor cargó con el madero de la cruz, que se convertiría así en cetro de su poder, a los ojos de los impíos era aquello una gran ignominia, pero para los fieles quedaba manifiesto un gran misterio; pues el gloriosísimo vencedor del demonio y triunfador de las potestades enemigas portaba hermosamente el trofeo de su triunfo7. El siglo V verá el fin oficial de las disputas cristológicas entre los nestorianos, que niegan implícitamente la divinidad de Jesús, y los monofisitas (Eutiques), que niegan implícitamente su humanidad8. En el Concilio de Calcedonia (451) se afirmó de manera definitiva -hasta hoy- lo fundamental del misterio de la encarnación: “Cristo es perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad”, es el Logos que asumió la naturaleza humana, tal como lo afirmó el evangelio de Juan: “La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1,14); encarnación que Pablo explicó a los filipenses así: “El cual, siendo de condición divina, no codició ser igual a Dios… asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí 7 Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 80 8 Gónzalez Faus, La Humanidad Nueva, 389 Cúpula Mausoleo Galla Placidia mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,7b-8). Vemos que las palabras de Juan, las palabras de Pablo y el centro de los debates de estos primeros siglos tienen como núcleo el escándalo de la cruz y la ilógica del sufrimiento de Dios. Nicea, Éfeso y Calcedonia fueron profundizando y perfeccionando el enunciado de la fe cristiana hasta elaborar el credo definitivo; en el corazón de esta fe se encuentra el hecho doloroso e histórico que vivió Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero hombre que murió en una cruz, pero, precisamente en esa muerte se da la resurrección, la glorificación, la exaltación hacia el Padre. Como consecuencia natural de este caminar cristológico encontramos la aparición de representaciones de Jesús crucificado, es decir, del Dios hecho hombre que muere por nosotros en la cruz, lo cual plantea el dolor en sí mismo como un medio de salvación que induce al espectador a conmoverse, suscitando sentimientos de piedad. La representación de Cristo Crucificado comenzó a desarrollarse con la intención de subrayar la auténtica humanidad de Cristo y refutar la herejía monofisita, pero una vez adoptado será el tema preferido en el arte cristiano. A partir de este momento y hasta el día de hoy se sigue representando la crucifixión; sin embargo, no hay uniformidad en la iconografía y el tema es tratado de diversas maneras por los artistas. Pareciera que para unos es más significativo mostrar a Jesús en su naturaleza humana sufriendo y para otros es más significativo resaltar a Jesús en su naturaleza divina que nos salva en la cruz expresando la grandeza sobrehumana del Salvador. Y precisamente el dolor y los signos visibles que lo ponen de manifiesto son los que permiten establecer esta somera división. Pero para poder realizar una lectura crítica de las variaciones que se dan en las iconografías del crucificado, debemos tener en cuenta que, así como el tema de la cruz aparece en el contexto de las controversias con los monofisitas, las variaciones que encontramos en el tratamiento del tema de la crucifixión también responden a un contexto religioso, cultural e histórico determinado, lo cual hace que las imágenes del crucificado no sean comprensibles siempre de un modo inmediato; por eso, leer una imagen con una iconografía determinada implica o plantea la tarea de entender el sentido de lo que dice y hacerlo comprensible a los demás9. 9 Ver Gadamer, Estética y hermenéutica, 57-59 En el siglo V aparece en Occidente la primera escena de La Crucifixión en el marfil proveniente del Norte de Italia h. 420-430 que se halla en el Museo Británico. En este marfil vemos a Cristo parado con los dos pies sobre un soporte, con aureola, vivo con los ojos abiertos, sin corona de espinas ni herida en el costado; a su derecha dos figuras que se pueden identificar como María y Juan, a la izquierda un personajeque parece interpelarle con el gesto de su brazo y, por último, en el extremo izquierdo del espectador vemos a Judas ahorcado con la bolsa de monedas en el suelo. Solamente los cuatro clavos de pies y manos hacen visible algún elemento de la pasión. Por lo demás, se puede pensar que el artista anónimo nos presenta a un Jesús vivo que ha triunfado sobre la muerte. También en los relieves de Las puertas de Santa Sabina hay una escueta representación de la crucifixión en la que un Cristo sin heridas está rodeado por los dos ladrones, menores en tamaño, pero con igual tratamiento en cuanto a la ausencia de elementos que recuerden o muestren la muerte, el sufrimiento o el dolor. La Crucifixión. Marfil Siglo V Puerta de Santa Sabina. Siglo V A pesar de la definición del dogma cristiano establecida en Calcedonia, en el siglo VI continúan los debates cristológicos; el Concilio de Constantinopla III defiende, además de las dos naturalezas de Cristo, la voluntad y la libertad humana de Jesús ante herejías como el monotelismo10 que menoscaba fuertemente la voluntad humana, lo cual incide en la comprensión de la humanidad plena de Jesús. En este contexto la representación de la cruz en la Pasión sigue siendo escasa y aparece en las artes menores entre las cuales encontramos una representación de la crucifixión en el Evangelio del monje de Rábula11 que se encuentra en la Biblioteca Laurentina de Florencia; el texto en siriaco fue escrito en 586 en un convento de Mesopotamia e ilustrado sin duda por artistas bizantinos que conservan la tradición de la pintura antigua de los primeros siglos; en esta escena de la Pasión el cuerpo de Cristo está cubierto con una larga túnica que le llega hasta los pies, iconografía que tendrá gran influencia en el arte medieval occidental al constituirse en el precedente del Cristo en Majestad, también aparecen a ambos lados del crucificado el sol y la luna, simbolismo que se ha interpretado de diversas maneras: las dos naturalezas de Cristo, el Nuevo y el Antiguo Testamento o la convulsión del cielo que según los evangelios se produjo cuando Cristo murió en la Cruz12. A partir del siglo VII se dio un impulso a la representación de la humanidad de Jesús con la disposición del Concilio Quinisexto (692) en el que se ordenó que en adelante la forma humana de Cristo nuestro Dios se proponga y se pinte, en vez del Cordero, para que, comprendiendo de esa manera la sublimidad de la humillación del 10 González Faus, La Humanidad Nueva, 472 11 Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 154 12 Editores phaidon press limited, La Crucifixión, 100 Evangelio del Monje de Rábula. Siglo VI Verbo de Dios, seamos conducidos también al recuerdo de su Vida en la carne, de su Pasión y de su Muerte salvadora y de la Redención del mundo que fue operada por Él13. Durante el siglo VIII -marcado por la expansión del Islam y la disputa iconoclasta-, esta tendencia a subrayar la humanidad de Cristo hace surgir la herejía adopcionista14, última de las herejías cristológicas, nacida en el contexto hispano de origen arriano y próximo al Islam; esta herejía pretendía salvaguardar la historia de Jesús en un contexto en el que se está nivelando peligrosamente al Jesús prepascual y al Jesús postpascual; para los adopcionistas, la santidad moral alcanzada en la vida pasa al terreno de lo ontológico alcanzando así la filiación divina. En este ambiente, el énfasis de nuevo cae en la divinidad del Hijo de Dios y en la divinidad del Hijo de María. En consecuencia, es muy raro encontrar imágenes del crucificado. Durante los siglos IX y X, en medio de las disputas entre la Iglesia y los Imperios de Oriente y Occidente, son los monjes de los monasterios, con su vigor religioso, los que mantienen viva la tradición cultural. Los relieves, esmaltes, marfiles y cubiertas de libros ricamente decorados son los medios de expresión del arte religioso; en ellos encontramos escenas de la crucifixión en las que percibimos dos tendencias iconográficas, a saber: el Cristo en Majestad con su larga túnica como el del Relicario Esmaltado de comienzos del siglo IX del Metropolitan Museum of Art de Nueva york, o la majestad del Tríptico de la Crucifixión en marfil del siglo X del Museo Británico en el que Jesús, sin sangre ni heridas, aparece entronizado entre María y Juan tan solemnes como el mismo Cristo, acompañando la escena dos arcángeles en la parte superior. La aureola junto con la cruz, que rodea su cabeza, nos da pistas sobre la salvación alcanzada en el 13 Ver Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano,176 14 Gónzalez Faus, La Humanidad Nueva, 390 Relicario Esmaltado. Siglo IX Tríptico de Marfil. Siglo X suplicio, solamente una ligera inclinación de la cabeza rompe la solemnidad del momento. Por último y ya finalizando el siglo X encontramos un crucificado que preludia los cambios futuros. Éste es el que encontramos en la Placa Esmaltada del año 976 en San Marcos, Venecia; el cuerpo distendido, la sangre que mana del costado, los ojos cerrados y los gestos dolientes de Juan y María contribuyen a crear en esta escena un clima de muerte y dolor que intenta mostrarnos de manera más real la Pasión del Hijo de Dios, verdadero hombre, que nos salva en el misterio de su Muerte. A los pies de la cruz se observa una calavera que será un elemento recurrente en escenas posteriores y que remite a la tradición de que Jesús fue enterrado en el mismo lugar donde se enterró Adán15. Los siglos XI y XII son siglos en los que se da un renacimiento cultural en los campos de la Filosofía, Teología, Derecho e Historia culminando con la aparición de las universidades. La fundación, desarrollo y expansión de las órdenes de Cluny y del Cister16 contribuyeron de manera excepcional a que se integren y funden elementos del arte de Oriente y de Occidente dando origen a un estilo en cierto modo internacional. La iconografía de Cristo que predomina en estas manifestaciones del románico o inicios del gótico es la del Pantocrátor que sigue los textos del libro del Apocalipsis 4,2-11. Sin embargo, en esta época, en el campo de la escultura se desarrolla la iconografía del crucificado representado como “Cristo en Majestad”17 siendo una de las más representativas la Maestá Batlló que se encuentra en el Museo de Cataluña de Barcelona; este Cristo de influencia siriaca y bizantina va 15 Editores phaidon press limited, La Crucifixión, 16 16 Ver Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 303ss 17 Ibid., 321 Placa Esmaltada. Siglo X Maestá Batlló. Siglo XII vestido con una larga túnica real, se nos presenta fijado a una cruz plana con cuatro clavos, insensible al dolor, erguido, con los brazos horizontales, su rostro está lleno de paz y serenidad, aparentemente no sufre ni presenta ninguna clase de herida, pareciera que más que contemplar a Jesús como el Hijo de Dios que murió y resucitó contemplamos al Mesías Escatológico que instaurará el Reino de Dios y cuyo regreso se espera según la descripción del libro del Apocalipsis 1,13-16. Pero así como esta iconografía de la Maestá puede representar al Hijo de Dios victorioso –incluso en ocasiones con corona real-, también los artistas anónimos nos lo representan agonizante, casi desnudo y rígido, presentando al Hijo del Hombre, siervo sufriente humillado y doliente. Ahora, el artista no duda en mostrarnos las heridas, la sangre y un cuerpo contorsionado que ha perdido la verticalidad y que es sostenido por tres clavos; los gestos de dolor y un patetismo general envuelven la escena del calvario. La piedad cristiana del siglo XIII18 está influidapor el espíritu de San Francisco que propone una devoción sencilla centrada en los dos aspectos culminantes de la vida de Jesús, la ternura del niño y el drama del hombre que sufre el tormento de la pasión y la muerte. La estigmatización de San Francisco dio origen a la devoción a las cinco llagas y al costado herido; los cristianos de ahora han perdido el interés por cuestiones dogmáticas y viven una espiritualidad enfocada a una piedad individual y subjetiva la cual valora y se recrea en el dolor humano vivido en la Pasión. Este sufrimiento se refuerza en el campo iconográfico con la aparición de la corona de espinas en la cabeza del crucificado, uno de los instrumentos de la Pasión mencionado en tres evangelios que se veneraba desde los primeros siglos en Jerusalén y que posteriormente fue trasladada a Bizancio. Allí permaneció hasta 1238 cuando el emperador Baldwin II de Constantinopla la vendió al rey francés San Luis, quien mandó construir en París la Saint Chapelle para venerar en ella la reliquia. Otro aspecto que contribuyó al incremento del patetismo en las representaciones del calvario fueron los aportes de los evangelios apócrifos19 que contribuyeron a la creación de una especie de folclore sagrado popular. La literatura apócrifa no herética contribuyó a suscitar la imaginación 18 Ibid., 475 19 Ver Crépon, Los evangelios apócrifos, 21-23 de las muchedumbres al relatar historias que llenaban los vacíos de los evangelios canónicos como son la infancia de Jesús, la infancia de sus padres o incluso algunos hechos de la pasión. El Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Pseudo-Tomás, el Transitus Mariae o el Evangelio de Nicodemo, entre otros, tuvieron una enorme influencia en la imaginación cristiana durante siglos, por lo que las representaciones iconográficas de vidrieras, mosaicos y pinturas producidas hasta el Renacimiento no pueden ser comprendidas sin referencias a estos evangelios. De su lectura se sacaron elementos narrativos que acentuaron el patetismo de la narración centrada en la agonía de Jesús que será representada con un aire realista, con personajes que pretenderán, a través de sus gestos y actitudes, conmover a los espectadores. Su influencia en el arte decreció notablemente a partir del Concilio de Trento y de la Contrarreforma católica del siglo XVI. Por todo lo anterior, vemos que el siglo XIII, en sus manifestaciones góticas, se complace en las imágenes de un Cristo humanizado y patético. Así lo vemos en el Relieve en mármol de Nicola Pisano en el Baptisterio de Pisa (1260) en cuya composición se acentúa el dramatismo a través de los personajes, en ella vemos los gestos de los fariseos que retroceden a la derecha y a María desmayándose en los brazos de Juan, este gesto de María será prohibido siglos después en el Concilio de Trento20 (1545-1563) en aras de que los artistas fueran fieles a las palabras de Jn 19,25a “junto a la cruz estaban de pie su madre, la hermana de su madre” (cabe aclarar que no siempre los artistas obedecieron tal prohibición); algo similar sucede en La Crucifixión de Duccio (1308-1311) donde, además de los gestos de dolor de los espectadores, Jesús aparece ya con la corona de espinas. La piedad cada vez más individualista y subjetiva siguió su curso en los siglos XIV y XV a lo largo de los cuales surgieron distintos movimientos espirituales que quisieron contrarrestar la decadencia moral estamental, entre ellos 20 Editores phaidon press limited, La Crucifixión, 132 La Crucifixión. Baptisterio de Pisa. Nicola Pisano. Siglo XIII La Crucifixión de Duccio. Siglo XIV es muy significativo el movimiento llamado “devotio moderna”. El libro La Imitación de Cristo de Tomás de Kempis contribuyó a su difusión por toda Europa21. Este movimiento fomentó la devoción popular a la Virgen María, el Rosario, la Infancia de Jesús creándose numerosas representaciones llenas de ternura e intimidad. Con respecto a la representación de la Cruz, la iconografía siguió en la línea de presentar la escena llena de patetismo, dolor y sufrimiento destinados a mover la compasión de los fieles piadosos; estos devotos en ocasiones se hacen retratar en la escena, participando así, directamente, en el espectáculo de dolor y la agonía que el artista ha plasmado en la tabla. Esto lo vemos en La Crucifixión de Rogier van der Weyden de 1440 que se encuentra en el Kunsthistorisches Museum de Viena. El Renacimiento marca el inicio de la época moderna, una nueva mentalidad de carácter antropocéntrico que valora las formas bellas como homenaje a Dios, fuente de toda belleza22, orientará el camino del arte religioso durante un largo tiempo llegando a dar un cierto tono profano a las representaciones religiosas. En este contexto, las imágenes de la pasión son serenas, apolíneas y mayestáticas, el artista se recrea en el estudio anatómico de sus proporciones y en ellas la sangre no es tan abundante como en los siglos anteriores. Responden al concepto idealista, platonizante y místico propio del humanismo del siglo XVI. La cruz se interpreta como trono y no como patíbulo. El crucificado del Renacimiento parece una versión manierista del Cristo en Majestad de la Alta Edad Media, realeza que se subraya sistemáticamente con la tablilla o titulus redactada sólo en latín "Iesus Nazarenus rex Iudaeorum" o brevemente "INRI". La 21 Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 602 22 Ibid., 368 La Crucifixión. Siglo XV. Roger Van Der Weyden La Crucifixión. Rafael. Siglo XVI Crucifixión de Rafael de la National Gallery de Londres (1503) puede ser un buen ejemplo de estas composiciones llenas de formalidad. Los humanistas promueven una cultura antropocéntrica sin renunciar a su espiritualidad cristiana devota, piadosa y emotiva; en el siglo XVI hay una mayor tendencia a la profanización del arte, así las representaciones de la Historia Sagrada son un pretexto para la representación de la belleza puramente formal inspirada en las obras de la Antigüedad o paisajes o sátiras de la vida cotidiana, dejándose a un lado los aspectos profundamente religiosos o teológicos. Un ejemplo de esto puede ser la obra de Patinir, primer gran paisajista, cuyas obras religiosas, incluida La Crucifixión, son más un homenaje al campo holandés que una representación del tema que anuncia el título23. El espíritu crítico del humanismo renacentista está ya muy lejos de la ingenuidad con que el cristianismo medieval aceptaba las antiguas leyendas relativas a la infancia de Jesús, a sus milagros y a las reliquias de santos, y reprochaba a la jerarquía eclesial que tolerara el culto abusivo y supersticioso con que se solía venerar algunos iconos así como las peregrinaciones multitudinarias a ciertos santuarios. Los cristianos más profundamente piadosos no podían tolerar sin escándalo una imaginería renacentista que invitaba más a la liviandad que al fervor evangélico. Erasmo es uno de los grandes pensadores que insistía en la necesidad de educación del pueblo y de depuración de aquellas imágenes inadecuadas, indignas, o lascivas. En la ostentación de reliquias ¡cuánta superstición! En Inglaterra ofrecen a besar el zapato de santo Tomás, un zapato que quizás sea de algún bellaco; y sea lo que sea ¿qué cosa más imbécil que venerar el calzado de un hombre? Con mis propios ojos he visto cómo mostraban un pañuelo desgarrado con el que se dice que él enjugaba los mocos de la nariz, y al abad, al abrir el relicario postrarse de rodillas como para venerarlo24. 23 Ibid., 667 24 Erasmo, “Hay que corregir lassupersticiones”. En Historia y sentido del arte cristiano, 732 La Crucifixión. Patinir. Siglo XVI En este panorama, la Reforma, con su controversia por las imágenes, aporta el elemento purificador que será la clave para los cambios acaecidos en el siglo XVII. Porque como afirma Plazaola La historia del cristianismo muestra que cada vez que se produjo un movimiento que, invocando la pureza absoluta de los ideales evangélicos, se constituía en censor implacable de las lacras morales de la Iglesia sacerdotal y jerárquica, emergía también la tentación de llevar esta ansia de pureza al extremo de eliminar los medios sensibles que la iglesia oficial había mantenido y justificado para el fomento de la piedad popular25. Sin embargo, debemos tener en cuenta que en el asunto de las imágenes, no todos los líderes de la Reforma fueron iconoclastas porque en la teología de los reformadores esto no era un asunto central, pero, el repudio, la resistencia y la indiferencia ante éstas era el desenlace lógico de algo que los unía a todos: el carácter místico y espiritualista de “la justificación por la fe”, el rechazo de la liturgia, el amor y el estudio de la “palabra de Dios” a lo cual se dedicaron con ardor en lugar de ponerle atención a las historias legendarias de santos. Lutero acabó reconociendo la utilidad pastoral del arte iconográfico26 –razón por la cual permitió la ilustración de la Biblia-. En cambio, Zuinglio y Calvino estuvieron absolutamente en contra, Calvino consideró la veneración de las imágenes como una radical idolatría y rechazó de manera frontal la teoría del papa Gregorio VII que las consideró el vehículo más adecuado para educar en la fe a los analfabetos. Estas posiciones radicales dieron origen a fanatismos populares que arrasaron con Iglesias, esculturas, pinturas, vitrales, ornamentos y cuanto objeto sagrado encontraron a su paso. En los países que quedaron bajo el influjo del pensamiento de estos dos reformadores colapsó el arte religioso27. Esta terrible tensión religiosa la expresa Matías Grünewald en su famoso cuadro La Crucifixión (1515) utilizando en su representación de la Pasión un lenguaje expresionista, mostrándonos el sufrimiento del Crucificado exagerando y deformando los gestos y movimientos de las figuras. Esta obra tiene un carácter más medieval que renacentista, su finalidad es esencialmente 25 Plazaola, Historia y sentido del arte cristiano, 799 26 Ibid., 712 27 Ibid., 711ss catequética, con despreocupación por los asuntos de la belleza que se debatían en los medios artísticos renacentistas; el cuadro parece más un sermón de Semana Santa -que invita a la reflexión sobre el dolor y la angustia de la Pasión- que una pintura narrativa28. Observamos que su autor yuxtapone personajes y símbolos del evangelio y en cierta forma se dirige al espectador al señalar a Jesús para que veamos en él al cordero que quita el pecado del mundo. Con esta obra de Grünewald, el arte religioso nórdico, en medio de los conflicto ocasionados por la Reforma, reafirma la posibilidad que tiene un artista de adoctrinar -independientemente de las preocupaciones estéticas de artistas contemporáneos a él-. Algo similar sucedió en el arte español del siglo XVI, el cual se puede considerar también como una excepción en la profanidad y ligereza que se dio en el arte europeo bajo el influjo del Humanismo; sin duda, esto se debió al proceso histórico, político y religioso vivido en los reinos peninsulares durante los siglos anteriores al Renacimiento y especialmente en el siglo XV con la unificación política y religiosa llevada a cabo bajo el reinado de los Reyes Católicos. La expulsión de judíos y musulmanes y la mirada vigilante a los conversos hicieron que la sociedad entera viviera en un ambiente de catolicidad oficial y forzada en la cual la manifestación de la fe se dio a través de la devoción piadosa y del culto externo. Con esta coyuntura histórica y la inquietud generada por la Reforma, los artistas españoles no tuvieron espacio social, cultural o político que no estuviera impregnado de catolicidad. Al igual que en el resto de Europa, muchos humanistas españoles del siglo XVI anhelaban una reforma dentro de la Iglesia, Alfonso Valdés afirma: “no querría que por componer un altar dejásemos de socorrer a un pobre, y que por componer retablos o imágenes muertas dejásemos 28 Gombrich, Historia del arte, 353 La Crucifixión. Matías Grünewald. Siglo XVI desnudar a los pobres, que son imágenes vivas de Jesucristo”29. Esta reforma se dio con el Concilio de Trento, el cual en la sesión XXV30 promulgó el decreto que establece pautas y principios sobre las imágenes, en él se exhorta a que se cuide la fidelidad histórica, se impida toda superstición y afán de lucro, se proscriba toda imagen que sea causa de error para los ignorantes y que “se evite toda lascivia, de modo que no se pinten ni adornen las imágenes con procaz hermosura” esto traerá consecuencias, en ocasiones nefastas, para las imágenes existentes que son objeto de censura, tapados y retiradas de sus lugares habituales; también los artistas contemporáneos al movimiento de la Contrarreforma se vieron obligados a la autocensura a sus obras . Tras el Concilio de Trento, triunfa el arte barroco como arte de Contrarreforma, un arte de corte realista cuyas manifestaciones plásticas reflejan la tendencia más ascética que mística del momento. Con fines catequéticos, se impone el dramatismo, de marcada raigambre popular, que mueve y conmueve a los espectadores. El sufrimiento de Cristo constituye la mayor lección plástica de la teología de la Redención obrada por el Mesías doliente. Los paños agitados y abiertos, posibilitan realizar con agudo realismo un estudio anatómico completo. Se mantiene la corona de espinas y el titulus crucis que en ocasiones reproduce la inscripción completa y trilingüe. Esta teología de la cruz es la teología de la emoción y del sentimiento que mueve y conmueve al espectador. El poeta anónimo, al igual que el pintor, expresó en imágenes literarias esta comprensión de la función salvífica de la cruz; lo que mueve y conmueve al lector del texto pintado o del texto escrito es la contemplación del sufrimiento físico y moral del justo que muere en la cruz; así lo leemos en el siguiente poema del siglo XVII en el que se expresa un aparente desinterés por la salvación o condenación; pero es, en cambio, la contemplación del dolor, la humillación y los agravios que sufre el justo en la cruz lo que produce en el creyente una conversión o movimiento interior intenso: No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido: 29 Valdés, “La verdadera Iglesia de Dios es nuestra alma”. En Historia y sentido del arte cristiano, 738 30 “Decreto sobre las imágenes” (sesión XXV). En Historia y sentido del arte cristiano,739 ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor; muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido; muévenme tus afrentas y tu muerte31… En este contexto de emotividad en el que el arte y los artistas tienen clara y conscientemente un compromiso más allá de sus intereses estéticos, pintores como Rubens, Zurbarán, Velázquez y Murillo decidieron presentar la figura del crucificado en solitario contra un fondo oscuro, dándole así a la composición gran fuerza emocional y dramática. Observando las cuatro imágenes, el espectador se da cuenta de las diferencias iconográficas que hay entre ellas, a pesar de los elementos generales comunes. Estas diferencias hacen que cada una de las representaciones tengasu propia identidad, de tal manera que dicen algo especial que debe ser leído con atención, lectura que tendrá un efecto particular en cada espectador. Cada artista está diciendo algo con su crucificado a través del movimiento del cuerpo, la tensión de las manos, los gestos de la cara, los paños, los letreros de la cruz, la intensidad del fondo oscuro. Pero para comprender cada lenguaje particular el lector debe acercarse con una mirada 31 Fragmento soneto anónimo del siglo XVII atenta y curiosa que le permita descifrar el sentido de cada uno de los elementos que componen la representación de la crucifixión; también el lector debe estar dispuesto a dejarse tocar, porque es ahí, en el contacto entre la obra y el espectador, donde sigue viva y presente la intención del autor. Siguiendo a Gadamer, podemos afirmar que una lectura general de estas iconografías de Jesús en la Cruz nos puede hablar de su función y significado original en el contexto en el que nacieron; sin embargo, al individualizarlas, cada lector tiene que hacer un ejercicio personal de comprensión en el cual la obra lo confronta consigo mismo. Cada artista habló a través de su crucificado: Rubens, Zurbarán, Velázquez y Murillo dijeron algo que el lector no puede saber de antemano, comprender la obra no es sólo tratar de comprender lo que había en la mente del autor, es también comprender lo que le está diciendo al lector cuando éste la lee, ya que la obra de arte tiene un presente absoluto para cada presente respectivo desde el cual le dice al lector “¡Has de cambiar tu vida!”32. Transitado este camino de varios siglos en los que hemos observado las variaciones acaecidas en la iconografía de Jesús de Nazaret en la Cruz, iniciaremos un recorrido por la senda que nos conduzca a la lectura y comprensión del Cristo Crucificado de las Benedictinas de San Plácido, pintado por Velázquez en el siglo XVII; qué nos diga esta imagen y cuánto cambie la vida del lector desde la comprensión profunda de la lectura de todos y cada uno de sus grandes o pequeños elementos es tarea que nos disponemos a emprender. 32 Ver Gadamer, Estética y hermenéutica, 61-62 Velázquez, la síntesis de un caminar: El Cristo Crucificado de San Plácido. En toda mirada artística, se impone una ascesis: Atravesar, a veces con esfuerzo doloroso, lo evidente. Francisco Calvo Serraller No existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas. Gombrich Realizar una lectura hermenéutica del Cristo Crucificado de las Benedictinas de San Plácido, cuadro pintado por Diego Velázquez hace tres siglos, es un riesgo que queremos correr porque a pesar de su popularidad y aparente sencillez, consideramos que en él se encuentra ese algo misterioso que hace que su valor sea intemporal, que más allá del tiempo y del espacio, siga siendo capaz de tocar, de conmover y de emocionar al espectador. No obstante, y siguiendo a Gadamer1, debemos tener cuidado y establecer los límites en los que se mueve la investigación porque aunque la obra de arte es intemporal y siempre tiene su propio presente, lo cierto es que tiene un origen histórico y un autor con una vida, una formación, una mentalidad y una producción que no autorizan a interpretarla de cualquier manera y es este origen histórico y personal el que establece y exige la pauta de lo adecuado. Por lo tanto, es necesario efectuar una amplia contextualización que nos permita comprender y valorar los elementos que van a dar forma a la obra de este pintor sevillano y que provienen del medio social, cultural, artístico y religioso en el que desde niño fue creciendo y se fue formando este artista incomparable. Este panorama debe tener en cuenta tanto la conciencia creativa del pintor y los estímulos intelectuales y artísticos a los que se vio sometido, como la capacidad de comprensión del público para el que pintó, así como el horizonte normativo de la época. Como afirma Javier Portús, esto es especialmente importante en Velázquez. Si para comprender la obra de cualquier artista, las circunstancias relacionadas con su contexto creativos son importantes, en el caso de Velázquez resultan fundamentales, sobre todo en lo que se refiere a sus pinturas religiosas y mitológicas, pues en ellas, a su contenido narrativo o devocional se incorporan numerosas reflexiones relacionadas con 1 Ver Gadamer, Estética y Hermenéutica, 55-56 cuestiones específicamente artísticas, personales, etc. En la mayor parte de los casos se trata de una incorporación consciente, que propicia una relación con el espectador más activa que la que ofrecen la mayor parte de los artistas de su tiempo2. Para realizar esta contextualización debemos tener en cuenta, en primer lugar, la ciudad en la que nació y creció el pintor. Sevilla en el siglo XVII era una de las más pobladas de Europa, después de Londres, París y Nápoles, y era la más rica, más populosa y de espíritu más abierto y universal de España. Esta ciudad había obtenido en 1503 el monopolio del comercio con América, a ella llegaban los productos americanos y de allí salían los que se enviaban al Nuevo Mundo; el comercio que movía la Casa de Contratación hizo que allí se establecieron mercaderes de toda Europa lo cual le dio una prosperidad única en España. La aristocracia local, leal al rey y representada por las familias de los Olivares, Medina Sidonia y Alcalá, ejercía el poder político. La ciudad árabe y mudéjar de Almutamid y de Pedro I se fue convirtiendo en una ciudad renacentista gracias a la remodelación realizada en el siglo XVI; los palacios, quintas de recreos y espacios públicos creados siguiendo los cánones del Renacimiento hicieron que se conociera bajo el nombre de la Nueva Roma3. El espíritu culto y humanista se fomentaba en las academias sevillanas, especie de tertulias en las que participaban poetas, músicos, pintores, aristócratas, intelectuales y religiosos y en las cuales se debatía acerca de diversos asuntos de alto nivel intelectual. Sin embargo, este espíritu renacentista convive con un espíritu religioso que va más allá de la religiosidad popular que impregna todo el ambiente sevillano. La ostentación que se realiza en las prácticas devocionales, la magnificencia, exhibición y lujo de las cofradías, el brillo de los retablos, el pathos de las tallas se convierten en el sello de identidad de esta ciudad4 en la cual se da una compleja trama de relaciones que engloba el arte, la religiosidad popular, determinadas 2 Portús Pérez, “Velázquez, pintor de historia”. En Fábulas de Velázquez, 16 3 Salort Pons, Velázquez, 31 4 Lleó Cañal. “La Sevilla del Siglo de Oro: ortodoxias y heterodoxias”. En Fábulas de Velázquez, 95 Sevilla Árabe, Mudéjar Renacentista formas de espiritualidad y algunos círculos intelectuales de la ciudad. Sevilla, la “tierra de María Santísima”, vivió con pasión la devoción mariana y contempló los enfrentamientos suscitados entre diversas órdenes religiosas en torno a la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción. Las hostilidades entre los dominicos que la negaban y los franciscanos y jesuitas que la defendían ardorosamente dieron origen a unas coplas en las que se recogía tanto el sentir popular como la posición religiosa de la mayoría del clero español. “Todo el mundo en general a voces Reyna escogida diga que sois concebida sin pecado original”5. En medio de este ambiente inmaculista también se vivió con una gran tensión el proceso inquisitorial al que se vio expuesta la Congregación de la Granada,6 muy apreciada popularmente pero sospechosa de iluminismo y con la cual mantenían fuertesvínculos algunos miembros de la Compañía de Jesús, así como artistas e intelectuales que tuvieron gran influencia en el desarrollo de la iconografía mariana que creará un prototipo de Inmaculada muy popular hasta nuestros días. Por las calles sevillanas se movía un universo humano formado por nobles, plebeyo, pícaros, comerciantes, mercaderes, vagos, religiosos y artistas atraídos tanto por su riqueza económica como por su rico nivel cultural, artístico y religioso. En una de esas calles nació en 1599 Diego Rodríguez de Silva y Velázquez y por ellas creció y correteó observando y captando en su retina la vida múltiple y cambiante. Hijo de Juan Rodríguez de Silva y la sevillana Jerónima Velázquez, fue el mayor de ocho hermanos; su padre de origen portugués fue notario mayor del juzgado de testamentos del cabildo eclesiástico sevillano; ni él ni su esposa debieron pertenecer ni siquiera a la baja nobleza o hidalguía, y, al parecer, tenían escasos recursos económicos. Esto trae como consecuencia una vida en la que el trabajo era el medio de subsistencia. Sin embargo, en el ambiente, en la mentalidad de la época, el trabajo era algo que podía demeritar la honra o valía personal. Se puede afirmar que los españoles de la época sufrían de histeria 5 Ibid., 103 6 Ibid. colectiva frente al problema -casi trauma- de la “limpieza de sangre”. “Ser alguien” en esa sociedad era “ser limpio”, es decir, no tener ascendencia judía ni mora; de esa manera el trabajo físico o manual no era valorado pues indicaba, desde épocas medievales, pertenecer al pueblo -no a la nobleza- o, peor aún, descender de alguno de los dos pueblos mencionados; trabajar era poco menos que un estigma7. El padre del joven Diego al observar que estaba dotado de excelentes, excepcionales y casi únicas aptitudes para la pintura, lo presentó a los diez años al taller de Francisco Pacheco, su futuro suegro, que no era buen pintor pero resultó un excelente maestro; allí Velázquez adquirió las bases teóricas y prácticas que le permitieron pasar en 1617 el Examen de Maestría. De esta manera, teniendo apenas 18 años, inicia en Sevilla a un largo camino con paleta y pinceles en la mano que culminará con una cruz roja de Santiago en el pecho, lo cual significa el reconocimiento del valor artístico de su obra, que va más allá de un reconocimiento de su habilidad como maestro de la pintura y que junto con el otorgamiento de la hidalguía, significa socialmente la incorporación a la nobleza, así sea en el más bajo de sus escalones. El taller de Pacheco tuvo su origen en el siglo XVI alrededor de un tío del pintor, el canónigo y teólogo Francisco Pacheco llamado igual que su sobrino, quien convocaba a toda clase de intelectuales. Este círculo se convirtió poco a poco en la más significativa de las tertulias sevillanas por la trascendencia que tuvo en la formación de Velázquez como pintor intelectual con un marcado carácter humanista; de hecho, la biblioteca que fue reuniendo en su vida es un fiel 7Recordemos el magistral tratado tercero del “Lazarillo de Tormes,” donde el Hidalgo no muere de hambre gracias a la comida que Lázaro consigue y comparte con su amo, siendo consciente Lázaro de esa peculiar realidad socio- cultural. Podemos ver en este corto fragmento que al propio Lázaro le nace compartir, generosamente con su mísero amo la poca comida que ha podido conseguir. Se evidencia que en su mentalidad no cabe la posibilidad de que el amo trabaje o se esfuerce por alcanzar el sustento: “Cuando llegué a la casa, ya el bueno de mi amo estaba en ella, (...)Pensaba si sería bien comedirme a convidalle (…) parecióme ayudarle, y díjele: este pan está sabrosísimo, y esta uña de vaca tan bien cocida y sazonada, que no habrá a quien no convide con su sabor. (...) Pruebe, señor, y verá qué tal está. (...)Dijo: por Dios, que me ha sabido como si hoy no hubiera comido bocado. [...] y muy contentos nos fuimos a dormir como la noche pasada.” (Lazarillo de Tormes, 96-97). Francisco Pacheco reflejo de las enseñanzas allí recibidas8. En las tertulias de este centro cultural participaron entre otros el poeta Francisco Rioja, el historiador Rodrigo Caro, los teólogos jesuitas Juan de Pineda y Luis de Alcázar, el poeta y pintor Juan de Jáuregui, y miembros de la nobleza como el duque de Alcalá y el duque de Olivares9. Para comprender el significado y las consecuencias artísticas en la obra de Velázquez derivadas de este ambiente intelectual, es importante señalar que Juan de Pineda s.j. fue uno de los grandes defensores del dogma de la Inmaculada y lo hizo con tal ardor en sus sermones y escritos que, curiosamente, en 1615 tuvo por ello problemas con el Vaticano; muy significativo es también Luis de Alcázar quien, además de ser otro defensor del dogma, escribió un libro sobre el Apocalipsis, el cual fue ilustrado por Juan de Jáuregui, de tal manera que la estampa de la mujer Apocalíptica que aparece en él será la base de las composiciones posteriores que Pacheco, Velázquez y otros pintores realizarán de la Inmaculada10. El taller, como todos los de la España del momento, no alcanzaba la categoría de la Escuela o la Academia italiana; conservaba aún un marcado carácter gremial y sus miembros eran vistos como artesanos, por lo que no eran considerados artistas. Pero allí se reflexionaba sobre filosofía, religión y arte; se teorizaba sobre el valor de la pintura, se discutía alrededor de los conceptos neoplatónicos y se interiorizaban los preceptos contrarreformistas; en este taller se creía en la realidad objetiva de las ideas de la misma manera que en los talleres de Florencia, lo importante era la concepción de la idea, no su ejecución. Sin embargo, para su realización, Pacheco aconsejaba hacerlo sirviéndose del natural “yo me atengo al natural para todo, y si pudiese tenerlo delante siempre y en todo tiempo, no solo para las cabezas, desnudos, manos y pies, sino también para los paños y sedas y todo lo demás, sería lo mejor” 11 . Estas enseñanzas las aplica 8 A la muerte se Velázquez se encontraron en su casa 156 libros, en su mayoría obras dedicadas a los fundamentos científicos y teóricos del arte y sus aplicaciones prácticas; entre ellas están los Tratados de pintura de Alberti, Leonardo, Pacheco, Vicente Carducho; las Metamorfosis de Ovidio, obras de Petrarca, tratados de caza; curiosamente sólo poseía dos libros de filosofía y religión y ninguna obra de teatro ni novelas. (cfr. Gaya Nuño, Velázquez, 168) 9 Salort Pons, Velázquez, 35 10 Lleó Cañal, “La Sevilla del Siglo de Oro: ortodoxias y heterodoxias”. En Fábulas de Velázquez, 108 11 Gállego, Diego Velázquez,35 La mujer Apoclíptica. Juan de Jáuregui Velázquez en sus obras por lo cual resulta tan engañosa la lectura de ellas, puesto que el realismo y naturalismo que percibimos en sus representaciones ocultan la idea mentale que subyacen en ellas y que pretende hacer realidad la pintura en cuanto pintura. La mayoría de los pintores o escultores españoles del siglo XVII, cuyo trabajo se realiza con las manos, aceptaban sin mayor problema el estatus social que les originaba su oficio, estatus que en Italia estaba ya superado desde el siglo anterior, allí los escultores y pintores habían tenido un ascenso social que los igualaba a los poetas y eruditos12 gracias al apoyo recibido de los humanistas los cuales consideraban por un lado que esa igualdad se había dado ya en el mundo clásico y por otro reconocían al arte como un medio eficaz para la propaganda de las ideas en las que fundamentaban su dominio intelectual. En este ascenso paulatino, la atención prestada a las obras se va desplazandohacia el artista que adquiere una mayor conciencia de su propia genialidad siendo cada vez más frecuente la firma de las obras, los autorretratos, la emancipación del encargo directo, la búsqueda libre y autónoma de la solución de problema hasta llegar a lograr una independencia artística y una prosperidad económica que nada tiene ya que ver con el mundo gremial y que anuncia al artista moderno. La afirmación de Leonardo da Vinci de que “la pittura é cosa mentale” evidencia que los artistas italianos sabían que la creación es un acto de la mente y que el pintor se vale de sus manos para plasmar la idea en el lienzo; de igual manera Miguel Ángel pretendía pintar col cervello y no colla mano, por lo que quería arrancar las figuras del mármol con la sola fuerza de su visión; porque de manera semejante a como un poeta crea los versos que traslada al papel, así un pintor o un escultor con ayuda de pinceles, pigmentos, aceites o cinceles lleva su obra mental al lienzo o la saca del bloque de mármol. Las manos son solamente un medio con el que se concreta una representación de algo que ha nacido en la mente creadora. Lograr para el artista español esta valoración del trabajo pictórico fue la gran hazaña de Velázquez a lo largo de su vida. Velázquez fue un pintor valiente que al igual que Caravaggio y por consejo de su maestro, pintó del natural, dando a sus obras, en ocasiones, un efecto de teatralidad al manejar los efectos lumínicos con la técnica del llamado claroscuro. El efecto conseguido al pintar del natural produce un cierto naturalismo barroco que -por otro lado- está íntimamente ligado al contexto ideológico 12 Ver Hauser. Historia social de la literatura y el arte I, 411ss de la Contrarreforma. Y éste, el ambiente de la Contrarreforma es otro de los elementos claves en la comprensión de los lienzos del pintor, aunque el porcentaje de la producción de tema religioso sea muy pequeño en la totalidad de su producción, cosa un poco extraña en la catolicísima España del siglo XVII. Las obras de tema religioso que realizó seguían las indicaciones de su maestro Pacheco, quien a su vez seguía las indicaciones que daban los padres de la Compañía de Jesús Juan de Pineda y Luis de Alcázar contertulios de su taller y divulgadores de las directrices dadas en Trento, Concilio que como ya vimos , impulsó el culto a las imágenes en tanto y cuanto éstas se consideran vehículo para la propagación de la fe; esta defensa de las imágenes era una clara respuesta al aniconismo surgido en los países del norte de Europa en el marco de la Reforma Protestante13; Lutero consideraba las imágenes “inútiles y despreciables” frente al valor que le daba a la palabra de Dios y quería que “fueran arrancadas del corazón”; Juan Calvino tomó una posición radical al considerar a las imágenes un culto idólatra ajeno al espíritu bíblico y a la Iglesia de los primeros siglos, Zuinglio afirmaba que ninguna imagen puede encender ni mantener el amor a Dios; en esta querella, la espiritualidad surgida tras la Reforma se enfoca más al interior del corazón, a la intimidad e individualidad. Sin embargo, pensadores de la talla de Erasmo mantuvieron posiciones conciliadoras en las que se pretendía remediar los abusos o desviaciones del culto a las imágenes con el espíritu de renovación y purificación que tuvo la Reforma, para ello aconsejaba “enseñar al pueblo la manera como conviene servirse de ellas. Lo que haya de malo debe rectificarse, si se puede hacerlo sin grave turbulencia, y lo que haya de bueno debe fomentarse”. En la misma tónica y con el mismo espíritu de rectificar lo malo y fomentar lo bueno los padres conciliares establecieron en la sesión XXV de 1563 la política de educación y formación a través del arte en sus distintas manifestaciones: “Enseñen también diligentemente los obispos que, por medio de las historias de nuestra Redención, expresada en pinturas y otras representaciones, el pueblo se instruye y se confirma en los artículos de fe, que deben ser recordados y meditados continuamente”. A partir de esta disposición oficial no hubo artista que no se viera obligado a seguir los consejos, orientaciones, directrices o prohibiciones que fueron surgiendo en los países católicos. 13 Ver documentación que aporta Juan Plazaola en su obra Historia y sentido del arte cristiano, 736-739 En la España del siglo XVII, que vivía una imparable decadencia política y económica, se utilizó el arte como “una estrategia política de adoctrinamiento propagandista de las masas, cuya aplicación artística se basaba en los principios de literalidad y claridad; esto es: un lenguaje artístico antialegórico, de comprensión universal, cerradamente ortodoxo y efectista (…) Los temas sagrados debían tener un marcado acento populista”14. Esta afirmación de Calvo Serraller nos da luces sobre cómo el arte era un instrumento de adoctrinamiento, de educación en la fe y de consuelo ante las adversidades presentes, cosa bastante clara en cualquier artista de la época; sin embargo, un estudio minucioso de las obras más significativas de Velázquez nos pone en evidencia que la literalidad y la claridad van de la mano de la complejidad por efecto del neoplatonismo, del conceptismo y de la libertad que subyacen en los cuadros del pintor sevillano que convierten a su obra en paradigma de la genialidad que se esconde tras una aparente sencillez y simplicidad. Pero la formación de Velázquez tiene otro componente, además de los valores sociales, filosóficos y religiosos; el Siglo XVII es el siglo del arte Barroco, un arte complejo, múltiple, engañoso, diverso, cambiante, sensible, místico, comprometido con ideologías religiosas, heroico, populista, clasicista, casual, efímero. Es el arte nuevo de un mundo nuevo y cambiante en el que la revolución copernicana descentró al hombre y al moverle el universo hizo que se desarrollara “una cultura artística, en continuo despliegue de lo sencillo a lo complicado, de lo claro a lo menos claro, de lo manifiesto a lo oculto y velado”15. En este mar de tendencias y actitudes destacan dos caminos que se entrecruzan en muchos momentos, estos son los del culteranismo y el conceptismo. Cada una de estas corrientes tiene sus propias sendas, pero en todas lo sencillo, racional, clásico o sereno han perdido terreno; ahora la agudeza es una virtud capital en una sociedad en la que se lee apasionadamente a un Quevedo lleno de paradojas, que dice de sí mismo: "Soy un Fue y un Será y un Es cansado”, que cree que el amor "Es hielo abrasador, es fuego helado, / es herida que duele y no se siente", o que se burla de Góngora diciendo: “Es Astolfo soror por lo monjoso”. El lenguaje se complica, se imita la sintaxis latina, aparecen neologismos, se exaltan los contrastes, las antítesis y las paradojas de tal manera que la dificultad se convierte en un valor digno de alcanzar. Ésta será exaltada por el pensador Baltasar Gracián 14 Calvo Serraller, Velázquez, 32 15 Hauser, Historia social de la literatura y el arte II, 102 en su obra "Agudeza y Arte de ingenio”: No se puede negar arte donde reina tanto la dificultad (...) Entendimiento sin agudeza ni conceptos, es sol sin luz (...) Lo que es para los ojos la hermosura eso es para el entendimiento el concepto (...) El concepto que es también la agudeza, consiste también en artificio conceptuoso (…) en una armónica correlación entre dos o tres cognoscibles extremos, expresada por un acto del entendimiento 16. Igualmente es barroco el artificio con el que Shakespeare trabaja la trama en Hamlet haciendo que la representación teatral al interior de su drama sea elemento esencial en el desenvolvimientode la misma, también es barroca la manera como Cervantes articula los distintos géneros literarios en su obra cumbre Don quijote, la novela por excelencia, en la cual la multiplicación de imágenes y espacios que vemos en la pintura del siglo XVII la pone ante nuestros ojos cuando Sancho y su amo conversan acerca de las noticias que el historiador arábigo Cide Hamete ha escrito sobre sus aventuras, las cuales andan ya impresas en libros de historias17. El teatro dentro del teatro, la novela dentro de la novela, el cuadro dentro del cuadro nos hablan de una época densa, abigarrada y compleja en la cual los artistas se las ingenian para adentrarnos en un mundo nuevo, distinto a la realidad que percibimos con los sentidos, pero tan real o más que éste. Es claro que en este contexto artístico, hacer las cosas fáciles no tiene valor, la lectura de las obras, su comprensión requiere un lector agudo, un lector que disfrute con la dificultad de descifrar el mensaje. Con estos elementos aprendidos y progresivamente interiorizados y desarrollados, el joven artista comenzó su carrera como pintor abriendo su propio taller en Sevilla; hasta que se marchó a Madrid para ser pintor de la corte de Felipe IV se desempeñó como un maestro pintor apreciado por el clero y la nobleza, de quien recibía los encargos, únicos clientes posibles en ese entonces. Una vez en Madrid su trabajo estuvo limitado a los encargos hechos en el círculo del palacio y la corte. 16 Citado por Jonhn Moffitt, Velázquez, práctica e idea: estudios dispersos, 27 17 El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha II, cap II Las primeras producciones de Velázquez en su propio taller sevillano tienen un fuerte carácter escultórico, pues es de suponer que toda la rica imaginería andaluza le dejó alguna huella en sus telas; sobre todo, teniendo en cuenta que su maestro Pacheco ayudaba a policromar las esculturas del escultor Martínez Montañés con el que Pacheco compartía particulares criterios iconográficos. En la etapa sevillana encontramos cuadros juveniles importantes que se conocen como "cuadros de género" y "bodegones a lo divino"' donde es fácil observar el peso de las obras de bulto redondo. En Él aguador de Sevilla (Londres, colección Wellington), obra de corte realista con un naturalismo caravaggesco, los personajes reciben igual o casi inferior atención que los objetos ahí presentes. Lo mismo se puede decir de La vieja friendo huevos (Edimburgo, National Gallery). Como en el cuadro anterior están presentes la misma paleta ocre y terrosa así como el tenebrismo de la escuela de Caravaggio; la realidad es reproducida con perfección a través de la plástica casi escultórica de las formas. Pero ¿son estos cuadros sevillanos sólo eso? ¿Cuadros de género, de corte realista? Tradicionalmente se habían visto así, sin embargo, en los últimos años la crítica quiere leer en ellos un mensaje alegórico suponiendo que acaso sean símbolos o meditaciones sobre la sed y el hambre18, es decir, son cuadros cuyo valor no se 18 Gállego, Velázquez, 42 El Aguador de Sevilla La Vieja Friendo Huevos sustenta tanto en la calidad de su representación física cuanto en el contenido intelectual que pretende expresar valores morales. Una interpretación que divide a la crítica actualmente es la de Mena Marqués que pretende ver en el lienzo al filósofo Diógenes educando a los hijos de Xeníades19. En cualquier caso, una lectura sencilla con base en la descripción objetiva de los elementos que conforman los cuadros pecaría de ingenua, cuando no de inexacta, aunque en términos pictóricos haya que valorar el papel fundamental que tuvieron en su formación pues le ayudaron a afianzar y dominar la representación naturalista, columna vertebral de la obra de Velázquez a lo largo de su vida. Dentro de los encargos realizados en Sevilla antes de viajar a la corte, encontramos unas obras que pueden ser significativas porque implican un cierto acercamiento a los textos joánicos dentro del contexto religioso de su momento. Por un lado tenemos el cuadro de San Juan Evangelista en Patmos – seguramente inspirado en el grabado de Jan Sadeler- en el cual el joven santo contempla la aparición de la mujer Apocalíptica, asunto que representará con detalle en la obra titulada Inmaculada Concepción, tema en el que sigue las indicaciones iconográficas de su maestro Pacheco y con el que se evidencia que aun se viven con ardor los debates sobre el dogma de la Inmaculada. Cabe anotar que en la composición encontramos elementos originados en las ilustraciones que realizó Juan de Jaúregui al libro sobre el Apocalipsis de Luis de Alcázar s.j., así como elementos que popularizó el escultor Martínez Montañez en su famosa escultura conocida como “la cieguita”20 y que marcó un hito en la iconografía inmaculista. Esta imagen que ilustra el texto de Ap12,1-3 representa a una joven sobre la luna con la cabeza inclinada y rodeada de estrellas y los ojos apenas entreabiertos en disposición de mirar a cualquier persona que ore a sus pies. Esta disposición de la cabeza se repetirá en las imágenes de Cristo 19 Salort Pons, Velázquez, 39 20 Lleó Cañal, “La Sevilla del Siglo de Oro: ortodoxias y heterodoxias”. En Fábulas de Velázquez, 106 Inmaculada Concepción La Cieguita Martínez Montañez crucificado que realizarán tanto el escultor como los dos pintores. Curiosamente la imagen de la Inmaculada tiene ciertas libertades iconográficas como es el manto rojo en lugar de blanco; además, en la versión velazqueña se observa que éste mantiene sus preocupaciones naturalistas las cuales se perciben claramente en el tratamiento de las estrellas y la luna, tan distinto al de su maestro más conceptual y acartonado21. Otra obra capital en la producción sevillana es el cuadro La Cena de Emaús (National Gallery of Ireland, Dublín) que junto con Cristo en casa de Marta y María (Londres, National Gallery), nos presentan una composición que las ubica entre los bodegones y los cuadros religiosos. En estas dos obras de aparente naturalismo costumbrista encontramos en el fondo una pequeña escena que da origen a los títulos y a los asuntos narrados. La complejidad de la composición hace que la lectura se realice relacionando los elementos que vemos en el primer plano con la escena del segundo, de tal manera que el espejo, cuadro, o ventana nos sirve para pasar de un espacio y un tiempo cercanos a la cotidianidad sevillana del siglo XVII a la realidad religiosa o moral que plantea la escena del fondo. En la obra Cristo en casa de Marta y María vemos en el primer plano de la izquierda dos mujeres. Una es vieja y está en actitud de decirle algo a la joven que maja en el almirez, por el gesto de la mano parece que le indica algo o que quizás la regaña por no hacer bien los oficios, puesto que la joven parece que está a punto de echarse a llorar. También en este primer plano, a la derecha, se ve un bodegón compuestos por pescados, huevos, ajos, jarra de vino etc., todos ellos 21 Aterido, “Catálogo 6”. En Fábulas de Velázquez, 308 Cristo en Casa de Marta y María La Cena de Emaús son elementos corrientes de la culinaria española. En un segundo plano, arriba del bodegón, hay una pequeña escena iluminada que no se sabe con exactitud si es un cuadro, una ventana o un espejo en donde se ven tres figuras: una vieja de pie (que se parece bastante a la del primer plano) está observando a una joven en el suelo, ésta aparentemente escucha con atención lo que dice una persona
Compartir