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SER CRISTIANO EN LA ERA NEOPAGANA LA PROPUESTA DE LA EXPERIENCIA CRISTIANA EN EL UMBRAL DEL TERCER MILENIO' P. Francesco Petrillo S, OMD En el contexto de este homenaje al Cardenal Ratzinger y antes de exponer algunas reflexiones en torno al tema que me ha sido solicitado, quisiera renovar la memoria acerca de la inolvidable visita que el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe realizó a nuestro País durante el mes de julio de 1988, invitado por mi hermano de Congregación el P. Baldo Santi. Personalmente esa era la primera vez que me encontraba directamente con el Cardenal Ratzinger cuyos escritos teológicos habían alimentado mi formación y a quien ya consideraba un maestro. En esa circunstancia la Providencia y la amabilidad de mi anterior superior me permitieron servirle como traductor oficial en la casi totalidad de sus intervenciones públicas, lo que significó para mi una cercanía de profundo valor espiritual y humano y una experiencia de discipulado de enorme fecundidad. Quedé sobrecogido por el magisterio del Cardenal Ratzinger en Chile'. No es frecuente encontrar personalidades con su nivel de formación teológica y filosófica que sepan exponer con tanta sencillez y respeto por el auditorio, como él lo hizo, lo esencial de cada una de las complejas materias abordadas. Siempre prefirió sugerir o exhortar, en lugar de dictaminar, abrir puertas y ventanas antes que cerrarlas; profundizar en la complejidad de las preguntas antes que apresurar fáciles respuestas. Su delicadeza intelectual fue testimonio del profundo respeto que tiene por el ' Conferencia dictada en el Homenaje al Cardenal Joseph Ratzinger el 31 de Agosto de 2000, organizado por la Universidad Gabriela Mistral. ' RATZINCER J., Textos íntegros de la visita del Cardenal Ratzinger a Chile, Comunión y Liberacion, año \/I, 11.2-1, l988. 17 hombre. Creo no haber sido el único en percibir que en todo momento hablaba con autoridad. Pero no sólo con aquella que deriva de su rango, cargo u oficio, sino con la autoridad que nace de la obediencia y contemplación del Verbo de Dios hecho came. Su contacto humano y su lúcida reflexión que brotaba de las más genuinas fuentes del pensamiento cristiano me hicieron dar cuenta de las lejanas e injustas caricaturas con las cuales ciertos sectores se referían a su persona: "gran inquisídor”; ”PrmzerKardinaI" "guardián de la ortodoxia", etc. Sucedió con él lo que suele ocurrir con los “hombres de Dios": por más empinados que estén en las cumbres de las instituciones humanas, cuando se tiene la ocasión de aproximarse a ellos se les comprueba sencillos, modestos, risueños, asequibles. Afectuosos incluso. Como si estuviesen conscientes de que lo grande que hay en ellos mismos no son más que instrumentos de Aquél que los colmó de bienes y de luces. Era pues necesario para mi dar ese testimonio de un encuentro con un verdadero maestro de la fe. El título de esta intervención: "Ser cristiano en la era ›1wpagnr1a"2 me permite de inmediato poner dos preguntas fundamentales que constituyen a la vez la huella a seguir tras el pensamiento del Cardenal Ratzinger. ¿Cree de verdad el cardenal que nos encontramos en un era neopagana? Y de ser así, ¿Cuáles son las condiciones para una presencia significativa de la fe y su credibilidad en un contexto tan desfavorable? A estas dos preguntas quisiera contestar con la certeza de encontrar sugerentes indicaciones para dar vida a una evangelización que hoy como en los comienzos del anuncio cristiano no presuma del poder o de un triunfalismo que muchas veces, también en los ambientes eclesiales, se nutre más de aspectos sociológicos que verdaderamente evangélicos. El cardenal Ratzinger en este sentido nos sorprende siempre por esa transparente libertad de espíritu que nace de la afirmación de lo esencial en la Iglesia: el acontecimiento de Cristo muerto y resucitado que perdura en la historia a través de ese pueblo “sui generis” que es la Iglesia en comunión con sus pastores y particularmente con el Papa. Todo reduccionismo doctrinal, ético, político es inmediatamente percibido en su límite cuando se le compara con esa suprema "Regula Fidei”. Esto es lo ' Cf. RATZINGER J., Ser cristiano en la era neopagana, Ed. Encuentro, Madrid 1995, l8 † que hace brillantemente el Cardenal Ratzinger sin ningún complejo de perder el tren de la modernidad y sin la cristalización de quien desearia considerar a la Iglesia como el guardián del museo de lo religioso. La provocativa afirmación del surgimiento de una mentalidad neopagana que sin duda el Cardenal reconoce como actual y extendida sobre todo en Europa, debe ser entendida no como la triste y pesimista constatación de un cristianismo en retirada, sino como el nuevo horizonte en el cual las razones de un cristiano para esperar no nacen de una situación favorable y descontada como habría sido posible en los siglos pasados, sino del hecho que, hoy como ayer, sólo el misterio pascual de Cristo muerto y resucitado constituye el factum capaz de originar una experiencia que abraza al hombre en su totalidad y lo une a los demás en un camino de esperanza. El punto de partida que una y otra vez aparece en el magisterio del cardenal Raztinger no se basa sobre un poder que preserve la estructura eclesial y restablezca un orden cristiano que debe ser añorado, sino de una propuesta alegre y esperanzada, de cuya estructura racional el cardenal conoce las más íntimas articulaciones, pero ante la cual permanece como un servidor todavía asombrado y agradecido. Desde luego el Cardenal Ratzinger no busca componendas fáciles en ningún terreno, y no se muerde la lengua a la hora de identificar los males que afligen a la cultura de nuestros días y que nos permiten definirla neopagana. El núcleo de este análisis consiste en el hecho que el hombre contemporáneo ha sometido la realidad a partir de la autonomía de la razón. "No sería difícil demostrar -ha afirmado recientemente Ratzinger en una magistral conferencia en Madrid- que la desorientación de nuestra cultura ante la verdad, que entre tanto se ha convertido en ira frente a ella, descansa en última instancia sobre su pretensión de alcanzar el mismo canon metodológico y la misma clase de seguridad que se da en el campo empírico. La limitación metodológica de la ciencia natural a lo verificable se convierte en el documento acreditativo de la cientificidad, más aún, de la racionalidad misma. Esta reducción metodológica, que está llena de sentido, más aún, que es necesaria en el ámbito de la ciencia empírica, se convierte así en un muro ante la cuestión de la verdad: en el fondo se trata de la verdad y el método, de la universalidad de un canon estrictamente empírico. Frente a este canon es necesario defender 19 la multiplicidad de los caminos del espíritu humano, la amplitud de la racionalidad, que tiene que conocer diversos métodos según la índole del objeto. Lo no material no puede ser abordado con métodos que corresponden a lo material, así podría resumirse la denuncia frente a una forma unilateral de la racionalidad” J. Con siempre mayor fuerza el Cardenal Ratzinger viene afirmando, y esta fue la tesis sostenida en la conferencia de la Sorbona, que la cuestión de la verdad es la cuestión esencial de la fe cristiana y la misma crisis del cristianismo en esta realidad neopagana es reconducible a la del concepto de verdad. Cuando el pensamiento de la verdad está en crisis, también la Iglesia es reducida a su dimensión sociológica y la relación de Dios con su pueblo ya no es concebida a partir sobre todo de Dios. En el trasfondo de este modo de interpretar la realidad hay una filosofía, una actitud apriórica ante la realidad que nos dice: no tiene sentido preguntar sobre lo que es, sólo podemos preguntar sobre lo que podemos hacer con las cosas. La cuestión no es la verdad, sino la praxis, el dominio de las cosas para nuestro provecho. Estando así las cosas algunos, incluso dentro de la Iglesia, consideran que deberíamos inventar nosotros mismos lo que la Iglesia deberíahacer y que podríamos hacerlo de manera apropiada sólo adoptando el criterio de las mayorías. El pensamiento del cardenal Ratzinger no es de ninguna manera ni moralista ni confrontacional con respecto a ciertos tópicos que se han vuelto una especie de ejercicio obligado para ciertos círculos de cristianos en temas bastante diferentes entre ellos pero que, de todas maneras se encuentran unidos entre sí por el hecho que dependen de una común visión del hombre y de una idea de libertad que obra en ella. El neopaganismo que hoy día enfrentamos, para ser más precisos, no se centra sobre un par de conflictos aislados, sobre una u otra visión de las cosas, una mayor o menor condescendencia hacia ciertos comportamientos. Detrás de un cierto “canon” de la contestación se vislumbra una "revolución" del concepto de hombre al cual se puede responder sólo si logramos presentar la lógica de la fe en su conjunto. El desafío puesto a la Iglesia en el actual contexto es el de hacer visible la fe ` RATZINGER l., Fe, verdad y cultura. Reflexiones acerca de la Encíclica Fides et Ratio, Madrid, 16 de febrero de 2000. Cf. Suplemento a la Revista Litterae Communionis - Huellas, n. 3, marzo 2000, pág. 14. 20 nf como altemativa real que el mundo espera después del fracaso de las ideologías, en la fidelidad a su doctrina. Es necesario volver a lo esencial para que el poder de Dios sea verdaderamente nuestra esperanza. No fue accidental que en la ya recordada visita a Chile realizada por el Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, la primera conferencia dirigida al clero y a los religiosos y religiosas en la iglesia de san Ignacio llevara precisamente ese título: "El poder de Dios, nuestra esperanza”. Allí nos decía: "La plenitud del poder de la Iglesia es la transparencia del poder de Dios, y por eso es nuestra esperanza. Por eso la vinculación interior con la autoridad de la Iglesia en un acto de profunda obediencia constituye la decisión fundamental en la vida del sacerdote. Una comunidad que no se ama a sí misma no puede existir. Y un ministro ordenado que se opone a la raíz de su misión no puede ni servir al prójimo ni realizarse... Pero Dios es él más fuerte. El no retira de la Iglesia la plenitud de su poder, y esa plenitud de poder que se nos acerca en la palabra y en el Sacramento es aún hoy día la luz que ilumina la esperanza que promete vida y futuro”. En medio de esta cultura dominante y neopagana que llega a considerar a Dios como una "hipótesis inútil", es posible responder a los problemas que ella pone al anuncio de la fe sólo si no nos dejamos encasillar en las disputas sobre los particulares, sino logrando presentar la lógica de la fe en su conjunto; la sensatez y la racionalidad de su visión de la realidad y de la vida responden más intensamente a ese conjunto de exigencias insuprirnibles del corazón humano. Por este motivo, siguiendo al cardenal Ratzinger y respondiendo a la segunda pregunta que nos poníamos al comienzo, se vuelve necesario un llamado a los tres ámbitos de la visión del mundo según la fe en referencia a los cuales se ha verificado, en los últimos decenios, una reducción que ha preparado su gradual transición a otros paradigmas. Me permito aquí sintetizar tres dimensiones de la fe que Ratzinger no pierde ocasión, ya desde cuando era arzobispo de Munich, de indicar como lo esencial para una existencia cristiana capaz de dar vida a una nueva evangelización que satisfaga la sed de Dios en un occidente que está a punto de volver a ser de nuevo pagano. Ratzinger advierte desde hace tiempo que esta sed no se apaga con sueños de una nueva Iglesia que pretenda renovarse a si misma mediante discusiones sin término. Esta "auto ocupación” 4 RATZINGER I., Textos íntegros..., pág. 17. 21 de la Iglesia conduce únicamente a que muchos prefieran refugiarse en lo esotérico, en lo mágico, en las sectas, allí donde en fin parece abrirse la atmósfera del misterio, de lo totalmente otro. Siguiendo un discurso dirigido a los obispos responsables de las comisiones doctrinales de Europa en mayo de 1989 podemos profundizar estas dimensioness. En primer lugar es necesario subrayar la atención sobre la desaparición casi total del tema de la creación en Teología. El cardenal a este propósito ponía de relieve la contradicción entre la disposición a reconocer la racionalidad matemática que la naturaleza entraña y el rechazo, por el contrario, al reconocimiento que esta misma naturaleza revela una racionalidad metafísica y un mensaje espiritual presente también en el mundo corpóreo. La naturaleza que de este modo debería convertirse en maestra, es, sin embargo, considerada como una naturaleza ciega y muda que inconscientemente combina, de manera casual, lo que el hombre debe imitar conscientemente. A la escucha de la creación se sustituye la manipulación; al asombro la teoría; a la observación el razonamiento. Esto es exactamente lo que ya afirmaba san Agustín cuando con un cauto juego de palabras afirmaba algo similar en esta frase: “Yo investigo para saber algo, no para pensarlo". Las raíces de la actual crisis ecológica o de los dramáticos problemas que plantea la bioética, para citar sólo algunos temas, pueden encontrar pautas interesantes de análisis en estas lúcidas afirmaciones de Ratzinger. El optimismo de fachada que pareciera esconder la profunda desesperación de la humanidad de hoy frente a esta naturaleza vuelta ciega y muda, a la hora de sacar de ella ese "verbum" que ella entraña, puede ser resuelta sólo si, en palabras de nuestro autor, "hacemos nuevamente visible qué significa que el mundo ha sido creado con sabiduría y que el acto creador de Dios es algo fundamentalmente distinto de una explosión inicial. Sólo entonces conciencia y norma podrán retomar de nuevo a una relación recíproca correcta. Entonces se hará visible en efecto, que conciencia no es un cálculo individualista (o colectivista) sino una con - ciencia con la creación y, a través de ella, con Dios, el creador. Se hará entonces nuevamente reconocible que la I ld., Dificultades ante la fe en la Europa de hoy. Discurso a los presidentes de las comisiones Doctrinales europeas, pronunciado el 2 de mayo de 1989 en Laxenburg (Viena). Traducción española en Communio, año 13, mayo-junio 1991, págs. 267-275. 22 grandeza del hombre no consiste en la miserable autonomía de un enano que se proclama único soberano, sino el hecho de que su ser deja traslucir la más alta sabiduría, la verdad misma°. Es evidente a partir de estas afirmaciones que lo más urgente es hoy día recuperar el fundamento metafísico creacional del hombre: la criatura como tal habla de Dios y es portadora de un mensaje también moral. Donde se saben integrar nuevas visiones en continuidad con esta fundamental el camino puede proseguir. Inmediatamente después entra en juego la reducción a la que ha sido sometida la cristología, como consecuencia del declino de la metafísica y el encierro del hombre en lo empírico. La relación de Jesús con Dios es interpretada por medio de conceptos como el de "representante" u otros parecidos y que, en cuanto a sus significados se intenta responder de acuerdo a la reconstrucción del “Jesús histórico” siguiendo dos modelos (el liberal burgués y el marxista revolucionario) opuestos entre ellos pero igualmente desviantes con respecto a los puntos centrales de la fe de la Iglesia: "filiación divina y misterio Pascual”. El cardenal Ratzinger nos invita a acercamos de nuevo a la respuesta que san Agustín conoció antes que nosotros: La verdad es "un hombre que está presente" a través de aquellos que incorpora a sí mismo. Quid est Veritas? Un hombre que todo hombre puede conocer y amar. Efectivamente sólo si Cristo es la Verdad, afecta a todos los hombres. Esta es precisamente la novedad específica del cristianismo, la única que mueve a la misión, al anuncio, al martirio, como lo recordaba exigentemente el Papa a los dos millones de jóvenes en Tor Vergata durante la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud. El Logos,la Verdad en persona es también, al mismo tiempo, la reconciliación, el perdón que transforma más allá de nuestras capacidades e incapacidades personales. En esto consiste la verdadera novedad sobre la que se funda la más grande memoria cristiana. Allí donde no sea suficientemente proclamado o percibido este centro del mensaje cristiano, allí de hecho el cristianismo se desvirtúa en ideología y en un yugo demasiado pesado para nuestros hombros. La reciente Declaración ”D0mínus Iesus”, sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, que lleva la firma del Cardenal Ratzinger ha vuelto a hacer actual ese ' Ib., pág. 271. 23 diagnóstico de hace 11 años. Las airadas e incomprensibles polémicas suscitadas ante un texto que es esencialmente una proclamación de fe en lo que constituye la absoluta novedad del hecho cristiano, delata de manera evidente cuán profundo y extendido se ha vuelto ese peligroso intento que ya los primeros Padres de la Iglesia definían como ”solvere Christum”, vaciar a Jesucristo. Hoy se ha vuelto necesario repetir lo esencial sobre Jesús, único salvador del mundo, con la misma fuerza y certeza que animaba y llevaba al martirio a las primeras generaciones cristianas en el mundo pagano. La acogida prestada a esos presupuestos de naturaleza filosófica o teológicas en los cuales hay que buscar las raíces del actual "vaciamiento de Cristo”7, revelan, una vez más lo que Pablo VI afirmaba hacia el final de su pontificado: "el humo de satanás ha entrado en la Iglesia". Finalmente, el tercer punto que es necesario rescatar para un cristianismo que revierta los paradigmas de la sociedad neopagana es la escatología. "la fe en la vida etema -afirma el cardenal Ratzinger- tiene hoy un rol mínimo en la predicación". La acusación marxista de que los cristianos "habrían justificado las injusticias de este mundo ha echado raíces profundas y los problemas sociales del presente son ahora tan graves que requieren todas las fuerzas del empeño moral. Pero como norma exhaustiva del actuar humano el futuro no es suficiente. Allí donde el reino de Dios ha sido reducido al mundo mejor de mañana, al final de cuentas el presente reclamará sus derechos en contra de un futuro imaginario. Pero esto es peligroso: "si las palabras del mundo mejor toman la ventaja en las oraciones y en la predicación se está sustituyendo la fe con un consuelo". Recorriendo estas claras y fundamentales afirmaciones se puede afirmar del cardenal Ratzinger lo que ya Romano Guardini dijo a propósito de Peguy: "Nunca se ha hablado tan en cristiano". En realidad esto es lo que sorprende en los escritos de Ratzinger: una clara armonía y fidelidad a lo esencial que nada concede a la retórica o al vacío ejercicio intelectual. Su claro amor a la verdad hace estrecho cualquier intento de encerrarlo en la jaula de definiciones simples como conservador o progresista. Ratzinger no se aleja nunca de la conmovedora afirmación que el cristianismo es un hecho, un Factum y que, en cuanto tal, embiste 7 Cf, Dominus lesus n. 4. ” RATZINGER J., Dificultades ante la fe..., pág. 273-274. 24 la vida y la determina, llevándola a una adhesión que no empobrece la experiencia humana, sino que la multiplica, gracias a la íntima correspondencia que existe entre ese hecho y el corazón del hombre. Este humilde y asombrado reconocimiento es el que anima, más allá de todo moralismo, la posibilidad de dar testimonio del Dios vivo hoy como en la sociedad pagana que vio a los Apóstoles y las primeras generaciones cristianas testimoniar la fuerza de ese acontecimiento hasta cambiarlo de raíz. Lo importante es que la Iglesia no se repliegue sobre sí misma, sus estructuras, su imagen. A muchos sorprenderá quizás que las más fuertes advertencias sobre el exceso de auto ocupación de la Iglesia, de burocratización y multiplicación de comisiones y discusiones hayan salido precisamente de un hombre que está en la cumbre de la institución. Sin embargo este servicio no lo ha vuelto un hombre de la institución o un guardián del orden establecido, sino un testigo y un profeta capaz de alertar ante el drama de una sociedad que se está volviendo nuevamente pagana, o sea, sumisa a la mentira y por eso fácilmente manipulable por el poder". El magisterio del cardenal Ratzinger ayuda a descubrir los falsos atajos de la conciencia modema, sus ídolos y tentaciones, sin por eso dejar de reconocer también su nobleza y su deseo de encontrar respuestas capaces de satisfacer las más altas exigencias de la razón. En una época como la nuestra, caracterizada por una tan insensata como trágica separación entre razón y fe, el cardenal Ratzinger nos conduce hacia el descubrimiento de que el mundo encierra una sabiduría que no es sólo la de la ciencia empírica. Esta sabiduría es la que se revela cuando el hombre no renuncia a su auténtica dimensión de criatura y de hijo y saber comprender su libertad como adhesión humana a un proyecto más grande de lo que nos dicta nuestra distracción o el intento de ocultar la presencia de Cristo que vive en su Iglesia. K' RATZINGER J., Reforma desde los orígenes, en Ser cristiano en la era neopagana, págs. 13-28. 25
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