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POLITICA Y ECONOMIA EN EL SIGLO XVII ESPAÑOL
Nos vamos a enfrentar con un hecho colosal: la derrota de España 
en el siglo xvn. Y la primera cuestión que se nos plantea es la siguien­
te: ¿Hasta qué punto en esa derrota influyó un problema económico? 
Es necesario tener en cuenta lo que dice el historiador Viñas Mey: 
“La Historia no puede hacerse por cortes laterales, la Historia es la 
vida, y la vida no se da separada ni aislada”. Por eso los historiadores 
en general cometen un error cuando se olvidan de los factores econó­
micos, a la vez que los historiadores de la economía olvidan en sus es­
tudios otros elementos que son causas fundamentales de la historia: 
las ideas, los sentimientos, las estructuras sociales. Hay, pues, que es­
tudiar la historia a través de su complejidad, y es evidente que el fac­
tor económico, si no es el único —que sería una visión unilateral de 
la Historia—, es, con todo, uno de los más poderosos.
Para encuadrar el tema veamos tres aspectos generales. Primero, 
política y economía, es decir, esa relación que siempre se da en la 
Historia entre los hechos políticos y los económicos. Segundo, nos 
plantearemos el siglo xvn español a la luz de la economía. Estudia­
remos ese siglo de la gran pintura y escultura española, el siglo del ba­
rroco, el de la novela picaresca, cruda y áspera de la realidad española. 
Intentaremos ver si es cierto que la sociedad que pinta la novela pi­
caresca —aquellos truhanes que llenaban las ciudades españolas, y que
?uevedo y Mateo Alemán pudieron retratar— es una realidad o no. tercero, estudiaremos los recursos de la hacienda, los ingresos y los 
gastos. Veremos cómo aquella España de los Austrias Menores admi­
nistraba sus bienes, de dónde procedían sus tesoros, y cómo los gas­
taba.
EL AUSTRACISMO
De entrada es necesario que nos detengamos a considerar una idea 
que centra verticalmente el siglo: el “austracismo”. ¿Qué significa ese 
terrnin°? Pues, en esquema, esto. La España del siglo xvi, la de Car­
los V y Felipe II, se planteó una finalidad: organizar el mundo con­
forme a un sistema de ideas, lo que se llama el orden hispánico, o la
158 JOSÉ CEPEDA ADÁN
acción de España en el mundo. La comunidad internacional europea, 
occidental, cristiana entonces, necesitaba un sistema, y entre esos 
sistemas que las potencias europeas van a ir sucesivamente ofreciendo 
al Orden Internacional, el primero es el español, el Imperio de Carlos V 
y la Monarquía Católica Española. ¿Pero qué ocurrió a fines del si­
glo xvi? ¿Qué va a suceder en el siglo xvn? Pues que ese Imperio que 
Carlos V detentó, va a ser sustituido por una política que tiene la mis­
ma intención —el orden europeo conforme a unos postulados espa­
ñoles—, pero que ahora ya no se llamará Imperio porque se ha dividido 
en la rama española y la rama alemana. Esta política de una casa rei­
nante en dos núcleos geográficos, Alemania y España, representada 
por la Casa de Habsburgo, o de Austria, es el “austracismo”. “Al im­
perialismo sucede el austracismo. No se trata de una vulgar pasión di­
nástica, sino de una evolución del concepto imperial. Ahora el Impe­
rio tendrá una cabeza y un brazo distintos, pero formando un mis­
mo cuerpo. La Casa de Austria —en su doble y conjunta actuación- 
constituye la firme columna de la Cristiandad, porque se había erigido 
en la servidora más esforzada de los intereses políticos, a los que, hasta 
mediados del siglo xvn, aspiró la comunidad europea”, ha dicho Pa­
lacio Atar. La idea es clara. España va a servir durante el siglo xvn, con 
los Austrias Menores, Felipe III, Felipe IV y Carlos II, una idea po­
lítica: el mantenimiento del orden que ha sido elaborado por los teó­
ricos y pensadores del siglo xvi. Esta política es la que nos marca el 
cauce y el marco en el que se desarrollará toda la acción española a lo 
largo del siglo siguiente, y a cuyo servicio empleó sus tesoros y sus 
hombres.
Interesa asomarnos a la realidad de la España de los Austrias Me­
nores. El término Austrias Menores, con que suelen ser conocidos en 
la Historia los monarcas que ocupan el trono de España en esta cen­
turia, nos marca muy bien las diferencias entre los dos siglos. Frente 
a Carlos I y Felipe II, en el xvi, nos encontramos con Felipe III, Fe­
lipe IV y Carlos II, en el siglo xvn. El adjetivo “menores” hace refe­
rencia a una política defensiva, de plano inclinado, cuyo remate sig­
nifica la derrota de España. 1648, Paz de Westfalia. 1659, Paz de los 
Pirineos. El reinado de Carlos II no es más que el cuadro total del 
agotamiento y la decadencia. Los Austrias Menores reciben una heren­
cia política a la que van a servir: el mantenimiento de un orden eu­
ropeo contra el cual se levantará un ideal distinto que los vencedores 
llamaron Europa Moderna, en el que se engloba el concepto de la Ra­
zón de Estado y los nacionalismos. Observemos que frente a la palabra 
“Cristiandad” surgió el sucedáneo “Europa”, para indicar una realidad 
histórica que ya no está unida por una coincidencia espiritual. La 
política de los Austrias Menores intentará mantener en Europa el 
antiguo orden de cosas. Pero los enemigos son muchos y la desorga­
nización interna grande, y la consecuencia es que asistimos durante 
el siglo xvix a un gigantesco cataclimo español que intenta defender 
las líneas geográficas y espirituales de los Países Bajos, el Rhin, el Da­
nubio, el Mediterráneo y América con una fuerza cada vez má«¡ débil.
POLÍTICA Y ECONOMÍA EN EL SIGLO XVII ESPAÑOL 16»
E L PESO DE UNA POLÍTICA
Con estas palabras significamos el esfuerzo humano y económico 
que España hizo por servir a un sistema con el cual se podrá estar de 
acuerdo o no, pero al que sirvió lealmente. Y todavía no se ha le­
vantado en la historia un Imperio que no haya intentado defenderse. 
La realidad histórica —y nosotros no somos jueces— es que España 
tuvo un sistema al cual sacrificó sus mejores esencias.
El peso de esta política en lo económico fue gravísimo, tan grave 
que conformó para siempre la historia española. España intentó salvar 
a Europa de su “locura , como diría Ouevedo. Pero Europa está en 
pie contra ella, y la economía española fue por esto una “planificación 
militar a lo largo de los siglos”, como ha dicho Carande.
Este peso de una política tiene, además, otro rasgo que conviene 
destacar. La Monarquía de los Austrias es un conjunto heterogéneo 
de reinos, cada uno de los cuales mantiene su fisonomía institucional. 
La gran Monarquía española está unida solamente por la persona del 
Rey, pero sin que sea una realmente en las necesidades comunes. La 
consecuencia es que no todos participan de la misma manera en el es­
fuerzo económico. El peso de la historia en este siglo, en general, lo 
lleva Castilla, escribe Ballesteros Beretta. Puede afirmarse esto último 
con bastante exactitud si pensamos que Aragón, Cataluña y Valencia 
sólo contribuían a las cargas del tesoro público con unos 600.000 du­
cados cada tres años. En 1674, siendo de treinta y seis millones las 
rentas generales del Estado, León y Castilla contribuían con veinti­
trés millones. Es decir, que únicamente trece corresponden a la mul­
tiplicidad de los otros estados. Por eso pudo decir Ranke una frase 
muy bella: “Castilla era un lago del que se había extraído demasiada 
agua y en el cual íbase haciendo el fondo cada vez más visible. Era 
preciso crearle nuevos afluentes, pero en cuanto intentábase con algu­
no, antes de llegar ya estaba agotado”. No se trata ahora de discutir 
si Castilla soportó el peso de esta política llevada de su orgullo y sober­
bia, apartando de su camino a los demás pueblos, o si fueron estos los 
que voluntariamente se volvieron de espaldas. No queremos entrar en 
polémicas históricas. Se trata sencillamente de ver una realidad in­
discutible: la gran política de España cayó con todo su peso sobre 
Castilla, y ésta puede ser la causa fundamental de la residencia en ella 
de los monarcas. Por ejemplo, se ha discutido mucho el por qué Fe­
lipe II centralizageográficamente la monarquía, y se han dado sobre 
esto las más diversas razones: castellanismo, austeridad de espíri­
tu, etc. Pero Braudel nos ha dicho mucho más sencillamente que la 
venida a España del Rey Felipe y su establecimiento en Castilla tienen, 
como motivo principal, esa urgencia de dinero que únicamente con 
su presencia puede obtener de los castellanos. Castilla es la que paga 
y Castilla es la que se arruina. Una prueba de que esto es así la tenemos 
en que los críticos, arbitristas, economistas y literatos del siglo xvn ya
lo indicaban. Quevedo, en una glosa del Padrenuestro, decía así:
En Navarra y Aragón
N o hay quien tribute ya un real;
Cataluña y Portugal
160 JOSÉ CEPEDA ADÁN
Son de la misma opinión.
Sólo Castilla y León 
Y el noble reino andaluz 
Llevan a cuestas la cruz.
Católica Magestad,
Ten de nosotros piedad,
Pues no te sirven los otros 
Así com o nosotros.
Ahora bien, inmediatamente nos sale al paso una cuestión. ¿Acep­
taron los españoles en general, y, en especial, los castellanos, la ago­
biante carga? Podemos afirmar que sí. Es cierto que hay quejas, y que 
cruje a veces la economía y la vida española, pero éstas son para aque­
llos hombres las consecuencias de la grandeza. ¿Por qué esta acepta­
ción? ¿Por soberbia? ¿Por orgullo? ¿Por un sentimiento del deber al 
estar convencidos de que sirven a una idea superior? No lo sabemos, y 
quizá de todo haya, pero los documentos de la época nos dan prueba 
de que era así. Juan de Palafox escribió un “Discurso del estado de 
Alemania y comparación de España con las demás naciones”, en for­
ma de diálogo entre dos caballeros, don Diego y don Fernando, que 
simbolizan a dos españoles de mediados del siglo xvn. Estos dos per­
sonajes hablan así. Don Diego: “Al fin, todo lo ha de pagar España: 
siempre es la condenada en costas, y cuantas guerras se hacen son con­
tra ella”. A lo que replica su interlocutor don Femando: “Esto, don 
Diego, es un mal necesario de esta Monarquía cuya grandeza no cabe 
en el mundo. . . Claro está que, si se rodea el orbe con nuestro Im­
perio, han de encontrarse con nosotros los holandeses por las Filipinas, 
los araucos por Chile, por el Septentrión los alemanes, por Flandes los 
rebeldes, el francés por Italia, el turco por Africa”. Y termina di­
ciendo: “ ¡Pobre España, cuando no tenga enemigos que emulen su 
grandeza!” Este texto, recordado por Palacio Atard, nos prueba que el 
peso del Imperio se sentía en las entrañas de la economía pero se so­
portaba con dignidad. Esto es importante porque cuando llegue la de­
rrota, 1648-1659, el alma española sufrirá un tremendo mazazo. Los 
españoles de aquella hora comienzan a preguntarse el por qué de la 
denota. Y así entra en la historia de España una desazón que va ha­
ciéndose cada vez más fuerte y que ya no nos abandonará jamás. Aque­
lla tremenda pregunta está presente en los tonos sombríos, hoscos y 
duros del barroco español. Tal vez no sería aventurado planteamos la 
cuestión de considerar la forma cultural del barroco español como 
fruto de una derrota. Es la exacerbación de un espíritu que ha luchado 
durante siglo y medio, sacrificando su economía a este esfuerzo y que, 
de pronto, se ve derrotado. Por eso, para entender a esa España del 
siglo xvn y a esos españoles, cada vez más impopulares en Europa, 
contra los que se levantaban ya en esta hora carteles ridículos, como 
el que podía leerse en Venecia en 1635: “Venecia es la ciudad más 
limpia del mundo porque no tiene piojos, ni chinches, ni españoles”, 
es necesario entender la catástrofe de nuestra economía en el siglo xvii.
POLÍTICA Y ECONOMÍA EN EL SIGLO XVII ESPAÑOL 161
Esa ruina hizo perder el respeto que los europeos tuvieron a España 
en el siglo anterior, hasta atreverse a gritarles como remoquete “ga­
llinas”, tomando el nombre de los ostentosos gallineros del palacio 
del Buen Retiro que levantara Felipe IV.
INMADUREZ DE LA BURGUESÍA ESPAÑOLA
¿Cuál es el carácter general de la economía española? La frase de 
Carande anteriormente citada lo resume bien: “una planificación de 
economía nacional al servicio de la guerra”. La economía española en 
el siglo x v i i tiene un carácter de urgencia, de casa de socorro, donde 
hay que acudir a cada momento a necesidades cada día más complica­
das e imprevistas. No puede haber planes. No es que los españoles 
—dejemos esto aparte— no tengan sentido de la economía. Lo que 
ocurre es que aquella política gigantescá y colosal urgía de tal ma­
nera, que era necesario empeñar Tas rentas de los años futuros v utilizar 
los tesoros de Indias para financiar las guerras. Esta política ae urgen­
cia destrozó los cauces normales por donde debió discurrir una econo­
mía precapitalista y dejó a España a fines del siglo x v i i hambrienta, 
hasta el extremo de que los cortesanos de Carlos II habían de salir en 
ocasiones a pedir para que el rey cenara.
En el siglo x v i i , España es ya un país pobre con una política de 
gran potencia que es necesario mantener. En 1621, cuando el Con­
de-Duque de Olivares se hace cargo de los negocios como valido de 
Felipe IV, intentará, y ese es su error —lo ha demostrado Marañón— 
.mantener el tono de primerísima potencia en Europa con una econo­
mía que no resiste. ¿Cuál es el centro de esa crisis económica que apa­
rece en el siglo xvi y culmina en el x v i i? ¿Cuál es su raíz? Pues algo 
que ha señalado magistralmente Claudio Sánchez-Albomoz en su libro 
España, un enigma histórico. Me refiero al capítulo que lleva por título 
“Inmadurez de la burguesía española”, en el que coincide con la tesis 
de otros historiadores españoles, como Larraz, Carande, Viñas, etc.
La idea del profesor Sánchez-Albornoz es la siguiente: En la Baja 
Edad Media se crean unos núcleos industriales precarios, que originan 
el precapitalismo europeo. Los encontramos en tos Países Bajos, Ingla­
terra, norte de Italia y en España, con más o menos fuerza. Pero a 
partir de 1500 sucede algo inaudito en la economía europea. Esta eco­
nomía, asentada pobremente sobre el oro y la plata, escasos en Europa, 
se ve inundada por la catarata de los metales preciosos que viene de 
América. Estos tesoros americanos van a potenciar ese precapitalismo 
europeo, y sucede entonces una estupenda paradoja. España es el ca­
mino por donde atravesarán esos tesoros americanos que van a llenar 
la bolsa de genoveses, venecianos, franceses, alemanes, etc. Fue tal la 
inundación que se produjo, que motivó un alza de precios en España, 
cuya consecuencia fue la ruina de la naciente industria. Los pequeños 
talleres de Segovia, Toledo, Sevilla, Zaragoza, Zamora, etc., no pu­
dieron producir al ritmo que las necesidades exigían. España, por este 
hecho, con niveles altos de precios, fue el centro adonde acudió toda 
la industria europea ávida de. llenar el vacío económico hasta arrui- 
4iar por completo, por falta de competencia, la industria española.
IT V D IV R -a
162 JOSÉ CEPEDA ADÁN
España exporta metales preciosos para adquirir manufacturas, y a la 
vez exporta materias primas, con lo que su industria sufre un colapso 
y languidece al no poder asimilar en sus cauces pequeños aquel tesoro 
que viene de América. A este propósito, Reglá recuerda lo que escribió 
un viajero francés de fines del siglo xvn: “Cuando considero esta ex­
traña mezcla de gentes —en Cádiz, en día de mercado— no puedo 
menos de recordar un cuadro que vi en Holanda. Aparecía en él el 
Rey de España apoyado sobre una mesa llena de piezas de a ocho; a 
cada lado, el Rey de Inglaterra y los Estados Generales deslizaban sus 
manos por debajo de los brazos del monarca español para coger el bri­
llante metal. Detrás de su silla los genoveses le hacían muecas, y ante 
sus ojos, sin ningún recato, el Rey de Francia arrebataba el oro hacia 
sí. Esto es literalmente exacto: todas las naciones hacen presa en el 
Rey de España, y ya sea por engaño o por fuerza, el caso es que le 
arrancan la mayor parte de sus tesoros”. Aún hay más testimonios de 
cómo se percibía esta realidadpor los contemporáneos. Barrionuevo, 
en sus Avisos, nos dice el 24 de octubre de 1554 que “en Roma ha 
salido ahora un pasquín gracioso. Una vaca muy gruesa, con grande 
ubre, escrito en la frente: España. Muchos becerrillos que le maman 
alrededor con rótulos: Inglaterra, Flandes, Holanda, Francia, Alemania, 
Italia y otros enemigos nuestros”.
Por eso la burguesía española, el “hombre nuevo” de comienzos 
del siglo xvi, va a ver aquí truncada su evolución. Hubiera podido 
triunfar como el burgués de los Países Bajos o el inglés, pero aquí no 
madura. Sánchez-Albornoz dice: “No supieron, porque por primera 
vez se planteaban problemas económicos difíciles que sólo la expe­
riencia española enseñó a resolver después a las demas naciones”. Ob­
servemos la idea. Era tan insólita aquella economía que España no 
estaba preparada, como quizás no lo estuviera ningún país europeo, 
para administrar aquel torrente de oro. Con la experiencia española 
aprendió el capitalismo europeo a crear unas bases económicas que 
preparan el gran triunfo de la Europa de los siglos xvii y xvm. En los 
párrafos siguientes está muy bien resumido ese aborto de la burguesía 
española: ‘Los hombres de negocios castellanos —dice Sánchez-Albor­
noz— tropezaron en sus tratos y contratos con dificultades invenci­
bles. El desnivel de precios y salarios les impidió competir con los 
mercaderes y banqueros extranjeros. El erario llegó a confiscamos de 
ordinario las sumas que recibían de América en pago de sus envíos, 
para poder pagar con ellas a los acreedores extranjeros del tesoro. Con 
tales sumas les atajaron todos los caminos del medro mediante una 
competencia que no podían resolver. Unos quebraron; no pocos liqui­
daron sus asuntos y emplearon sus capitales en bienes raíces o en cen­
sos y juros. No les sucedieron en el trato nuevas generaciones de mer­
caderes y banqueros nacionales; porciue era cada vez mayor la cerra­
zón que ensombrecía el horizonte del mañana en la enrarecida atmós­
fera dentro de la que se ahogaban. Día a día aumentó la nube de lan­
gosta de los trabajadores extraños a quienes atraían los mejores sala­
rios, y de los negociantes foráneos que se sabían protegidos por los 
reyes. En vano forcejearon con éstos las Cortes para que pusieran fin 
a tal invasión y limitaran las aventuras exteriores que agotaban los 
recursos de Castilla y que entregaban sus riquezas a la banca extran­
POLÍTICA Y ECONOMÍA EN EL SIGLO XVII ESPAÑOL 163
jera. Poco a poco cundió el desaliento en los círculos consagrados a 
las actividades económicas. Se paralizaron su inquietud y su dinamismo. 
Se retrajeron de las empresas industriales y mercantiles los capitales y 
los hombres, para vegetar en su vida sin angustias de las rentas y de 
la burocracia. Se frustró el madurar de la burguesía castellana. Se an: 
quilosó el espíritu burgués que asomaba promisorio al comenzar el 
señorío de los Austrias. Triunfó la vieja tradición caballeresca y el pun­
to de la honra”.
En resumen, que España, a mediados del siglo xvi, va contem-
t>lando cómo se arruinan aquellos pequeños talleres cantados por la iteratura de comienzos del mismo siglo. Languidece y se convierte en 
el x v i i en un país que tiene que adquirir casi todo. De este modo en­
trará en la Edad Moderna y Contemporánea sin burguesía, sin esa cla­
se cuya concepción y estilo vital tienen como esencia el dinamismo y la 
moral del negocio.
UNA ECONOMÍA A LA DERIVA
Vamos a analizar, a grandes rasgos, cómo se relaciona la deca­
dencia política y la crisis económica. Durante el siglo xvi, hasta la 
fecha de 1570, puede afirmarse con los historiadores de la economía
3ue hay un proceso de riqueza. El oro americano produce una subida el nivel de vida, lo que supone que España paga los artículos más 
caros que el resto de Europa y produce unos beneficios capitalistas
3ue tienen como resultado ese tono de belleza de la segunda mitad el siglo xvi y que se refleja en el aspecto de las ciudades españolas.
El siglo xvn aparece así, en sus comienzos, como el fin de una 
época de prosperidad que incluso se refuerza con la política pacifista 
de Felipe III. Una prueba de esa prosperidad de fines del siglo xvi la 
tenemos en los datos que suministra Payson Usher en su estudio sobre 
la marina española. “En 1585 —dice—, unidas las marinas mercantes 
de España y Portugal, igualaban a la holandesa y eran tres veces mayor 
que la marina inglesa”. Pensemos lo que significan estas cifras, ya que 
la marina mercante es el mejor índice económico al ser la base del co­
mercio. Pero, la curva de descenso se iniciará pronto en esta misma 
centuria y, tal vez, si nos detuviéramos un poco a considerar la po­
lítica de la última parte del reinado de Felipe II, con sus crisis pe­
riódicas de bancarrota de la hacienda real, podríamos llevar el comien­
zo de la caída bastante antes.
Tenemos una prueba de malestar que se inicia en el siglo xvn en 
la aparición de los teóricos en la economía española. Durante mucho 
tiempo se ha dicho que España no tuvo preocupación en este sentido, 
y resultado de ello era la ausencia de nombres españoles en este cam­
po del pensamiento. Sin embargo, esto no es del todo exacto. En el 
siglo xvn, según los especialistas, contamos con algunos nombres que 
se plantearon los más difíciles temas económicos en busca de solu­
ciones. Es distinto que se les hiciera caso o no, pero lo más importante 
es señalar que muy pocos pueblos han tenido más conciencia de su 
propia ruina económica que España en el siglo x v i l Y también un 
hecho curiosísimo. Mientras los problemas económicos en el siglo xvi
164 JOSÉ CEPEDA ADÁN
se tratan a la luz de la teología, en el xvn, nuestros escritores los ana­
lizan en general bajo el prisma puro de los datos técnicos. Dominan el 
utilitarismo y el pragmatismo que triunfan en Europa.
Vamos a ver por qué causas podemos hablar evidentemente de 
una decadencia económica en el siglo xvn, quizás exagerada un poco 
por los historiadores del xvm y del xix, pero evidente. Se comprueba 
por los autores mismos del siglo en el siguiente dato: las cinco sextas 
partes de los cargamentos de las flotas de Indias estaban en manos de 
extranjeros. Esta noticia, entre otras muchas, ha sido elegida para 
marcar la diferencia con la que indicábamos más arriba referente a 
1585 en que la flota mercante española era superior tres veces a la in­
glesa. Y no sólo esto, sino que esos barcos españoles llevaban su carga en 
su mayoría de consignatarios nacionales. En España dejan casi de cons­
truirse buques en este siglo, con lo que nuestro pabellón va desapare­
ciendo de los mares. El mismo Payson Usher nos dice que desde fines 
del xvi a fines del xvn, el número de barcos desciende en su prome­
dio anual. A fines del siglo xvi, los barcos que hacían el viaje a Amé­
rica suman un promedio de sesenta a setenta por año. En el xvn no 
pasan nunca de los diecisiete anuales. El comercio y el tonelaje se re­
ducen en un setenta y cinco por ciento. Esto quiere decir que el co­
mercio americano atraviesa una profunda crisis.
La despoblación de los campos es otro de los fenómenos más im­
presionantes de la España del Seiscientos. La agricultura española en el 
siglo anterior había sido próspera. Se roturaron dehesas, se buscaron 
nuevos campos de cultivo porque las Indias y Europa necesitaban los 
productos agrícolas españoles. Pero en el siglo xvn se produce la ruina 
de esta agricultura con caracteres inconmensurables y con una conse­
cuencia de profunda gravedad social. El labrador pobre, que no puede 
soportar los impuestos y las hipotecas, huye del campo a la ciudad 
para formar en ellas esa multitud ruidosa y harapienta de truhanes, 
aguadores, vendedores de toda especie, que llenan los lugares más co­
nocidos de las ciudades españolas: el Arenal de Sevilla, la Plaza del 
Potro de Córdoba, los mentideros de Madrid. Constituyen el fondo 
del tapiz sobre el que se dibujá la novela picaresca que, aunque exa­
geración y caricatura, es el retrato de una realidadviva.
Si los historiadores nos dicen que en el siglo xvn hay un descenso 
de la demografía, tal vez no sea en números totales, ya que se man­
tendría España en esta centuria con unos ocho millones de habitantes 
como en el siglo anterior. Lo que sucede es que disminuye la pobla­
ción activa, fundamentalmente el campesinado, por este abandono de 
sus, lugares a que nos hemos referido. El resultado de la ruina del pe- 
queñp agricultor es la creación de la gran propiedad agrícola, los la­
tifundios, que constituyen la fisonomía del agro español a partir de este 
siglo. Este pequeño labrador que no puede resistir la presión econó­
mica vende sus tierras a los más poderosos, cuando no las pierde por 
deudas, viniendo así a constituirse extensas propiedades con un doble 
efecto social: el abandono del cultivo y el absentismo. El gran pro­
pietario marcha también a las ciudades para vivir en ellas de las ren­
tas de sus tierras. Pongamos sobre esto qdemás los monopolios gana­
deros de la Mesta, que impiden la xoturación-de campos y que sus 
ganados convierten gran parte det-suelo español en cañadas de paso.
POLÍTICA Y ECONOMÍA EN EL SIGLO XVII ESPAÑOL 1G5
POLÍTICA MONETARIA
Por otra parte, para acentuar aún más los rasgos de esta situación, 
tenemos la desacertada política monetaria del siglo xvn. El Estado, 
ante las dificultades que se agravan por días, acude al expediente pe­
ligroso de la alteración del valor de la moneda, con lo que se producen 
súbitas alzas y bajas, inflación y deflación continuas, en un clima de 
inquietud e inseguridad que llevará a la triste situación de los años 
finales del siglo. Según Hamilton y Larraz, una de las principales cau­
sas de la crisis que venimos sufriendo es la política fiscal no inspirada 
en un estudio económico reposado y serio, que quizás no fuera po­
sible hacerlo por las necesidades urgentes que salían al paso. Pen­
semos que a lo largo del siglo se provocaron tres grandes crisis mone­
tarias: en los años 1628, 1642 y 1680. Una pragmática de 1628 hizo 
caer los precios en un nueve por ciento. La de 1642, en un ochenta y 
siete por ciento, y en 1680, en un cuarenta y cinco. Por tener una ligera 
idea de lo que estos cambios bruscos suponen en la economía, nos 
sirve la comparación con un ejemplo moderno. Cuando en 1929 se 
produjo en Norteamérica una crisis que hizo caer los precios en un 
treinta por ciento, las consecuencias se hicieron notar gravemente 
tanto en el propio país como en el mundo entero. Ahora bien; ob­
servemos que en el siglo x v i i en muchas ocasiones estas diferencias 
bruscas fueron de un ochenta y siete por ciento. Los resultados son 
fáciles de deducir.
ESTRUCTURA SOCIAL Y ESTILO DE VIDA
Nos interesa mucho para alcanzar el fondo de las cuestiones que 
tratamos, acercamos a aquella sociedad tan fuertemente sacudida. El 
esquema con valor económico de la España del siglo x v i i es el siguien­
te: Existe una nobleza —entendido el término en su más amplio sen­
tido— poseedora de la tierra y exenta de cargas fiscales por el carácter 
medieval de servicio. Así, pues, el máximo poseedor de tierras es el 
que no tributa directamente por ellas, aunque luégo tendrá algunas 
cargas derivadas de los servicios especiales que en determinadas cir­
cunstancias reclama de ella la Monarquía. Junto a esta clase tenemos 
a la Iglesia, exenta también, a pesar del valor de sus tierras. Luégo, en 
la línea también de la nobleza, se nos aparece una numerosa clase 
a la que genéricamente conocemos con el nombre de hidalgos, que 
posee privilegios heredados pero generalmente no tiene recursos eco­
nómicos. Recordemos la estampa del hidalgo del Lazarillo de Tormes, 
que vive de las limosnas de su criado pero sale todas las mañanas con 
un fino palillo en la boca para presumir ante los toledanos de un po­
der y una riqueza de la que carece. El hidalgo es también un exento 
de las cargas riscales. Por eso el peso máximo de aquella España cae 
sobre los nombres de los pecheros, sobre la masa rural de campesinos, 
suelo económico cada vez más empobrecido, cuya ruina ya hemos re­
latado más arriba.
Pero hay más. En esta estructura social tenemos que ver hasta 
qué punto el ideal humano de la época influye en lo económico para
166 JOSÉ CEPEDA ADÁN
comprender así mejor esa idea que señalábamos al principio de la 
relación íntima entre los hechos históricos, económicos e ideológicos. 
Él ideal de vida de la Europa del siglo xvn es el aristocrático, que len­
tamente en los siglos posteriores irá siendo sustituido por el estilo bur­
gués, cuyo triunfo tardará en llegar. España no podía ser una excepción, 
y no sólo no lo fue sino que este ideal adquiere en nuestra patria unos 
caracteres exagerados. En aquella España de los Austrias Menores, el 
campesino, el cosechero, el pequeño industrial que consigue reunir 
una pequeña fortuna, lo que hace es, como dice un teórico de la época, 
Fernández Navarrete, “acaballerarse”, hacerse caballero.
Toda persona que se enriquece trata inmediatamente de intro­
ducirse en el estamento aristocrático. Una prueba de esto es la fiebre 
por la creación de mayorazgos, para lo cual se precisa únicamente 
alcanzar una renta de 500 doblones. Cuando un campesino llega a 
alcanzar esta cantidad instituye un mayorazgo, lo que supone que ni 
él ni sus sucesores podrán trabajar por ser contrario a la nobleza. Es 
decir, las condiciones, el cuadro ideológico y mental de la época, tam­
poco, diríamos, favorecen el desarrollo y el estímulo de aquella enferma 
economía.
Podríamos hacer un estudio de la serie de teorías y fórmulas que 
se dan en el Seiscientos en el campo de la economía española. Absur­
das unas, pintorescas otras, en ciertos casos rayanas en lo mágico. Otras, 
en cambio, verdaderamente serias y acertadas. Bastará el recuerdo de 
algunos nombres y obras. Caxa de Leruela: “Restauración de la abun­
dancia en España”; González de Cellorigo: “Despertador que trata 
de la riqueza y fertilidad de España”. Con este encabezamiento de des­
pertador encontramos muchas otras obras, y llega a ser muy típico del 
siglo. Pérez de Herrera, Borbón Castañuela, Valverde de Arrieta, 
Gregorio López Madera, “Discurso de la justificación de los censos”. 
Gómez de Mercado, “Suma de tratados y contratos”, etc. Toda una 
literatura económica que ha sido estudiada y que merece volver sobre 
ella.
LOS RECURSOS DE LA HACIENDA
Vamos a considerar ahora en una visión muy sumaria los ingresos 
y gastos del Estado. Estos últimos pueden dividirse en ordinarios y 
extraordinarios. Entre los primeros tenemos el servicio de la Casa del 
Rey y los gastos militares: equipamiento, pagas del soldado, prepa­
ración y mantenimiento de las fortalezas y de las armadas. Después, 
el capítulo de la burocracia: funcionarios, embajadores, correos, etc. 
Pero más que estos gastos generales, con ser enormemente onerosos, 
fueron los extraordinarios los que acabaron dislocando aquella econo­
mía. Una campaña militar imprevista para la que hay que levantar 
ejércitos; la guerra endémica por mar y tierra, que rompía todos los 
cálculos previos. Pensamos, de pasada, en lo que supondría para el 
tesoro español la pérdida de una flota de Indias destruida por los 
enemigos.
POLÍTICA Y ECONOMÍA EN EL SIGLO XVII ESPAÑOL 167
Los ingresos del Estado vienen expresados por la división hecha 
por Carande. Primero, las rentas ordinarias: derechos reales e impues­
tos indirectos, del máximo volumen. Segundo, las rentas de gracia, 
ingresos de la Monarquía española por concesión especial de los Pon­
tífices: la Cruzada, el Subsidio y el Excusado. Contamos luégo los lla­
mados, en general, Servicios votados por las Cortes, de gran importan­
cia. Por último está el capítulo que podríamos llamar rentas diversas, 
entre las que contamos los tesoros de Indias y los monopolios. Su nú­
mero y su variedad son grandes con el sello de falta de unidad común 
a todos los países de Europa en este siglo. Señalemos siquiera algunas 
de estas rentas diversas. La alcabala, de origen medievalsobre las 
transacciones comerciales, que a partir de mediados del siglo xvi se 
determina por el “encabezamiento”, mediante el cual se fija en cada 
pueblo la renta a pagar según el número de cabezas de vecinos. Las 
aduanas, por el que se grava el precio de las mercancías al pasar por 
determinados puntos. Es de señalar en este impuesto la importancia 
que tienen los puertos secos o aduanas interiores contra las que cla­
maron insistentemente los españoles de la época por el encarecimiento 
que suponían en los artículos, dada la complicada red de estos puertos 
secos a lo largo de los caminos. Respondían más a una finalidad fiscal 
—aumento del valor de la mercancía— que realmente a la protección 
de la economía española. Así vino a suceder que en el siglo xvn —dicen 
algunos autores— resultaba más barato traer el trigo por mar a Bilbao 
desde Orleans, que llevarle desde Palencia a Bilbao. Esto tendrá, ade­
más, una consecuencia de gran alcance en el futuro de España: el 
desplazamiento de las fuerzas económicas del centro a la periferia por 
gozar esta zona de mayores exenciones.
Recordemos, a simple título de enumeración, algunos otros. Los 
diezmos del mar, la moneda forera, la “renta de la abuela”, en Gra­
nada; la renta de los millones; las siete rentillas, y otras muchas.
No es posible fijar la cuantía de estos medios de la Hacienda. Re- 
glá, en su último trabajo, Historia social y económica de España, 
tomo III, nos dice: “No disponemos de cifras exactas sobre los ingre­
sos y dispendios de la monarquía durante el siglo xvn. En 1610, las 
rentas totales de la Corona ascendían a 15.648.000 ducados, sobre los 
cuales existían hipotecas por valor de 8.508.500. A éstos hay que agre­
gar cuatro millones de ducados que adeudaban a los banqueros ge- 
noveses, y otros tres millones en que se cifraban las deudas de los 
tiempos de Carlos V y Felipe II. Las Cortes de Castilla de 1646 ma­
nifestaron a Felipe IV que todos los servicios que se han hecho des­
de el año de 1621 hasta el presente por el reino, montan 188.500.000 
ducados junto con los demas arbitrios de que se ha usado, monta lo 
que se ha fructificado y pagado a V. M. 508.189.000 ducados. “Esta 
suma representaba sólo las aportaciones de la Corona de Castilla”.
Pero entre todos estos medios que formaban la base de la riqueza 
española nos interesa destacar el correspondiente a la aportación de 
los tesoros de Indias. Según los datos de Hamilton, correspondientes a 
este capítulo, desde 1616 se inicia una curva descendente, que no se 
recupera a lo largo del siglo, viniendo a quebrantar hondamente aque­
lla economía ya muy enferma. Reglá dice a este propósito: “Opinamos,
168 JOSÉ CEPEDA ADÁN
con Braudel, que la grave reducción de las importaciones dé metales
C redosos indianos tuvo decisiva influencia en el estallido de las crisis ispánicas de mediados del siglo xvn”. Para Hamilton, los metales
E redosos importados de Indias con destino al Estado o a los particu- ires, alcanzan su cifra más alta en los años 1591 a 1595, con una suma 
de treinta y cinco millones de pesos anuales. En las fechas de 1656 
a 1660 se había reducido a una tercera parte. “Pese a que los tesoros 
indianos —sigue diciendo Reglá— constituyeron, en frase de Palacio 
Atard, ‘el último y menos sólido motivo de recurso’, su grave dismi* 
nución, paralela al agotamiento de los restantes valores materiales, con­
tribuyó a empobrecer el país y privó a la Corona de la ubre pródiga 
que había amamantado tantas empresas en los campos de batalla eu­
ropeos. Ello sucedió, precisamente, en la coyuntura en que el volun­
tarismo mercantilista, al servicio del absolutismo monárquico, colocaba 
en destacado primer plano los fenómenos de la Hacienda Pública”.
He aquí, en rápidos trazos, una visión de lo que fue aquella cen­
turia amarga de España, que nos parece hoy más larga y penosa que 
ninguna otra porque supone en el cuadro de nuestra Historia la pér­
dida de una situación de hegemonía, pero que por ello mismo nece­
sitamos estudiar a fondo para alcanzar, si es posible, toda su signifi­
cación. Y en este estudio es preciso dejar de lado las ideas preconce­
bidas, las nostalgias, los futuribles y las condenaciones de personas y 
cosas para acercamos a la realidad viva de unos hombres y de unos pro­
blemas. De esta forma tal vez podremos llegar un día a comprender, 
sin prejuicios, las causas de la decadencia española que, si bien es ver­
dad ha sido tema de polémica apasionada desde sus mismos orígenes, 
ha pecado siempre de los excesos de esa misma pasión, lo- que ha 
motivado un enfoque unilateral y forzado, según los puntos de vista 
de la época o del autor que es necesario superar.
Universidad de Madrid.
J o sé C eped a A dán
	POLITICA Y ECONOMIA EN EL SIGLO XVII ESPAÑOL

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