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El conductismo Reflexiones críticas Ribes

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EXIONES
CRITICAS
Emilio Ribes Iñesta
editorialfontanella
El conduc tism o: 
reflex iones c ríticas
B rev iario s de 
C onducta h u m an a , n.”
colección d irig ida por
RAMON BAYES 
JUAN MASANA 
JO SE TORO
Emilio Ribes Iñesta
EL CONDUCTISMO: 
REFLEXIONES 
CRITICAS
Prólogo
de
R a m ó n B a y é s
B arcelona, 1982
© Emilio Ribes Iñesta, 1982
© de la presente edición 
EDITORIAL FONTANELLA, S.A. 
Escorial, 50. Barcelona-24. 1982
Primera edición: marzo 1982
Prinled iti Spain - Impreso en España 
por Gráficas Diamante,
Zamora, 83. Barcelona-18.
Depósito legal: B. 11049-1982 
ISBN: 84-244-0507-2
A Sylvia, catorce años después
PROLOGO
Personalmente, considero que excepto en raras, m uy 
raras, ocasiones, los prólogos poseen únicam ente una fun ­
ción de relleno parecida a la de los docum entales y cor­
tos que preceden a la película por la que el espectador se 
interesa y por la que ha pagado su, cada día más, cos­
tosa entrada. Suelo asociarlos — no sin cierta nostalgia— 
a aquellos plúm beos noticiarios NO-DO que los españo­
les de la pre-democracia nos veíamos obligados a soportar 
antes de que H um phrey Bogart pudiera entrar en acción. 
Y sin embargo, a pesar de lo hondo de esta convicción, 
esta vez no he conseguido librarme de la obligación de 
redactar las presentes líneas.
Dos son las razones que me han decidido. Ante todo, 
la insistencia del autor, con quien me une una excelente 
amistad, pero también el hecho de que el libro se publi­
que en España — este prólogo tendría poco sentido si la 
obra se editase en América Latina, donde la trayectoria de 
Emilio Ribes es sobradamente conocida—. En efecto, en 
nuestro país, debido sobre todo a la amplia difusión con­
seguida por uno de sus libros (Ribes, 1972) y a algunas 
conferencias pronunciadas en Barcelona, Madrid y otras 
poblaciones españolas, se suele encuadrar a Ribes dentro 
de los estrechos lím ites de la aplicación de las técnicas
7
de modificación de conducta a la educación de niños con 
retardo en el desarrollo, cuando, desde hace ya varios años, 
sin desdeñar esta área de trabajo, la mantiene práctica­
mente en la reserva, dedicando el grueso de su esfuerzo 
a una extraordinaria labor teórica y epistemológica, una 
pequeña muestra de la cual lo constituye el contenido del 
presente volumen.
De los hombres y mujeres que he conocido a lo largo 
de mi vida, pocos, muy pocos, han conseguido impresio­
narme. He de confesar que Emilio Ribes es uno de ellos. 
De haber vivido en el siglo XV, hubiera sido, probable­
mente, un perfecto hombre del Renacimiento: líder y cien­
tífico al mismo tiempo; profundamente interesado por los 
problemas filosóficos, epistemológicos y políticos, y, a la 
vez, por la literatura, el teatro, la pintura y la música.
No deja de ser paradójico que el mexicano Emilio Ri­
bes, uno de los autores que más están influyendo en el 
desarrollo de la Psicología latinoamericana, haya nacido 
en Barcelona —ciudad de la que continúa enamorado— y 
hable correctamente el catalán. En realidad, marchó con 
sus padres a México a la edad de 3 años y allí se educó, 
se casó, tuvo hijos y organizó su vida; en 1982 cumplirá 
38 años. Ha sido el primer autor latinoamericano en es­
cribir un libro original sobre modificación de conducta y 
también el primero en establecer estudios sistemáticos 
para postgraduados en este campo.
De 1964 a 1971 es profesor del Departamento de Psi­
cología de la Universidad de Veracruz, en Xalapa. En 1971 
y 1972, la mayoría de profesores de Psicología de esta Uni­
versidad se trasladan a la Universidad Nacional Autóno­
ma de México, en ciudad de México, y con ellos marcha 
Emilio Ribes, consolidando los programas de análisis de 
la conducta existentes en los cursos de licenciatura y crean­
do un programa de post-grado que ha tenido gran influen­
cia en la formación de investigadores y analistas conduc-
8
tuales, no sólo de México sino de todo el continente (cfr. 
Colotla y Ribes, 1981).
En 1975, la Universidad Nacional Autónoma de México, 
para descongestionar y racionalizar sus instalaciones, crea 
el nuevo campus de Iztacala en Tlalnepantla, cerca de ciu­
dad de México, nombrando coordinador de la Escuela de 
Psicología a Emilio Ribes, al que ofrece la oportunidad de 
implantar un nuevo diseño curricular. Este, al frente de 
un valioso equipo —Backhoff, Robles, López-Valadés, Ga- 
lindo, Seligson, Varela, etc.—, se dedica con entusiasmo 
a la elaboración de un ambicioso y revolucionario plan 
de estudios íntegramente estructurado desde una perspec­
tiva conductual. En el mismo se subrayan dos aspectos 
esenciales: «primero, la formulación de las actividades pro­
fesionales específicas que debe desempeñar un psicólogo 
en la sociedad, considerando los problemas prácticos que 
debe resolver; y segundo, los programas de entrenamiento 
particulares, los cuales deben desarrollar habilidades y 
conductas que sean representativas de las actividades ter­
minales» (Ribes, 1980). El modelo de Psicología Iztacala, 
actualmente en marcha, ha puesto de relieve tres facetas 
diferentes, aunque íntimamente vinculadas: «a) el desarro­
llo de un sistema educativo congruente con una práctica 
científica derivada de la psicología; b) la configuración de 
un modelo científico capaz de sistematizar e integrar los 
más variados fenómenos psicológicos desde una perspecti­
va conductual, superando las limitaciones inherentes al 
paradigma de condicionamiento; y c) la definición de un 
nuevo papel profesional del psicólogo, ubicando su inser­
ción social con base en un contexto ideológico preciso y 
comprometido» (Ribes, Fernández, Rueda, Talento y Ló­
pez, 1980, pág. 5). Algunas de estas facetas se abordan en 
El conductismo: reflexiones críticas en el punto de ela­
boración en que se encontraban al finalizar el año 1981.
En la actualidad, el psicólogo Emilio Ribes es coordi­
nador general de investigación de todo el campus de Iz-
9
tacala, campus piloto especializado en Ciencias de la Sa­
lud que incluye las carreras de Biología, Medicina, Psico­
logía, Odontología y Enfermería.
A pesar de que, como investigador, ha llevado a cabo 
interesantes estudios empíricos, no es sobre su trabajo en 
el laboratorio que desearíamos atraer, en este momento, 
la atención del lector. Como señalan Riera y Roca (1981), 
en las palabras con que nos introducen a una interesante 
entrevista que efectuaron a Ribes durante el verano de 
1980, el interés primordial por conocer su punto de vista 
radica en que nuestro autor lleva a cabo una crítica pro­
funda del conductismo sin salirse del marco objetivo de 
una ciencia natural. Este aspecto, de acuerdo con las pa­
labras con las que el propio Ribes inicia su andadura en 
el presente libro, constituye el principal objetivo de la 
obra que el lector tiene entre las manos.
Una ciencia supone, esencialmente, dos cosas: la defi­
nición de su objeto de estudio y una metodología de aná­
lisis centrada en la observación y el experimento, es decir, 
en la observación controlada. Ribes, desde el primer capí­
tulo, trata ya de «coger el toro por los cuernos» y delimi­
tar el campo de la Psicología. Para él su objeto de estu­
dio es, evidentemente, la conducta, pero, a diferencia de 
otros conductistas —entre los cuates hace pocos años me 
contaba—, no define la conducta como lo que el organis­
mo hace; para él —en línea con Kantor— la conducta es 
la interacción del organismo con alguna otra cosa: con­
ducta es interacción. En su opinión, de la misma manera 
que a los biólogos les interesan los cambios que tienen 
lugar en el organismo, a los psicólogos lo que debería in­
teresarles son los cambios que tienen lugar en las inter­
acciones de los organismos con el medio.
Junto a estos dos distintivos básicos de la ciencia, Ri­
bes señala la urgente necesidad de disponer, en el mo­
mento presente, de un marco teórico que permita situar 
conceptualmente los datos empíricos que se vayan obte-
10
niendo. Es preciso observar los fenóm enos deforma es­
tricta y fiable, sin duda alguna, pero debe existir una teo­
ría que nos indique qué es lo que debemos observar y 
cómo debemos relacionar lo observado con los datos que 
ya poseemos.
Frente a los que, junto a Macquenzie {1911), se esfuer­
zan por redactar, con buena letra, la nota necrológica del 
conductismo, se alinean otros, como Ribes, como Schoen- 
feld (1912), que tratan de encontrar una salida a la crisis 
sin abandonar las coordenadas metodológicas conductis- 
tas. El ambicioso proyecto de Ribes, algunas de cuyas ca­
racterísticas principales quedan patentes en el Capítulo 
tercero, consiste en la elaboración de una teoría capaz de 
integrar todos los datos conductuales —diferenciando, cua­
litativamente, los com portam ientos animal y humano— y 
que debe surgir tras efectuar una crítica a fondo del insa­
tisfactorio paradigma actual de condicionamiento; como 
nos señala en el últim o párrafo del Capítulo cuarto:
si el análisis de la conducta se propone constituirse 
en una teoría general de la conducta que represente 
el cuerpo orgánico de una ciencia psicológica, se de­
ben cap tar las cualidades distintivas de las interac­
ciones conductuales, sin tem or de cuestionar la ex­
trem a simplicidad y linealidad de nuestros enfoques 
teóricos actuales. Nuestro m ejor reconocimiento a 
los esfuerzos teóricos realizados en el pasado, debe 
ser exam inar aquellos aspectos que han sido seña­
lados correctam ente, en vez de restringir la signifi­
cación de la problem ática de la conducta hum ana a 
los confines de sus limitaciones conceptuales.
No quisiéramos fatigar al lector ni encarecer el pre­
cio del libro con nuevas páginas. Estamos plenamente con­
vencidos de que si nuestros estudiosos, preocupados por 
encontrar una solución a la crisis que, sin duda alguna,
11
nuestra disciplina tiene planteada, dirigen su atención ha­
cia los trabajos que constituyen la presente obra, de 
ello sólo podrán obtenerse beneficios. No hay duda de 
que el pensamiento de Ribes, aunque profundamente im­
pregnado de las enseñanzas de Bijou, Schoenfeld y Kan- 
tor —venerable nonagenario cuya fotografía preside, sim­
bólicamente, su despacho de Izlacala— posee, junto a su 
promesa de futuro, una innegable y turbadora origina­
lidad.
Ramón Bayés
Barcelona, enero de 1982
REFERENCIAS
Colotla, V. A. y Ribes, E.: Behavior analysis in Latín Ame­
rica: a historical overview. Spanish-Language Psycho- 
logy, 1981, 1, 121-136.
MacKenzie, B. D.: Behaviourism and the limits of scien- 
tific method. Atlantic Highlands, Nueva Jersey: Huma- 
nities Press, 1977.
R ibes, E.: Técnicas de modificación de conducta. Su apli­
cación al retardo en el desarrollo. México: Trillas, 1972.
Ribes, E.: El diseño curricular en la enseñanza superior 
desde una perspectiva conductual: historia de un caso. 
En E. Ribes, C. Fernández, M. Rueda, M. Talento y F. 
López, Enseñanza, ejercicio e investigación de la psico­
logía. Un modelo integral. México: Trillas, 1980, pág.
R ibes, E., Fernández, C., Rueda, M„ Talento, M. y López, 
F.: Enseñanza, ejercicio e investigación de la psicología. 
Un modelo integral. México: Trillas, 1980.
Rtera, J. y Roca, J.: Entrevista con E. Ribes Iñesta. Estu­
dios de Psicología, 1981, n.” 4, 3-23.
Schoenfeld, W. N.: Problems in modera behavior theory. 
Conditional Reflex, 1972, 7 (n.° 1), 33-65.
12
A MANERA DE INTRODUCCION 
Y ADVERTENCIA
Este libro contiene, como su título general lo indica, 
un conjunto de reflexiones críticas sobre el conductismo. 
Pero, vale aclarar, son las críticas al conductismo hechas 
por un conductista. El conductismo, a diferencia de las 
teorías psicológicas formuladas como un todo acabado, 
constituye una filosofía de la ciencia psicológica, y como 
toda filosofía de la ciencia genuina, no es más que la re­
flexión sobre el propio desarrollo teórico y empírico de 
la disciplina. Como filosofía de la ciencia, el conductismo 
irrumpió en la escena psicológica dotando a esta discipli­
na de un objeto propio de conocimiento. La conducta, cua­
lesquiera sea la conceptualización que se le haya venido 
dando a lo largo de este siglo, constituyó el objeto de es­
tudio que le daba especificidad como disciplina científica 
a la psicología. Y es por ello, que la psicología científica 
quedó marcada por el conductismo. Aun aquellos que se 
declaran anticonductistas tienen que aceptar que sus ar­
gumentos giran en torno a la demostración de que la psi­
cología estudia «algo más» que la conducta, y que este 
«algo más» forzosamente debe tomar en consideración, 
como indicador empírico inevitable, a la conducta. Cons­
tituyen la gran legión de los conductistas metodológicos,
13
unos de ellos conscientes de su condición, otros todavía 
vergonzantes de ella.
Pero no es el conductismo metodológico sobre el cual 
he intentado reflexionar críticamente, pues de algún modo, 
mi elección del análisis experimental de la conducta como 
metodología de la investigación científica, me había per­
mitido superar dicha aproximación general. Es precisa­
mente la teoría de la conducta cimentada en el análisis 
experimental y aplicado de la conducta, que ha constitui­
do mi práctica científica y profesional en los últimos quin­
ce años, sobre la que me he propuesto reflexionar. Esta 
reflexión crítica es, sin embargo, una reflexión desde el 
interior de la disciplina. No es una andanada fácil y even­
tual desde el exterior, sino más bien el retorno a pro­
fundizar sobre los fundamentos de nuestra ciencia.
Para hacer filosofía de la ciencia se debe haber hecho 
y estar haciendo ciencia. La filosofía de la ciencia no es 
más que explicitar los supuestos que orientan y fundamen­
tan nuestras acciones teóricas y de investigación cotidia­
nas, vbgr., qué es lo que consideramos como conducta, 
qué medidas de la conducta son las pertinentes, cómo abor­
dar la determinación de la conducta, qué paradigmas se­
leccionar en la descripción de nuestro objeto de estudio, 
etcétera. Y como la filosofía de la ciencia se hace con­
juntamente con el hacer ciencia, hágase o no deliberada­
mente, la filosofía de la ciencia se enriquece con el de­
sarrollo y evolución de la disciplina correspondiente. No 
volvemos a la filosofía como un reducto de la pureza y 
justeza conceptual que sopese si nuestra actividad cientí­
fica ha sido adecuada o no. Volvemos a los fundamentos 
y supuestos de nuestra ciencia, o para subrayarlo, de nues­
tra concepción sobre lo que es la psicología y cómo hacer 
de ella una disciplina científica, para explicitar y ampliar 
esa filosofía que se construye paralelamente con el queha­
cer científico. No se trata pues de un juicio filosófico del 
análisis experimental de la conducta. Se trata de aprove-
14
char el largo recorrido que ha hecho la psicología conduc- 
tista para reexaminar nuestras concepciones, ampliarlas, 
corregirlas, y de esta manera, explicitar la filosofía de la 
ciencia, el conductismo, que evoluciona junto con la dis­
ciplina empírica correspondiente.
No obstante, en este volumen no se pretende efectuar 
un análisis sistemático de esta problemática. Por tratar­
se de un conjunto de ensayos separados, diversos temas 
vinculados a ella aparecen examinados en diferentes con­
textos. Sin embargo, a todos los articula un denominador 
común: la preocupación por determinar con precisión el 
objeto de estudio de la psicología, las características pa­
radigmáticas de esta ciencia, y su inserción en el quehacer 
social de las disciplinas científicas. Estos ensayos han ido 
apareciendo colateralmente a un esfuerzo sistemático en el 
proceso por formular una teoría de la conducta, en el sen­
tido de construir una taxonomía paradigmática, a partir 
del concepto de conducta como interacción construida, que 
permita abordar, sin reduccionismos, la complejidad y ri­
queza de la conducta humana, conservando el rigor y la 
solidez que le procura el firme fundamento del análisis 
experimental de la conducta animal. Aun cuando existen 
antecedentes inmediatos de este propósito(Ribes, Fernán­
dez, Rueda, López y Talento, 1980), consideramos que los 
escritos en este volumen, así como el que está en proceso 
(cuyo título tentativo será Teoría de la Conducta: un aná- 
tisis de campo y paramétrico), superan muchas de las po­
siciones previamente expuestas.
Un leit-motiv adicional ha sido el escarbar en los fun­
damentos e implicaciones ideológicas del conductismo. La 
tradición judeo-cristiana del pensamiento occidental ha 
sido, incluso mucho antes del pronunciamiento watsonia- 
no, profundamente anticonductista. No es de extrañar, 
pues, que el conductismo, especialmente en su versión no 
metodológica, haya suscitado fuertes embates de rechazo, 
muchos de ellos propiciados por la ignorancia, otros, en
15
cambio, por un entendimiento cuestionable. Los conduc- 
tistas hemos dejado el problema de la ideología a nues­
tros enemigos. Hemos cedido el terreno gratuitamente. 
Considero, sin embargo, que es el momento de percatar­
se que la ciencia no es inmune a la ideología, sino que en 
la medida en que se articula con ella de manera comple­
ja, es necesario desarropar la vestimenta ideológica y des­
tejer la urdimbre de relaciones que se dan, en múltiples 
direcciones, entre el conocimiento científico y el cono­
cimiento ideológico. No sólo es esto importante debido 
a la necesidad de examinar los orígenes y evolución histó­
rica de la disciplina, sino también para cotejar en forma 
argumentada las implicaciones reales que tiene una cien­
cia de la conducta frente a otros abordajes de lo «psico­
lógico», los que critican al conductismo desde el nicho de 
la pureza ideológica y el subjetivismo militante. Cuál no 
será la sorpresa de muchos de que los conductistas no 
sólo no rehuyamos la argumentación ideológica, sino que 
al contrario, podamos establecer dicha discusión sobre ba­
ses más firmes, el de la ideología como la práctica indivi­
dual concreta de los hombres en circunstancias históricas 
particulares. Se hace, por lo tanto, un primer esfuerzo en 
esta dirección.
El volumen está dividido en tres secciones temáticas 
generales. Una primera, que aborda algunos problemas 
epistémicos e ideológicos de la disciplina. La segunda, que 
trata del examen crítico de la teoría de la conducta con­
temporánea. Una última, dedicada al análisis de las rela­
ciones entre la ciencia básica y sus aplicaciones y el modo 
de articulación del conocimiento científico con lo social. 
Finalmente, y aun cuando esto se haga obvio en el trans­
curso de la lectura del volumen, deseo expresar mi deuda 
de gratitud con aquellos científicos que han influido inad­
vertida o responsablemente en la conformación de mi pen­
samiento actual, muy especialmente Sidney W. Bijou, Wil- 
liam N. Schoenfeld, y J. R. Kantor. Mi interacción perso­
16
nal con ellos me ha permitido aprender más de la psico­
logía y del quehacer científico, que el alud de informa­
ción y datos que caracteriza a la producción disciplinaria 
actual.
E milio Ribes Iñesta
Naucalpan, México, noviembre de 1981.
17
1. LA NATURALEZA DE LAS LEYES EN EL 
ESTUDIO DEL COMPORTAMIENTO
El examen de la naturaleza de las leyes del com porta­
m iento no es ajeno a un análisis del objeto de estudio 
de la Psicología, y de la naturaleza de las explicaciones 
que este objeto impone. No es necesario abundar sobre el 
hecho de que la definición epistemológica de un objeto teó­
rico determ ina no sólo el espectro em pírico del conoci­
m iento científico, sino tam bién el concepto mismo de le­
galidad de los eventos com prendidos.
En el caso de la Psicología, por la naturaleza peculiar 
de su proceso constitutivo como disciplina científica, este 
problem a adquiere características especiales. Su ubica­
ción como ciencia natu ral o social y la existencia de fe­
nómenos internos o m entales son centrales a esta proble­
mática. R em ontarnos a Aristóteles como punto de parti­
da, puede ser de utilidad para fundam entar la posición 
que sostenemos. El concepto de alma justificaba para Aris­
tóteles no sólo la delim itación de un campo de organiza­
ción de la realidad específica dentro de la «física» de su 
tiempo, sino tam bién una metodología teórica y em pírica 
congruentes con dicha especificidad ontológica y episté- 
mica. De ahí el interés que presta al examen del alma (De
1. Ponencia leída en el In s titu to de Investigaciones Filosóficas 
de la Universidad Nacional Autónoma de México, 4 Diciembre 1980.
19
Anima) y su conceptualización. El alma, para Aristóteles, 
no se da sin cuerpo y por consiguiente no es independien­
te de la materia. Tampoco es potencia (facultades), sino 
acto que se da como organización de la materia en fun­
ción. Nada más lejano a la concepción aristotélica que un 
alma vuelta sustancia que interactúa con el cuerpo como 
facultad que lo potencia:
«Las afecciones del alma no son separables de la 
materia natural de los animales en la medida en que 
les corresponde tal tipo de afecciones... y que se tra­
ta de un caso distinto al de la línea y la superficie» 
(De Anima, p. 136). «El alma es necesariamente enti­
dad en cuanto forma específica de un cuerpo natu­
ral que en potencia tiene vida» (p. 168, ibid)... «es el 
alma, a saber, la entidad definitoria, esto es la esen­
cia de tal tipo de cuerpo» (p. 169, ibid)... «El alma ni 
se da sin un cuerpo ni es en sí misma un cuerpo. 
Cuerpo, desde luego, no es, pero sí, algo del cuerpo, 
y de ahí que se dé en un cuerpo y, más precisamente, 
en un determinado tipo de cuerpo» (p. 114, ibid).
Es con los patriarcas de la Iglesia y los neoplatóni- 
cos, que culminan en el pensamiento agustiniano y to­
mista, que el alma aristotélica sufre la transformación y 
metamorfosis conceptual sobre la que descansa todo el 
pensamiento dualista moderno a partir del racionalismo 
cartesiano. El alma, de acto de la materia, se convierte 
en sustancia de la cual la materia es accidente, y la ma­
teria adquiere y pierde vida como efecto de su ocupación 
o abandono por el alma. La transmigración agustiniana 
del alma y su negación de la fiabilidad del conocimiento 
sensible, son la forma extrema de este dualismo en lo epis- 
témico:
«Pues así como el que sabe poseer un árbol y os 
da gracias por su uso, aunque ignore cuántos codos 
tiene de altura o hasta qué anchura se extiende, es 
mejor que aquél que sabe su medida y contó sus ra­
id
mas y no lo posee, ni conoce, ni ama a Aquél que lo 
creó»... (Confesiones, Libro V, Capítulo IV).
Con Descartes adquiere carta de naturalización cien­
tífica el dualismo. Nos dice «Examiné atentam ente lo que 
era yo, y viendo que podía im aginar que carecía de cuer­
po y que no existía nada en mi ser que estuviera, pero que 
no podía concebir mi no existencia porque mi mismo pen­
sam iento de dudar de todo constituía la prueba más evi­
dente de que yo existía com prendí que yo era una sus­
tancia, cuya naturaleza o esencia era a su vez el pensa­
m iento, sustancia que no necesita ningún lugar para ser 
ni depende de ninguna cosa m aterial; de suerte que este 
yo —o lo que es lo mismo, el alm a— por el cual soy lo 
que soy, es enteram ente distinto del cuerpo y m ás fácil 
de conocer que él» (Discurso del Método, p. 21). La razón, 
el cogito, como esencia otorgada por la perfección, Dios, 
es independiente del cuerpo y lo m aterial. Estos son ex­
plicados por las leyes de la mecánica, de donde surge el 
concepto de reflejo, al afirm ar que, «...las reglas de la me­
cánica (que) son las m ismas que las de la naturaleza...» 
(Discurso del Método, p. 30). El dualismo se subraya al 
decir que, «ningún otro (error) contribuye tanto a des­
viar los espíritus del camino recto de la verdad, como el 
que sostiene que el alma de las bestias es de la misma 
naturaleza que la nuestra... En cambio, cuando se com­
prende la diferencia que m edia entre una y otra, se en­
tienden m ejor las razones que prueban que la nuestra, 
por su naturaleza, es enteram ente independiente del cuer­
po...» (Discurso del Método, p. 32) ...«Y aun cuando ten­
go un cuerpoal cual estoy estrecham ente unido, como por 
una parte poseo una clara y d istin ta idea de mí mismo, en 
tanto soy solam ente una cosa que piensa y carece de ex­
tensión, y por o tra parte tengo una idea distinta del cuer­
po en tan to es solam ente una cosa extensa y que no pien­
sa es evidente que yo, mi alma, por la cual soy lo que soy,
21
es com pleta y verdaderam ente d istin ta de mi cuerpo, y 
puede ser o existir sin él» (Meditaciones M etafísicas, p. 84).
No es necesario abundar en citas adicionales de Des­
cartes para d e ja r sentado con claridad su profunda in­
fluencia en la formalización del dualismo, ontológico y 
epistémico, que perm eó la ciencia y cu ltura occidental 
posterior hasta nuestros días. La «res cógitans» cartesia­
na tuvo un doble im pacto sobre la psicología. Por una 
parte, caracterizó un alm a racional, exclusivamente hum a­
na, no m aterial y no dependiente de la m ateria, que en 
la m edida en que in teractuaba con la corporeidad m ate­
rial, del hom bre, la determ inaba en su acción. Así, creó 
la «mente», alm a interna causa de todo com portam iento 
o acción Por o tra parte, abrió la posibilidad de explicar 
otro tipo de acciones, aquellas com partidas con los ani­
males, m ediante las leyes de lo natural, es decir, de la 
mecánica, reduciendo al m aterialism o a su form a meca- 
nicista, como ha ocurrido con la teorización frenológica, 
tradicional y m oderna, que pretende explicar lo psicoló­
gico como sim ple acción m ecánica de lo biológico, o como 
la interacción de m ente (léase res cógitans) y cuerpo (léa­
se res extensa) en el cerebro.
La especificidad de lo psicológico se dio, de este modo, 
como la especificidad de lo inm aterial, lo menta], la expe­
riencia consciente, so riesgo de verse reducido a lo m ecá­
nico-biológico. Tres supuestos fundam entales se derivan 
de este dualism o cartesiano:
1) I.o mental se concibe como lo causal interno;
2) La interacción del hom bre y de los organism os con 
su medio es reductible a la acción mecánica, pasi­
va, refleja;
3) Lo m ental, en tanto sustancia prim aria indepen­
diente de lo m aterial, obedece principios propios.
Aun cuando el dualism o ontológico cartesiano sufrió
22
transform aciones m onistas, su dualism o epistém ico sub­
sistió hasta nuestros días, tanto bajo el influjo del empi­
rism o como de las corrientes fenomenológicas y raciona­
listas m aterialistas, dando lugar a soluciones interaccio­
nistas o paralelistas diversas. Todas ellas, sin embargo, 
tienen un denom inador común: se elimina la interacción 
con el medio como objeto de estudio, y se analizan las ac­
ciones producidas como acto mediado de una «máquina» 
o de una m ente internas, o de su interacción inclusive.
Antes de seguir, consideram os conveniente detenernos, 
para exam inar la justcza de p lantear siquiera la existen­
cia de una especificidad psicológica radicalm ente distinta 
a las versiones em anadas del dualismo, o coincidir quizá 
con K ant en que los fenómenos de una psicología racio­
nal (Crítica de la Razón Pura) no tienen cabida en el co­
nocimiento científico. Nosotros, evidentem ente, postulam os 
la existencia de un nivel psicológico en el conocimiento 
científico de la realidad, independiente, pero com plem en­
tario, de lo biológico (y de lo social), que se fundam enta 
en un doble criterio. Por una parte, la especificidad del 
nivel de organización de los eventos; por otra, la especifi­
cidad de su historicidad. Como resultante, lo psicológico 
se da en un nivel organizativo que in tersecta lo biológico 
y lo social, pero que no es reductible a ninguno de ellos. 
La conducta como interacción del organism o to tal y su 
am biente (físico, biológico y /o social) modificable en y 
por el transcurso de su historia individual, se constitu­
ye en lo psicológico. Su especificidad histórica lo d istin ­
gue de lo biológico, que se plasm a en la filogenia, y de 
lo social, construido en lo colectivo. La conducta no es 
movimiento, ni cambio interno aislado, es movimiento y 
cambio interno copartícipes de una interacción. La conduc­
ta es la interacción.
Así definida su especificidad, volvamos al reencuentro 
con el dualism o y su crítica. Para ello, analicemos los su­
puestos de él derivados. La discusión referente a la dife­
23
rencia ontológica de lo mental y lo material no es suscep­
tible de argumentación empírica, e implica un compromi­
so materialista como punto de partida del conocimiento 
científico. Sin embargo, este compromiso no impide la 
dualidad epistémica implicada como lo testimonia en la 
historia de la psicología, el intento de Gustav Fechner (en 
su Elements der Psychophysics) por formular leyes cuan­
titativas de la interacción psicofísica.
El conductismo, formalmente expuesto por J. Watson 
en su manifiesto de 1913, representa, después de Fechner, 
un nuevo abordaje, desde la perspectiva materialista, para 
recapturar la psicología bajo un enfoque no dualista. No 
obstante, históricamente, este pronunciamiento produjo 
resultados ambiguos en tanto, por razones intrínsecas a 
sus circunstancias paradigmáticas, arropó, bajo su lógica 
positivista, a las concepciones dualistas comprendidas en 
el mecanicismo y el mentalismo. Analicemos los dos casos.
Watson, al limitar la conducta, como objeto de estudio 
de la psicología, a lo observable como actividad del orga­
nismo, eliminó la interacción como proceso y circunscri­
bió su dominio empírico al de los movimientos. Así fue 
que dio lugar al surgimiento de dos formas de dualismo 
epistémico: el conductismo metafísico, y el conductismo 
metodológico. En ambos, el nivel explicativo, la legalidad 
de la conducta, se desplaza hacia el interior del organis­
mo, o es sustituido por enunciados lógicos que median 
la naturaleza empírica de los fenómenos a ser explicados. 
Entremos en detalle al análisis de estos dos casos, en re­
lación a las explicaciones mecanicistas y mentalistas o in- 
ternalistas. En ambos tipos de conductismo se dan los dos 
tipos de explicaciones, pero bajo diferentes marcos de in­
dagación empírica.
Situemos el caso de la explicación por reducción me- 
canicista. Esta ha asumido dos formas. Una, en que se 
establece la identidad de mente y cerebro, definiendo a la 
primera como la acción de este último. Otra, en que, sin
24
pretender identificar la explicación de la conducta con 
una localización corporal específica, se plantea en térmi­
nos de un constructo lógico y sustituye a dicha reducción, 
bajo el condicionante de un anclaje operacional en las 
variables de estímulo y respuesta, lo que conforma el mo­
delo de «caja negra».
c Una gran porción de las teorías neuropsicológicas se 
ajustan a la explicación por identificación reductiva de 
lo mental a lo neural. Ilustrativo de ellas, es la postura 
de Donald Hebb (en su Textbook of Psychology), quien 
dice «La mente y lo mental se refieren a procesos que 
ocurren dentro de la cabeza y que determinan los nive­
les superiores de organización de la conducta... En térmi­
nos generales, hay dos teorías de la mente. Una es ani- 
mista, una teoría en que el cuerpo es habitado por una 
entidad —la mente o alma— que es bien diferente de él, 
y que no tiene nada en común con los procesos corpora­
les. La segunda teoría es fisiológica o mecanicista: supone 
que la mente es un proceso corporal, una actividad del ce­
rebro. La psicología moderna —«concluye»— trabaja sola­
mente con esta teoría» (p. 3, 1958). No es necesario indi­
car que gran parte de las críticas aristotélicas a los con­
ceptos de alma expuestos por Demócrito y Platón, siguen 
siendo aplicables a esta formulación. Por ejemplo, baste 
plantear dos preguntas ¿Si la mente es una función cor­
poral, por qué utilizar conceptos referidos a eventos no 
corporales? y ¿En caso de que fuera referible a eventos 
corporales, cómo se transforma en cualidad lo corporal 
fisiológico a corporal mental?
La teoría de Clark Hull es representativa de la expli­
cación mecánica por reducción a enunciados lógicosfor­
mulados en términos fisicalistas. Hull (1943, 1951 y 1952) 
elaboró una teoría del aprendizaje simple, con base en el 
paradigma del condicionamiento clásico, enunciada me­
diante postulados, teoremas y corolarios característicos de 
un sistema formal hipotético-deductivo. Los conceptos cen­
25
trales de su teoría, aunque fraseados en lenguaje reduci- 
ble a térm inos fisiológicos, no sustentaban ninguna refe- 
ribilidad inm ediata o m ediata a variables em píricas. Es­
tas, se vinculaban a los conceptos explicativos, como an­
clas operacionales que perm itían la configuración de los 
teorem as y corolarios que se derivaban de los postulados 
del sistem a. Así, la conducta o ejecución, se veía explica­
da por la interacción form al cuantitativa de variables em ­
píricas agrupadas bajo «conceptos puente» como los de 
fuerza del hábito, pulsión, huella aferente del estím ulo, in­
hibición reactiva, potencial oscilatorio, factor de incenti­
vo y o tros más. La teoría era refutable m ás en térm inos 
lógicos que em píricos, por el continuo ajuste de las cons­
tantes em pleadas. A pesar de que fue su inconsistencia in­
terna la causante de su descrédito últim o, las contradic­
ciones en que cayó no pueden analizarse como simple erro r 
metodológico formal, sino más bien como consecuencia 
natural de las lim itaciones de su dualismo conceptual re ­
duccionista.
La legalidad explicativa in terna no se restringe a for­
mulaciones m ecánicas susceptibles de verificación o an­
claje empírico, sino que adopta form as disfrazadas de ana­
logía o en ocasiones posturas ab iertam ente m entalistas. 
Ejemplos de ello lo constituyen algunos abordajes «cog- 
noscit¡vistas» contem poráneos. Pribram , G alanter y Miller 
(1960) por ejemplo, form ulan la regulación de la conduc­
ta en térm inos de planes, que se estruc tu ran en un siste­
ma nervioso conceptual no descriptible en térm inos estric­
tam ente fisiológicos, sino como un sistem a de tipo ciber­
nético (unidades TOTE). Este sistem a es análogo a una 
máquina auloregulada, y la explicación se fundam enta, no 
en las propiedades en últim a instancia del sistem a nervio­
so, sino di- las m áquinas lógicas adoptadas como modelo. 
La explicación, v p o r consiguiente la legalidad, se da por 
isomorfismo. En otros casos, el modelo em pleado no con­
siste en una entidad mecánica o lógica, sino que hace re-
2 6
ferencia a procesos inferenciales que, tom ados de niveles 
puram ente simbólicos de descripción (como lo es la lógi­
ca proposicional o la teoría de la inform ación), se tradu ­
cen (como reificaciones prácticas) a conceptos relativos 
a estados m entales internos, vbg., conflicto, incertidum ­
bre, expectativas, valor del reforzam iento, etcétera. Estos 
conceptos, sin la vinculación em pírica rigurosa que carac­
teriza a los sistem as deductivos, se convierten en h erra­
mientas ad hoc para justificar la aplicación de modelos, 
que en cuanto predicen variaciones cuantitativas o cuali­
tativas de ciertas situaciones em píricas diseñadas ex pro­
feso, se consideran descriptivos de un orden de legalidad, 
muy dudoso a nuestro modo de ver.
En cualesquier caso, sin embargo, para abordar el pro­
blema de la naturaleza de las leyes enm arcadas por un 
estudio científico del com portam iento, consideram os in­
dispensable analizar con profundidad las implicaciones úl­
timas de una concepción internalista, mental, de lo psico­
lógico. La cuestión central radica, a nuestro juicio, en dos 
puntos fundam entales. El prim ero, en la identificación, 
con lo interno. El segundo, a la génesis del reporte lingüís­
tico sobre lo privado, como génesis individual o como gé­
nesis social.
El punto relativo a la identificación de lo privado con 
lo interno es crucial para la igualación de las distincio­
nes objetivo-subjetivo con la distinción público-privado, 
l a dim ensión subjetivo-objetivo parece corresponder, en 
térm inos de la epistemología tradicional, a la dicotomía 
idea-materia y presupone de alguna m anera una proble­
mática equivalente a la dualidad mente-cuerpo. El proble­
ma radica en ubicar a los eventos privados como eventos 
objetivos en cuanto a su ocurrencia y restring ir al su jeto 
a locus parcial del evento. Como locus parcial, el sujeto 
puede concebirse como respuesta partic ipante de un even­
to interactivo, cuya ocurrencia o productos parciales de es­
27
tímulo no son públicamente observables. Planteado así el 
asunto, no se trata pues de asumir una cualidad dual de 
lo observable (en tanto objetivo) y de lo privado (en 
tanto subjetivo), pues ello significaría reducir la objetivi­
dad de los fenómenos a lo públicamente verificable, tesis 
empirista de frágil consistencia epistémica. Como Skin- 
ner (1945, p. 277) expresa, «la distinción entre público y 
privado no es en absoluto la misma que la existente entre 
físico y mental. Esta es la razón que hace que el conduc- 
tismo metodológico (que adopta el primero) sea muy di­
ferente del conductismo radical (que cercena el último 
término en el segundo). El resultado es que, mientras el 
conductista radical en ciertos casos puede tener en consi­
deración los hechos privados (tal vez de manera infe­
rencia!, aunque no por ello con menor sentido), el opera- 
cionista metodológico se ha colocado en una situación en 
que no le es posible hacerlo. “La Ciencia no tiene en con­
sideración los datos privados”, dice Boring. Pero yo dis­
cuto» —prosigue—, «que mi dolor de muelas es tan físico 
como mi máquina de escribir, aunque no sea público, y 
no veo razón porque una ciencia objetiva y operacional 
no considera los procesos a través de los cuales se adquie­
re y mantiene un vocabulario descriptivo de un dolor de 
muelas». Concluye diciendo... «la ironía del caso es que, 
mientras Boring debe limitarse a una información acerca 
de mi conducta externa, yo sigo interesándome por lo 
que podría llamarse Boring-desde-dentro».
El problema se plantea pues en otro nivel: ¿cómo los 
eventos privados, que participan de una interacción pú­
blica, pueden ser referidos como eventos, y por consi­
guiente responder a ellos públicamente? Esta es la esen­
cia de la cuestión que nos traslada al problema de la gé­
nesis del lenguaje referida a eventos privados. ¿Es esta 
una génesis individual que se expresa públicamente o se 
trata de una génesis social que cubre a lo privado y lo 
torna evento? La respuesta a esta pregunta determina que
2 8
se dé o no una solución dualista al problema representa­
do por los eventos privados.
La cuestión rebasa el marco analítico que implica la 
posibilidad de traducir términos referidos a eventos men­
tales en la forma de enunciados descriptivos de las con­
diciones en que usan ordinariamente dichos términos, pues 
aun cuando esto contribuye a dar referentes objetivos a 
prácticas lingüísticas con carga mentalista, no cuestiona 
la existencia misma de dichos procesos internos, y no con­
sideramos, como lo plantean algunos autores (Harzem y 
Miles, 1978) que el simple análisis de la forma en que se 
expresan enunciados de existencia, supere el problema 
epistemológico implicado, pues ello significaría reducir el 
proceso de conocimiento a la sintaxis de los enunciados 
acerca de lo que se conoce.
Skinner (1945, 1957) propone abordar el problema des­
de la óptica de cómo una comunidad lingüística define 
criterios públicos que le permitan responder adecuada­
mente a la presencia de un evento privado. Establece cua­
tro criterios posibles en este sentido:
1) La existencia de acompañamientos públicos del es­
tímulo privado;
2) La emisión de respuestas colaterales públicas al 
estímulo privado;
3) Origen público de las respuestas privadas; y
4) Que una respuesta adoptada y mantenida en con­
tacto con estímulos públicos pueda ser emitida, a 
través de la inducción, en respuesta a hechos pri­
vados.
Sin embargo, a nuestro modo de ver este planteamien­
to legitima al evento privado en tanto tal, y su identidad 
l'nctible con eventos y determinaciones internas2.Esto ocu-
2. La oscilación de Skinner entre dos definiciones de la con­
duela, una organocéntrica, referida a m ovim ientos (1938), y o tra
2 9
rre en tanto la argum entación gira en torno a cómo una 
com unidad lingüística se refiere a eventos privados ya exis­
tentes como eventos psicológicos, sin cuestionar si dichos 
eventos existen en realidad. Representa una constante del 
pensam iento de Skinner al identificar lo físico y fisiológi­
co como evento, con lo psicológico, sin deslindar que aun 
cuando lo psicológico requiere de una dimensión física 
subyacente, su cualidad no es reductible, funcionalmente, 
a lo físico.
El evento privado presenta una doble problem ática. 
En p rim er térm ino, su pertinencia a un nivel causal o ex­
plicativo de los hechos o procesos psicológicos. En segun­
do lugar, su preexistencia al «reporte» lingüístico o su 
determ inación psicológica a p a r tir de la posibilidad del 
lenguaje como dim ensión social del com portam iento. Las 
teorías ontológicas y epistemológicas han considerado el 
problem a del conocimiento desde la perspectiva del im­
pacto sensorial de los objetos sobre el sujeto, o la cons­
trucción de la realidad de los objetos por el sujeto. Co­
m ún denom inador de este conocim iento es que se restrin ­
ge a lo sensible y /o lo racional, pero desconoce la praxis 
como actividad esencial del conocimiento. No puede haber 
conocimiento real sensible o racional aislado de la prác­
tica. Aún más, nos atreveríam os a decir que el conoci­
miento es sinónimo de la práctica individual y social del 
sujeto.
No es de extrañar, por consiguiente, que al soslayar 
la praxis como proceso de conocimiento, se redujera al 
sujeto cognoscente a un sujeto contem plativo e in terp re­
tador de la realidad, con un conocim iento internalizado
interactiva, episódica (1957), le lleva a confundir en ocasiones lo 
in terno como conducta, con lo privado como producto de la con­
ducta. Es así que en sus últim as obras (1978), al exam inar el p ro­
blem a de los eventos privados lo hace enm arcándolo en el contexto 
del "m undo debajo de la piel", sugiriendo la pertinencia de un 
análisis experim ental de fenómenos m entales traducidos a térm inos 
conductuales.
30
como m undo de representaciones, cuyas descripciones ver­
bales se constituían en la validación racional de la exis­
tencia de las palabras y conceptos como cosas. Su reifica- 
ción configuró la mente.
Si volvemos a la form ulación de lo psicológico como 
interacción del sujeto (u organismo) y su entorno, cabe 
preguntarse acerca de la pertinencia explicativa de los 
eventos privados. Los eventos privados en tanto eventos 
del organism o activo, reactivo e interactivo constituyen 
exclusivamente com ponentes partic ipantes de una in ter­
acción que, aun cuando puede ser iniciada por el organis­
mo, no implica que la determ inación allí radique, puesto 
que a menos que se p arta de un paradigm a del entorno 
vacío, es injustificable suponer la espontaneidad pura y 
su identificación con su propia causalidad. Si, como es 
«•vidente, se p arte de la interacción m últiple, perm anente 
V bidireccional del organism o y su am biente, el evento 
privado se ve relegado a una fracción de la interacción, 
mas no a la determ inación de la m isma. Sólo una con­
cepción lineal de mediaciones sucesivas de la causalidad, 
podría im poner, por su antelación inm ediata a la in ter­
acción, atribu tos determ inantes a los eventos internos. Ello 
requiere la suposición adicional, naturalm ente, de que lo 
privado (igualado con lo interno) ocu rra antes que lo ex­
terno o público, y en consecuencia, se constituya en con­
dición causal de lo observado, es decir, de la acción del 
organism o como efecto.
Pasemos al segundo punto, pues no consideram os ne­
cesario abundar sobre lo recién examinado. El aspecto 
cení ral se refiere a la existencia m isma del evento priva­
do como evento psicológico, previo a la interacción que 
permite designarlo, y por consiguiente, otorgarle función 
de evento, o en palabras m entalistas, «contenido de la ex­
periencia».
El evento privado involucra, p o r definición, su identi- 
flc ación y la posibilidad de inform ar acerca de él. ¿Es sin
31
embargo el evento privado, como evento psicológico, una 
realidad previa a la posibilidad conductual de su identifi­
cación, o por el contrario, se constituye en evento en el 
momento en que es identificable lingüísticamente? Las im­
plicaciones de cómo se responda a esta pregunta son im­
portantes. Afirmar que el evento psicológico tiene existen­
cia previa a su identificación significa que lo mental se 
expresa mediante el lenguaje y lo precede, o bien que lo 
mental y lo físico son idénticos en cuanto función, dado 
que anteceden a la referibílidad social de su existencia. 
Sea cual fuere de estas posibilidades, lo privado, se ma­
nifestaría como génesis individua!, y justificaría el análisis 
de cómo la comunidad lingüística y el medio social se re­
lacionan con su inobservabilidad. La relación entre lo pri­
vado y su denotabilidad por el lenguaje constituirían eje 
primario del análisis psicológico, como ocurrió con la 
psicofísica del siglo xix y las aproximaciones introspecti­
vas de Leipzig y Wurzburgo.
Sin embargo, otra interpretación es posible. El evento 
privado es por definición evento social, y por consiguiente 
los criterios que lo definen como privado, son original­
mente públicos. ¿Qué significa esto? Implica que el even­
to privado existe psicológicamente a partir del momento 
en que el sujeto puede describir su propio comportamien­
to (y por consiguiente sus componentes parciales). Le des­
cripción de su comportamiento, como función referencial, 
implica un hecho social normado por las características 
del lenguaje desarrollado, y por las prácticas sociales de- 
finitorias de lo «privado pertinente». Esto se logra a tra­
vés de etapas sucesivas en que el sujeto puede referir y 
ser referido. La etapa terminal es referir el propio com- 
portamicnto con base en las interacciones que regulan las 
descripciones semejantes en los demás miembros de la 
comunidad lingiiístico-social. Visto así el problema, el 
evento privado es el efecto de la evolución de una inter­
acción esencialmente social. El sujeto es tal en tanto so-
32
cialm ente se le conform a de dicho modo. Lo privado es un 
aspecto autoreferible de interacciones sociales públicas. 
Por consiguiente, el análisis de los eventos privados no es 
ajeno al de las interacciones públicas, y fconstituye, en sen­
tido estricto, un caso particu lar de ellas. El problem a de 
la legalidad o explicación basada en la relación privado- 
público o interno-externo pierde todo sentido.
¿Qué orden de legalidad, p o r lo tanto, debe buscar la 
psicología? Después de haber descartado las soluciones 
m ecanicista y logicista, así como la analógica y mentalis- 
ta, se plantea una doble necesidad. La determ inación de 
lo psicológico como interacción organism o-am biente, con 
una especificidad histórica propia, requiere de explicacio­
nes que hagan hincapié, separada, pero com plem entaria­
m ente en dos aspectos:
1) La m ultideterm inación, como interdependencia, de 
los factores presentes involucrados en una in terac­
ción com pleja y continua en tre organism o y am ­
biente;
2) La h istoria interactiva como determ inante de las 
m ultideterm inaciones presentes, tanto en lo que 
toca a interacciones concretas como en lo relativo 
a la cualidad genérica de dichas interacciones.
F.n el p rim er caso, la explicación y las leyes compo­
nentes deben no sólo describ ir el evento, sino las condi­
ciones que lo hacen posible y lo m odulan. La ley no es 
mía descripción fenoménica, sino que es descripción de 
i undiciones necesarias para que los com ponentes en in ter­
neción sean suficientes en la conform ación de un evento, 
t u esle sentido, no consideram os que la psicología re­
q u ie r a de leyes d istin tas a las de las llam adas ciencias ña­
fitéales.
l;,n el segundo caso,la explicación y su legalidad se ven 
Int muladas en térm inos del desarrollo de la interacción
de los elem entos involucrados, en tanto, lo psicológico, en 
lo individual, es definido por la posibilidad de una histo­
ria. Las leyes del p rim er caso, son m om entos de las leyes 
históricas. Dado que la h istoria de lo individual, aun cuan­
do partic ipa necesariam ente de lo biológico, se ve afectada 
por los aspectos colectivos que determ inan su individua­
lidad en lo social, la psicología com parte este segundo tipo 
de leyes con la ciencia so c ia l3.
Exam inar las form as peculiares de estas leyes y expli­
caciones, y su inserción en el discurso científico de la psi­
cología justificaría un tratam iento aparte por sí solo. Como 
señalam iento final, baste decir que, en sentido estricto, la 
psicología contem poránea carece de enunciados legales 
genuinos. Creemos que la precisión de su objeto de estu­
dio y la form ulación de los paradigm as adecuados consti­
tuyen un p rim er paso que es indispensable concluir.
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Psychology. Nueva York: Wiley, 1978.
I. i:t postu lar la necesidad de leyes históricas, no significa ubi­
carse dentro de un planteam iento h istoricista. Las leyes históricas 
en p s ic o lo g ía como en cualquier o tra ciencia— son form ulaciones 
a postei i o i i de los procesos en tiem po, po r lo que corresponden 
m á s bien a la conform ación teórica de un anáfisis genético que a 
una simple descripción lineal partiendo de un supuesto origen de­
term inante (o sohi(-determ inante). No constituyen, por consiguien­
te, determ inaciones a priori de lo que ha de ocurrir, sino más bien 
la reconstrucción teórica, a p a rtir del conocim iento de leyes de 
proceso sistem áticas, de las e tapas requeridas en la génesis de di­
chos procesos.
3 4
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1957.
35
2. CONCEPTOS MENTAUSTAS Y 
PRACTICAS IDEOLOGICAS
La historia reciente de la psicología ha sido la histo­
ria de la contraposición de múltiples formas de concep­
tos mentalistas ante el intento objetivo de construir una 
ciencia genuina del comportamiento, y en especial, del 
comportamiento humano. El conductismo, como la filo­
sofía especial de esta ciencia, se ha constituido, no sólo 
en la formulación teórica general que respalda este es­
fuerzo por articular una descripción y explicación obje­
tivas de la actividad de los hombres concretos, sino que, 
como consecuencia de una tradición preñada de dualis­
mo, el propio conductismo ha reflejado en su interior di­
chas contradicciones conceptuales.
El dualismo, se ha constituido en la doctrina oficial 
del comportamiento humano, desde que Descartes forma­
lizó la hipóstasis cristiana del alma aristotélica. Como afir­
ma Ryle (1949), al comentar sobre el dualismo nacido de 
Descartes, «...con las dudosas excepciones de los idiotas 
y los infantes en brazos, cada ser humano tiene un cuerpo 
y una mente». Describiendo esta doctrina oficial prosigue, 
« los cuerpos humanos están en el espacio y están some- 
lidos a las leyes mecánicas que gobiernan a todos los de­
más cuerpos en el espacio. Los procesos y estados corpo­
rales pueden ser inspeccionados por observadores exter-
nos... pero las mentes no están en el espacio. La actividad 
de una mente no es testimoniable por otros observadores; 
su carrera es privada. Sólo yo puedo tener conocimiento 
directo de los estados y los procesos de mi propia mente. 
Una persona, por consiguiente, vive a través de dos histo­
rias colaterales, una consistente en lo que pasa en y a su 
cuerpo; la otra, consistiendo en lo que pasa en y a su 
mente. La primera es pública, la segunda privada» (p. 11).
Esta doctrina es, con toda justeza, denominada por 
Ryle el mito del fantasma en la máquina. Aun cuando el 
problema puede abordarse desde la perspectiva de la ló­
gica de las categorías lingüísticas empleadas en la des­
cripción de los eventos y relaciones denominadas cuerpo 
y mente o materia y espíritu, el problema no se reduce 
a una cuestión de lógica de la ciencia o epistemología ex­
clusivamente.
Ryle, señala que esta doctrina dualista «...es un gran 
error y un error de tipo especial. Es, a saber, un error 
categorial. Representa los hechos de la vida mental como 
si pertenecieran a un tipo o categoría lógica (o rango de 
tipos o categorías), cuando en realidad pertenecen a otra. 
El dogma es por consiguiente un mito filosófico» (p. 16). 
No sólo eso, sino que al identificar a cada una de las dos 
instancias de la dualidad con las aproximaciones filosófi­
cas tradicionales, el materialismo y el idealismo, se pre­
tende discutir en el plano de las sustancias lo que cons­
tituye. en esencia, un problema de categorías. Ryle conti­
núa expresando que «...la creencia de que existe una opo­
sición polar entre Mente y Materia es la creencia de que 
son términos de un mismo tipo lógico... Tanto el Idealis­
mo como el Materialismo son respuestas a una pregunta 
inapropiada.. <p ??). Presupone esta cuestión que la exis­
tencia, como e .d e i’oi ia lógica, de eventos diferentes, tiene 
una acepción g en e i iea única.
Esta confusión c .iiegoi ial es, en efecto, importante, en 
tanto establece la posibilidad lógica de diferentes formas
38
de existencia. Sin embargo, es una confusión que es ubi- 
cable sólo en la medida en que las categorías de existen­
cia son categorías reductibles o que corresponden a ni­
veles empíricos de descripción. El materialismo tradicio­
nal redujo o formuló el concepto de materia (o cuerpo) 
precisamente a las categorías de la Mecánica Newtoniana. 
La materia en general se identificó con la categoría física 
de materia, es decir, la materia corpórea. Pero, si se toma 
la distinción materia-espíritu, no como una distinción ca- 
tegorial de existencia, sino de propiedades de lo existen­
te, el problema mente-cuerpo rebasa el problema mera­
mente lógico señalado por Ryle. La cuestión no se restrin­
ge a la congruencia lógica del lenguaje con que descri­
bimos los eventos materiales y «mentales», sino que hay 
que abordar, desde la perspectiva de que ambos tipos de 
eventos existen, en qué consiste su existencia y cómo sus 
propiedades se constituyen en la forma de relaciones di­
ferentes de lo que como «corporeidad» se da en un solo 
nivel.
Tradicionalmente, las relaciones entre lo existente se 
reificaron en la forma de sustancias o cosas (materia, es­
píritu o mente, flogisto, energía vital) y el problema se for­
muló como necesidad lógica de explicar las relaciones de 
subordinación y las interacciones entre dichas sustancias 
o relaciones corporeizadas, objetalizadas. Así, el materia­
lismo e idealismo tradicionales se proponían demostrar la 
prioridad de una u otra sustancia, o en el mejor de los ca­
sos, cómo se relacionaban entre ellas. La psicología, fue 
la disciplina que heredó, con el propósito del análisis em­
pírico, esta última obligación lógica como razón de ser.
Pero en el momento en que la discusión sobre dife­
rentes existencias se hace a un lado, y se acepta que todo 
lo existente se da en un mismo nivel categorial (materia­
lismo moderno), operan dos cambios fundamentales:
1) Lamateria como categoría no subordinada a otra 
existencia trascendente a ella, no se iguala con una de
39
sus formas tradicionales de presencia, es decir, la materia 
física. Materia es idéntica a existencia.
2) La materia como categoría genérica de existencia, 
tiene que ceder su lugar a otras categorías diferenciales 
que permitan lógicamente articular el conocimiento de 
las diversas formas en que, lo que existe, se desarrolla en 
la forma de relaciones no reductibles a una sola de ellas. 
Así, surgen tres nuevas ciencias en los finales del siglo xtx, 
que aun cuando, con una problemática enraizada todavía 
en la mitología dualista, comienzan a sentar la base del 
reconocimiento de nuevas formas de relaciones materia­
les, y por consiguiente, objetivas, en la realidad de lo exis­
tente. Es la aparición de la biología (Darwin), la psico­
logía (Pavlov y Watson), y la ciencia de las formaciones 
sociales (Marx).
Se entiende, en este contexto, que no hay misterio al­
guno en que, en el caso de la psicología, los primeros in­
tentos materialistas no hayan superado el dualismo origi­
nal, y que, por consiguiente, hoy día, dicho dualismo per­
manezca disfrazado de mil y una formas (los análogos me­
cánicos, cibernéticos, químicos, matemáticos, etc.). Todo 
intento de formulación materialista de lo «mental» o psi­
cológico, se expresó como la localización de lo mental 
en lo biológico, o como la localización de dónde lo men­
tal interactuaba con lo biológico. La categoría de materia 
subyacente era (y es) todavía una categoría reductiva a 
lo físico. No tiene nada de extraño que esto ocurriera, pues 
como lo señala correctamente Ryle, «...cuando se acuñó 
la palabra “psicología”, hace doscientos años, se suponía 
que la leyenda de los dos mundos era cierta. Se suponía, 
en consecuencia, que dado que la ciencia newtoniana ex­
plica (se pensó, erróneamente) todo lo que existe y ocurre 
en el mundo físico, habría y debería haber sólo otra cien­
cia contraparte que explicara lo que existe y ocurre en el 
postulado mundo no físico... La “Psicología” era el título
4 0
supuesto para el único estudio empírico de los “fenómenos 
mentales”» (p. 319).
La doctrina oficial del dualismo, cuya historia se re­
monta a Platón en contraposición a Aristóteles, tuvo de 
este modo un papel determinante en las modalidades que 
adoptó el estudio científico del comportamiento. Después 
de la aparición formal del conductismo, como una filoso­
fía de la ciencia que intentaba superar el dualismo priva­
tivo en la psicología, el dualismo adoptó nuevas formas. 
Una, el conductismo metodológico ontológicamente dualis­
ta. Otra, el conductismo metodológico epistémicamente 
dualista.
El primero, supone que existe la conducta como ins­
tancia física, objetiva, de lo biológico, y que constituye, 
por consiguiente, un objeto legítimo de estudio de la psi­
cología. Sin embargo, no es lo único que existe, pues ade­
más hay un mundo subjetivo de percepciones, sentimien­
tos, cogniciones y otros eventos que es necesario incluir. 
La psicología se convierte de esta manera en el estudio 
de cómo este mundo interior se expresa al mundo exte­
rior. La conducta constituye el indicador externo de este 
mundo interior, subjetivo e inmensamente más rico. La 
conducta es el testimonio objetivo de ese mundo pri­
vado.
El segundo conductismo metodológico renuncia a la 
visión de dos mundos, pero supone, sin embargo, que en 
ese único mundo, los eventos sólo tienen existencia en la 
forma descrita por la física. Lo material, como existencia, 
sólo existe, no en tanto físico, sino como lo físico. De este 
modo, ese mundo subjetivo al que tenemos acceso priva­
do sólo como sujetos, es en realidad un mundo de even­
tos físicos, al que sólo podemos entrar indirectamente, 
mediante la inferencia a partir de los datos públicamente 
verificables del comportamiento externo, de las medidas 
parciales que nos procura la ciencia biológica, o de las 
formas consensualmente validadas de referirnos a dichos
41
eventos privados. Lo psicológico es reductible a lo físico, 
y por consiguiente, a explicaciones de tipo mecánico (aun 
cuando las máquinas actuales son más complejas y con­
tienen nuevas formas de movimiento de lo físico, como lo 
son los procesos electrónicos de los sistemas cibernéticos).
Como no es nuestro propósito profundizar en los as­
pectos relativos a cómo las formaciones ideológicas deter­
minaron históricamente las distintas formulaciones del ob­
jeto de estudio de la psicología, e inclusive la legitimidad 
misma de esta ciencia, sino solamente señalar que existe 
como una constante dicha determinación en la doctrina 
oficial del dualismo, no abundaremos más sobre el parti­
cular.
Es nuestra intención, sin embargo, hacer hincapié, en 
otras formas de relación entre la psicología, como una dis­
ciplina científica (en proyecto o evolución) y las formacio­
nes ideológicas sociales. Nos limitaremos exclusivamente 
a un señalamiento general, pues un examen detallado y 
comprensivo requeriría de un esfuerzo que rebasa a todo 
intento que inicia por ubicar simplemente la problemáti­
ca implicada.
La doctrina oficial del dualismo ha impedido que se 
manifiesten con claridad dos vinculaciones de las repre­
sentaciones ideológicas con la psicología:
1) La manera en que el dualismo ha impregnado y 
permeado las formas ideológicas que se derivan del co­
nocimiento científico, es decir, las concepciones no cien­
tíficas que a nivel social se sustentan en la ciencia. A esto 
lo denominaremos ideología científica, pero a diferencia de 
Althusser (1975), no lo circunscribiremos a la «filosofía es­
pontánea del científico», a la que ya hemos hecho alusión 
en lo previamente examinado, sino que nos referiremos al 
producto de la actividad del científico, que modifica o es 
incorporada a las formaciones ideológicas de una sociedad 
determinada.
2) La legitimidad misma de que las formaciones ideo­
4 2
lógicas, en tanto prácticas materiales de los individuos con­
cretos, sean objeto de estudio científico de la psicología.
Pasemos a examinar estos problemas, aun cuando sea 
en forma por lo demás general.
Mencionamos en primer término que la psicología, no 
sólo es determinada por las representaciones ideológicas, 
sino que en la medida en que constituye, como toda cien­
cia o proyecto de ella, un modo social de conocimiento, 
contribuye a la formación, modificación o consolidación 
de las representaciones ideológicas. La historia de la cien­
cia, muestra cómo ésta ha estado, en ciertas épocas, en 
conflicto abierto con las verdades sociales establecidas, 
verdades sociales que representan una concepción del mun­
do, de lo que existe y del papel del hombre y la sociedad 
en esa realidad. El conflicto entre ciencia y sociedad ha 
emergido cuando la ideología producida por la ciencia, en 
vez de consolidar las concepciones del mundo (o de par­
te de él) vigentes, ha cuestionado su legitimidad empírica, 
y ha amenazado, por consiguiente, con alterar las forma­
ciones ideológicas en vez de sustentarlas o consolidarlas. 
La ideología científica lo es en la medida en que consti­
tuye o contribuye a la formulación social de una repre­
sentación del mundo, y por ende, del papel del hombre 
en ese mundo. No hay pues una contraposición, para no­
sotros, entre ciencia e ideología, sino más bien en la na­
turaleza del sustento que da origen y mantiene a las for­
maciones ideológicas. No sólo la ciencia no es inmune a 
la ideología, sino que tampoco la ideología es independien­
te de la ciencia. Ambas se determinan e influyen recípro­
camente como modos sociales de conocimiento. Los episo­
dios protagonizados por Galileo, Darwin, Marx y otros, 
ilustran con toda nitidez la contradicción que emerge en­
tre ciencia e ideología en tanto ambas son factores comu­
nes de una misma formación social de conocimiento4.
4. El proceso de superación del conflicto entre formaciones 
ideológicas sociales no se da necesariam ente con la superación
4 3
En el caso dela psicología, después de la incorporación 
ideológica del psicoanálisis, que nunca se desvinculó del 
dualismo oficial, el conductismo representa este momento 
de inicio de las contradicciones en las formaciones ideo­
lógicas sociales: la ciencia o su proyecto construye ideo­
logía que se aparta y opone a la ideología dominante. La 
contradicción se resuelve gradualmente de dos maneras 
posibles: o se anula la legitimidad del proyecto y se le rein­
corpora hispotasiado en la ideología vigente; o bien, esta 
nueva ideología transforma parcialmente a la ideología exis­
tente, hasta que al darse las condiciones sociales apropia­
das, se convierte a su vez en ideología «oficial». El si­
glo xx, y por consiguiente nosotros, somos testigos de este 
proceso ideológico sin conclusión todavía en la psicología. 
La psicología es conductista toda ella, o bien porque lo es 
en sentido estricto, o bien porque se le combate en forma 
ya sea directa o encubierta. El conductismo, y las varian­
tes que bajo su nombre han emergido, son el escenario del 
conflicto entre las formaciones sociales ideológicas respec­
to al papel y determinación de la actividad concreta de los 
hombres concretos en la naturaleza y la sociedad* 5.
Hay pocos escritos en relación al análisis de esta pro­
de las form as estructurales de la sociedad que les dio origen —el 
m odo de producción. Un ejem plo ilustrativo de esto es la perm a­
nencia de la ideología cristiana ante diferentes form as de estruc­
tu ra social, y en contradicción con las ideologías científicas y no 
científicas generadas p o r estas form aciones sociales. La plasticidad 
ideológica del cristianism o constituye sin lugar a dudas, como ocu­
rre con todas las grandes religiones por ejem plo, no un simple 
problem a de in terpretación tam bién ideológica, sino un motivo de 
estudio científico en lo colectivo y en lo individual.
5. Com entario aparte m erecen aquellos "lissenkianos" de la 
psicología y la ciencia social, que confunden la determ inación y 
existencia m aterial de la ideología con las form ulaciones economi- 
cistas, h isto ric istas e incluso ¡geográficas! del problem a de la de­
term inación de la “subjetiv idad" del ser hum ano Para estos pro­
fetas del nuevo dogma, el conductism o no da o tro horizonte con­
ceptual m ás que el de ser un producto ideológico del pragm atism o 
filosófico del im perialism o norteam ericano. ¡Marx se apiade de 
ellos!
4 4
blemática. Cabe aquí destacar el examen que realiza Samp- 
son (1981) sobre el significado ideológico de las aproxi­
maciones cognoscitivistas en psicología. Tomando como 
base cuatro problemas (la interacción sujeto-objeto, la ob­
jetividad de la realidad, la reificación psicológica, y el in­
terés técnico del conocimiento), Sampson demuestra el 
carácter esencialmente ideológico de diversas formulacio­
nes cognoscitivistas de la problemática psicológica, no en 
tanto los datos empíricos que las acompañan o fundamen­
ta sean en sí engañosos, sino en la medida en que las pre­
misas y conclusiones que los contextúan trascienden di­
chos datos. Resumiendo su análisis, dice que « específi­
camente, si los problemas observados yacen en las reduc­
ciones duales de individualismo y subjetivismo, el reme­
dio, en parte, requeriría la adopción de una psicología no 
reduccionista» (p. 739).
El análisis crítico esbozado por Sampson de la llama­
da psicología cognoscitiva, podría extenderse a otras for­
mas conceptualización dualista con resultados semejantes, 
vbgr., las teorías de rasgos, las teorías basadas en mode­
los analógicos de procesamiento de información, las teo­
rías psicobiológicas de la conducta, y otras más. En to­
das ellas, siempre trasluce una determinación del compor­
tamiento que radica en el interior del propio sujeto u or­
ganismo y que es relativamente fija e inmune a las carac­
terísticas del ambiente exterior. Las relaciones con dicho 
medio se objetalizan como procesos nerviosos o menta­
les supuestos que, a la vez que se infieren del comporta­
miento en interacción con el ambiente, se consideran su 
causa primordial.
Un segundo punto de suma importancia en lo que toca 
a la relación entre la psicología como productora de ideo­
logía y las formaciones sociales ideológicas vigentes es 
¿en qué medida pueden desvincularse dichas formaciones 
ideológicas de las prácticas concretas de los individuos en 
sociedad?
4 5
Hasta la fecha, el examen sistemático de la ideología 
se ha limitado a la ciencia social (politología, sociología, 
historia, antropología), en la medida en que la ideología 
se ha concebido como la articulación de una serie de re­
laciones sociales en la estructura básica provista por un 
modo de producción particular (Gramsci, 1967; Luporini 
y Serení, 1973). No obstante, es necesario señalar que di­
chas formaciones sociales, descritas como relaciones ideo­
lógicas, constituyen conceptos que señalan un nivel de abs­
tracción que trasciende el comportamiento de los indivi­
duos envueltos en dichas relaciones. Las relaciones abs­
traídas toman como objeto concreto de análisis a la so­
ciedad en su conjunto, en cuanto campo interdependiente 
de determinaciones en lo histórico y lo sistemático. Este 
análisis, no excluye, sin embargo, la posibilidad, la nece­
sidad, subrayaríamos, de un examen cuidadoso de cómo 
esas formaciones sociales se manifiestan y expresan en las 
prácticas sociales de los individuos concretos. La ciencia 
social, aun cuando reconoce la problemática del indivi­
duo, no puede abordarla por su misma naturaleza y obje­
to. El individuo concreto, para la ciencia social, no cons­
tituye más que una abstracción de una de las bases ma­
teriales sobre las que se edifican las relaciones sociales.
Luporini (1973), al tratar esta cuestión, señala que 
«...los “hombres” de Marx (en cambio), se encuentran siem­
pre dentro de las “relaciones sociales”, aunque éstas sean 
creadas por ellos (por su trabajo: el hombre hace su pro­
pia historia, etc.). Los individuos están inicialmente con­
dicionados y determinados por tales relaciones antes de 
poderlas modificar, eventualmente y dentro de ciertas con­
diciones. En otras palabras, nunca encontramos a los 
hombres sueltos. Sin embargo, esto no significa que el in­
dividuo sea disuelto en sus “relaciones sociales”. Todo lo 
contrario: esto significa que el problema del individuo 
humano no es simple y puede ser planteado correctamen­
te sólo a partir de la situación indicada... (los individuos
46
humanos) ...se trata evidentemente de una abstracción, 
pero de una abstracción necesaria, científica, que es legi­
timada por el hecho de que de cualquier manera los “in­
dividuos humanos vivientes” existen efectivamente. Con las 
palabras “individuos desnudos” quiero significar la abs­
tracción más general correspondiente a esa realidad, vale 
decir, el hecho de que todo hombre, en cualquier relación 
en que se encuentre, debe ser al menos o también conta­
bilizado prácticamente como uno... Es por tanto una no­
ción muy simple y evidente... la noción es potentísima con 
respecto a las “ciencias humanas”, respecto a las cuales, es 
tan funcional como respecto a las ciencias biológicas...» 
(p. 42).
De esta cita puede desprenderse la complementariedad, 
e incluso la necesidad, del análisis de la práctica social 
individual respecto del examen de las características ge­
nerales de las relaciones que definen a una formación so­
cial particular. Partiendo de la base de que las prácticas 
individuales concretas no pueden aislarse ni genética ni 
contextualmente del sistema de relaciones sociales en que 
se dan, debe subrayarse que el estudio científico de dichas 
prácticas individuales, en lo que toca a los procesos de su 
transmisión y reproducción, cae, fundamentalmente bajo 
la cobertura de la psicología.
Consideramos que sólo de una aproximación conduc- 
tista, que haga hincapié en el estudio objetivo de la in­
teracción construida del individuo con su medio social, 
puede esperarse la posibilidad de aprehenderel proceso 
de esta construcción individual de la práctica social. La 
subjetividad se reduce al proceso idiosincrático de indi­
viduación de esta práctica, y no a un supuesto reflejo o 
reproducción espiritual de las formaciones ideológicas so­
ciales y su sustento estructura en un modo de producción 
particular. De otro modo, la ideología se mantendrá, en lo 
que toca a las prácticas sociales de los hombres concre­
tos, en el nivel de la pura abstracción ,o como ha venido
4 7
ocurriendo a la fecha, como la reificación de una subjeti­
vidad que, constituida en reflejo mecánico de lo social, 
se erige en causa hipostasiada de esa práctica.
REFERENCIAS
Althusser , Louis: Curso de Filosofía Marxista para Cien­
tíficos. México: Diez, 1975.
Gramsci, Antonio: La Formación de los Intelectuales. Mé­
xico: Grijalbo, 1967.
Luporini, C.: Dialéctica Marxista e Historicismo. En C. 
Luporini y E. Serení (Dirs.), El Concepto de Formación 
Económico Social. México: Grijalbo, 1973.
— y Serení, E.: El Concepto de Formación Económico So­
cial. México: Grijalbo, 1973.
Ryle, Gilbert: The Concept of Mind. Nueva York: Bar- 
nes & Noble, 1949.
Sampson, Edward E.: Cognitive Psychology as Ideology. 
American Psychologist, 1981, 36, 730-743.
48
3. TOPICOS Y CONCEPTOS EN LA TEORIA 
DE LA CONDUCTA6
En la actualidad, nadie argumentaría en contra del pa­
pel fundamental que desempeña la teoría en el desarrollo 
y construcción de la ciencia. No obstante, la psicología, y 
en este caso me refiero a la psicología conductista, difí­
cilmente puede plantear la existencia de un cuerpo de 
conceptos y definiciones coherente y sistemático, capaz 
de cubrir el rango completo de fenómenos comprendidos 
bajo la denominación de conducta7. Si la consideramos 
como la teoría desarrollada desde que Watson anunció 
formalmente el nacimiento de la nueva ciencia en 1913, se 
trata del tipo de teoría en que no estamos interesados. En 
este respecto, el análisis realizado por Skinner (1950) so­
bre las teorías del aprendizaje en boga entre los cuaren­
6. Una versión inicial de este m anuscrito fue leída en la Sexta 
Reunión Anual de la Association for Behavior Anaíysis, en Dear- 
bom (Mich.), EE.UU., mayo de 1980. Deseo expresar m i reconoci­
m iento por la lectura cuidadosa que hicieron de este m anuscrito 
.1. R. K an to r y Sidney W. Bijou, y sus valiosas recom endaciones 
para m ejorarlo .
7. Hago referencia al m ovim iento conductista enm arcado por 
la teoría del condicionam iento así como al denom inado conduc- 
lism o social. La psicología in terconductual, tal como la form uló 
K antor no se a ju s ta a esta crítica. No obstante, aun cuando pro­
veía las condiciones necesarias para el desarro llo de una teoría de 
la conducta, no fue tan influyente como los enfoques basados en 
el condicionam iento.
4 9
ta y los sesenta, es todavía válido, con la enumeración 
sumaria de los puntos ciegos que deben ser evitados en 
la construcción de una teoría científica de la conducta. 
Estas eran teorías del aprendizaje expresadas en térmi­
nos del sistema nervioso, de eventos mentales o de even­
tos explicativos no observados directamente. Estas tres 
teorías se consideraron como teoría incorrecta «en el sen­
tido de que ellas no se expresaban en los mismos térmi­
nos y no podían confirmarse con los mismos métodos que 
los hechos que supuestamente explicaban» (p. 193). Pero, 
desafortunadamente, saber lo que no debe hacerse como 
teoría, no nos proporciona los conceptos, definiciones y 
reglas para formular una estructura teórica a nuestra cien­
cia. Es nuestro propósito señalar algunos problemas ge­
nerales relacionados con la integración de una teoría de 
la conducta.
Con el objeto de apoyar nuestra postura, enumerare­
mos los diversos criterios que debe satisfacer la construc­
ción de una teoría científica:
a) Definir el dominio u objeto de estudio de la disci­
plina, y su relación con otros campos de la ciencia;
b) Proporcionar los criterios metodológicos para cla­
sificar ese dominio de eventos y seleccionar aquellas 
propiedades y relaciones consideradas como las más 
pertinentes;
c) Formular conceptos, definiciones y reglas básicas 
para diferentes tipos de eventos, datos y operacio­
nes, a fin de armonizar la interacción entre la in­
vestigación científica y los procedimientos observa- 
cionales, con los eventos y objetos con los que tra­
ta la disciplina;
d) Integrar observaciones no relacionadas y aun con- 
tradffctorias, mediante la derivación de conceptos 
que reflejen las propiedades de los eventos y las in-
acciones; y
5 0
e) Abrir nuevos dominios empíricos y conceptuales 
en el cumplimiento de su función heurística, esen­
cial a cualquier sistema teórico.
¿Cuáles son los logros de la teoría moderna de la 
conducta en este respecto? Demos un rápido vistazo.
a) El concepto de conducta parece haber sufrido una 
serie de transformaciones que no son sólo de na­
turaleza lógica, sino que representan también un 
cambio epistémico o semántico en relación al do­
minio empírico de eventos con los que trata la psi­
cología. Watson (1924) definió inicialmente la con­
ducta como «lo que el organismo hace o dice», es 
decir, como aquellas actividades observables del 
organismo, y aun cuando distinguió entre respues­
tas manifiestas y cubiertas, las últimas siempre te­
nían que ser referibles a un sistema reactivo fisio­
lógico, como ocurrió en el caso del lenguaje. Esta 
concepción de la conducta es más restringida que 
la que expuso por vez primera Skinner (1938), como 
«la parte del funcionamiento de un organismo que 
se ocupa de actuar sobre o tener intercambios con 
el mundo externo». Sin embargo, la naturaleza in­
teractiva de la conducta se veía constreñida por su 
formulación en términos físicos como «movimien­
tos de un organismo o de sus partes en un marco 
de referencia proporcionado por él organismo mis­
mo o por diversos objetos externos o campos de 
fuerza». En dichas formulaciones todavía se identi­
fica la conducta con la actividad del organismo, aun 
cuando se subrayan sus efectos sobre el ambiente. 
Esto es totalmente distinto de su propia definición 
(Skinner, 1957, pp. 224-225) al tratar la conducta 
verbal como un episodio entre un hablante y un 
escucha. En este caso, la conducta no se limita a
51
la actividad del organismo, sino que se identifica 
con la interacción misma entre los dos actores del 
episodio verbal. Se ignora a los movimientos como 
propiedades definitorias de la conducta y el con­
cepto se vuelve virtual, pero no formalmente, idén­
tico al de intercambio o interacción. Esta reformu­
lación se aproxima a la concepción de Kantor (1959) 
sobre la interconducta. Kantor iguala la intercon­
ducta con un campo psicológico. El campo psico­
lógico consiste en segmentos de conducta que cons­
tituyen sistemas integrados de factores, incluyendo 
una función de estímulo y respuesta (la interac­
ción del organismo con los objetos de estímulo), 
la historia interconductual, los factores disposicio- 
nales situacionales y los medios de contacto. El 
evento no es identificable en términos exclusivos de 
las respuestas. Es innecesario añadir que en la ma­
yor parte del análisis teórico y experimental de la 
conducta, las dos primeras definiciones constitu­
yen el marco de referencia fundamental,
b) La teoría actual de la conducta se originó primor­
dialmente en la teoría del condicionamiento, y en 
última instancia, en el paradigma del reflejo. El tra­
bajo inicial de Skinner (1931, 1935a) ilustra cómo 
el proceso de selección de la unidad de análisis y 
la segmentación «natural» de la conducta no fue 
independiente de supuestos fundamentales que sub­
yacían a una concepción lineal y molecular enmar­
cada por dicho paradigma. Se consideró que las 
medidas puntuales de topografías limitadas en una 
posición espacial fija eran representativas del flujo 
continuo de la conducta. De este modo, la selección 
de una respuesta discreta, repetitiva, en el condi­
cionamiento operante, no era

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