Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
EXIONES CRITICAS Emilio Ribes Iñesta editorialfontanella El conduc tism o: reflex iones c ríticas B rev iario s de C onducta h u m an a , n.” colección d irig ida por RAMON BAYES JUAN MASANA JO SE TORO Emilio Ribes Iñesta EL CONDUCTISMO: REFLEXIONES CRITICAS Prólogo de R a m ó n B a y é s B arcelona, 1982 © Emilio Ribes Iñesta, 1982 © de la presente edición EDITORIAL FONTANELLA, S.A. Escorial, 50. Barcelona-24. 1982 Primera edición: marzo 1982 Prinled iti Spain - Impreso en España por Gráficas Diamante, Zamora, 83. Barcelona-18. Depósito legal: B. 11049-1982 ISBN: 84-244-0507-2 A Sylvia, catorce años después PROLOGO Personalmente, considero que excepto en raras, m uy raras, ocasiones, los prólogos poseen únicam ente una fun ción de relleno parecida a la de los docum entales y cor tos que preceden a la película por la que el espectador se interesa y por la que ha pagado su, cada día más, cos tosa entrada. Suelo asociarlos — no sin cierta nostalgia— a aquellos plúm beos noticiarios NO-DO que los españo les de la pre-democracia nos veíamos obligados a soportar antes de que H um phrey Bogart pudiera entrar en acción. Y sin embargo, a pesar de lo hondo de esta convicción, esta vez no he conseguido librarme de la obligación de redactar las presentes líneas. Dos son las razones que me han decidido. Ante todo, la insistencia del autor, con quien me une una excelente amistad, pero también el hecho de que el libro se publi que en España — este prólogo tendría poco sentido si la obra se editase en América Latina, donde la trayectoria de Emilio Ribes es sobradamente conocida—. En efecto, en nuestro país, debido sobre todo a la amplia difusión con seguida por uno de sus libros (Ribes, 1972) y a algunas conferencias pronunciadas en Barcelona, Madrid y otras poblaciones españolas, se suele encuadrar a Ribes dentro de los estrechos lím ites de la aplicación de las técnicas 7 de modificación de conducta a la educación de niños con retardo en el desarrollo, cuando, desde hace ya varios años, sin desdeñar esta área de trabajo, la mantiene práctica mente en la reserva, dedicando el grueso de su esfuerzo a una extraordinaria labor teórica y epistemológica, una pequeña muestra de la cual lo constituye el contenido del presente volumen. De los hombres y mujeres que he conocido a lo largo de mi vida, pocos, muy pocos, han conseguido impresio narme. He de confesar que Emilio Ribes es uno de ellos. De haber vivido en el siglo XV, hubiera sido, probable mente, un perfecto hombre del Renacimiento: líder y cien tífico al mismo tiempo; profundamente interesado por los problemas filosóficos, epistemológicos y políticos, y, a la vez, por la literatura, el teatro, la pintura y la música. No deja de ser paradójico que el mexicano Emilio Ri bes, uno de los autores que más están influyendo en el desarrollo de la Psicología latinoamericana, haya nacido en Barcelona —ciudad de la que continúa enamorado— y hable correctamente el catalán. En realidad, marchó con sus padres a México a la edad de 3 años y allí se educó, se casó, tuvo hijos y organizó su vida; en 1982 cumplirá 38 años. Ha sido el primer autor latinoamericano en es cribir un libro original sobre modificación de conducta y también el primero en establecer estudios sistemáticos para postgraduados en este campo. De 1964 a 1971 es profesor del Departamento de Psi cología de la Universidad de Veracruz, en Xalapa. En 1971 y 1972, la mayoría de profesores de Psicología de esta Uni versidad se trasladan a la Universidad Nacional Autóno ma de México, en ciudad de México, y con ellos marcha Emilio Ribes, consolidando los programas de análisis de la conducta existentes en los cursos de licenciatura y crean do un programa de post-grado que ha tenido gran influen cia en la formación de investigadores y analistas conduc- 8 tuales, no sólo de México sino de todo el continente (cfr. Colotla y Ribes, 1981). En 1975, la Universidad Nacional Autónoma de México, para descongestionar y racionalizar sus instalaciones, crea el nuevo campus de Iztacala en Tlalnepantla, cerca de ciu dad de México, nombrando coordinador de la Escuela de Psicología a Emilio Ribes, al que ofrece la oportunidad de implantar un nuevo diseño curricular. Este, al frente de un valioso equipo —Backhoff, Robles, López-Valadés, Ga- lindo, Seligson, Varela, etc.—, se dedica con entusiasmo a la elaboración de un ambicioso y revolucionario plan de estudios íntegramente estructurado desde una perspec tiva conductual. En el mismo se subrayan dos aspectos esenciales: «primero, la formulación de las actividades pro fesionales específicas que debe desempeñar un psicólogo en la sociedad, considerando los problemas prácticos que debe resolver; y segundo, los programas de entrenamiento particulares, los cuales deben desarrollar habilidades y conductas que sean representativas de las actividades ter minales» (Ribes, 1980). El modelo de Psicología Iztacala, actualmente en marcha, ha puesto de relieve tres facetas diferentes, aunque íntimamente vinculadas: «a) el desarro llo de un sistema educativo congruente con una práctica científica derivada de la psicología; b) la configuración de un modelo científico capaz de sistematizar e integrar los más variados fenómenos psicológicos desde una perspecti va conductual, superando las limitaciones inherentes al paradigma de condicionamiento; y c) la definición de un nuevo papel profesional del psicólogo, ubicando su inser ción social con base en un contexto ideológico preciso y comprometido» (Ribes, Fernández, Rueda, Talento y Ló pez, 1980, pág. 5). Algunas de estas facetas se abordan en El conductismo: reflexiones críticas en el punto de ela boración en que se encontraban al finalizar el año 1981. En la actualidad, el psicólogo Emilio Ribes es coordi nador general de investigación de todo el campus de Iz- 9 tacala, campus piloto especializado en Ciencias de la Sa lud que incluye las carreras de Biología, Medicina, Psico logía, Odontología y Enfermería. A pesar de que, como investigador, ha llevado a cabo interesantes estudios empíricos, no es sobre su trabajo en el laboratorio que desearíamos atraer, en este momento, la atención del lector. Como señalan Riera y Roca (1981), en las palabras con que nos introducen a una interesante entrevista que efectuaron a Ribes durante el verano de 1980, el interés primordial por conocer su punto de vista radica en que nuestro autor lleva a cabo una crítica pro funda del conductismo sin salirse del marco objetivo de una ciencia natural. Este aspecto, de acuerdo con las pa labras con las que el propio Ribes inicia su andadura en el presente libro, constituye el principal objetivo de la obra que el lector tiene entre las manos. Una ciencia supone, esencialmente, dos cosas: la defi nición de su objeto de estudio y una metodología de aná lisis centrada en la observación y el experimento, es decir, en la observación controlada. Ribes, desde el primer capí tulo, trata ya de «coger el toro por los cuernos» y delimi tar el campo de la Psicología. Para él su objeto de estu dio es, evidentemente, la conducta, pero, a diferencia de otros conductistas —entre los cuates hace pocos años me contaba—, no define la conducta como lo que el organis mo hace; para él —en línea con Kantor— la conducta es la interacción del organismo con alguna otra cosa: con ducta es interacción. En su opinión, de la misma manera que a los biólogos les interesan los cambios que tienen lugar en el organismo, a los psicólogos lo que debería in teresarles son los cambios que tienen lugar en las inter acciones de los organismos con el medio. Junto a estos dos distintivos básicos de la ciencia, Ri bes señala la urgente necesidad de disponer, en el mo mento presente, de un marco teórico que permita situar conceptualmente los datos empíricos que se vayan obte- 10 niendo. Es preciso observar los fenóm enos deforma es tricta y fiable, sin duda alguna, pero debe existir una teo ría que nos indique qué es lo que debemos observar y cómo debemos relacionar lo observado con los datos que ya poseemos. Frente a los que, junto a Macquenzie {1911), se esfuer zan por redactar, con buena letra, la nota necrológica del conductismo, se alinean otros, como Ribes, como Schoen- feld (1912), que tratan de encontrar una salida a la crisis sin abandonar las coordenadas metodológicas conductis- tas. El ambicioso proyecto de Ribes, algunas de cuyas ca racterísticas principales quedan patentes en el Capítulo tercero, consiste en la elaboración de una teoría capaz de integrar todos los datos conductuales —diferenciando, cua litativamente, los com portam ientos animal y humano— y que debe surgir tras efectuar una crítica a fondo del insa tisfactorio paradigma actual de condicionamiento; como nos señala en el últim o párrafo del Capítulo cuarto: si el análisis de la conducta se propone constituirse en una teoría general de la conducta que represente el cuerpo orgánico de una ciencia psicológica, se de ben cap tar las cualidades distintivas de las interac ciones conductuales, sin tem or de cuestionar la ex trem a simplicidad y linealidad de nuestros enfoques teóricos actuales. Nuestro m ejor reconocimiento a los esfuerzos teóricos realizados en el pasado, debe ser exam inar aquellos aspectos que han sido seña lados correctam ente, en vez de restringir la signifi cación de la problem ática de la conducta hum ana a los confines de sus limitaciones conceptuales. No quisiéramos fatigar al lector ni encarecer el pre cio del libro con nuevas páginas. Estamos plenamente con vencidos de que si nuestros estudiosos, preocupados por encontrar una solución a la crisis que, sin duda alguna, 11 nuestra disciplina tiene planteada, dirigen su atención ha cia los trabajos que constituyen la presente obra, de ello sólo podrán obtenerse beneficios. No hay duda de que el pensamiento de Ribes, aunque profundamente im pregnado de las enseñanzas de Bijou, Schoenfeld y Kan- tor —venerable nonagenario cuya fotografía preside, sim bólicamente, su despacho de Izlacala— posee, junto a su promesa de futuro, una innegable y turbadora origina lidad. Ramón Bayés Barcelona, enero de 1982 REFERENCIAS Colotla, V. A. y Ribes, E.: Behavior analysis in Latín Ame rica: a historical overview. Spanish-Language Psycho- logy, 1981, 1, 121-136. MacKenzie, B. D.: Behaviourism and the limits of scien- tific method. Atlantic Highlands, Nueva Jersey: Huma- nities Press, 1977. R ibes, E.: Técnicas de modificación de conducta. Su apli cación al retardo en el desarrollo. México: Trillas, 1972. Ribes, E.: El diseño curricular en la enseñanza superior desde una perspectiva conductual: historia de un caso. En E. Ribes, C. Fernández, M. Rueda, M. Talento y F. López, Enseñanza, ejercicio e investigación de la psico logía. Un modelo integral. México: Trillas, 1980, pág. R ibes, E., Fernández, C., Rueda, M„ Talento, M. y López, F.: Enseñanza, ejercicio e investigación de la psicología. Un modelo integral. México: Trillas, 1980. Rtera, J. y Roca, J.: Entrevista con E. Ribes Iñesta. Estu dios de Psicología, 1981, n.” 4, 3-23. Schoenfeld, W. N.: Problems in modera behavior theory. Conditional Reflex, 1972, 7 (n.° 1), 33-65. 12 A MANERA DE INTRODUCCION Y ADVERTENCIA Este libro contiene, como su título general lo indica, un conjunto de reflexiones críticas sobre el conductismo. Pero, vale aclarar, son las críticas al conductismo hechas por un conductista. El conductismo, a diferencia de las teorías psicológicas formuladas como un todo acabado, constituye una filosofía de la ciencia psicológica, y como toda filosofía de la ciencia genuina, no es más que la re flexión sobre el propio desarrollo teórico y empírico de la disciplina. Como filosofía de la ciencia, el conductismo irrumpió en la escena psicológica dotando a esta discipli na de un objeto propio de conocimiento. La conducta, cua lesquiera sea la conceptualización que se le haya venido dando a lo largo de este siglo, constituyó el objeto de es tudio que le daba especificidad como disciplina científica a la psicología. Y es por ello, que la psicología científica quedó marcada por el conductismo. Aun aquellos que se declaran anticonductistas tienen que aceptar que sus ar gumentos giran en torno a la demostración de que la psi cología estudia «algo más» que la conducta, y que este «algo más» forzosamente debe tomar en consideración, como indicador empírico inevitable, a la conducta. Cons tituyen la gran legión de los conductistas metodológicos, 13 unos de ellos conscientes de su condición, otros todavía vergonzantes de ella. Pero no es el conductismo metodológico sobre el cual he intentado reflexionar críticamente, pues de algún modo, mi elección del análisis experimental de la conducta como metodología de la investigación científica, me había per mitido superar dicha aproximación general. Es precisa mente la teoría de la conducta cimentada en el análisis experimental y aplicado de la conducta, que ha constitui do mi práctica científica y profesional en los últimos quin ce años, sobre la que me he propuesto reflexionar. Esta reflexión crítica es, sin embargo, una reflexión desde el interior de la disciplina. No es una andanada fácil y even tual desde el exterior, sino más bien el retorno a pro fundizar sobre los fundamentos de nuestra ciencia. Para hacer filosofía de la ciencia se debe haber hecho y estar haciendo ciencia. La filosofía de la ciencia no es más que explicitar los supuestos que orientan y fundamen tan nuestras acciones teóricas y de investigación cotidia nas, vbgr., qué es lo que consideramos como conducta, qué medidas de la conducta son las pertinentes, cómo abor dar la determinación de la conducta, qué paradigmas se leccionar en la descripción de nuestro objeto de estudio, etcétera. Y como la filosofía de la ciencia se hace con juntamente con el hacer ciencia, hágase o no deliberada mente, la filosofía de la ciencia se enriquece con el de sarrollo y evolución de la disciplina correspondiente. No volvemos a la filosofía como un reducto de la pureza y justeza conceptual que sopese si nuestra actividad cientí fica ha sido adecuada o no. Volvemos a los fundamentos y supuestos de nuestra ciencia, o para subrayarlo, de nues tra concepción sobre lo que es la psicología y cómo hacer de ella una disciplina científica, para explicitar y ampliar esa filosofía que se construye paralelamente con el queha cer científico. No se trata pues de un juicio filosófico del análisis experimental de la conducta. Se trata de aprove- 14 char el largo recorrido que ha hecho la psicología conduc- tista para reexaminar nuestras concepciones, ampliarlas, corregirlas, y de esta manera, explicitar la filosofía de la ciencia, el conductismo, que evoluciona junto con la dis ciplina empírica correspondiente. No obstante, en este volumen no se pretende efectuar un análisis sistemático de esta problemática. Por tratar se de un conjunto de ensayos separados, diversos temas vinculados a ella aparecen examinados en diferentes con textos. Sin embargo, a todos los articula un denominador común: la preocupación por determinar con precisión el objeto de estudio de la psicología, las características pa radigmáticas de esta ciencia, y su inserción en el quehacer social de las disciplinas científicas. Estos ensayos han ido apareciendo colateralmente a un esfuerzo sistemático en el proceso por formular una teoría de la conducta, en el sen tido de construir una taxonomía paradigmática, a partir del concepto de conducta como interacción construida, que permita abordar, sin reduccionismos, la complejidad y ri queza de la conducta humana, conservando el rigor y la solidez que le procura el firme fundamento del análisis experimental de la conducta animal. Aun cuando existen antecedentes inmediatos de este propósito(Ribes, Fernán dez, Rueda, López y Talento, 1980), consideramos que los escritos en este volumen, así como el que está en proceso (cuyo título tentativo será Teoría de la Conducta: un aná- tisis de campo y paramétrico), superan muchas de las po siciones previamente expuestas. Un leit-motiv adicional ha sido el escarbar en los fun damentos e implicaciones ideológicas del conductismo. La tradición judeo-cristiana del pensamiento occidental ha sido, incluso mucho antes del pronunciamiento watsonia- no, profundamente anticonductista. No es de extrañar, pues, que el conductismo, especialmente en su versión no metodológica, haya suscitado fuertes embates de rechazo, muchos de ellos propiciados por la ignorancia, otros, en 15 cambio, por un entendimiento cuestionable. Los conduc- tistas hemos dejado el problema de la ideología a nues tros enemigos. Hemos cedido el terreno gratuitamente. Considero, sin embargo, que es el momento de percatar se que la ciencia no es inmune a la ideología, sino que en la medida en que se articula con ella de manera comple ja, es necesario desarropar la vestimenta ideológica y des tejer la urdimbre de relaciones que se dan, en múltiples direcciones, entre el conocimiento científico y el cono cimiento ideológico. No sólo es esto importante debido a la necesidad de examinar los orígenes y evolución histó rica de la disciplina, sino también para cotejar en forma argumentada las implicaciones reales que tiene una cien cia de la conducta frente a otros abordajes de lo «psico lógico», los que critican al conductismo desde el nicho de la pureza ideológica y el subjetivismo militante. Cuál no será la sorpresa de muchos de que los conductistas no sólo no rehuyamos la argumentación ideológica, sino que al contrario, podamos establecer dicha discusión sobre ba ses más firmes, el de la ideología como la práctica indivi dual concreta de los hombres en circunstancias históricas particulares. Se hace, por lo tanto, un primer esfuerzo en esta dirección. El volumen está dividido en tres secciones temáticas generales. Una primera, que aborda algunos problemas epistémicos e ideológicos de la disciplina. La segunda, que trata del examen crítico de la teoría de la conducta con temporánea. Una última, dedicada al análisis de las rela ciones entre la ciencia básica y sus aplicaciones y el modo de articulación del conocimiento científico con lo social. Finalmente, y aun cuando esto se haga obvio en el trans curso de la lectura del volumen, deseo expresar mi deuda de gratitud con aquellos científicos que han influido inad vertida o responsablemente en la conformación de mi pen samiento actual, muy especialmente Sidney W. Bijou, Wil- liam N. Schoenfeld, y J. R. Kantor. Mi interacción perso 16 nal con ellos me ha permitido aprender más de la psico logía y del quehacer científico, que el alud de informa ción y datos que caracteriza a la producción disciplinaria actual. E milio Ribes Iñesta Naucalpan, México, noviembre de 1981. 17 1. LA NATURALEZA DE LAS LEYES EN EL ESTUDIO DEL COMPORTAMIENTO El examen de la naturaleza de las leyes del com porta m iento no es ajeno a un análisis del objeto de estudio de la Psicología, y de la naturaleza de las explicaciones que este objeto impone. No es necesario abundar sobre el hecho de que la definición epistemológica de un objeto teó rico determ ina no sólo el espectro em pírico del conoci m iento científico, sino tam bién el concepto mismo de le galidad de los eventos com prendidos. En el caso de la Psicología, por la naturaleza peculiar de su proceso constitutivo como disciplina científica, este problem a adquiere características especiales. Su ubica ción como ciencia natu ral o social y la existencia de fe nómenos internos o m entales son centrales a esta proble mática. R em ontarnos a Aristóteles como punto de parti da, puede ser de utilidad para fundam entar la posición que sostenemos. El concepto de alma justificaba para Aris tóteles no sólo la delim itación de un campo de organiza ción de la realidad específica dentro de la «física» de su tiempo, sino tam bién una metodología teórica y em pírica congruentes con dicha especificidad ontológica y episté- mica. De ahí el interés que presta al examen del alma (De 1. Ponencia leída en el In s titu to de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, 4 Diciembre 1980. 19 Anima) y su conceptualización. El alma, para Aristóteles, no se da sin cuerpo y por consiguiente no es independien te de la materia. Tampoco es potencia (facultades), sino acto que se da como organización de la materia en fun ción. Nada más lejano a la concepción aristotélica que un alma vuelta sustancia que interactúa con el cuerpo como facultad que lo potencia: «Las afecciones del alma no son separables de la materia natural de los animales en la medida en que les corresponde tal tipo de afecciones... y que se tra ta de un caso distinto al de la línea y la superficie» (De Anima, p. 136). «El alma es necesariamente enti dad en cuanto forma específica de un cuerpo natu ral que en potencia tiene vida» (p. 168, ibid)... «es el alma, a saber, la entidad definitoria, esto es la esen cia de tal tipo de cuerpo» (p. 169, ibid)... «El alma ni se da sin un cuerpo ni es en sí misma un cuerpo. Cuerpo, desde luego, no es, pero sí, algo del cuerpo, y de ahí que se dé en un cuerpo y, más precisamente, en un determinado tipo de cuerpo» (p. 114, ibid). Es con los patriarcas de la Iglesia y los neoplatóni- cos, que culminan en el pensamiento agustiniano y to mista, que el alma aristotélica sufre la transformación y metamorfosis conceptual sobre la que descansa todo el pensamiento dualista moderno a partir del racionalismo cartesiano. El alma, de acto de la materia, se convierte en sustancia de la cual la materia es accidente, y la ma teria adquiere y pierde vida como efecto de su ocupación o abandono por el alma. La transmigración agustiniana del alma y su negación de la fiabilidad del conocimiento sensible, son la forma extrema de este dualismo en lo epis- témico: «Pues así como el que sabe poseer un árbol y os da gracias por su uso, aunque ignore cuántos codos tiene de altura o hasta qué anchura se extiende, es mejor que aquél que sabe su medida y contó sus ra id mas y no lo posee, ni conoce, ni ama a Aquél que lo creó»... (Confesiones, Libro V, Capítulo IV). Con Descartes adquiere carta de naturalización cien tífica el dualismo. Nos dice «Examiné atentam ente lo que era yo, y viendo que podía im aginar que carecía de cuer po y que no existía nada en mi ser que estuviera, pero que no podía concebir mi no existencia porque mi mismo pen sam iento de dudar de todo constituía la prueba más evi dente de que yo existía com prendí que yo era una sus tancia, cuya naturaleza o esencia era a su vez el pensa m iento, sustancia que no necesita ningún lugar para ser ni depende de ninguna cosa m aterial; de suerte que este yo —o lo que es lo mismo, el alm a— por el cual soy lo que soy, es enteram ente distinto del cuerpo y m ás fácil de conocer que él» (Discurso del Método, p. 21). La razón, el cogito, como esencia otorgada por la perfección, Dios, es independiente del cuerpo y lo m aterial. Estos son ex plicados por las leyes de la mecánica, de donde surge el concepto de reflejo, al afirm ar que, «...las reglas de la me cánica (que) son las m ismas que las de la naturaleza...» (Discurso del Método, p. 30). El dualismo se subraya al decir que, «ningún otro (error) contribuye tanto a des viar los espíritus del camino recto de la verdad, como el que sostiene que el alma de las bestias es de la misma naturaleza que la nuestra... En cambio, cuando se com prende la diferencia que m edia entre una y otra, se en tienden m ejor las razones que prueban que la nuestra, por su naturaleza, es enteram ente independiente del cuer po...» (Discurso del Método, p. 32) ...«Y aun cuando ten go un cuerpoal cual estoy estrecham ente unido, como por una parte poseo una clara y d istin ta idea de mí mismo, en tanto soy solam ente una cosa que piensa y carece de ex tensión, y por o tra parte tengo una idea distinta del cuer po en tan to es solam ente una cosa extensa y que no pien sa es evidente que yo, mi alma, por la cual soy lo que soy, 21 es com pleta y verdaderam ente d istin ta de mi cuerpo, y puede ser o existir sin él» (Meditaciones M etafísicas, p. 84). No es necesario abundar en citas adicionales de Des cartes para d e ja r sentado con claridad su profunda in fluencia en la formalización del dualismo, ontológico y epistémico, que perm eó la ciencia y cu ltura occidental posterior hasta nuestros días. La «res cógitans» cartesia na tuvo un doble im pacto sobre la psicología. Por una parte, caracterizó un alm a racional, exclusivamente hum a na, no m aterial y no dependiente de la m ateria, que en la m edida en que in teractuaba con la corporeidad m ate rial, del hom bre, la determ inaba en su acción. Así, creó la «mente», alm a interna causa de todo com portam iento o acción Por o tra parte, abrió la posibilidad de explicar otro tipo de acciones, aquellas com partidas con los ani males, m ediante las leyes de lo natural, es decir, de la mecánica, reduciendo al m aterialism o a su form a meca- nicista, como ha ocurrido con la teorización frenológica, tradicional y m oderna, que pretende explicar lo psicoló gico como sim ple acción m ecánica de lo biológico, o como la interacción de m ente (léase res cógitans) y cuerpo (léa se res extensa) en el cerebro. La especificidad de lo psicológico se dio, de este modo, como la especificidad de lo inm aterial, lo menta], la expe riencia consciente, so riesgo de verse reducido a lo m ecá nico-biológico. Tres supuestos fundam entales se derivan de este dualism o cartesiano: 1) I.o mental se concibe como lo causal interno; 2) La interacción del hom bre y de los organism os con su medio es reductible a la acción mecánica, pasi va, refleja; 3) Lo m ental, en tanto sustancia prim aria indepen diente de lo m aterial, obedece principios propios. Aun cuando el dualism o ontológico cartesiano sufrió 22 transform aciones m onistas, su dualism o epistém ico sub sistió hasta nuestros días, tanto bajo el influjo del empi rism o como de las corrientes fenomenológicas y raciona listas m aterialistas, dando lugar a soluciones interaccio nistas o paralelistas diversas. Todas ellas, sin embargo, tienen un denom inador común: se elimina la interacción con el medio como objeto de estudio, y se analizan las ac ciones producidas como acto mediado de una «máquina» o de una m ente internas, o de su interacción inclusive. Antes de seguir, consideram os conveniente detenernos, para exam inar la justcza de p lantear siquiera la existen cia de una especificidad psicológica radicalm ente distinta a las versiones em anadas del dualismo, o coincidir quizá con K ant en que los fenómenos de una psicología racio nal (Crítica de la Razón Pura) no tienen cabida en el co nocimiento científico. Nosotros, evidentem ente, postulam os la existencia de un nivel psicológico en el conocimiento científico de la realidad, independiente, pero com plem en tario, de lo biológico (y de lo social), que se fundam enta en un doble criterio. Por una parte, la especificidad del nivel de organización de los eventos; por otra, la especifi cidad de su historicidad. Como resultante, lo psicológico se da en un nivel organizativo que in tersecta lo biológico y lo social, pero que no es reductible a ninguno de ellos. La conducta como interacción del organism o to tal y su am biente (físico, biológico y /o social) modificable en y por el transcurso de su historia individual, se constitu ye en lo psicológico. Su especificidad histórica lo d istin gue de lo biológico, que se plasm a en la filogenia, y de lo social, construido en lo colectivo. La conducta no es movimiento, ni cambio interno aislado, es movimiento y cambio interno copartícipes de una interacción. La conduc ta es la interacción. Así definida su especificidad, volvamos al reencuentro con el dualism o y su crítica. Para ello, analicemos los su puestos de él derivados. La discusión referente a la dife 23 rencia ontológica de lo mental y lo material no es suscep tible de argumentación empírica, e implica un compromi so materialista como punto de partida del conocimiento científico. Sin embargo, este compromiso no impide la dualidad epistémica implicada como lo testimonia en la historia de la psicología, el intento de Gustav Fechner (en su Elements der Psychophysics) por formular leyes cuan titativas de la interacción psicofísica. El conductismo, formalmente expuesto por J. Watson en su manifiesto de 1913, representa, después de Fechner, un nuevo abordaje, desde la perspectiva materialista, para recapturar la psicología bajo un enfoque no dualista. No obstante, históricamente, este pronunciamiento produjo resultados ambiguos en tanto, por razones intrínsecas a sus circunstancias paradigmáticas, arropó, bajo su lógica positivista, a las concepciones dualistas comprendidas en el mecanicismo y el mentalismo. Analicemos los dos casos. Watson, al limitar la conducta, como objeto de estudio de la psicología, a lo observable como actividad del orga nismo, eliminó la interacción como proceso y circunscri bió su dominio empírico al de los movimientos. Así fue que dio lugar al surgimiento de dos formas de dualismo epistémico: el conductismo metafísico, y el conductismo metodológico. En ambos, el nivel explicativo, la legalidad de la conducta, se desplaza hacia el interior del organis mo, o es sustituido por enunciados lógicos que median la naturaleza empírica de los fenómenos a ser explicados. Entremos en detalle al análisis de estos dos casos, en re lación a las explicaciones mecanicistas y mentalistas o in- ternalistas. En ambos tipos de conductismo se dan los dos tipos de explicaciones, pero bajo diferentes marcos de in dagación empírica. Situemos el caso de la explicación por reducción me- canicista. Esta ha asumido dos formas. Una, en que se establece la identidad de mente y cerebro, definiendo a la primera como la acción de este último. Otra, en que, sin 24 pretender identificar la explicación de la conducta con una localización corporal específica, se plantea en térmi nos de un constructo lógico y sustituye a dicha reducción, bajo el condicionante de un anclaje operacional en las variables de estímulo y respuesta, lo que conforma el mo delo de «caja negra». c Una gran porción de las teorías neuropsicológicas se ajustan a la explicación por identificación reductiva de lo mental a lo neural. Ilustrativo de ellas, es la postura de Donald Hebb (en su Textbook of Psychology), quien dice «La mente y lo mental se refieren a procesos que ocurren dentro de la cabeza y que determinan los nive les superiores de organización de la conducta... En térmi nos generales, hay dos teorías de la mente. Una es ani- mista, una teoría en que el cuerpo es habitado por una entidad —la mente o alma— que es bien diferente de él, y que no tiene nada en común con los procesos corpora les. La segunda teoría es fisiológica o mecanicista: supone que la mente es un proceso corporal, una actividad del ce rebro. La psicología moderna —«concluye»— trabaja sola mente con esta teoría» (p. 3, 1958). No es necesario indi car que gran parte de las críticas aristotélicas a los con ceptos de alma expuestos por Demócrito y Platón, siguen siendo aplicables a esta formulación. Por ejemplo, baste plantear dos preguntas ¿Si la mente es una función cor poral, por qué utilizar conceptos referidos a eventos no corporales? y ¿En caso de que fuera referible a eventos corporales, cómo se transforma en cualidad lo corporal fisiológico a corporal mental? La teoría de Clark Hull es representativa de la expli cación mecánica por reducción a enunciados lógicosfor mulados en términos fisicalistas. Hull (1943, 1951 y 1952) elaboró una teoría del aprendizaje simple, con base en el paradigma del condicionamiento clásico, enunciada me diante postulados, teoremas y corolarios característicos de un sistema formal hipotético-deductivo. Los conceptos cen 25 trales de su teoría, aunque fraseados en lenguaje reduci- ble a térm inos fisiológicos, no sustentaban ninguna refe- ribilidad inm ediata o m ediata a variables em píricas. Es tas, se vinculaban a los conceptos explicativos, como an clas operacionales que perm itían la configuración de los teorem as y corolarios que se derivaban de los postulados del sistem a. Así, la conducta o ejecución, se veía explica da por la interacción form al cuantitativa de variables em píricas agrupadas bajo «conceptos puente» como los de fuerza del hábito, pulsión, huella aferente del estím ulo, in hibición reactiva, potencial oscilatorio, factor de incenti vo y o tros más. La teoría era refutable m ás en térm inos lógicos que em píricos, por el continuo ajuste de las cons tantes em pleadas. A pesar de que fue su inconsistencia in terna la causante de su descrédito últim o, las contradic ciones en que cayó no pueden analizarse como simple erro r metodológico formal, sino más bien como consecuencia natural de las lim itaciones de su dualismo conceptual re duccionista. La legalidad explicativa in terna no se restringe a for mulaciones m ecánicas susceptibles de verificación o an claje empírico, sino que adopta form as disfrazadas de ana logía o en ocasiones posturas ab iertam ente m entalistas. Ejemplos de ello lo constituyen algunos abordajes «cog- noscit¡vistas» contem poráneos. Pribram , G alanter y Miller (1960) por ejemplo, form ulan la regulación de la conduc ta en térm inos de planes, que se estruc tu ran en un siste ma nervioso conceptual no descriptible en térm inos estric tam ente fisiológicos, sino como un sistem a de tipo ciber nético (unidades TOTE). Este sistem a es análogo a una máquina auloregulada, y la explicación se fundam enta, no en las propiedades en últim a instancia del sistem a nervio so, sino di- las m áquinas lógicas adoptadas como modelo. La explicación, v p o r consiguiente la legalidad, se da por isomorfismo. En otros casos, el modelo em pleado no con siste en una entidad mecánica o lógica, sino que hace re- 2 6 ferencia a procesos inferenciales que, tom ados de niveles puram ente simbólicos de descripción (como lo es la lógi ca proposicional o la teoría de la inform ación), se tradu cen (como reificaciones prácticas) a conceptos relativos a estados m entales internos, vbg., conflicto, incertidum bre, expectativas, valor del reforzam iento, etcétera. Estos conceptos, sin la vinculación em pírica rigurosa que carac teriza a los sistem as deductivos, se convierten en h erra mientas ad hoc para justificar la aplicación de modelos, que en cuanto predicen variaciones cuantitativas o cuali tativas de ciertas situaciones em píricas diseñadas ex pro feso, se consideran descriptivos de un orden de legalidad, muy dudoso a nuestro modo de ver. En cualesquier caso, sin embargo, para abordar el pro blema de la naturaleza de las leyes enm arcadas por un estudio científico del com portam iento, consideram os in dispensable analizar con profundidad las implicaciones úl timas de una concepción internalista, mental, de lo psico lógico. La cuestión central radica, a nuestro juicio, en dos puntos fundam entales. El prim ero, en la identificación, con lo interno. El segundo, a la génesis del reporte lingüís tico sobre lo privado, como génesis individual o como gé nesis social. El punto relativo a la identificación de lo privado con lo interno es crucial para la igualación de las distincio nes objetivo-subjetivo con la distinción público-privado, l a dim ensión subjetivo-objetivo parece corresponder, en térm inos de la epistemología tradicional, a la dicotomía idea-materia y presupone de alguna m anera una proble mática equivalente a la dualidad mente-cuerpo. El proble ma radica en ubicar a los eventos privados como eventos objetivos en cuanto a su ocurrencia y restring ir al su jeto a locus parcial del evento. Como locus parcial, el sujeto puede concebirse como respuesta partic ipante de un even to interactivo, cuya ocurrencia o productos parciales de es 27 tímulo no son públicamente observables. Planteado así el asunto, no se trata pues de asumir una cualidad dual de lo observable (en tanto objetivo) y de lo privado (en tanto subjetivo), pues ello significaría reducir la objetivi dad de los fenómenos a lo públicamente verificable, tesis empirista de frágil consistencia epistémica. Como Skin- ner (1945, p. 277) expresa, «la distinción entre público y privado no es en absoluto la misma que la existente entre físico y mental. Esta es la razón que hace que el conduc- tismo metodológico (que adopta el primero) sea muy di ferente del conductismo radical (que cercena el último término en el segundo). El resultado es que, mientras el conductista radical en ciertos casos puede tener en consi deración los hechos privados (tal vez de manera infe rencia!, aunque no por ello con menor sentido), el opera- cionista metodológico se ha colocado en una situación en que no le es posible hacerlo. “La Ciencia no tiene en con sideración los datos privados”, dice Boring. Pero yo dis cuto» —prosigue—, «que mi dolor de muelas es tan físico como mi máquina de escribir, aunque no sea público, y no veo razón porque una ciencia objetiva y operacional no considera los procesos a través de los cuales se adquie re y mantiene un vocabulario descriptivo de un dolor de muelas». Concluye diciendo... «la ironía del caso es que, mientras Boring debe limitarse a una información acerca de mi conducta externa, yo sigo interesándome por lo que podría llamarse Boring-desde-dentro». El problema se plantea pues en otro nivel: ¿cómo los eventos privados, que participan de una interacción pú blica, pueden ser referidos como eventos, y por consi guiente responder a ellos públicamente? Esta es la esen cia de la cuestión que nos traslada al problema de la gé nesis del lenguaje referida a eventos privados. ¿Es esta una génesis individual que se expresa públicamente o se trata de una génesis social que cubre a lo privado y lo torna evento? La respuesta a esta pregunta determina que 2 8 se dé o no una solución dualista al problema representa do por los eventos privados. La cuestión rebasa el marco analítico que implica la posibilidad de traducir términos referidos a eventos men tales en la forma de enunciados descriptivos de las con diciones en que usan ordinariamente dichos términos, pues aun cuando esto contribuye a dar referentes objetivos a prácticas lingüísticas con carga mentalista, no cuestiona la existencia misma de dichos procesos internos, y no con sideramos, como lo plantean algunos autores (Harzem y Miles, 1978) que el simple análisis de la forma en que se expresan enunciados de existencia, supere el problema epistemológico implicado, pues ello significaría reducir el proceso de conocimiento a la sintaxis de los enunciados acerca de lo que se conoce. Skinner (1945, 1957) propone abordar el problema des de la óptica de cómo una comunidad lingüística define criterios públicos que le permitan responder adecuada mente a la presencia de un evento privado. Establece cua tro criterios posibles en este sentido: 1) La existencia de acompañamientos públicos del es tímulo privado; 2) La emisión de respuestas colaterales públicas al estímulo privado; 3) Origen público de las respuestas privadas; y 4) Que una respuesta adoptada y mantenida en con tacto con estímulos públicos pueda ser emitida, a través de la inducción, en respuesta a hechos pri vados. Sin embargo, a nuestro modo de ver este planteamien to legitima al evento privado en tanto tal, y su identidad l'nctible con eventos y determinaciones internas2.Esto ocu- 2. La oscilación de Skinner entre dos definiciones de la con duela, una organocéntrica, referida a m ovim ientos (1938), y o tra 2 9 rre en tanto la argum entación gira en torno a cómo una com unidad lingüística se refiere a eventos privados ya exis tentes como eventos psicológicos, sin cuestionar si dichos eventos existen en realidad. Representa una constante del pensam iento de Skinner al identificar lo físico y fisiológi co como evento, con lo psicológico, sin deslindar que aun cuando lo psicológico requiere de una dimensión física subyacente, su cualidad no es reductible, funcionalmente, a lo físico. El evento privado presenta una doble problem ática. En p rim er térm ino, su pertinencia a un nivel causal o ex plicativo de los hechos o procesos psicológicos. En segun do lugar, su preexistencia al «reporte» lingüístico o su determ inación psicológica a p a r tir de la posibilidad del lenguaje como dim ensión social del com portam iento. Las teorías ontológicas y epistemológicas han considerado el problem a del conocimiento desde la perspectiva del im pacto sensorial de los objetos sobre el sujeto, o la cons trucción de la realidad de los objetos por el sujeto. Co m ún denom inador de este conocim iento es que se restrin ge a lo sensible y /o lo racional, pero desconoce la praxis como actividad esencial del conocimiento. No puede haber conocimiento real sensible o racional aislado de la prác tica. Aún más, nos atreveríam os a decir que el conoci miento es sinónimo de la práctica individual y social del sujeto. No es de extrañar, por consiguiente, que al soslayar la praxis como proceso de conocimiento, se redujera al sujeto cognoscente a un sujeto contem plativo e in terp re tador de la realidad, con un conocim iento internalizado interactiva, episódica (1957), le lleva a confundir en ocasiones lo in terno como conducta, con lo privado como producto de la con ducta. Es así que en sus últim as obras (1978), al exam inar el p ro blem a de los eventos privados lo hace enm arcándolo en el contexto del "m undo debajo de la piel", sugiriendo la pertinencia de un análisis experim ental de fenómenos m entales traducidos a térm inos conductuales. 30 como m undo de representaciones, cuyas descripciones ver bales se constituían en la validación racional de la exis tencia de las palabras y conceptos como cosas. Su reifica- ción configuró la mente. Si volvemos a la form ulación de lo psicológico como interacción del sujeto (u organismo) y su entorno, cabe preguntarse acerca de la pertinencia explicativa de los eventos privados. Los eventos privados en tanto eventos del organism o activo, reactivo e interactivo constituyen exclusivamente com ponentes partic ipantes de una in ter acción que, aun cuando puede ser iniciada por el organis mo, no implica que la determ inación allí radique, puesto que a menos que se p arta de un paradigm a del entorno vacío, es injustificable suponer la espontaneidad pura y su identificación con su propia causalidad. Si, como es «•vidente, se p arte de la interacción m últiple, perm anente V bidireccional del organism o y su am biente, el evento privado se ve relegado a una fracción de la interacción, mas no a la determ inación de la m isma. Sólo una con cepción lineal de mediaciones sucesivas de la causalidad, podría im poner, por su antelación inm ediata a la in ter acción, atribu tos determ inantes a los eventos internos. Ello requiere la suposición adicional, naturalm ente, de que lo privado (igualado con lo interno) ocu rra antes que lo ex terno o público, y en consecuencia, se constituya en con dición causal de lo observado, es decir, de la acción del organism o como efecto. Pasemos al segundo punto, pues no consideram os ne cesario abundar sobre lo recién examinado. El aspecto cení ral se refiere a la existencia m isma del evento priva do como evento psicológico, previo a la interacción que permite designarlo, y por consiguiente, otorgarle función de evento, o en palabras m entalistas, «contenido de la ex periencia». El evento privado involucra, p o r definición, su identi- flc ación y la posibilidad de inform ar acerca de él. ¿Es sin 31 embargo el evento privado, como evento psicológico, una realidad previa a la posibilidad conductual de su identifi cación, o por el contrario, se constituye en evento en el momento en que es identificable lingüísticamente? Las im plicaciones de cómo se responda a esta pregunta son im portantes. Afirmar que el evento psicológico tiene existen cia previa a su identificación significa que lo mental se expresa mediante el lenguaje y lo precede, o bien que lo mental y lo físico son idénticos en cuanto función, dado que anteceden a la referibílidad social de su existencia. Sea cual fuere de estas posibilidades, lo privado, se ma nifestaría como génesis individua!, y justificaría el análisis de cómo la comunidad lingüística y el medio social se re lacionan con su inobservabilidad. La relación entre lo pri vado y su denotabilidad por el lenguaje constituirían eje primario del análisis psicológico, como ocurrió con la psicofísica del siglo xix y las aproximaciones introspecti vas de Leipzig y Wurzburgo. Sin embargo, otra interpretación es posible. El evento privado es por definición evento social, y por consiguiente los criterios que lo definen como privado, son original mente públicos. ¿Qué significa esto? Implica que el even to privado existe psicológicamente a partir del momento en que el sujeto puede describir su propio comportamien to (y por consiguiente sus componentes parciales). Le des cripción de su comportamiento, como función referencial, implica un hecho social normado por las características del lenguaje desarrollado, y por las prácticas sociales de- finitorias de lo «privado pertinente». Esto se logra a tra vés de etapas sucesivas en que el sujeto puede referir y ser referido. La etapa terminal es referir el propio com- portamicnto con base en las interacciones que regulan las descripciones semejantes en los demás miembros de la comunidad lingiiístico-social. Visto así el problema, el evento privado es el efecto de la evolución de una inter acción esencialmente social. El sujeto es tal en tanto so- 32 cialm ente se le conform a de dicho modo. Lo privado es un aspecto autoreferible de interacciones sociales públicas. Por consiguiente, el análisis de los eventos privados no es ajeno al de las interacciones públicas, y fconstituye, en sen tido estricto, un caso particu lar de ellas. El problem a de la legalidad o explicación basada en la relación privado- público o interno-externo pierde todo sentido. ¿Qué orden de legalidad, p o r lo tanto, debe buscar la psicología? Después de haber descartado las soluciones m ecanicista y logicista, así como la analógica y mentalis- ta, se plantea una doble necesidad. La determ inación de lo psicológico como interacción organism o-am biente, con una especificidad histórica propia, requiere de explicacio nes que hagan hincapié, separada, pero com plem entaria m ente en dos aspectos: 1) La m ultideterm inación, como interdependencia, de los factores presentes involucrados en una in terac ción com pleja y continua en tre organism o y am biente; 2) La h istoria interactiva como determ inante de las m ultideterm inaciones presentes, tanto en lo que toca a interacciones concretas como en lo relativo a la cualidad genérica de dichas interacciones. F.n el p rim er caso, la explicación y las leyes compo nentes deben no sólo describ ir el evento, sino las condi ciones que lo hacen posible y lo m odulan. La ley no es mía descripción fenoménica, sino que es descripción de i undiciones necesarias para que los com ponentes en in ter neción sean suficientes en la conform ación de un evento, t u esle sentido, no consideram os que la psicología re q u ie r a de leyes d istin tas a las de las llam adas ciencias ña fitéales. l;,n el segundo caso,la explicación y su legalidad se ven Int muladas en térm inos del desarrollo de la interacción de los elem entos involucrados, en tanto, lo psicológico, en lo individual, es definido por la posibilidad de una histo ria. Las leyes del p rim er caso, son m om entos de las leyes históricas. Dado que la h istoria de lo individual, aun cuan do partic ipa necesariam ente de lo biológico, se ve afectada por los aspectos colectivos que determ inan su individua lidad en lo social, la psicología com parte este segundo tipo de leyes con la ciencia so c ia l3. Exam inar las form as peculiares de estas leyes y expli caciones, y su inserción en el discurso científico de la psi cología justificaría un tratam iento aparte por sí solo. Como señalam iento final, baste decir que, en sentido estricto, la psicología contem poránea carece de enunciados legales genuinos. Creemos que la precisión de su objeto de estu dio y la form ulación de los paradigm as adecuados consti tuyen un p rim er paso que es indispensable concluir. REFERENCIAS Aristóteles: Acerca del Alma. (Traducción de Tomás Cal vo Martínez.) M adrid: Gredos, 1978. Descartes, René: Discurso del Método. México: Porrúa, 1971. Meditaciones Metafísicas. México: Por rúe, 1971. Har/.em, P., y Miles, T. R.: Conceptual Issues in Operant Psychology. Nueva York: Wiley, 1978. I. i:t postu lar la necesidad de leyes históricas, no significa ubi carse dentro de un planteam iento h istoricista. Las leyes históricas en p s ic o lo g ía como en cualquier o tra ciencia— son form ulaciones a postei i o i i de los procesos en tiem po, po r lo que corresponden m á s bien a la conform ación teórica de un anáfisis genético que a una simple descripción lineal partiendo de un supuesto origen de term inante (o sohi(-determ inante). No constituyen, por consiguien te, determ inaciones a priori de lo que ha de ocurrir, sino más bien la reconstrucción teórica, a p a rtir del conocim iento de leyes de proceso sistem áticas, de las e tapas requeridas en la génesis de di chos procesos. 3 4 H ebb, Donald: A Textbook of Psychology. Filadelfia: Saun- ders, 1958. H ull, Clark: Principies of Behavior. Nueva York: Appleton Century Crofts, 1943. — Essentials of Behavior. Nueva Haven: Yale University Press, 1951. — A Behavior System. Nueva Haven: Yale University Press,, 1952. Miller, G., Galanter, E., y Pribram, K.: Plans and the Structure of Behavior. Nueva York: Holt, R inehart and W inston, 1960. S an Agustín: Confesiones. M adrid: Aguilar, 1948. Skinner, B. F.: The O perational Analysis of Psychological Terms. Psychological Review, 1945, 52, 270-277. — Verbal Behavior. Nueva York: Appleton Century Crofts, 1957. 35 2. CONCEPTOS MENTAUSTAS Y PRACTICAS IDEOLOGICAS La historia reciente de la psicología ha sido la histo ria de la contraposición de múltiples formas de concep tos mentalistas ante el intento objetivo de construir una ciencia genuina del comportamiento, y en especial, del comportamiento humano. El conductismo, como la filo sofía especial de esta ciencia, se ha constituido, no sólo en la formulación teórica general que respalda este es fuerzo por articular una descripción y explicación obje tivas de la actividad de los hombres concretos, sino que, como consecuencia de una tradición preñada de dualis mo, el propio conductismo ha reflejado en su interior di chas contradicciones conceptuales. El dualismo, se ha constituido en la doctrina oficial del comportamiento humano, desde que Descartes forma lizó la hipóstasis cristiana del alma aristotélica. Como afir ma Ryle (1949), al comentar sobre el dualismo nacido de Descartes, «...con las dudosas excepciones de los idiotas y los infantes en brazos, cada ser humano tiene un cuerpo y una mente». Describiendo esta doctrina oficial prosigue, « los cuerpos humanos están en el espacio y están some- lidos a las leyes mecánicas que gobiernan a todos los de más cuerpos en el espacio. Los procesos y estados corpo rales pueden ser inspeccionados por observadores exter- nos... pero las mentes no están en el espacio. La actividad de una mente no es testimoniable por otros observadores; su carrera es privada. Sólo yo puedo tener conocimiento directo de los estados y los procesos de mi propia mente. Una persona, por consiguiente, vive a través de dos histo rias colaterales, una consistente en lo que pasa en y a su cuerpo; la otra, consistiendo en lo que pasa en y a su mente. La primera es pública, la segunda privada» (p. 11). Esta doctrina es, con toda justeza, denominada por Ryle el mito del fantasma en la máquina. Aun cuando el problema puede abordarse desde la perspectiva de la ló gica de las categorías lingüísticas empleadas en la des cripción de los eventos y relaciones denominadas cuerpo y mente o materia y espíritu, el problema no se reduce a una cuestión de lógica de la ciencia o epistemología ex clusivamente. Ryle, señala que esta doctrina dualista «...es un gran error y un error de tipo especial. Es, a saber, un error categorial. Representa los hechos de la vida mental como si pertenecieran a un tipo o categoría lógica (o rango de tipos o categorías), cuando en realidad pertenecen a otra. El dogma es por consiguiente un mito filosófico» (p. 16). No sólo eso, sino que al identificar a cada una de las dos instancias de la dualidad con las aproximaciones filosófi cas tradicionales, el materialismo y el idealismo, se pre tende discutir en el plano de las sustancias lo que cons tituye. en esencia, un problema de categorías. Ryle conti núa expresando que «...la creencia de que existe una opo sición polar entre Mente y Materia es la creencia de que son términos de un mismo tipo lógico... Tanto el Idealis mo como el Materialismo son respuestas a una pregunta inapropiada.. <p ??). Presupone esta cuestión que la exis tencia, como e .d e i’oi ia lógica, de eventos diferentes, tiene una acepción g en e i iea única. Esta confusión c .iiegoi ial es, en efecto, importante, en tanto establece la posibilidad lógica de diferentes formas 38 de existencia. Sin embargo, es una confusión que es ubi- cable sólo en la medida en que las categorías de existen cia son categorías reductibles o que corresponden a ni veles empíricos de descripción. El materialismo tradicio nal redujo o formuló el concepto de materia (o cuerpo) precisamente a las categorías de la Mecánica Newtoniana. La materia en general se identificó con la categoría física de materia, es decir, la materia corpórea. Pero, si se toma la distinción materia-espíritu, no como una distinción ca- tegorial de existencia, sino de propiedades de lo existen te, el problema mente-cuerpo rebasa el problema mera mente lógico señalado por Ryle. La cuestión no se restrin ge a la congruencia lógica del lenguaje con que descri bimos los eventos materiales y «mentales», sino que hay que abordar, desde la perspectiva de que ambos tipos de eventos existen, en qué consiste su existencia y cómo sus propiedades se constituyen en la forma de relaciones di ferentes de lo que como «corporeidad» se da en un solo nivel. Tradicionalmente, las relaciones entre lo existente se reificaron en la forma de sustancias o cosas (materia, es píritu o mente, flogisto, energía vital) y el problema se for muló como necesidad lógica de explicar las relaciones de subordinación y las interacciones entre dichas sustancias o relaciones corporeizadas, objetalizadas. Así, el materia lismo e idealismo tradicionales se proponían demostrar la prioridad de una u otra sustancia, o en el mejor de los ca sos, cómo se relacionaban entre ellas. La psicología, fue la disciplina que heredó, con el propósito del análisis em pírico, esta última obligación lógica como razón de ser. Pero en el momento en que la discusión sobre dife rentes existencias se hace a un lado, y se acepta que todo lo existente se da en un mismo nivel categorial (materia lismo moderno), operan dos cambios fundamentales: 1) Lamateria como categoría no subordinada a otra existencia trascendente a ella, no se iguala con una de 39 sus formas tradicionales de presencia, es decir, la materia física. Materia es idéntica a existencia. 2) La materia como categoría genérica de existencia, tiene que ceder su lugar a otras categorías diferenciales que permitan lógicamente articular el conocimiento de las diversas formas en que, lo que existe, se desarrolla en la forma de relaciones no reductibles a una sola de ellas. Así, surgen tres nuevas ciencias en los finales del siglo xtx, que aun cuando, con una problemática enraizada todavía en la mitología dualista, comienzan a sentar la base del reconocimiento de nuevas formas de relaciones materia les, y por consiguiente, objetivas, en la realidad de lo exis tente. Es la aparición de la biología (Darwin), la psico logía (Pavlov y Watson), y la ciencia de las formaciones sociales (Marx). Se entiende, en este contexto, que no hay misterio al guno en que, en el caso de la psicología, los primeros in tentos materialistas no hayan superado el dualismo origi nal, y que, por consiguiente, hoy día, dicho dualismo per manezca disfrazado de mil y una formas (los análogos me cánicos, cibernéticos, químicos, matemáticos, etc.). Todo intento de formulación materialista de lo «mental» o psi cológico, se expresó como la localización de lo mental en lo biológico, o como la localización de dónde lo men tal interactuaba con lo biológico. La categoría de materia subyacente era (y es) todavía una categoría reductiva a lo físico. No tiene nada de extraño que esto ocurriera, pues como lo señala correctamente Ryle, «...cuando se acuñó la palabra “psicología”, hace doscientos años, se suponía que la leyenda de los dos mundos era cierta. Se suponía, en consecuencia, que dado que la ciencia newtoniana ex plica (se pensó, erróneamente) todo lo que existe y ocurre en el mundo físico, habría y debería haber sólo otra cien cia contraparte que explicara lo que existe y ocurre en el postulado mundo no físico... La “Psicología” era el título 4 0 supuesto para el único estudio empírico de los “fenómenos mentales”» (p. 319). La doctrina oficial del dualismo, cuya historia se re monta a Platón en contraposición a Aristóteles, tuvo de este modo un papel determinante en las modalidades que adoptó el estudio científico del comportamiento. Después de la aparición formal del conductismo, como una filoso fía de la ciencia que intentaba superar el dualismo priva tivo en la psicología, el dualismo adoptó nuevas formas. Una, el conductismo metodológico ontológicamente dualis ta. Otra, el conductismo metodológico epistémicamente dualista. El primero, supone que existe la conducta como ins tancia física, objetiva, de lo biológico, y que constituye, por consiguiente, un objeto legítimo de estudio de la psi cología. Sin embargo, no es lo único que existe, pues ade más hay un mundo subjetivo de percepciones, sentimien tos, cogniciones y otros eventos que es necesario incluir. La psicología se convierte de esta manera en el estudio de cómo este mundo interior se expresa al mundo exte rior. La conducta constituye el indicador externo de este mundo interior, subjetivo e inmensamente más rico. La conducta es el testimonio objetivo de ese mundo pri vado. El segundo conductismo metodológico renuncia a la visión de dos mundos, pero supone, sin embargo, que en ese único mundo, los eventos sólo tienen existencia en la forma descrita por la física. Lo material, como existencia, sólo existe, no en tanto físico, sino como lo físico. De este modo, ese mundo subjetivo al que tenemos acceso priva do sólo como sujetos, es en realidad un mundo de even tos físicos, al que sólo podemos entrar indirectamente, mediante la inferencia a partir de los datos públicamente verificables del comportamiento externo, de las medidas parciales que nos procura la ciencia biológica, o de las formas consensualmente validadas de referirnos a dichos 41 eventos privados. Lo psicológico es reductible a lo físico, y por consiguiente, a explicaciones de tipo mecánico (aun cuando las máquinas actuales son más complejas y con tienen nuevas formas de movimiento de lo físico, como lo son los procesos electrónicos de los sistemas cibernéticos). Como no es nuestro propósito profundizar en los as pectos relativos a cómo las formaciones ideológicas deter minaron históricamente las distintas formulaciones del ob jeto de estudio de la psicología, e inclusive la legitimidad misma de esta ciencia, sino solamente señalar que existe como una constante dicha determinación en la doctrina oficial del dualismo, no abundaremos más sobre el parti cular. Es nuestra intención, sin embargo, hacer hincapié, en otras formas de relación entre la psicología, como una dis ciplina científica (en proyecto o evolución) y las formacio nes ideológicas sociales. Nos limitaremos exclusivamente a un señalamiento general, pues un examen detallado y comprensivo requeriría de un esfuerzo que rebasa a todo intento que inicia por ubicar simplemente la problemáti ca implicada. La doctrina oficial del dualismo ha impedido que se manifiesten con claridad dos vinculaciones de las repre sentaciones ideológicas con la psicología: 1) La manera en que el dualismo ha impregnado y permeado las formas ideológicas que se derivan del co nocimiento científico, es decir, las concepciones no cien tíficas que a nivel social se sustentan en la ciencia. A esto lo denominaremos ideología científica, pero a diferencia de Althusser (1975), no lo circunscribiremos a la «filosofía es pontánea del científico», a la que ya hemos hecho alusión en lo previamente examinado, sino que nos referiremos al producto de la actividad del científico, que modifica o es incorporada a las formaciones ideológicas de una sociedad determinada. 2) La legitimidad misma de que las formaciones ideo 4 2 lógicas, en tanto prácticas materiales de los individuos con cretos, sean objeto de estudio científico de la psicología. Pasemos a examinar estos problemas, aun cuando sea en forma por lo demás general. Mencionamos en primer término que la psicología, no sólo es determinada por las representaciones ideológicas, sino que en la medida en que constituye, como toda cien cia o proyecto de ella, un modo social de conocimiento, contribuye a la formación, modificación o consolidación de las representaciones ideológicas. La historia de la cien cia, muestra cómo ésta ha estado, en ciertas épocas, en conflicto abierto con las verdades sociales establecidas, verdades sociales que representan una concepción del mun do, de lo que existe y del papel del hombre y la sociedad en esa realidad. El conflicto entre ciencia y sociedad ha emergido cuando la ideología producida por la ciencia, en vez de consolidar las concepciones del mundo (o de par te de él) vigentes, ha cuestionado su legitimidad empírica, y ha amenazado, por consiguiente, con alterar las forma ciones ideológicas en vez de sustentarlas o consolidarlas. La ideología científica lo es en la medida en que consti tuye o contribuye a la formulación social de una repre sentación del mundo, y por ende, del papel del hombre en ese mundo. No hay pues una contraposición, para no sotros, entre ciencia e ideología, sino más bien en la na turaleza del sustento que da origen y mantiene a las for maciones ideológicas. No sólo la ciencia no es inmune a la ideología, sino que tampoco la ideología es independien te de la ciencia. Ambas se determinan e influyen recípro camente como modos sociales de conocimiento. Los episo dios protagonizados por Galileo, Darwin, Marx y otros, ilustran con toda nitidez la contradicción que emerge en tre ciencia e ideología en tanto ambas son factores comu nes de una misma formación social de conocimiento4. 4. El proceso de superación del conflicto entre formaciones ideológicas sociales no se da necesariam ente con la superación 4 3 En el caso dela psicología, después de la incorporación ideológica del psicoanálisis, que nunca se desvinculó del dualismo oficial, el conductismo representa este momento de inicio de las contradicciones en las formaciones ideo lógicas sociales: la ciencia o su proyecto construye ideo logía que se aparta y opone a la ideología dominante. La contradicción se resuelve gradualmente de dos maneras posibles: o se anula la legitimidad del proyecto y se le rein corpora hispotasiado en la ideología vigente; o bien, esta nueva ideología transforma parcialmente a la ideología exis tente, hasta que al darse las condiciones sociales apropia das, se convierte a su vez en ideología «oficial». El si glo xx, y por consiguiente nosotros, somos testigos de este proceso ideológico sin conclusión todavía en la psicología. La psicología es conductista toda ella, o bien porque lo es en sentido estricto, o bien porque se le combate en forma ya sea directa o encubierta. El conductismo, y las varian tes que bajo su nombre han emergido, son el escenario del conflicto entre las formaciones sociales ideológicas respec to al papel y determinación de la actividad concreta de los hombres concretos en la naturaleza y la sociedad* 5. Hay pocos escritos en relación al análisis de esta pro de las form as estructurales de la sociedad que les dio origen —el m odo de producción. Un ejem plo ilustrativo de esto es la perm a nencia de la ideología cristiana ante diferentes form as de estruc tu ra social, y en contradicción con las ideologías científicas y no científicas generadas p o r estas form aciones sociales. La plasticidad ideológica del cristianism o constituye sin lugar a dudas, como ocu rre con todas las grandes religiones por ejem plo, no un simple problem a de in terpretación tam bién ideológica, sino un motivo de estudio científico en lo colectivo y en lo individual. 5. Com entario aparte m erecen aquellos "lissenkianos" de la psicología y la ciencia social, que confunden la determ inación y existencia m aterial de la ideología con las form ulaciones economi- cistas, h isto ric istas e incluso ¡geográficas! del problem a de la de term inación de la “subjetiv idad" del ser hum ano Para estos pro fetas del nuevo dogma, el conductism o no da o tro horizonte con ceptual m ás que el de ser un producto ideológico del pragm atism o filosófico del im perialism o norteam ericano. ¡Marx se apiade de ellos! 4 4 blemática. Cabe aquí destacar el examen que realiza Samp- son (1981) sobre el significado ideológico de las aproxi maciones cognoscitivistas en psicología. Tomando como base cuatro problemas (la interacción sujeto-objeto, la ob jetividad de la realidad, la reificación psicológica, y el in terés técnico del conocimiento), Sampson demuestra el carácter esencialmente ideológico de diversas formulacio nes cognoscitivistas de la problemática psicológica, no en tanto los datos empíricos que las acompañan o fundamen ta sean en sí engañosos, sino en la medida en que las pre misas y conclusiones que los contextúan trascienden di chos datos. Resumiendo su análisis, dice que « específi camente, si los problemas observados yacen en las reduc ciones duales de individualismo y subjetivismo, el reme dio, en parte, requeriría la adopción de una psicología no reduccionista» (p. 739). El análisis crítico esbozado por Sampson de la llama da psicología cognoscitiva, podría extenderse a otras for mas conceptualización dualista con resultados semejantes, vbgr., las teorías de rasgos, las teorías basadas en mode los analógicos de procesamiento de información, las teo rías psicobiológicas de la conducta, y otras más. En to das ellas, siempre trasluce una determinación del compor tamiento que radica en el interior del propio sujeto u or ganismo y que es relativamente fija e inmune a las carac terísticas del ambiente exterior. Las relaciones con dicho medio se objetalizan como procesos nerviosos o menta les supuestos que, a la vez que se infieren del comporta miento en interacción con el ambiente, se consideran su causa primordial. Un segundo punto de suma importancia en lo que toca a la relación entre la psicología como productora de ideo logía y las formaciones sociales ideológicas vigentes es ¿en qué medida pueden desvincularse dichas formaciones ideológicas de las prácticas concretas de los individuos en sociedad? 4 5 Hasta la fecha, el examen sistemático de la ideología se ha limitado a la ciencia social (politología, sociología, historia, antropología), en la medida en que la ideología se ha concebido como la articulación de una serie de re laciones sociales en la estructura básica provista por un modo de producción particular (Gramsci, 1967; Luporini y Serení, 1973). No obstante, es necesario señalar que di chas formaciones sociales, descritas como relaciones ideo lógicas, constituyen conceptos que señalan un nivel de abs tracción que trasciende el comportamiento de los indivi duos envueltos en dichas relaciones. Las relaciones abs traídas toman como objeto concreto de análisis a la so ciedad en su conjunto, en cuanto campo interdependiente de determinaciones en lo histórico y lo sistemático. Este análisis, no excluye, sin embargo, la posibilidad, la nece sidad, subrayaríamos, de un examen cuidadoso de cómo esas formaciones sociales se manifiestan y expresan en las prácticas sociales de los individuos concretos. La ciencia social, aun cuando reconoce la problemática del indivi duo, no puede abordarla por su misma naturaleza y obje to. El individuo concreto, para la ciencia social, no cons tituye más que una abstracción de una de las bases ma teriales sobre las que se edifican las relaciones sociales. Luporini (1973), al tratar esta cuestión, señala que «...los “hombres” de Marx (en cambio), se encuentran siem pre dentro de las “relaciones sociales”, aunque éstas sean creadas por ellos (por su trabajo: el hombre hace su pro pia historia, etc.). Los individuos están inicialmente con dicionados y determinados por tales relaciones antes de poderlas modificar, eventualmente y dentro de ciertas con diciones. En otras palabras, nunca encontramos a los hombres sueltos. Sin embargo, esto no significa que el in dividuo sea disuelto en sus “relaciones sociales”. Todo lo contrario: esto significa que el problema del individuo humano no es simple y puede ser planteado correctamen te sólo a partir de la situación indicada... (los individuos 46 humanos) ...se trata evidentemente de una abstracción, pero de una abstracción necesaria, científica, que es legi timada por el hecho de que de cualquier manera los “in dividuos humanos vivientes” existen efectivamente. Con las palabras “individuos desnudos” quiero significar la abs tracción más general correspondiente a esa realidad, vale decir, el hecho de que todo hombre, en cualquier relación en que se encuentre, debe ser al menos o también conta bilizado prácticamente como uno... Es por tanto una no ción muy simple y evidente... la noción es potentísima con respecto a las “ciencias humanas”, respecto a las cuales, es tan funcional como respecto a las ciencias biológicas...» (p. 42). De esta cita puede desprenderse la complementariedad, e incluso la necesidad, del análisis de la práctica social individual respecto del examen de las características ge nerales de las relaciones que definen a una formación so cial particular. Partiendo de la base de que las prácticas individuales concretas no pueden aislarse ni genética ni contextualmente del sistema de relaciones sociales en que se dan, debe subrayarse que el estudio científico de dichas prácticas individuales, en lo que toca a los procesos de su transmisión y reproducción, cae, fundamentalmente bajo la cobertura de la psicología. Consideramos que sólo de una aproximación conduc- tista, que haga hincapié en el estudio objetivo de la in teracción construida del individuo con su medio social, puede esperarse la posibilidad de aprehenderel proceso de esta construcción individual de la práctica social. La subjetividad se reduce al proceso idiosincrático de indi viduación de esta práctica, y no a un supuesto reflejo o reproducción espiritual de las formaciones ideológicas so ciales y su sustento estructura en un modo de producción particular. De otro modo, la ideología se mantendrá, en lo que toca a las prácticas sociales de los hombres concre tos, en el nivel de la pura abstracción ,o como ha venido 4 7 ocurriendo a la fecha, como la reificación de una subjeti vidad que, constituida en reflejo mecánico de lo social, se erige en causa hipostasiada de esa práctica. REFERENCIAS Althusser , Louis: Curso de Filosofía Marxista para Cien tíficos. México: Diez, 1975. Gramsci, Antonio: La Formación de los Intelectuales. Mé xico: Grijalbo, 1967. Luporini, C.: Dialéctica Marxista e Historicismo. En C. Luporini y E. Serení (Dirs.), El Concepto de Formación Económico Social. México: Grijalbo, 1973. — y Serení, E.: El Concepto de Formación Económico So cial. México: Grijalbo, 1973. Ryle, Gilbert: The Concept of Mind. Nueva York: Bar- nes & Noble, 1949. Sampson, Edward E.: Cognitive Psychology as Ideology. American Psychologist, 1981, 36, 730-743. 48 3. TOPICOS Y CONCEPTOS EN LA TEORIA DE LA CONDUCTA6 En la actualidad, nadie argumentaría en contra del pa pel fundamental que desempeña la teoría en el desarrollo y construcción de la ciencia. No obstante, la psicología, y en este caso me refiero a la psicología conductista, difí cilmente puede plantear la existencia de un cuerpo de conceptos y definiciones coherente y sistemático, capaz de cubrir el rango completo de fenómenos comprendidos bajo la denominación de conducta7. Si la consideramos como la teoría desarrollada desde que Watson anunció formalmente el nacimiento de la nueva ciencia en 1913, se trata del tipo de teoría en que no estamos interesados. En este respecto, el análisis realizado por Skinner (1950) so bre las teorías del aprendizaje en boga entre los cuaren 6. Una versión inicial de este m anuscrito fue leída en la Sexta Reunión Anual de la Association for Behavior Anaíysis, en Dear- bom (Mich.), EE.UU., mayo de 1980. Deseo expresar m i reconoci m iento por la lectura cuidadosa que hicieron de este m anuscrito .1. R. K an to r y Sidney W. Bijou, y sus valiosas recom endaciones para m ejorarlo . 7. Hago referencia al m ovim iento conductista enm arcado por la teoría del condicionam iento así como al denom inado conduc- lism o social. La psicología in terconductual, tal como la form uló K antor no se a ju s ta a esta crítica. No obstante, aun cuando pro veía las condiciones necesarias para el desarro llo de una teoría de la conducta, no fue tan influyente como los enfoques basados en el condicionam iento. 4 9 ta y los sesenta, es todavía válido, con la enumeración sumaria de los puntos ciegos que deben ser evitados en la construcción de una teoría científica de la conducta. Estas eran teorías del aprendizaje expresadas en térmi nos del sistema nervioso, de eventos mentales o de even tos explicativos no observados directamente. Estas tres teorías se consideraron como teoría incorrecta «en el sen tido de que ellas no se expresaban en los mismos térmi nos y no podían confirmarse con los mismos métodos que los hechos que supuestamente explicaban» (p. 193). Pero, desafortunadamente, saber lo que no debe hacerse como teoría, no nos proporciona los conceptos, definiciones y reglas para formular una estructura teórica a nuestra cien cia. Es nuestro propósito señalar algunos problemas ge nerales relacionados con la integración de una teoría de la conducta. Con el objeto de apoyar nuestra postura, enumerare mos los diversos criterios que debe satisfacer la construc ción de una teoría científica: a) Definir el dominio u objeto de estudio de la disci plina, y su relación con otros campos de la ciencia; b) Proporcionar los criterios metodológicos para cla sificar ese dominio de eventos y seleccionar aquellas propiedades y relaciones consideradas como las más pertinentes; c) Formular conceptos, definiciones y reglas básicas para diferentes tipos de eventos, datos y operacio nes, a fin de armonizar la interacción entre la in vestigación científica y los procedimientos observa- cionales, con los eventos y objetos con los que tra ta la disciplina; d) Integrar observaciones no relacionadas y aun con- tradffctorias, mediante la derivación de conceptos que reflejen las propiedades de los eventos y las in- acciones; y 5 0 e) Abrir nuevos dominios empíricos y conceptuales en el cumplimiento de su función heurística, esen cial a cualquier sistema teórico. ¿Cuáles son los logros de la teoría moderna de la conducta en este respecto? Demos un rápido vistazo. a) El concepto de conducta parece haber sufrido una serie de transformaciones que no son sólo de na turaleza lógica, sino que representan también un cambio epistémico o semántico en relación al do minio empírico de eventos con los que trata la psi cología. Watson (1924) definió inicialmente la con ducta como «lo que el organismo hace o dice», es decir, como aquellas actividades observables del organismo, y aun cuando distinguió entre respues tas manifiestas y cubiertas, las últimas siempre te nían que ser referibles a un sistema reactivo fisio lógico, como ocurrió en el caso del lenguaje. Esta concepción de la conducta es más restringida que la que expuso por vez primera Skinner (1938), como «la parte del funcionamiento de un organismo que se ocupa de actuar sobre o tener intercambios con el mundo externo». Sin embargo, la naturaleza in teractiva de la conducta se veía constreñida por su formulación en términos físicos como «movimien tos de un organismo o de sus partes en un marco de referencia proporcionado por él organismo mis mo o por diversos objetos externos o campos de fuerza». En dichas formulaciones todavía se identi fica la conducta con la actividad del organismo, aun cuando se subrayan sus efectos sobre el ambiente. Esto es totalmente distinto de su propia definición (Skinner, 1957, pp. 224-225) al tratar la conducta verbal como un episodio entre un hablante y un escucha. En este caso, la conducta no se limita a 51 la actividad del organismo, sino que se identifica con la interacción misma entre los dos actores del episodio verbal. Se ignora a los movimientos como propiedades definitorias de la conducta y el con cepto se vuelve virtual, pero no formalmente, idén tico al de intercambio o interacción. Esta reformu lación se aproxima a la concepción de Kantor (1959) sobre la interconducta. Kantor iguala la intercon ducta con un campo psicológico. El campo psico lógico consiste en segmentos de conducta que cons tituyen sistemas integrados de factores, incluyendo una función de estímulo y respuesta (la interac ción del organismo con los objetos de estímulo), la historia interconductual, los factores disposicio- nales situacionales y los medios de contacto. El evento no es identificable en términos exclusivos de las respuestas. Es innecesario añadir que en la ma yor parte del análisis teórico y experimental de la conducta, las dos primeras definiciones constitu yen el marco de referencia fundamental, b) La teoría actual de la conducta se originó primor dialmente en la teoría del condicionamiento, y en última instancia, en el paradigma del reflejo. El tra bajo inicial de Skinner (1931, 1935a) ilustra cómo el proceso de selección de la unidad de análisis y la segmentación «natural» de la conducta no fue independiente de supuestos fundamentales que sub yacían a una concepción lineal y molecular enmar cada por dicho paradigma. Se consideró que las medidas puntuales de topografías limitadas en una posición espacial fija eran representativas del flujo continuo de la conducta. De este modo, la selección de una respuesta discreta, repetitiva, en el condi cionamiento operante, no era
Compartir