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Vida social de un fruto: El chontaduro y sus significados raciales, alimenticios y sexuales en Bogotá Monografía de Grado Universidad del Rosario Escuela de Ciencias Humanas Programa de Antropología Presentado por: Laura Carrero Farías Director de Monografía: Stefan Pohl-Valero Semestre I de 2018 Bogotá, Colombia 2 “La vida es un columpio que… Sube y baja sin parar” El Afinaito 3 Agradecimientos A Don Jairo, Zulay, Petro, John, Dalia, William, Rita, Mireya, Yineth, Johana, Rigoberto, Carmen, Gerardo, la profesora Socorro y su esposo por confiar en mí siendo una desconocida y abrirme las puertas de sus negocios y de su forma de vida para la realización de este proyecto. Especialmente, le quiero agradecer a Don Jairo y a Zulay por convertirse en mi familia del chontaduro y hacerme desarrollar el gusto por este fruto. A mi tutor Stefan, por guiarme con paciencia y siempre saber qué sugerirme. Sus reflexiones, sus ideas y la pasión que me transmitió por los temas de la alimentación fueron fundamentales para el desarrollo de este trabajo. A mis papás, por apoyarme siempre en mis proyectos e ideas, por nunca presionarme y confiar en que terminaría este trabajo de grado. A Daniel por siempre estar ahí para escuchar mis ideas, emocionarse con mis historias, alentarme y ayudarme con sus comentarios a mejorar este escrito. Y finalmente, a Mari y a Mapi, por ser las mejores compañeras de universidad y por todas las lindas cosas que aprendimos juntas. 4 Índice Introducción ………………………………………………………………………………. 5 Marco conceptual ……………………………………………………………………..... 7 Metodología y mi posición en campo ……………….………………………………... 11 División del trabajo……………………………………………………………………. 16 Capítulo 1. La marginalidad del chontaduro …………………………………………..18 1.1 Introducción……………………………………………………………………….. 18 1.2 ¿Y eso con qué se come? Contextualizando el chontaduro en Colombia ………… 19 1.3 Heterogeneidad y estética del chontaduro………………………………………… 29 1.4 Conclusiones………………………………………………………………………. 33 Capítulo 2. Chontaduro, raza e identidad …………………..………………………….34 2.1 Introducción……………………………………………………………………….. 34 2.2 Espacialización o geografía de la diferencia: El regionalismo colombiano…......... 35 2.3 Racialización del chontaduro: Modos de interpretación del conocimiento y el gusto…………………………………………………………………………………… 41 2.4 Conclusiones………………………………………………………………………. 46 Capítulo 3. El chontaduro como alimento saludable y afrodisiaco …………………...48 3.1 Introducción……………………………………………………………………….. 48 3.2 “Un chontaduro tiene la misma proteína que una libra de carne” …………………49 3.3 Racialización de la sexualidad: El chontaduro para la potencia sexual y reproductiva…………………………………………………………………………….56 3.4 Conclusiones…………………………………………………………………….... 62 Reflexiones finales …………………………………………………………………….... 64 Bibliografía ……………………………………………………………………………... 67 5 Introducción Antes de esta investigación yo no había probado el chontaduro. Creo que ni siquiera sabía bien cómo era. Solo había escuchado hablar de él a la doctora naturista de mi abuelita, cuando trataba de convencernos de dejar de comer carne y en su reemplazo consumir el chontaduro que, según ella, era la “carne” de los indígenas. Aparte de mi abuelita que está metida en este asunto naturista, no conocía a nadie más, cercano a mí, que consumiera y le gustara este fruto. Solamente alguno de mis conocidos me nombró que lo había probado una vez, que le había parecido horrible y que por eso nunca más había vuelto a comer. Así, todo esto me comenzó a parecer muy extraño, al punto de hacer que me preguntara ¿por qué no conozco el chontaduro? ¿Será que solo es por culpa de mi familia que nunca me lo dio a probar? Pero, además, ¿por qué mis conocidos no lo han probado y algunos otros lo ven como algo horrible? Con esas inquietudes en la cabeza, decidí saciar mi curiosidad. Una tarde salí en bici a la plaza de mercado más cercana a mi casa y al expendio de frutas y verduras donde usualmente vamos a hacer mercado con mi mamá. Como era un día entre semana, en la tarde la plaza estaba desocupada, pero igual uno que otro puesto estaba abierto. Pregunté a una vendedora de frutas por el chontaduro y me dijo que eso no se conseguía ahí dentro, ni cuando era fin de semana, sino afuera, en “la carreta ambulante de un negro”. En cuanto al expendio de frutas y verduras, entré a buscarlo exhibido y tampoco lo encontré. Cuando pregunté por él, los encargados de la bodega me dijeron: “Aquí se trajo una vez para la venta y se dañó […] nadie compra eso aquí, así que por eso nunca más volvimos a traer”. Esas respuestas que obtuve en los lugares de venta más comunes para mí, lejos de reflejar únicamente mi subjetividad y lo que sucede alrededor de mi como persona de clase media en un barrio del norte de Bogotá, dan cuenta de un fenómeno mucho más grande. El chontaduro en Bogotá es especialmente difícil de conseguir en supermercados y expendios de frutas y verduras, así que su venta se da de manera informal en carretas atendidas en su mayoría por vendedores “negros”1. Sus vendedores aseguran que la mayor cantidad de sus 1 Utilizo esta palabra porque se refiere a la manera como se autodenominan los vendedores que hicieron parte de este trabajo. El concepto se encuentra entre comillas porque es una categoría relativa y variable y en el siguiente apartado explicaré con más detalle a qué se refiere. 6 compradores no son bogotanos y durante mi trabajo de campo pude ver que algunos bogotanos que lo consumen lo hacen porque lo consideran un alimento saludable y/o afrodisiaco. Ahora bien, considerando que los alimentos no solo cumplen la función de satisfacer una necesidad biológica, sino que reflejan actitudes y valores sociales y culturales, resulta relevante investigar un fruto como el chontaduro desde un punto de vista antropológico. El hecho de que el chontaduro solo sea encontrado en ciertos lugares, que sea vendido por una comunidad en particular, sea consumido por solo por algunas personas y se asocie a aspectos como la sexualidad y la salud en Bogotá, no es fortuito. Al contrario, es un producto de relaciones interregionales y raciales marcadas por la historia y el contexto colombiano. En este sentido, este trabajo pretende explorar ¿Cómo se construye la venta y el consumo de chontaduro en Bogotá y cómo estos se vinculan con relaciones raciales e interregionales en Colombia? Con esta pregunta se da inicio a este proyecto encaminado a realizar una biografía del chontaduro2, examinando su cadena de producción, distribución y consumo, para dar cuenta de los valores sociales o significados que se han construido alrededor de la vida social de este fruto y que, a su vez, reflejan procesos sociales más amplios como la marginalidad de la alimentación, la construcción de las identidades regionales en Colombia, las nociones de salud, la racialización de la alimentación y de la sexualidad. Todo esto con el fin de argumentar que el consumo y venta callejera de chontaduro en Bogotá presenta una ambivalencia, pues por un lado es un producto marginal y por el otro, está cargado de propiedades y poderes que son deseados por los consumidores bogotanos. En este marco, antes de entrar a mostrar y analizar lo encontrado en esta investigación, considero importante dar cuenta de las discusiones alrededor de la alimentación, la construcción de la identidad regional, la racialización y el chontaduro, así como aclarar algunos conceptos que son importantes para este trabajo. Después, exponer la metodología utilizada y mi posicionamiento en campo; y finalmente, mostrar cuál será el orden de los capítulos de este trabajo.2 Siguiendo la propuesta de Appadurai (1991) en el libro La vida social de las cosas. 7 Imagen 1. Revista Cromos (2017). Chontaduros cocidos en mitades Marco Conceptual “Raza” y racialización Al pretender abordar el tema de las relaciones raciales e interregionales en Colombia y respecto al chontaduro en Bogotá, resulta pertinente explicar el concepto “raza” y la utilización de las categorías “negro” y gente “negra” a lo largo de esta monografía. Las ciencias humanas no han dado una definición única o definitiva al término “raza”, pero si hay varios puntos que comparten al momento de conceptualizarla y abordarla. La “raza” no es una definición objetiva sobre la variación fenotípica, ni algo dado biológicamente, sino una construcción social o un “hecho social […] que varía en el tiempo y en el espacio” (Appelbaum et al, 2003:2). Asumir que es un constructo social, no implica que esta no exista o que no tenga efectos materiales y simbólicos concretos en determinadas poblaciones, pues las personas asumen las clasificaciones raciales como algo natural y se comportan como si las “razas” existieran. Esto finalmente lo que ocasiona es que esas clasificaciones se conviertan en categorías sociales de gran tenacidad y poder (Wade, 2000) y en factores de diferenciación, exclusión y dominación. 8 Sin embargo, a pesar de aceptar que la “raza” no tiene ningún fundamento biológico y que es una construcción social, existe un debate sobre si el concepto debe ser utilizado como categoría analítica o no. A finales del siglo XX, estando en boga las políticas multiculturales neoliberales, la “raza” fue rechazada como categoría analítica porque fue asociada al racismo y, por ese motivo, era políticamente incorrecto utilizarla. Esto implicó que en vez de “raza” se emplearan otros términos tales como etnia, etnicidad, grupo étnico y cultura (Arias y Restrepo, 2010). Colombia no escapó a estos debates, y este pensamiento multiculturalista se imprimió en la constitución política de 1991, donde se empieza a reconocer a la población colombiana como una mezcla étnica entre indígenas, españoles y africanos. En este contexto, las comunidades negras en particular pasaron de ser clasificadas mediante categorías como “negro” a considerarse un grupo étnico con derechos diferenciados por esta condición. Este reconocimiento (concretado en la Ley 70 de 1993) se ha acompañado, además, de nuevas categorías identitarias y de reivindicación política centradas en la referencia africana como afrodescendientes o afrocolombianos. Ahora bien, así bajo esta mirada multiculturalista se considere políticamente incorrecto utilizar términos como “raza” o “negro”, en este trabajo hago uso de ellos de manera recurrente. Esto se debe a que, por un lado, son categorías nativas para las personas que hicieron parte de esta investigación, y en ese sentido prefiero ser fiel al uso cotidiano que ellos les dan a estos conceptos. Por otro lado, las utilizo porque, en vez de ser racistas, son términos analíticos que deben ser estudiados críticamente, pues lejos de ser obsoletos, estos conceptos operan de diversas maneras y son importantes para dilucidar las diferentes dinámicas de racismos en el país. Una vez planteado el asunto racial, considero importante abordar el tema de la racialización. Esta se puede entender como una categoría analítica que se refiere al “proceso de marcación de las diferencias humanas de acuerdo con los discursos jerárquicos fundados en los encuentros coloniales y en sus legados nacionales” (Appelbaum et al, 2003: 2-3). Así, aunque la “raza” sea un concepto variable, esta crea realidades que son manifestadas precisamente en los procesos de racialización, que, aunque vienen desde el periodo colonial, siguen funcionando en las sociedades latinoamericanas actuales de diversas maneras. En el caso de este trabajo, se hace evidente cómo los discursos racializados están tremendamente 9 encarnados y se manifiestan alrededor del chontaduro en temas como la alimentación y la sexualidad. Alimentación, raza y nación Los antropólogos se han interesado en la comida desde finales del siglo XIX (Mintz et.al, 2002) y han señalado que examinar los sistemas alimenticios es una puerta de entrada para dar cuenta de procesos sociales como la creación del valor político- económico (Mintz, 1996), el valor simbólico (Munn, 1986), y la construcción social de la memoria (Sutton, 2001). Cada escuela o corriente antropológica ha abordado la alimentación de maneras muy particulares, pero debido a mi pregunta de investigación, me centraré en discusiones muy puntuales. Esta tesis tiene que ver en gran medida con el papel de la alimentación en relación con los procesos de construcción de identidades y diferencias humanas en términos regionales, procesos que son inseparables de percepciones racializadas de las poblaciones. Desde la historia y la antropología diversos trabajos han explorado el papel de los discursos raciales en la construcción de los estado-nación y de las identidades colombianas y latinoamericanas (Appelbaum et al. 2003; Bonilla-Silva, 2006; Peloso, 2013; Wade, 1997; Wade, 2000; Larson, 2004; Arias, 2005; Restrepo, 1997). No obstante, a pesar de ser muy completos y aportar elementos teóricos que aprovecho en esta investigación, estos trabajos no le han prestado mayor atención a la cuestión de la alimentación para dar cuenta de la construcción de identidades regionales y diferencias raciales en América Latina. Sin embargo, el tema de alimentación, raza y nación ha empezado a generar interés académico en las últimas décadas. A partir del trabajo pionero de Pilcher (1998) sobre México y el de Weismantel (1988) en Ecuador, se han desarrollado recientemente investigaciones que han explorado el tema para Colombia. Además de trabajos detallados sobre alimentación y construcción de identidades y diferencias en la época colonial (Saldarriaga, 2011; Earle, 2012), se ha elaborado un panorama general de la relación entre discursos alimenticios, raza y construcción de nación para Colombia desde principios del siglo XIX hasta mediados del siglo XX (Pohl-Valero, 2014; 2016). También para el contexto rural andino colombiano de principios del siglo XXI se ha explorado el papel de las experiencias alimentarias en la “política cultural del sabor, la identidad y la distinción social” 10 (Camacho, 2011: 1). Con relación a las ciudades colombianas, se han abordado las trayectorias afrodescendientes en el mercado callejero en Bogotá (Meza, 2003), en Medellín (Galeano,1997), así como la relación entre raza, alimentación e identidad en trabajos sobre los restaurantes del Pacífico en Bogotá (Serna, 2011; Godoy, 2017). Enfocado en alimentos particulares, el trabajo de Sidney Mintz (1996) sobre azúcar y poder es un ejemplo paradigmático de la centralidad de los estudios de la alimentación, desde su producción hasta su consumo, para comprender desde nuevas perspectivas el mismo proceso de la modernidad y el capitalismo global. Aunque este trabajo no se centra específicamente en los procesos de construcción de identidades nacionales, su abordaje es un referente esencial para pensar en los procesos materiales y simbólicos a través de los cuales los alimentos adquieren diversos significados. Para el caso colombiano, algunos estudios han analizado los cambiantes significados de productos particulares, como la carne, la panela y la chicha. Estos estudios, desde diversas perspectivas, también abordan cuestiones sobre las representaciones racializadas de las poblaciones y sus vínculos con la construcción del estado-nación (Calvo y Saade, 2002; Flórez-Malagón, 2008; Robledo, 2010). Todos estos trabajos han sido un referente importante para pensar mi propio tema de investigación. Específicamente, con respecto a trabajos articulados alrededor del chontaduro, existeuna gran cantidad de estudios de ingeniería química (Restrepo y Estupiñan., 2012; Zuluaga & Smith, 1982; Chaparro, 2011) y de negocios internacionales (Novoa & Hilarión, 2007; Escobar et al., 2011), pero ninguno de corte social o antropológico. Sin embargo, hay algunos trabajos como el de Serna (2011), Meza (2003) y Godoy (2017), que, aunque no abordan el chontaduro particularmente, exploran temáticas similares a las de esta monografía y dan cuenta de los estereotipos e imaginarios sobre lo “negro” que se tejen y se manifiestan alrededor de los restaurantes del Pacífico en Bogotá y la venta callejera en esta ciudad también. Esta monografía, se asemeja a estos trabajos en el enfoque que se da a la venta y preparación de alimentos como ventana al mundo de las representaciones de lo “negro”, que indiscutiblemente están relacionan con asuntos de identidad, diferencia y poder. Asimismo, concuerdan en escoger un contexto citadino para realizar la investigación. No conozco a profundidad las razones que estos autores tuvieron para centrarse en Bogotá, pero por mi lado lo hice porque la capital es un lugar donde se manifiestan relaciones interregionales y raciales 11 y porque “las experiencias citadinas consolidan otro importante registro donde se recrean nuevas y heterogéneas formas de apropiación y significación del espacio y construcción de referentes de identidad” (Camacho y Restrepo, 1999: 8) Ahora bien, queriendo aportar a la reciente y escasa bibliografía que aborda la alimentación como una puerta de entrada a los asuntos de construcción de identidad nacional y de racialización, es que este proyecto adquiere relevancia. Además, este trabajo es singular en tanto se centra en un fruto particular (no en un lugar o un oficio como los trabajos anteriormente citados) y en la exploración de la cadena de producción, distribución y consumo para entender las relaciones raciales e interregionales alrededor del chontaduro en Bogotá. Considero que no basta con analizar el problema desde su último eslabón, es decir, desde su venta al público en Bogotá, pues este fruto (como muchos otros) tiene una historia, una biografía que está marcada racialmente y marginalmente desde sus lugares de producción y formas de distribución. En este sentido, este trabajo se preocupa por dilucidar la biografía del chontaduro en su totalidad para tener un mayor entendimiento de sus particularidades en Bogotá. Metodología y mi posición en campo Para responder a mi pregunta sobre la manera en que se construye la venta y el consumo de chontaduro en Bogotá y cómo estos se vinculan con relaciones raciales e interregionales en Colombia, se debe abordar la fruta protagonista de una manera particular. Asumo que para “descifrar” el chontaduro es necesario entenderlo de la manera como Barthes (2008) entiende los alimentos. Para él, la comida hace referencia “no solo a una colección de productos [alimenticios] que pueden ser usados por estudios estadísticos o nutricionales, […] sino, a un sistema de comunicación, un cuerpo de imágenes, un protocolo de usos, situaciones y comportamientos”, el cual constituye una información: significa (Barthes, 2008: 29). En este sentido, existe comunicación a través de la comida, en este caso el chontaduro, y la forma de comprenderla es descifrando su gramática como si de textos se tratara. En esta visión de la alimentación como texto, es importante entender que la información que gira alrededor del chontaduro está mediada por el “momento de su vida” en el que se encuentre y por seres humanos específicos, cuyas experiencias y lógicas, hay que mostrar. En este sentido, siguiendo el argumento de Appadurai (1991) sobre la vida social de 12 las cosas, en este trabajo de grado se abordará la vida social o la biografía del chontaduro, pues precisamente “lo que se destaca en las biografías, tanto de los miembros como de las cosas de las sociedades es, ante todo, el sistema social y las interpelaciones colectivas en que descansan” (Según Kopytoff 1991: 119). Por esta razón, se quiere presentar la biografía del chontaduro en este trabajo, explicando sus procesos de producción, distribución y consumo. Todo esto, con el fin de comprender qué momentos específicos marcaron el fruto, qué discursos lo han atravesado en su tránsito y cómo se relacionan con él las personas que lo producen, lo consumen y venden. Puntualmente para dar respuesta a la pregunta de investigación planteada, se definieron tres objetivos específicos. El primero fue comprender y analizar los procesos de producción y distribución del chontaduro. El segundo, analizar cómo se relaciona la trayectoria de vida de las personas con la elección de su oficio de vendedor y/o como consumidor. Y finalmente, comprender la racialización del chontaduro a través de las atribuciones que las personas le dan como afrodisiaco y/o saludable. Para dar respuesta a estos objetivos, se utilizó un enfoque cualitativo basado en la observación participante acompañado de entrevistas informales en las carretas de venta de chontaduro en el Centro de Bogotá, la central de Abastos de Bogotá (Corabastos) y en un importante lugar de producción de chontaduro: El Tambo (Cauca). Adicional, se realizaron 3 entrevistas semi-estructuradas a un productor, un distribuidor y un vendedor, con el fin de obtener información más profunda sobre ellos y sus oficios. En total este trabajo de investigación tuvo una duración de dos meses repartidos entre noviembre del 2016 y febrero del 2017, de los cuales dos semanas estuvieron destinadas para la investigación en El Tambo. Para cumplir el primer objetivo de comprender y analizar los procesos de producción y distribución del chontaduro, se realizó trabajo de campo en Bogotá, pero también en El Tambo (Cauca). En Bogotá realicé visitas a carretas de venta ambulante de chontaduro en el centro de la ciudad y a bodegas de este fruto cerca de la central de abastos de Bogotá (Corabastos). En estos espacios de la ciudad, pude ver de dónde vienen los chontaduros que se venden en Bogotá, quienes son sus principales compradores que lo venden al menudeo3, cómo es su proceso de preparación para la venta, si las bodegas comerciaban o no con 3 La venta que se realiza al consumidor final. 13 supermercados o expendios de frutas y verduras, quién los compraba para venderlos, cómo y dónde se vendían y cuáles eran los criterios de selección para escoger un buen chontaduro. Asimismo, realicé una entrevista semi-estructurada a Dalia, la dueña de la primera bodega de chontaduro en Bogotá. Con relación a El Tambo, escogí este lugar porque, como lo mencioné anteriormente, me parecía importante saber de dónde venía este fruto y cómo funcionaba su proceso de producción para entender las dinámicas de consumo y la venta en Bogotá. Seleccioné El Tambo y específicamente al corregimiento de Cuatro Esquinas porque actualmente es el lugar donde mayor cantidad de chontaduro se produce en el país, tanto así que es conocida como la “capital del chontaduro”. El Tambo es un municipio ubicado en el departamento del Cauca, al suroccidente del País y a una hora de la ciudad de Popayán. Su corregimiento de Cuatro Esquinas queda a 10 km de la cabecera municipal de El Tambo subiendo por una carretera sin pavimentar. Mapa1. Ubicación de El Tambo, en su región (Cauca) y en el País. Extraído de: https://es.wikipedia.org/wiki/El_Tambo_(Cauca)#/media/File:Colombia_-_Cauca_- _El_Tambo.svg https://es.wikipedia.org/wiki/El_Tambo_(Cauca)%23/media/File:Colombia_-_Cauca_-_El_Tambo.svg https://es.wikipedia.org/wiki/El_Tambo_(Cauca)%23/media/File:Colombia_-_Cauca_-_El_Tambo.svg 14 Concretamente, llegué a El Tambo por mis propios medios y sin conocer a nadie. Sin embargo, logré ingresar a la comunidad debido a la primera persona con la quehablé en El Tambo: Rigoberto, el ingeniero agrónomo del Área de desarrollo rural y agropecuario del municipio. En mis dos semanas de estancia, sostuve varias conversaciones informales con productores, señoras que trabajaban en la planta procesadora de chontaduro, líderes de las asociaciones de chontaduro, una profesora de la escuela de Cuatro Esquinas y por supuesto con Rigoberto. Adicional hice una entrevista más a profundidad de uno de los productores llamado Gerardo. Haber estado en Cuatro Esquinas, fue importante para entender de dónde viene el chontaduro, quiénes lo producen, cómo lo producen, aprender sobre sus cosechas, las cosas que afectan los cultivos, las opiniones e inconformidades de las personas respecto al comercio del chontaduro, la forma en que se manejan los agroquímicos en los cultivos y sobre la presencia del Estado y sus regulaciones en la zona. Para cumplir el segundo objetivo enfocado en analizar las relacionan entre las trayectorias de vida de las personas con la elección de su oficio de vendedor y/o como consumidor, se recurrió a puestos de venta ambulante de chontaduro también. Acercarme a las carretas no fue fácil, pues los vendedores estaban ocupados trabajando todo el tiempo y, asimismo, hablar con los compradores era casi imposible porque la mayoría compraban y se iban rápidamente. Viendo la situación, empecé a colaborar con las ventas de las carretas para no parecer una “intrusa” y que mi presencia fuera útil para ellos. Esta colaboración fue clave, pues así no les incomodaba que estuviera tardes enteras con ellos, y porque al parecer una vendedora más (o la novia del vendedor como a veces creían) pude entablar una que otra conversación con compradores que se quedaban parados al frente de la carreta “para no comer solos” o por si se antojaban de echarle más miel o sal al chontaduro. Aquí, realicé otra entrevista semi-estructurada a un vendedor llamado Jairo Waldo. Particularmente, la visita a las carretas me permitió indagar quiénes eran los compradores y consumidores, de qué lugar del país venían, las razones por las cuales habían comenzado a comer chontaduro y/o a venderlo, y las diferentes formas de preparación, selección y consumo que las personas tienen del chontaduro. Finalmente, para cumplir el tercer objetivo de comprender la racialización del chontaduro a través de las atribuciones que las personas le dan como afrodisiaco y/o 15 saludable, fue importante una vez más el trabajo de campo realizado específicamente en las carretas de chontaduro del centro de la ciudad. En ellas, se pudo observar las razones de consumo con relación a usos, propiedades y bondades atribuidas al chontaduro, las estrategias de venta de los vendedores, en qué consistían esos beneficios, con qué fines se utilizaban y si habían dado resultado. Aparte de la observación participante y las entrevistas, me parece importante hablar de mi posicionamiento en campo, pues la forma de relacionarme con las personas y de insertarme en sus trabajos tuvo mucho que ver con esto. Tanto vendedores como productores me reconocían como una estudiante universitaria de Bogotá y me decían que yo era “blanca”. Primero el hecho de ser mujer hizo que muchas veces se me tratara de una forma amable, otras con coqueteo, y otras con asombro porque nadie entendía que hacía una niña sola en lugares peligrosos de la ciudad4 o en lugares apartados de mi casa (como cuando estuve en El Tambo). Segundo, el ser “blanca” me ponía en un espacio de diferenciación para ellos, donde yo llamaba la atención en lugares como El Tambo (eso también se debía a mi forma de vestir) y donde todo el tiempo existían comparaciones generalizadas de cómo somos y nos comportamos “los blancos” en comparación a “los negros”. Tercero, ser de Bogotá hizo que en un primer momento los vendedores o las personas pensaran que yo era poco amable y fría (por el imaginario que se tiene de los bogotanos como engreídos y antipáticos), pero a medida que me fueron conociendo, fue tal su agrado hacia mí, que muchos me decían que yo no parecía de Bogotá, que yo era una “rola Chévere”, es decir, amable y “buena gente”. De igual manera, ser de Bogotá, hizo que muchas personas en El Tambo me pidieran favores o que les pasara información que solo se podía averiguar en la capital, aprovechando que yo vivía ahí y que ellos me habían ayudado con mi investigación. Finalmente, el ser universitaria, por un lado, me daba un respaldo para inmiscuirme en sus vidas y por el otro lado, me daba importancia porque, como se mencionó anteriormente, el chontaduro se ha investigado más en términos empresariales, industriales y nutricionales y no en relación con la comunidad que hace parte de la producción, la distribución y la venta de este fruto (quienes se sentían contentos porque yo me interesara en su producto). 4 Como muchas veces se suelen considerar varios sectores del centro de Bogotá o el sector detrás de Corabastos. 16 Aunque anteriormente mencioné que ayudarle a los vendedores en sus carretas me abrió espacio de confianza, esto no solo lo hice para poder entrar al campo, sino porque quería ayudarlos de alguna u otra manera y no ser solamente esa persona interesada en extraer información, encontrar lo que estaba buscando y luego retirarme sin ofrecer nada a cambio. Con algunos hice relaciones más estables que con otros o con algunos ni siquiera las pude tener porque desde el principio me dijeron que no querían participar en investigaciones porque eso no les aportaba nada (la persona que me dijo eso usualmente se hace cerca de mi universidad, así que muchos estudiantes la suelen abordar con preguntas). Parte de las formas en las que ayudé, fuera de mis objetivos de investigación, fueron servir los vasos de jugo, recibir el dinero, armar los vasos de chontaduros, comprar la sal o el azúcar cuando se acababan, atender el negocio mientras los vendedores iban a comer o incluso ser el servicio de internet y minutos de celular. Todas estas actividades las realicé con agrado y así como les dije al inicio, fueron muy importantes para acercarme a las personas y que ellas confiaran en mí. Ahora bien, contando con la información obtenida y la forma que tiene cada persona de analizar lo que encuentra en campo, presentaré la organización de este trabajo enfocado en comprender cómo se construye la venta y consumo del Chontaduro en Bogotá y cómo estos se vinculan con relaciones raciales e interregionales en Colombia División del trabajo Este trabajo se dividirá en tres capítulos, respondiendo a los tres objetivos específicos que se nombraron anteriormente Así, el primer capítulo abordará de manera general los procesos producción en El Tambo (Cauca), de comercialización en Corabastos y de venta en carretas ambulantes en el centro de Bogotá. Asimismo, se examinarán las características organolépticas que este fruto posee, como por ejemplo su fuerte olor o su falta de homogeneidad. Allí aparecerán cuestiones de la estandarización y lo estéticamente agradables que deben ser los alimentos en el mercado. Todo con el fin de argumentar que el chontaduro es un fruto marginal a múltiples escalas en el país, debido a las particularidades de su proceso de producción, comercialización, venta al menudeo y por las características físicas y sensoriales que este posee. 17 El segundo capítulo busca argumentar que el chontaduro en Bogotá es considerado, por varios consumidores, distribuidores5 y vendedores, un alimento de identificación regional del Pacífico (Cauca, Valle del Cauca y Chocó) y fuertemente racializado como “negro”. Para este fin, este capítulo se dividirá en dos secciones: una que mostrará cómo las divisiones regionales colombianas han dado lugar a la existencia de fuertes identidades regionales que se piensan relacionadasa unos alimentos considerados propios o autóctonos; y la otra sección, encargada de explorar cómo la racialización, entendida desde Appelbaum et al. (2003), se manifiesta a través del chontaduro. Finalmente, el tercer capítulo tiene dos objetivos. Por un lado, analizar la manera en que los productores, distribuidores y especialmente consumidores se refieren a las propiedades saludables del chontaduro a partir de las categorías desarrolladas por Lupton (1996), y cómo esa noción de saludable está fuertemente relacionada con el encuentro entre otredades y la exotización que de esa deviene. Por el otro lado, este capítulo busca explorar cómo se racializa la sexualidad al concebir el chontaduro como afrodisiaco (ya sea como potenciador sexual o reproductivo) y cómo los vendedores se apropian de esa racialización como estrategia de venta. Cada capítulo contará con su introducción y conclusiones pertinentes para efectos de claridad. Por esta razón al final de este trabajo, a modo de conclusión general, se desarrollarán unas reflexiones finales que discutirán los argumentos centrales, la forma de acercarse al tema de la alimentación, así como cuestiones abiertas o que faltaron por explorar. 5 Aclaro que cuando hablo de distribuidores me refiero en conjunto a comercializadores (vendedores de centros de acopio) y a vendedores finales. 18 Capítulo 1. La marginalidad del chontaduro 2.1 Introducción Aunque ningún productor, vendedor o comprador se haya referido explícitamente al chontaduro como un alimento marginal, este se puede llegar a considerar así por las propias dinámicas de producción y distribución que observé, por quienes lo producen y lo venden y por historias de algunas personas. Siguiendo a Elizabeth Finnis (2012) el término marginal se refiere a “distintos alimentos y prácticas culinarias que han tendido a ser asociadas con poblaciones y grupos culturales periféricos o no de la élite; esto incluye culturas indígenas, migrantes, o grupos locales que han sido, al menos oficialmente, subsumidos por nociones de un todo coherente nacional y dominante” (p.1). Sin embargo, así como la autora lo afirma en su libro, lo marginal no es una categoría dada o fija, porque lo que puede ser comida marginal en un tiempo y lugar específico, puede ser un alimento cotidiano en otro lugar o durante otro momento; o incluso, lo que un grupo puede considerar como no comestible, inapropiado o de bajo estatus, puede jugar un rol importante en la diversidad dietética o la creación y mantenimiento de límites sociales, identidad y subsistencia para otros. Sumado a lo expuesto por Finnis, Richard Wilk (2012) considera que un alimento marginal puede ser “extremadamente común, económico, de bajo estatus, raro, costoso, limitado a temporadas o en distribución o altamente perecedero” (p.15) Así, aprovechando las ideas de estos autores, considero que la marginalidad no solo se evidencia de esas maneras sino también en la importancia comercial que alcance un fruto o no, la forma en la que es distribuido y producido, así como en el grado de homogenización y estandarización que alcance dentro de las lógicas modernas de lo que sería un “buen alimento”. Bajo esta perspectiva, este capítulo empezará narrando la biografía del chontaduro desde su producción, pasando por algunos momentos de su distribución y consumo. Todo esto con el fin de argumentar que el chontaduro es un fruto marginal a múltiples escalas y de diferentes maneras, debido a las particularidades de su proceso de producción, el lugar donde es distribuido en Bogotá, su venta informal y las características organolépticas que este posee. 19 ¿Y eso con qué se come?6 Contextualizando el chontaduro en Colombia. Aunque yo lo conocí como chontaduro (y así me referiré a él durante todo el trabajo), en Colombia también se le dice Cachipay, en otros países Pejibaye o Peach Palm (en inglés) y su nombre científico es Bactris gasipaes. Este fruto es originario de las regiones tropicales y subtropicales de América y por mucho tiempo fue importante para la alimentación de los indígenas del bosque húmedo tropical (Patiño,1958; Collazos,2004). Su crecimiento se da en palmas (como racimo) y en Colombia se cultiva en todo el litoral Pacífico, que incluye los departamentos de Nariño, Cauca, Valle del Cauca y Chocó, […] en los llanos orientales y la Amazonía (Departamentos de Caquetá y Putumayo) (Sinisterra et al., 2003), y en menor medida en Valles interandinos. Según el Anuario de Frutas y Hortalizas del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural (MADR), Colombia poseía 9.225 hectáreas sembradas, que arrojaron una producción de 73.117 toneladas durante el año 2010 (Agencia de noticias UN, 2012). Actualmente no se encuentran estadísticas nacionales sobre las hectáreas sembradas de este fruto, pero hay que recalcar que esa cifra del 2010 ha cambiado debido al programa de sustitución de cultivos ilícitos (donde se dieron a campesinos varias plantas de chontaduro para sembrar) y la plaga del Picudo7 que entre 2010 y el 2013, disminuyó en un 90% los cultivos de Buenaventura y el Chocó (Agencia de noticias UN, 2015). Debido a la disminución de la producción en Buenaventura y Chocó, El Tambo (Cauca) tomó el protagonismo, convirtiéndose, según sus pobladores y el diario El País (2014), en el lugar de mayor producción de chontaduro en Colombia. Por esta razón en el siguiente apartado, nos centraremos en El Tambo (Cauca) para conocer las particularidades de la producción del chontaduro. Producción En el Tambo (Cauca), específicamente en el corregimiento de Cuatro Esquinas, quienes siembran chontaduro son campesinos que han vivido la mayoría de su vida allí y que quisieron seguir con el negocio que habían empezado sus padres. Especialmente Cuatro Esquinas, es un lugar idóneo para la siembra de chontaduro, porque, según sus pobladores y 6 Utilizo esta pregunta no solo porque se refiere a cómo se consume algo, sino porque en el lenguaje coloquial colombiano, este cuestionamiento se utiliza para pedir explicación de algo que no se entiende ni se conoce. 7 Este es un cucarrón que afecta a la palma de chontaduro. 20 el ingeniero agrónomo Rigoberto, presenta un clima húmedo transicional al seco, el cual se encuentra influenciado por la corriente de aire caliente proveniente del valle geográfico de Rio Patía y la corriente de aire frio que desciende de la cordillera occidental. En términos de producción, una vez sembrada la plántula de chontaduro, esta toma 6 meses para nacer y 4- 5 años para dar frutos por primera vez. Las palmas pueden llegar a crecer hasta los 20 metros y pueden proporcionar hasta 8 años de producción dependiendo de los cuidados que se le den. Una vez comienza a dar frutos, las cosechas de chontaduro se dan dos veces al año: entre enero-abril y en menor medida entre agosto-noviembre. Como las palmas deben sembrarse mínimo a 6mts X 6mts de distancia la una de la otra, en una hectárea puede haber hasta 204 palmas y cada una de ellas puede producir entre 50- 100 kilos de fruto al año. Anteriormente la producción de chontaduro se hacía sin la utilización de productos agroquímicos, hasta que, en 1975, una plaga empezó a afectar los cultivos. En ese momento el asunto fue controlable y del 2010 para acá, ha sido tal el impacto del Picudo, que, para mantener los cultivos, se utiliza un insecticida agrícola que está descontinuado en varios países, y que además es aplicado por los productores de manera indiscriminada. En cuanto a la cosecha de este fruto, según lo que pude ver en El Tambo, esta se hace de manera manual y se podría decir que artesanal, teniendo en cuenta los instrumentos hechos en madera (Marota o Subidor) que se utilizan para subir por el tallo espinadode la palma (Imagen 2) y por la falta de protección que poseen los trabajadores. La marota (Imagen 3) está conformada por dos triángulos con salientes que son amarrados a la palma con unos lazos revestidos de alambre dulce para poder subir hasta el fruto. La operación consiste en que el operario sube a la palma con ayuda de la marota, hasta llegar al racimo para halarlo y desprenderlo. Luego lo amarra con una cuerda y lo deja descender suavemente para que otro operario lo reciba y lo lleve al centro de acopio. Aunque este procedimiento se lleva utilizando por años, es peligroso por la falta de seguridad que tienen los operarios (no solo por la altura a la que están expuestos sino por las grandes espinas que tiene el tronco de esta palma), y a la vez, se traduce en una pérdida, porque muchas veces en el proceso, se desprenden los racimos de la cuerda, se caen fuertemente al piso y se dañan. 21 Imagen 2. Foto de Carrero, Laura. Tallo espinoso de la palma de chontaduro Imagen 3. Foto de Carrero, Laura. Marota o subidor 22 Según Sinisterra et al. (2003), “el chontaduro es una fruta que no está normalizada por el ICONTEC8 con su Norma Técnica, [y por lo tanto] el mercado se realiza por parámetros empíricos entre los comercializadores y productores […]” (p.86). El ICONTEC, fue fundado en 1963 debido a la “necesidad de crear una organización que trabajara el tema de las normas técnicas, para mejorar la productividad y la competitividad de la industria nacional” (Icontec, 2016). Este instituto colombiano maneja normas para temas educativos, turísticos, de construcción, de agricultura y alimentos, entre otros con el fin de definir las especificaciones y requisitos que deben reunir los materiales, equipos y servicios para cumplir con los estándares de la calidad. Respecto al tema de agricultura y alimentos, el ICONTEC busca fomentar las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA), que son “todas aquellas actividades relacionadas con la producción, procesamiento y transporte de productos de origen agropecuario, orientadas a asegurar la inocuidad del producto, la protección al medio ambiente, y la salud y el bienestar de los trabajadores que laboran en el campo” (Icontec, 2016: s.p). Aunque la mayoría de los productos perecederos en el país no están normalizados por este instituto, muchos productores de chontaduro manifestaron que consideran importante que lo esté, puesto que cuando un producto no lo está, su producción, distribución y comercialización no están estandarizados y cada actor dentro del proceso hace las cosas como le convenga o crea correctas. Además, como se mencionó, la idea de estar bajo las normas técnicas de este instituto es alcanzar estándares de calidad para fomentar la competitividad y, por supuesto, la exportación. Un ejemplo frecuente citado por los productores con respecto a la carencia de normatividad y normalización es la intermediación. Esta hace referencia a la necesidad que tienen la mayoría de los productores de recurrir a un intermediario (dueño de camiones) para poder vender su mercancía puesto que viven lejos de la carretera principal y no tienen los medios ni los contactos en las ciudades para vender su mercancía. Como muchos productores manifiestan, al no haber control de precios o algún mecanismo que regule la venta de chontaduro, el mercado se maneja de forma informal y los intermediarios fijan un precio de manera ventajosa para ellos, quedándose así con un alto porcentaje de las ganancias que da este fruto en el mercado. Así a los productores se les compra el kg de chontaduro a “precio 8 Instituto Colombiano de normas técnicas. 23 de huevo”, mientras que los intermediarios lo venden en las plazas o centros de abastos a casi al triple de lo que se lo compraron a los productores. Otra cuestión importante que sucede en los lugares donde se produce gran cantidad de una fruta o verdura, es que los productores se dan a la idea de hacer derivados de aquello que producen. Sin embargo, desarrollar derivados requiere de equipos y maquinas procesadoras que son costosas y que lamentablemente muchos sectores productores no logran poseer. En el caso del Tambo, hace unos años, fueron donados unos equipos para el procesamiento de chontaduro por la agencia presidencial para la Acción Social. Desde entonces, algunas empleadas de la planta hacen harina de chontaduro, chontaduros en almíbar o salmuera, panes, tortas, chicha, jugo, yogurt o sabajón. Pero, esas preparaciones se realizan muy eventualmente cuando les hacen pedidos de harina (que es lo que más se vende) o cuando van a participar en alguna feria para poder así promocionar sus productos. Así, si bien están los implementos para el procesamiento del chontaduro, las personas en el Tambo no tienen contacto directo con los principales compradores de estos productos, ni tampoco han podido dar a conocer a mayor escala sus productos. A pesar de las maquinas, para ninguno es un secreto que están alejados de los grandes lugares de consumo y que necesitan mayor apoyo en la comercialización y mercadeo de este tipo de productos. En este contexto productivo del chontaduro, es posible entrever varios aspectos que dan cuenta del carácter marginal de este fruto. Primero el ser producido en un lugar lejano, donde incluso para los productores es complicado llevar sus frutos a la carretera principal. Segundo, el no estar normalizado por el ICONTEC, lo que representa para los productores una desventaja frente a los intermediarios. Tercero, ser producido de manera artesanal9 y con poca seguridad para los trabajadores. Y finalmente, la falta de apoyo institucional para lograr una mejor conexión entre productores y comercializadores, así como dar a conocer mejor el chontaduro y sus derivados. Por estas razones, es que el chontaduro se considera un alimento marginal, pues queda reducido a un fruto de “bajo perfil”, que no es lo suficientemente importante en la economía del país para buscar su mayor comercialización y su más alta calidad y competitividad en el mercado. Incluso como se verá a continuación, la marginalidad 9 Aunque para algunos productos la producción artesanal se constituye como un valor agregado al momento de entrar a la venta, este no es el caso, puesto que lo artesanal hace el proceso más peligroso y menos beneficioso para los productores. 24 no solo se manifiesta en este proceso de producción, sino también el de comercialización y venta final. Comercialización Interesada en conocer cómo llegaba el chontaduro a Bogotá y en dónde se abastecían los vendedores de la capital, terminé visitando CORABASTOS (corporación de Abastos de Bogotá10). Para ir, contacté a un amigo que trabaja allí porque yo desconocía el lugar, quedaba lejos de mis lugares frecuentados y además sabía que debía ir muy temprano en la mañana para alcanzar a ver las dinámicas de comercialización del chontaduro. Anteriormente había buscado el precio oficial de este fruto en la página web de esta central de abastos, pero no lo encontré. Sin embargo, cuando hablaba con los vendedores ambulantes del centro de la ciudad, ellos me decían que lo compraban allí. Así que por eso fui, a las 5:30 am. Era impresionante lo lleno que estaba ese lugar siendo tan temprano en la madrugada, había cientos de camiones y trancón de personas, cajas y zorras (carritos de carga). Caminando dentro del tumulto, mi amigo me llevó a la Reina, una bodega donde venden toda clase de frutas al por mayor. Allí había de todo, sandías, melones, manzanas y peras en canastas enormes y a un muy buen precio, pero el chontaduro no lo veíamos por ningún lado. Preguntamos y nos dijeron “Aquí no se vende eso, toca que vaya afuera,a las flores”. Mientras caminábamos hacia allá mi amigo me dijo “allá es peligroso y feo, es a la salida de Corabastos,[…] se le conoce como “el pequeño cartuchito”. El nombre de “pequeño cartuchito” me pareció muy particular, además de atemorizarme porque parecía hacer alusión al “cartucho”, uno de los lugares más peligrosos que tuvo Bogotá. El “cartucho” fue un lugar de microtráfico, prostitución e indigencia y supe que esa cuadra detrás de Corabastos tenía ese nombre porque allí muchos habitantes de calle y delincuentes se asentaron y realizaron las mismas acciones que hicieron famoso al “cartucho”. Cuando yo fui a esa gran cuadra, ya la situación no era tan problemática porque la policía había hecho un gran operativo para desalojar y “limpiar” el lugar. Sin embargo, para muchos ese lugar sigue siendo el “pequeño Cartuchito”, un lugar inseguro, informal y “feo”. 10 Grandes bodegas encargadas de acopiar y abastecer alimentos de manera organizada y metódica a la capital del país y sus alrededores. 25 Una vez en esta cuadra detrás de Corabastos, después de caminar por unos cuantos locales ya empecé a sentir el característico olor del chontaduro, pero esta vez más fuerte y concentrado… como si lo estuvieran cocinando ahí mismo. En ese momento le dije a mi amigo “aquí es, aquí es” y entré. Era una bodega enorme, más grande que los puestos de venta dentro de Corabastos, con una montaña de racimos de chontaduro crudos y cinco ollas industriales hirviendo este fruto y expulsando un olor verdaderamente penetrante (más del que se siente cuando uno pasa por las carretas de chontaduro). Aunque comprar los racimos de chontaduro crudo es una opción, es muy común que los vendedores compren el fruto ya cocido por términos de practicidad. Cocinar el chontaduro toma aproximadamente 4 horas, además de requerir ollas medianamente grandes y una gran cantidad de agua. Por esta razón, muchos vendedores prefieren pagar un poco más de dinero para llevarse su pedido cocido y volver cada 3 o 4 días a comprar más (ya que el fruto cocido no dura más de esos días sin dañarse). Ya eran las 6 am y dentro del ajetreo de la compra y venta de chontaduro en la bodega, no fue fácil encontrar un momento para acercarme a hablar con la que aparentemente era la dueña de lugar. Una vez lo logré, supe que ella era Dalia, una mujer proveniente del Caquetá y muy orgullosa de contarme que su esposo (Luis Enrique) había traído el chontaduro a Bogotá hace 25 años: “Luis Enrique, buscando qué podíamos vender para vivir, le compró 300 mil pesos en chontaduro a un señor que le ofreció, se los trajo en flota y nos posamos en una esquina de Corabastos a venderlo[...] Nadie lo vendía aquí, entonces para todos era muy extraño ver ese fruto y preguntaban que qué era eso. [Sin embargo] quienes lo conocían se emocionaban al verlo y lo compraban bastante”. Dalia me explicaba que la cosecha que estaba disponible en ese momento (febrero) en su bodega era de San José del Guaviare11 y que en enero le habían llegado en promedio 230 toneladas del fruto. La cosecha de enero a abril, en la que estábamos en ese momento, era donde se encontraba una mayor disponibilidad de chontaduros de varias regiones, lo que conllevaba a una baja de precios considerable y que más personas buscaran vender chontaduro en las calles.12 Esto último se traducía para Dalia en una buena época de ventas. 11 A Bogotá también llegan las cosechas de chontaduro de El Tambo, Putumayo y el Llano Colombiano. 12 En época de cosecha una arroba de chontaduros pequeños (chirilla) es vendida a 20,000 pesos aproximadamente, es decir, a la mitad del precio que tiene cuando no está en cosecha. 26 Así, dentro de los muchos clientes que llegaban a comprarle, vi dos vendedores ambulantes de chontaduro con los que había conversado en el centro de la ciudad. En el momento, eso me pareció demasiada casualidad, pero a medida que Dalia me fue contando particularidades sobre la distribución de chontaduro, entendí que evidentemente me había encontrado a esos vendedores conocidos por tres razones. La primera porque, así como lo nombró Dalia, “los negros son los que más compran para vender en la calle… aunque ahorita lo están comprando también blancos”; la segunda porque solo tres bodegas, la de Dalia, la de su hijo William (ubicada a una cuadra de la de ella) y otra son las únicas que surten chontaduro en todo Bogotá; y la tercera porque Dalia sostenía que “Aunque los del otro local vendan el producto más barato, la gente prefiere comprármelos a mi porque están mejor escogidos, son de mejor calidad y cocinados con agua limpia”. Después de hablar con Dalia, me dirigí a la bodega de su hijo William. Esta bodega era más pequeña, pero vendía igualmente una gran cantidad de bultos de chontaduro. Al igual que Dalia, William me confirmó que efectivamente la mayoría de los compradores de ellos eran vendedores ambulantes y que en relación a ventas más grandes, como a supermercados, pasaba lo siguiente: “Ahorita solo enviamos 100 kg de chontaduro cada 3 días a un supermercado en Sogamoso llamado el Paraíso. Antes, le intentamos vender al Éxito13, pero eso ponen mucho problema y pagan tarde, al mes […] y eso a nosotros no nos sirve porque necesitamos la plata para pedir más viajes de chontaduro. Eso sí, trabajamos con Surtifruver14 un tiempo, pero era el mismo problema con el pago, además que molestaban mucho y a veces no nos pagaban todo si la fruta estaba magullada […] y eso a veces no era culpa de nosotros sino del transporte y la acomodación”. Esta experiencia en Corabastos destaca o refleja, al igual que el proceso de producción del chontaduro, algunas particularidades que permiten ver la marginalidad alrededor del chontaduro en Bogotá. No solo son las palabras de William y Dalia mostrando que sus mayores compradores son vendedores ambulantes y que ha sido complicado vender su mercancía en supermercados y grandes mercados de frutas y verduras; sino el hecho de que este fruto (que ya lleva 25 años en el mercado Bogotano) no se pueda conseguir dentro de Corabastos y que solo se pueda comprar en tres bodegas ubicadas en el “pequeño cartuchito”. 13 Gran cadena de supermercados colombiana. 14 Importante cadena de expendio de frutas y verduras en Bogotá y Chía. 27 Si bien esta característica de ser vendido fuera de Corabastos no es exclusivamente del chontaduro, eso no quiere decir que deje de ser marginal, puesto que en general los otros productos que no se encuentran a la venta en Corabastos son en su mayoría de origen campesino y popular. En ese sentido, el chontaduro y estos otros productos están relacionados, pues su comercialización se da por fuera de los márgenes del mercado tradicional de frutas y verduras en la capital. Venta al menudeo15 En Bogotá (y en muchos otros lugares del país), la venta de chontaduro es realizada de manera informal, en mayor medida, por hombres y mujeres “negros” del Pacífico colombiano, aunque cada vez más- como me dijo un vendedor que se hace llamar “Petro”- “se van metiendo más blancos en el negocio”. Este fruto es tan poco conocido en la capital, que algunos lo consideran exótico, mientras que los vendedores, por su lado, lo definen como un alimento asociado a la negridad, así no sea solo la gente “negra” quien lo consuma. La venta al público se da en esquinas y semáforos de la ciudad en carretas de madera llenas de chontaduros de diferentes colores y tamaños, que resaltan con una especie de color fluorescente y un olor reminiscente ahuyama hervida con un dejo de papa. Este olor se produce porque, a diferencia de otros frutos, el chontaduro solo se puede consumir cocido, ya que “si usted no lo cocinaeso le reseca toda la boca y le raspa la garganta”-afirma Mery, una vendedora del centro de Bogotá. Así, en las carretas son visibles los chontaduros cocidos con cáscara, esperando a ser escogidos por algún cliente; vasos y bolsas de papel con pequeños chontaduros ya picados y listos para el consumo; un frasco de sal y otro de miel para adicionar al chontaduro según el gusto; un galón de jugo de chontaduro y a veces uno de jugo de Borojó; y en algunos casos un frasco blanco llamado Mero Macho: un líquido potenciador sexual que algunas personas le adicionan al jugo. Por los puestos que visité y por algunas otros que vi, en Bogotá, las carretas de venta guardan más o menos la estructura que acabo de describir. 15 Hace Referencia a la venta de bienes o servicios a los consumidores finales, para su uso personal y no comercial. 28 Imagen 4. Foto de Carrero, Laura. La carreta de chontaduro de Don Jairo Waldo Ahora bien, la venta ambulante de chontaduro propicia tres cosas importantes. Primero, una flexibilidad, debido a que los vendedores, dependiendo del precio del chontaduro (que varía dependiendo de la cosecha), deciden venderlo o cambiarse a vender mangos o mazorcas. Segundo, una desventaja, porque muchas veces los vendedores no pueden permanecer en el mismo lugar (por asuntos de “uso ilegal del espacio”) y en ese sentido mantener clientes frecuentes es complicado. Y tercero, un problema, porque la venta de productos alimenticios en las calles tiene unas connotaciones y condiciones particulares. Según un estudio realizado por McCann World Group, el 56% de los colombianos comen regularmente en la calle, especialmente arepas, empanadas o alimentos de sal, y no tanto frutas (El espectador, 2012). De estas personas que comen en la calle, el 28.52% de los colombianos declaran ser conscientes de los riesgos de ingerir alimentos callejeros, entre los 29 cuales está tener enfermedades como gastroenteritis, tifoidea, hepatitis, salmonelosis, amibiasis y colitis. Estas enfermedades, según El Espectador (2012), se producen porque “La comida que se prepara y vende en la vía pública está expuesta a distintos contaminantes que se encuentran en el ambiente, estos pueden ser simplemente polvo y humo o la suciedad acumulada en el piso, como excremento, orines, saliva y otras materias desagradables, que al secarse y gasificarse contaminan los alimentos”. Aunque no muchos conozcan las enfermedades que pueden ocasionar los alimentos callejeros y los sigan consumiendo, por este de tipo de información se ha generado un discurso alrededor de estos alimentos marcándolos como sucios o contaminados, y de esto no se escapa el chontaduro. Esta asociación del chontaduro con lo sucio y su venta callejera, dan cuenta del círculo de informalidad en el que vive este fruto. Precisamente esta informalidad, sumado al hecho de que sea vendido por gente “negra” y reconocido como un alimento “negro” es lo que denota, una vez más, una de las múltiples escalas en las que el chontaduro es un alimento marginal16. Sin embargo, estas particularidades que vimos sobre los procesos de producción, comercialización y venta al menudeo, solo una cara de la marginalidad de este fruto, pues también lo es su falta de homogeneidad y su particularidades estéticas y sensoriales de la que hablaremos en la siguiente sección. 2.3 Heterogeneidad y estética del chontaduro Debido a la informalidad y no estandarización del chontaduro, existe una gran heterogeneidad en la comercialización de este fruto, cuando cada vez es más común ver las frutas y verduras en venta como homogéneas y siguiendo unas características organolépticas17 particulares. Esta homogenización y la importancia de las características organolépticas de los alimentos se ha venido dando por el auge del sistema global de producción industrial de la alimentación y por la preocupación de garantizar la calidad y seguridad de los alimentos. En este contexto, muchos productos alimenticios suelen encontrarse empaquetados y ya no es común encontrar una papa sucia con tierra, manzanas pequeñas y otras grandes en el mismo lugar, frutas que no sean estéticamente agradables, que 16 Este asunto de la identificación del chontaduro con lo “negro”, se abordará con mayor profundidad en el segundo capítulo de este trabajo. 17 Se refieren a un conjunto de estímulos que interactúan con los órganos de los sentidos (olfato, vista, tacto y gusto) y que en el cerebro humano se interpretan como aroma, color, sabor y textura. 30 estén magulladas, con un fuerte olor o sabor desagradable. Claro está que en las plazas de mercado existe menos homogeneidad, pero en supermercados y expendios de frutas y verduras se cumple este patrón. En este contexto, el chontaduro puede ser considerado un fruto que no encaja dentro de esas lógicas modernas de la alimentación ya que, por su producción artesanal, no se controla el crecimiento igual de todos los frutos, su proceso no es estandarizado y cada productor aplica fertilizante y agroquímicos de manera diferente. Adicional, el chontaduro guarda una estética muy particular por dos razones: porque el racimo de este fruto se asemeja a un pulpo con tentáculos verdes que sostiene los frutos desde la cabeza (Ver imagen 5), ya que los tallos son flexibles y los frutos difíciles de quitar; y segundo porque como afirma William “Hay varias clases de chontaduro. Unos amarillos, otros bien rojos, unos rayaditos: que para algunos son deliciosos por secos [mientras que] hay otros que les encantan los grasosos. [Así] Cada vendedor ambulante escoge lo que él cree que es la mejor calidad y así lo distribuye…Cada uno tiene sus creencias al respecto”. Imagen 5. Foto de Aragón, Estefanía. Chontaduro en racimo. Ahora, no solo los vendedores manejan sus criterios al respecto sino también los compradores, quienes tienen toda la variedad posible para escoger entre un chontaduro grande o pequeño (chirilla), con o sin pepa (muy difícil saberlo), rayado, amarillo, rojo, seco o grasoso (Ver imagen 6). Incluso, algunos clientes como Ana afirman tener un gusto 31 particular ya sea por un chontaduro hembra o macho, donde “La hembra es la mojadita […] y el macho no, y por eso uno lo humedece con la miel”. Cada persona busca un tipo particular de chontaduro dependiendo de sus criterios sobre cuál es más sabroso por sus características físicas y sensoriales (características organolépticas). Precisamente la textura arenosa, seca o grasosa del chontaduro o la variedad de colores que posee, puede ser un factor positivo porque se adapta a las exigencias y preferencias particulares de los consumidores y de los distribuidores. Sin embargo, a la vez, para otras personas, especialmente para nuevos consumidores, esta variedad sensorial y física puede ser factor de rechazo o de repulsión. Los mismos vendedores de chontaduro sostienen que a muchas personas no les agrada el sabor del chontaduro apenas lo prueban, que muchos nunca vuelven a comer o que le pueden llegar a encontrar gusto después de consumirlo varias veces. Imagen 6. Foto de Carrero Farías, Laura. Rigoberto con racimos de una cosecha de chontaduro en El Tambo, Cauca. Existen otras dos características organolépticas del chontaduro que lo hacen particular. Uno es su olor y el otro es su fácil tránsito entre lo dulce y lo salado. En cuanto al olor, este se produce porque el chontaduro debe ser cocinado para ser consumido, y al pasar por ese proceso emana un fuerte olor, no solo al momento de su cocción (como lo mencioné en el apartado anterior) sino también cuando está en las carretas de la calle para la venta. 32 Ahora, en cuanto al tránsito o al limbo entre lo dulce y lo salado en el que se encuentra el chontaduro, puedeservir hacer una comparación entre este y el aguacate, pues en ambos casos depende de cómo las personas lo preparen para que éste se posicione en una categoría u otra. En el caso del aguacate, si se le ponen sal sirve para acompañar un almuerzo, pero si se pica y se licúa con azúcar, ahora es un jugo. Algo parecido sucede con el chontaduro. Mientras estaba en los carritos ayudando a vender, tanto los consumidores como los distribuidores me contaban sobre diferentes recetas o formas que lo comen o lo comían cuando pequeños. Cuando comencé el trabajo de campo ni siquiera sabía que le echaban algo al fruto, pensaba que se vendía picado y ya. Sin embargo, a medida que estuve investigando, los vendedores me contaban que siempre tenían miel y sal porque la gente usualmente lo pedía con ambas o con alguna de las dos. De hecho, era particular cuando la gente lo pedía sin sal o miel, o un par de casos donde lo pedían con limón y sal (como si fuera un mango biche). Como usualmente los vendedores no tienen limón en su carreta, “se lo conseguían” pidiéndoselo a algún compañero de otro carreta, pues no querían perder la clientela. Al preguntarle a las personas por la forma en que comían el chontaduro, muchos me contaron formas de preparación que jamás me imaginé como bien bogotana que soy. Efraín, un comprador decía, “En la finca de mi papá había mata de eso y lo comíamos mucho con miel y sal [...] En jugo y así con arroz, papa y yuca, como un almuerzo”. Petro, un vendedor, me comentaba la versatilidad del fruto: “Usted con eso puede hacer una salsa para pescado deliciosa, o huevos” y Mery, otra vendedora, más creativa aún me decía que “Con eso se puede hacer hasta buñuelos”. Sin embargo, otra forma vivida por mí fue en El Tambo, Cauca, donde uno de los productores llamado Gerardo, me ofreció chontaduro con aguadepanela. Esto sí que era extrañísimo para mí, era como estar comiendo un pedazo de papa o ahuyama con una bebida dulce caliente; pero finalmente, me lo comí porque me daba pena despreciarles el ofrecimiento de esta especie de desayuno o medias nueves. En este caso, que el chontaduro tenga un fuerte olor, una textura seca, grasosa o arenosa, transite entre lo dulce y lo salado y sea poco homogéneo, remonta a una idea de lo desordenado y de lo “otro” que muchas veces no encaja. Cuando hablo de lo “otro” me refiero precisamente a eso que es considerado extraño, exótico, por salirse de las lógicas del sistema moderno de producción de alimentos y de un deber ser de la comida en términos sensoriales. En este sentido, es donde el alimento se marginaliza también por relacionarse indirectamente 33 con el desorden e incapacidad de ser clasificado fácilmente, pues como se vio puede ser algo dulce, salado, el acompañamiento de una bebida caliente o parte de un almuerzo. 2.4 Conclusiones La forma en que un producto se inserte en el mercado y la importancia que tenga para la economía del país marca la forma en que éste es distribuido, comercializado y asimismo consumido. Como vimos con el chontaduro, su producción se da en lugares lejanos, no existen normas de calidad respecto a él, no hay precios estandarizados, el abastecimiento de esta fruta en Bogotá no se da desde la central de abastos (Corabastos), y su venta no se da en supermercados, plazas de mercado o expendios de frutas y verduras, sino que, para consumirlo, sus compradores deben dirigirse a las esquinas, plazoletas y semáforos de ciertas zonas de la ciudad. También, se hizo evidente cómo el chontaduro es poco homogéneo, con características organolépticas muy particulares y difícil de clasificar por su diversidad de preparaciones. Así, todas estas características hacen del chontaduro un producto marginal a múltiples escalas, “subvalorado”, poco distribuido y sobre todo callejero. Que el chontaduro sea marginal, da lugar a varios escenarios. Primero que el fruto no sea un producto conocido por todos o no consumido por una gran cantidad de personas porque, por un lado, no se consigue en los lugares donde usualmente la gente va a hacer mercado de frutas y verduras (ni siquiera en las plazas de mercado), y por el otro, porque solo se vende en las calles y eso tiene unas connotaciones y condiciones particulares. Segundo, que sea vendido y consumido por una población específica; y tercero, que quienes lo vendan sean particularmente personas que han sido marginadas a través de la historia: la población “negra”. Con esto último en mente, el siguiente capítulo explorará las relaciones existentes entre el chontaduro, y las identificaciones raciales y regionales de vendedores y/o consumidores de este fruto. 34 Capítulo 2. Chontaduro, raza e identidad 2.1 Introducción El chontaduro está atravesado por múltiples significados que probablemente no son iguales en todos los contextos, pero al menos en Bogotá se manifestaron de una forma particular. Considero que los significados no están aislados, pues se conectan con visiones nacionales, internacionales e incluso históricas, y por esa razón estudiar el chontaduro específicamente en Bogotá, me permitió dar cuenta de procesos más amplios. Así, entre palabras y actitudes de consumidores y distribuidores fueron visibles algunas de las capas de significado alrededor del chontaduro, en este caso, relacionadas con procesos de construcción de identidad regional y representaciones racializadas de la población negra colombiana. Para efectos de este capítulo, es importante la noción de “racialización”, ya que esta hace referencia a una categoría analítica que se refiere al “proceso de marcación de las diferencias humanas de acuerdo con los discursos jerárquicos fundados en los encuentros coloniales y en sus legados nacionales” (Appelbaum et al, 2003: 2). El sentido racializado de la construcción de las diferencias humanas se puede observar claramente en las clasificaciones regionales. Por ejemplo, históricamente, como parte de los proyectos nacionales del siglo XIX, las regiones y sus “tipos regionales” fueron ubicados en jerarquías naturalizadas (propias del pensamiento racialista) donde las regiones y sus habitantes se pensaban con características propias e inscritas y donde, entre otras cosas, las regiones blancas se consideran civilizadas frente a regiones mestizas/negras “atrasadas”. Ahora, si bien estos procesos de racialización vienen desde el periodo colonial, estos siguen funcionando en las sociedades latinoamericanas actuales de diversas maneras; y es así como actualmente no solo una región puede estar racializada, sino también un género musical, la sexualidad e incluso un alimento. Así, es aquí donde considero que converge la noción de racialización con el chontaduro, pues este fruto no solo se puede asociar a una “raza” (en tanto es visible que su venta es realizada mayoritariamente por gente “negra”) sino que también entra en una jerarquía donde se le atribuyen ciertas características muy específicas. Teniendo en mente la noción de racialización, este capítulo se dividirá en dos secciones. En la primera, se explorará el chontaduro en relación con el regionalismo 35 colombiano, mostrando cómo las divisiones regionales creadas desde el periodo colonial, han propiciado la existencia de identidades regionales muy marcadas y atadas, en este caso, a unos alimentos considerados muy propios. Por su lado, en la segunda sección se abordará el tema de la racialización y cómo se hace evidente a través de la venta y el consumo de chontaduro Bogotá. Todo esto con el fin de argumentar que el chontaduro en Bogotá es considerado un alimento de identificación regional del Pacífico (Cauca, Valle del Cauca y Chocó) y como “comida de negros”. 2.2 Espacialización o geografía de la diferencia: El regionalismo colombiano Una de las razones por las cuales me interesé por investigar el chontaduro, fue porque como bogotana, nacida depadres bogotanos, jamás en mi vida había probado esa fruta. Cuando le preguntaba a mis padres o a mis amigos cercanos, que también son provenientes de la capital, la mayoría sabía qué era, pero no lo había probado y unos pocos decían “guácala, lo probé una vez y sabe horrible”. Así, empezó a volverse relevante la pregunta sobre ¿Quiénes son entonces los consumidores del chontaduro en Bogotá, si parece ser que no somos los bogotanos? A la primera persona que le pregunté sobre el asunto, fue a una vendedora de chontaduro llamada Mery, que casualmente vi un día al frente de mi universidad. Ese día como solo era de exploración, primero fui con una amiga (Ana) que vivió en Cali y segundo, no le comenté a Mery que estaba haciendo una investigación, sino que solo íbamos a probar el chontaduro porque yo nunca lo había probado. En ese momento, mientras más le preguntaba a Mery, ella me decía si eso era una entrevista o algo así, y yo le decía que no. Después de un tiempo entendí que a ella no le gustaba ayudar a estudiantes con investigaciones porque por ser vendedora ambulante y estar al lado de la universidad, muchos la abordaban a hacerle preguntas y ella ya estaba cansada de eso. Así que solo hablé una vez con Mery, ya que cuando intenté hacerlo de nuevo (cuando otro vendedor me la estaba presentado) ella me dijo que no quería ayudarme con mi investigación. Sin embargo, ese día con Mery probé el chontaduro. Ella me pasó una pepita18 pequeña para la que probara y Ana me decía “échale cosas”, ahí Mery me pasó la sal, pero 18 Pepa: así se le conoce en el mercado al fruto individual del chontaduro. 36 Ana insistía que aparte de eso le echara miel. En ese momento se acercó una empleada de nuestra universidad a comprar un vasito de chontaduros, y como vio que era la primera vez que yo lo iba a probar me dijo “es delicioso”. Mientras yo miraba el chontaduro antes de echármelo a la boca, veo a la señora de la universidad destapar su vasito y empezar a comerse el chontaduro con tanto gusto, que yo no podía entender porque la mezcla que tenía en mi mano del fruto, miel y sal me parecía tan extraña y desagradable hasta el punto de tener miedo de probarla. Ese miedo, evidentemente hace parte de la neofobia, ese temor a probar algo desconocido y nuevo y más cuando personalmente ya tenía un imaginario en mi cabeza de lo que era algo comestible o rico, pues el color, aroma y textura del chontaduro no parecía serlo. Sin embargo, cuando finalmente lo probé, Ana me preguntó “¿Te gustó?” y yo solo le respondí “No sé, sabe raro, es arenoso, no sé bien a qué sabe” (Pero en realidad me había parecido horrible, solo que me daba pena decirlo frente a Mery y la empleada de mi universidad). En ese momento aproveché para preguntarle a la empleada de mi universidad por qué comía chontaduro. Esta pregunta fue muy rara y directa, tato que en realidad luego pensé que las personas no sabrían mucho cómo responder por qué comen o les gusta algo, así que menos mal la señora no me entendió, pero Mery sí. Ante el cuestionamiento Mery respondió: “Porque ella vivió o nació donde se come esto” y después la empleada me dijo que si, que ella era del Huila. Ante ese panorama, con mucha curiosidad le dije a Mery ¿Pero si vendes en Bogotá es porque muchos bogotanos te lo compran no?, y ante eso ella dijo: “Es más la gente de afuera que come, como ella (refiriéndose a la empleada de mi universidad proveniente de Huila) …aquí la gente no le gusta o casi no come porque no lo conoce, no crecieron con eso”. “Por ejemplo yo soy del Chocó y mi casa quedaba al lado de la mata (señalando a lo alto ya que el chontaduro crece en palmeras) […] así que solo lo bajábamos, lo cocinábamos y lo comíamos”. Este relato de Mery, no solo da cuenta que la mayoría de consumidores de chontaduro en Bogotá son de otros lugares del país, sino también lo observado en mi trabajo de campo, donde efectivamente la mayoría de compradores eran de la región Pacífica (que comprende el departamento del Chocó, y las zonas costeras de los departamentos del Valle del Cauca, Cauca y Nariño), lugares cercanos a esa región como Cali y municipios medianamente 37 Mapa 2. Mapa de las regiones geográficas de Colombia y sus principales ciudades. IGAC (2002) 38 cálidos de Cundinamarca como Pacho o Barbur19. Sin embargo, hay que recalcar que, aunque muchos bogotanos no conozcan el chontaduro y no lo hayan probado, hay unos cuantos que lo consumen por razones que mencionaremos más adelante20, que difieren de quienes lo conocen desde siempre y encuentran un gran gusto al comerlo. Durante mi investigación, noté que, dentro de todos los consumidores de la región pacífica y sus alrededores, la mayoría de los consumidores de chontaduro en Bogotá eran caleños y que este fruto era parte de su identidad regional. Cuando preguntaba a caleños (sin saberlo aún) de dónde eran y dónde habían probado el chontaduro, lo primero que muchos decían era “De Cali”, “esto es cultura allá”, “Usted no fue a Cali si no comió chontaduro” “el chontaduro es parte de ser caleño”. A esa respuesta yo decía “ahhh con razón les gusta tanto, porque hay gente de otras partes que no les gusta” y algunos solo se indignaban diciendo “es que yo no entiendo esto como no le puede gustar a la gente si es delicioso”, u otro comentando “Yo pensaba que le gustaba a todo al mundo y al parecer no… [creo que] el gusto se aprende, como cuando a uno le gustan las hormigas culonas”. Estos fragmentos dichos por consumidores de chontaduro en Bogotá, permiten ver por un lado, cómo el gusto se construye y se aprende y, por el otro, cómo la alimentación, en el caso específico de este fruto, funciona como una sustancia material-semiótica (como un objeto que se puede entender simbólicamente o que nos dice algo más allá de su materialidad). Así, funcionando de esta manera, el chontaduro, u otros alimentos dependiendo del contexto, son usados “en la creación y mantenimiento de las relaciones sociales, [pues] la comida sirve para afianzar la pertenencia a un grupo o para separar grupos” (Mintz y Dubois, 2002:109). Esa pertenencia en este caso específico es la regional, donde el chontaduro está atado a una identidad Caleña, Valluna en general. Ahora bien, estas identidades regionales muchas veces surgen de divisiones geográficas, que lejos de ser arbitrarias, dan cuenta de fenómenos claves, pues “la geografía es un mapa de la historia social y una carta cosmológica representada en topografía, [donde el] espacio físico [..] es también espacio semántico” (Taussig citado en Wade, 1997:86). 19 Hay una particularidad y es que en estos municipios de Cundinamarca el chontaduro se reconoce con el nombre de Cachipay. 20 Estas razones están relacionadas con el tema “afrodisiaco” y “saludable” que trataré en el tercer capítulo de este trabajo. 39 Siguiendo el aporte de Taussig, estas divisiones tienen una razón de ser y unas concepciones que no son neutrales y en el caso colombiano, así como en muchos otros, están moldeadas por unas ideologías y discursos dominantes que han sido difundidos por las clases y regiones más poderosas del país y que fueron construidas en la idea de separación, diferencia y jerarquía. Como colombiana, puedo decir que desde que los niños están en el colegio se les enseña sobre las regiones de Colombia, sobre sus límites, sus comidas, trajes típicos y sobre todo quienes viven en cada una: cundiboyacenses, “negros”, indígenas, entre otros. Así, para mí hay dos formas de entender la regionalización colombiana. Por un lado, la regionalización de las identidades raciales y por el otro, la regionalización dentro de la construcción de nación en el país. Ambas no son excluyentes y actualmente se pueden ver fundidas, sin
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