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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL AULA Gaxiola

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Para	los	niños	de	Surcos	Centro	Educativo
Para	Vicky	y	Alejandra,	compañeras	en	la	aventura
de	aprender	a	enseñar	la	sabiduría	del	corazón.
A	Lucía	Senderos	de	Gómez	y	Excelencia
Educativa	A.C.,	mi	más	profundo	agradecimiento
por	el	apoyo	brindado	a	la	investigación	de
los	talleres	de	inteligencia	emocional	en	la	escuela.
Presentación
Durante	mis	ya	largos	años	de	maestra,	pocas	veces	me	sentí	más	estimulada	en
el	trabajo	con	los	niños	que	durante	los	tres	años	que	hicimos	talleres	de
inteligencia	emocional	con	los	grupos	de	preescolar	y	primaria.	Dentro	de	las
aulas,	en	los	patios	y	jardines	del	colegio	Surcos	y	en	el	espacio	mágico	de	la
biblioteca	escolar,	me	reuní	con	los	niños	en	sesiones	de	juego,	de	lectura	y	de
pintura,	escultura	y	teatro,	y	constaté	los	beneficios	que	para	su	vida	emocional,
su	trabajo	académico	y	las	relaciones	con	su	familia	y	sus	compañeros	les	trajo
el	hacer	contacto	con	sus	sentimientos,	conocer	el	vocabulario	emocional	y
aprender	a	expresar	esos	sentimientos	de	manera	asertiva.
En	este	libro	pretendo	compartir	con	mis	compañeros	maestros	esta	rica
experiencia,	a	través	de	los	ejercicios	y	juegos	que	hicimos	juntos	—los	niños	y
yo—	durante	esta	aventura	de	aprender	la	verdadera	sabiduría,	que	no	reside	en
los	conocimientos	científicos,	tecnológicos	o	intelectuales	sino	que	es	la
sabiduría	del	corazón.
Ser	inteligente
Cada	cultura	y	época	histórica	ha	valorado	a	las	personas	de	su	sociedad	de
acuerdo	con	el	modelo	de	hombre	ideal	que	se	han	forjado.	Si	para	los	griegos
una	persona	valiosa	era	la	que	sabía	leer,	escribir	y	nadar,	además	de	tener	juicio
racional	y	una	conducta	virtuosa,	para	los	romanos	tenía	más	valor	una	persona
con	fuerza	y	coraje.	En	la	cultural	tradicional	china	destacaba	una	persona	que
tenía	habilidades	para	la	poesía,	la	música,	la	caligrafía	y	el	dibujo.	En	nuestra
cultura	occidental,	apenas	en	los	siglos	más	recientes	se	comenzó	a	dar
importancia	a	la	inteligencia	de	las	personas.	Sin	embargo,	ser	inteligente	tiene
contenidos	diversos	según	quién	lo	evalúa.	En	las	escuelas	tradicionales	el
alumno	inteligente	es	aquel	que	destaca	por	sus	habilidades	para	el	lenguaje	y	las
matemáticas.	En	el	mundo	de	los	negocios	una	persona	inteligente	es	aquella	que
se	anticipa	para	conquistar	oportunidades	comerciales,	se	arriesga
moderadamente,	construye	una	empresa	bien	organizada	y	realiza	en	forma
satisfactoria	sus	balances	financieros.
En	los	últimos	años	del	siglo	XX	se	comenzó	a	decir	que	una	persona	inteligente
es	aquella	capaz	de	analizar	símbolos	y	que	puede	trabajar	durante	horas	con
números	o	letras	sentado	frente	a	una	pantalla.	También	se	considera	inteligentes
a	quienes	adquieren	nueva	información	y	resuelven	problemas,	o	a	los	que	se
ajustan	a	los	cambios	permanentes	que	les	ofrece	la	tecnología	y	las	rápidas
transformaciones	del	entorno	en	el	que	se	mueven.
¿Se	preguntarán	los	campesinos	si	sus	hijos	son	inteligentes?	¿O	les	preocupa
más	que	tengan	salud	y	fuerza	física	para	que	sean	capaces	de	trabajar	la	tierra
como	lo	han	hecho	sus	ancestros?	¿O	más	bien	la	cuestión	de	la	mayor	o	menor
inteligencia	de	una	persona	es	una	preocupación	de	los	estratos	de	la	sociedad
que	compiten	en	el	ámbito	académico	y	en	el	trabajo	industrial	y	comercial?
La	integración	de	todos	los	niños	de	una	sociedad	a	la	escuela	se	da	hasta	el	siglo
XIX;	es	entonces	cuando	los	gobiernos	comienzan	a	preguntarse	cuántos	de	esos
niños	pueden	realmente	con	la	carga	del	aprendizaje	académico	y	quiénes
aprovecharán	las	oportunidades	educativas	ofrecidas.	De	ahí	surgen	las	primeras
pruebas	para	medir	la	inteligencia	de	las	personas.
Desde	entonces,	la	medición	del	coeficiente	intelectual	ha	sido	—y	sigue	siendo
—	una	herramienta	para	encasillar,	etiquetar	y	diferenciar	a	los	estudiantes.	Es	el
tamiz	para	aceptar	o	rechazar	a	alumnos	en	las	escuelas	o	universidades	y	a	los
empleados	en	las	empresas.	Estas	pruebas	que	miden	la	inteligencia	de	las
personas	se	basan	en	las	habilidades	para	el	lenguaje	y	el	razonamiento
matemático,	de	tal	manera	que	durante	las	últimas	décadas	las	sociedades
occidentales	hemos	valorado	(me	atrevería	a	decir	que	exclusivamente)	esos	dos
aspectos	de	las	capacidades	y	potencialidades	de	los	seres	humanos,	dejando	de
lado	otros,	tanto	o	más	importantes,	como	son	las	habilidades	afectivas,
emocionales,	sociales	y	creativas.
Por	fortuna	para	los	educadores	de	hoy,	investigadores	como	Howard	Gardner,
de	la	Universidad	de	Harvard	en	Estados	Unidos,	han	abierto	nuevos	campos
para	valorar	la	inteligencia	de	las	personas	desde	otros	ángulos.	A	partir	de	1983,
cuando	publica	su	libro	Inteligencias	múltiples,	Gardner	plantea	que	hay
diversas	maneras	de	ser	inteligente,	ya	que	para	él	la	inteligencia	es	una	facultad
singular	que	se	utiliza	siempre	que	es	necesario	resolver	un	problema;	desde	este
punto	de	vista	es	una	habilidad	general	que	se	encuentra,	en	diferente	grado,	en
todos	los	individuos,	y	por	eso	mismo	se	puede	tener	inteligencia	musical,
inteligencia	lingüística,	lógica	matemática	o	inteligencia	cinético/corporal	o
también	visual/espacial.	De	la	misma	manera,	cualquier	persona	puede	tener	una
inteligencia	interpersonal	o	intrapersonal.	Diez	años	después,	Gardner	incluyó	la
inteligencia	naturalista	y	aportó	algunos	elementos	acerca	de	la	inteligencia
existencial,	moral	o	espiritual,	pero	aclarando	que	no	se	le	puede	considerar
como	una	de	las	inteligencias	múltiples.
Todos	los	individuos	normales	poseen	cada	una	de	las	inteligencias	múltiples,
pero	difieren	en	el	grado	de	capacidad	y	naturaleza	de	la	combinación	de	estas
capacidades.	Así,	Gardner	define	inteligencia	como	la	habilidad	necesaria	para
resolver	problemas	y	para	elaborar	productos	que	son	de	importancia	en	un
contexto	cultural	o	en	una	comunidad	determinada.	El	término	producto	cultural
abarca	desde	una	teoría	científica	hasta	una	composición	musical,	pasando	por	la
capacidad	de	organizar	a	un	grupo	de	personas	para	lograr	un	fin.	La	creación	de
un	producto	cultural	es	crucial	para	la	adquisición	y	la	transmisión	del
conocimiento	o	la	expresión	de	las	propias	opiniones	o	sentimientos.
Veinte	años	después,	Gardner	encontró	una	nueva	definición	de	lo	que	él	concibe
como	inteligencia,	y	dice	que	es	el	potencial	biopsicológico	para	procesar
información	que	le	proporciona	su	cultura,	para	resolver	problemas	o	para	crear
productos	que	tienen	valor	en	una	cultura	determinada.	Sin	embargo,	sigue
insistiendo	en	que	las	inteligencias	no	se	pueden	ver	o	medir	porque:
Son	potencialidades	que	son	o	no	son	activadas,	dependiendo	de	lo	que	le	da
valor	a	una	cultura	determinada,	por	las	oportunidades	que	le	brinda	al	individuo
su	entorno	y	también	por	las	decisiones	personales	que	toman	los	individuos,	las
familias,	los	maestros	de	escuela	y	otras	personas	de	su	sociedad.¹
Cada	una	de	las	inteligencias	múltiples	tiene	un	núcleo	que	—como	sistema
computacional	basado	en	las	neuronas—	se	activa	o	se	dispara	a	partir	de	ciertos
tipos	de	información	presentada	en	forma	interna	o	externa.	Por	ejemplo,	un
núcleo	de	la	inteligencia	musical	es	la	sensibilidad	para	entonar	bien,	mientras
que	un	núcleo	de	la	inteligencia	lingüística	es	la	sensibilidad	hacia	los	sonidos	de
las	palabras.
INTELIGENCIAS	MÚLTIPLES
Inteligencia	lógico-matemática:	ésta	es	una	de	las	dos	inteligencias	que	valora
la	escuela	tradicional	y	es	la	que	estudió	Piaget.	También	es	una	de	las	que
evalúan	las	pruebas	para	medir	el	coeficiente	intelectual	(CI	O	IQ).	Se
caracteriza	por	ser	una	inteligencia	de	naturaleza	no	verbal	y	con	predominio
del	hemisferio	izquierdo	del	cerebro.	Dice	Gardner	que	esta	manera	de	ser
inteligente	incluye	las	habilidades	científicas.	Las	personas	con	este	tipo	de
inteligencia	tienen	afición	por	los	números	y	los	datos.	Son	aquellas	que	gustan
de	coleccionar,	organizar,	analizar	e	interpretar,	buscan	siempre	concluir	una
discusión;	y	tienen	además	la	capacidad	de	predecir	algunos	acontecimientos.
Sus	mejores	momentos	en	la	vida	escolar	se	presentan	cuando	tienen	que
resolver	problemasmatemáticos,	y	disfrutan	los	juegos	de	barajas.
Se	trata	de	una	inteligencia	que	está	muy	reconocida	y	valorada	en	el	mundo
contemporáneo,	debido	al	auge	de	la	tecnología.	Los	científicos,	investigadores,
hombres	de	negocios,	actuarios,	comerciantes,	contadores,	prestamistas	o
personas	que	hacen	trabajos	estadísticos	son	los	mejores	ejemplos	de	la
inteligencia	lógico-matemática.
Inteligencia	lingüística:	es	la	segunda	de	las	inteligencias	reconocidas	y
valoradas	en	la	vida	escolar	y	académica	del	mundo	contemporáneo.	Las
personas	con	este	tipo	de	inteligencia	destacan	por	sus	habilidades	verbales,
gustan	de	la	lectura	y	disfrutan	escribiendo	y	conversando.	Tienen	muy
desarrolladas	las	habilidades	auditivas	y	aprenden	con	facilidad	cuando
escuchan	a	otros.	Les	gustan	las	palabras,	no	sólo	por	su	significado,	sino
también	por	su	sonido	y	por	las	imágenes	que	evocan	cuando	las	reúnen	de	una
manera	inusual;	por	eso	les	agrada	jugar	con	ellas.
Para	ejemplificar	esta	inteligencia,	Gardner	menciona	a	los	poetas	y	escritores,
aunque	también	se	puede	incluir	a	quienes	se	divierten	resolviendo	crucigramas
o	los	adictos	a	juegos	como	“Ahorcado”	o	Scrabble.	Los	reconocemos	porque
son	los	que	hacen	chistes,	juegan	con	las	palabras	y	ponen	apodos	acertados.
En	la	vida	académica	son	los	que	toman	buenos	apuntes,	resuelven	fácilmente
los	exámenes	o	pruebas	tradicionales	y	les	gusta	discutir	y	provocar	debates.
Entre	las	personas	que	se	caracterizan	por	la	inteligencia	lingüística	están	los
abogados,	escritores,	profesores,	actores,	políticos,	conductores	de	televisión	y
radio,	cómicos	y	los	buenos	lectores.
Inteligencia	musical:	se	ubica	en	el	hemisferio	derecho	del	cerebro,	aunque	no
se	localiza	con	claridad	en	una	área	específica.	La	música	es	una	facultad
universal	que	está	presente	de	manera	natural	en	la	primera	infancia,	pero	al
acceder	al	conocimiento	de	las	notas	se	adquiere	un	sistema	simbólico	que
permite	la	creación	musical.	Es	decir	que,	como	ocurre	con	cualquier
inteligencia,	al	educar	la	inteligencia	musical	ésta	se	fortalece	y	es	más	útil	a	la
sociedad.
Podemos	reconocer	a	las	personas	inteligentes	musicalmente	porque	son
sensibles	a	los	sonidos	y	su	ambiente	está	rodeado	de	música:	cantan,	chiflan	o
tararean	mientras	realizan	otras	actividades.	Son	aquellos	que	gustan	de	escuchar
música	y	de	coleccionar	discos;	a	veces	tocan	un	instrumento	y	usan	el	canto
para	recordar	algo.	Son	muy	hábiles	para	reproducir	melodías	vocales.	Se
mueven	rítmicamente	con	la	música	y	usan	ritmos	o	canciones	para	recordar	otro
tipo	de	información,	por	ejemplo,	para	memorizar	nombres,	sitios	o	números.
La	inteligencia	musical	es	quizá	la	menos	valorada	en	la	vida	académica,	y	todos
los	maestros	hemos	tenido	alumnos	que	suelen	chiflar	o	cantar	en	el	salón	de
clases	y	a	quienes	hemos	regañado	porque	interrumpen	el	trabajo	del	grupo.
Muchos	niños	que	están	etiquetados	como	“latosos”	probablemente	tienen
inteligencia	musical,	y	la	mejor	manera	de	ponerlos	a	trabajar	podría	ser	darles
unos	audífonos	para	que	escuchen	música	mientras	leen	o	resuelven	problemas
matemáticos.
El	personaje	más	conocido,	por	destacar	desde	muy	pequeño	como	una	persona
inteligente	musicalmente	es	Mozart.
Inteligencia	cinético-corporal:	es	la	de	aquellas	personas	que	tienen	la
habilidad	de	usar	su	cuerpo	para	expresar	emociones	—como	los	bailarines—
para	competir	en	el	deporte	o	para	crear	nuevos	productos	de	diseño	o	inventos;
en	este	grupo	se	ubican	también	los	cirujanos,	porque	procesan	la	información	a
través	de	las	sensaciones	que	tienen	en	el	cuerpo.	Los	reconocemos	debido	a
que	desde	pequeños	les	gusta	moverse	de	un	lado	para	otro	y	aman	las
actividades	al	aire	libre.	Son	aquellos	que	necesitan	tocar	a	las	personas	cuando
hablan	con	ellas.	Tienen	muy	buenas	habilidades	motoras	y	por	ello	disfrutan	de
las	actividades	físicas	y	los	deportes.
Actualmente	es	muy	valorado	el	éxito	económico	y	social	de	los	deportistas.
Inteligencia	visual-espacial:	esta	inteligencia	se	manifiesta	en	las	personas	que
tienden	a	pensar	a	través	de	imágenes	y	que	aprenden	mejor	cuando	hay
presentaciones	visuales	como	películas,	videos	o	fotografías.	Son	hábiles	para
leer	mapas	y	diagramas,	y	visualizan	de	inmediato	el	espacio	de	una	habitación,
una	calle,	un	terreno	o	una	casa;	por	lo	mismo	se	orientan	con	facilidad	en	una
ciudad	o	en	cualquier	lugar.
Son	personas	muy	imaginativas	porque	lo	que	caracteriza	a	esta	inteligencia	es	la
habilidad	para	manejar	modelos	mentales.	Las	reconocemos	porque	disfrutan
pintar,	dibujar	o	esculpir	para	expresar	sus	ideas	o	sentimientos.	Les	gusta
resolver	rompecabezas	y	laberintos.	Les	atrae	actuar	e	imaginar.
Entre	los	individuos	que	tienen	una	inteligencia	espacial-visual	se	encuentran	los
pilotos,	navegantes,	arquitectos,	diseñadores,	decoradores,	el	personal	de	las
compañías	de	mudanzas,	pintores,	albañiles	y	los	cineastas	y	fotógrafos.
Asimismo,	los	ciegos	o	débiles	visuales	desarrollan	grandes	habilidades
espaciales.
Inteligencia	interpersonal:	esta	inteligencia	se	construye	a	partir	de	la
capacidad	nuclear	de	sentir	las	diferencias	existentes	en	cada	uno	de	los	seres
humanos,	y	puede	reconocer	los	contrastes	que	hay	en	los	estados	de	ánimo	de
los	demás,	así	como	en	sus	temperamentos,	motivaciones	e	intenciones.	La
esencia	de	la	inteligencia	interpersonal	es	el	liderazgo,	o	sea	la	capacidad	de
organizar	y	cohesionar	a	un	grupo	de	personas	y	de	ser	solidario	con	ellas.
El	papel	de	líder	o	dirigente	nace	en	las	primeras	comunidades	humanas	por	la
necesidad	del	hombre	primitivo	de	organizar	su	defensa	y	protegerse	de	los
fenómenos	de	la	naturaleza,	participar	en	la	labor	colectiva	de	la	caza.	La
inteligencia	interpersonal	permite	comprender	y	trabajar	con	los	demás.
Los	reconocemos	por	ser	el	tipo	de	personas	que	disfrutan	de	los	amigos	y	de	las
diversas	actividades	sociales,	así	como	de	trabajar	en	equipo.	Son	los	que	se
ofrecen	de	mediadores	en	las	disputas	del	colegio	y	de	la	casa.	Su	lado	oscuro	es
la	manipulación,	mientras	que	su	lado	brillante	es	la	empatía	o	la	capacidad	de
sentir	lo	que	otros	sienten.	Es	la	inteligencia	del	extrovertido.	Tienen	inteligencia
interpersonal	los	expertos	en	relaciones	públicas,	los	buenos	vendedores	y	los
buenos	educadores	porque	son	capaces	de	percibir	las	necesidades,	debilidades	y
habilidades	de	sus	discípulos.	También	se	inscriben	en	este	grupo	los	políticos	y
todas	las	personas	que	son	reconocidas	como	líderes,	así	como	los	psicólogos	y
los	terapeutas.
Inteligencia	intrapersonal:	se	refleja	en	un	profundo	conocimiento	de	los
propios	sentimientos	y	de	los	aspectos	internos	de	una	persona.	Los	lóbulos
frontales	del	cerebro	desempeñan	un	papel	central	en	esta	inteligencia,	que
permite	comprender	el	yo	interno	y	trabajar	con	uno	mismo.	Puesto	que	es	la
inteligencia	más	privada	e	íntima,	necesita	del	lenguaje,	la	música,	el
movimiento	corporal	o	la	pintura	y	otras	formas	de	expresión	para	darse	a
conocer.	Las	personas	inteligentes	intrapersonalmente	son	las	que	conocen	sus
habilidades,	debilidades	y	opciones.	Suelen	ser	muy	independientes,	disfrutan
del	silencio	y	trabajan	en	sus	propios	proyectos.	Tienen	opiniones	muy	sólidas
incluso	en	asuntos	controversiales.	Estas	personas	tienen	acceso	a	su	propia
vida	emocional	y	suele	considerárseles	intuitivas.	Es	la	inteligencia	de	los
introvertidos.
Los	ejemplos	más	evidentes	de	quienes	tienen	esta	inteligencia	son	los
individuos	muy	religiosos	y	espirituales,	los	escritores,	los	filósofos	y	los
místicos.
Inteligencia	naturalista:	es	típica	de	estos	expertos	el	reconocer	y	clasificar	las
numerosas	especies	de	la	flora	y	la	fauna	de	su	medio	ambiente.	En	esta
categoría	se	encuentran	los	biólogos,	los	estudiosos	y	las	personas
comprometidas	con	el	medio	ambiente.	El	ejemplo	más	claro	es	Charles	Darwin,
quien	alguna	vez	dijo	que	él	había	nacido	naturalista;	sin	embargo,	todos	los
maestros	hemos	tenido	alumnos	que	desde	muy	pequeños	pueden	discriminar
entre	las	clases	de	plantas,	de	pájaros	o	de	dinosaurios.	Quienes	tienen	estainteligencia	se	distinguen	por	una	sensibilidad	especial	hacia	la	naturaleza,	se
sienten	cómodos	conviviendo	con	ella,	la	cuidan	e	interactúan	de	manera
natural	con	los	seres	vivos.	Otras	personas	que	se	distinguen	por	tener	una
inteligencia	naturalista	son	los	cazadores,	pescadores,	granjeros,	ganaderos	e
incluso	los	cocineros.
A	lo	largo	y	ancho	del	mundo,	la	teoría	de	las	inteligencias	múltiples	ha	puesto
en	duda	las	antiguas	formas	de	educar	en	las	escuelas.	No	podemos	seguir
considerando	como	alumnos	más	inteligentes	a	los	que	sólo	destacan	en	las
habilidades	lógico-matemáticas	o	lingüísticas,	o	menos	inteligentes	a	aquéllos
con	claras	habilidades	espaciales	o	musicales,	cinético-corporales,	o	bien
naturalistas	e	interpersonales.	Entonces	nuestro	deber	es	estimular,	educar	y
formar	a	los	niños	tomando	en	cuenta	esta	variedad	de	maneras	de	ser
inteligentes	que	tenemos	los	seres	humanos.
Howard	Gardner	nos	explica	que	los	seres	humanos	poseemos	un	poco	de	cada
una	de	esas	inteligencias	y	que	es	imposible	usar	de	manera	aislada	una	sola.
Todos	tenemos	varias	de	ellas	bastante	estimuladas	y	otras	no	tanto.	Cualquiera
de	las	inteligencias	puede	ir	acompañada	de	otra	y	trabajar	al	unísono.	El
desarrollo	de	una	de	ellas	no	interfiere	en	el	desarrollo	de	otra,	y	no	hay	patrones
de	las	inteligencias	que	sean	incompatibles.	En	el	apéndice	1	de	este	libro	se
encuentran	algunas	actividades	que	los	docentes	podemos	llevar	a	cabo	con	los
alumnos	y	que	ayudan	a	acrecentar	las	habilidades	propias	de	cada	una	de	las
inteligencias	múltiples.
INTELIGENCIA	EMOCIONAL
Como	consecuencia	de	la	teoría	de	las	inteligencias	múltiples,	en	1995	Daniel
Goleman	publicó	un	libro	titulado	Inteligencia	emocional.	Ahí	nos	explica	que	él
tomó	de	la	teoría	de	Gardner	las	inteligencias	interpersonal	e	intrapersonal	para
abundar	en	la	reflexión	e	investigación,	haciéndose	una	pregunta	básica:	¿por
qué	algunos	individuos	integran	de	manera	natural	pensamiento	y	sentimiento	y,
en	cambio,	la	mayoría	de	las	personas	adultas	de	la	cultura	occidental	somos	o
muy	racionales	o	muy	sentimentales?
Basado	también	en	los	últimos	estudios	neurológicos	que	proporcionan	mayor
información	acerca	del	funcionamiento	del	cerebro,	así	como	en	los	estudios
acerca	de	la	conducta	humana,	Goleman	concluyó	finalmente	que	los	seres
humanos	tienen	dos	inteligencias	ubicadas	en	distintos	lugares	del	cerebro:	la
inteligencia	racional	o	computacional	(como	algunos	estudiosos	le	llaman	hoy	en
día)	y	la	inteligencia	emocional,	que	es	aquella	que	nos	permite	sentir	y	que
cuando	interactúa	con	la	inteligencia	racional	transforma	la	conducta	de	los	seres
humanos	logrando	el	control	de	los	impulsos,	la	motivación,	la	perseverancia,	la
empatía	y,	sobre	todo,	la	auto-conciencia,	todas	ellas	habilidades	propias	de	las
personas	con	inteligencia	intrapersonal	e	interpersonal.
La	falta	de	desarrollo	de	la	inteligencia	emocional	en	los	niños	y	adolescentes
puede	llevarlos	a	sentirse	inseguros,	a	actuar	agresivamente	e	incluso	a
situaciones	tan	graves	como	sufrir	depresiones,	padecer	trastornos	alimentarios	o
llegar	al	extremo	de	convertirse	en	delincuentes.
Tenemos	dos	“mentes”:	una	que	piensa	y	otra	que	siente,	y	las	dos	interactúan
para	construir	nuestra	vida	mental.	Durante	siglos	se	consideró	que	las
emociones	eran	propias	de	seres	inferiores	como	los	niños	o	las	mujeres.	La
creencia	generalizada	era	que	las	emociones	eran	los	instintos	no	racionales	y
que,	por	lo	tanto,	constituían	aspectos	animales	o	inferiores	que	había	que
controlar	o	ignorar	si	nos	considerábamos	seres	inteligentes.
Es	verdad	que	compartimos	con	los	animales	lo	que	se	llama	emociones	básicas,
que	son	las	que	provocan	que	nuestro	cuerpo	se	mueva	para	acercarse	o	alejarse.
Estas	emociones	básicas	nos	sirven	principalmente	para	la	protección	de	la	vida
y	de	la	especie,	y	se	conocen	también	como	instinto	de	conservación.	Entre	estas
emociones	básicas	se	encuentran	la	alerta,	la	alarma,	el	miedo	o	la	atracción
sexual.
Sin	embargo,	los	seres	humanos	hemos	desarrollado	otras	emociones	y
sentimientos	mucho	más	complicados	que	proceden	de	experiencias	vividas,	de
los	pensamientos	y	las	creencias	o	valores	que	hemos	aprendido	de	nuestros
mayores	y	del	entorno	cultural	en	que	crecimos.
SENTIR	INTELIGENTEMENTE,	PENSAR
EMOCIONALMENTE
Para	evaluar	el	coeficiente	intelectual	de	una	persona	los	psicólogos	aplican	una
serie	de	pruebas	que	han	sido,	durante	muchos	años,	el	cedazo	para	catalogar	a
los	alumnos	en	las	escuelas	y	universidades.	Hoy	sabemos	que	estas	pruebas	de
inteligencia	no	pueden	darnos	a	conocer	las	verdaderas	potencialidades	de	un
niño	o	un	adulto,	ya	que	miden	exclusivamente	las	capacidades	lingüística	y
lógica,	dejando	a	un	lado	otras	potencialidades	del	ser	humano.
Las	mediciones	del	coeficiente	intelectual	han	conducido	a	los	educadores	a
dividir	a	las	personas,	a	clasificarlas	y	a	etiquetarlas	de	por	vida.	Cuando	los
padres	de	familia	conocen	el	CI	de	sus	hijos,	las	expectativas	que	se	forjan	para
cada	uno	de	ellos	van	desde	desear	que	alcancen	los	grados	académicos	más
altos	y	las	profesiones	mejor	remuneradas,	hasta	retirar	de	la	educación	a
aquellos	hijos	que	no	podrán	aprender	según	estas	mediciones.
Sin	embargo,	¿qué	pasa	cuando	el	alumno	más	brillante	de	su	generación,	el	más
premiado	—aquel	que	los	padres	y	docentes	vaticinaban	que	sería	un	adulto	feliz
y	exitoso—	no	es	capaz	de	mantener	relaciones	estables,	no	tiene	trabajo,	se
deprime	o	consume	drogas?	¿O	qué	pasa	cuando	el	niño	catalogado	con	un
coeficiente	intelectual	muy	bajo,	y	al	que	se	considera	incluso	como
discapacitado	o	normal	bajo,	desarrolla	una	serie	de	habilidades	que	lo
convierten	en	un	adulto	feliz,	productivo	y	estable?	¿O	cuando	el	joven	más
destacado	de	la	preparatoria	toma	un	cuchillo	y	mata	al	profesor	de	física?
¿No	será	que	hemos	dedicado	tiempo	y	recursos	materiales	y	humanos	para
educar	sólo	una	parte	de	la	inteligencia	humana?
Educar	la	inteligencia	emocional	es	enseñar	a	los	niños	y	jóvenes	a	sentir
inteligentemente	y	a	pensar	emocionalmente,	integrando	estas	dos	formas	de
inteligencia,	y	es	aquí	donde	un	campo	nuevo	se	abre	a	los	educadores	del	siglo
XXI	para	formar	seres	humanos	con	un	coeficiente	emocional	alto,	que	sean
aceptados	por	todos	y	que	se	muestren	altruistas,	perseverantes	y	asertivos,
generando	confianza	a	su	alrededor.
Un	sentimiento	inteligente	es	aquel	que,	lejos	de	perturbarnos,	actúa	como
brújula,	el	que	evalúa	correctamente	lo	que	nos	pasa;	mi	experiencia	como
maestra	me	ha	enseñado	que	la	mayoría	de	las	veces	son	mejores	alumnos
quienes	tienen	un	alto	coeficiente	emocional	que	aquellos	que	son	catalogados
con	un	alto	coeficiente	intelectual;	porque	los	primeros	son	personas	con	mejor
autoestima,	con	apertura	a	cualquier	experiencia	que	los	enriquezca,	con	una
gran	aceptación	social	y	que	transmiten	paz	y	alegría	a	su	alrededor.
Durante	mucho	tiempo	hemos	confundido	la	inteligencia	con	el	conocimiento,
cuya	culminación	es	la	ciencia;	pero	la	teoría	de	la	inteligencia	emocional	nos	ha
llevado	a	recuperar	una	idea	más	profunda	y	ambiciosa	de	lo	que	es	la
inteligencia,	porque	ésta	no	tiene	como	objetivo	conocer,	sino	generar	más
felicidad.
LA	INTELIGENCIA	EMOCIONAL	SE	EDUCA
Sin	lugar	a	dudas	nacemos	con	una	“maleta”	genética	proveniente	de	nuestros
padres,	abuelos	y	demás	ancestros.	De	ellos	heredamos	no	nada	más	los	rasgos
físicos,	sino	también	las	capacidades	intelectuales.	Sin	embargo,	lo	que	tampoco
podemos	negar	es	que	un	niño	poseedor	de	potencialidades	extraordinarias	para
el	deporte	o	para	la	lógica	matemática,	pero	que	no	tiene	la	oportunidad	de
acceder	a	la	educación	por	vivir	en	un	medio	ambiente	marginado,	es	muy
probable	que	nunca	llegue	a	ser	un	campeón	olímpico	o	un	investigador
universalmente	conocido.	De	la	misma	manera,	un	niño	con	menos
potencialidades	genéticas	puede	llegar	a	hacer	grandes	cosas	para	la	humanidad
si	ha	tenido	acceso	a	una	educación	de	calidad.
La	mayoría	de	los	adultos	nos	formamos	en	el	viejo	paradigma	de	aprendera
pensar	liberados	de	las	emociones.	El	modelo	educativo	del	siglo	XXI	es	usar	de
manera	inteligente	los	sentimientos	y	las	emociones.
Ahora	que	los	maestros	sabemos	que	al	educar	estamos	desarrollando	las
habilidades	de	los	niños,	habilidades	del	pensamiento	como	pueden	ser	la
atención,	la	memoria,	la	capacidad	de	analizar	y	sintetizar	o	el	lenguaje,	entre
otras,	la	escuela	desarrolla	habilidades	sociales	como	la	responsabilidad,
tolerancia,	resolución	de	conflictos	o	toma	de	decisiones.	Hoy	el	reto	es	educar
también	las	habilidades	de	la	inteligencia	emocional	para	formar	seres	humanos
completos.
Ser	inteligente	emocionalmente	es	ser	capaz	de	actuar	sintiendo	y	pensando.	Es
pensar	con	los	sentimientos	y	sentir	racional	o	inteligentemente.	Un	sentimiento
inteligente	facilita	nuestra	toma	de	decisiones	antes	de	actuar.	Nos	ayuda	a
detectar	el	camino	correcto	que	deseamos	seguir;	además	evalúa	en	forma
correcta	lo	que	nos	pasa,	y	nos	prepara	para	comprender	lo	que	les	pasa	a	los
demás.
Al	igual	que	la	inteligencia	racional,	la	inteligencia	emocional	se	puede	educar
cuando	los	profesores:
1.	Tenemos	conciencia	de	que	formamos	seres	integrales.
2.	Tenemos	claras	las	habilidades	por	desarrollar.
3.	Tenemos	a	la	mano	herramientas	para	hacerlo.
¿Cuáles	son	las	principales	habilidades	de	la	inteligencia	emocional?
a)	Conocer	el	nombre	de	las	emociones,	esto	es,	identificarlas.
b)	Aprender	a	expresar	los	sentimientos.
c)	Reconocer	las	reacciones	del	cuerpo	ante	distintas	emociones.
d)	Evaluar	la	intensidad	de	la	emoción.
e)	Leer	las	emociones	y	sentimientos	en	las	demás	personas.
f)	Conocer	la	diferencia	que	hay	entre	sentir	y	actuar.
g)	Conocer	el	disparador	de	las	emociones.
La	educación	que	día	a	día	desarrollan	en	los	niños	las	habilidades	de	la
inteligencia	emocional	formará	personas	capaces	de	dominar	sus	impulsos,
postergar	las	gratificaciones,	responder	favorablemente	a	la	crítica,	escuchar	a
los	demás	y	comprender	el	punto	de	vista	de	otras	personas.	Por	ser	inteligentes
emocionalmente,	comprenderán	sin	dificultad	las	normas	de	conducta	que	son
aceptables	en	su	cultura	y	en	su	grupo	social.
También	tendrán	una	mejor	comunicación	con	los	demás	al	enviar	mensajes
claros	y	reconocer	las	emociones	y	sentimientos	de	las	personas	que	los	rodean
en	la	familia	o	el	trabajo.	Estaremos	formando	a	seres	que	han	aprendido	a	tomar
decisiones	acertadas	para	su	vida	porque	tienen	conciencia	de	sí	mismos,	una
profunda	vida	interior	y	constante	diálogo	interno.
De	la	misma	manera	que	los	educadores	hemos	dedicado	tanto	esfuerzo	y	tiempo
para	desarrollar	la	inteligencia	racional	de	los	niños	y	jóvenes,	en	la	actualidad
tenemos	el	deber	de	educar	su	inteligencia	emocional	porque	de	esa	manera
formaremos	seres	humanos	integrales.
Cualquier	salón	de	clases	puede	transformarse	en	un	taller	para	ejercitar	las
habilidades	de	la	inteligencia	emocional.	Un	muñeco	de	trapo,	una	película,	un
cuento,	una	novela,	un	tema	de	historia,	una	redacción	de	clase	o	una	situación
real	que	los	alumnos	hayan	vivido,	son	las	herramientas	que	están	al	alcance	de
todos	los	docentes	para	educar	emocionalmente.
Si	desarrollamos	en	los	niños	estas	habilidades	emocionales	formaremos
personas	que	crecerán	con	conciencia	de	sí	mismos	y	de	sus	actos;	personas	de
una	rica	vida	espiritual	que	serán	más	felices	y	darán	más	felicidad	a	quienes	los
rodean.
HABILIDADES	DE	LA	INTELIGENCIA	EMOCIONAL
APRENDER	A	NOMBRAR	LAS	EMOCIONES
La	piedra	angular	de	la	inteligencia	emocional
es	darse	cuenta	de	los	propios	sentimientos
en	el	mismo	momento	en	que	estos	tienen	lugar.
DANIEL	GOLEMAN
Ya	Daniel	Goleman,	en	Inteligencia	emocional,	explicaba	que	si	queremos	ser
personas	inteligentes	emocionalmente	la	primera	habilidad	que	debemos
desarrollar	es	la	de	reconocer	lo	que	sentimos;	o	lo	que	es	lo	mismo:	poner	el
nombre	correcto	a	la	emoción	experimentada.
Los	seres	humanos	venimos	al	mundo	con	la	capacidad	neuronal	para	desarrollar
el	lenguaje	y	para	hablar,	expresarnos	y	comprender	lo	que	dicen	los	demás.
Incluso	antes	de	poder	hablar,	el	niño	va	aprendiendo	el	significado	de	las
palabras.	De	esta	manera	los	gestos	comienzan	a	tener	un	sentido;	después	hará
balbuceos	y	ruidos	con	su	boca.	El	siguiente	paso	será	comenzar	a	decir	palabras
que	le	permitan	hacer	peticiones	más	allá	del	llanto	o	los	brazos	estirados	hacia
la	persona	con	la	que	prefiere	estar;	en	ese	momento,	con	la	posesión	del
lenguaje,	comienza	a	ser	libre.	A	los	tres	años	el	niño	ha	aprendido	lo	que	le
costó	a	la	especie	humana	decenas	de	miles	de	años	conseguir:	hablar,	una
función	social	que	pertenece	sólo	al	ser	humano.
Sin	embargo,	la	primera	expresión	de	un	niño	recién	nacido	es	precisamente	de
tipo	afectivo,	lo	que	nos	hace	preguntarnos:	¿será	la	primera	porque	es	la	más
importante?	¿Acaso	podemos	vivir	o	sobrevivir	sin	el	afecto,	los	sentimientos	y
las	emociones?	El	bebé	llora,	hace	“pucheros”,	sonríe,	pone	cara	de	asco,	se
asusta	o	se	sorprende	y	estas	expresiones	faciales	o	corporales	todavía	no	se
traducen	en	palabras.
El	lenguaje	sirve	para	comunicarnos	con	los	demás,	pero	tiene	también	otra
función	primordial:	comprendernos	a	nosotros	mismos.	Si	no	tuviéramos	habla
interna	viviríamos	en	una	permanente	confusión,	arrastrados	de	una	emoción	a
otra	sin	entender	nada,	sin	darle	un	propósito	a	la	vida,	como	un	barco	a	la
deriva.	Esta	habla	interna	puede	ser	un	monólogo	o	un	diálogo.	A	veces	es	un
simple	comentario	o	una	queja,	y	en	otros	momentos	nos	ponemos	a	rumiar	una
preocupación.	Se	vuelve	diálogo	cuando	en	mi	interior	soy	capaz	de
interrogarme,	explicarme,	animarme	o	razonar	y	deliberar	antes	de	tomar	una
decisión,	que	puede	ser	tan	simple	como	si	me	levanto	de	la	cama	a	pesar	del
frío	o	trascendental	como	si	descubro	que	en	realidad	amo	o	no	amo	a	una
persona.
El	pensamiento	está	construido	con	palabras.	Así,	una	persona	que	posee	pocas
palabras	piensa	menos	y	comprende	menos,	que	otra	que	conoce,	comprende	e
integra	una	enorme	riqueza	de	lenguaje.	Como	ejemplo	vamos	a	pensar:	¿qué	es
el	amor?,	¿con	cuántas	palabras	puedes	tú	definirlo?,	¿qué	pasará	por	el
pensamiento	del	joven	que	del	amor	sólo	puede	decir	que	es	algo	chido	que	lo
hace	estar	en	buena	onda?
Dos	poetas	del	Siglo	de	Oro	ejemplifican	esto	con	su	propia	definición	del	amor.
Lope	de	Vega	dice:
Desmayarse,	atreverse,	estar	furioso,
áspero,	tierno,	liberal,	esquivo,
alentado,	mortal,	difunto,	vivo,
leal,	traidor,	cobarde	y	animoso;
no	hallar	fuera	del	bien	centro	y	reposo.
Mostrarse	alegre,	triste,	humilde,	altivo,
enojado,	valiente,	fugitivo,
satisfecho,	ofendido,	receloso.
[…]	esto	es	el	amor,	quien	lo	probó	lo	sabe.
Quevedo	dice:
Es	hielo	abrasador,	es	fuego	helado,
es	herida	que	duele	y	no	se	siente,
es	un	soñado	bien,	un	mal	presente,
es	un	breve	descanso,	muy	cansado.
[…]	Este	es	el	niño	Amor,	este	es	su	abismo.
Aprender	a	hablar	requiere	de	las	mismas	habilidades	que	aprender	a	lanzar	una
pelota.	Al	principio	el	niño	es	torpe	porque	carece	de	la	madurez	muscular	y	la
flexibilidad	necesarias;	con	base	en	la	repetición,	en	el	ensayo	y	error,	va
adquiriendo	la	destreza	que	le	permitirá	no	sólo	lanzar	la	pelota	o	recibirla,	sino
llegar	a	ser	el	mejor	basquetbolista	o	la	estrella	de	la	liga	nacional	del	béisbol.
El	niño	aprende	el	lenguaje	escuchando.	Las	madres	son	las	primeras
responsables	de	las	palabras	de	los	hijos.	Después	serán	los	maestros,	los
amigos,	la	televisión	o	la	música.	A	través	de	estos	estímulos	el	pequeño
ampliará	cada	vez	más	su	vocabulario,	tanto	el	que	expresa	con	palabras	como	el
que	utiliza	en	su	habla	interna.
En	mi	experiencia	como	maestra	me	encuentro	con	niños	y	jóvenes	que	tienen
una	enorme	capacidad	de	expresión,	que	conocen	palabras	incluso	desconocidas
para	los	adultos,	ya	que	con	ellas	reconocen	juegos	cibernéticos	y	otras
“monerías”	puestas	a	su	alcance	por	los	medios	de	comunicación,	o	se	han
apropiado	de	innumerables	palabras	que	existen	para	reconocer	las	diversas
razas	de	perros,	dinosaurios	o	marcas	de	autos	que	nuncahe	visto.	Sin	embargo,
estas	mismas	personas	carecen	de	vocabulario	cuando	se	trata	de	comunicar	lo
que	sienten,	las	emociones	que	los	empujaron	a	realizar	una	cosa	u	otra.	Su
lenguaje	emocional	se	reduce	a:	triste	o	contento.	“Me	siento	bien	o	mal”,	y	esta
limitación	los	conduce	a	una	profunda	incomprensión	de	sí	mismos	y,	como
consecuencia,	a	la	incapacidad	de	comprender	a	los	demás.
Las	personas	suelen	confundir	sus	emociones	y	decir	“estoy	mal”	o	“estoy	triste”
puede	abarcar	una	gama	tan	grande	como:	enojado,	desilusionado,	cansado,
iracundo,	acongojado,	angustiado,	preocupado,	desconsolado,	encolerizado,
indignado,	irritado,	furioso,	celoso	o	rencoroso,	por	sólo	mencionar	algunas	de
las	palabras	de	nuestra	riquísima	lengua	castellana	que	existen	para	nombrar	los
diferentes	estados	anímicos.
¿Es	lo	mismo	estar	contento	que	alegre?,	¿o	eufórico,	dichoso,	feliz	o	satisfecho?
Estar	contento	es	lo	mismo	que	no	desear	otra	cosa,	mientras	que	la	felicidad	es
sentir	agrado	y	placer	por	algo	que	ha	sucedido	y	que	provoca	dicha.
No	es	lo	mismo	sentir	furia	—que	es	una	pérdida	total	del	dominio—	que
simplemente	estar	molesto,	irritado	o	enojado.
Hay	emociones	que	provienen	de	nuestra	habla	interna,	de	aquello	que	nos
repetimos	constantemente,	como:	“no	sirvo	para	nada	o	soy	muy	buen	amigo”;
otras	surgen	de	situaciones	que	vivimos	o	de	actitudes,	gestos	o	palabras	de	otros
que	nos	producen	sentimientos	como	la	compasión,	la	tranquilidad	o	la	ira.	Los
expertos	dicen	que	la	alegría	se	manifiesta	de	inmediato	en	la	expresión	del
rostro,	mientras	que	el	gozo	puede	llegar	a	ser	tan	interior,	se	siente	tan	en	el
fondo	del	alma,	que	difícilmente	se	publica	o	se	manifiesta	a	otra	persona.
Para	educar	emocionalmente	a	un	niño	se	debe	comenzar	por	decirle	la	palabra
que	describa	a	la	perfección	lo	que	se	está	sintiendo.	Así	como	le	enseñamos	al
bebé	las	palabras	para	nombrar	a	las	personas	de	la	familia,	los	objetos	y	lugares,
colores	o	formas,	de	esa	misma	manera	debemos	enseñarle	lenguaje	emocional.
Hay	que	mostrarle	libros,	fotografías	o	cuentos	y	aprovechar	esas	ocasiones	para
decirle	que	el	lobo	está	ansioso,	Caperucita	tiene	miedo	o	papá	está
desilusionado,	frustrado	o	cansado.	Como	dice	José	Antonio	Marina:	“el
lenguaje	es	una	de	las	herramientas	que	tenemos	para	movilizar	y	educar	el	alma
humana”.²	El	mayor	esfuerzo	que	los	maestros	podemos	hacer	para	educar	las
habilidades	de	la	inteligencia	emocional	es	enriquecer	cada	día	el	lenguaje
emocional	de	los	niños	y	de	los	jóvenes.	Por	eso	tenemos	que	dedicar	mucho
tiempo	a	esta	primera	habilidad	emocional:	designar	con	toda	precisión	lo	que
siento.
APRENDER	A	EXPRESAR	LAS	EMOCIONES
Esta	segunda	habilidad	para	educar	emocionalmente	tiene	su	fundamento	en	la
primera.	Si	soy	capaz	de	reconocer	lo	que	siento,	en	el	momento	preciso	en	que
soy	arrastrado	por	una	emoción	básica,	como	la	alerta,	y	la	vuelvo	inteligente	al
nombrarla	en	mi	habla	interna,	entonces	y	sólo	entonces	seré	capaz	de
desarrollar	habilidades	para	expresar	mis	emociones	y	sentimientos	a	los	demás
de	una	manera	asertiva.	No	se	trata	de	impulsar	a	los	niños	a	que	simplemente
expresen	lo	que	sienten,	sino	que	aprendan	a	hacerlo	con	inteligencia;	es	decir,
de	manera	asertiva:	expresar	las	emociones	a	la	persona	correcta,	en	el	momento
adecuado	y	de	modo	apropiado.
Cuando	nos	referimos	a	la	persona	correcta,	esto	quiere	decir	que	ser
emocionalmente	inteligente	es	expresar	lo	que	siento	a	la	persona	que	ha
despertado	en	mí	esa	emoción	o	sentimiento,	por	ejemplo:	si	estoy	enojado	o
irritado	contigo,	no	tengo	porqué	expresar	mis	sentimientos	de	enojo	con	otra
persona;	aunque	me	sirva	de	desahogo,	no	resuelvo	en	absoluto	la	situación	que
me	hace	sentir	así.
Otras	veces	la	persona	correcta	no	es	precisamente	la	que	me	suscita	la	emoción
o	sentimiento,	por	ejemplo:	si	tengo	un	sentimiento	que	sobrepasa	mi	control,
como	puede	ser	la	furia	que	necesariamente	conduce	a	la	violencia,	quizá	sea
mejor	que	lo	exprese	verbalmente	con	una	persona	capaz	de	ayudarme	a
reflexionar	y	a	tomar	decisiones	acertadas	con	respecto	a	esa	situación	o	persona
que	me	provoca	una	emoción	tan	fuerte,	antes	que	enfrentarme	con	quien	ha
causado	mi	furia	y	desencadenar	un	problema	mayor	de	consecuencias	nefastas
para	mí	o	para	los	demás.
El	momento	adecuado	para	expresar	las	emociones	o	sentimientos	es	siempre
cuando	la	otra	persona	puede	atenderme.	Aprender	a	postergar	la	gratificación	es
una	de	las	consecuencias	lógicas	que	tendrá	el	enseñar	a	los	niños	a	esperar	el
momento	apropiado	para	la	expresión	inteligente	de	sus	emociones.	No	podemos
enseñarles	a	expresar	libremente	y	sin	pudor	lo	más	íntimo	y	profundo	de	su	ser,
como	son	las	emociones	y	los	sentimientos,	sino	a	buscar	el	lugar	y	el	momento
propicios	para	manifestarlos	en	un	ambiente	de	respeto	y	atención	a	ellos.
La	forma	apropiada	para	expresar	las	emociones	y	los	sentimientos	a	la	persona
correcta,	y	en	el	lugar	y	el	momento	adecuados,	es	utilizar	las	palabras	precisas,
cuidando	que	esas	palabras	sean	consecuentes	con	la	postura	corporal	y	el	tono
de	voz.	Si	grito,	echo	el	cuerpo	hacia	adelante,	agito	los	brazos	y	al	mismo
tiempo	quiero	expresar	mi	enojo	o	mi	frustración	para	que	se	resuelva	la
situación	que	lo	ha	provocado,	seguramente	provocaré	miedo	o	rechazo	en	lugar
de	comprensión	precisa	para	las	razones	o	situaciones	que	me	llevaron	a	sentir
eso.
Un	tono	de	voz	bajo,	una	postura	corporal	relajada	y	las	palabras	precisas	para
designar	las	emociones	es	la	forma	apropiada	de	expresarlas	inteligentemente.
RECONOCER	LAS	REACCIONES
DEL	CUERPO	ANTE	LAS	EMOCIONES
Las	emociones	y	los	sentimientos	producen	una	reacción	en	el	cuerpo.	Estar
consciente	de	ello	ayuda	mucho	a	reconocer	las	emociones	propias	y	las	de	los
demás.	Por	ejemplo:	aumenta	el	flujo	sanguíneo,	el	ritmo	cardiaco	y	el	flujo	de
las	hormonas	en	nuestro	cuerpo.
Cuando	sentimos	miedo	la	sangre	se	retira	del	rostro	y	fluye	con	rapidez	hacia
las	piernas;	las	hormonas	fluyen	junto	con	la	sangre	y	eso	nos	pone	en	alerta:
nuestro	cuerpo	se	prepara	para	huir	ante	el	aviso	de	esa	emoción	básica.
Cuando	sentimos	felicidad	aumenta	la	actividad	en	el	centro	cerebral	que	inhibe
sentimientos	negativos	y	aumenta	el	caudal	de	energía	disponible.	El	amor	activa
el	sistema	nervioso	parasimpático	y	da	calma	y	satisfacción.
Si	algo	nos	sorprende,	arqueamos	las	cejas	y	este	movimiento	involuntario
aumenta	el	campo	visual	para	que	entre	más	luz	a	la	retina	y	así	poder	ubicar	si
lo	que	nos	sorpredió	es	algo	agradable	o	si,	por	el	contrario,	tenemos	que	huir	o
gritar.
Todos	sabemos	que	la	tristeza	reduce	la	energía	y	hace	perder	el	interés	en	las
cosas	placenteras.	Las	personas	tristes	que	viven	un	duelo	no	tienen	la	energía
para	disfrutar	un	chocolate,	una	buena	comida	o	una	película	divertida.
Dentro	del	aula,	los	docentes	podemos	pedir	a	los	niños	que	actúen	a	través	de	la
mímica	los	cambios	corporales	provocados	por	estas	emociones.
EVALUAR	LA	INTENSIDAD	DE	LAS	EMOCIONES
Esta	habilidad	de	la	inteligencia	emocional	es	muy	importante	para	tener	un
mayor	conocimiento	de	los	sentimientos	propios	y	ajenos	y	para	comunicarnos
de	mejor	manera	con	los	que	nos	rodean.
No	es	lo	mismo	estar	solo	que	solito.	Esta	frase	es	de	todos	conocida	y
comprendida.	Sabemos	que	no	se	refiere	al	tamaño	de	la	persona	que
experimenta	un	sentimiento	de	soledad.	Estar	solo	es	sentirse	bien	en	la	soledad
momentánea	o	permanente.	Estar	solito	es	sufrir	el	abandono	momentáneo	o
definitivo	de	las	personas	que	amamos	y	que	nos	hacen	compañía.
Nuestro	cuerpo	siempre	tiene	una	temperatura.	Depende	del	clima,	de	la
digestión,	de	las	calorías	y	de	otros	muchos	factores	físicos.	No	estamos
conscientes	todo	el	tiempo	de	la	temperatura	del	cuerpo	porque	no	es	necesario.
Cuando	alguien	dice	que	su	hijo	tuvo	temperatura	la	noche	anterior,	todos
comprendemos	que	lo	que	quiso	decir	es	que	tenía	la	temperatura	alta.
Igualmente	peligroso	para	el	cuerpo	es	tener	la	temperatura	muy	baja	o	muy	alta.
La	calentura	o	temperatura	alta	es	el	signode	alguna	enfermedad,	es	la	alerta	del
cuerpo	para	buscar	la	bacteria,	el	virus	o	la	infección	que	la	causa	y	combatirla.
De	la	misma	manera,	nuestras	emociones	siempre	están	presentes	en	la	vida,	a
cada	instante,	aunque	no	tengamos	conciencia	de	ellas.	No	podemos	estar
permanentemente	conscientes	de	nuestras	emociones	porque	nos	volveríamos
locos.	Sin	embargo,	así	como	tomamos	conciencia	de	la	temperatura	de	nuestro
cuerpo	en	cualquier	momento	podemos	hacer	un	alto	en	el	camino	y
preguntarnos:	¿cómo	me	siento	ahora?,	¿qué	estoy	sintiendo?
Cuando	sentimos	que	una	emoción	o	un	sentimiento	nos	altera	de	manera
positiva	o	negativa,	es	cuando	su	“temperatura”	resulta	significativa.	Estoy
tranquilo	y	no	soy	consciente	de	ello	hasta	que	alguien	o	yo	mismo	me	pregunto
cómo	me	siento.	Sin	embargo,	si	mi	tranquilidad	se	ve	alterada	por	algo	que	me
irrita,	o	por	el	contrario,	por	algo	que	me	agrada,	entonces	comienza	a	subir	la
temperatura	emocional.
Las	emociones	y	los	sentimientos	tienen	diversas	intensidades	y	no	es	lo	mismo
sentir	irritación	que	furia,	o	agrado	que	apasionamiento.
Aprender	a	reconocer	la	intensidad	de	las	emociones	nos	ayudará,	además	de	a
analizar	los	sentimientos,	a	comunicarnos	más	profundamente	por	un	lado,	y	por
el	otro,	a	resolver	los	posibles	problemas	cuando	la	intensidad	de	la	emoción	es
más	baja.
Por	ejemplo,	la	escala	de	una	emoción	como	la	ira	puede	manifestarse	de	la
siguiente	manera:
Irritación
Molestia
Enojo
Ira
Furia
Violencia
Es	mucho	más	conveniente	resolver	la	situación	que	me	produce	irritación	a
tratar	de	controlar	mi	furia	o	mi	violencia.	Si	no	resuelvo	el	enojo,	que	ya	tiene
una	intensidad	mayor,	la	siguiente	ocasión	en	que	vuelva	a	vivir	lo	mismo
seguramente	pasaré	al	nivel	de	la	ira,	la	furia	o	la	violencia,	que	están	ya	fuera	de
mi	control.	Es	más	fácil	ser	asertivo	cuando	la	intensidad	de	las	emociones	es
menor,	es	decir,	tiene	la	“temperatura”	más	baja.	Si	quiero	comunicar	de	manera
asertiva	mis	sentimientos	a	otra	persona,	no	le	diré	que	me	pone	furiosa	esa
actitud	suya,	cuando	únicamente	me	irrita.
¿Es	lo	mismo	sentir	estimación	que	cariño,	amor	que	pasión?	No.	Tampoco	tiene
la	misma	intensidad	el	temor	que	el	espanto,	el	miedo,	el	susto	o	el	sobresalto.
No	es	igual	sentir	alegría	que	dicha,	diversión	que	júbilo	o	euforia,	excitación,
felicidad.	Por	eso	importa	de	educar	a	los	niños	en	la	habilidad	de	reconocer	y
evaluar	la	intensidad	de	las	emociones	propias	y	ajenas.
LEER	LAS	EMOCIONES	Y	LOS	SENTIMIENTOS
DE	LOS	DEMÁS
Si	hay	expertos	en	reconocer	las	emociones	y	los	sentimientos	de	los	demás,
ésos	son	los	niños.	Entre	más	pequeños	son,	más	sensibilidad	tienen	para	—aun
sin	palabras—	sentir	lo	que	otros	sienten.	Mientras	más	crecemos	y	nos	hacemos
adultos,	perdemos	paulatinamente	esa	empatía	propia	de	los	bebés;	esto	ocurre
porque	no	hemos	sido	educados	con	inteligencia	emocional.	La	empatía	es	la
capacidad	de	percibir	lo	que	el	otro	siente	o,	en	otras	palabras,	la	capacidad	de
ponernos	en	los	zapatos	de	otra	persona	para	desde	su	perspectiva	conocer	cómo
se	siente,	qué	emociones	experimenta.
La	mejor	herramienta	para	enseñar	a	los	niños	esta	habilidad	de	la	inteligencia
emocional	es,	sin	duda,	la	literatura.	La	capacidad	de	los	niños	para	captar	lo	que
sienten	los	personajes	a	lo	largo	de	un	cuento	es,	en	muchas	ocasiones,
asombrosa;	sólo	basta	con	que	los	adultos	preguntemos,	¿qué	crees	que	está
sintiendo	Caperucita,	el	lobo,	la	bruja	o	el	príncipe?	Lo	mismo	sucede	cuando
ven	una	película,	y	no	tienen	dificultad	para	descubrir	en	un	rostro	o	en	la
postura	corporal	de	un	niño	o	un	adulto	las	emociones	que	muchas	veces
creemos	que	les	ocultamos.
CONOCER	LA	DIFERENCIA	ENTRE
SENTIR	Y	ACTUAR
Un	aspecto	que	me	parece	importante	subrayar,	tanto	a	los	educadores	como	a
los	educandos	que	se	aventuran	en	el	mundo	emocional,	es	que	las	emociones	no
tienen	un	valor	ético	o	moral.	Lo	que	es	ético	o	no	ético	es	lo	que	actuamos,	no
lo	que	sentimos.
Todos	los	seres	humanos	experimentamos	alguna	vez	en	nuestra	vida	la	gama
infinita	de	sentimientos	y	emociones	propios	de	nuestra	naturaleza.	No	es	verdad
que	alguna	persona	nunca	haya	sentido	resentimiento	o	júbilo,	a	no	ser	que
padezca	un	daño	neurológico	que	le	impida	generar	emociones.	El	hecho	de
sentir	enojo	no	necesariamente	lleva	a	actuarlo,	así	como	sentir	amor	por	alguien
no	significa	tener	que	actuar	amorosamente.	La	deducción	de	las	habilidades
básicas	de	la	inteligencia	emocional,	como	es	designar	con	precisión	lo	que	se
siente,	saber	expresar	en	forma	asertiva	las	emociones	o	evaluar	la	intensidad	de
ellas	es	la	clave	para	que	una	persona	sea	inteligente	emocionalmente	y	no	se
deje	llevar	por	lo	que	siente,	como	un	barco	a	la	deriva.	Reprimir	las	emociones
tampoco	ayuda	a	vivir	con	felicidad	y	armonía.	Negar	los	sentimientos,	rechazar
internamente	o	frente	a	otros	las	emociones	que	sentimos	puede	derivar	en
personalidades	neuróticas	o	por	lo	menos	dificultar	las	relaciones
interpersonales.	Un	primer	paso	es	eliminar	en	los	niños	los	sentimientos	de
culpa	que	les	puede	causar	el	estar	conscientes	de	haber	sentido	emociones
agresivas	en	un	sueño,	en	una	fantasía	o	en	un	momento	determinado	de	su	vida
consciente.
No	es	lo	mismo	sentir	que	actuar.	No	lo	olviden.	No	hay	emociones	malas	y
buenas;	todas	son	reales.	Otro	asunto	es	qué	hacemos	con	ellas,	pero	en	sí
mismas	no	podemos	darles	un	valor	ético	o	moral.	Una	persona	no	es	mala
porque	sienta	rencor	o	deseos	de	venganza;	lo	que	hace	daño	a	los	demás	y	a	uno
mismo	es	dejarse	llevar	por	esos	deseos.
CONOCER	EL	DISPARADOR	DE	LAS	EMOCIONES
Así	como	un	gatillo	pone	en	movimiento	el	mecanismo	de	un	arma	para	disparar
la	bala,	hay	situaciones	de	la	vida,	modos	de	ser	de	algunas	personas,	estados	de
ánimo	u	otras	circunstancias	que	disparan	emociones	de	manera	no	consciente	y
que	muchas	veces	no	podemos	controlar	por	la	velocidad	e	intensidad	con	las
que	aparecen.
Cuando	ya	somos	capaces	de	reconocer	lo	que	sentimos,	hemos	aprendido	a
expresarnos	emocionalmente	de	manera	asertiva	y	podemos	evaluar	la
intensidad	o	el	termómetro	de	nuestros	sentimientos	y	emociones,	reconocer	qué
situaciones	o	actitudes	y	modos	de	ser	disparan	la	ira,	la	pasión,	la	alegría,	los
celos,	la	vergüenza,	el	hastío	o	la	impaciencia;	es	una	habilidad	básica	para
pensar	con	las	emociones	y	sentir	con	la	inteligencia.	Las	situaciones	que
disparan	cierta	emoción	en	una	persona	son	totalmente	subjetivas,	pues	lo	que
provoca	esa	emoción	depende	de	la	historia	personal,	de	los	valores	y	creencias,
y	también	del	carácter	o	el	temperamento.	Cuando	descubrí	que	la	prisa	era	un
disparador	de	la	impaciencia	comencé	a	ser	consciente	de	ello	y	ahora,	cada	vez
que	voy	a	llegar	tarde	a	una	cita	de	trabajo,	a	una	función	de	cine	o	a	cualquier
otro	lugar	me	detengo	un	momento	a	decirme	a	mí	misma:	“calma,	tienes	prisa
pero	no	ganas	nada	con	ser	impaciente	o	agredir	a	otras	personas	que	no	tienen
culpa	ni	responsabilidad	alguna	de	tu	apresuramiento”.
Al	conocer	algunos	disparadores	de	mis	emociones	he	aprendido	a	ser	más
inteligente	emocionalmente.	Ayudar	a	los	alumnos	a	descubrir	sus	disparadores	y
las	actitudes,	conductas	o	gestos	propios	que	disparan	emociones	en	las	personas
de	su	familia	y	amigos,	será	una	importante	herramienta	con	la	que	contarán	para
ser	inteligentes	emocionalmente	y	mejorar	sus	relaciones	familiares,	escolares	y
sociales.
EMOCIONES	Y	SENTIMIENTOS
El	diccionario	de	María	Moliner	dice	que	la	palabra	emoción	viene	del	latín
emovere	y	es	una	alteración	afectiva	intensa	que	acompaña	o	sigue
inmediatamente	a	la	experiencia	de	un	suceso	feliz	o	desgraciado	o	que	significa
un	cambio	profundo	en	la	vida	sentimental.
Esto	quiere	decir	que	cuando	hablamos	de	emociones	hacemos	referencia	a	un
movimiento,	a	un	cambio	en	la	situación	que	estamos	viviendo,	a	algo	que	nos
afecta.	La	diferencia	entre	una	emoción	y	un	sentimiento	es	que	la	primera
implica	un	cambio	inmediato	y	el	segundo	es	algo	más	permanente	y	se	puede
convertir	en	un	estado	de	ánimo.	Las	emocionesnos	predisponen	a	la	acción.	Un
ejemplo	de	ello	es	que	el	miedo	nos	incita	a	huir	del	objeto	o	del	sujeto	que	lo
provoca.	En	cambio,	cuando	sentimos	amor	tenemos	la	inclinación	natural	de
acercarnos	a	la	persona	amada.	Cuando	lo	que	sentimos	es	asco,	nuestro	cuerpo
reacciona	para	deshacernos	de	esa	sensación,	e	incluso	se	llega	al	vómito.	La
vergüenza	es	una	emoción	que	nos	mueve	a	ocultarnos,	y	la	furia	prepara	el
cuerpo	para	atacar	al	que	la	ha	provocado	y	todos	hemos	sentido	la	tristeza	que
nos	obliga	a	aislarnos	de	los	demás	para	padecerla	en	la	soledad	o	llorar	sin
compañía.
En	El	laberinto	sentimental,	José	Antonio	Marina	dice:
Hay	cuatro	ingredientes	fundamentales	que	intervienen	en	cada	respuesta
afectiva:	la	situación	real,	los	deseos,	las	creencias	y	expectativas,	la	idea	que	el
sujeto	tiene	de	sí	mismo	y	de	sus	capacidades.
Entonces,	se	puede	decir	que	los	sentimientos	y	las	emociones	provienen	de
situaciones	reales	y	objetivas:	si	camino	tranquilamente	por	la	calle	y	de	pronto
soy	amenazado	por	una	persona	que	lleva	un	arma	en	la	mano,	primero
experimentaré	sorpresa	y	luego	miedo	cuando	sea	consciente	de	la	amenaza,
emoción	que	proviene	del	cambio	repentino	en	la	situación	real	que	estoy
viviendo.
Las	emociones	y	los	sentimientos	también	provienen	de	nuestros	deseos,
creencias	o	expectativas.	Las	creencias	son	esos	hábitos	mentales	que	tenemos
arraigados	en	la	memoria	porque	nos	educaron	con	ellos.	Los	miedos	casi
siempre	se	aprenden	desde	la	infancia.	Dentro	de	los	talleres	de	inteligencia
emocional	que	llevé	a	cabo	con	niños	de	6	a	14	años	fui	descubriendo	con	ellos
cuáles	eran	sus	mayores	miedos,	los	más	arraigados,	y	las	coincidencias	eran
enormes:	todos	tienen	miedo	de	perder	a	sus	padres	porque	se	sienten
vulnerables	y	saben	que	su	vida	depende	de	ellos.	En	segundo	lugar	aparecieron
el	temor	a	ser	lastimado	o	agredido	por	animales,	casi	siempre	insectos	o
reptiles,	y	un	temor	muy	infantil	a	que	haya	alguien	debajo	de	la	cama.	Niños
con	una	educación	religiosa	tradicional	expresan	miedo	al	infierno,	al	demonio	o
a	castigos	sobrenaturales;	en	cambio,	otros	que	carecen	de	esta	información	no
entienden	estos	temores	de	sus	compañeros.	La	vergüenza	es	una	emoción	que
nos	lleva	a	ocultarnos	cuando	creemos	que	lo	que	hicimos	es	malo,	de	acuerdo
con	las	normas	sociales	que	aprendimos	de	nuestros	mayores.	Éstas	son
emociones	que	casi	siempre	provienen	de	las	creencias.
Los	pensamientos	y	el	habla	interna	provocan	emociones	y	sentimietos	que
desaparecen	cuando	hay	un	cambio	en	ellos;	si	se	modifica	el	pensamiento,	hay
una	emoción	distinta.	De	hecho,	los	sentimientos	pueden	cambiar	con	gran
rapidez	a	lo	largo	de	una	conversación:	puedo	comenzar	sintiendo	incertidumbre
que	se	transforma	en	calma	al	escuchar	las	explicaciones	del	otro,	y	esa	calma
puede	convertirse	en	sorpresa,	enojo	o	nostalgia	de	acuerdo	a	cómo	se	desarrolle
la	conversación.
LAS	EMOCIONES	NOS	TRANSFORMAN
Las	emociones	nos	transforman;	ésa	es	su	función.	En	el	nivel	biológico,	el
miedo	nos	impulsa	a	apartarnos	del	peligro	y	la	pasión	amorosa	a	acercarnos	a
otra	persona	para	establecer	lazos	afectivos;	todo	ello	es	necesario	para	la
supervivencia	de	la	especie.
Las	emociones	son	producto	tanto	de	nuestros	pensamientos	y	nuestras	creencias
como	de	los	acontecimientos	y	experiencias	que	vivimos.	Si	en	mis
pensamientos	me	digo:	“No	puedes,	eso	es	imposible	para	tus	capacidades”,	la
emoción	que	se	produce	es	la	del	miedo	paralizante.
Si	las	creencias	en	las	que	me	formaron	mis	mayores	me	dicen	que	los
sacerdotes	son	buenos	y	confiables,	la	emoción	que	surgirá	en	mí	al	estar	en
contacto	con	alguno	de	ellos	será	la	de	la	confianza	ciega.
Si	mi	experiencia	de	vida	me	dice	que	los	maestros	son	crueles,	al	relacionarme
con	los	profesores	me	sentiré	alertado,	desasosegado,	inquieto	o	miedoso.	Si	a
pesar	de	ello	en	otro	momento	vivo	una	experiencia	diversa,	en	la	que	el	maestro
es	un	ser	afectivo,	comprensivo	y	amable,	cuando	me	relacione	con	otro	profesor
lo	haré	con	confianza,	alegría	y	tranquilidad.	La	psicoterapia	que	tiene	como
objetivo	el	reaprendizaje	emocional	es	un	ejemplo	de	cómo	pueden	modificarse
las	reacciones	emocionales.
¹	Howard	Gardner,	Intelligence	Reframed:	Multiple	Intelligences	for	the	21st
Century,	Boston,	Basic	Books,	2002.
²	José	Antonio	Marina,	El	laberinto	sentimental,	Barcelona,	Anagrama,	1996.
Las	artes	y	la	inteligencia
emocional
Únicamente	a	través	del	arte
podemos	salir	de	nosotros	mismos,	saber	lo	que	ve	el	otro
de	este	universo	que	no	es	el	mismo	que	el
nuestro	y	cuyos	paisajes	nos	serían
tan	desconocidos	como	los	que	puede
haber	en	la	Luna.
Gracias	al	arte,	en	lugar	de	ver	un	solo
mundo,	el	nuestro,	vemos	cómo	se
multiplica	y	tenemos	tantos
mundos	a	nuestra	disposición	como
artistas	originales	hay,
más	diferentes	los	unos	de	los	otros
que	los	planetas	que	circulan	por	el	infinito.
MARCEL	PROUST
Maxine	Green,	maestra	emérita	del	Teachers	College	de	la	Universidad	de
Colombia,	al	hablar	de	la	importancia	del	arte	en	la	educación	de	la	inteligencia
emocional,	expresaba	en	una	plática	informal:
¿Acaso	existe	una	experiencia	emocional	más	intensa	que	ver	y	disfrutar	la
expresión	artística	de	una	danza	interpretada	por	R.	Nureyev?	En	ese	momento
todos	nuestros	sentidos	están	enfocados	hacia	el	cuerpo	que	se	mueve	para
expresar	los	sentimientos	y	las	emociones	más	fuertes,	sin	que	medie	ninguna
palabra,	y	sin	embargo	participamos	de	ellos	y	nos	involucra,	llegando	a	sentir
las	mismas	emociones	que	el	artista	está	comunicando	a	través	del	movimiento	y
de	la	música	que	nos	envuelve.
Dice	Goleman:	“El	viejo	paradigma	idealizaba	a	la	razón	liberada	del	impulso	de
la	emoción.	El	nuevo	paradigma	nos	exhorta	a	crear	una	armonía	entre	el
corazón	y	la	cabeza”.³	Y	son	los	artistas	los	que	siempre	han	sabido	la
importancia	de	esto.	La	creatividad	del	arte	combina	la	disciplina	y	el	dominio
del	cerebro	izquierdo	con	la	pasión	y	la	intuición	del	derecho;	las	artes	son	los
cien	lenguajes	que	los	seres	humanos	hemos	encontrado	desde	el	origen	de	la
humanidad	para	expresar	tanto	ideas	y	pensamientos,	como	emociones,
sentimientos,	deseos,	sueños	y	fantasías.
EL	ARTE	ES	UN	LENGUAJE	EMOCIONAL
Los	símbolos,	las	metáforas,	la	música	y	los	rituales	religiosos	y	civiles	hablan
directamente	a	la	mente	emocional.	En	consecuencia	los	grandes	maestros
religiosos,	como	Buda	y	Jesús,	enseñaran	a	sus	discípulos	a	través	de	metáforas
y	parábolas.
Mientras	que	la	mente	racional	establece	conexiones	lógicas	entre	causa	y
efecto,	la	mente	emocional	funciona	de	manera	inversa	ya	que	sólo	es	capaz	de
relacionar	cosas	que	comparten	rasgos	similares.	De	ahí	que	los	diversos
lenguajes	que	los	artistas	encuentran	para	expresarse	trabajen	por	medio	de	la
mente	emocional.	Por	eso	la	educación	artística	es	un	vehículo	para	fomentar	la
autoexpresión,	la	imaginación,	la	creatividad	y	el	conocimiento	de	la	propia	vida
afectiva.
En	consecuencia,	la	mejor	herramienta	que	los	educadores	tenemos	para	educar
y	desarrollar	las	habilidades	de	la	inteligencia	emocional	es	poner	al	alcance	de
los	niños	y	jóvenes	tanto	las	expresiones	de	los	grandes	maestros	de	todas	las
artes,	como	la	posibilidad	de	expresarse	y	reconocer	sus	emociones	y
sentimientos	a	través	de	ellas.
ALGUNAS	ACTIVIDADES	QUE	UNEN	EL	ARTE	A	LAS	HABILIDADES
EMOCIONALES
El	maestro	puede	poner	al	alcance	de	los	niños	la	obra	de	los	grandes	maestros
de	la	historia	del	arte	universal	para	hacer	actividades	sencillas	que	ayuden	a
desarrollar	las	habilidades	de	la	inteligencia	emocional.	Como	ejemplo	les
sugerimos:
Identificar	emociones:	nombrar	la	emoción	o	el	sentimiento	que	expresa	una
persona	pintada	o	esculpida	en	una	obra	de	arte	de	los	grandes	maestros.
Expresar	emociones:	practicar	un	juego	de	representación	corporal	de	las
emociones	y	los	sentimientos.	Llevar	a	cabo	la	representación	teatral	de	un	texto
que	exprese	emociones	y	sentimientos.	Pedir	a	los	niños	que	dibujen	lo	que	les
produce	más	miedo	(o	la	expresión	de	cualquier	otra	emocióno	sentimiento	que
hayan	experimentado).
Provocar	en	el	cuerpo	reacciones	ante	las	emociones:	mostrar	obras	de	arte	de
grandes	maestros	y	que	ellos	digan,	de	acuerdo	con	la	postura	corporal,	el	color
de	la	piel,	la	expresión	de	la	mirada,	etc.,	qué	emoción	o	sentimiento	expresa	el
personaje	elegido.
Conocer	la	intensidad	de	las	emociones:	mostrar	tres	o	cuatro	obras	de	arte	que
representen	las	distintas	intensidades	de	las	emociones	y	pedir	a	los	niños	que
las	organicen	o	jerarquicen	de	menor	a	mayor.	Ejemplo:	molestia,	irritación,
enojo,	furia,	violencia,	ira,	etcétera.
Leer	las	emociones	de	los	demás:	buscar	la	palabra	que	designe	en	forma
precisa	la	emoción	o	el	sentimiento	que	expresan	los	bailarines	de	una	danza
moderna	o	clásica.
Conversar	con	nosotros	mismos:	escribir	un	poema	que	exprese	las	sensaciones
y	los	sentimientos	que	se	experimentan	en	un	momento	determinado.	Escribir	un
diario	en	el	que	se	expongan	los	sentimientos	más	íntimos.
Aprender	la	comunicación	no	verbal	y	el	lenguaje	corporal:	representar
emociones	y	sentimientos	con	un	lenguaje	corporal.	Realizar	un	juego	de
mímica	para	no	usar	el	lenguaje	verbal	en	la	expresión	de	sentimientos	y
emociones.
LA	MÚSICA	ES	UN	LENGUAJE	EMOCIONAL
Entre	todas	las	artes,	quizá	la	música	sea	la	que	más	expresa	sentimientos	y	la
que	nos	permite	conectarnos	con	el	compositor	o	el	intérprete	de	manera	casi
puramente	emocional.
Todas	las	emociones	y	sentimientos	de	los	seres	humanos	están	representados
por	los	sonidos	musicales,	a	través	de	los	cuales	hombres	y	mujeres	de	todo
tiempo	y	lugar	han	expresado	y	compartido	con	los	demás	lo	más	íntimo	de	su
ser.	Hasta	un	niño	muy	pequeño	se	emociona	al	escuchar	los	diversos	ritmos	y
sonidos	de	la	música.
La	música	está	ligada	a	la	memoria	emocional.	Escuchar	cierta	canción	nos
puede	remontar	a	situaciones	emocionales	pasadas.	Con	sólo	escuchar	los
primeros	acordes	de	una	pieza	musical	regresan	a	la	memoria	emocional	tanto	el
dolor	como	la	furia,	la	decepción,	la	tristeza	o	la	alegría	experimentadas	en	otros
momentos	de	nuestra	vida.
Con	la	experiencia	musical	deberíamos	ser	más	capaces	de	detectar	y	responder
a	las	emociones.	En	sus	más	recientes	libros,	Eric	Jensen	reporta	estudios	que
demuestran	que	la	exposición	a	la	música	desde	la	más	temprana	edad	ayuda	de
manera	notable	a	que	los	niños	identifiquen	y	manejen	sus	estados	emocionales.
Al	respecto	dice	Jensen	en	Music	With	the	Brain	in	Mind,	que	un	grupo	de	niños
expuestos	a	la	música	durante	un	año	escolar	tuvieron	la	capacidad	de	identificar
sus	emociones	con	más	precisión	que	quienes	no	vivieron	la	experiencia
musical.
La	música	puede	ayudarnos	a	crear,	identificar	y	utilizar	los	estados	emocionales
para	regular	nuestras	vidas.	Hacer	música	nos	fuerza	a	crear,	reflejar,	desnudar	el
alma,	ponderar,	reaccionar	y	formular	como	nunca	antes	lo	habíamos	hecho.	Es
un	lenguaje	de	expresión	poderoso,	ya	sea	que	la	escuchemos	o	la	interpretemos.
En	resumen,	hacer	música	intensifica	los	sistemas	que	nos	permiten	percibir	y
responder	apropiadamente	a	un	mundo	rico	en	emociones	y	con	estructuras
sociales	complejas.
EL	TEATRO	Y	LA	INTELIGENCIA	EMOCIONAL
El	teatro	y	la	expresión	corporal	son	herramientas	a	disposición	de	cualquier
maestro	para	ayudar	a	los	niños	a	expresar	sus	emociones	e	identificar	las
emociones	y	sentimientos	de	los	demás.
Representar	a	un	personaje	en	una	actividad	teatral	les	permite	expresar	sus
miedos,	deseos,	frustraciones,	dolores	o	agresiones	sin	sentirse	incómodos	o
avergonzados,	como	les	sucede	cuando	se	les	pide	expresarse	emocionalmente
con	palabras.	A	todos	los	niños	les	gusta	ser	partícipes	de	las	representaciones
teatrales,	usar	disfraces	y	máscaras,	y	representar	a	las	personas	que	nunca
podrán	ser	en	la	vida	real.
Actuar	es	parte	de	su	aprendizaje	a	través	del	juego.	Y	no	estoy	hablando
necesariamente	de	una	obra	de	teatro	formal,	con	luces,	público,	butacas	y
telones;	me	refiero	a	juegos	de	representación	que	se	improvisan	dentro	del	aula
o	en	el	patio	del	colegio,	organizados	por	el	maestro	de	grupo,	en	los	que	los
niños	ponen	en	escena	un	cuento	conocido,	una	experiencia	o	diálogos
improvisados	para	expresarse	a	través	del	lenguaje	teatral.
Inténtelo	con	sus	alumnos	y	verá	cómo	esas	representaciones	ayudan	a	reducir	el
estrés	y	a	tener	descargas	emocionales	sin	grandes	riesgos;	los	niños	aprenderán
a	trabajar	en	equipo	y	a	relacionarse	de	otra	manera	con	todos	sus	compañeros
sin	importar	su	género,	en	un	ámbito	que	no	es	amenazante	para	ellos	porque	lo
viven	como	un	juego.
En	definitiva,	el	arte	dramático	es	un	gran	auxiliar	para	el	desarrollo	de	la
inteligencia	emocional.
ALGUNAS	ACTIVIDADES	DE	TEATRO	Y	DANZA	PARA	ESTIMULAR	LA
EXPRESIÓN	DE	SENTIMIENTOS
•Expresión	corporal	de	diversos	estados	de	ánimo,	sentimientos	y	emociones.
•Expresión	de	las	actitudes	corporales	de	distintos	animales	y	de	algunas	situaciones,	para	expresar	emociones	básicas	como	la	alerta,	alarma,	el	miedo	o	la	atracción.
•Expresión	de	situaciones	y	emociones	a	través	de	la	mímica.
•Representación	de	situaciones	de	la	vida	diaria	a	través	del	role	playing	(juego	simbólico	en	que	se	representan	diversos	personajes	de	forma	improvisada),	con	un	pequeño	guión	que	se	entrega	a	los	participantes	y	que	ellos	actúan	mediante	la	improvisación.
•Representación	de	historias	o	cuentos	conocidos	por	los	niños.	Se	distribuyen	los	papeles	y	se	entregan	máscaras	o	algún	vestuario	que	sea	fácil	de	identificar	para	el	público.
•Participación	de	un	grupo	de	niños	en	un	proyecto	teatral:	se	entrega	una	síntesis	de	la	trama	de	una	obra	de	teatro	de	Shakespeare,	Pirandello,	Cervantes	o	cualquier	dramaturgo	universalmente	conocido	y	los	niños	la	representan	con	sus	propias	palabras.	Ellos	mismos	pueden	hacer	la	escenografía	y	el	vestuario.
•Representación	teatral	(ya	sea	con	actores	o	guiñol,	marionetas,	etc.)	de	un	hecho	histórico	conocido	por	los	niños.
•Participación	en	la	puesta	en	escena	de	una	obra	teatral	con	muñecos,	guiñol,	marionetas,	etcétera.
•Empleo	de	elementos	de	la	danza	como	son	el	cuerpo	en	movimiento	armónico,	el	espacio,	la	fuerza	y	el	tiempo,	para	que	los	niños	puedan	contar	una	historia,	interpretar	una	obra	literaria	o	narrar	una	sensación	con	su	cuerpo,	de	manera	que	comprendan	la	relación	entre	el	lenguaje	hablado,	el	de	un	texto	y	el	movimiento.
•Puesta	en	escena	de	una	coreografía	con	cualquier	tipo	de	música	como	por	ejemplo:	clásica,	jazz,	rock	o	salsa.
• Improvisación	de	una	danza	por	parte	de	los	niños,	con	música	de	cualquier	estilo	o	época.	Es	preferible	combinar	piezas	musicales	lentas,	rápidas,	melodiosas	o	de	gran	ritmo,	para	que	ellos	realicen	todos	los	movimientos	corporales	que	la	música	les	sugiere.
• Improvisación	de	una	danza	con	el	ritmo	de	los	aplausos,	el	zapateo	o	el	sonido	de	un	tambor	para	que	después	hablen	de	las	emociones	que	experimentaron	al	bailar.
•Reproducción	del	patrón	de	movimiento	presentado	a	un	grupo.	Pedir	a	los	niños	que	caminen	como	un	antiguo	egipcio,	como	un	hermano	pequeño,	como	su	papá;	y	que	se	muevan	como	un	gigante	o	una	hormiga,	a	fin	de	que	experimenten	el	peso,	la	gravedad,	la	suavidad	o	la	lentitud	a	través	del	movimiento,	para	percibir	cómo	se	sienten	esas	personas	o	animales.
³	Daniel	Goleman,	Inteligencia	emocional,	Barcelona,	Kairós,	1996.
La	literatura	y
la	inteligencia	emocional
La	literatura	es	el	arte	que	emplea	como	medio	de	expresión	la	palabra,
principalmente	la	palabra	escrita,	pero	también	la	palabra	hablada.	El	arte	de	las
palabras	surge	de	las	narraciones	orales	que	las	más	antiguas	comunidades
humanas	usaban	para	transmitir	a	sus	miembros	los	mitos,	creencias,	tradiciones,
leyendas	o	hazañas,	de	modo	que	se	mantuviera	la	unión	como	tribu	o	familia	a
través	del	sentido	de	pertenencia.
Por	medio	de	un	proceso	que	va	desde	el	uso	de	símbolos	gráficos	hasta	la	letra
impresa	y	la	electrónica,	el	hombre	ha	tenido	necesidad	de	expresar	ideas,
sueños,	sentimientos,	creencias,	deseos,	miedos	y	utopías	para	darlos	a	conocer	a
los	demás	y	por	lo	tanto	ha	hechode	esto	un	arte.	Este	arte	ha	sido	dividido	por
los	expertos	en:	narrativa,	poesía	y	dramaturgia.
Narrativa
La	narrativa	es	el	arte	de	contar	o	relatar	un	suceso	real	o	imaginario	a	través	de
diversas	formas	como	novela,	cuento,	leyenda,	mito,	fábula,	crónica	y	biografía.
También	es	posible	narrar	una	historia	o	suceso	a	través	de	dibujos	y	palabras,
como	se	realizan	en	la	historieta	y	el	cómic.
Poesía
María	Moliner	define	la	poesía	como
género	literario	exquisito;	por	la	materia,	que	es	el	aspecto	bello	y	emotivo	de	las
cosas;	por	la	forma	de	expresión,	basada	en	imágenes	extraídas	de	sutiles
relaciones	descubiertas	por	la	imaginación,	y	por	el	lenguaje,	a	la	vez	sugestivo
y	musical,	generalmente	sometido	a	la	disciplina	del	verso.⁴
También	dice	que	la	poesía	es	la	“cualidad	de	las	cosas	y	de	la	misma	poesía	por
la	que	produce	una	emoción	a	la	vez	estética	y	afectiva”.
La	poesía	es,	pues,	el	arte	de	expresar	los	sentimientos	con	palabras,	en	verso,
usando	para	ello	imágenes	o	metáforas.
Si	la	metáfora	es	la	esencia	misma	de	la	poesía,	debemos	entender	entonces	que
es	la	figura	literaria	que	consiste	en	usar	las	palabras	con	un	sentido	distinto	del
que	tienen	propiamente,	pero	guardando	con	el	significado	original	una	relación
descubierta	por	la	imaginación;	por	ejemplo:	“estoy	muerto”,	en	lugar	de
“destrozado”	o	“cansado”;	o	la	“primavera	de	la	vida”,	en	lugar	de	“los	primeros
años	de	la	vida”.	La	poesía	es	el	lenguaje	emocional	por	excelencia.	El	poeta
encuentra	en	las	metáforas	y	las	palabras	un	camino	para	expresar	de	manera
bella	sus	sentimientos	y	emociones	más	profundos.
Dramaturgia
La	dramaturgia	o	creación	dramática	es	el	arte	de	escribir	obras	para
representarse	en	el	teatro.
Al	igual	que	la	narrativa,	en	la	dramaturgia	se	pueden	contar	historias	reales	o
imaginarias	y	con	cualquier	tema.
Existen	diversos	tipos	de	teatro:	el	representado	por	actores,	el	guiñol,	las
marionetas,	la	mímica	y	el	circo.
La	palabra	teatro,	dice	Luis	de	Tavira,	significa	mirador;	proviene	del	latín	y
hace	referencia	a	contemplar,	a	ver.	Por	lo	tanto,	las	obras	dramáticas	están
escritas	para	representarse	en	un	escenario	y	frente	a	un	público.
Dentro	de	las	actividades	literarias,	los	niños	pueden	escribir	sus	propias	obras
teatrales	para	después	llevarlas	a	escena,	ya	sea	a	través	del	trabajo	actoral	o	con
marionetas	y	guiñol.
¿CÓMO	INVITAR	A	LOS	NIÑOS	A	EXPRESARSE	A	TRAVÉS	DE	LA
LITERATURA?
La	experiencia	nos	dice	que	los	niños	gustan	de	narrar	sus	propias	historias
cuando	les	ofrecemos	la	metodología	adecuada	y	un	ambiente	propicio	para
hacerlo.	Cuando	un	niño	se	encuentra	inmerso	en	un	proceso	creativo	o	expresa
emociones	y	sentimientos	que	son	tan	íntimos	e	importantes	para	él	o	ella,
debemos	evitarle	las	preocupaciones	habituales	que	tiene	cuando	escribe,	esto	es,
superar	las	dificultades	ortográficas	o	los	trazos	de	la	letra,	porque	cuando	está
atento	a	ello	inhibe	su	capacidad	de	narrar	o	expresar	sus	sentimientos	y
emociones.	Debemos	invitarlo	a	escribir	su	poema	o	su	relato	sin	importar	lo
demás.
Dentro	de	la	narrativa,	el	niño	puede	crear	relatos	reales	o	ficticios.	Si	se	trata	de
escribir	un	relato	real,	puede	hacer	la	crónica	de	algún	suceso	que	haya
experimentado:	un	viaje,	una	experiencia	familiar	—por	ejemplo	una	fiesta,	o
una	muerte	en	la	familia—	anécdotas	graciosas	o	curiosas,	la	visita	a	un	museo,
un	acontecimiento	escolar	y	otras.
Dentro	de	los	relatos	imaginativos,	fantásticos	o	que	corresponden	a	la	ficción,
lo	podemos	invitar	a	narrar	cuentos	o	relatos	cortos	en	donde	el	entorno	sea
imaginario	y	los	personajes	reales,	o	donde	los	personajes	y	el	entorno
correspondan	al	mundo	de	la	fantasía.
Gianni	Rodari,	el	maestro	italiano	creador	de	tantas	historias	para	estimular	la
creatividad	e	imaginación	de	los	pequeños,	creó	métodos	probados,	como	“el
binomio	fantástico”,	que	despiertan	la	capacidad	narrativa	e	imaginaria	de	los
niños	y	que	son	herramientas	indispensables	para	que	el	docente	ponga	en	manos
de	sus	alumnos	la	infinita	posibilidad	de	expresarse	a	través	del	lenguaje	literario
y	encontrar	en	ello	una	forma	lúdica	de	conocer	sus	emociones,	sentimientos
propios	y	de	expresarlos	con	libertad.
LA	LITERATURA	INFANTIL	Y	LAS	EMOCIONES
La	mejor	herramienta	que	los	educadores	tenemos	para	educar	las	habilidades	de
la	inteligencia	emocional	de	los	niños	es	la	literatura	infantil.	Las	imágenes	y	las
palabras	que	un	niño	ve,	escucha	o	lee	en	un	cuento	o	novela	le	hablan	de	sus
propios	sentimientos	y	de	las	emociones	y	sentimientos	de	otras	personas.
Mi	experiencia	en	los	talleres	de	inteligencia	emocional	y	a	través	de	los	muchos
años	de	docencia	me	ha	permitido	constatar	el	placer	que	sienten	los	niños	al
escuchar	la	lectura	apasionada	de	un	cuento	infantil,	desde	los	tradicionales	y
clásicos	de	los	hermanos	Grimm	y	Perrault,	Las	mil	y	una	noches,	Pinocho,
Alicia	en	el	País	de	las	Maravillas,	Alicia	a	través	del	espejo	y	Peter	Pan,	hasta
los	de	autores	contemporáneos	mexicanos	o	de	otros	lugares	del	mundo,	como
Francisco	Hinojosa,	Maurice	Sendak,	Anthony	Browne	o	Monique	Zepeda,	por
mencionar	sólo	algunos	de	los	que	más	gustan	a	los	niños.	La	inigualable
capacidad	empática	que	tienen	los	pequeños	para	participar	en	una	narración
ficticia	que	les	permite	sentir	lo	que	sienten	los	personajes,	la	capacidad	de
asombro	que	es	propia	de	todos	los	niños	y	el	gusto	infantil	por	la	narración,	les
dan	la	oportunidad	de	vivir	en	carne	propia	las	aventuras,	desventuras,	los
sufrimientos,	gozos	o	temores	de	los	personajes	de	esas	historias	que	los
encantan.
La	lectura	privada	y	silenciosa	de	un	obra	literaria	es	un	recorrido	personal,
íntimo	y	único	por	las	emociones	y	sentimientos	que	son	expresados	por	el	autor
del	cuento	o	la	novela	a	través	de	los	hechos,	reflexiones	y	situaciones	que	viven
los	personajes.	Bruno	Bettelheim	en	su	libro	Psicoanálisis	de	los	cuentos	de
hadas,	hace	ya	varias	décadas	abrió	los	ojos	a	los	educadores	acerca	de	la
importancia	fundamental	que	tiene	para	la	maduración	emocional	de	los	niños	la
identificación	con	los	personajes	de	los	cuentos	clásicos,	ya	que	en	estas
historias	están	contenidas	todas	las	emociones	y	sentimientos	que	experimenta
un	pequeño	y	que	constituyen	un	auxiliar	indispensable	para	la	comprensión	y	la
resolución	de	sus	conflictos	internos.	Al	identificarse	con	los	distintos	personajes
de	los	cuentos,	los	niños	comienzan	a	experimentar	por	ellos	mismos
sentimientos	de	justicia,	fidelidad,	amor,	valentía,	no	como	lecciones	impuestas
sino	como	un	descubrimiento	propio,	ya	que	los	cuentos	de	hadas	son	una	fuente
de	placer	estético	y	de	apoyo	emocional	para	la	niñez.
Una	buena	obra	literaria	mantiene	la	atención	de	los	niños,	los	divierte	y
alimenta	su	curiosidad.	La	lectura	personal	o	la	lectura	en	voz	alta	de	un	adulto
ayuda	al	niño	a	clarificar	sus	propias	emociones,	le	revela	las	dificultades	que
tienen	que	vivir	los	personajes	y	él	mismo	para	conseguir	las	metas	de
crecimiento	y	armonía	en	su	vida,	al	mismo	tiempo	que	le	sugiere	soluciones	a
los	problemas	que	le	inquietan	porque	cualquiera	de	estos	autores	de	obras
literarias	infantiles	se	toman	en	serio	los	conflictos	y	los	recorridos	emocionales
que	viven	los	niños.
En	las	actividades	sugeridas	en	este	libro	para	trabajar	en	el	aula,	se	han
seleccionado	algunos	ejemplos	de	cómo	utilizar	las	obras	mencionadas	antes
para	educar	las	habilidades	de	la	inteligencia	emocional,	pero	se	trata	sólo	de
eso:	ejemplos	elegidos	por	la	autora.	Tocará	a	los	maestros	y	educadores	hacer
llegar	a	sus	alumnos	una	diversidad	de	obras	de	literatura	infantil	para	su	lectura
personal	o	colectiva	dentro	del	aula,	de	manera	que	estas	actividades	sirvan	para
educar	algunas	de	las	habilidades	de	la	inteligencia	emocional.
LA	LITERATURA	COMO	HERRAMIENTA	PARA
EDUCAR	LA	INTELIGENCIA	EMOCIONAL
La	teoría	acerca	de	la	inteligencia	emocional	es	algo	nuevo,	pero,	al	mismo
tiempo,	el	conocimiento	de	las	emociones	y	los	sentimientos	es	tan	antiguo
como	lo	es	la	literatura.	Cuando	una	persona	tomala	decisión	de	escribir	tiene
una	doble	intención:	por	una	parte	siente	una	necesidad	interior,	irrefrenable,	de
decirse	lo	que	ya	no	puede	guardar	en	su	interior;	es	el	deseo	de	explicarse	a	sí
misma	a	través	de	la	poesía,	el	teatro	o	la	narración	de	una	historia.	Por	otra
parte,	sin	embargo,	la	escritura	no	alcanza	su	verdadero	significado	si	no	es	leída
por	otros.	Indudablemente	los	escritores	experimentan	la	necesidad	de	compartir
con	millones	de	seres	humanos	que	nunca	conocerán,	contemporáneos	suyos	o
de	años	o	siglos	futuros,	su	experiencia,	sus	fantasías	y	sus	sentimientos.
Cuando	en	el	silencio	de	mi	alcoba	tomo	un	libro	en	las	manos	y	mis	ojos
comienzan	a	recorrer	esos	extraños	y	a	la	vez	familiares	signos	que	llamamos
letras,	registrando	en	mi	cerebro	cada	palabra,	cada	frase	o	cada	párrafo	que	leo,
pongo	a	funcionar	mis	dos	inteligencias.	La	inteligencia	racional	comprende	lo
que	el	escritor	está	diciendo,	además	de	que	las	emociones	y	los	sentimientos
afloran	de	inmediato.	Muchas	veces	no	registro	esos	sentimientos	y	otras	tantas
me	sacuden,	me	zarandean,	me	sacan	de	la	realidad	objetiva	para	internarme	en
el	mundo	emocional	de	los	personajes	que	viven	en	el	libro.
La	lectura	bien	hecha	de	un	texto	literario	produce	una	reacción	emocional,	no
importa	si	es	de	rechazo	o	de	atracción.	Cuando	esa	experiencia	llega	al	plano	de
la	conciencia,	surge	la	pregunta:	¿Me	están	comunicando	una	experiencia	tan
parecida	a	la	mía	que	no	quiero	volverla	a	vivir?	¿Es	una	experiencia	tan	lejana	a
mí	que	no	comprendo,	que	no	logra	interesarme	o	que	no	quiero	entender?
¿Encuentro	respuestas	a	mi	propia	vida	cuando	experimento	lo	que	viven	los
personajes	del	libro?	¿Es	tan	desconocida	para	mí	esa	vida	que	quiero	saber	qué
se	siente	vivir	eso	y	de	esa	manera?
El	vocabulario	emocional	se	aprende	y	enriquece	a	través	de	la	literatura,	y	como
muestra	basta	un	botón.	En	el	primer	capítulo	de	la	novela	Las	Piadosas,	de
Federico	Andahazi,	se	mencionan	las	siguientes	emociones	y	sentimientos:
abandono,	aburrimiento,	agradecimiento,	angustia,	arrojo,	aversión,	calor,	celos,
compasión,	congoja,	contrariedad,	decisión,	desagradecimiento,	desconfianza,
desdén,	envidia,	espanto,	estimación,	estremecimiento,	exasperación,	excitación,
fascinación,	fastidio,	gratitud,	incertidumbre,	indecisión,	indiferencia,	ingratitud,
inquietud,	intriga,	júbilo,	nervios,	preocupación,	pudor,	recelo,	sobresalto,	susto,
temor	y	tormento.
Gran	parte	de	mi	vida	la	he	dedicado	a	enseñar	a	los	niños	a	leer,	en	un	proceso
que	abarca	desde	el	aprendizaje	inicial	del	alfabeto,	de	las	sílabas	y	las	palabras,
hasta	el	acercamiento	a	los	libros	y	a	su	disfrute.	Esa	larga	experiencia	me	dice
que	no	existe	un	lector	auténtico	que	guarde	la	vivencia	de	un	libro	para	sí
mismo;	todos	sentimos	la	imperiosa	necesidad	de	hablar	de	él	con	los	demás.	En
el	colegio	he	visto	a	niños	de	dos	años	actuar	como	los	personajes	de	un	cuento,
y	a	los	de	nueve	a	dieciséis	hablar	con	sus	amigos	sobre	la	trama	de	alguna
novela	leída.	Y	como	lectora	voraz	siento	que	prestar	libros	o	regalarlos,
compartir	la	lectura,	discutir	sobre	ella,	contarle	a	alguien	la	historia	que	acabo
de	leer,	es	lo	más	amoroso	que	he	hecho	en	mi	vida.
Por	todo	esto,	he	encontrado	que	la	herramienta	más	eficaz	y	accesible	para
hablar	de	los	sentimientos	con	mis	alumnos	han	sido	los	libros.
⁴	María	Moliner,	Diccionario	de	uso	del	español,	Madrid,	Gredos,	1987.
La	literatura	emocional
en	el	aula
El	aprendizaje	de	las	habilidades	emocionales,	al	igual	que	las	de	tipo	cognitivo,
requiere	de	una	continuidad	a	través	de	toda	la	vida	escolar	de	un	individuo.
Desde	su	primer	ingreso	al	colegio	a	los	dos,	tres	o	cuatro	años	se	inicia	este
trabajo	que	requiere	la	repetición	y	el	uso	de	una	diversidad	de	métodos	de
aprendizaje	para	activar	las	diversas	facetas	de	la	inteligencia	humana.
La	repetición	y	la	práctica	son	vitales	para	la	formación	de	conductas	que	a	lo
largo	del	tiempo	se	transforman	en	hábitos	y	después	en	actitudes	permanentes.
De	ello	se	deduce	la	importancia	que	tiene	el	hecho	de	que	los	educadores	de
hoy	puedan	enlazar	en	su	práctica	docente	cotidiana,	actividades	que	desarrollen
las	habilidades	de	la	inteligencia	emocional,	sin	necesidad	de	usar	tiempos
especiales	para	esto.	Así	cada	profesor	sabrá	hacer	uso	de	las	actividades	y
herramientas	que	les	proporcionamos	en	este	libro	y	adaptarlas	a	cada	uno	de	sus
alumnos,	a	cada	uno	de	los	grupos	de	escolares	o	a	cada	situación	que	se	le
presente.
Para	activar	la	inteligencia	emocional,	y	como	resultado	de	ello	elevar	las
habilidades	sociales	de	los	niños	y	jóvenes,	la	escuela	se	tiene	que	abocar	a	esta
tarea	educativa,	que	toma	en	cuenta	el	nuevo	paradigma	de	educar	para	pensar
emocionalmente	y	sentir	inteligentemente.
Por	ello,	la	primera	responsabilidad	recae	en	los	adultos	que	nos	dedicamos	a
educar	niños.	Cuando	hay	una	verdadera	colaboración	entre	la	escuela	y	el	hogar
para	la	formación	de	los	niños,	los	resultados	son	palpables.
Dice	Goleman	que	cuando	las	experiencias	emocionales	se	repiten	una	y	otra
vez,	el	cerebro	las	transforma	en	reacciones	naturales,	en	hábitos	que	permiten	al
individuo	responder	en	los	momentos	difíciles	de	la	vida	y	en	situaciones	de
peligro,	frustración	o	dolor.
Por	todo	lo	dicho	antes,	el	maestro	inteligente	emocionalmente	está	alerta	para
aprovechar	cualquier	situación	de	la	vida	escolar	—dentro	y	fuera	del	aula—	así
como	cualquier	libro,	clase,	asignatura	o	actividad	lúdica	para	enriquecer	el
vocabulario	emocional	de	los	alumnos,	para	crear	un	ambiente	que	propicie	la
expresión	de	sentimientos,	para	aprender	a	reconocer	los	disparadores	de	las
emociones	y	para	enseñar	a	los	niños	a	reconocer	los	sentimientos	de	los	demás.
ALGUNOS	EJERCICIOS	Y	ACTIVIDADES
SUGERIDOS	PARA	EL	AULA
EL	PODER	DE	LA	PALABRA
Para	trabajar	con	los	niños	las	habilidades	de	la	inteligencia	emocional,	el
maestro	debe	crear	un	clima	propicio	dentro	del	aula,	es	decir,	que	haya	orden	y
sobre	todo	respeto	hacia	lo	que	cada	quien	expresa.	Esto	es	fundamental,	puesto
que	vamos	a	profundizar	en	lo	más	íntimo	de	una	persona:	sus	sentimientos	y
emociones.
Para	ello,	le	proponemos	un	juego	o	ejercicio	para	entrenar	a	los	alumnos	en	esa
habilidad	social,	tan	escasa	e	importante,	que	es:	aprender	a	escuchar	y	a	respetar
la	opinión	de	los	demás.
Este	ejercicio	se	puede	plantear	como	un	juego	con	reglas	que	deben	ser
acatadas	por	todos	aquellos	que	formen	parte	del	grupo.	Quien	viole	alguna	regla
queda	fuera	del	juego	en	esa	sesión,	o	durante	el	tiempo	de	exclusión	que	el
maestro	fije.	De	ninguna	manera	el	maestro	excluirá	definitivamente	a	algún
alumno	o	le	pedirá	que	abandone	el	salón	de	clases	cuando	no	participe	en	el
juego	grupal.	El	alumno	que	sea	excluido	porque	no	cumplió	con	alguna	regla
permanecerá	en	el	mismo	lugar,	pero	sin	participar	con	los	demás.
El	objetivo	del	ejercicio	es	convertirlo	en	una	conducta	permanente,	tanto	del
maestro	como	de	los	alumnos,	y	tiene	que	ver	con	emociones	y	sentimientos.	Se
llama	“El	poder	de	la	palabra”	porque	durante	el	juego	debe	adoptarse	una
actitud	de	respeto	hacia	quien	esté	hablando.	De	esta	manera,	los	niños	valorarán
cada	vez	más	los	comentarios	y	las	experiencias	de	sus	compañeros.
Método	de	trabajo:
1.	El	maestro	elegirá	un	muñeco	de	peluche,	tela	o	lo	hará	él	mismo	con	un	paño
relleno	de	semillas	o	paja.	También	puede	elaborarlo	con	la	ayuda	de	los	niños
de	su	grupo.	Elegir	un	león,	por	ejemplo,	ayuda	a	que	todos	comprendan	que
quien	tiene	la	palabra	no	puede	ser	interrumpido	por	otro	porque	en	ese
momento	actúa	como	autoridad,	y	para	la	mayoría	de	los	niños	el	símbolo	de	la
autoridad	en	la	selva	es	el	león.
2.	El	maestro	escribe	en	una	cartulina,	con	letras	grandes	que	todos	puedan	leer,
las	reglas	del	juego	“El	poder	de	la	palabra”:
a)	Sólo	puede	hablar	quien	tenga	el	poder	de	la	palabra.
b)	No	puede	ser	interrumpido.
c)	Se	trata	de	escuchar	al	que	habla.
Es	conveniente	que	las	reglas	del	juego	permanezcan	expuestas	en	un	lugar
visible	de	modo

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