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Cómo_sobrevivir_a_una_ruptura__Guía

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Índice
 
 
 
 
Portada
Dedicatoria
Introducción
1. Psicología del divorcio
2. El síndrome del corazón roto
3. La nueva pareja
4. El hombre en el espectro de la psicopatía
5. La mujer con trastorno límite de personalidad
6. Afrontar el divorcio
7. Padres divorciados con inteligencia educacional
8. Los determinantes de la custodia: el examen de los padres
9. Los abogados en el proceso de divorcio y el tipo de custodia
Epílogo
Agradecimientos
Notas
Créditos
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A la Asociación Viktor E. Frankl de Valencia, por su ingente
labor en beneficio de los que necesitan esperanza.
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INTRODUCCIÓN
 
 
 
 
Este libro responde a la petición de varias personas que me solicitaron una guía breve
para poder comprender la ruptura de una pareja desde el plano de la experiencia personal
y desde su tramitación ante los jueces de familia (en este libro emplearemos las palabras
divorcio o ruptura de una convivencia de modo equivalente, salvo que se indique lo
contrario). Por otra parte, mi experiencia profesional acumulada durante años en juicios
de divorcios particularmente duros me había puesto ya sobre aviso de que es realmente
necesario afrontar esta situación con las ideas claras, sabiendo qué es lo mejor para
nosotros y, si es el caso, para nuestros hijos.
La ruptura de un proyecto de vida es algo muy doloroso, que puede convertirse
incluso en algo dantesco si nos empeñamos en ventilar ante el juez de familia los
problemas habidos en la relación y exigimos ganar en el pleito como respuesta a lo que
consideramos un comportamiento indigno por parte de nuestra anterior pareja. No
concibo un error más grande que éste, y sin embargo todos los años miles de personas lo
cometen, muchas veces sin ser realmente conscientes de ello —ni de las funestas
consecuencias que conlleva—, motivadas por su indignación y su autoestima heridas.
En esta obra el lector encontrará diversas razones por las que señalo la importancia
de adoptar una perspectiva mental, una filosofía, al mismo tiempo práctica y profunda.
Práctica, porque el modo en que afrontemos la ruptura puede marcar de forma indeleble
nuestro futuro y el de los niños; profunda porque cuanto más sufrimiento mal orientado
haya en dicha ruptura y en el tiempo posterior, más difícil será que salgamos a flote.
Una «filosofía práctica» exige saber, por ejemplo, qué tipo de abogado buscar, o
cómo presentarnos ante los psicólogos y otros profesionales que tienen que aconsejar al
juez acerca de la patria potestad y el régimen de visitas de los niños. Igualmente, también
resulta vital saber cuáles son las mejores estrategias y habilidades para educar a los hijos
de una familia donde los padres se han separado, atendiendo a los principios de la
moderna «inteligencia educacional», o qué tipo de custodia de los niños resulta
aconsejable en cada circunstancia.
Pero aun siendo de gran importancia todas estas cuestiones, en este libro también se
subraya que la ruptura de una relación no es sólo un camino de sufrimiento, sino también
de reorganización y de nuevas aperturas vitales. Y que la comprensión de este fenómeno
desde el inicio puede ser el primer y más importante paso para que la familia en su
conjunto pase por el trance de la separación sin que queden secuelas. En otras palabras:
aceptar el sufrimiento de la ruptura con una mentalidad positiva hacia uno mismo y —si
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es el caso— hacia los hijos lleva a querer tener la mejor relación posible con la expareja,
y eso es una oportunidad para el crecimiento personal.[1] Por ello la persona que ha roto
con otra y lleva su caso a los tribunales ha de preguntarse, desde el inicio, qué es lo que
realmente quiere para su futuro y el de sus hijos. Y a partir de ahí es importante que
conozca las consecuencias del curso de acción que vaya a tomar.
Sin embargo, determinadas personas son un peligro claro e inminente para nuestra
estabilidad mental: tanto los sujetos que he denominado «dentro del espectro» de la
psicopatía (generalmente hombres, aunque también hay mujeres), como los que
presentan rasgos notables de un «Trastorno Límite de Personalidad» (sobre todo
mujeres) no pueden tener una relación «normal» posterior a la ruptura con la expareja.
Estas personas son muy difíciles de manejar, y rara vez se avienen a razones. Muchas
veces los abogados y los jueces están perdidos porque no las identifican, y ven
perjudicada claramente su labor en la obtención del mejor resultado posible para todos
los implicados. Con ellas, los consejos dados para la mayoría de las parejas que se
separan o divorcian han de ser matizados para ajustarse mejor a estas personalidades
controladoras, vengativas e impredecibles. Creo que está más que justificado dedicar
parte de este libro a explicar tales cuadros de personalidad desajustada, que
invariablemente acuden a los juzgados todos los años en busca de «su justicia»
particular. Saber identificarlos es una prioridad para que los niños, sobre todo, no sufran
más allá de lo que el destino les haya reservado en el futuro.
Porque otro tema central en el libro es el énfasis en el bienestar de los niños. Hoy
sabemos qué cosas no hay que hacer para que la ruptura no les dañe de modo
permanente; sabemos qué elementos de protección pueden emplearse para minimizar tal
impacto y cómo proceder en el proceso de divorcio para que esa experiencia no sea
traumática. Ningún padre o madre responsable puede olvidarse de los intereses de sus
hijos para perseguir una satisfacción emocional en el juzgado a costa de su expareja.
Confío en que esta obra les sirva de ayuda en el momento de navegar por el tantas
veces inhóspito mar de la ruptura y los acuerdos judiciales. Si tenemos la vista puesta en
el horizonte correcto, llegaremos a puerto fatigados y doloridos, pero también sanos y
salvos.
 
VICENTE GARRIDO
Jávea, mayo de 2013
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CAPÍTULO 1
 
PSICOLOGÍA DEL DIVORCIO
 
 
 
Realidad del divorcio en España
 
Quizá sería lógico pensar que los divorcios o rupturas tienen que ver únicamente con la
falta de amor, de uno de los cónyuges o de los dos. Pero no sólo en la continuidad de un
matrimonio o convivencia entran en juego los aspectos afectivos o la compatibilidad de
caracteres. Los costes económicos que implican el mantenimiento de dos viviendas y la
duplicidad de gastos en caso de separación o divorcio han llevado a un descenso de las
rupturas matrimoniales en España registradas en 2011 hasta niveles de hace diez años.[2]
A pesar de ello, el divorcio sigue siendo muy común en la sociedad española; nada
menos que 117.179 rupturas matrimoniales definitivas se contabilizaron en el conjunto de
España en 2011, de las cuales 68.851 fueron de mutuo acuerdo y las 48.328 restantes
fueron no consensuadas. A estos datos hemos de sumar las separaciones de las parejas
de hecho: en 2011 hubo 7.347 separaciones, de las cuales 4.872 fueron de mutuo
acuerdo y las restantes 2.475 sin consenso.
Tenemos que concluir, entonces, que el divorcio es una realidad extraordinariamente
frecuente en nuestra sociedad.
Otra conclusión inquietante de las cifras anteriores es la gran cantidad de divorcios sin
acuerdo, es decir, donde los cónyuges van a pelear ante un juzgado por cuestiones como
pensiones, división de bienes y, sobre todo, la custodia de los hijos; aproximadamente un
cuarenta por ciento de los casos. El divorcio no consensuado es una realidad porque,
además de otras razones derivadas de los sentimientos que albergan los padres en su
relación, éstos pueden tener ideas diferentes acerca de cómo educar a los hijos, lo que se
suma a su amor hacia ellos para pedir su custodia. ¿Qué futuro desean para sus hijos y,
lo que es más importante, cómo deberían proceder ellos en su cuidado diario y
educación? Un padre puede considerar que el otro es «demasiado exigente», o
«negligente», o que no le presta atención cuando debería supervisarlo adecuadamente y
estar atento a sus conductas disruptivas o a su falta de esfuerzo... Si, como decía antes,
añadimos a lo anterior las diferenciasde perspectivas sobre el reparto de bienes, la
cantidad a pagar como pensión por los hijos o por la pensión compensatoria,
entenderemos el porqué de esta cifra tan abultada de divorcios contenciosos.
Lo cual no significa que muchos de estos pleitos no se puedan evitar, por el bien de
todos, algo que constituye una de las principales conclusiones de este libro. En todo caso,
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quiero señalar que la hostilidad y la pelea que suelen acompañar al divorcio sin acuerdo
añaden más perturbación y ansiedad a todo el proceso, lo que es una lástima, porque el
cese de la convivencia ya es un trago suficientemente amargo (particularmente si hay
hijos), sin que se añada la contienda ante los tribunales.
 
 
El divorcio, un paso difícil
 
Para la mayoría de la gente el divorcio tiene que ver con la infelicidad o, mejor dicho,
con la necesidad de hacer algo con la frustración que se siente al no vivir la felicidad
esperada. Así, uno quiere encontrar una relación mejor, o bien otra persona que llene de
contenido una existencia que ahora, con su actual pareja, le parece vacía. La mayoría de
las parejas que se separan no se profesan una gran animadversión, después de los
habituales primeros meses perturbadores que siguen a la ruptura; simplemente quieren
ser más felices, solos o con otra persona. Esto es un modo de actuación realista, y en
circunstancias ordinarias salen adelante todos los implicados: los excónyuges, las familias
de éstos y los hijos, si los hay.
Ahora bien, eso no obsta para que reconozcamos lo duro de dar este paso. El
divorcio es una de las experiencias más difíciles que puede pasarle a alguien en la vida.
Aunque algunas veces la ruptura de la relación puede suponer unos efectos positivos
inmediatos para un miembro de la pareja que está sufriendo abuso o violencia, o quizás
para los dos si ciertamente el matrimonio es muy desgraciado, para la mayoría de la
gente el final de una relación conlleva sentimientos negativos, estrés y un profundo dolor
emocional. Es habitual que los divorciados, particularmente si se han visto obligados a
ello, mencionen una pérdida importante de autoestima y periodos de ansiedad e
incertidumbre acerca de su vida y su futuro.
Como antes mencioné, los inconvenientes del divorcio se intensifican y se alargan si
los excónyuges tienen graves discrepancias acerca de cómo encararlo, y todavía más si
las tensiones y hostilidades perduran en el tiempo. En efecto, en los divorcios suele haber
muchos puntos conflictivos, y se requiere de un temple maduro para atravesar ese campo
minado sin caer en una profunda alteración o en la agudización de una hostilidad que
quizás ya estaba bien presente antes del inicio del proceso legal. Lo normal es que uno
tienda a culpar al otro, y digo «normal» porque psicológicamente estamos programados
para seguir esta senda (atención: no digo estamos «determinados» a hacerlo). Actuar así
tiene la ventaja de proteger nuestra autoestima y, por ello, nuestro bienestar emocional.
Existe abundante investigación que indica que el atribuirse uno mismo la culpa de un
hecho traumático dificulta la recuperación, y es un elemento facilitador de la depresión.
Ahora bien, es evidente que entre considerar al otro como completamente responsable
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del naufragio de la relación y echarnos la culpa íntegra a nosotros mismos hay un término
medio, y probablemente es ese término medio la perspectiva más madura a tomar en
muchas ocasiones.
Pero, sin desdecirme de lo que acabo de escribir, sí hay ocasiones en que la culpa es
básicamente del otro: son los casos en que hemos sido víctimas de personas que desde el
principio —o durante un tiempo importante de la relación— han intentado manipularnos
y explotarnos para sus propios fines. Se trata de los sujetos que están dentro del espectro
de la psicopatía: sujetos narcisistas, egocéntricos, manipuladores y sin conciencia que
aprovechan el amor que les tenemos para utilizarnos a su servicio. Cuando más adelante
me ocupe de los psicópatas o manipuladores crónicos ejemplificaré sobre todo al marido,
porque este tipo de personalidad afecta más a los hombres (aunque sin duda también hay
mujeres así). En el caso de las mujeres, el trastorno de personalidad más capacitado para
destruir una relación es el llamado «Trastorno Límite de Personalidad», caracterizado
por un desequilibrio emocional y comportamiento contradictorio que hace imposible la
convivencia. Ya que estos dos tipos de personas no se «ven venir» con facilidad (sobre
todo el primero), dedicaré una parte de este libro a considerarlos, porque entiendo que
muchas veces los jueces y abogados que intervienen en los pleitos de divorcios
desconocen la naturaleza profunda de algunos de los cónyuges acerca de los cuales se
han de tomar decisiones muy importantes para ellos y sus hijos.
Una idea más. No tenemos que buscar en los libros de psiquiatría o psicología una
etiqueta o diagnóstico para todo tipo de comportamiento deficiente, inmoral o ruin.
Muchas veces el matrimonio o la convivencia naufragan porque, sencillamente, la otra
persona no está preparada para la relación, o no nos quiere a pesar de lo que vimos o nos
dijo en un principio, o sencillamente se comporta de modo muy egoísta porque no está a
gusto con nosotros. Lo que quiero decir es que la gente tiene libre albedrío, voluntad
propia, y es su responsabilidad decidir cómo comportarse en una relación amorosa.
Cuando describo a los sujetos en el espectro o en el ámbito de la psicopatía y a quienes
presentan un Trastorno Límite de Personalidad, lo hago porque son dos formas de ser,
dos trastornos de personalidad, que si no se identifican pueden tener graves
repercusiones en la familia antes y después del divorcio; esto es, son personas que
presentan desafíos muy notables por su capacidad de engañar y manipular. Pero no cabe
duda de que mucha gente está capacitada para ser insincera y sacar provecho de ello, sin
que llegue a la intensidad de esos dos síndromes patológicos.
 
 
¿Qué parejas tienen más probabilidad de divorciarse?
 
Determinadas parejas tienen más probabilidad que otras de divorciarse. Se pueden
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destacar cinco factores de riesgo:
 
1. Matrimonio a muy temprana edad (la adolescencia y pocos años más).
2. Ingresos económicos muy bajos.
3. Un pobre nivel educativo.
4. Aportar un hijo al matrimonio de una anterior relación (especialmente las
madres).
5. Haber crecido en un hogar de padres que también se divorciaron.
 
Es obvio que estamos hablando de probabilidades, de factores que aumentan el
riesgo del divorcio, no de certezas: uno puede estar en todos esos grupos de riesgo y vivir
toda la vida felizmente con su pareja, aunque los números dicen que en tal caso es
mucho más difícil lograrlo. Hay controversia sobre si vivir juntos antes del matrimonio
aumenta el riesgo de divorcio, y en la actualidad resulta difícil dar un veredicto claro.
Quizás el mayor riesgo lo tengan aquellas parejas que se dejan llevar por la inercia, y
después de un tiempo conviviendo se acaban casando porque han invertido su tiempo en
cosas que les vinculan y en sus hijos, sin que realmente estuvieran del todo
comprometidos el uno con el otro. Una vez casados, encuentran que no tienen los
sentimientos apropiados para mantener el compromiso matrimonial y se divorcian.
Más interés tienen a mi juicio los factores o características de la relación que se
asocian con una mayor probabilidad de divorcio. La investigación ha hallado que éstas
son las siguientes:
 
• Violencia en la pareja.
• Conflictos frecuentes.
• Infidelidad.
• Un compromiso débil con el matrimonio o convivencia.
• Poco amor y confianza entre la pareja.
 
No obstante, puede resultar poco satisfactorio quedarse solamente con esta lista de
factores. En realidad, lo que se quiere decir en ella, de forma resumida, es que la pareja
que se pelea habitualmente y que se quiere poco termina divorciándose, y ciertamente
esto no es un gran hallazgo, al igual que tampoco lo es señalar a la infidelidad y a la
violencia comocausas importantes de la ruptura de una relación.
Por ello resulta mucho más interesante detenerse en detalle en el proceso de la
relación, en el trato cotidiano de la pareja, para preguntarnos si es posible averiguar en
qué medida ciertas prácticas habituales en la relación guardan el secreto de la convivencia
feliz o si, por el contrario, predicen el final de la misma.
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El psicólogo John Gottman lleva muchos años estudiando las relaciones amorosas, y
su conclusión es muy clarificadora:[3] «Lo que hace funcionar a un matrimonio es
sorprendentemente simple. Las parejas felizmente casadas no son más inteligentes, más
ricas o psicológicamente más sofisticadas que las otras: en su vida cotidiana construyen
una relación que deja los pensamientos y emociones negativos sobre el otro muy por
debajo de los positivos». Y en otro momento: «La verdad es que los matrimonios felices
se basan en una amistad profunda, y por ello yo entiendo el respeto mutuo y el disfrute
de la compañía del otro».
El mito o creencia falsa más grande acerca de por qué fracasa una relación es, de
acuerdo con Gottman, el siguiente: la mala comunicación, de tal modo que escuchar con
amor y tranquilidad el punto de vista de tu pareja «salvará» el matrimonio. Pero esto es
radicalmente falso, porque son las grandes diferencias de opinión las que se interponen
en la felicidad de una relación. La investigación de Gottman es concluyente: la mayoría
de los conflictos de pareja no pueden resolverse. Su estudio reveló que el 69 % de los
conflictos incluyen problemas no resolubles, como el que un cónyuge quiera tener hijos y
el otro no, o que uno precise mucha actividad sexual y al otro tal cosa le resulte
perturbadora. En otras palabras: las parejas gastan mucha energía y esfuerzo en resolver
sus diferencias, pero los desacuerdos importantes tienen que ver con el modo de
entender la vida, es decir, con los valores esenciales, y éstos no cambian.
Así pues, lejos de tener que «hablar todo», las parejas con éxito aprenden a mantener
«debajo de la alfombra» las tensiones ocasionales o las situaciones que molestarán
innecesariamente a la otra, y cuya discusión no va a resolver ningún problema.
Gottman es capaz de predecir con un acierto del 90 % las parejas que permanecerán
y cuáles se divorciarán después de verlas relacionarse por espacio de sólo cinco minutos.
Él sostiene que lo fundamental para hacer esa valoración no es el hecho de si discuten o
no, sino el modo en que lo hacen. Después de revisar miles de horas de grabaciones de
parejas, identificó los siguientes indicadores como los más cercanos a un divorcio futuro,
a corto o a medio plazo:
 
1. Inicios desagradables: discusiones que comienzan con sarcasmo, desprecio o
una crítica severa.
2. Crítica personal: no es lo mismo quejarse de un comportamiento de alguien que
criticar un rasgo personal.
3. Desprecio o burla: gestos (rodar los ojos, sonrisas irónicas, etc.) o palabras
(motes ofensivos) que indican la intención de que el otro se sienta mal.
4. Posición de defensa: tratar de que el otro crea que él (o ella) tiene el problema, y
que es su tarea solucionarlo; nosotros somos «inocentes», no hemos tenido
ninguna contribución.
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5. El «muro defensivo»: es cuando un miembro de la pareja se evade de la
interacción para evitar ser herido, algo que suele hacer mucho más el hombre que
la mujer, debido a que en éste la reacción fisiológica o emocional es mucho más
intensa y tarda más en disiparse (en otras palabras, se altera más y durante mayor
tiempo). Razón por la cual son también las mujeres quienes suelen poner sobre la
mesa la necesidad de airear o tratar un conflicto, mientras que los varones tratan
de evitarlo.
6. La «inundación» emocional: cuando un miembro de la pareja es atacado
verbalmente por el otro reacciona activándose como si sufriera una amenaza
física (por ejemplo, con mayores dosis de adrenalina), y todo ello genera un gran
desgaste y el deseo de no relacionarse.
7. El fracaso a la hora de reparar o prevenir los daños: las parejas felices saben
detenerse a tiempo, antes de que los daños sean severos, o bien después de una
discusión o conflicto saben cómo retomar el humor habitual existente entre ellos.
El sentido del perdón y de «olvidar» al que antes hice referencia tiene aquí su
lugar.
 
Entonces, ¿qué hace una buena pareja? La amistad es la clave, y no sólo porque
favorece el romance o los gestos amorosos, sino porque protege contra las inclemencias
o dificultades que inevitablemente surgen en cualquier relación. Esa amistad se expresa
en términos de orgullo y admiración por el otro; nos sentimos afortunados de estar con
esa persona, y esa sensación lo resume todo. De acuerdo con Gottman, el propósito de la
convivencia en pareja es compartir un proyecto de vida, en el que cada miembro de la
pareja apoya los sueños y metas del otro. El fracaso se atisba cuando uno de los dos ha
de sacrificar cosas esenciales para que el otro sea feliz; los amigos auténticos disfrutan de
igualdad.
El concepto de «amistad» tiene muchos matices; supone conocer los gustos y
aficiones de la persona a quien amamos, interesarnos por compartir su mundo, no entrar
en luchas de poder y estar atentos a las necesidades de quien comparte nuestra vida...
Todo ello cabe dentro de la palabra «amistad» entre una pareja, y es la clave del éxito
amoroso.
Gottman también ha encontrado hallazgos parecidos en el caso de parejas
homosexuales y lesbianas con respecto a los predictores del éxito de la relación, tras doce
años de estudio de su comportamiento en grabaciones de vídeo. Esto coincide con lo que
sabemos sobre el modo en que los divorcios afectan a los hijos, y de nuevo no parece
haber grandes diferencias entre matrimonios heterosexuales y del mismo sexo; es decir,
unos y otros hacen cosas parecidas que tienen la virtud de influir de modo positivo o
negativo en sus hijos.[4]
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Por eso hay que dejar atrás otro mito: el de que dos personas diferentes se
complementan, y por ello «los opuestos se atraen» y tienen una mayor probabilidad de
ser felices. Acabamos de ver justamente que la verdad es lo contrario: son los valores o
principios fundamentales de una persona los que, al ser compartidos por la otra, permiten
transitar por la vida con el sentimiento de que vivimos de acuerdo con lo que creemos
más correcto o estimamos mejor. Y esto es la clave de la autoestima positiva, como nos
ha enseñado Nathaniel Branden.[5]
Finalmente, quisiera insistir en el punto de la superación de las dificultades: si nos
centramos sólo en lo malo podemos perder de vista lo bueno. Hay matrimonios que
continúan adelante porque despliegan el humor y los gestos de cariño suficientes para
mantener un clima relativamente feliz, a pesar de la presencia de heridas y decepciones
sufridas. Por otra parte, parece de sentido común considerar que en una pareja en que se
instala un patrón de violencia y de ausencia de amor la existencia de otras cualidades
positivas puede ser del todo insuficiente para que la relación funcione. Pero en todo caso
los investigadores nos dicen que no deberíamos despreciar la capacidad que tienen
muchos matrimonios para el sacrificio y el perdón si queremos comprender bien qué
hace que aquéllos se mantengan a pesar de que surjan numerosas dificultades.
 
 
Dos grupos de parejas que se divorcian
 
Por otra parte, es necesario decir aquí que no todas las parejas «se llevan muy mal»
antes del divorcio, es decir, que no todas discuten con frecuencia, se echan la culpa
mutuamente, se evitan e insultan y son infieles. De hecho podríamos decir que existen
dos grupos de parejas que llegan al divorcio por caminos diferentes: el primero
cumpliría las expectativas quizás más habituales, y sería aquel que reuniría ese conjunto
de hábitos de relación y de desamor comentado: violencia, infidelidad, etc. Estas parejas
llevan muchas veces su desacuerdo al propio final de la relación, y participan en un
divorcio contencioso o conflictivo, sobre todo si hay hijos por en medio. Elotro grupo de
parejas sería «más civilizado», mostraría un nivel de felicidad mayor que el anterior, pero
que en todo caso no sería suficiente para mantener la unión. En otras palabras, aquí lo
relevante no sería tanto la presencia de un conflicto intenso y frecuente entre la pareja,
sino la ausencia de los alicientes suficientes como para permanecer juntos durante más
tiempo. En estos casos hay más divorcios de mutuo acuerdo. No podemos descartar que
en estos matrimonios quizás la presencia inesperada de un acontecimiento estresante
como el desempleo, una enfermedad o la existencia de un romance con un tercero
determine el final abrupto de una relación poco sólida desde el inicio.
 
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Las etapas del divorcio
 
La psicología del individuo pasa por cuatro fases en el proceso del divorcio.[6]
 
1. Primero viene la decisión de divorciarse.
2. A continuación, sigue la etapa más pragmática de decidir cómo se va a disolver
la relación (la negociación o disputa sobre las condiciones del divorcio).
3. Finalmente, llega la consumación del divorcio.
4. Después de la separación, se inicia la etapa de reorganización personal, en que
nos tenemos que ajustar a la nueva situación personal y familiar (sobre todo si
hay hijos) que se abre ante nosotros sin nuestra pareja.
 
Para entender los diferentes conflictos o tareas psicológicas con las que tenemos que
lidiar a través de esas etapas es necesario comprender la importancia del vínculo afectivo,
en este caso romántico-amoroso. Todo el mundo necesita ser querido, y sin duda para un
adulto el amor romántico es uno de los más importantes. En el amor hallamos seguridad,
un lugar en el sol donde poder disfrutar de la vida y desde el que hacer frente a sus
dificultades. Una de las claves de la felicidad personal se halla sin duda en invertir
nuestro esfuerzo en un compañero o compañera que nos apoye en esas tareas, y al que
ofrecer también nuestra asistencia para que igualmente él o ella logre esas metas. De ahí
la importancia de elegir bien, de saber discriminar qué personas son capaces de dar eso
en la relación y quiénes no.
En todo caso, se comprende que una vez que establecemos el vínculo amoroso con
alguien resulta difícil romperlo, tantas expectativas y esfuerzos hemos puesto en esa
relación. A fin de cuentas, el divorcio supone la separación de aquella persona en la que
hemos buscado esa seguridad emocional para permitirnos crecer y ser felices. Se
entiende, entonces, la gran dificultad y dolor que conlleva esa ruptura. El divorcio implica
la dura tarea de desvincularse de esa persona tan importante antes, y un nuevo proceso
de volver a reconstruir nuestro equilibrio personal y nuestra vida. Es la cuarta etapa antes
mencionada, que podemos describir de forma sumaria como de «reorganización». (En
otro capítulo volveremos con más detalle a ocuparnos de estas etapas.)
Esta etapa de reorganización puede ser complicada. Los estudiosos de la familia han
mencionado diversos elementos que ayudan a que sea más llevadera, tales como
mantener otra relación íntima amorosa, ser capaz de integrar el divorcio dentro de la
experiencia vital propia, ser capaz de perdonar las acciones del excónyuge percibidas
como ruines, centrarse en las experiencias nuevas que están por venir en vez de rumiar
sobre los hechos del pasado, y en los casos más afortunados, poder establecer una
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relación positiva con el excónyuge.
Es claro que todo esto resulta mucho más fácil decirlo que hacerlo. No es lo mismo
desear el divorcio que recibir esa decisión tomada por nuestra pareja. Por otra parte, una
vez divorciados, la otra persona, el excónyuge, puede que no colabore en absoluto en
facilitar las cosas, y eso son malas noticias. También podemos tener actitudes y tensiones
internas que saboteen nuestros esfuerzos por seguir adelante. Es decir, los problemas
pueden venir de nosotros mismos tanto como de la persona con la que estuvimos
conviviendo, y todo esto añade complejidad a la recuperación, porque hay una verdad
irrefutable: no podemos controlar la vida de los otros, así que deberíamos empezar por
hacer lo posible para que nuestro comportamiento tras el divorcio nos ayude en la
reorganización de nuestra vida.
Y lo primero que tenemos que resolver, si hemos sido los abandonados, es el ánimo
depresivo y las ideas angustiosas de lo que se conoce como el «síndrome del corazón
roto»: ya no tengo a mi amor, ya nunca podré volver a ser feliz.
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CAPÍTULO 2
 
EL SÍNDROME DEL CORAZÓN ROTO
 
 
 
Hay una única idea esencial que encierra el síndrome del corazón roto: no puedo vivir sin
este amor, la vida no merece la pena si no continúa esta relación, si no puedo volver a
tenerlo o tenerla entre mis brazos, si ya no puede continuar este proyecto de vida que
habíamos iniciado, si todo lo que había imaginado y querido no se puede realizar. Estas
ideas están detrás de muchos de los problemas de salud mental que llevan a la persona
ante el psiquiatra y el psicólogo: el corazón está roto, la esperanza de ser feliz se ha
desvanecido.
Ese ánimo desolado del corazón roto supone necesariamente que ese amor ha
existido, es decir, que la persona abandonada ha amado de veras, y se ha sentido
igualmente querida, al menos durante un tiempo, cuando ese futuro aún existía como
horizonte vital posible y deseable para ambos. Los individuos que nunca han querido a
ese alguien, y que deseaban estar con él por alguna otra razón —generalmente por deseo
de posesión o de control para compensar una autoestima baja o muy frágil, pero también
por mero deseo sexual o interés de cualquier otro tipo— no tienen el corazón roto, sino
su vanidad, o su orgullo, o sus expectativas de obtener un interés frustradas. No debemos
confundir la exigencia para que el excónyuge o expareja regrese —una exigencia, y por
eso una imposición que nos hacemos a nosotros y a quien se dirige— con el sentimiento
legítimo de que le necesitamos, en el sentido más fuerte de esa palabra; esto es, que esa
relación vuelva a nuestra vida porque no imaginamos otro futuro al de estar con ella. La
exigencia es siempre errónea, porque implica coartar la voluntad, definir una situación
que no admite opciones, y por ello está muy cerca de dar órdenes, lo que obviamente no
forma parte de una relación amorosa. El enamorado con el corazón roto puede pedir con
vehemencia, exhortar con mil razones para que se produzca el reencuentro, insistir hasta
un punto, pero no ordenar.
Queremos que vuelva, se lo suplicamos; pero al fin la otra persona es libre de decidir.
El enamorado de verdad no rebasa ese límite que figura en el intercambio de pareceres
entre esas dos personas, y que puede resumirse en esta idea: «Daría todo lo que tengo
para que volvieras conmigo, pero yo no puedo tomar esa decisión que te corresponde
sólo a ti; me hundirás en la miseria si me rechazas definitivamente, pero nada más está
en mi mano»; si vamos más allá en nuestra insistencia estamos invadiendo el terreno de
la voluntad de esa persona hasta violentarla, y el amor entonces deja paso a otra cosa. En
los casos donde hay acoso, persecución, amenazas, estamos ya pisando el terreno del
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abuso y la coacción. Para mí ésa es la prueba de que quien obra de este modo no quiere
realmente a esa persona; querrá, como he dicho antes, volver a tenerla, pero no será por
amor, sino por razones egoístas, porque no quiere verse humillado («¿quién es ella para
dejarme?») o porque su miedo a sentirse incompetente y fracasado ante la vida le impele
a desoír lo que realmente desea ese otro que no quiere volver.[7]
La exaltación espiritual y emocional de quien ama en vano incorpora, de este modo,
su propia miseria, su propio infierno, la raíz esencial de su dolor, que es siempre propio,
específico, marcado con las cicatrices de los recuerdos que acechan una y otra vez: ha de
aceptar que el objeto amado diga «no». No te quiero, o no te quiero ya, o aquello que
sentía meses o años atrás desapareció, o te quería pero tú no estuviste a la altura, o me
he dado cuenta de querealmente necesito a alguien que no eres tú. Ese dolor puede ser
más acendrado si realmente quien llora la pérdida cometió los graves errores que le
señala quien lo ha dejado: «te amé, pero tú no estuviste a la altura, ahora es tarde, lo
siento». Puede ser más llevadero, en cambio, si el ahora infeliz siempre hizo lo posible
por demostrar esa devoción, por querer hacer dichosa a esa persona; sí, puede que esa
conciencia de «haber hecho todo lo posible» limite los estragos del abandono; al fin y al
cabo uno siempre puede decirse que lo intentó hasta el límite de sus posibilidades, y que
finalmente tuvo que ceder ante la persistencia de la pareja en marcharse, en buscar otros
escenarios donde vivir y enamorarse de nuevo.
Ahora bien, he escrito «puede»: sólo es una posibilidad, porque cada uno es muy
libre de sentir el dolor del rechazo como mejor pueda o quiera. En el síndrome del
corazón roto, el que lo padece se ve incapaz de volver a enamorarse, de querer con la
profundidad con que ha querido a la otra persona que ya no está, con independencia de
que fuera capaz de demostrarlo cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.
Sin embargo, en el núcleo de esa desesperación se encuentra la negativa a aceptar la
realidad. Es duro querer y que no nos quieran, pero ese hecho forma parte de la vida
desde el principio de los tiempos. Negarse a aceptar que una persona ya no nos quiere
es negar la propia vida tal y como es; es una de las formas que tiene una creencia que se
halla en la base de mucha angustia psíquica: las personas tienen que hacer lo que yo
quiero que hagan; o tienen que decidir lo que yo deseo que decidan. Claro que ahora el
lector puede decir: «No, no se trata de que yo quiera que todas las personas con las que
yo me relaciono hagan lo que yo deseo; yo sólo quiero que esa persona en particular,
Laura (o Andrés), comprenda cuánto la amo y lo feliz que, estoy seguro, sería conmigo».
Pero la cuestión es que ése es uno de los ejemplos o formas en que se materializa esa
idea irracional: si no podemos hacer que la gente haga lo que desearíamos que hiciera,
¿por qué ha de ser diferente cuando se trata de alguien que nos está diciendo con sus
palabras y actos que ya no desea seguir con nosotros?
Pensemos un momento: ¿podemos imaginar a alguien que conozcamos y con
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respecto al cual no sintamos nada parecido al amor proponiéndose con toda su alma que
la queramos? No, diríamos, no puedo quererte; aleja toda esperanza, olvida esos
sentimientos porque no vas a cambiar los míos con respecto a ti. Entonces, ¿qué impide
que apliquemos ese conocimiento —que no podemos cambiar los sentimientos de los
demás— a nuestro caso? La razón es simple: fuimos amados y ahora no lo somos. Es
ese abismo entre lo que tuvimos y ahora no tenemos lo que nos desespera y no
queremos aceptar. Y entonces nuestra vida se llena de miseria y, en algunos casos, nos
lleva a la depresión y la angustia.
Pero no hay ninguna ley que impida que esas cosas sucedan; de hecho, suceden todo
el tiempo. El escritor Julian Barnes señaló en una de sus novelas más personales:[8]
«Para la mayoría de nosotros, la primera experiencia del amor, aunque fracase —quizás
especialmente cuando fracasa—, promete que es eso lo que valida, lo que reivindica la
vida. Y aunque los años posteriores pueden alterar esta idea, hasta que algunos de
nosotros la repudien totalmente, cuando el amor hiere por primera vez, no hay nada
igual». Pero aunque esto sea muchas veces cierto, no siempre ese dolor es irrepetible, o
si lo es, ya no nos acordamos, y luego una o más veces (dependiendo de cada cual)
volvemos a sentirnos devastados, es decir, «el amor hiere igual» esta última vez, o al
menos así lo siento. Sea la primera vez o la segunda o la tercera, siempre está la lucha
enormemente costosa de tener que aceptar la realidad: «Ya no me quiere», y sobrevivir
mediante la conclusión inevitable: «Y tengo que seguir adelante».
El corazón roto requiere ese convencimiento, y el tránsito del tiempo, porque si bien
no siempre es cierto ese dicho tan viejo de que «el tiempo todo lo cura» (porque hay
heridas que jamás cicatrizan), sí que, al menos, en cuestión del amor no correspondido lo
amortigua, lo sofoca, lo desvanece al menos para que podamos enderezar de nuevo el
rumbo. Otro gran conocedor de la psicología humana y literato, Javier Marías, lo escribió
de modo diáfano:[9]
 
[Los enamoramientos] jamás terminan de golpe, ni se convierten instantáneamente en odio, desprecio,
vergüenza o mero estupor, hay una larga travesía hasta llegar a esos sentimientos sustitutorios posibles, hay
un accidentado periodo de intrusiones y mezcla, de hibridez y contaminación, y el enamoramiento nunca
acaba del todo mientras no se pase por la indiferencia, o más bien por el hastío, mientras uno piense: «Qué
superfluo volver al pasado».
 
¿Qué sucede si nos negamos a aceptar esa realidad, a pesar de todo? Entonces
caeremos en la depresión o nuestro futuro quedará hipotecado como siempre sucede
cuando nos aferramos a ilusiones o fantasmas. O nos llenaremos de amargura y entonces
no volveremos a confiar en nadie, solazándonos en nuestro propio dolor. Y de este modo
olvidaremos el mensaje contenido en esa cita tan conocida de C. S. Lewis:
 
Amar por completo es ser vulnerable. Ama lo que sea y tu corazón llorará y posiblemente se romperá. Si
quieres asegurarte de mantenerlo intacto, no debes dárselo a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo
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cuidadosamente con pasatiempos y pequeños lujos evitando todo tipo de enredos. Guárdalo seguro en un
cofre u oculto detrás de tu egoísmo. Pero en ese cofre, seguro, oscuro, inmóvil, sin aire, cambiará. No se
romperá, sino que se convertirá en inquebrantable, impenetrable, irredimible. Amar es ser vulnerable.
 
Es posible que el sentimiento final logrado arduamente —porque «los
enamoramientos no terminan de golpe»— escape al catálogo de Marías, consistente «en
odio, desprecio, vergüenza o mero estupor», pero no lo es menos que la curación pasa
inevitablemente por llegar a la fase de decirse: «Qué superfluo volver al pasado». Eso es
así, porque llegar hasta aquí supone comprender que ya no podemos recuperar esa
realidad para nuestro presente, que la persona que éramos o pudimos ser si Laura o
Andrés nos hubiera amado ya no tiene sentido alguno en nuestro presente, porque, por
triste que sea, es superfluo volver al pasado.
Lo malo de un amor o enamoramiento mal solucionado se encuentra en dos de las
posibles resoluciones: el odio que señala Marías, o bien el no olvido, el recuerdo
inagotable de lo que pudo ser y no fue, por mi causa o por la suya, por causa de ambos,
quién lo sabe de verdad en la mayoría de los casos. El odio genera destrucción para
quien lo recibe pero también para quien lo emite y proyecta. Y si tal es el caso, mal
haríamos en llamar amor a eso que sintió quien ahora tanto hiere y desprecia, hasta el
punto de ser violento de obra o palabra una y otra vez. Por su parte, «no olvidar»,
insistir en seguir viviendo instalado en la herida del pasado, oponerse a que se complete
el duelo, significa no acabar nunca esa travesía de la que habla el escritor, y equivale a
renunciar a aceptar la realidad; en una palabra, a renunciar a ser responsable, porque
«amar es ser vulnerable».
Acepta que has amado; acepta que ya no lo eres; acepta que esa persona tiene la
voluntad —que tú no puedes controlar— de desaparecer de tu vida; acepta que has
vivido porque te has atrevido a amar, o al menos lo intentaste de acuerdo con tus
posibilidades. Acepta que no importa la traición o desamor que recibiste —si es el caso
—, ahora has de seguir adelante y, sobre todo, si tienes hijos, acepta que ellos no han de
ser víctimas colaterales de ese amor que ya no volverá.
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24
CAPÍTULO 3
 
LA NUEVA PAREJA
 
 
 
El divorcio, ¿búsqueda de la independencia?
 
Se dice que el divorcio puede significar una etapa a partir de la cual se abre un nuevo
camino para ser feliz y disfrutar de nuevo de una autonomía en la que podemos
realizarnos, pero está claroque no todo el mundo lo ve de este modo, inclusive aunque
haya pasado el tiempo y el duelo por la ruptura ya haya sido superado. Mi creencia es
que si bien el divorcio ha de considerarse como un mal necesario, para muchas personas
la libertad y la felicidad se encuentran dentro de una relación amorosa, dentro de una
vida comprometida por vínculos amorosos. Y no deberíamos avergonzarnos de ello, del
mismo modo que es del todo respetable la idea de que es mejor vivir solo que atado a
alguien.
Esto se conoce como la «paradoja de la dependencia», la posibilidad de que la
persona alcance la libertad y la autonomía dentro precisamente de una relación amorosa.
[10] Mi impresión es que sólo las personas que se sienten seguras de su valía y que
pueden amar de forma madura —respetando las necesidades del otro y confiando en su
honestidad— están capacitadas para hallar su libertad en la convivencia o el compromiso
amoroso. Esta idea puede parecer extraña, considerando que en nuestra época el
concepto de dependencia está asociado a la personalidad débil e incierta, y que la
autosuficiencia resulta muy valorada. Sin embargo, pienso que la decisión de construir
una relación de la que depender emocionalmente es algo perfectamente maduro, porque
el ser humano busca el amor romántico como una de sus vías de realización personal.
Esa dependencia, elegida por el individuo, no implica que su valía dependa de la otra
persona; sólo que decide poner sus expectativas emocionales en alguien con la que espera
compartir la vida.
 
 
La película Come, reza, ama
 
Para los que no han visto esta película, a continuación resumo brevemente su argumento.
Liz (interpretada por Julia Roberts) es una mujer de 31 años que no quiere seguir casada
con Steve; no tiene ningún deseo de ser madre, y se encuentra atada a una vida que no
desea. Así pues, le dice adiós a su sorprendido marido y se marcha a recorrer mundo.
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[11] En este viaje realiza también un crecimiento personal respecto al amor:
1. En Italia, Liz se siente culpable por haber roto su relación con Steve. Pero con el
paso de los días, llega a la conclusión de que el crecimiento personal proviene del
fracaso, de tocar fondo. Escribe a su expareja y le dice lo desgraciados que habían sido
por no haber sido capaces de hacer frente a la necesidad de cambio de sus vidas. Al final
de su estancia en Italia se siente preparada para esa transformación interior.
2. En la India, Liz consigue perdonarse a sí misma. Se imagina a sí misma pidiendo
perdón a Steve y exponiendo su propio enojo ante la miseria que la relación
proporcionaba a ambos. Es entonces capaz de comprender esa ambivalencia tan usual
ante las personas que hemos amado: ira por el fracaso, y culpa por haberlo provocado
nosotros también, o al menos por no haber sido capaces de evitarlo.
3. Es en su siguiente destino, Bali, cuando al fin es capaz de amar. Liz encuentra un
nuevo amor y teme perder la estabilidad que tanto le ha costado conseguir, por lo que
termina prematuramente con esa relación y busca el consejo de un curandero. Éste le
dice que en ocasiones es correcto perder el equilibrio personal por el amor si esto
significa alcanzar un equilibrio más amplio e importante con la vida. Entonces Liz corre
el riesgo de amar a otra persona de forma honesta y apasionada.
Come, reza, ama no es una gran película, ni siquiera una buena película; sin
embargo, me interesó porque es un ejemplo magnífico de lo que significa la «paradoja de
la dependencia» a la que antes hice referencia. Liz es consciente de que sólo puede
continuar su crecimiento dentro de la relación amorosa. Como sugiere el curandero, es el
amor en un sentido amplio lo que mantiene el equilibrio en la vida. Liz al fin comprende
que puede correr el riesgo de amar de nuevo sin que su mundo interior se resquebraje.
 
 
Los hijos y la nueva pareja
 
Lo cierto es que una vez que pasa el tiempo, los divorciados suelen buscar una nueva
pareja; muchos son los que, como Liz, aceptan que puede haber crecimiento dentro de
una relación de dependencia madura. Y tiene mucha lógica; la investigación ha
encontrado pruebas de que la formación de una nueva relación tras el divorcio tiene un
efecto positivo en el bienestar personal de quien la realiza, aunque, por el contrario, en
muchas ocasiones ese efecto es sólo transitorio y declina en el tiempo si la nueva pareja
no cumple con las expectativas puestas en ella.
Por otra parte, la presencia de los niños complica un poco más el cuadro completo.
En muchos casos, la nueva pareja de la madre o el padre no supone unos beneficios
relevantes para los hijos, y en ocasiones se ha observado que al principio de la nueva
convivencia los hijos incluso pueden incrementar sus problemas de actitud y de
26
conducta, haciendo difícil la convivencia en el hogar. Los adultos que buscan una nueva
relación son conscientes de esas dificultades, por eso muchos de ellos dedican mucho
tiempo a pensar qué cualidades debería tener su nueva pareja para ocuparse
adecuadamente de sus hijos, y cuándo introducirles en esa nueva relación. (Como es
lógico, esas preocupaciones son mucho más frecuentes en las personas que tienen la
custodia de los niños, por razones obvias, lo que significa que se trata de la madre en
muchas ocasiones.)
Sin embargo, quiero aclarar que hasta ahora la ciencia ha estudiado poco todo este
proceso, y está claro que la negociación que lleva a cabo un progenitor con sus hijos
(dependiendo de la edad, desde luego) sobre cómo va a asimilar la familia la presencia de
una nueva persona entre sus muros es de gran importancia para determinar el éxito final
de la convivencia. De igual modo es relevante que ambos adultos tengan claro qué cosas
son esperables en el hogar de su nueva relación, lo que supone decidir los papeles que el
padre o la madre y la nueva pareja van a asumir en esa familia.
Algunos investigadores han sugerido que la formación de una nueva convivencia
cuando se tiene hijos implica hacerse cargo de dos tipos de necesidades, cada una de las
cuales proviene de una fuente distinta.[12] Por una parte está la necesidad del adulto por
vivir un romance y tener compañía, y por otra parte está el deseo del niño de gozar de
atención y afecto. ¿Cree el padre o la madre que son un pack junto con sus hijos, de tal
modo que a la hora de decidir si inician una nueva convivencia han de tomar en
consideración las opiniones y reacciones de sus hijos? ¿O, contrariamente, esperan que
sus hijos puedan adaptarse a sus necesidades amorosas? Se trata de una cuestión
importante, porque creer una cosa u otra puede influir de modo poderoso en la forma en
que el progenitor gestiona esa nueva relación frente a sus hijos.
Así, en una investigación desarrollada con madres divorciadas, se halló que las
madres que tenían más presentes las necesidades y reacciones de sus hijos ante la nueva
pareja tenían una relación más fluida y pasaban más tiempo con ellos que las madres que
esperaban que sus hijos se amoldaran a sus necesidades románticas. Se observó también
que las madres más orientadas hacia sus hijos se esforzaban más en negociar y resolver
los problemas que pudieran existir entre éstos y la nueva pareja, especialmente cuando
ellos tenían dificultades para caerse bien. Se averiguó que estas madres estaban más
dispuestas a intervenir si veían que sus hijos estaban siendo de algún modo perturbados
por sus nuevas parejas, mientras que las madres más orientadas a su nueva relación
romántica tendían a intervenir sobre todo cuando percibían que sus hijos no eran del
agrado de su nueva pareja.[13]
Podemos interpretar estos resultados atendiendo a los beneficios y costos que una
madre espera obtener de una nueva relación romántica. Si la madre está muy vinculada a
sus hijos obtendrá de ellos muchas satisfacciones, razón por la cual tenderá a ver muy
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elevados los costos si su relación con la nueva pareja no funciona bien, ya que eso
implicará tener problemas con sus hijos, con los que se lleva muy bien, y pondrá en
peligro asíuna unión emocional muy poderosa entre la madre y los niños que les reporta
a todos profundas satisfacciones. Por el contrario, si la madre está menos vinculada a sus
hijos y se orienta más a obtener satisfacciones en la relación romántica, los costos que
puede implicar tener que amoldarse sus hijos a esa nueva relación no le parecerán muy
elevados, porque sus mayores satisfacciones espera obtenerlas en el amor de su nueva
pareja.
En este punto es conveniente no llegar a conclusiones precipitadas. Quizás tengamos
la tentación de calificar a las madres más orientadas a sus hijos como «mejores» en
comparación con las madres que esperan que sus hijos se adapten a su nueva pareja,
pero esta conclusión sería, a mi juicio, injusta. Una madre puede sentirse muy sola y
desafortunada si renuncia a un hombre al que ama, aun cuando al principio pueda haber
problemas de relación con sus hijos. La tarea difícil es encontrar ese punto de equilibrio
entre el esfuerzo que unos y otros tienen que hacer para llevarse bien y poder satisfacer
así las necesidades de todos los implicados. Una madre que sólo prestara atención a las
opiniones de sus hijos sin esforzarse en que éstos terminen por aceptar en sus casas a un
nuevo adulto que sinceramente se preocupa por ellos puede convertirse en una madre
manipulada, y eso no les haría ningún bien. Por otra parte, es obvio que una madre que
no duda en exponer a sus hijos a los vaivenes emocionales de sus relaciones, sin pensar
en cómo ello les puede afectar, está siendo una madre negligente.
En resumen, no hay una respuesta fácil a la pregunta de cómo gestionar una nueva
relación romántica cuando se tienen hijos. La prueba de ello es que, como decíamos al
principio, todavía no sabemos si tener una nueva pareja beneficia o perjudica a los hijos.
Probablemente la solución incluye un «depende»: en algunos casos, los beneficios serán
mayores que las dificultades, mientras que en otros casos ocurrirá lo contrario. Por
ejemplo, hoy sabemos que las probabilidades de maltrato infantil son mayores en hogares
donde hay un padrastro, y la explicación es sencilla: el vínculo sanguíneo y la
convivencia constituyen un elemento de protección frente al abuso infantil que está
ausente en padres que no guardan ninguna relación de parentesco con los chicos. Por
supuesto, la gran mayoría de los padrastros tratan bien y quieren a los hijos de su nueva
pareja, pero eso no es obstáculo para reconocer el hecho de que la probabilidad de
maltrato infantil es mayor en esos hogares reconstituidos.[14]
Por todo lo anterior quizás lo más sensato sea decir que lo más importante es que la
persona escogida sea alguien con las suficientes cualidades como para hacer feliz al otro
miembro de la pareja y para saber relacionarse con los hijos de acuerdo con las
necesidades de éstos. Es obvio que no es lo mismo formar una relación con una mujer
que tiene, por ejemplo, dos hijos pequeños, que con alguien cuyos hijos son mayores de
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edad y son casi independientes o viven ya de modo autónomo. Esta idoneidad se hace
más necesaria si hablamos de niños con necesidades especiales, como problemas de
aprendizaje o de comportamiento. Estos niños requieren más paciencia y fortaleza para
ser criados de modo adecuado, y por ello la nueva pareja debería tener las cualidades
necesarias para hacerse cargo de ellos en la medida en que sea necesario.
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CAPÍTULO 4
 
EL HOMBRE EN EL ESPECTRO DE LA PSICOPATÍA
 
 
 
Hace unos años, unos investigadores en Praga se dedicaron a examinar 101 informes
forenses solicitados por los jueces como consecuencia de pleitos de divorcio; prestaron
atención a la existencia de asociaciones entre la patología de cualquiera de los padres y el
desarrollo de los hijos. Lo que hallaron fue lo siguiente: los padres con personalidad
psicopática se destacaban por desarrollar relaciones especialmente conflictivas con sus
exparejas y sus hijos, generando numerosas interferencias en los periodos de visita al otro
padre e incitando a los hijos en contra de éste. Como consecuencia de ello, los hijos que
tenían padres psicopáticos presentaban mayor número de problemas en su adaptación al
divorcio y en el desarrollo de trastornos mentales.[15]
Estos resultados son comunes: los psicópatas suelen ser padres pésimos,
desinteresados de modo profundo y verdadero del bienestar de sus hijos, a los que
muchas veces consideran un enojo que hay que soportar, aunque se cuiden mucho de
que los demás lo vean así. Y desde luego no son mejores parejas:
 
Comenzó a buscar a mi sustituta, por supuesto sin decirme nada.
Se dio de alta en distintas páginas webs de contactos, chateaba continuamente con unas y con otras,
incluso con el tiempo me enteré de que había tenido numerosas citas a mis espaldas.
Yo ya no estaba tan ciega, motivo por el cual se disparó en parte la ruptura. Desde el momento en que supo
que yo «le había descubierto» y que conocía su personalidad auténtica y su baja calidad humana, ya no le
servía.
Aun así no me soltaba, al no tener «garantía» de su próxima presa, me mantenía por si acaso.
En cierta ocasión di de alta un perfil, haciéndome pasar por una admiradora suya, tuvo la cara de intentar
ligar diciendo mentiras como que yo le era infiel. ¡¡Cuánto me sonaba aquello!! Era la misma técnica que
empleó conmigo.
Su frialdad era insuperable... Simultáneamente intentaba ligarme pensando que era otra, y me enviaba sms
cariñosos al móvil como si no pasase nada y fuésemos la pareja 10.
Después de aquello y a pesar de mis reproches, seguí con él...
La cosificación llegó al punto más alto.
La situación llegó al máximo, no podía quejarme: él no me respondía; recuerdo que en ocasiones me ponía
a llorar en un hueco de la habitación sentada en el suelo, él se acercaba a mirarme; como no paraba de llorar,
lanzaba objetos hacia mí, le molestaba el ruido, no el llanto.
Estoy convencida de que «no me sentía»; al margen de su maldad, realmente él se irritaba con mi llanto
porque no lo comprendía o al menos ésa es la sensación que me quedaba.
Me tenía completamente aislada, pero él hacía lo que quería.
Ya no hacíamos el amor en un sentido real, simplemente se levantaba por las mañanas y sólo «me usaba a
su antojo» y se marchaba a trabajar. Cuando yo le recriminaba su actitud, me decía «que no era para tanto» y
que no entendía qué trabajo me costaba abrir las piernas 15 minutos.
Lo curioso es que yo misma llegué a pensar que aquello era normal y que realmente «no me costaba tanto».
De esta manera incorporé el abuso sexual a mi vida como si formara parte de mis deberes de esposa devota
y obediente.
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A veces entraba en cólera y se cortaba con una cuchilla por todo el cuerpo, me culpaba de ello y me
manipulaba con su dolor, me amenazaba con suicidarse y con esto me sometía a cualquier cosa que me
pidiese, temiendo que pudiera cumplir su amenaza.
Yo ya casi ni respiraba por no molestarle.
 
Éste es un buen ejemplo —de mi archivo personal— de marido psicópata. Muchas
víctimas de cónyuges manipuladores desoyen los consejos de la intuición. De forma
inconsciente sienten que están a la defensiva, que deben protegerse de algo, pero en su
consciencia no son capaces de ver la intención última (claramente ofensiva) del
manipulador; sólo ven lo que él les dice, es decir, lo que él quiere que piensen y sientan.
Sólo al final, como se relata en este caso, mediante la saturación de insultos y ofensas, se
impone el instinto de supervivencia y la necesidad de escapar.
En este capítulo me ocupo de los maridos que se incluyen dentro de lo que voy a
denominar «el espectro de la psicopatía». La psicopatía es un trastorno de la
personalidad caracterizado por un egocentrismo que domina la vida del individuo, hasta
tal punto que las personas con las que él se relaciona son sólo herramientas para
conseguir sus fines. La mayoría de los psicópatas, en contra de lo que suele creerse, no
son asesinos o criminales reincidentes; son personas que pasan desapercibidas en nuestro
lugar de trabajo, en la calle, en cualquierámbito de la sociedad. Los llamo psicópatas
integrados,[16] porque a pesar de que su conducta es claramente inmoral y explotadora,
no transgreden la ley, o al menos no con la suficiente visibilidad para que sean
detectados. No tienen sentimiento de culpa, por eso habitualmente se dice de ellos que
«no tienen conciencia». Su capacidad para las emociones morales como la empatía, la
compasión, el amor o la justicia es muy limitada, razón por la cual no se ven frenados
por el dolor o mal ajeno cuando actúan siguiendo sus intereses. Finalmente, muchos de
ellos son hábiles manipuladores: si poseen cultura y están acostumbrados a la vida social
compleja pueden actuar imponiendo una violencia psicológica continuada, sin necesidad
de recurrir a la violencia física.
Una persona así es un grave problema durante la convivencia, y también durante la
separación. Debido a su profundo narcisismo puede sentirse herida en su amor propio y,
si su deseo de que vuelva a su pareja no se ve correspondido, pasar a exhibir un
profundo odio, ante el cual el bienestar de los hijos no es un asunto relevante. En
realidad, los sujetos que poseen rasgos propios de la psicopatía o de la falta de conciencia
tienen un ego inflado, un sentimiento de superioridad por el que se ven con derecho a
hacer cosas sin que importen las consecuencias; ven la agresión —manifiesta y oculta—
como un medio legítimo de tomarse venganza cuando sienten que se les ha faltado al
respeto o se les ha privado de alcanzar lo que desean.[17] Y si cometen errores o se los
atrapa en una falta, se creen con derecho a que de inmediato lo perdonemos o lo
olvidemos, cosa que en absoluto ellos están dispuestos a hacer.
En realidad, junto a la psicopatía, existen otros términos o síndromes psiquiátricos:
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«trastorno narcisista», «personalidad antisocial» y otros suelen estar dentro de un mismo
espectro donde lo fundamental es que uno se siente con el derecho de vivir como quiere
sin que importe el bienestar de los demás, recurriendo para lograrlo al engaño, la
manipulación, la amenaza y la violencia. Con esto quiero decir que a pesar de que
emplearé el término psicópata con frecuencia, el lector debe asumir que lo uso en un
sentido genérico y no con exactitud diagnóstica; por esa misma razón también utilizo
muchas veces la expresión «el manipulador».
 
 
Dos tipos de agresión
 
Existe una agresión manifiesta, visible, explícita. Aquí uno es directo, y todos podemos
ver que esa conducta, en efecto, es agresiva: hay insultos manifiestos, o empujones, o
algo peor. Pero existe otra forma de agredir: cuando uno quiere ganar a toda costa, salirse
con la suya, pero emplea medios sutiles, cuando oculta sus intenciones mediante
engaños: entonces la llamamos «encubierta» u «oculta».[18] Lo característico de esta
forma de proceder es la manipulación, por eso es tan difícil detectarla:
 
1. La agresión manipuladora o encubierta no es manifiesta, no la vemos; así,
aunque la podamos intuir en ocasiones, no podemos asegurar que exista, y desde
luego es difícil de probar ante un juez.
2. Las tácticas que emplean los manipuladores son poderosas, y muchas veces
toman la ventaja de que conocen nuestros puntos débiles y debilidades, saben qué
botón pulsar para dejarnos indefensos.
3. En ese proceder nos cogen por sorpresa, porque nosotros nunca esperamos que
alguien actúe de ese modo, es decir, de modo calculado y premeditado para
obtener un beneficio a nuestra costa. Antes bien, tendemos a disculpar su
comportamiento inapropiado con mil excusas, o incluso preferimos atribuirlo a
ciertos problemas psicológicos que puedan tener; todo antes que reconocer que,
simplemente, el psicópata vive para sí mismo, sin que los demás sean otra cosa
que medios para sus fines.
 
 
Las estrategias de manipulación[19]
 
¿Cuáles son esas estrategias de manipulación? Su conocimiento, el saber cómo
funcionan, resulta fundamental en el largo proceso de terminar con su influencia. La idea
general es que esas estrategias sirven para ocultar las intenciones agresivas al tiempo que
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nos ponen a la defensiva, y en ese estado pensamos con menos claridad, nuestra
confianza flaquea y estamos en mejor disposición para hacer concesiones. De modo
aislado o —más habitualmente— en combinación, aquí están las principales técnicas de
manipulación que emplean el psicópata y otras personas particularmente narcisistas.
 
LA MINIMIZACIÓN
 
Se trata de quitar hierro al asunto, de dar a entender que lo que ha hecho no es tan
dañino o irresponsable. A diferencia del sujeto que está ansioso o deprimido, que hace
una montaña de un grano de arena, el psicópata hace de una montaña un grano de arena.
Los ejemplos son numerosos: «Sólo la empujé, pero no le pegué, seguro»; «El otro día
discutimos, para nada te falté al respeto»; «Estás muy nerviosa, sólo hablaba con tu hijo
para que razonara; ni le amenacé ni le insulté... Te ha contado una mentira».
 
LA MENTIRA
 
Aquí la verdad es falseada de modo total: «Yo no vi a esa persona que dijiste que viste»;
«Nunca le pedí dinero prestado a tu hermano...». Puede afirmar que tiene un empleo o
unos estudios que no tiene; o que sus padres proceden de un país lejano y son refugiados
políticos... El psicópata es tan hábil mintiendo que muchas veces lo hace por puro placer,
sin que haya nada que realmente consiga esa mentira; la verdad hubiera sido una opción
mucho mejor y sencilla. La mentira puede tomar la forma de una explicación vaga o
ambigua de los hechos, o simplemente aparecer como omisión de algo que tendría que
ser dicho. Por ejemplo, él se puede «olvidar» de decirte que tenía un hijo de una relación
anterior; o que sí que tiene el dinero que te había comentado pero que ahora está en un
fondo de inversión y no se puede tocar, por lo que es mejor que esa cantidad la pongas
tú ahora y él te la devolverá cuando venza el plazo prefijado para liberar su dinero...
Cuando la mentira se aplica directamente a una acción reprobable que ha realizado,
hablamos de la negación del daño cometido. Él puede negar que conociera tal
información, o que hubiera pegado a su exnovia, o que amenazara a alguien que quería
denunciarle por algo que hizo en su puesto de trabajo. Su falta de ansiedad o culpa por
esas negaciones y mentiras es tan perfecta que constituyen una segunda piel para él; así
puede actuar como si él mismo lo creyera.
 
LA ATENCIÓN SELECTIVA
 
Se usa cuando el manipulador ignora las peticiones, advertencias o los deseos de los
demás, y se centra únicamente en conseguir sus objetivos. Así, él puede decir claramente
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«que no quiere oír nada más al respecto», o que «eso ya lo hemos discutido», con el
deseo expreso de no tener que hablar del tema. Sencillamente, no va a discutir nada que
le suponga meterse en problemas o conflictos que le dificulten su meta, ya sea salir con
sus amigos, dejar su trabajo por otro o requerir que alguien venga o se marche de casa.
 
LA RACIONALIZACIÓN
 
Es la táctica que emplea el manipulador para que sirva de justificación o excusa para
conseguir lo que quiere. Por ejemplo, él no puede ocuparse de los hijos porque le exigen
mucho en su trabajo; ella ha de salir todas las noches porque de lo contrario se ahoga en
el matrimonio. Si te insulto o grito es porque te amo tanto que pierdo los papeles y me
desespero... no porque quiera hacerte daño. La excusa funciona si la víctima la acepta
como una razón suficiente para disculpar su comportamiento e incluso aceptarlo como
bueno.
 
LA DISTRACCIÓN Y HUIDA
 
Un blanco que no para de moverse resulta difícil de abatir. ¿No has intentado una y otra
vez centrar una discusión en algo y encontrarte sólo con respuestas vagas o evasivas? ¿O
plantear una petición y que no sepas realmente cuál es su respuesta? Lo habitual es
cambiar de tema, decir «hablaremos luego» o «ahora no tengo ganas (o tiempo)». Los
psicópatas hacen esto por dos razones. La primera es que ellos tienen graves dificultades
para entrar en una conversación profunda sobre cualquier tema que implique relaciones
personales;debido a su falta de emociones morales, ese terreno es para ellos arenas
movedizas. La segunda es que, aun cuando pueda entrar en la discusión atendiendo sólo
a los aspectos más superficiales del asunto, teme perder el control de la situación, revelar
un acto que sabe que es negativo o quizás incurrir en contradicciones que destapen
mentiras urdidas en el pasado. En resumen, ya sea por cuestiones prácticas o por su
incomodidad cuando la discusión o la demanda tocan aspectos importantes de una
relación, nuestro hombre buscará formas para evitar entrar en una situación donde él no
lleva ventaja o para no responder de modo específico a la cuestión planteada.
Éste es un ejemplo de mi archivo personal:
 
A los dos meses de estar en nuestra casa, llegué un día y mi hermana Marta estaba haciendo el equipaje.
Vivía con nosotros una temporada mientras buscaba trabajo en la ciudad en la que vivíamos, ya que hacía
unos meses que había perdido el suyo donde vivía. Me dijo, enfadada, que Pedro [mi marido] le había dicho
que los dos habíamos decidido que se tenía que marchar, que la casa era muy pequeña para que viviera con
nosotros. No me lo podía creer, ¡nunca había accedido a tal cosa! Él se había quejado, desde luego, pero yo
le había dicho que era mi hermana y que ahora nos necesitaba. Cuando volvió Pedro y le dije que teníamos
que hablar de este tema, me dijo que ahora tenía prisa porque había quedado con un cliente a cenar...
 
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AMENAZAS VELADAS
 
Mientras que un agresor manifiesto amenaza de forma explícita a su pareja, es más
habitual en los ambientes ajenos a la violencia que el psicópata amenace de forma sutil, a
modo de intimidación encubierta. El resultado es que su oponente se pone de inmediato a
la defensiva, muchas veces sin reconocer con conciencia clara haber sido el objeto de esa
amenaza. La amenaza sutil tiene la ventaja añadida para él de que le permite mantener
una imagen externa impoluta. Por ejemplo, si le preguntas a tu marido dónde ha estado
toda la noche y te contesta: «Métete en tus asuntos, es mejor para ti; no he hecho nada
malo», ¿cómo interpretar ese «es mejor para ti»?
En un caso que atendí, Virginia sintió miedo cuando el padre de sus hijos, del que se
había separado, le envió por email fotos de ellos retocadas con motivos macabros: sangre
en sus camisetas, rostros deformados... No había ningún texto que acompañara a las
imágenes. Cuando ella le interrogó al respecto, él se limitó a decir que eran «imágenes
artísticas», fotos que no querían decir nada en realidad...
 
 
PROVOCAR EL SENTIMIENTO DE CULPA
 
Una de las estrategias preferidas del psicópata, y una paradoja, ¡ya que precisamente él
no puede tener ese sentimiento! Y sin embargo, es así: cuanto más elevada sea la
conciencia de su víctima, más eficaz será esta estrategia de manipulación. Si has decidido
dejarle, ¿cómo será la vida de vuestros hijos sin un padre? ¿Cómo puedes ser tan egoísta
al pensar sólo en tus sentimientos? ¿Acaso no recuerdas todo lo bueno que él ha hecho
por ti? ¿No ves que cuando él te impidió que volvieras a la universidad sólo lo hizo
porque quería que pasaras más tiempo con los niños? ¿Y qué va a ser de él sin ti? ¿Ya no
te importa lo que a él le suceda?
 
GENERAR VERGÜENZA
 
Ésta es la técnica consistente en emplear el sarcasmo sutil y frases despectivas como
medio para incrementar el miedo y las dudas de los otros y, como consecuencia, hacer
que se sientan incompetentes o poco útiles. El resultado es que esas personas ceden en
sus pretensiones o deseos y entonces el psicópata sigue manteniendo el control de los
acontecimientos. A veces el modo de avergonzar a la víctima es muy sutil: basta una
mirada o el tono de la voz; otras veces es el sarcasmo o las indirectas: «No creo que una
mujer casada que quiere a su familia tenga que hacer esto»; «Serás muy eficiente en tu
trabajo, pero con los niños no te luces demasiado...».
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JUGAR EL PAPEL DE VÍCTIMA
 
Esta estrategia supone presentarse uno mismo como víctima, bien de las circunstancias,
bien de la conducta de otra persona, con objeto de ganarse tu simpatía o tu compasión, y
con ello obtener lo que desea. El manipulador puede realizar esta táctica basándose en su
dureza emocional y al tiempo en su conocimiento de que las otras personas reaccionan
con dolor y malestar ante el sufrimiento de los demás (lo que a él no le ocurre o le
sucede de forma muy limitada). Dicho conocimiento, por supuesto, es sólo superficial,
radica en que «sabe» ese hecho, pero no en que lo experimenta. Sencillamente, ha
aprendido a leer las emociones de los que le rodean y su influencia en las conductas que
realizan. Ellos se dicen: «Bien, si digo o hago tal cosa sé que se sentirá mal y entonces
hará esta otra cosa». En términos más precisos: «Si muestro que sufro, entonces hará
algo para que deje de sufrir». Claro está que es una pantomima, porque ese sufrimiento
no es real, o al menos no es legítimo: no hay tal sufrimiento, sino la frustración que él
siente de que la otra persona se niegue a seguir sus instrucciones u órdenes.
Esta estrategia también la emplean con frecuencia las personas aquejadas del
Trastorno Límite (ver capítulo siguiente): intentos de suicidio, grandes exhibiciones de
dolor... La diferencia con el psicópata es que ésta sufre de veras, pero aun así, ese
sufrimiento se dirige a intentar manipular a la otra persona para que ceda a sus
pretensiones, por ejemplo, que no la abandone.
Hemos de observar que la táctica de pasar por víctima generalmente se usa con la
complementaria de denigrar o atacar a la víctima real de la manipulación: así, si yo estoy
sufriendo es porque tú eres un mal padre,[20] o una mala esposa, porque te gusta
hacerme sufrir o no sabes cómo tratarme.
 
LA SEDUCCIÓN
 
¡Cuán hábiles son los psicópatas en esta estrategia! ¡Qué inmensa facilidad tienen para
halagar al otro, hacer que sea vulnerable ante su influencia, y así a continuación ganar su
lealtad y confianza! En realidad ellos saben que todos necesitamos vernos queridos y
bien considerados, así que nada más natural que atacar por ese flanco, porque pocas
cosas son más importantes que experimentar que, ante los demás, realmente somos
personas merecedoras de admiración y respeto. Entonces, detrás de frases como «eres
maravillosa, especial», o «nunca había encontrado a una persona como tú», se esconde
un mecanismo muy poderoso de manipulación: una vez seducidos, es decir, una vez que
hemos pasado a valorar de forma muy positiva a esa persona, a continuación bajamos la
guardia y le permitimos que influya en nuestra vida. Quizás nos casemos con él, o le
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ayudemos en un negocio ruinoso, o aceptemos cambiar de ciudad donde no conocemos a
nadie y estamos más desvalidos, o que sus amigos o familiares perturben continuamente
nuestra vida privada...
 
CULPAR AL OTRO (PROYECTAR LA CULPA)
 
El manipulador es experto en buscar un chivo expiatorio en el que librarse de sus culpas,
o bien en proyectar la culpa en otro. «¿No ves cómo me alteraste cuando me acusaste de
esto? ¡Me fui porque me habías insultado!» «Sí, te controlo la vida porque sé que no me
puedo fiar de ti.» «¡Tus padres han envenenado nuestra relación, por eso a veces te digo
esas cosas!» No te apures, de cualquier cosa tú serás la culpable, o bien alguien de los
tuyos que le sabotea o le tiene manía...
 
FINGIR INOCENCIA O CONFUSIÓN
 
Fingir inocencia es decir que cualquier daño que uno ha hecho ha sido accidental, o
simplemente que no sabe nada de tal cosa de la que le acusas. Muy relacionado con esto
es mostrar confusión ante un tema que sacas a relucir: «¿De qué estás hablando?»;
«¿Cómo puedes pensar que yo soy capaz de...?»; «¿Cómo es posible que creyeras que
yo hice tal cosa...?». Y sin embargo, el psicópata tiene muy claro lo que pretende, está
focalizado en lograr su meta. Son intentos para evitar que tomes medidas para
obstaculizar sus propósitos.
 
MOSTRAR ENOJO
 
Aquí el enfado o la ira no es algo que surge de forma súbita y espontánea, sino con un
propósito deliberado. Es unasuerte de «ira programada» para generar miedo y lograr
manipular a su víctima. Romper cosas, gritar, etc., son modos de provocar la sumisión.
No es la técnica más sutil, pero en algunos casos puede dar resultado. Los hijos tiranos
tienen aquí su modo favorito de arrinconar a sus padres en su búsqueda del control del
hogar. Una vez que los padres aprenden a «evitar problemas» cediendo ante las
amenazas y el miedo de que realice algo realmente grave (suicidarse, pegar fuego a la
casa, agredirles, etc.), se instala en ellos el hábito de ceder, y de modo progresivo el alivio
de que al menos cediendo evitarán algo muy grave constituye una emoción que convierte
a los padres en esclavos de sus hijos.
 
 
Cómo enfrentarse al psicópata[21]
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ABANDONAR LAS IDEAS ERRÓNEAS
 
Una de las ventajas más grandes que tiene el manipulador es funcionar con unas reglas
que tú desconoces. Crees que la gente dice básicamente la verdad en las cosas
importantes, pero también generalmente en minucias si se convive con alguien, o al
menos que si no lo hace llegará un momento en que se disculpará por habernos mentido.
Esta creencia le da una enorme ventaja, porque pasa mucho tiempo antes de que
empieces a plantearte si no estás conviviendo con un mentiroso patológico.
Entonces, la idea general es que ellos no siguen los mismos códigos de conducta, no
tienen las mismas motivaciones y expectativas que el resto de los mortales. La conclusión
de esto es que hay que abandonar la idea de que esa persona con la que te has casado
o convives juega en la misma liga que tú: si piensas que te estás volviendo loca, que
tienes ataques de ansiedad recurrentes, si no sabes cómo interpretar determinados
acontecimientos porque parecen en su obrar claramente contradictorios... tómate un
respiro, reflexiona y empieza a aceptar que determinados sujetos (manipuladores,
psicópatas, camaleones) no son, en modo alguno, como tú eres.
 
REDEFINIR LA RELACIÓN
 
Es imposible enfrentarse con éxito a un manipulador si uno está en una situación de
desventaja desde el comienzo. La mejor preparación para no ser una víctima de una
relación emocional con un sujeto psicópata, o bien —si ya es tarde para evitar la
convivencia que hemos tenido con él— para evitar la futura manipulación tras el divorcio
o separación (lo que será probable si hay hijos de por medio) es volver a definir el
sentido de esa relación, o en otras palabras, saber cómo hemos de relacionarnos con esa
persona. Ello implica dos cosas fundamentales:
 
1. Mayor y mejor observación. No nos alarmemos, no hace falta graduarse en
psicología amateur. Es sólo cuestión de aprender a observar. Hay veces en que es
muy útil llevar un registro de hechos, señalando tres cosas en torno a algo
perturbador que ha pasado en vuestra relación:
a) Qué fue lo que provocó el incidente (por ejemplo, la causa de que se enojara
de modo súbito y desproporcionado);
b) Cuáles fueron sus reacciones y las tuyas al mismo,
y c) Cómo se cerró o concluyó ese acontecimiento, o al menos provisionalmente.
Si te das cuenta de que tu mundo empieza a tambalearse, ésta es una buena
estrategia para aferrarte a la realidad y, de este modo, no estar sujeta a los
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vaivenes de unos acontecimientos que nunca tendrán un sentido claro para ti.
Luego la regla es ésta: observa lo que hace. Lo que dice es importante cuando
son mensajes diáfanos, sin vuelta de hoja, y de tal modo suelen ser los
comentarios agresivos, o simplemente órdenes. Y entonces este hablar forma
parte también de las cosas que hace.
2. Conócete mejor a ti misma. Una persona es vulnerable si permite a un agresor
oculto o sutil —alguien que no parece que lo sea— averiguar y controlar sus
puntos débiles. Tal conocimiento le es de gran utilidad con objeto de determinar
cuáles son las mejores estrategias que puede emplear para el control de la
relación.
 
¿Qué hacer entonces, cómo prevenir que se aproveche de nuestras debilidades? La
solución sólo puede ser una: hay que establecer un programa urgente de reparación,
tendente al menos a bloquear lo más posible su influencia sobre nosotros. En especial
éstos son los errores que hay que corregir:
 
1. La ingenuidad. El mundo está lleno de lobos, no son la mayoría, pero todavía
son demasiados. Si has topado con uno, has de aceptarlo; hay gente
profundamente egoísta que emplea a los otros como medios para sus fines. Es un
hecho. Punto.
2. El exceso de escrúpulos. Tienes que preguntarte si te exiges tanto que puedes
perdonar a tu pareja cualquier cosa porque es verdad que no lo haces todo
perfecto, y por ello estás dispuesta a considerar que sus críticas están justificadas,
que quizás podrías haberte esforzado más, haberle comprendido mejor... El
remedio ante esto es colocaros en un plano de igualdad. ¿Por qué siempre ha de
ser todo tu culpa? ¿Por qué has de terminar siempre cediendo? ¿Cómo explicar
ese estado crónico de ansiedad en el que pareces sucumbir de manera
permanente? La respuesta es que al fin de cada polémica acabas a la defensiva,
sin argumentos, porque siempre dudas de ti.
3. Baja autoestima. Los camaleones lo tienen fácil con los que se creen
incapacitados para resolver sus propios problemas, los que dudan sobre si tienen
derecho a luchar por sus propias metas y necesidades. Si estás en ese grupo,
necesitas afirmar tu yo: si no crees del todo en la idea de que tu dignidad no está
en venta, en que nadie tiene derecho a imponer su voluntad sobre ti, si cedes ante
la idea de que «él posiblemente tiene razón» entonces has de buscar apoyo en
otra gente, o en un profesional, para elevar tu sentido de estima y competencia
personal.
4. Sobreintelectualizar o «comprender» en exceso. Algunas personas necesitan
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encontrar explicaciones para todo; cuando son heridas o en algún sentido
maltratadas, intentan comprender qué razón puede tener quien realiza esas
acciones. De este modo se llega a intelectualizar o, lo que es lo mismo, justificar
lo que les ocurre: ¿Estaré actuando de forma muy egoísta? ¿Habrá sufrido mucho
en su propia familia y necesita que yo le dé mucha seguridad? Cualquier razón
puede servir para justificar lo que nos pasa, y la buscamos. Y no, ése no es el
camino. Los actos de engaño y manipulación, la amenaza velada, el comentario
injurioso —por no hablar de un acto diáfano de agresión—, cuando establecen
una pauta consistente, tienen valor en sí mismos, y responden a una incapacidad
de esa persona para amar.
5. Dependencia emocional. Si posees una personalidad con rasgos sumisos (quizás
como producto de haber tenido un apego poco seguro con tus padres), si te da
miedo la independencia y la autonomía, probablemente te atraerán las parejas que
muestran mucha seguridad pero también un carácter dominador. Esto te dejará en
una postura muy incómoda, porque tenderás a soportar muchas cosas con tal de
no sentirte abandonada. La llamada «dependencia emocional», en un sentido
negativo —y no esa dependencia voluntaria que tú construyes por amor desde tu
independencia—, no es sino la incapacidad de romper con una relación que es
dañina, es decir, que no aporta amor.
 
Todos estos errores de carácter que he mencionado (ingenuidad, baja autoestima,
etc.) son un grave inconveniente si la pareja o expareja es un manipulador nato, un
psicópata integrado. Pero en todo caso son importantes también tenerlos en cuenta y
hacerles frente aun cuando esa otra persona no lo sea, dado que el resultado de tenerlos
es una merma importante en la calidad de vida de quien los muestre, y particularmente
en las relaciones afectivas.
 
SABER QUÉ ESPERAR Y QUÉ HACER
 
La idea esencial es no reaccionar de forma instintiva y a la defensiva a lo que el
manipulador dice o hace. Lo que has de esperar —porque es la consecuencia lógica de
emprender una acción de dominio— es que sus movimientos le den ventaja en algún
sentido. Lo que tienes que hacer es mantenerte firme para defender tus puntos de vista y
las cosas que son importantes para ti.
Resulta de mucha importancia evitar entrar en una depresión,

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