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Mella,_M_2012_Elementos_de_Ciencia_Politica_Vol_1;_Conceptos,_actores

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ELEMENTOSELEMENTOS
DEDE CIENCIA
POL ÍT ICA
Marcelo Mella
Conceptos,Conceptos,
actoresactores
yy procesosprocesos
Volumen 1
RIL editores
bibliodiversidad
Elementos de Ciencia Política
Marcelo Mella
Elementos de
Ciencia Política
Volumen 1
Conceptos, actores y procesos
320.5 Mella, Marcelo
M Elementos de Ciencia Política / Marcelo 
Mella. – – Santiago : RIL editores, 2012.
 278 p. ; 21 cm.
 ISBN: 978-956-284-911-1
 1 ciencias política. 2 filosofía política. 
Elementos de Ciencia Política
Primera edición: septiembre de 2012
© Marcelo Mella, 2012
Registro de Propiedad Intelectual 
Nº 220.164
© RIL® editores, 2012
Los Leones 2258
7511055 Providencia
Santiago de Chile
Tel. Fax. (56-2) 2238100
Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores
Printed in Chile
ISBN 978-956-284-911-1
Derechos reservados.
mailto:ril@rileditores.com
www.rileditores.com
Dedico este libro a Juan Mastrantonio y María Teresa Cobos 
(Q.E.P.D.), por la dedicación puesta en su trabajo académico 
y por haberme ayudado, en aquellos años, a 
creer que era posible…
Índice
Introducción............................................................................. 11
I. Transformaciones Culturales y Políticas
Dos significados de la crisis ..................................................... 30
Heteronomía de la política ...................................................... 35
Pérdida de centralidad............................................................. 37
Reestructuración de la visión del tiempo histórico................... 39
Desplazamiento de los límites.................................................. 40
Extensión de los mercados a ámbitos no económicos .............. 41
Auge de la cultura audiovisual ................................................ 42
Valores y desempeño democrático........................................... 45
II. Conceptos fundamentales
Los significados de la política .................................................. 53
El poder: enfoques duales y triádicos....................................... 55
El poder como concepto performativo .................................... 59
Dispersión semántica del concepto de democracia................ 60
Evolución de la idea de Estado............................................. 77
Globalización como proceso (des)controlado....................... 88
III. Actores políticos
Partidos políticos..................................................................... 95
Concepto y características.................................................... 95
Evolución histórica .............................................................. 97
Sistemas de partido ............................................................ 114
Grupos de interés, presión y acción colectiva ........................ 124
Elites políticas ....................................................................... 139
La integración horizontal ................................................... 146
La integración vertical........................................................ 147
Movimientos sociales ............................................................ 154
Paradigma de la movilización de recursos
(Resource Mobilization Theory, RMT) .............................. 155
Paradigma identitario o de los nuevos 
movimientos sociales.......................................................... 159
Nuevas convergencias ........................................................ 162
Medios de comunicación....................................................... 168
Teoría de los efectos profundos y duraderos ...................... 169
Teoría de los efectos selectivos ........................................... 172
Sociedad civil y ciudadanía.................................................... 177
Ciudadanía desde las instituciones ..................................... 177
Ciudadanía desde las prácticas extra institucionales........... 182
IV. Procesos políticos
Modernización...................................................................... 192
Autoritarismo........................................................................ 200
Transición desde el autoritarismo.......................................... 211
Gobernabilidad ..................................................................... 217
Consolidación democrática y democratización...................... 226
Dilemas emergentes de la democratización: 
inestabilidad, desviación e informalidad................................ 236
Inestabilidad ...................................................................... 236
Informalidad ...................................................................... 240
Desviación ......................................................................... 243
Palabras finales....................................................................... 251
Bibliografía ............................................................................ 257
11
Introducción
Más allá de cualquier pesimismo contingente, debemos reco-
nocer que algunas cosas han ocurrido distinto a como se habían 
pensado. Si se hubiera preguntado a un ciudadano cualquiera, 
en la década de 1980, sobre las razones para luchar por el res-
tablecimiento de la democracia en América Latina, es probable 
que entre estas se encontrara la construcción de una ciudadanía 
más justa y democrática. Acá debiéramos entender que «justa» 
y «democrática» suponen interés y compromiso con los asuntos 
públicos, o aquello que los autores republicanos llaman «virtu-
des cívicas» (Pocock, 2008). A decir verdad, poco de esto ha ocu-
rrido, en nuestro país y en la región, durante los últimos años.
Considerando datos de estudios de opinión pública, hoy sa-
bemos que el entusiasmo despertado por la democracia como 
idea-mito en la década de 1980 ya no se mantiene, aunque tam-
poco se observa un patrón de mayor inestabilidad de los regíme-
nes democráticos. El castigo más bien parece ser la indiferencia o 
desafección frente a los asuntos públicos y la política formal. Por 
ejemplo, de acuerdo a los datos de Latinobarómetro para el año 
2009, frente a la pregunta «qué no se puede dejar de hacer para 
ser ciudadano» la gran mayoría de los encuestados sostuvo «vo-
tar» (75,2 %) y un porcentaje significativamente menor sostuvo 
que era «participar en organizaciones políticas» (13,2 %). Cabe 
hacer mención que el porcentaje correspondiente a «participar 
en organizaciones políticas» expresa, en ciertos casos, niveles 
extremos de desvalorización de las estructuras políticas formales 
(Bolivia 8,9 %, Chile 6,8 %, El Salvador 5,9 %, México 9,2 %, 
Nicaragua 8,1 %, Perú 9,4 % y Uruguay 9,6 %). 
En consideración a lo extendido de este diagnóstico existen, 
a lo menos, tres explicaciones en uso. La primera –bastante 
fatalista– consistiría en la creencia que la apatía ciudadana que 
12
Marcelo Mella
se observa crecientemente constituye un rasgo «esperable» y 
«normal» de los regímenes democráticos. Esto sería así debi-
do a que la democracia coexiste con ciertos niveles de elitismo 
y especialización de la función pública que haría improducti-
va, ineficaz e incluso disfuncional la participación amplia. Por 
tanto, habría que considerar la falta de participación y com-
promiso «cívico» como un rasgo normal derivado del funcio-
namiento adecuado de las instituciones democráticas. Joseph 
Schumpeter, en un pasaje bastante conocido de Capitalismo, 
Socialismo y Democracia, declara: «Los votantes fuera del par-
lamento deben respetar la división del trabajo entre ellos y los 
políticos elegidos. No deben retirar su confianza tan fácilmente 
entre una y otra elección y deben comprender que, una vez que 
han elegido a un individuo, la acción política ya no es asunto 
suyo» (Schumpeter, 1952: 295). Desde una perspectiva muy 
distinta, pero coincidente en el valor del desinterés ciudadano 
por la política formal, Phillippe Braud en El jardín de las deli-
cias democráticas, identifica tres principios que limitan la com-patibilidad de la voluntad popular con la democracia moderna: 
La indiferencia política afecta directamente la legiti-
midad del régimen democrático solo en la medida en que 
aquella produce una participación electoral excesivamen-
te escasa. (…) Cuanto más numerosos son los auténticos 
indiferentes que toman el camino de las urnas, más esta-
bilizada estará la vida política, es decir, regulada en un 
sentido poco innovador. (…) Cuanto más se politizan los 
indiferentes de manera intensa y duradera, más tensiona-
da se hace la vida política (Braud, 1994: 29).
Una segunda explicación sostiene que no hay motivación 
para la participación o la acción colectiva orientada al cambio, 
cuando existe un régimen democrático legitimado por intereses 
creados, no solo entre la elite, sino también entre sectores de la 
clase media y de bajos ingresos. Norbert Lechner (1986) señala 
que un sistema de dominación es efectivo si logra responder a 
las demandas sociales de seguridad y orden. Si esto ocurre, el 
proceso social sería «calculable y predecible» y los sujetos com-
prometerían su voluntad mediante «pequeñas acciones cotidia-
nas» en la consolidación del orden establecido (Lechner, 1986: 
51). De este modo, la construcción de un sentido colectivo (y 
también individual) aparece como un desafío que los ciudada-
13
Elementos de Ciencia Política
nos deben enfrentar, sin relatos preexistentes, en un contexto de 
alta competitividad y exigencia individual. Bajo este enfoque, los 
mecanismos para la generación de intereses creados y las nuevas 
formas de trabajo capitalistas serían factores que explicarían el 
debilitamiento de la acción colectiva. Richard Sennett llamó a 
esta incapacidad de los sujetos para proyectarse colectivamente 
en visiones de largo plazo, en el contexto de sociedades capitalis-
tas, «corrosión del carácter».
¿Cómo decidimos lo que es de valor duradero en no-
sotros en una sociedad impaciente y centrada en lo in-
mediato? ¿Cómo perseguir metas a largo plazo en una 
economía entregada al corto plazo? ¿Cómo sostener la 
lealtad y el compromiso recíproco en instituciones que 
están en continua desintegración o reorganización? Estas 
son las cuestiones relativas al carácter que plantea el nue-
vo capitalismo flexible (…). En la actualidad, el término 
flexibilidad se usa para suavizar la opresión que ejerce el 
capitalismo. Al atacar la burocracia rígida y hacer hin-
capié en el riesgo se afirma que la flexibilidad da a la 
gente más libertad para moldear su vida. De hecho, más 
que abolir las reglas del pasado, el nuevo orden implan-
ta nuevos controles, pero estos tampoco son fáciles de 
comprender. El nuevo capitalismo es, con frecuencia, un 
régimen de poder ilegible (Sennett, 2000: 9-10).
La tercera explicación en uso sobre la pasividad y falta de com-
promiso cívico de la ciudadanía en democracia subraya la contribu-
ción de los «intelectuales orgánicos» en la generación de una cultu-
ra unidimensional. En este punto se acentúa el papel de las ciencias 
sociales y otros saberes institucionalizados en la legitimación de la 
democracia, como un sistema provisto de mecanismos de control 
o atenuación frente al riesgo de «inflación ideológica». Siguiendo 
a Javier Santiso se puede sostener que, durante las dos últimas dé-
cadas del siglo XX, se producen en América Latina dos procesos 
simultáneos e interrelacionados: las transiciones a la democracia y 
las reformas hacia el mercado. Desde un punto de vista epistémico e 
ideológico estos procesos poseen –según Santiso– un marco general, 
el paso de la utopía al posibilismo; el surgimiento de la «economía 
política de lo posible». Proyectando a nivel sociológico esta inter-
pretación se podría sostener que las elites económicas han conse-
guido, durante este tiempo, «moderar» a las elites políticas, con-
siguiendo que estas últimas se «aten al mástil» de las instituciones 
14
Marcelo Mella
fiscales que han construido para vencer la tentación del populismo 
y las «políticas de lo imposible» (Santiso, 2006: 4).
En gran medida, ese vuelco político y económico 
ha estado acompañado de un cambio epistémico. Las 
políticas económicas puestas en práctica son reflejo de 
un enfoque más pragmático, una economía política de 
lo posible. La historia de las Américas parece haberse 
bifurcado en algún momento hacia finales del siglo pa-
sado. Es cierto que perdura la búsqueda de la utopía. 
En algunos países, los gobernantes siguen soñando con 
fórmulas mágicas y exaltaciones líricas. Estas se trans-
forman en otros tantos realismos trágicos y en doloro-
sas caídas, como lo atestiguan las recientes experiencias 
de varios países de la región, arrasados por recesiones 
inéditas. Y cuando se empeñan en tomar atajos para evi-
tar el largo y sinuoso camino de las reformas graduales, 
estos desembocan en otros tantos callejones sin salida 
(Santiso, 2006: 3).
El autor sostiene que estos desplazamientos han producido 
un gigantesco cambio en la gramática del pensamiento económi-
co y político de la región en la dirección del «consenso democrá-
tico», la «consolidación institucional», la «desregulación eco-
nómica» y la «apertura comercial» (Santiso, 2006: 11-12). Sin 
embargo, se podría objetar, el paso del utopismo al posibilismo 
también ha significado el desplazamiento de la democracia como 
un fin en sí misma, vale decir, como un objetivo último e idea 
límite para la acción política. Este desplazamiento ha contribui-
do, según algunos autores, al empobrecimiento de la experiencia 
democrática, al divorcio entre procesos y resultados y, finalmen-
te, a la pérdida de atención sobre su dimensión deontológica 
(Whitehead, 2011: 28-31). 
Las ciencias sociales no económicas, por su parte, en variados 
casos han logrado penetrar lo institucional, ya sea definiendo el 
horizonte de lo posible en los procesos de transición a la demo-
cracia, dando forma al nuevo Estado post-autoritario en Améri-
ca Latina o mediante la colocación de profesionales y expertos 
en ámbitos relevantes de decisión. El lado oculto de este proceso 
ha sido la adaptación de las ciencias sociales como saberes fun-
cionales frente a las estructuras de poder vigentes. Ives Dezalay y 
Bryant Garth argumentan que el enfrentamiento Este-Oeste, con 
ocasión de la Guerra Fría, contribuyó a modificar los saberes in-
15
Elementos de Ciencia Política
crustados institucionalmente y, de manera consiguiente, a los Es-
tados latinoamericanos democráticos post-autoritarios (Dezalay 
y Garth, 2002: 153-174). En especial, estos autores se refieren al 
rol desempeñado por la Ford Foundation durante los años setenta 
y ochenta, financiando activamente el desarrollo de las ciencias so-
ciales en centros académicos tales como CEBRAP en Brasil, CEDES en 
Argentina y FLACSO en Chile. Dichas actividades de financiamiento 
tenían como finalidad última la construcción de saberes en el ámbi-
to de las ciencias sociales que tuvieran alta capacidad de adaptación 
frente a la economía de mercado y con un compromiso esencial con 
la democracia liberal, el pluralismo y el reformismo político.
Según lo afirmado por un politólogo destacado del 
Brasil, las inversiones de la Fundación Ford durante las 
décadas de los 70 y 80 en el campo de la ciencia políti-
ca, contribuyeron a la gestación de un cambio extraor-
dinario. Una nueva generación de politólogos formados 
al modo estadounidense hizo que la ciencia política se 
volviera más rigurosa, metodológicamente más avan-
zada y más orientada hacia los derroteros marcados en 
los Estados Unidos. El marxismo fue puesto en segundo 
plano, mientras que los nuevos politólogos dejaban a un 
lado –en palabras de uno de ellos– el desgastado y obso-
leto enfoque de Bélgica y Francia. El conocimiento y las 
herramientas basadas en las pautas estadounidenses fue-
ron cada vez más importantes en los debates brasileños 
al igual que en las transiciones hacia la democracia y el 
Estado liberal (Dezalay y Garth, 2002: 166).
En Chile, las ciencias sociales no económicasy, en especial, 
la ciencia política, no han aumentado significativamente desde 
1990 su aporte disciplinar y conceptual en la toma de decisio-
nes, ni tampoco han sido factores detonantes de la discusión 
sobre las reformas estructurales pendientes. Sabemos que el 
rol que las ciencias sociales jugaron antes de 1973 en nuestro 
país estuvo marcado por una alta capacidad de influencia en 
el proceso político pero, al mismo tiempo, por su alta depen-
dencia de la política partidaria. Después de 1990, las ciencias 
sociales chilenas se han caracterizado por una mayor autono-
mía respecto de los partidos, por una considerable sofisticación 
metodológica pero, al mismo tiempo, por un disminuido vigor 
teórico y una muy discutible contribución al diseño e imple-
mentación de políticas. Paradojalmente se podría argumentar, 
16
Marcelo Mella
sin temor a ser calificado de excéntrico, que durante el régimen 
autoritario de Pinochet, en particular en el transcurso de la 
década de 1980 y en el marco de severas restricciones a las 
libertades públicas, las ciencias sociales no económicas alcan-
zaron su mayor capacidad para influir en el proceso político. 
Los centros académicos de la oposición reformista a Pinochet 
lograron el doble objetivo de redefinir lo posible en términos 
programáticos y estratégicos y, del mismo modo, modificar las 
estructuras del sistema político (Mella, 2008).
Esta producción de conocimiento social y político desde los 
centros académicos vinculados a la oposición reformista chile-
na introdujo elementos ideológicos centrales del giro reformis-
ta del socialismo internacional y divulgó experiencias europeas 
de convergencia y concertación política. Aunque desde el punto 
de vista conceptual, los autores de esta tradición se conectaban 
nítidamente (aunque no exclusivamente) con ciertas corrientes 
del reformismo cosmopolita de raíz socialdemócrata y con auto-
res representantes en la actualidad del mainstream politológico 
anglosajón; como Samuel Huntington, Seymour Martin Lipset, 
-
llipe Schmitter, entre otros; desde el punto de vista de sus trayec-
torias profesionales se trataban mayoritariamente de outsiders.
Intelectuales que actualmente son reconocidos como parte del 
clero disciplinar en la ciencia política fueron formados en la in-
geniería, el derecho o la sociología. Pero, al mismo tiempo, estos 
intelectuales fueron, desde la década de 1980 y en algunos casos 
desde antes, actores relevantes de la lucha contra la dictadura 
de Pinochet, por tanto, insiders desde la perspectiva del proceso 
político. El carácter ambivalente de este clero, generada bajo la 
dictadura militar y los primeros años de transición, ha sido ana-
lizado largamente en un libro anterior titulado metafóricamente 
Extraños en la noche (Mella, 2011b). 
Restablecida la democracia en Chile, la ciencia política ha con-
quistado un aceptable nivel de desarrollo y autonomía, manifestado 
principalmente en el desarrollo de investigación académica y una 
explosiva expansión de la oferta de pregrado. Sin embargo, a la fe-
cha esta disciplina no ha consolidado un campo profesional distinto 
a la academia (docencia e investigación) y carece aún de incidencia 
en la discusión, el diseño y la implementación de políticas1.
1 Esta incapacidad disciplinar para influir sobre las instituciones y el proce-
so político en las últimas décadas se produce para Chile en paralelo a la 
17
Elementos de Ciencia Política
Cabría preguntarse si esta estructura de producción de 
conocimiento logrará responder a los desafíos que enfrenta 
el país y la región. Sabemos que, desde la recuperación de la 
democracia en gran parte de América Latina el clero de la dis-
ciplina, o se desempeña en labores gubernamentales, o ingresa 
a los claustros universitarios. En este último caso, la ciencia 
política ha experimentado una fuerte expansión de la oferta 
en formación de pregrado en el mundo de las universidades 
privadas, con una débil discusión respecto de caminos para la 
profesionalización disciplinar. 
Tanto aquellas disciplinas comprometidas y subordinadas 
a las lógicas político-partidarias, como aquellas disciplinas que 
resistieron desde las «catacumbas» la represión de la dictadura, 
son actualmente parte de nuestro pasado. Todo esto nos lleva a 
la discusión acerca del valor efectivo y el impacto científico, so-
cial y político de estos saberes frente a los desafíos presentes de 
América Latina. Las complejidades del desarrollo de las ciencias 
sociales en Chile permiten advertir la magnitud de los desafíos 
futuros en estas áreas del conocimiento.
Nuestro trabajo no persigue dar solución a estos problemas. 
No podría ser esta, por cierto, una ambición sensata para un 
texto académico. Tampoco pretende recorrer, en toda su com-
plejidad y sofisticación, el estado del arte de la ciencia política en 
ninguno de sus temas. Simplemente nos interesa compartir la in-
dagatoria parcial, realizada desde mi experiencia como profesor 
universitario, acerca de caminos posibles (y, a mi entender, nece-
sarios) para el desarrollo de la disciplina; esto es, problematizar 
expansión de la oferta universitaria en el área. Según datos del Servicio de 
Información de Educación Superior (SIES) durante el año 2008 se titularon 
en Chile 143 estudiantes de la carrera de Ciencia Política, lo que, si se suma 
a los egresados de áreas profesionales colindantes como Administración Pú-
blica, eleva el número de egresados a 443. Si se proyecta esta información 
en un lapso de 10 a 15 años, la situación de empleabilidad de los egresados 
de Ciencia Política en Chile podría llegar a ser preocupante. Más aún si esta 
expansión en la oferta de la disciplina se acompaña con la ausencia de una 
meta-reflexión respecto de cuáles debieran ser los problemas o líneas de 
investigación priorizadas, así como también sus alternativas de institucio-
nalización y profesionalización. En el mejor de los casos, la ciencia política 
chilena ha constituido «narratividad» para alimentar el debate público, con 
cierta inclinación panegírica respecto del «modelo chileno». Pareciera ser 
que, en este caso, la penetración en lo institucional ha implicado más pene-
tración personal (mayormente por credenciales sociales o partidarias) y me-
nos penetración disciplinaria, más expansión de la formación universitaria 
con exiguo desarrollo del campo profesional. 
18
Marcelo Mella
desde la ciencia política respecto a temas socialmente relevantes 
sobre la base de que la dirección en que se desarrolla nuestro 
campo podría significar su alejamiento de las preocupaciones 
concretas. Mediante esta contribución modesta esperamos cola-
borar a redefinir el lazo de la ciencia política con las prácticas en 
Chile y América Latina; agotados los desafíos derivados del pro-
ceso de transición a la democracia. En especial, nos importa con-
tribuir a generar contenidos, estrategias y aproximaciones para 
una mejor comprensión de la política y los asuntos públicos en 
nuestra región, para, de esta manera, acortar la distancia entre la 
experiencia social y el saber disciplinar «canónico». 
Emprendemos esta tarea animados por algunas creencias 
que operan como aprioris. Inicialmente, la idea de que el pensa-
miento y los conceptos contribuyen a definir la realidad social, 
vale decir, las ideas pueden influir sobre las prácticas (perfor-
matividad) o, como dicen los filósofos pragmáticos, sería posi-
ble «hacer cosas con palabras». En seguida, suponemos que no 
existe otro modo de aproximarnos al mundo de la acción y los 
procesos políticos si no es considerando los conceptos elabora-
dos por los actores como categorías situadas histórica, social y 
políticamente. Como dirían nuevamente los mismos autores se-
ñalados, existe una intención nacida de la posición enunciativa 
del actor que permite interpretar los significados y comprender 
la acción. Sin un estudio de esta intención o «fuerza ilocutiva» 
de los actores, cualquier aproximación al lenguaje disciplinar 
puede alejaraún más a las audiencias del trabajo académico. 
Asimismo, buscamos aprovechar la experiencia académica como 
el punto de partida para un trabajo tendiente a sentar las bases 
de una ciencia política sin autorreferencia y en diálogo con los 
asuntos públicos. Especialmente nos importa fortalecer el diá-
logo interdisciplinario orientado a la historización de la ciencia 
política y la politización de la historiografía. 
La historia de la ciencia política no es ni ha sido sencilla. 
Nada siquiera parecido a un desarrollo lineal y acumulativo. 
Desde la creación de su matriz teórica moderna ha sufrido pro-
gresivos desmembramientos que han redefinido su objeto y, por 
ende, su función social. Una primera fisura o desmembramiento 
fue desatado por la economía política desde la segunda mitad 
del siglo XVIII, en adelante. Si bien para autores tan relevantes 
como Adam Smith, la economía política aparece dependiente de 
la política, ello no se mantendrá en el futuro inmediato, pues 
19
Elementos de Ciencia Política
corrientes entonces emergentes, como los fisiócratas ingleses, de-
fienden la autonomía, espontaneidad y automatismo de la eco-
nomía respecto a otros campos de la vida social (Prelot, 1994: 
30-31). Un segundo espolonazo a la ciencia política lo infiere la 
fundación disciplinar de la sociología, durante la primera mi-
tad del siglo XIX. Anterior a Augusto Comte, autores como el 
alemán Robert von Mohl y el historiador francés Henri Hauser 
habían diferenciado el campo social del campo político, siendo 
compuesto el primero «por las instituciones, las costumbres o 
los comportamientos no organizados directamente por el poder 
(…)» (Prelot, 1994: 34). Finalmente, la última gran invectiva 
se fragua desde el estudio del derecho que concibe a la ciencia 
del derecho público como el conocimiento propio del Estado, 
relegando a la ciencia política a la condición de un saber inferior 
«indigna de las cátedras universitarias» y semejante a «literatura 
de periódico» (Prelot, 1994: 43). 
A lo largo del siglo XX la ciencia política ha transitado des-
de un primer momento caracterizado por la existencia de una 
«teoría residual», como resultado de los intentos de absorción o 
desmembramiento de su objeto por nuevos saberes disciplinares 
(Prelot, 1994: 44-50), hasta una situación de expansión carente 
de unidad disciplinar (Almond, 1995). Gabriel Almond, en un 
contexto de crecimiento y creciente institucionalización, sostiene 
que la ciencia política se ha convertido en una disciplina frag-
mentada, dado que, existiendo un relativo acuerdo acerca del 
objeto disciplinar, adolece de falta de consenso sobre métodos 
y lenguaje comunes. En este sentido, dicho autor habla de una 
disciplina segmentada en «múltiples escritorios».
Más recientemente, Giovanni Sartori en Where is Political 
Science Going? y César Cancino en La muerte de la ciencia polí-
tica, han levantado la idea de una desorientación de la disciplina. 
Esta pérdida de sentido misional, a juicio de estos autores, se 
explicaría por el academicismo y la alta especialización cuan-
titativa que ha conducido a la disciplina a estudios sofisticados 
en lo metodológico, pero triviales e insignificantes frente a las 
problemáticas políticas y sociales de nuestro tiempo (Cancino, 
2008: 7). Cancino sostiene:
La ciencia política, por su parte, debería liberarse de 
su obsesión metodológica, de las presunciones de su ideo-
logía cientificista, de su imposible aspiración a la neutra-
lidad valorativa, de su débil sensibilidad por la historia y 
20
Marcelo Mella
el cambio social. Con todo, la ciencia política no debería 
renunciar a su lección de rigor y claridad conceptuales, 
ni disminuir su vocación por la indagación empírica so-
bre la política, si esto significa, una vez abandonados los 
prejuicios positivistas, actividad de información, docu-
mentación y estudio comparativo de los sistemas políti-
cos contemporáneos, sin la cual no se construye alguna 
teoría política digna de tal nombre (Cancino, 2008: 267). 
A diferencia de Cancino, sostengo la creencia de que la so-
lución frente al extravío de la disciplina no se encuentra en la 
recomposición de la investigación con alguna forma de meta-
teoría, sino más bien en el encuentro con el planteamiento de 
problemas políticamente relevantes que permitan abrir nuevas 
rutas para la investigación. Estos problemas conciernen, en lo 
principal, a los modos en que se construyen y deconstruyen 
las relaciones de poder, ya sea en el ámbito institucional o ex-
trainstitucional, a nivel subnacional, nacional o internacional. 
Para abordar esta tarea resulta ingenuo y estéril reclamar auto-
nomías disciplinares y, al mismo tiempo, pretender superar la 
condición de futilidad en la que se encuentra atrapada buena 
parte de la investigación politológica. 
Como se podrá apreciar en los deferentes apartados de este 
trabajo, nuestro enfoque se aproxima a la tradición conocida 
como institucionalismo histórico, puesto que nos importa com-
prender el funcionamiento de las estructuras políticas a partir 
de sus condiciones históricas de posibilidad. En este punto nos 
remitimos a lo señalado por Paul Pierson y Theda Skocpol para
explicar el contenido de esta tradición: 
Tres rasgos importantes caracterizan a la comunidad 
institucionalista histórica en la ciencia política contem-
poránea. Los institucionalistas históricos abordan cues-
tiones amplias, sustantivas, que son inherentemente de 
interés para públicos diversos, así como para otros inte-
lectuales. Para desarrollar argumentos explicativos sobre 
resultados importantes o enigmas, los institucionalistas 
históricos toman en serio al tiempo, especificando secuen-
cias y rastreando transformaciones y procesos de escala y 
temporalidad variables. Los institucionalistas históricos, 
asimismo, analizan contextos macro y formulan hipótesis 
sobre los efectos combinados de instituciones y procesos, 
en vez de examinar una sola institución o proceso por vez. 
Si se considera a estos tres rasgos en su conjunto (agendas 
21
Elementos de Ciencia Política
sustantivas, argumentos temporales y atención a contextos 
y configuraciones), se podrá observar que dan cuenta de un 
enfoque institucionalista histórico reconocible que realiza 
contribuciones poderosas a la comprensión del gobierno, la 
política y las políticas públicas por parte de nuestra discipli-
na (Pierson y Skocpol, 2008: 9).
Asumimos que la historia interviene de modo relevante en la 
trayectoria de los procesos y la racionalidad de los actores (Path
Dependence); ya sea manteniendo el status quo como modifican-
do los modus operandi de las instituciones en ciertas coyunturas 
críticas. Nos interesa también, a través de este trabajo, supe-
rar los límites estrictos de la institución como objeto, rasgo que 
identifica los estudios en nuestro campo disciplinar, abordando 
como objetos posibles «cuestiones de fondo» y comportamien-
tos extrainstitucionales en contextos de complejidad. Buscamos 
contribuir al análisis macro y meso de conceptos, actores y pro-
cesos políticos, en el entendido que estos niveles de exploración 
facilitan trabajar en perspectiva histórica sin abandonar los as-
pectos sustantivos, los contextos y la dimensión cultural de la 
vida política menospreciada por constituir, aparentemente, parte 
de la realidad «blanda». Sin embargo, sostenemos que solo es 
posible reencontrarnos con una mirada comprensiva y rigurosa 
en lo metodológico, orientada al estudio de cuestiones sustanti-
vas, si la investigación se sitúa en referencia a problemas con va-
lor social. Leonardo Morlino señalaba, en un reciente Congreso 
de ALACIP, que una razón para justificar la expansión de la cien-
cia política en América Latina era que esta disciplina permitía 
«salvar vidas contribuyendo a diseñar e implementar buenas po-
líticas». Creemos que una disciplina que se desarrolla de manera 
autorreferida en la academia y evoluciona desprovista de «cables 
a tierra», difícilmente estará a laaltura de esa misión. 
A lo largo de este trabajo queremos explotar las contradic-
ciones internas de la ciencia política; mostrando al lector las al-
ternativas de enfoque más que los acuerdos metodológicos al-
canzados; los viejos temas con respuestas pendientes, más que 
los temas de moda. Particularmente, queremos centrarnos en dos 
grandes oposiciones que se puede observar en los estudios polí-
ticos; por una parte la díada institucional / informal y, en segun-
do término, la díada estructura / agencia. La primera oposición 
(institucional vs. informal) permite incluir de modo variable las 
contribuciones de las diferentes ramas del institucionalismo y los 
22
Marcelo Mella
temas o problemas –tales como la corrupción y el clientelismo– 
analizados por autores generalmente localizados en la sociología 
o en comunidades de la ciencia política de orientación emic que 
se ocupan de fenómenos que expresan desviación frente a lo ins-
titucional. En cambio, la segunda oposición se centra en el viejo 
dilema estructura vs. agencia y está representada por dos escue-
las, los holistas y los individualistas metodológicos. Siguiendo 
a Peter Burke, los holistas o estructuralistas se caracterizan por 
creer que «las acciones específicas se encuentran insertas en un 
sistema de prácticas sociales», mientras que los individualistas
metodológicos se definen por su inclinación a reducir lo social a 
lo individual (Burke, 1993: 184).
Cuadro Nº 1
Enfoques alternativos en ciencia política
Estructura Agente
Fuente: Elaboración propia.
Otro asunto que buscamos relevar en este libro (y que, en 
este caso, nos pone en tensión con el institucionalismo histórico) 
corresponde a las diferentes maneras de representar el cambio, 
en las ciencias sociales en general pero, en especial, en la ciencia 
política. Usualmente se acostumbra a distinguir entre dos «pa-
radigmas»: el modelo que analiza el cambio como un proceso 
gradual, acumulativo y endógeno (modelo spenceriano) y el mo-
delo que representa el cambio como conflicto y ruptura revolu-
cionaria (modelo marxista). Esta última perspectiva introduce 
correcciones fundamentales respecto del primer modelo, debi-
do a que acepta los procesos regresivos y los factores exógenos 
como elementos de la explicación (Burke, 1993: 203-244). Se 
entiende, en general, que el enfoque spenceriano explica el cam-
bio como proceso automático (determinado) y el enfoque mar-
xista, en tanto modelo correctivo, introduce mecanismos para la 
explicación del cambio como proceso intencional. Al menos así 
lo han creído los marxistas analíticos. 
La conocida frase de Marx: «Los hombres hacen la histo-
ria, pero no en circunstancias de su propia elección», muestra la 
23
Elementos de Ciencia Política
complejidad y ambigüedad que adquieren los debates estructura
vs. agente y cambio social como proceso automático o como 
proceso intencional. Jon Elster ha analizado dos perspectivas 
antagónicas en relación a estos problemas, el modelo biológico-
evolutivo (selección determinista) y el modelo intencional (elec-
ción racional). El autor sostiene que la especificidad del suje-
to social consiste en su creencia en el entorno como totalidad 
cambiante y en la capacidad del sujeto para diseñar estrategias
indirectas. La elaboración de estas últimas supone que el sujeto 
puede establecer sus preferencias y definir sus elecciones, consi-
derando cambios probables en el contexto futuro. A esta capaci-
dad Elster le llama de maximización global, que distingue de la 
maximización local propia de la adaptación evolutiva. 
Podemos decir que al crear al hombre, la selección 
natural se ha trascendido a sí misma. Este salto implica 
una transición de la adaptación no intencional, sea local 
o accidentalmente global, a la adaptación intencional y 
deliberada (Elster, 1989: 35).
En consecuencia, la capacidad del actor para transcender los 
mecanismos de adaptación no intencional sería una posibilidad 
de explicar la contradictoria frase de Marx que hemos citado; y la 
maximización global de tipo intencional, el salto cualitativo que 
explica el surgimiento de la racionalidad estratégica del tipo «un 
paso atrás, para dar dos pasos adelante» o, como lo llama Elster 
en su libro Ulises y las sirenas, la lógica de «atarse al mástil».
Ulises no era por completo racional, pues un ser ra-
cional no habría tenido que apelar a ese recurso; tampoco 
era, sencillamente el pasivo e irracional vehículo de sus 
cambiantes caprichos y deseos, pues era capaz de alcan-
zar por medios indirectos el mismo fin que una persona 
racional habría podido alcanzar de manera directa. (…) 
atarse a sí mismo es un modo privilegiado de resolver el 
problema de la flaqueza de voluntad; la principal técnica 
para lograr la racionalidad por medios indirectos (Elster, 
1989: 66-67). 
Nos hemos visto en la necesidad de elaborar este libro en 
tres entregas, sin pretensión de incluir exhaustivamente la to-
talidad de las ramas de la ciencia política. Más bien nos inte-
resa reorientar la disciplina hacia ciertos énfasis que, creemos, 
24
Marcelo Mella
vitalizarán la convergencia de la investigación con los asuntos 
públicos. En el primer volumen nos ocuparemos del estudio de 
conceptos, actores y procesos, con una preocupación más bien 
teórica. El segundo volumen tratará del conflicto como objeto, 
con el propósito de reparar el, a nuestro juicio, injustificado 
alejamiento de este tema de las agendas de investigación dis-
ciplinar. Y en el tercer volumen queremos abordar el estudio 
comparativo de las instituciones y las políticas públicas. Me-
diante estos tomos esperamos ayudar a revertir tendencias que, 
en nuestra opinión, limitan la institucionalización de la ciencia 
política, a saber: la distinción entre teoría política y ciencia 
política; el énfasis con implicancias normativas a favor de la 
estabilidad y el control sobre la sociedad; y la fuerte tendencia 
estadocéntrica que aún persiste.
A lo largo de este primer volumen, dedicado al estudio de 
conceptos, actores y procesos, analizaremos cuatro temas. En 
primer lugar se estudiarán –a grandes rasgos– algunas de las 
transformaciones culturales que han redefinido el carácter de la 
política contemporánea. Con especial detención abordaremos 
seis giros que modifican la posición y la relación de la política 
con otros campos normativos. Probablemente, el proceso más 
importante aquí corresponde a la pérdida de centralidad de la 
política frente al conjunto de campos que configuran la expe-
riencia subjetiva en la modernidad tardía. Por otra parte, en esta 
sección se discutirá la vigencia, para el análisis político, de los 
esquemas materiales y postmateriales.
En segundo término se explorarán conceptos fundamenta-
les para la disciplina, pensando en un diálogo con la histo-
riografía y otros saberes próximos de las humanidades y las 
ciencias sociales. Durante este apartado se discutirá acerca de 
los conceptos de poder, política y lo político, centrándonos en 
lo que llamamos enfoques diádicos y tríadicos para el estudio 
de las relaciones de poder. Luego se reconstruirá, a grandes ras-
gos, el debate acerca de los conceptos de democracia y Estado. 
Para el primer caso nos interesa mostrar cómo un concepto que 
se ha instalado en el sentido común contemporáneo posee una 
alta complejidad y polisemia, proveniente de su carácter histó-
rico. En cuanto a la noción de Estado, nos importa mostrar su 
evolución histórica y los cambios de significado que contradi-
cen cualquier pretensión de universalidad. También en relación 
al Estado, y su evolución proyectada a futuro, se presentarán 
25
Elementos de Ciencia Política
claves del debate que enfrenta las estructuras de poder estatales 
y las estructuras de poder «cosmopolita». 
En tercer lugar se estudiarán los conceptos básicos y las ló-
gicas específicas de los actores políticos situados desde lo insti-
tucional a lo social. Para esta sección abordaremos el análisis de 
los partidos políticos, las asociacionesde interés, los movimien-
tos sociales, los medios de comunicación y la ciudadanía. Un 
propósito central consiste en establecer criterios para comparar 
las lógicas o «racionalidades» de los diferentes actores, bajo la 
creencia general que la racionalidad instrumental se puede apli-
car como categoría heurística común a cualquiera de estos. En 
este espacio se presentarán cada uno de los contenidos ordena-
dos desde lo institucional a la dimensión informal, como estrate-
gia para abordar nuevas dimensiones de la actividad política que 
se encuentran, habitualmente, al margen de los estudios más tra-
dicionales de ciencia política. Además, existe un cierto sesgo en 
relación a aplicar conceptos en casos latinoamericanos, debido 
a que nuestra posición enunciativa podría contribuir a generar 
una mayor contrastación de teoría.
Finalmente, en cuarto lugar se analizarán procesos políticos 
relevantes que han marcado las estructuras político-instituciona-
les en las últimas décadas en las sociedades occidentales y, muy 
especialmente, en sociedades latinoamericanas. Este capítulo 
pasa revista a procesos tales como la modernización, las transi-
ciones a la democracia, la consolidación democrática y la nueva 
inestabilidad política observada en años recientes. En relación a 
estos procesos suponemos que, aunque en las últimas décadas se 
observa un predominio de la ética de la responsabilidad o, como 
diría Jon Elster, de la política de «atarse al mástil», ese despla-
zamiento ha determinado una crisis que implica «tocar techo» 
en los procesos de institucionalización. De acuerdo a los argu-
mentos presentados, seguir avanzando en la institucionalización 
en Chile o América Latina, por ejemplo, supone profundizar el 
sentido de la innovación y la reforma de las instituciones polí-
ticas. En este último apartado nuestro interés consiste en mos-
trar aquellos procesos tendientes a producir mayor institucio-
nalización y estabilidad pero que, paradojalmente, mantiene a 
una importante cantidad de ciudadanos en situaciones de infor-
malidad, ya sea por desafección o persistencia de racionalidad 
contra-adaptativa.
I
Transformaciones 
culturales y políticas
29
Es posible que el diagnóstico más aceptado frente a la po-
lítica contemporánea sea que esta se encuentra en crisis (Berger 
y Luckmann, 1996; Lechner, 2002). Tal afirmación tiene su res-
paldo en el distanciamiento y malestar de los ciudadanos frente 
a las instituciones y la democracia, en la desvalorización de la 
política como campo normativo, en las crecientes dificultades 
para construir sentido a nivel colectivo y en el desfase de las ins-
tituciones y estructuras políticas tradicionales, entre otras mani-
festaciones. Por otra parte, la permanencia de una «zona gris» 
(Auyero, 2007) conformada por múltiples modalidades de rela-
ciones informales que complejizan el funcionamiento de las es-
tructuras formales, ha erosionado la justicia como valor público 
institucionales (Rosanvallon, 2007). 
Alain Touraine sostiene que la «crisis de la política» es la 
cara de un proceso más amplio, a saber, la «crisis de la moder-
nidad». Para este autor: «La fuerza liberadora de la modernidad 
se agota a medida que esta triunfa» (Touraine, 1994: 93). En 
el principio de esta crisis se encuentra la desconexión entre un 
saber social, que se define como prisionero de la racionalidad 
instrumental, y de una acción modernizadora generadora de des-
confianza (Touraine, 1994: 96-97).
¿Es todavía liberadora esa invocación en la gran ciu-
dad iluminada día y noche, en la que las luces que par-
padean atraen al comprador o le imponen la propagan-
da del Estado? La racionalización es una palabra noble 
cuando introduce el espíritu científico y crítico en esferas 
hasta entonces dominadas por las autoridades tradicio-
nales y la arbitrariedad de los poderosos; pero se con-
vierte en un término temible cuando designa el tayloris-
mo y los otros métodos de organización del trabajo que 
quebrantan la autonomía profesional de los obreros y lo 
someten a ritmos y a mandatos supuestamente científicos 
pero que no son más que instrumentos puestos al servicio 
de las utilidades, indiferentes a las realidades fisiológicas, 
30
Marcelo Mella
psicológicas y sociales del hombre que trabaja» (Tourai-
ne, 1994: 93).
Particularmente, Touraine señala que la crisis de la moder-
nidad se caracteriza por la fragmentación de la sociedad en 
cuatro ámbitos de acción: sexualidad, consumo, empresa y 
nación. Son estas cuatro fuerzas las que generarían, en las so-
ciedades modernas, una experiencia social crecientemente frag-
mentada. La forma de controlar estas tendencias centrífugas 
estaría dada por un equilibrio contingente entre estas fuerzas 
(antimodernas) y la racionalidad instrumental (generadora de 
acción modernizadora), tal como se aprecia en el siguiente cua-
dro. La hegemonía de una de las fuerzas o de la racionalidad 
instrumental causaría malestar, erosión de la sociedad y pérdi-
da de un modelo cultural coherente. Touraine sostiene al res-
pecto: «El agotamiento de la modernidad se transforma pronto 
en un sentimiento angustioso por la falta de sentido de una ac-
ción que ya no acepta como criterios sino los de la racionalidad 
instrumental» (Touraine, 1994: 94). 
Cuadro Nº 2
Cuatro dimensiones de riesgo en la modernidad
Fuente: Giddens (1994: 106).
Dos significados de la crisis
A modo de simplificación didáctica diremos que la noción de 
crisis puede entenderse principalmente de dos formas; en un sen-
tido estricto, como decadencia o fin y; en un sentido amplio, 
como proceso de pérdida de sentido. 
En su primera acepción, la crisis consiste en romper el fun-
cionamiento de un sistema. Esta perspectiva destaca la idea de 
decadencia o fin, por la cual la crisis sería expresión de una situa-
ción terminal o epifenómeno. Se entiende que en una situación 
terminal lo típico es que una estructura o un sistema no puedan 
ser mantenidos en su funcionamiento rutinario y deban cambiar 
31
Elementos de Ciencia Política
o ser sustituidos. A esta mirada corresponde, obviamente, la ex-
plicación marxista sobre el quiebre y la superación del sistema 
capitalista, así como las interpretaciones de la teoría crítica y la 
y Ulmer (1998) establecen también que las crisis poseen cuatro 
rasgos en tanto epifenómeno: i) son inesperadas, ii) crean incerti-
dumbre, iii) son percibidas como amenazas para los objetivos de 
la organización o el sistema, y iv) producen cambios. 
En la segunda acepción, la crisis corresponde a la pérdida de 
significados y sentidos por ausencia de metarrelatos, cuyo prin-
cipal efecto es la generación de incertidumbre. Bajo esta última 
significación, Antonio Gramsci sostiene que existe crisis «cuan-
do lo que tiene que morir no muere y lo que tiene que nacer aún 
no nace». Aunque en Gramsci subyace la idea de que la crisis co-
rresponde a la erosión de la capacidad de un bloque dominante 
para mantener su posición hegemónica (por tanto se alude a una 
situación terminal), resulta más relevante su idea de que la crisis 
es una situación contingente donde todavía no se ha consolidado 
un nuevo proyecto hegemónico (por tanto, lo que predomina 
es una situación de indeterminación respecto del futuro). Igual-
mente, Ortega y Gasset (1940) entiende que la crisis se produce 
cuando existe un declive de un sistema de creencias básicas aún 
no reemplazadas. En palabras suyas:
Hay crisis histórica cuando el cambio de mundo que 
se produce consiste en que al mundo o sistema de con-
vicciones de la generación anterior sucede un estado vital 
en que el hombre se queda sin aquellas convicciones, por 
tanto sin mundo. El hombre vuelve a no saber qué hacer, 
porque vuelve a de verdad no saber qué pensar sobre el 
mundo (Ortega y Gasset, 1956).
Corresponde, entonces, a la propia modernidad desplegar 
o no las condiciones particulares que hacen posible la tarea de 
la construcción social de sentido. La creciente expresión de la 
crisis como ausenciade sentido colectivo no sería un problema 
intencional, de voluntad o un efecto indeseado, muy por el con-
trario, sería el propio ethos del proyecto liberal lo que explicaría 
la erosión de marcos referenciales y el surgimiento de la anomia 
social (Dahrendorf, 1990). En esta perspectiva, Peter Berger y 
Thomas Luckmann (1996) han sostenido que la modernidad y 
la democracia liberal, en la medida que consolidan su proyecto 
32
Marcelo Mella
cultural, generan una erosión del sentido colectivo que tensiona 
al sujeto individual en su búsqueda de un lugar en la historia. 
Berger y Luckmann señalan:
Para juzgar de qué manera pueden ser contrarresta-
das las crisis de sentido de las sociedades modernas, es 
fundamental advertir que dos características estructu-
rales muy distintas de la sociedad moderna tienen con-
secuencias muy distintas. La diferenciación estructural 
de la función (y su organización instrumentalmente ra-
cional en la economía, la administración y el sistema 
jurídico) y el pluralismo moderno son algunas de las 
precondiciones para disfrutar de la larga lista de ven-
tajas que las sociedades modernas pueden ofrecer a sus 
miembros: la prosperidad económica y la seguridad, no 
solo material sino también psíquica, que proporcionan 
un Estado benefactor sometido al imperio del derecho y 
una democracia parlamentaria. Las mismas característi-
cas estructurales son, sin embargo, responsables además 
de que las sociedades modernas ya no tengan que des-
empeñar la función antropológica básica que todas las 
sociedades han cumplido (a saber, la generación, trans-
misión y conservación de sentido) o, al menos, de que 
las sociedades modernas ya no realicen esta tarea con el 
mismo grado de éxito relativo con que lo hicieron otras 
conformaciones sociales anteriores. Las sociedades mo-
dernas pueden contar con instituciones especializadas 
para la producción y transmisión de sentido, o pueden 
haber permitido el desarrollo de las mismas, pero ya no 
son capaces de transmitir o de mantener a nivel global 
sistemas de sentido y de valores destinados a toda la so-
ciedad. La estructura de las sociedades modernas, junto 
con la riqueza y otros beneficios, también crea las con-
diciones para la aparición de crisis de sentido subjetivas 
e intersubjetivas (Berger y Luckmann, 1996: 47).
Sostener la centralidad política de la crisis supone creer, 
como Ulrich Beck, que las sociedades modernas producen, por 
su propia dinámica, los problemas que tienen que solucionar. 
Este autor distingue dos tipos de problemas generados por la 
modernidad como proceso; el riesgo y la incertidumbre. El ries-
go sería aquel conjunto de amenazas, generalmente producidas 
por la naturaleza, que el hombre no puede controlar y que afec-
tan el fiel cumplimiento de las metas de la acción intencional. La 
incertidumbre, en cambio, sería aquellas amenazas o externali-
33
Elementos de Ciencia Política
dades que, aunque indeterminadas, han sido producidas por el 
hombre y su acción racional. Anthony Giddens llama a esta úl-
tima externalidad (incertidumbre) producida por el avance de la 
modernidad, «incertidumbre fabricada». En uno de sus trabajos 
más célebres titulado, Ensayo sobre la ceguera, José Saramago 
aborda el problema de la ausencia de coordenadas de sentido en 
las sociedades modernas, fenómeno profundizado con la caída 
de los socialismos reales a fines de la década de 1980:
El ciego alzó las manos ante los ojos, las movió, 
Nada, es como si estuviera en medio de una niebla es-
pesa, es como si hubiera caído en un mar de leche, Pero 
la ceguera no es así, dijo el otro, la ceguera dicen que es 
negra, Pues yo lo veo todo blanco, A lo mejor tiene razón 
la mujer, será cosa de nervios, los nervios son el diablo, 
Yo sé muy bien lo que es esto, una desgracia, sí, una des-
gracia, Dígame donde vive, por favor, al mismo tiempo 
se oyó que el motor se ponía en marcha. Balbuceando, 
como si la falta de visión hubiera debilitado su memoria, 
el ciego dio una dirección, luego dijo, No sé cómo voy a 
agradecérselo, y el otro respondió, Nada, Hombre, no 
tiene importancia, hoy por ti, mañana por mí, nadie sabe 
lo que le espera, Tiene razón, quién me iba a decir a mí, 
cuando salí esta mañana de casa, que iba a ocurrirme 
una desgracia como esta. Le sorprendió que continuaran 
parados, Por qué no avanzamos, preguntó, El semáforo 
está en rojo, respondió el otro, Ah, dijo el ciego, y empe-
zó de nuevo a llorar. A partir de ahora no sabrá cuando 
el semáforo se pone en rojo (Saramago, 2000: 11-12).
La expansión de las externalidades y amenazas es un proceso 
inverso a la capacidad de generar control sobre el medio a partir 
del uso de la razón. Así, la racionalización ha quedado en un 
sitial de sospecha en su capacidad de producir efectos intencio-
nales y de controlar las condiciones que rodean la decisión. Por 
ejemplo, Jon Elster, en Tuercas y tornillos (1989: 95-103) esque-
matizó la estructura de la acción racional, sus condiciones de 
posibilidad y sus consecuencias típicas. Describe la acción racio-
nal como un tipo de acción originada en un conjunto de deseos 
(preferencias) y en el marco de ciertas condiciones u oportunida-
des que la hacen posible. Bajo este esquema, la acción racional 
produciría tres tipos de efectos. En primer lugar, los resultados 
intencionales, esto es, cuando la acción genera los efectos defini-
dos a priori. En segundo lugar, los efectos no intencionales (ENI)
34
Marcelo Mella
que producen cambio de deseos, como ocurre en el mecanismo 
de adaptación de preferencias conocido como «uvas amargas». 
Finalmente, efectos no intencionales (ENI), que producen cam-
bio de oportunidades. 
Cuadro Nº 3
Estructura de la acción racional
Fuente: Elster (1989).
Desde el punto de vista de la extensión o limitación de la acción 
racional no solo se juega la capacidad de control sobre las externa-
lidades en la acción, sino también la radicalidad de los valores de la 
cultura moderna. De acuerdo a la radicalidad de la racionalización 
entendida como capacidad crítica, Ulrich Beck distingue dos mo-
mentos en la evolución del proyecto de la modernidad.
En primer lugar la llamada modernidad simple, que corres-
ponde a una fase caracterizada por la racionalización de la tra-
dición. Se trata de orientar la razón crítica frente a institucio-
nes, estructuras y valores considerados tradicionales o, en un 
sentido más laxo, irracionales. Como efecto de esta dimensión 
de la modernidad se desarrolla, en lo político, la lucha contra 
el Antiguo Régimen en sus diversas formas (institucional o cul-
tural), cuya expresión más nítida son las llamadas revoluciones 
liberales en Europa y Estados Unidos. También dentro de esta 
dimensión se encuentran las revoluciones de emancipación en 
América Latina durante el siglo XIX. No obstante, la lucha con-
tra el Antiguo Régimen o la tradición también se expresa, en 
la cultura contemporánea, en el debate público sobre temas de 
alta significación ética (aborto, muerte asistida, despenaliza-
ción del consumo de drogas, etc.).
En segundo lugar, la modernidad reflexiva corresponde 
a la racionalización de la racionalización y, por tanto, posee 
una dimensión epistémica. Para este caso, la razón crítica se 
orienta a cuestionar los fundamentos conceptuales y episté-
35
Elementos de Ciencia Política
micos que hacen posible conocer y tocar las bases del propio 
proyecto ilustrado. Se trata de un aspecto de la modernidad 
donde predomina la crítica frente a la capacidad constructiva y, 
en consecuencia, el optimismo ilustrado es reemplazado por el 
escepticismo radical. Una consecuencia de este momento es la 
percepción pesimista frente a los proyectos colectivos o la per-
cepción social extendida de que «las cosas no pueden cambiar» 
(«corrosión del carácter» en Richard Sennett y «naturalización 
de lo social» en Norbert Lechner).
Para analizar la crisis del proyecto moderno, Norbert Le-
chner (2002) identifica, por lo menos, seis grandes giros en lossignificados de la actividad política, a saber: i) reaparición de 
principios externos que guían la actividad política, ii) pérdida 
de centralidad de la política, iii) reestructuración del tiempo 
histórico, iv) desplazamiento de los límites de la política, v) ex-
tensión de los mercados a ámbitos no económicos, y vi) auge de 
la cultura audiovisual. Para este propósito Lechner, retomando 
los conceptos de Beck como elementos transversales en su aná-
lisis, distingue un momento de modernidad simple, en el que se 
manifiestan los rasgos clásicos del proyecto ilustrado y, un se-
gundo momento que llama de modernidad reflexiva, en el que 
se expresa radicalmente el sentido de la crisis contemporánea.
Heteronomía de la política 
Durante los inicios de la modernidad la sociedad abandonó 
todo principio externo de legitimación. Si la política pre-mo-
derna estuvo fundada en Dios o la naturaleza, durante la mo-
dernidad se transformó en un campo o sistema autorreferido. 
El pensamiento político moderno, con autores como Juan Bo-
dino y Nicolás Maquiavelo, enfatizó la autonomía y el carácter 
privilegiado de la normatividad política frente a otros campos 
normativos. El «paradigma del Príncipe» mostraba no solo su 
autonomía de la política, sino su preponderancia frente al con-
junto de la sociedad. En el famoso capítulo XV de El Príncipe,
Maquiavelo detalla los alcances de esta noción de autonomía 
aplicada a la política: 
Resta ver ahora cómo debe portarse el príncipe con 
los súbditos y con los amigos. Como sé que muchos han 
escrito sobre esto, dudo que no se achaque a presunción 
si me alejo, sobre todo al tratar de esta materia, de las re-
36
Marcelo Mella
glas dadas por otros. Pero intentando escribir cosas útiles 
para quienes las entienden, me ha parecido preferible ir 
en derechura a la verdad efectiva del asunto que cuidar-
me de lo que puede imaginarse sobre él. Muchos conci-
bieron repúblicas y principados jamás vistos y que nunca 
existieron. Hay tanto trecho de como se vive a como de-
biera vivirse; que quien renuncia a lo que se hace por lo 
que se debería hacer, aprende más bien lo que le arruinará 
que lo que le preservará. El hombre que quiera hacer en 
todo profesión de bueno, cuando le rodean tantos ma-
los, correrá a su perdición. Por ello es necesario que el 
príncipe, si desea mantenerse en su estado, aprenda a no 
ser bueno, y a servirse o no de esa facultad a tenor de las 
circunstancias (Maquiavelo, 1971: XV).
Con la llegada de la modernidad reflexiva o postmoderni-
dad, de algún modo la política pierde autonomía y vuelve a es-
tar referida a otros campos sociales. El paso desde teorías de la 
gobernabilidad (orientadas a generar control político mediante 
vínculos verticales de mando-obediencia) a teorías de la gober-
nanza (orientadas a generar control político mediante vínculos 
horizontales y a la refundación del pacto social) y el énfasis en 
la democratización como extensión de los mecanismos para ga-
rantizar transparencia y rendición de cuentas, podrían constituir 
buenos ejemplos de esta lógica. Pierre Rosanvallon sostiene que 
la pérdida de autonomía de la política se expresa también en la 
masificación de la desconfianza como principal síntoma de las 
democracias contemporáneas.
Los fenómenos de mayor referencialidad de la política res-
pecto de otros sectores (pérdida de autonomía) y la crecien-
te desconfianza frente a lo público, se aprecian claramente 
en América Latina durante las últimas décadas. Frente a la 
pregunta de si se gobierna para los grupos poderosos o para 
el bien de todo el pueblo, el Informe Latinobarómetro 2009 
muestra que solo en los casos de Uruguay y Panamá esta últi-
ma opción obtiene más del 50 % de las respuestas afirmativas 
(Cuadro Nº 4). Aunque para el total de la región el promedio 
de aquellos que responden «para el bien de todo el pueblo» ha 
subido desde un 24 % a un 33 %, entre los años 2004 a 2009, 
todavía una amplia mayoría (16 de 18 países) sostiene que la 
democracia no ha conseguido romper con la concentración 
elitista del poder. 
37
Elementos de Ciencia Política
Cuadro Nº 4
Cuadro izquierda: Total América Latina 2004-2009 / 
Cuadro derecha: Totales por país 2009 
Pregunta: «Diría Ud. que su país está gobernado por unos cuantos grupos 
económicos en su propio beneficio, o que está gobernado para el bien de 
todo el pueblo». * Aquí solo «Para el bien de todo el pueblo». 
Fuente: Latinobarómetro 2004-2009.
Pérdida de centralidad 
La política durante la modernidad simple consistió en la acción 
voluntaria cuya expresión típica fue la «Razón de Estado» ma-
quiavélica. Sin embargo, la condición de la política durante la 
modernidad reflexiva supone la acción en torno a redes políti-
cas, acuerdos horizontales y construcción de mayorías, más que 
en la toma de decisiones por actos de autoridad o expresión de 
principios. Si durante la modernidad clásica el fin justificaba los 
medios, en la modernidad reflexiva los actores negocian para de-
cidir lo posible, motivo por el cual se puede sostener que, en las 
democracias actuales, la elección de los medios modela los fines 
de la política. De fondo a estas transformaciones se encuentra 
el paso desde una política generada en base a la voluntad, los 
principios y la toma de posición, hacia una política centrada en 
los medios, las consideraciones estratégicas y las «ventanas de 
oportunidad» que hacen posible una decisión.
Por otra parte, si los fines aparecen subordinados a los me-
dios, en las sociedades contemporáneas la política pierde valor 
como campo normativo orientado a la «construcción» del orden 
social. La desvalorización o pérdida de centralidad de la política 
puede estar vinculada a la pérdida de propósitos colectivos y a 
38
Marcelo Mella
la percepción generalizada de que «las cosas no van a cambiar». 
Ambos fenómenos se expresan cotidianamente en el descenso 
del valor que se otorga a la política y lo público, en la privati-
zación de la política formal mediante la persistencia del clien-
telismo y en la incomprensión creciente de las funciones de la 
institucionalidad estatal. 
Esta desvalorización de la actividad política se confirma, 
para el caso de América Latina, en los datos de Latinobaró-
metro 2009. Si se considera que la democracia constituye la 
expresión más extendida de política institucional en la región, 
sorprende que a veinte años de consolidada la «tercera ola» 
los ciudadanos muestren, cada vez más, indiferencia o rechazo 
frente al sistema democrático. 
Cuadro Nº 5
Cuadro izquierda: Total América Latina 1995-2009 / 
Cuadro derecha: Totales por país 2009.
Pregunta: Algunas personas dicen que la democracia permite que se solu-
cionen los problemas que tenemos en (país). Otras personas dicen que la 
democracia no soluciona los problemas. ¿Cuál frase está más cerca de su 
manera de pensar? Aquí solo «Algunas personas dicen que la democracia 
permite que se solucionen los problemas que tenemos en (país)».
Fuente: Latinobarómetro 1995-2009.
Como se observa en el cuadro N° 5, casi un 50 % de los en-
cuestados cree que la democracia permite la solución de los pro-
blemas de cada país (el 50 % restante tiene la opinión contraria), 
siendo este nivel de expectativas constante desde 1995 a 2009, 
como aparece en la figura de la izquierda. Más de la mitad de los 
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Elementos de Ciencia Política
países de la región, en cambio, sostienen que la democracia no 
permite alcanzar dichas soluciones. Paradojalmente, el país que 
expresa mayor confianza en la centralidad de la democracia (Ve-
nezuela) es visto, por una gran cantidad de especialistas, como 
una anomalía.
Reestructuración de la visión del 
tiempo histórico 
Durante la modernidad clásica la política estaba volcada hacia 
el futuro, inspirada en la creencia en un progreso sostenido. Su 
objetivo, durante esta fase del desarrollo ideológico occidental, 
era decidir metas y conducir de modo constructivista el proceso 
social. J.G. Fichte, en Los caracteres de la edadcontemporánea
(1805), expresa con claridad esta subjetividad optimista respec-
to del devenir histórico:
La vida de la especie humana no depende del ciego 
azar, ni es, como superficialmente se deja oír harto a me-
nudo, en todas partes igual a sí misma, de suerte que haya 
sido siempre como ahora es y siempre haya de permanecer 
así, sino que va marchando y corre hacia delante según un 
plan fijo, que tiene que cumplirse necesariamente y, por 
tanto, es seguro que será cumplido. Este plan es este: que la 
especie se desarrolle en esta vida con libertad hasta llegar a 
ser la pura imagen de la razón (Artola, 1979: 549). 
La modernidad reflexiva, en cambio, diluyó la fe en el pro-
greso conforme la ambivalente experiencia histórica acumula-
da en el siglo XX, que mostraba los «avances» pero, del mismo 
modo, los «estancamientos» y las «regresiones» producidas 
por la razón ilustrada, principalmente luego de las dos guerras 
mundiales. En consecuencia, el futuro no se asocia hoy con 
una idea optimista de progreso «necesario», más bien aparece 
como oportunidad y riesgo, o simple manejo de contingencias. 
F. Fukuyama manifiesta en El fin de la historia, a pesar del 
tono optimista general del libro, una aproximación ambivalen-
te frente al futuro: 
La experiencia del siglo XX ha hecho muy problemá-
ticas las afirmaciones de que el progreso se basa en la 
ciencia y la tecnología, pues la capacidad de la tecnología 
de mejorar la vida humana depende en alto grado de un 
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Marcelo Mella
progreso moral paralelo del hombre. Sin este progreso 
moral, el poder de la tecnología se utilizará para fines ma-
los y la humanidad se encontrará peor que antes (Fuku-
yama, 1992: 33). 
Desplazamiento de los límites 
Durante la modernidad simple la política estableció sus propios 
espacios o campos. Desde una perspectiva sociológica, fue enten-
dida como un campo de sujetos especializados y competentes para 
desarrollar una práctica profesional específica. Sus trayectorias o 
carreras personales estaban claramente definidas por la práctica 
del militantismo desde la juventud, la adhesión a cuerpos doctri-
narios específicos y la capacidad para sortear los costos de entrada 
impuestos por las organizaciones partidarias para limitar el acceso 
a ellas. Desde una perspectiva espacial, con la Paz de Westfalia, 
en 1648, la política moderna fue entendida como un conjunto de 
prácticas situadas en el marco del Estado-nación. La visión gene-
ral señalaba que la principal estructura de poder eran los Estados 
y la soberanía constituía un valor y una capacidad absoluta frente 
a cualquier otra forma de poder institucionalizado. 
En cambio, durante la modernidad reflexiva la política se en-
tiende como un campo donde los sujetos encargados de «hacer 
la política» se guían, preferentemente, por criterios de factibili-
dad «técnica» o «macroeconómica». Aparecen nuevos sujetos 
como los policy makers y los technopols, generalmente econo-
mistas o ingenieros con escasa experiencia en la vida partidaria 
y con altas credenciales académicas que sustituyen a los políticos 
profesionales, tradicionalmente de formación jurídica y con una 
trayectoria convencional en el militantismo. Corresponden tam-
bién al nuevo tipo de políticos los outsiders, sujetos que entran 
a la política formal con un capital construido en otros campos 
sociales (empresa privada, mundo de la cultura, deportes, etc.). 
Desde una perspectiva espacial, la política en la modernidad 
reflexiva define sus límites en correspondencia con la expansión 
de la globalización como proceso. Por esta razón la soberanía 
no constituye, en la actualidad, ni un valor ni una capacidad 
absoluta de los Estados frente a poderes locales o estructuras de 
gobierno cosmopolita. Esta erosión en la capacidad monopólica 
del Estado de ejercer el poder dentro de un territorio se observa 
en una gran variedad de temas, que van desde decisiones de po-
lítica macroeconómica a los derechos humanos. 
41
Elementos de Ciencia Política
Para Anthony Giddens la globalización consiste en el tras-
trocamiento de las nociones de tiempo y espacio por la intro-
ducción de nuevas tecnologías. En consecuencia, la política se 
explica cada vez mejor en referencia a las interacciones, distribu-
ciones de poder, alianzas y coaliciones, asimetrías y estructuras 
institucionales propias de la globalización. Como señala Josep 
Colomer en Grandes imperios, pequeñas naciones, este nuevo 
contexto hace posible un mayor grado de competitividad entre 
estructuras de poder situadas en distintos niveles, desde lo local 
a lo cosmopolita.
Extensión de los mercados a ámbitos 
no económicos 
Como ya se ha visto, durante la modernidad simple la política se 
organizó en el contexto más general de diferenciación de campos 
sociales. La religión, la economía y la política, entre otros ámbi-
tos, establecieron sus propias lógicas normativas que les dieron 
especificidad e hicieron posible un cierto progreso en cada uno de 
estos sectores. Respecto de este proceso de diferenciación, la mo-
dernidad reflexiva implicó cierta regresión, debido a que distintas 
lógicas sectoriales extendieron su influencia sobre la política. 
Dentro del fenómeno de extensión del mercado sobre la 
política identificamos, conceptualmente, dos dimensiones. Por 
una parte, la mercantilización de la política contemporánea su-
pone que el dinero, los poderes económicos devenidos en fácti-
cos, el liderazgo y el clientelismo son cada vez más importantes 
para «hacer política». Por otra parte, desde una perspectiva 
epistémica, la ciencia política y los estudios políticos parecen 
condicionar, en buena medida, su status de cientificidad a la 
importación de categorías heurísticas provenientes de la eco-
nomía, el neoinstitucionalismo y la teoría de la elección pú-
blica (public choice). La dependencia de la disciplina respecto 
(1957), James Buchanan (Buchanan y Tullock, 1999), Kenneth 
ese fenómeno. 
En América Latina, dicha imbricación entre la política y la 
economía se expresa también a nivel subjetivo. Los datos de 
Latinobarómetro muestran la incidencia de las condiciones es-
tructurales de la economía (crecimiento PIB per cápita) para el 
desarrollo de opiniones favorables a la democracia en la región 
42
Marcelo Mella
(satisfacción con la democracia), lo que, por defecto, revela la 
complejidad del proceso de consolidación e institucionalización 
a partir de factores políticos. La economía tiende a ser factor de 
la política institucional de diversos modos. Menos frecuente, en 
cambio, resulta el proceso inverso. 
Cuadro Nº 6
Satisfacción con la democracia y crecimiento PIB per cápita
América Latina 1995-2009
Pregunta: En general, ¿diría Ud. que está muy satisfecho, más bien sa-
tisfecho, no muy satisfecho o nada satisfecho con el funcionamiento de 
la democracia? Aquí solo «Muy satisfecho» más «Más bien satisfecho» 
y «No muy satisfecho» más «Nada satisfecho».
Fuente: Latinobarómetro 1995-2009
Auge de la cultura audiovisiual 
Resulta suficientemente conocido el hecho de que la política 
moderna (modernidad simple) consideró a los medios de comu-
nicación como parte fundamental en la destrucción del Antiguo 
Régimen y la construcción de la democracia liberal. Autores 
pertenecientes al liberalismo clásico como John Stuart Mill 
(1951; 2008), Alexander Hamilton, James Madison y Richard 
Jay en los Federalist Papers (1994), junto a diversos escritos re-
dactados durante las revoluciones de emancipación en América 
Latina, permiten apreciar la importancia que tuvo la prensa 
para la edificación de las nuevas repúblicas. 
43
Elementos de Ciencia Política
Francois-Xavier Guerra señala, en su Modernidad e Inde-
pendencias, que: 
Hablar de la revolución como mutación cultural radi-
cal, lleva consigo inmediatamente el interrogarse sobre los 
lugares en que la mutación se produce, los hombres que la 
experimentan en primer lugar y los medios y ritmos con que 
la mutación se transmite a otros lugares y a otros grupossociales. Dentro de esta problemática, es también inevita-
ble que nos plateemos las condiciones previas que hacen o 
no hacen posible la difusión de las mutaciones. Entre estas 
condiciones figuran en un lugar predominante tanto la alfa-
betización como la imprenta. Estos dos últimos campos no 
pueden ser considerados solamente como cuestiones que re-
mitirían a una pura historia de la cultura, sino que afectan, 
de hecho, a la historia política (Guerra, 1993: 275).
En cambio, la política en la modernidad reflexiva ha mirado 
con creciente sospecha el rol de los medios frente a la democra-
cia. El punto de quiebre, sin duda, lo constituye la experiencia 
histórica de la prensa como mecanismo de propaganda al servi-
cio de sistemas de dominación totalitarios. Al respecto, Theodor 
Adorno, en Ensayos sobre la propaganda fascista (2005) señala: 
«La actividad proselitista, antes que por la exposición de ideas y 
argumentos, pretende actuar sobre los mecanismos inconscien-
tes de las personas. No solo la técnica oratoria de los demagogos 
fascistas es de naturaleza astutamente ilógica y seudo-emocio-
nal, lo peor es que los programas de políticos de acción concreta, 
ni sus postulados, ni ninguna idea definida desempeñan un papel 
relevante en comparación con los estímulos psicológicos dirigi-
dos al auditorio» (Adorno, 2005: 7-8). 
los medios de comunicación generan tres grandes efectos disfun-
cionales sobre la democracia: i) un marcado negativismo, dado 
que los medios exacerban el escándalo y las noticias vinculadas 
al mal funcionamiento de las instituciones; ii) la personalización, 
puesto que la política contemporánea equivale cada vez más a 
imágenes o elementos de liderazgo carismático y menos a defini-
ciones programáticas; y iii) desincronía de los tiempos, debido a 
que la política democrática posee un tiempo, determinado por la 
labor parlamentaria, que aparece como más lento que el tiempo 
instantáneo, situado en el aquí y ahora, de los medios de comu-
nicación masiva (Muñoz-Alonso y Rospir, 1995). 
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Marcelo Mella
Considerando los giros y desplazamientos de la política con-
temporánea, se advertirá que un rasgo común derivado de ellos 
es el crecimiento de la desconfianza frente a las instituciones y 
las personas. Si se observan con detención los datos disponibles 
para América Latina es posible sostener que existe un fenómeno 
importante de frustración por el desempeño de las democracias, 
expresado en incredulidad acerca de la capacidad institucional 
para dar respuesta a los problemas sociales más urgentes (Latino-
barómetro, 2009). Esta frustración podría constituir un factor de 
la desconfianza frente a las instituciones públicas. Por otra parte 
se observa, en esta misma región, que existen bajos niveles de con-
fianza interpersonal y una correlación significativa entre bienestar 
económico individual y satisfacción con la democracia. Ambas 
tendencias constituyen una manifestación de las dificultades que 
enfrenta la política para generar cohesión social en la región. 
Cuadro Nº 7
Confianza interpersonal
Pregunta: Hablando en general, ¿diría Ud. que se puede confiar en la 
mayoría de las personas o que uno nunca es lo suficientemente cui-
dadoso en el trato con los demás? Aquí solo «se puede confiar en la 
mayoría de las personas». 
Total América Latina 1996-2009 / Totales por país 2009
Fuente: Latinobarómetro 1996-2009
La tendencia hacia la disminución de la confianza institu-
cional ha sido denominada por Pierre Rosanvallon como «con-
trademocracia», en el sentido que busca perfeccionar la política 
y restaurar la confianza de los ciudadanos mediante diversos 
mecanismos definidos por el autor como «impolíticos». En este 
plano Rosanvallon señala:
45
Elementos de Ciencia Política
Si bien no hay despolitización en el sentido de un me-
nor interés por los asuntos públicos y una declinación 
de la actividad ciudadana, sí se ha modificado mucho 
cierto tipo de relación con la cosa misma de lo político. 
Pero el cambio es de otro orden del que habitualmente 
se sugiere. El problema contemporáneo no es el de la 
pasividad, sino el de la impolítica, es decir, de la falta de 
aprehensión global de los problemas ligados a la orga-
nización de un mundo común. Lo propio de las distin-
tas figuras de la contrademocracia (…) es en efecto, que 
llevan al aumento de la distancia entre la sociedad civil 
y las instituciones. Delinean así, una suerte de contra-
política fundada sobre el control, la oposición, la dismi-
nución de poderes que ya no se busca prioritariamente 
conquistar (Rosanvallon, 2007: 38). 
Valores y desempeño democrático
En una perspectiva comparada, Ronald Inglehart ha analizado 
las principales transformaciones culturales de nuestra época y su 
relación con el surgimiento y la evolución de la democracia. Para 
este autor existen dos grandes enfoques respecto del papel de la 
cultura en el desarrollo democrático. El primero de ellos, con 
autores como Francis Fukuyama, Samuel Huntington y Robert 
Putnam, sostiene que son las tradiciones culturales las estructu-
ras encargadas de modelar el desarrollo económico y político. La 
segunda perspectiva, con autores como Karl Marx y Daniel Bell, 
sostiene que es el desarrollo económico el factor que modifica 
la cultura. Para Inglehart, estas dos hipótesis –aparentemente 
competitivas– pueden ser formuladas, mediante una relación de 
complementariedad, en un esquema como el que sigue:
status quo
Concretamente, Inglehart sostiene que:
El desarrollo está conectado con un síndrome de 
cambios predecibles que se alejan de las normas sociales 
absolutas y se acercan a valores cada vez más racionales, 
tolerantes, de confianza y post-modernos. Pero la cultu-
ra depende del camino. El hecho que una sociedad haya 
sido históricamente protestante u ortodoxa o islámica o 
confuciana da lugar a zonas culturales con sistemas de 
46
Marcelo Mella
valores altamente diferenciados que persisten cuando se 
deja fija la variable de los efectos del desarrollo económi-
co» (Huntington y Harrison, 2001: 131).
Desde fines de la década de 1990 Inglehart, mediante estudios 
empíricos de gran cobertura, ha investigado sobre los grandes 
cambios de orientación valórica en el mundo. El gráfico siguien-
te muestra los procesos de modernización y postmodernización
en una evolución de tres momentos; se inicia con la preeminen-
cia de la autoridad tradicional basada en valores religiosos y 
comunitarios, continúa con la supremacía de la autoridad le-
gal racional basada en la motivación de logro y culmina con la 
erosión del principio de autoridad apoyado en un conjunto de 
valores definidos como post-materiales. En este esquema, dicho 
autor presenta una relación entre los niveles de desarrollo eco-
nómico y desplazamientos valóricos en las sociedades. De este 
modo, las sociedades organizadas en contextos de economías en 
estado estacionario tienden a asociarse con valores religiosos y 
comunitarios, así como con un concepto de autoridad tradicio-
nal. Por su parte, aquellas sociedades generadas en contextos 
de crecimiento económico se asocian con valores de logro y un 
concepto de autoridad legal-racional. Asimismo, en sociedades 
que han alcanzado la maximización del bienestar se produce un 
desplazamiento hacia valores «post-materiales» y una atenua-
ción del principio de autoridad por relaciones de tipo horizontal. 
Cuadro Nº 8
Evolución en la estructura de valores según Inglehart
Fuente: Inglehart, World Values Survey 
<
47
Elementos de Ciencia Política
Mediante la Encuesta Mundial de Valores, Ronald Ingle-
hart analiza los procesos de cambio cultural a escala mun-
dial en base a dos dimensiones que permitirían representar la 
ubicación y los desplazamientos valóricos de las sociedades. 
La primera dimensión (eje vertical en el cuadro siguiente), co-
rresponde al eje valores tradicionales vs. valores seculares-
racionales. De acuerdo a lo observado en estos estudios, «las 
sociedades ubicadas en el polo tradicional

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