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265822442-Mural-is-Mo-Mexicano

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Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal
Sistema de Información Científica
Sánchez-López, Indira
Representaciones y expresiones de lo mexicano en los muralistas de la primera generación
Contribuciones desde Coatepec, núm. 24, enero-junio, 2013, pp. 67-83
Universidad Autónoma del Estado de México
Toluca, México
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Contribuciones desde Coatepec,
ISSN (Versión impresa): 1870-0365
concoatepec@uaemex.mx
Universidad Autónoma del Estado de México
México
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AceptAcIóN: 04/12/12 67
ISSN: 1870-0365, Año xII, Número 24, eNero-juNIo 2013, págINAS 67-83.
recepcIóN: 13/06/12
reeNvío: 17/02/13 
Coatepec
Contribuciones desde
Representaciones y expresiones de lo mexicano en los 
muralistas de la primera generación
Representations and Expressions of “Mexican” 
in the First Generation of Muralists
indira sáncHez-lóPez*
Resumen: El movimiento muralista mexicano, que tuvo sus orígenes en la etapa posrevolucionaria y 
fue impulsado por José Vasconcelos, se convirtió en una expresión artística cuyas obras expusieron 
contenidos que enfatizaban lo nacional y lo mexicano. En ellas se puede encontrar un amplio repertorio 
iconográfico del que destacan escenas alusivas a la historia nacional y a la vida popular. Entre los prin-
cipales exponentes de la primera generación de muralistas se encuentran: Diego Rivera, David Alfaro 
Siqueiros, Fermín Revueltas, Fernando Leal, Jean Charlot, Amado de la Cueva y Roberto Montenegro, 
artistas que en sus murales plasmaron paisajes, personajes, acontecimientos y demás escenarios, cuyos 
componentes pretenden ser un reflejo de lo nacional, para lo cual rescataron, en sus representaciones, 
símbolos y formas relacionadas con la identidad mexicana.
Palabras clave: Vida popular, Expresión artística, Muralismo mexicano, Etapa posrevolucionaria
Abstract: Mexican muralist movement, which had its origins in the Post-Revolutionary period and was boosted by José Vascon-
celos, became an art, whose works exhibited contents that emphasized the issues on the national and the Mexican. In them, can 
be found an extensive repertoire iconographic, which highlights scenes from the national history and folk life. Among the leading 
exponents of the first generation of muralists are: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Fermín Revueltas, Fernando Leal, 
Jean Charlot, Amado de la Cueva and Roberto Montenegro. Artists who captured in his murals landscapes, personages, events 
and other scenarios whose components intended to be a reflection of the national, for which they rescued, in their representations, 
symbols and forms related to Mexican identity.
Keywords: Mexican Muralism, Post-Revolutionary Period, Artistic Expression, Folk Life
* Universidad Autónoma del Estado de México, México, indy_sl@hotmail.com
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indira sáncHez-lóPez
Introducción
El muralismo mexicano fue un movimiento artístico cuyas obras formularon una gama de imágenes que alimentaron una visión —al interior y al exterior del país— sobre lo mexicano. A través de la creación de distintos escenarios plásticos, 
los artistas ofrecieron una concepción de hechos relativos a la historia y cultura mexicanas. 
En el presente artículo se hará una breve revisión sobre algunas obras murales elaboradas 
por artistas de la primera generación, para describir y explicar los distintos fenómenos, 
procesos, acontecimientos y problemáticas que muestran en sus contenidos y que están 
ligados a una representación de la vida mexicana en diversas facetas. 
Para tales fines, se han seleccionado siete obras murales ubicadas en distintos re-
cintos y edificios públicos, con el objetivo de conocer el carácter de tales composiciones, 
así como las distintas vetas temáticas explotadas por los pintores en ellas y la postura 
ideológica que asoma en algunas de las creaciones, según las preferencias y necesidades 
de cada uno de los autores. 
Cuerpo del trabajo
El muralismo mexicano fue un movimiento artístico que surgió a partir de la década de 
1920, después de la Revolución Mexicana; durante esta etapa el país experimentaba un 
proceso de reacomodo político y el nuevo régimen buscaba la consolidación del poder. 
Por tal motivo, resultaba necesario apoyar e impulsar una serie de acciones que orientaran 
tales propósitos e incentivaran la unidad nacional. 
Un antecedente primordial del muralismo mexicano es la participación de Gerar-
do Murillo, conocido como el Dr. Atl, quien tuvo un papel preponderante al exponer la 
necesidad de un arte propiamente mexicano. El muralista generó en los jóvenes el deseo 
de pintar sobre los muros, por lo que, previo al estallido de la Revolución Mexicana, 
realizó gestiones con el gobierno para conseguir los espacios necesarios y poder iniciar 
la creación de un arte monumental en recintos públicos.
Como consecuencia de tales demandas se creó la primera Escuela de Pintura Mural 
al Aire Libre en Santa Anita, con la intención de que los jóvenes alumnos pudieran expe-
rimentar con mayor libertad la enseñanza y producción del arte, alejada de los cánones 
tradicionales impuestos por la Academia. Es así que:
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rePresentaciones y exPresiones de lo Mexicano en los Muralistas de la PriMera Generación
El rescate de esta valiosa tradición popular marginada por la academia constituyó uno de 
los elementos de ruptura con el arte dominante que impulsó al movimiento muralista; 
igualmente la gráfica popular que se desarrolla en México durante el siglo xx tiene 
también en Posada un vigoroso antecedente (Cimet, 1992: 53).
En su amplia producción de dibujos, carteles y grabados, José Guadalupe Posada expuso 
asuntos políticos, situaciones de la vida cotidiana, entre otras problemáticas que privaban 
en la sociedad porfirista; asimismo, influiría posteriormente en muralistas como José 
Clemente Orozco y Diego Rivera.
Sin embargo, el muralismo como movimiento comenzó de manera formal cuando 
José Vasconcelos —quien regresó a México en 1920 después de un destierro— fue nom-
brado rector de la Universidad Nacional y tuvo la posibilidad de impulsar y dirigir un 
conjunto de iniciativas en el campo del arte y la cultura. En el discurso que pronunció 
al ser presentado para dicho cargo, manifestó: 
En estos momentos yo no vengo a trabajar por la Universidad, sino a pedir a la Univer-
sidad que trabaje para el pueblo. […] Organicemos entonces el ejército de los educadores 
que sustituya al ejército de los destructores. […] Ojalá que esta Universidad pueda 
alcanzar la gloria de ser iniciadora de esta enorme obra de redención nacional (Tibol, 
2007: 50). 
En esta disertación se concentran algunas de las aspiraciones y premisas esenciales que 
guiaron la labor de quien, posteriormente, sería el secretario de Educación Pública du-
rante el gobierno obregonista, y que en tal calidad encabezaría la producción de un arte 
público y monumental. Por lo anterior, la acción vasconcelista es fundamental para ini-
ciar y consolidar este amplio y diversificado proyecto el cual, al estar orientado en gran 
medida a una población analfabeta, buscaba generar en las imágenes un medio didáctico 
al que todospodían acceder.
Otro claro ejemplo de las estrategias emprendidas por el gobierno en turno para 
promover actividades culturales, y de la amplia labor educativa, fueron las llamadas misiones 
culturales, a través de éstas se recorrieron distintas zonas del país con el propósito de acercar 
a la población a diferentes manifestaciones artísticas y expresiones de la cultura.
En el campo artístico, el muralismo fue la expresión que satisfacía la pretensión de 
un arte hecho para el pueblo; mediante él se podían plasmar las reivindicaciones logradas 
y los héroes nacionales que lucharon por la libertad y la justicia, todo esto a manera de 
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un recuento histórico enriquecido con personajes y acontecimientos que ofrecían una 
imagen positiva y propositiva de la nación mexicana; también se representaban aspectos 
del folclor mexicano y de su riqueza cultual. 
En 1923 se redactó el Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores donde 
se establecieron las premisas centrales del arte mural de la posrevolución, a saber, un 
arte monumental, público y de contenido social, cuyos aspectos fundamentaron y sin-
gularizaron al muralismo mexicano, esto generó una ruptura con la concepción del arte 
prevaleciente en el porfiriato e impulsó una estética de lo nacional en la que la cultura 
mexicana, sus prácticas y manifestaciones ocuparán un lugar central. 
Las obras murales realizadas a principios de la década de 1920 permanecen en 
diversos recintos, actualmente son testimonios de una labor plástica capaz de contagiar a 
una gran cantidad de artistas que comprendieron las necesidades de su época e hicieron de 
los muros un medio para evocar e ilustrar el pasado histórico y construir una imagen de 
lo mexicano. En este sentido, las múltiples representaciones pictóricas que se encuentran 
en los murales soportan y articulan un discurso directamente vinculado a una concepción 
de México, de su territorio, de su población y en general de su cultura.
Debido a su prolongación por décadas, los pintores que han formado parte del 
muralismo mexicano pueden ser clasificados —siguiendo la propuesta de Leticia Ló-
pez Orozco (2010)— en tres generaciones, lo cual permite ubicar y contextualizar con 
mayor facilidad a las obras y a los representantes de esta corriente artística. La división 
por generaciones está sustentada en la temporalidad de creación de las obras y sus líneas 
temáticas.
Los muralistas de la primera generación pintaron desde mitad de la década de los 
veinte y privilegiaron temáticas como educación, justicia, libertad, igualdad, trabajo, 
identidad nacional, costumbres y tradiciones, historia nacional y culturas ancestrales. 
Entre algunos de sus principales representantes encontramos a Diego Rivera, David 
Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Xavier Guerrero, Fernando Leal, Jean Charlot, 
Fermín Revueltas y Carlos Mérida.
Los muralistas de la segunda generación ejecutaron sus obras desde mediados de la 
década de los treinta y abordaron temáticas como la lucha de clases, el antiimperialismo, 
el antibelicismo, la libertad de expresión, la lucha obrera, el progreso y la salud. Entre sus 
representantes destacan Pablo O`Higgins, José Chávez Morado, Alfredo Zalce, Antonio 
Pujol, Raúl Anguiano, Ángel Bracho, José Guadalupe Zuno, entre otros.
La tercera generación pintó desde principios de los sesenta y se concentró en temá-
ticas como democracia, personajes históricos, reivindicaciones sociales y políticas, dere-
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chos civiles, derechos humanos, movimientos sociales y ecología. En ella encontramos a 
Arturo García Bustos, Arturo Estrada, Guillermo Monroy, Rina Lazo, Adolfo Mexiac, 
Federico Silva, entre otros.
Por estas generaciones desfilaron numerosos creadores que atendieron desde sus 
obras a diferentes aspectos enmarcados en temas ya sea históricos, religiosos, sociales o 
culturales. Fueron los artistas pertenecientes a la llamada primera generación quienes 
tomaron inicialmente la encomienda de realizar un arte monumental y plasmaron en los 
muros distintas temáticas y escenas mediante las cuales forjaron en el imaginario colectivo 
una serie de paisajes, personajes y símbolos que aceptaban y consolidaban ciertos hechos 
y valores sobre la nación mexicana. Además, en los muralistas de la primera generación 
existió una fuerte politización y una marcada intención por realizar obras con contenido 
social en las que se perfilara una estética de lo mexicano, según lo establecía el anterior-
mente citado Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores. 
Los muralistas de la primera generación representan, pues, el semillero de artis-
tas que logró conformar en las obras escenarios en los que se expresaba con ahínco lo 
mexicano; concepto por el cual se entiende la serie de elementos, atributos y símbolos que 
caracterizan a México como pueblo y que son parte de su historia, cultura e identidad. 
En virtud de lo anterior, esta noción está íntimamente ligada a lo nacional, dado que este 
término remite a los rasgos propios de una nación, en tanto ente geográfico, político e 
histórico delimitado.
Es necesario señalar que se han seleccionado estas obras murales debido a que en 
ellas se representan hechos concretos sobre temáticas socio-políticas, culturales y religio-
sas. Algunas son la expresión de momentos históricos particulares en los que afloraron 
con fuerza ideologías y posturas políticas, que se pensaba, debían trasformar la vida 
social del país; en otras, se pueden apreciar los usos y costumbres que tienen lugar en la 
cotidianidad del pueblo mexicano y también las formas de religiosidad convertidas en 
festividades y tradiciones que estructuran y organizan las relaciones sociales entre los 
individuos. Asimismo, cada una de estas creaciones murales son representaciones de lo 
mexicano y lo nacional porque sustentan su relato iconográfico en la historia y en las expre-
siones populares de México.
 Los muralistas aprovecharon la coyuntura social e histórica para participar en 
este movimiento artístico; mediante sus imágenes, propusieron representaciones sobre lo 
nacional y lo mexicano, así como otros elementos visuales directamente vinculados a sus 
posturas políticas e ideológicas. David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera utilizaron algunas 
de sus obras murales para manifestar sus preferencias e ideales políticos. 
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Diego Rivera, artista de origen guanajuatense, mantuvo a lo largo de su vida una 
serie de simpatías ideológicas que no estuvieron desligadas de su producción mural, dado 
que,
Las sucesivas posiciones políticas adoptadas por Rivera (consecuencia quizás de un 
individualismo anárquico) permiten ubicarlo (con todas la incongruencias derivadas 
de tal sucesión) como zapatista, leninista, trotskista, almazanista, panamericanista, 
lombardista, stalinista, y un luchador por la paz convencido, por fin, de que toda su 
vida sería un sinsentido sino se reintegraba como militante del Partido Comunista 
Mexicano, del que fue expulsado en julio de 1929 y al que ingresó a fines de 1922 
(Tibol, 2007: 87). 
En el mural que se abordará a continuación se puede identificar la filiación política de su 
creador y las ideas que alentaron la realización de este tipo de representación.
En 1928, Rivera elaboró en uno de los muros de la Secretaría de Educación Pública 
(sep) el mural Balada de la revolución proletaria, también conocido como Arsenal de Armas —que 
forma parte del mural El corrido de la revolución—. En esta composición coexisten elementos 
y símbolos que son enmarcados por una construcción en formade arco, sobre el cual 
hay un listón rojo en el que se puede leer: Así será la revolución proletaria son las voces del obrero 
rudo lo que puede darles mi laúd, fragmento de la frase que se extiende en otras secciones de 
la obra. 
En primer plano se observa, en la parte derecha, a un hombre con vestimenta obrera 
de color azul, que a la altura del pecho lleva una estrella roja de cinco picos, boina café 
y unas cartucheras, y sostiene un rif le con ambas manos. Detrás de este personaje hay 
otro hombre que lleva un sombrero que tiene una estrella con las mismas característica; 
es de resaltar el parentesco que este sujeto guarda con la fisonomía del también pintor 
muralista David Alfaro Siqueiros, aspecto sin duda completamente intencional, al igual 
que el de incorporar en la composición a otras personalidades del ámbito del arte y la 
política, como veremos enseguida.
En la parte media de la obra destaca la presencia de Frida Kahlo, con camisa roja 
y pantalón negro, con la mano izquierda toma un fusil y con la derecha sostiene unas 
bayonetas grises. En la parte izquierda sobresalen dos sujetos: el político cubano Antonio 
Mella, que lleva vestimenta azul y sombrero café con franja negra, y la fotógrafa Tina 
Modotti, que aparece de perfil izquierdo con blusa rojinegra y falda negra; ella tiene en 
las manos una canana repleta de balas. 
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En segundo plano hay un conjunto de obreros armados que se disponen a salir 
enfilados y se entrecruzan con un grupo de revolucionarios que visten camisa de manta, 
paliacate rojo en el cuello, canana al pecho y sombrero café, los cuales avanzan cabalgando 
y portando una bandera roja con la consigna zapatista de Tierra y libertad. 
La obra se compone de una gran cantidad de elementos y personajes que asemejan 
trabajar por un fin común. Asimismo, considerando que “las pinturas murales de Rivera 
tienen sus motivos dominantes: la exaltación del indio mexicano, la crítica a los poderes 
que lo han oprimido y que lo oprimen, la liberación de aquél en el porvenir por medio del 
socialismo” (Ramos, 1986: 34), en esta obra se puede apreciar cómo el artista visualizaba 
las posibilidades del cambio y la superación a través de la planificación y la organización 
colectiva entre los diferentes integrantes de la sociedad.
En la parte media superior, un obrero con overol, sombrero y paliacate rojo en el 
cuello, dirige al conjunto de trabajadores antes referenciado, y señala hacia el frente con 
el brazo izquierdo extendido, mientras que con el derecho sostiene una enorme bandera 
comunista, que representa a la revolución rusa y también a la tradición laborista que evoca, 
mediante los símbolos de la hoz y el martillo amarillos y sobrepuestos, la unión de los 
trabajadores y representa tanto al proletariado industrial como al campesinado.
Asimismo, también en primer plano y en la parte media de la composición, se 
observa a dos niños, ambos aparecen de espaldas, portando overol y camisa blanca, uno 
de ellos ayuda en la labor acomodando fusiles en un cajón de madera, el otro observa las 
cartucheras que sostiene la fotógrafa Tina Modotti. La presencia de hombres, mujeres y 
niños expresa la concepción que el pintor tenía sobre la revolución de la clase trabajado-
ra como un movimiento en el que, sin importar el sexo o la edad, se debiera colaborar, 
aunado al hecho de que:
con la presencia de las mujeres Rivera dio imagen a lo expresado por Lenin en noviem-
bre de 1918 en el primer congreso de las obreras de Rusia: no puede haber revolución 
socialista si una inmensa parte de las mujeres no interviene en ella (Tibol, 2007: 181). 
El escenario que conformó el artista está basado en la presencia de los personajes, las 
armas y la maquinaria que definen la posición de los sujetos involucrados, así como la 
intención de la obra por ilustrar las cualidades y necesidades de la lucha social, para ex-
poner a la revolución como una acción fundamentada en el interés común y en el deseo 
de cambio.
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Por lo anterior, en esta composición existe una intercalación de escenas en las que 
se entrecruzan tanto sucesos como ideales revolucionarios, en los que la participación 
colectiva y organizada son factores sustanciales. Como vemos, el artista decidió repre-
sentar a algunas personalidades con las que tuvo cercanía y relación en la vida real, y las 
utilizó en la obra como impulsores del cambio y de la praxis social; además, los colores 
que empleó para recrear la vestimenta de los personajes y algunos otros elementos están 
ligados a la ideología comunista con la que se identificaba el muralista.
La obra expresa un anhelo social fundamentado en una ideología política en la que 
cada sujeto cumple un rol y resulta indispensable, por lo que se visualiza, un escenario 
en el que no existen jerarquías, sólo la acción conjunta orientada a un fin común a través 
de la inclusión de diferentes sectores sociales. Armas, maquinaria, obreros, campesinos, 
artistas, mujeres y niños hacen de la composición un entramado pictórico dinámico que 
tiene como base el trabajo y la igualdad entre los sujetos involucrados.
David Alfaro Siqueiros, muralista partidario del socialismo, ejecutó distintas obras 
en las que expresó sus ideales y preferencias ideológicas. Sin embargo, antes de abordar la 
obra seleccionada de este artista, es esencial señalar tanto los afanes constantes que tuvo 
por experimentar plásticamente, como algunos de los aspectos técnicos que constituían 
elementos importantes para lograr los efectos y resultados deseados en las composiciones, 
como, por ejemplo, la perspectiva aérea, que permitía al muralista obtener una visión a 
distancia de la proporción y ubicación de las imágenes en la obra, así como también la 
utilización del aerógrafo, dispositivo con el que era posible recubrir con pintura determi-
nadas superficies.
Un dato importante en la biografía de este artista es su encarcelamiento debido a 
su militancia política. A partir de 1925 intervino en actividades políticas y sindicales en 
distintas partes del mundo, como Moscú, Montevideo, Buenos Aires y Nueva York, e 
incluso llegó a ser secretario del Partido Comunista Mexicano y a ocupar otros cargos 
de esta naturaleza. Lo anterior revela la preocupación e interés del pintor por la clase 
obrera, aspecto reflejado en algunas de las composiciones murales que realizó después 
de salir de la cárcel, en una serie de retablos proletarios. De igual forma, 
habría que recordar también que una de las causas que se alegaron para recluir al artis-
ta en Lecumberri, de 1960 a 1964, fue el contenido “subversivo” que tenía su propia 
pintura, lo que ésta proponía a través de sus imágenes; no en vano se le calificaba como 
“pintor comunista”, al igual que a Diego Rivera (INBA, 1997:26).
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rePresentaciones y exPresiones de lo Mexicano en los Muralistas de la PriMera Generación
Por ello, para comprender la intencionalidad de la obra mural de este artista es necesario 
tomar en cuenta su postura ideológica.
De este autor, se analiza la obra mural Por una seguridad completa y para todos los mexicanos, 
ejecutada con la técnica de la piroxilina entre 1952 y 1954, ubicada en el vestíbulo del 
auditorio Antonio Caso, en el Hospital de la Raza del Instituto Mexicano del Seguro 
Social (iMss). En esta obra, de gran extensión, se encuentra una síntesis plástica que abarca 
la concepción del artista sobre las condiciones laborales del obrero mexicano, el carácter 
de la lucha y el papel de la mujer en la misma. 
En la parte izquierda de la obra se localiza una escena alusiva a la vida laboral de 
los trabajadoresen las fábricas y empresas. Hay un obrero muerto con el rostro y la ca-
beza ensangrentados; el cadáver del hombre reposa sobre una larga línea de producción 
gris, que forma parte de un engranaje superior visualizado al fondo a través de enormes 
estructuras circulares que dan la impresión de conducir al vacío. Tres trabajadores ob-
servan desolados e impotentes el cadáver de su compañero en medio de un escenario en 
el que la maquinaria parece succionar al occiso. El artista expresa en este fragmento las 
consecuencias de una vida laboral ardua, en ocasiones peligrosa, que expone a los obreros, 
pero, sobre todo, denuncia la vida en las fábricas, en las que el trabajador es deshumani-
zado y visto como una pieza más susceptible de ser reemplazada; es decir, un operario 
cualquiera que es una parte más del sistema de producción y es absorbido día a día por 
una dinámica enajenante y devastadora. 
En la parte central del mural está una figura humana musculosa, con los brazos 
extendidos y en movimiento, la cual se desplaza acompañada de fuego. “Proyectándose 
desde el horizonte hacia el espectador, se ve la figura de Prometeo, que lleva en la mano, 
para entregarlo al hombre, el fuego de la creación y de la vida” (Rodríguez, 1992: 87). 
Cabe mencionar que el artista configuró de manera particular a este personaje mítico en 
la obra, ya que su imagen dista de la representación habitual que encontramos de éste.
En la parte izquierda se encuentra un grupo de mujeres con faldas ondeantes que 
avanzan con gesto alentador. Dos de ellas encabezan el recorrido, una carga en sus brazos 
a un niño y la otra lleva unas espigas de trigo. Una de las mujeres que va detrás sostie-
ne unos documentos enrollados. En esta escena, el autor hace un reconocimiento a la 
participación femenina en el ámbito social y muestra a las mujeres como fuente de vida, 
esperanza, así como auténticas promotoras del cambio que conducirá a un mejoramiento 
de las condiciones de vida.
Un aspecto que destaca en la composición mural es la integración del persona-
je mítico de Prometeo entre dos escenas con sentido opuesto, la de los trabajadores, un 
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fragmento doloroso sobre la injusticia social y la explotación laboral, y el que conforman 
las mujeres como una expresión de la libertad y de los ideales por los que se une y lucha 
un pueblo. En este sentido, la figura de Prometeo, considerado en la mitología griega el dios 
protector de la civilización humana, alimenta visual y simbólicamente las escenas que 
están a los costados, en las que el protagonista es el pueblo, de un lado como víctima de 
la desgracia y padeciendo la injusticia y, por otro lado, como elemento esperanzador que 
marcha firme hacia el futuro. Por lo tanto, el artista sugiere que si bien el pueblo —par-
ticularmente la clase trabajadora— está desprotegido, expuesto y vulnerable ante ciertas 
condiciones, también es el que representa la semilla para generar nuevas condiciones de 
vida, un pueblo que a pesar de todo, está amparado, en este caso por la figura abarcadora 
de Prometeo que irrumpe abruptamente ambos escenarios.
Asimismo, encontramos otras obras murales de Siqueiros como Entierro del obrero 
sacrificado (1922-23) en lo que fuese la Escuela Nacional Preparatoria, y luego Colegio 
de San Ildefonso, Un mitin obrero (1932) en Chovinard School of Arts, en los Ángeles, o 
Retrato de la burguesía (1939) en el Sindicato Mexicano de Electricistas. En estas últimas 
dos composiciones, empleando como herramienta el aerógrafo y, como es notorio, a partir 
de estos títulos, “no resulta difícil advertir las relaciones dialécticas que Siqueiros esta-
bleció entre el quehacer artístico y el político” (inba, 1997: 26), ya que tales obras dejan 
ver la opinión del artista sobre las desigualdades sociales, así como también la visión de 
la clase trabajadora como protagonista fundamental en los procesos de trasformación 
social, cuestiones que provienen de la doctrina socialista, en la que el proletariado es la 
clase que puede y debe producir el cambio social. 
Como hemos visto hasta ahora, algunos muralistas no separaron sus creencias per-
sonales y filiaciones políticas de su labor artística, muy por el contrario, las convirtieron 
en una evidencia de las mismas; sin embargo, otros artistas optaron por representar y 
destacar determinados acontecimientos y figuras históricas o bien por recrear escenarios 
en los que exponen una tradición, una costumbre y demás características étnicas de una 
región, como es el caso de las obras que se tratarán a continuación.
El Colegio de San Ildefonso es un recinto significativo, dado que fue uno de los 
edificios en los que pintaron impetuosamente algunos muralistas de la primera genera-
ción, por lo que alberga en sus muros un abanico de expresiones que dan cuenta de la 
diversidad temática que abarcaron estos pintores. Incluso, Diego Rivera realizó en 1922, 
en el anfiteatro de este lugar, la obra mural La creación, considerada la que inaugura este 
movimiento artístico. 
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rePresentaciones y exPresiones de lo Mexicano en los Muralistas de la PriMera Generación
Fermín Revueltas pintó (de 1922 a 1923) en este recinto la obra mural Alegoría de 
la Virgen de Guadalupe. La composición muestra en la parte media y superior la imagen de 
cuerpo entero de la Guadalupana entre nubes y con un fondo de azulado cielo, permanece 
parada sobre una luna que sostiene un hombre robusto y está rodeada de una mandorla 
amarilla —aura tradicional— que se extiende hasta los extremos derecho e izquierdo, 
en los que se encuentran dos mujeres que parecen venerar su imagen.
En la parte inferior de la obra, el artista representa a un grupo de personas con-
formado por hombres, mujeres y niños que se reúnen bajo la imagen de la Virgen. Cabe 
resaltar la piel morena, tanto de la Virgen como de sus devotos, cuya apariencia tiende 
a lo indígena, por lo que la imagen de la Guadalupana aparece como un símbolo de la 
identidad religiosa de la nación mexicana y de la adoración que su pueblo le rinde. No 
obstante su incursión en el muralismo, Revueltas se dedicó primordialmente a la pintura 
de caballete, en la que el uso de la forma y el color son característicos, y conservó su afán 
por representar lo mexicano, además de que: 
su colorido exaltado, que ya se aprecia desde La alegoría de la Virgen de Guadalupe, se volvió 
más estridente, pero refinado en cuadros como La siembra, Nadadores, Danzantes de Yautepec, 
La danza del venado y La barranca de Oblatos, todas de 1933 (Arguello, 2010: 65-68).
Por lo anterior, en esta obra sobre la Guadalupana, el artista logra acentuar el carácter 
religioso y divino de esta advocación mariana, gracias al empleo de colores intensifica-
dos, como el amarillo, el azul y el verde, que son esenciales para destacar la imagen de la 
Virgen y distinguirla de sus fieles, los cuales integran una escena visualmente cargada, 
que remite a la devoción de la que ésta es objeto. En esta representación, la Virgen está 
rodeada de una luminosidad que se extiende y parece cobijar y brindar protección a sus 
devotos que permanecen reunidos junto a su imagen, de fondo, un paisaje campirano 
que se pierde ante la magnificencia de la Guadalupana, cuya adoración se convierte en 
un motivo de unión e identidad social, expresado en la congregación de individuos que 
comparten un sistema de fe. De esta forma, en la obra se representa a la Virgen de Gua-
dalupe como un elemento cohesionador del pueblo mexicano y cuya imagen se convierte 
en un símbolo de identidad para el mismo.
La siguiente obra mural que me interesa referenciar es La fiesta del señor de Chalma de 
Fernando Leal, realizada en 1923, en este mismo edificio. En este mural el autor elaboró 
la representación de una fiesta religiosa en la que sevenera al santo patrono de Chalma 
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—un Cristo negro que se encuentra en la parte derecha de la obra—, seguido por unas 
mujeres con la cabeza cubierta que se dirigen al santo con unos cirios encendidos en ac-
titud de devoción, y a un lado está un sacerdote que junta las palmas en señal de oración 
y observa satisfactoriamente a los fieles. En la parte media hay unos hombres cubiertos 
con unos sarapes y otros que están sentados con gabán y sombrero. Destaca la presencia 
de tres niñas vestidas de blanco portando unas coronas de flores. La parte derecha de la 
composición se conforma por unos danzantes cuya indumentaria está enriquecida por 
telas de colores, collares, bastones con listones, matracas, máscaras y penachos que ilustran 
esta tradición. Cierran la escena tres mujeres que llevan mantos que les cubren la cabeza y 
parte del cuerpo, permanecen sentadas sobre el suelo con intención de descanso, aunque 
una de ellas se está persignando. 
Otra de las imágenes que resalta en la obra es un estandarte en el que se puede 
leer Estandarte de la Asosiacion de dansantes del milagroso Sr de Chalma [sic]. Asimismo, se pueden 
apreciar algunos elementos como el pan, la fruta, las flores y los cirios que acentúan el 
carácter festivo de esta tradición y la muestran como un aspecto importante del folclor 
mexicano, así como un acto integrador y articulador de la vida colectiva de los pueblos 
en México. Por lo tanto, la temática de esta obra se sustenta en el sistema de valores y 
creencias que se practican en algunas regiones de México y que derivan en formas de 
convivencia que propician la cohesión social. La representación de esta fiesta religiosa, 
plagada de colores, movimientos y símbolos, es una clara reminiscencia de las múltiples 
y habituales manifestaciones que forman parte de la cultura popular en México, en las 
que el pueblo se reúne para llevar a cabo ritos y protocolos en los que cada individuo 
toma un lugar y cumple una función, en este caso una festividad religiosa en la que el 
santo patrono es objeto de devoción a través de la celebración que sus fieles le rinden y 
de la que participan distintos personajes como sacerdotes, danzantes, niños, hombres y 
mujeres que protagonizan la fiesta y la significan en un escenario en el que se mezcla el 
fervor y el regocijo de los creyentes.
Jean Charlot, quien: 
en 1922 se interesa por el movimiento de la pintura mural, al cual se incorpora impul-
sado, sobre todo, por los conocimientos que tenía de la técnica del fresco. Es primero 
ayudante de Rivera en el Anfiteatro Bolívar, y luego realiza su propia obra (Suárez, 
1972: 120). 
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rePresentaciones y exPresiones de lo Mexicano en los Muralistas de la PriMera Generación
Este autor, de origen francés aunque con ascendencia mexicana, durante su estancia en el 
país logró ilusionarse y contagiarse del espíritu popular de la pintura mural.
En 1923 realizó en la Secretaría de Educación Pública una obra mural al fresco 
llamada Las lavanderas, cuya escena principal, como su nombre lo anuncia, representa a tres 
mujeres que hincadas lavan unas prendas, extendiendo los brazos y ejerciendo fuerza de 
manera notoria para ejecutar a la usanza tal acción. En la parte izquierda está una niña 
de pie, que se recarga sobre una pared y mira atentamente a las lavanderas. En segundo 
plano aparece una mujer con rebozo que lleva cargando sobre su cabeza un bulto con 
ropa sucia, la cual, muy probablemente, se dispone a tallar en compañía de las demás 
señoras. Más atrás llega también otra mujer vestida igualmente con rebozo, quien, a 
diferencia de la anterior, lleva cargando su ropa sobre la cabeza en un cesto. En un plano 
superior izquierdo de la composición se observa a unas mujeres que tienden, en medio 
de un espacio abierto y sobre una barda baja, unas sábanas que resaltan por su blancura 
en este paisaje campirano. 
A través de estas imágenes, el artista consigue ilustrar una acción común y corriente 
que tiene lugar en el quehacer cotidiano de las mujeres, principalmente de provincia, de 
las que recrea algunas características, como el uso del rebozo, el cabello largo y trenza-
do, las faldas, entre otros elementos que conforman un escenario en el que se muestra el 
lavado de la ropa como una actividad destinada exclusivamente a las mujeres y también 
como un encuentro que permite la socialización entre las mismas, aunque sea durante la 
realización de una de sus múltiples labores.
Como se puede apreciar, el tema de este mural no tiene mayor aspiración que la 
de relatar visualmente una actividad trivial del género femenino y que pretende simple-
mente representar a un pueblo desde sus cotidianidades, haciendo alusión a sus usos y 
costumbres. Lavar la ropa implica una serie de características, como la forma en que se 
transporta la ropa sucia, la manera de ejecutar el lavado y el lugar que se elige para tallar 
y tender conforman un paisaje natural y social que da cuenta de la fisonomía del pueblo 
mexicano a través de sus prácticas más mínimas y recurrentes.
A pesar de que este artista no permaneció en el país,
siguió apasionado por México toda su vida. Muestra de ello son muchos de sus óleos 
pintados en Hawaii, donde el tema mexicano no dejó de aparecer: Peregrinos (1931), Familia 
(1935), Lavandera (1937), Malinche verde (1954), Duelo de malinches (1964), Cocina mexicana 
(1967), Lección de torear (1967) y otras más (Argüello, 2010: 56).
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indira sáncHez-lóPez
Como se puede apreciar, tienen como eje temático elementos y escenas provenientes de 
la cultura mexicana y de sus manifestaciones cotidianas.
A continuación, se hace referencia a otra de las obras murales, ubicada en la Se-
cretaría de Educación Pública, El Torito, ejecutado en 1923 por el artista Amado de la 
Cueva, que desde 1921 se integró al grupo de artistas que iniciaron el movimiento mu-
ralista y que además fue miembro fundador del Sindicato de Obreros Técnicos Pintores 
y Escultores.
En esta obra, el artista aborda una de las tradiciones más arraigadas que tienen 
lugar en conmemoraciones, celebraciones y festividades, sobre todo de carácter religioso, 
a saber, la quema de los toritos, que hoy en día sigue siendo una de las prácticas más comunes 
en las fiestas patronales en distintas regiones y pueblos de México.
En este mural, Amado de la Cueva ilustra este tipo de pirotecnia, conocido popular-
mente como el Torito. En la parte derecha de la obra hay un hombre que aparece de perfil 
derecho, con vestimenta de manta y descalzo, el cual sostiene un sombrero a la altura de 
sus piernas. En la parte izquierda hay otro hombre con las mismas características, sólo 
que tiene barba y aparece de perfil izquierdo; en medio de ambos se encuentra el Torito, 
que es precisamente la figura de toro sobre la cual se halla la estructura que producirá 
los efectos de luz y color que serán detonados al aire. Debajo de la figura que representa 
al toro, hay un tercer hombre que está descalzo y con la espalda cubierta por una capa, 
este último personaje toma con sus manos las patas delanteras del torito y es quien sostiene 
toda la estructura de la pirotecnia.
La quema de toritos es una de las celebraciones pirotécnicas más populares y recurren-
tes en México. La imagen que realizó Amado de la Cueva en esta obra de la estructura 
del torito tiene en la parte superior unas formas circulares que girarán velozmente al ser 
encendidas, por lo que además de representar un espectáculo visual, poseen un sentido 
festivo que se hace presente en diversos acontecimientos de la vida popular. La pirotecnia 
en México, además de ser una industria en ciertas regiones y comunidades, es un símbolo 
de conmemoración y admiración.En este sentido, podemos hablar de la pirotecnia, por un 
lado, como espectáculo visual que se apoya del paisaje nocturno para producir atractivos 
efectos de luz, color y sonido, y por otro lado, como la representación y significación que 
adquieren sus efectos, es decir, como una manifestación directa e inequívoca de gala y 
fastuosidad que se estila en celebraciones de distinta índole para acentuar el sentido festivo 
del acontecimiento en cuestión. Amado de la Cueva destaca en su obra la estructura de 
el Torito, pues en ella se concentran las consideraciones anteriores.
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rePresentaciones y exPresiones de lo Mexicano en los Muralistas de la PriMera Generación
Roberto Montenegro trabajó de 1923 a 1924 la obra mural La fiesta de la Santa Cruz 
en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, sitio donde José Vasconcelos inició el 
proyecto muralista, “como rector de la universidad había rescatado esas construcciones 
de uso militar, para dedicarlas a uso educativo” (Guadarrama,2010: 24). En esta obra 
aparece un escenario en el que se pueden observar las construcciones de un poblado, en la 
parte derecha hay una edificación de gran altura y en forma de arco donde se encuentra 
una mujer que sostiene un estandarte con el escudo de la Universidad Nacional, acom-
pañada por tres mujeres que simbolizan las artes: “la Literatura, con una pluma y un 
pliego que contiene los nombres de distinguidos poetas mexicanos; la Arquitectura, con 
una maqueta; y la Escultura, con una figurilla prehispánica” (Acevedo,1984: 28). Estos 
personajes alegóricos aparecen con vestimenta holgada y larga, y se distinguen en virtud de 
sus cualidades de la gente del pueblo. En el lado izquierdo hay una niña rubia que entrega 
a una niña indígena un libro. En la parte izquierda, está una pared de altura menor, junto 
a la que pasan caminado de modo expectante unas mujeres. También hay un hombre 
con sombrero que aparece de espaldas, montado en un caballo, y otros pobladores que 
permanecen sentados, observando a las figuras alegóricas antes referidas, incluso sobre 
la pared están unas personas que se asoman para atestiguar la escena.
Un elemento que destaca de inmediato en la composición es la presencia de enor-
mes andamios ubicados en distintas partes y sobre diferentes construcciones, los cuales 
son una referencia directa a la actividad de la construcción. En la cúspide de una de las 
edificaciones hay una cruz adornada que alude a la fiesta de la Santa Cruz, “que celebran 
los albañiles el 3 de mayo, cuando adornan las obras en construcción con banderines y 
festones de papel picado. El pintor evoca así un rito en el que lo religioso y lo profano 
se entremezclan” (Acevedo, 1984: 27), como es costumbre en muchas de las festividades 
mexicanas. En la parte superior de la obra y en un fondo oscuro que asemeja la noche, 
destaca el astro sol y la luna, del lado izquierdo y derecho respectivamente. En la obra 
se muestra una variedad de escenas que hacen referencia a distintos fenómenos presentes 
en el México posrevolucionario, como, por ejemplo, el predominio de las comunidades 
y poblaciones rurales en las que destaca la figura del ranchero, la permanencia de festi-
vidades religiosas y, desde luego, la pretensión gubernamental de llevar a cabo acciones 
que permitieran alfabetizar al pueblo y acercarlo al terreno del arte y la cultura, aspecto 
que encontramos anclado en la representación que hace el autor de la Arquitectura, la 
Escultura y la Literatura. Por lo anterior, en esta obra mural se asoman expresiones, 
circunstancias y anhelos de la época a través de la representación de la fiesta de la Santa 
Cruz como una tradición colectiva que reúne distintos elementos que le asignan un 
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carácter festivo y religioso, y que es producto de la hibridación cultural entre indígenas 
y españoles.
Conclusiones
Para finalizar, podemos decir que mediante este breve recorrido por algunas de las obras 
murales realizadas a principios del siglo xx en México, se puede apreciar la diversidad 
temática que inspiró a los pintores muralistas de la primera generación, los cuales ela-
boraron diversos conceptos plásticos sobre lo mexicano, a veces buscando en la historia 
nacional, otras enfatizando un cúmulo de aspiraciones, derechos y libertades, y otras 
veces intentado cavar en su riqueza natural y cultural. 
Resulta imposible separar estas expresiones artísticas y su producción de signi-
ficados del momento histórico que las acogió e impulsó, así como las circunstancias 
sociopolíticas que nutrieron al muralismo y propiciaron su desarrollo como movimiento 
artístico. En este sentido, el análisis del muralismo mexicano está ligado a un conjunto 
de ideas directamente asociadas a la intención de buscar y definir una estética de lo 
mexicano en la que se exhibiera la historia, los personajes célebres, el patrimonio cultural, 
la cotidianidad y algunas aspiraciones sobre la nación mexicana. No se debe perder de 
vista que el muralismo fue planteado como un arte de gran formato y público en cuyas 
extensas imágenes encontramos una gama de representaciones en las que se pretende 
construir un concepto sobre lo nacional, para lo cual los artistas emplearon un lenguaje 
pictórico basado en formas, colores y temáticas que alimentaron una visión y una versión 
sobre México como entidad histórica, política, social y cultural en un momento crucial 
en el que era menester conseguir la consolidación del régimen político, así como lograr 
la estabilidad y unidad sociales.
A pesar de que el movimiento muralista tuvo su auge a principios de 1920, con-
tinuaría con fuerza en las décadas posteriores. Más aún, hoy en día ciertas iniciativas y 
acciones como la reciente restauración de algunas obras murales de Siqueiros expresan 
la vigencia del muralismo y la capacidad de este movimiento artístico por resignificarse 
a través del tiempo y por permanecer como una posibilidad de expresión y un vehículo 
comunicativo para plantear distintos tópicos, fenómenos y problemáticas no sólo histó-
ricas sino de la actualidad.
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Indira Sánchez-López. Licenciada en Sociología por la uaeMéx; Maestra en Humanida-
des, con énfasis en estudios históricos, por la misma institución. Docente de asignatura 
de las Facultades de Derecho y Ciencias Políticas y Sociales de la uaeMéx. Ponente en el 
Congreso Internacional “Homenaje a Enrique Semo”, llevado a cabo en octubre 2012 
en las instalaciones de la Biblioteca Central de la misma casa de estudios.

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