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La Teoría del 
Stakeholder o de los 
Grupos de Interés, 
pieza clave de la RSE, 
del éxito empresarial 
y de la sostenibilidad
The Stakeholder 
or Interest Groups 
Theory, a key to CSR, 
business success and 
sustainability
aDResearch ESIC Nº 6 Vol 6 · Segundo semestre, julio-diciembre 2012 · Págs. 130 a 143
Fernández, J.L. y Bajo, A. (2012). La Teoría del Stakehol-
der o de los Grupos de Interés, pieza clave de la RSE, 
del éxito empresarial y de la sostenibilidad. Revista 
Internacional de Investigación en Comunicación 
aDResearch ESIC. Nº 6 Vol 6. Segundo semestre, 
julio-diciembre 2012. Págs. 130 a 143
DOI: 10.7263/ADR.RSC.006.07
José Luis Fernández Fernández
Cátedra de Ética Económica y Empresarial 
(Comillas-ICADE) 
jlfernandez@cee.upcomillas.es
Anna Bajo Sanjuán
Cátedra de Ética Económica y Empresarial 
(Comillas-ICADE) 
anna.bajo@cetic.upcomillas.es
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Despite its shortcomings and limitations, CSR represents a rich way to unders-
tand the relationships between businesses and society, a more complex manner 
of analysing the managerial role and a coherent method to achieve sustainability of 
business and economic processes.
The concept of Stakeholders or Interest Groups is probably the key differentiator 
and foundation on which to base the insights of this emerging business paradigm. 
Influence, urgency and legitimacy act by establishing priorities when meeting the 
demands of these groups.
This work develops the concept and presents the results of an academic endea-
vour that has been carried out for a quarter of a century. It is related to the strategic 
policy of managing relationships between a company and its stakeholders, not 
only as a business requirement, but also as a standard of ethics and responsibility.
Con todas sus lagunas y limitaciones, la RSE constituye una manera más rica de 
entender las relaciones entre la empresa y la sociedad; una forma más compleja 
de comprender la labor de la dirección; y un modo más coherente de buscar la 
sostenibilidad de los negocios y de los procesos económicos.
Si hubiera que señalar un elemento clave como diferenciador y fundamento sobre 
el que articular las intuiciones de este paradigma de empresa emergente, proba-
blemente sería difícil encontrar otro más apropiado que el concepto de Stakehol-
der o de los Grupos de Interés. Poder, urgencia y legitimidad matizarán la prelación 
a la hora de atender las demandas de parte de aquéllos.
Este artículo desarrolla el concepto y recoge los resultados de un empeño acadé-
mico que viene siendo llevado a cabo desde hace un cuarto de siglo. Se pone en 
relación con la voluntad estratégica de gestionar las relaciones entre la empresa 
y sus grupos de interés no sólo como requerimiento estratégico, sino también 
como exigencia ética y de responsabilidad.
ABSTRACT
RESUMEN 
Clasificación JEL: 
M14
Key words: 
Stockholder vs 
stakeholder approach; 
stakeholder manage-
ment; 
stakeholders; 
responsible 
and sustainable 
management.
JEL Classification: 
M14
Palabras clave: 
Stockholder vs. 
stakeholder approach; 
stakeholder manage-
ment; 
grupos de interés; 
gestión responsable 
y sostenible.
Nº 6 Vol 6 · Segundo semestre, julio-diciembre 2012 · Págs. 130 a 143
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1. La Teoría de los Stakeholder o de 
los Grupos de Interés
Desde hace unas décadas, es perceptible por 
parte de buena parte de los teóricos de manage-
ment y de bastantes académicos un desliza-
miento desde perspectivas más alineadas con 
las concepciones de empresa tradicionales a las 
que hemos hecho referencia en el epígrafe ante-
rior, hacia otro planteamiento distinto, cual es el 
denominado enfoque stakeholder o de base am-
pliada de la empresa. Se da por asumido que un 
planteamiento tal tiene la virtualidad respecto a 
las otras teorías de expresar y de poder concep-
tualizar de manera mucho más real y precisa la 
compleja red de interacciones existentes entre 
las empresas y las organizaciones, por una parte, 
y el resto de instituciones que configuran el en-
torno sociopolítico, por otra. 
Aunque el concepto de stakeholder, como 
neologismo que apunta a una metáfora —literal-
mente vendría a significar: “el que mantiene una 
apuesta”…y nótese bien su cercanía fónica al 
término stockholder, que vale por shareholder 
y que sería, vertido al castellano, “el que tiene en 
su poder una parte alícuota de una empresa”; o 
sea: el accionista—, había sido utilizado ya en 
los años sesenta y setenta, es Edward Freeman 
(1984) quien sistematiza y delinea una manera 
de aproximarse a los stakeholders que puede dar, 
como resultado final, toda una teoría de la em-
presa y la gestión, abriendo pistas —tímidamen-
te, si se quiere; pero abriendo pistas al fin y al 
cabo— hacia lo que venimos denominando un 
nuevo paradigma de empresa a la altura de los 
requerimientos y circunstancias del siglo XXI. 
Y si no queremos ser tan osados en la adjetiva-
ción y aplicamos un poco de sordina a la tesis, 
cuando menos lo que es innegable es que la teo-
ría del stakeholder constituye una feliz metáfora 
que puede ponernos en pista para avanzar hacia 
una situación en que las empresas y el propio 
sistema capitalista contribuyan a configurar una 
realidad más justa y beneficiosa para todos. 
Mimbres para ello parece haberlos: es cuestión 
de sustituir asunciones tradicionalmente llevadas 
a efecto desde el planteamiento neoclásico res-
pecto al sistema capitalista por otras alternativas.
El propio Freeman et al., en un reciente artí-
culo (Freeman, Martin and Parmar, 2007) afir-
ma a este respecto que los implícitos narrativos 
del discurso tradicional aplicado a la actividad 
económica y al capitalismo —labor capitalism, 
government capitalism, investor capitalism, ma-
nagerial capitalism, entrepreneural capitalism— 
se han venido construyendo, como ya decíamos 
más arriba, sobre una antropología simplista y 
una preocupación más nítida por apropiarse el 
valor económico que por crearlo: Junto a ello 
estaría el supuesto de que lo predominante es la 
competición, la escasez de los recursos, el juego 
de suma cero y el hecho de que el ganador se 
queda con todo… Así las cosas, claro es, queda 
poco espacio para la ética.
Sin embargo, dice, las cosas no tienen por qué 
ser necesariamente así: precisamente el leit-motiv 
del artículo a que me refiero en este párrafo no es 
otro que el intento por redefinir la narrativa del 
capitalismo sobre los conceptos de stakeholders, 
creación de valor e intercambio, en el entendi-
miento de que si somos capaces de pensar cómo 
una sociedad puede mantener un sistema de 
creación de valor y de intercambio voluntario, el 
capitalismo puede devenir un concepto útil.
A lo largo de este casi cuarto de siglo que va 
desde 1984 hasta hoy en día, como no podía ser 
de otra manera, la literatura sobre el tema del 
stakeholder no ha hecho sino crecer exponen-
cialmente. Una simple incursión en cualquiera 
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de los buscadores de Internet al que se le intro-
duzca el concepto arrojará varios miles de títulos 
como podrá comprobar el lector curioso. Por lo 
demás, es razonable suponer que, al objeto de 
conmemorar la efeméride de los veinticinco 
años, veamos cómo el año 2009 resulta prolífico 
en nuevos títulos y aportaciones a este respecto. 
De hecho da toda la impresión de que ya se 
han estado calentando los motores en los últimos 
meses. A modo de botón de muestra hacemos 
referencia a tres publicaciones de distinto alcan-
ce, pero con un mimo interés. Cuando esto es-
cribimos tenemos encima de la mesa el ejemplarcorrespondiente al mes de abril de este año de 
2008 del Business Ethics Quarterly donde se 
recoge un artículo firmado por Bradley R. Agle, 
Thomas Donaldson, R. Edward Freeman, Mi-
chael C. Jensen, Ronald K. Mitchell y Donna J. 
Wood (2008). Se trata de una especie de diálogo 
entre estos reputados teóricos y viene a recoger 
algunas de las contribuciones del simposio teni-
do en Filadelfia el pasado año de 2007 por par-
te de la Academy of Management sobre el futuro 
de la teoría del stakeholder en la gestión de em-
presas. Como reconocen Agle y Mitchell en la 
introducción (Agel and Mitchell, 2008), la vita-
lidad del concepto está fuera de discusión; y 
más bien de lo que se trata es no tanto de si sí o 
si no, sino de cómo la teoría del stakeholder 
evolucionará y aportará nuevas y mejores pers-
pectivas para la interpretación de la empresa y 
la gestión. Por lo demás, tenemos ante nosotros 
también dos recientes publicaciones recopilato-
rias —readings— de algunos de los más señeros 
artículos respecto a la teoría de los stakeholders, 
uno en inglés (Zakhem et al., 2007) y otro tradu-
cido al italiano, a cargo de Freeman , Rusconi y 
Dorigatti (2007).
Está fuera de todo intento sensato querer 
aproximarse a la lectura, no ya de todo lo escrito 
al respecto en estos veinticinco años cuando me-
nos, sino tan siquiera de dejar aquí constancia 
de las ideas centrales de los que pasan por ser 
—y son sin duda— hitos teóricos de referencia 
obligada (Freeman, 1984; Phillips, Freeman and 
Wicks, 2003; Donaldson and Preston, 1995; 
Goodpaster, 1991; Mitchell, Agle and Wood, 
1997; Carroll, 1979; Phillips, 2003; Clarkson, 
1995).
En todo caso, al objeto de dar idea de la com-
plejidad del tema, en una especie de aproxima-
ción metateórica, no podemos menos de llamar 
la atención del lector hacia una clasificación de 
las perspectivas desde la que la literatura aborda 
el tema de los stakeholders, ya convertida en clá-
sica —si bien también sujeta a controversia: la 
propuesta en su momento por Donaldson y 
Preston (1995). Para estos autores es posible dis-
tinguir tres aspectos diferentes en la teoría: el 
descriptivo, el instrumental y el normativo. El 
aspecto descriptivo de la teoría vendría a expli-
car y dar cuenta de la naturaleza de las operacio-
nes de la empresa. El instrumental viene a dejar 
sentado que el enfoque stakeholder a la hora de 
dirigir empresas es mejor que cualquiera de las 
aproximaciones rivales con vistas a la consecu-
ción de los objetivos y las metas empresariales, 
incluido el de la búsqueda de la rentabilidad. 
Por su parte, el momento normativo de la teoría 
apunta a lo que se supone debe ser entendido 
por la función de la empresa y aporta guías filo-
sóficas y éticas que deberían ser tenidas en con-
sideración a la hora de gestionar las empresas y 
organizaciones desde una explícita orientación 
por la dimensión moral —moral management 
(Carroll, 1991).
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Pese a todo, esta clasificación no siempre es 
aceptada sin controversia (Kaler, 2003); y, por 
lo demás, otras aproximaciones a la literatura 
reciente, como la que llevan a efecto Agel y Mit-
chell, (2008), tras analizar 37 artículos apareci-
dos entre 1999 y 2007, arrojan una clasifica-
ción por referencia a los siguientes tópicos: (1) 
Trabajos acerca del debate clásico entre el enfo-
que shareholder y la concepción stakeholder de 
la empresa —o por decirlo de manera más pe-
riodística: la polémica Friedman vs. Freeman 
(Freeman, 2008); (2) aproximaciones orienta-
das por referencia a un punto de vista instru-
mental de cara a una gestión estratégica de las 
relaciones con los grupos de interés; y (3) artícu-
los que abren nuevas perspectivas teóricas y 
generan nuevas cuestiones para el debate. En-
tre éstas últimas: (a) de qué manera la teoría 
normativa del stakeholder puede ayudar a la 
ética empresarial y a la gestión de la ética orga-
nizativa; (b) hasta qué punto pueden encon-
trarse alternativas al debate stockholder-stake-
holder que puedan aportar criterios normativos 
ante los fallos del mercado y la ineficiencia gu-
bernamental con resultado de ineficiencias o 
injusticia en la distribución de los recursos y 
bienes; (c) cómo puede la teoría del stakeholder 
aportar enfoques teóricos que puedan tener 
traducción práctica en una gestión mejor; y (d) 
de qué forma mejores teorías y métodos —ya 
sean tomados de otros campos de conocimiento 
o del propio ámbito de la teoría— pueden con-
tribuir al desarrollo de la propia teoría hacia 
etapas más elevadas.
Ante este panorama, nosotros nos limitare-
mos a exponer de manera sintética algunas de 
las ideas fundamentales de la teoría del stakehol-
der. Pero antes, puede ser interesante presentar, 
en línea con Rusconi (2007), los rasgos más ca-
racterísticos de la teoría, espigados de entre la 
vasta producción bibliográfica —ya sea la que 
podríamos denominar clásica, ya aquella otra 
más hodierna a las que hemos venido haciendo 
referencia en este epígrafe—, por referencia a las 
siguientes afirmaciones:
1. se entiende por stakeholder cualquier indivi-
duo o grupo de interés que, de alguna manera 
—explícita o implícita; voluntaria o involun-
taria— tenga alguna apuesta hecha — to stake, 
poner algo en juego— en la marcha de la em-
presa; y que si, por un lado, se ven condicio-
nados, de manera más o menos directa, por 
la actividad de aquélla, pueden, a su vez, 
condicionarla. En resumidas cuentas, cual-
quier grupo o individuo que puede afectar o 
ser afectado por la consecución de los objeti-
vos empresariales (Freeman, 1984, 24).
2. La dirección estratégica de la empresa debe-
ría atender a la consecución no sólo de los 
objetivos propios de los accionistas, sino de 
todo un más amplio abanico de interesados: 
trabajadores, clientes, sociedad en su con-
junto, proveedores, etc. Viene a ser esto, en 
cierta forma, una especie de condición de 
posibilidad de la supervivencia de la empresa 
a largo plazo; 
3. el objetivo de la gestión y la razón profunda 
de ser de la empresa desde el punto de vista 
ético (Fernández, 2007) es la maximización 
a largo plazo del bienestar de todos los stake-
holders, cumpliendo con la condición de 
permitir la consecución de un resultado eco-
nómico-financiero capaz de llenar suficiente-
mente las expectativas de los accionistas. 
Para ello, la dirección de la empresa debe co-
nocer cuáles son los valores, cuáles los inte-
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reses, cuáles las expectativas de los distintos 
stakeholders;
4. hay una constante y dinámica interrelación 
entre la empresa, la gestión empresarial y la 
dimensión moral de la actividad empresarial 
y la acción directiva; pues, como afirma Fre-
eman (1994), la teoría de la empresa se in-
cardina siempre en un contexto moral. Sólo 
desde el reconocimiento de los presupuestos 
morales de la teoría de empresa y desde el 
empeño crítico y creativo por vivirlos de 
modo distinto es como podemos encontrar y 
proponer modos de vida más plenos y hu-
manos;
5. la empresa debe ser entendida y conceptuali-
zada como un conjunto de stakeholders en 
red, que interactúan entre sí de manera cons-
tante y dinámica. Estas relaciones interacti-
vas conllevan, entre otras cosas, el hecho de 
que, necesariamente, ha de haber intereses 
divergentes y potencialmente conflictivos; 
implican también la posibilidad de que se es-
tablezcan alianzas entre distintos agentes o 
grupos de interés.
6. La teoría de la gestión de los stakeholders 
estudia la gestión empresarial y no es ni una 
teoría socioeconómica o política, ni tampocouna teoría ética completa, aunque —como 
venimos manteniendo reiteradamente en 
este trabajo— en ella laten elementos más 
que suficientes para delinear un modelo de 
empresa y de gestión donde la dimensión ética 
pueda encontrar acomodo de forma natural. 
Aunque podríamos seguir delimitando en ne-
gativo qué cosa no es la teoría del stakeholder 
—véase para ello: R. A. Phillips, R. E. Freeman 
y A. C. Wicks (2003)— entendemos que es más 
operativo tratar de hacerlo desde lo que se va 
dando por asumido que constituye el corazón 
de esta teoría de empresa y de gestión. En con-
creto: el tipo de intereses que está en juego; las 
bases del poder de los distintos stakeholders; 
criterios de clasificación; identificación, mapeo y 
predicción de la actividad de los distintos grupos 
de interés.
2. Intereses y poder de los Stake-
holders
El denominador común de cualquier grupo de 
interés viene conformado por el hecho de que 
cada uno de ellos tiene, precisamente, algo en 
juego a propósito del funcionamiento de la em-
presa; hay algo que esperan ganar o que buscan 
no perder; puede ser el caso de que quieran mo-
dificar algún tipo de práctica o conseguir que 
permanezca. En todo caso, cada stakeholder, 
como su propio nombre indica, tiene algún tipo 
de stake en la marcha de la empresa.
Los distintos autores que han tratado de pro-
fundizar en la cuestión de los intereses de los 
stakeholders, con vistas a desarrollar análisis es-
tratégicos de los mismos no son unánimes a la 
hora de distinguirlos por categorías. Por nuestra 
parte, entendemos que la taxonomía propuesta 
por Wartick y Wood (1998) —con causa y raí-
ces, por supuesto, en trabajos anteriores (R. K. 
Mitchell, B. A. Agle y D. J. Wood, 1997)— cubre 
de manera muy cumplida los tipos básicos de 
intereses presentes en los más variados grupos. 
Son los siguientes: Intereses de tipo material, in-
tereses políticos, intereses de afiliación o perte-
nencia, intereses relacionados con la informa-
ción, intereses simbólicos y finalmente, intereses 
de tipo metafísico y espirituales.
Se entiende por interés de tipo material todo 
aquello tangible que es buscado o que está sien-
do puesto en riesgo y cuestión por la propia ín-
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dole del quehacer empresarial. Tal sería, por 
ejemplo, lo que se relaciona con los resultados 
financieros de la empresa: la búsqueda de bene-
ficios económicos, el temor a entrar en pérdidas 
o a perder el puesto de trabajo. Dentro de los 
intereses materiales no financieros cabría seña-
lar, pensando en las expectativas de los trabaja-
dores, la aspiración a tener un entorno de trabajo 
seguro, evitando en la medida de lo posible los 
peligros y riesgos laborales.
Los intereses de tipo político tienen que ver 
con la distribución del poder y la influencia. Y 
ello, a su vez, puede ser entendido, bien con re-
lación al intento por atraer hacia un tipo de po-
siciones favorables a un determinado grupo las 
reglamentaciones y políticas instrumentadas por 
las autoridades, las administraciones públicas 
y los entes reguladores a través de procesos más 
o menos explícitos de lobby; o bien puede ser 
entendido desde el más cercano ámbito del ejer-
cicio del poder y la influencia en el interior de la 
propia empresa y el gobierno corporativo (por 
ejemplo, una OPA hostil o el intento de una 
ONG por conseguir recursos de parte de una de-
terminada empresa para sus proyectos vendrían 
a configurar casos del tipo segundo).
Los intereses de afiliación apuntan al deseo 
de pertenencia que todos los seres humanos sen-
timos en mayor o menor grado y que nos lleva 
a buscar formar parte de una red social en la que 
encontrar ubicación y sentido. A este respecto, 
los stakeholders cuyos intereses primordiales se 
tipifican como intereses de afiliación, suelen es-
tar preocupados por cosas tales como el modo 
como los valores de la empresa se alinean o no 
en sintonía con la comunidad local; o si hay ma-
nera fácil y gratificante de formar parte de gru-
pos de pertenencia con gente del mismo “tipo 
y nivel.
Los intereses relativos a lo que tiene que ver 
con la información, el conocimiento y las opi-
niones, apuntan hacia los datos, las noticias re-
levantes, los resultados de investigación. En tal 
sentido, los grupos preocupados o concernidos 
especialmente por este tipo de interés suelen 
enfatizar y demandar de parte de la empresa 
una elevada transparencia informativa. Los entes 
reguladores son, en consecuencia, cada vez más 
sensibles a esta realidad y tratan de oponerse en 
la medida de lo posible a cualquier tipo de opa-
cidad u ocultación de datos o informaciones 
relevantes. Esto que se dice es especialmente 
claro en lo referido a modificaciones legislativas 
en relación con el gobierno corporativo y el 
buen gobierno de las sociedades cotizadas. La 
modificación de la ley financiera, el llamado, 
entre nosotros, Código Conthe o Código Unifi-
cado de Buen Gobierno son ejemplos elocuen-
tes de lo que se quiere decir (Fernández Fernán-
dez, 2008).
Cuando nos las habemos con grupos de inte-
resados para los cuales la preocupación funda-
mental tiene que ver con la reputación, la ima-
gen que la empresa tiene o proyecta en la 
sociedad en la que opera, la percepción que los 
clientes se hacen de la empresa en cuestión, el 
modo como los trabajadores “viven” su perte-
nencia, el grado en que la actividad de la com-
pañía empatiza con expectativas culturales, reli-
giosas o —en su caso— nacionales… estamos en 
presencia de lo que cabe definir como intereses 
de tipo simbólico. Y por supuesto, no por el he-
cho de que sean menos tangibles que los mate-
riales, debieran en modo alguno ser relegados a 
un segundo nivel en la consideración de quie-
nes dirigen y administran.
Finalmente, los intereses de tipo metafísico o 
espiritual apuntan hacia claves profundas del 
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sentido de la vida; hacia valores religiosos o filo-
sóficos; a creencias sobre lo divino, lo humano y 
la naturaleza. A menudo este ámbito plantea di-
lemas y problemas de tipo ético que afloran en 
asuntos controvertidos donde se involucran 
asuntos relacionados con la vida, la muerte, la 
técnica, la bioética. Tanto quienes se posicionan 
a favor, como quienes lo hacen en contra de una 
determinada práctica, suelen hacerlo desde 
planteamientos que conectan con estratos más 
profundos que lo eminentemente racional, y que 
se enraízan en la creencia y la fe.
Como se ve, es mucho y muy distinto —inte-
reses múltiples y variados— lo que puede estar 
en juego en el entorno de lo que la empresa re-
presenta. Esta aproximación, evidentemente, es 
mucho más compleja, pero, también, más rica 
que aquéllas otras que dejan fuera de considera-
ción estas realidades —los intereses en juego— a 
las que acabamos de aludir de manera esquemá-
tica en los anteriores párrafos.
Ahora bien, a efectos de avanzar en nuestra 
caracterización de este modo de entender la 
esencia de la empresa y la clave de la gestión 
desde esta base ampliada, debemos decir a ren-
glón seguido una palabra sobre la otra cara de la 
moneda. Pues junto a los diversos intereses y 
aspiraciones, hay que señalar la contrapartida: 
el poder que los grupos de interesados tienen 
para hacer valer en más o en menos —y con 
mayor o menor efectividad— sus pretensiones. 
La clave está en la adecuada articulación entre 
intereses y poder. Y en consecuencia, conviene 
caer en la cuenta de que hay tipos distintos de 
poder en lo que a los grupos de interés hace 
referencia.
Por un lado estarían aquellos que tienen el 
poder formal, elpoder que los estatutos, la legis-
lación y los reglamentos les otorgan por derecho 
propio. Así, por ejemplo, en empresas cotizadas, 
estarían los accionistas, los miembros del conse-
jo de administración, la alta dirección de la com-
pañía, los ejecutivos y, en su caso, los represen-
tantes de los trabajadores. Vendría a continuación 
el que cabría calificar como poder económico, 
entendiendo por tal aquel que podría afectar a la 
cuenta de pérdidas y ganancias de la empresa. 
Dicho poder lo tienen, ante todo los clientes —
que ejercen su voto monetario al comprar o no 
comprar un bien o servicio de terminado—, 
pero también los proveedores, las instituciones 
financieras y los trabajadores. En tercer lugar ha-
bría que hacer referencia al poder político, en 
sintonía con lo que más arriba indicábamos res-
pecto a los intereses políticos.
Las fuentes del poder no dejan de tener im-
plicaciones para la gestión; así como el hecho de 
que con gran frecuencia, las líneas de separación 
entre los distintos tipos de intereses y poder son 
mucho menos marcadas de lo que pudiera pen-
sarse. Y por supuesto, teniendo presente que no 
es infrecuente tener que habérselas con stake-
holders mixtos o grupos que acumulan intereses 
distintos por la propia índole de que no son, por 
así decir, químicamente puros. Pensemos, por 
ejemplo, en empleados que, a la vez, son accio-
nistas, clientes de la propia empresa y vecinos de 
la planta para la que trabajan…
Todo esto, en el fondo, no hace sino compli-
car aún más la tarea de dirigir bien la empresa. 
Pero la altura de los tiempos no permite no 
orientar una gestión que aspire a ser, si no exito-
sa, cuando menos, sostenible, por otros derrote-
ros al margen de la atención exquisita a los 
stakeholders. 
Esta manera de comprender lo que la empre-
sa es y representa supone un paso delante de 
primera magnitud. De hecho el actual auge de la 
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aDResearch ESIC138 Nº 6 Vol 6 · Segundo semestre, julio-diciembre 2012 · Págs. 130 a 143
Responsabilidad Social de la Empresa, del que 
tanto cabe esperar con vistas a la mejora y huma-
nización de las relaciones entre la empresa y la 
sociedad sería impensable sin suponer detrás del 
fenómeno toda una filosofía del stakeholder.
3. Identificación, clasificación y ges-
tión de los Stakeholders
Ya sabemos que los stakeholders son individuos 
o grupos que tienen determinados intereses y 
aspiraciones con respecto a la empresa. Tales in-
tereses, sabemos también, pueden ser el resulta-
do de transacciones llevadas a efecto con la em-
presa o derivar de actividades unilaterales de 
parte de la misma. Por lo demás, los intereses en 
juego pueden tener un sesgo más bien legal o, 
por el contrario, ser de índole moral —menos, si 
es algo, susceptible de ser exigido por vía judi-
cial—; pueden, finalmente, dichos intereses en 
juego, ser individuales o colectivos.
En todo caso, es posible proceder a clasificar 
a los stakeholders en función de la homogenei-
dad de los intereses en cuestión. Una tal clasifi-
cación (Max Clarkson, 1995) lo primero que 
pone en evidencia es el hecho de que, al margen 
de muy distintas clasificaciones, a su vez, es po-
sible distinguir entre stakeholders primarios y 
stakeholders secundarios. Los primarios serían 
aquellos grupos de interesados sin los cuales la 
empresa no podría seguir operativa y actuante 
en el mercado. Al menos, bajo este rubro habría 
que incluir a los dueños y accionistas, a los em-
pleados, a los clientes y a los proveedores. 
Como sugeríamos más arriba, cada uno de 
ellos puede, de hecho, tener una determinada 
mezcla de intereses materiales —financieros o 
no—, políticos, de afiliación, simbólicos, metafí-
sico-espirituales. Y, habida cuenta de su condi-
ción de grupos necesarios para que la empresa 
funciones, contarán con una dosis de poder muy 
evidente y, en todos los casos, nada desdeñable.
Hay quienes señalan también entre los gru-
pos de interés primarios a las administraciones 
públicas. Respecto a si los competidores hayan 
de ser considerados o no como grupos de interés 
primarios hay una discusión abierta sobre la que 
no procede detenerse en este momento.
Por su parte, los que cabría tipificar como 
grupos de interés secundarios serían aquellos 
que no están directamente involucrados en las 
actividades económicas de la empresa, pero que, 
si se tercia, pueden ejercer algún tipo de influen-
cia sobre ella o que, en todo caso, pueden verse 
afectados por la actividad de la empresa u orga-
nización. Aquí cabe un amplio abanico de po-
tenciales grupos de interesados: competidores 
—si es que no los consideramos formando parte 
del grupo de los primarios—, comunidad en la 
que radica la empresa, medios de comunicación, 
miembros de la sociedad civil, organizaciones 
del tercer sector…
En todo caso, una característica de estos gru-
pos de interés secundarios es que el poder que 
tienen para hacer valer sus pretensiones es perci-
bido también, en términos generales, como se-
cundario. 
Para acabar de delinear el contorno de los 
grupos de interesados —máxime teniendo en 
cuenta el hecho de que vivimos en un entono 
complejo, dinámico y turbulento a resultas de la 
globalización y del contexto internacional en el 
que las empresas operan—, convendría tener 
presente también el hecho de que existen lo que 
cabría denominar como stakeholders globales. 
Serían éstos grupos u organizaciones conforma-
das por miembros de distintos países con intere-
ses comunes en lo referido a las actividades de 
las empresas y organizaciones económicas. Pen-
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semos, por ejemplo en el caso de Greenpeace o 
de World Wildlife Federation en lo tocante a 
medioambiente; pero sería posible hablar tam-
bién de stakeholders globales políticos —ONU, 
OTAN…—; de stakeholders religiosos —a los 
que tampoco deberían obviar los ejecutivos que 
quisieran acertar a la hora de poner en funciona-
miento prácticas y estrategias exitosas en un 
contexto como el aludido—; e incluso cabe en-
tender que, llegado el caso, habría que conside-
rar como un stakeholders a grupos terroristas 
internacionales…
De lo que venimos diciendo se deriva el he-
cho ya aludido en repetidas ocasiones de que de 
lo que se trata es de gestionar adecuadamente las 
relaciones entre la empresa y los distintos grupos 
de interés con ella relacionados, con vistas a la 
consecución de los objetivos empresariales. Para 
ello, naturalmente, serán necesarias una serie de 
herramientas que permitan a los gestores poner 
en relación la estrategia de la compañía con los 
intereses y aspiraciones de los distintos grupos; 
en definitiva, conectar lo estratégico con lo social 
y lo éticamente, en justicia, debido (Freeman, 
R. E. and D. R. Gilbert, 1987).
Ahora bien, para llevar a efecto una buena 
gestión de los grupos de interés, tanto en el sen-
tido estratégico e instrumental cuanto en el éti-
co y normativo —¿qué se les debe, en justicia, a 
cada uno de ellos en este contexto?, ¿cómo 
equilibrar intereses y compaginar objetivo de 
unos y otros con los de la empresa?— es preciso 
trabajar previamente de forma sistemática para 
identificar (1) quiénes son; (2) qué es lo que 
quieren, cuáles son sus intereses, qué es lo que 
está en juego; (3) en qué fundamentan sus pre-
tensiones, cuál es la base de su poder; (4) cómo 
ha de entenderse la relación que tienen con la 
empresa y la que establecen o pueden llegar a 
establecer entre ellos. En definitiva, se impone 
la tarea de levantar una especie de mapa topo-
gráfico donde se destaquen, por un lado, los 
distintos grupos de interesados; por otro, los in-
tereses en juego, las peculiaridades de cadastakeholder, así como las relaciones y coalicio-
nes posibles entre ellos. Sólo desde aquí es pen-
sable avanzar hacia una gestión de los intereses 
en juego no sólo eficiente, sino también social-
mente responsable y éticamente correcta. Es de-
cir: una gestión a la altura de las demandas del 
momento en lo económico, pero también en lo 
humano y lo moral.
Tal vez uno de los más atinados trabajos a este 
respecto es el ya citado más arriba de Mitchell, 
Agle y Wood (1997). Estos autores, tras pasar 
revista crítica al estado del arte en lo relativo a la 
teoría del stakeholder hasta entonces producida, 
y queriendo huir tanto de una manera excesiva-
mente amplia de enfrentarse a los grupos de in-
terés —donde casi todo el entorno sería suscep-
tible de serlo… y, en consecuencia, inabarcable 
en términos operativos por los gestores— cuan-
to huir también de una estrecha visión a la hora 
de identificarlos, acaban proponiendo que las 
distintas clases de grupos de interés pueden 
identificarse en función de que tengan uno, dos 
o tres de los atributos siguientes: (1) el poder 
suficiente para influir en la empresa; (2) la legiti-
midad necesaria para mantener la relación entre 
ellos y la empresa; y (3) la urgencia de la preten-
sión concreta del grupo de interés (Mitchell, 
Agle and Wood, 1997; 854).
A partir de aquí, es posible elaborar —como 
ellos hacen— una tipología comprensiva de 
stakeholders, basada, por lo demás, en la asun-
ción normativa de que estas variables definen el 
ámbito y los elementos hacia los que la dirección 
de la compañía debería prestar atención de ma-
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nera sistemática. Proponen, a continuación, un 
modelo dinámico — el poder y la legitimidad 
interactúan y, cuando se combinan con la urgen-
cia, dan lugar a diversos tipos de grupos de inte-
resados que tienen expectativas distintas respec-
to a la empresa— que les permite llevar a cabo 
predicciones y que sirve para orientar la toma de 
decisiones por parte de los gerentes.
Sería posible representar gráficamente, me-
diante tres círculos que intersecaran entre sí, el 
modelo básico de los atributos de los stakehol-
ders. Con ello se mostrarían las cuatro categorías 
lógicas de los grupos de interés activos resultan-
tes de la combinación de los tres atributos referi-
dos más arriba: legitimidad, poder y urgencia. 
Por otra parte, se podrían mostrar también aqué-
llos otros tres tipos de grupos de interesados que 
sólo poseen uno de los tres atributos clave. 
En todo caso, independientemente de su re-
presentación gráfica, si combináramos posibili-
dades, respecto al primer grupo, cabría hablar de 
lo siguiente: (1) stakeholders con poder y legiti-
midad, pero sin urgencia; (2) stakeholders que 
tienen legitimidad y urgencia, pero que carecen 
de poder; (3) stakeholders con poder y urgencia, 
pero sin legitimidad para hacer valer sus aspira-
ciones; (4) stakeholders que tienen las tres carac-
terísticas: poder, urgencia y legitimidad. Por lo 
que hace referencia al resto de grupos de intere-
sados, es decir, a aquellos que sólo pueden ofre-
cer uno de los rasgos atributivos —sea el poder, 
la legitimidad o la urgencia—, cabría hablar de 
(5) los que tienen poder, pero no tienen ni legiti-
midad ni urgencia; (6) los que tienen legitimi-
dad, pero ni tienen urgencia, ni tampoco poder; 
y (7) los grupos de interesados que tienen urgen-
cia pero carecen de poder y de legitimidad.
Mitchell, Agle y Wood (1997; 872-879) de-
nominan, respectivamente, a las distintas clases 
cualitativas de la manera siguiente:
(1) Dominantes, que serían aquellos stake-
holders clave a largo plazo puesto que tienen 
poder y legitimidad suficiente, aunque no nece-
sitan urgentemente nada por el momento; (2) 
dependientes, toda vez que carecen de poder 
para hacer valer directamente sus pretensiones 
pero que, previsiblemente, pueden crear alian-
zas con otros de más poderío; (3) peligrosos, 
puesto que pueden tornarse violentos y coerciti-
vos en busca de sus pretensiones, por más que 
no tengan legitimidad alguna para hacerlas valer. 
Pensemos en lo que más arriba decíamos acerca 
de los grupos terroristas.(4) Cuando se dan las 
tres características, estaríamos en presencia de lo 
que los citados autores denominan definitive 
stakeholders y que cabría traducir por grupos de 
interés inmediato hacia los que los directivos de-
ben prestar prioridad absoluta.
Por lo que respecta a las otras tres clases se 
puede hablar, respectivamente, de: (5) durmien-
tes, verdaderos gigantes dormidos a los que hay 
que prestar atención, pues, si llegan a plantear 
con urgencia alguna reclamación, están a un 
paso de convertirse en peligrosos; (6) discrecio-
nales —discretionary stakeholder— entre los 
que cabe citar a aquellos grupos que esperan re-
cibir apoyo financiero de parte de la empresa, 
tales como ONG, asociaciones culturales, etc.; 
y, finalmente (7) demandantes —demanding 
stakeholder— término por el cual se quieren re-
ferir a grupos de protesta contra la empresa y sus 
actividades. 
Un ejercicio interesante supone el de levantar 
topográficamente el mapa de stakeholders; cate-
gorizarlos en función de las tres características; 
comprobar el grado de conexión y el nivel de 
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institucionalización de relaciones; el conoci-
miento de expectativas mutuas; y, a la luz de 
todo ello, decidir qué se les debe y qué es el me-
jor escenario posible de interacción.
4. Conclusión
A la vista de lo que va indicado, queda patente 
la importancia que tiene para quienes dirigen 
las empresas conocer algo más respecto a sus 
grupos de interés que lo que se engloba bajo 
epígrafes generales, tales como “clientes” o 
“administraciones públicas”. Los procesos, las 
estrategias, las relaciones deberán modularse 
en función de los diferentes tipos de stakehol-
ders. Y, como condición previa de posibilidad 
para una gestión exitosa, nunca será suficien-
temente encarecida la conveniencia de estable-
cer e institucionalizar cauces de diálogo trans-
parente y sincero con los distintos grupos de 
interés. La sostenibilidad de la empresa a plazo 
medio-largo será imposible sin dichas provi-
dencias.
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