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Historia General De Bolivia 1808

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HISTORIA 
GENERAL DE 
BOLIVIA 
 
Alcides Arguedas 
OBRA CUSTODIADA POR EL 
ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES DE BOLIVIA 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
LA FUNDACION DE LA REPÚBLICA 
 
CAPITULO I 
 
Chuquisaca y su Universidad a principios del siglo XIX.- Vida social y 
distribución gremial de la urbe.- Goyeneche y su doble rol.- 
Revolución del 25 de Mayo.- Propaganda de la revolución. 
 
La noticia del cautiverio del rey español por los franceses llegó a 
Chuquisaca el 17 de Septiembre de 1808, y pocos fueron los altos 
funcionarios de la corona que se inclinasen a dar entero crédito a tan 
estupendo anuncio que les parecía fuera del orden natural de-las 
cosas; pero cuando posteriores documentos oficiales vinieron a 
confirmar lo ya sabido, creyeron los súbditos del rey que el 
andamiaje institucional del Estado se venía abajo carcomido por el 
tiempo y las nuevas ideas, y, los naturales americanos, que esa era 
la coyuntura ofrecida por el lógico y humano encadenamiento de los 
hechos para sacudir la cadena de opresión que durante tres siglos 
habían arrastrado. 
Chuquisaca en aquellos tiempos era uno de los centros más 
intelectuales del Continente hispanoamericano y su Universidad de 
San Xavier, célebre en los países del contorno, ejercía poderosa 
atracción en los estudiantes de Lima, Cuzco, Córdova o Buenos 
Aires de donde iban a cursar humanidades acogiéndose al seno de 
las familias acaudaladas, como pupilos, y donde aprendían a discutir 
en todos los tonos y sobre todos los temas, porque la ocupación 
favorita de estudiantes y doctores era engolfarse en apasionadas 
disquisiciones sobre temas políticos de preferencia y con los 
argumentos que les suministraban los libros de Montesquieu, Raynal, 
D'Agneseau y otros, devorados a ocultas de los profesores. Era, 
puede decirse, un laboratorio de ideas libertarias dados los tiempos y 
la clase de hombres dominantes. 
Como ciudad, Chuquisaca, valía poco, sin duda, porque era una 
ciudad de corte netamente español, desprovista de recursos, pero 
apacible, de clima deliciosamente templado y de contornos ricos en 
campos abundosos y de linda vegetación. 
Las gentes de la urbe estaban distribuidas en clases perfectamente 
caracterizadas y distribuidas por gremios. Había la de los religiosos, 
funcionarios públicos, acaudalados mineros o terratenientes y la de 
los universitarios. El pueblo propiamente dicho, es decir, la masa 
criolla, apenas contaba en esta principal distribución, y sus 
andanzas, menesteres y preocupaciones sólo interesaban a los 
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demagogos sentimentales o a los magistrados diligentes y previso-
res, que apenas eran una excepción. 
La tarea favorita de todas estas gentes, era, como se tiene dicho, la 
discusión y el chisme en sus más variadas tonalidades, hasta la 
calumnia oculta que empaña la honra y hace correr en veces la 
sangre; pero la vida misma era por lo general apacible, monótona y 
transcurría lentamente para todos, vacía y siempre igual. No había 
periódicos; tampoco teatros. Se vivía en santa ignorancia de lo que 
pasaba más allá de las lindes del terruño y sólo preocupaban las 
noticias relacionadas con nuestro Señor el Rey y su familia, de 
quienes no se tenía queja alguna. 
Figúrese, pues, en una sociedad así constituida y entre gentes de tan 
plácido vivir, el estupor y la consternación que causarían las tan 
grandes noticias del cautiverio del monarca español y de su prisión 
en tierras de Francia. Hubo rogativas en los templos, procesiones en 
las calles para las que se sacaron a lucir el retrato de Fernando VII. 
También hubo juramentos públicos de fidelidad al monarca 
destronado. 
Esto, se entiende, entre los funcionarios de alta categoría y los 
señores de rango y título; más no así en el gremio de los doctores y 
universitarios donde en el nuevo estado de cosas de España hallaron 
ocasión propicia para, como de costumbre, entregarse a la discusión 
que los condujo a ver esos asuntos con un criterio nuevo y apropiado 
a las circunstancias. 
Este nuevo criterio se resolvía así en las discusiones: todo poder, 
para ser legítimo, tiene que emanar del pueblo. Había sido destruido 
el cetro de los reyes españoles por la fuerza de las cosas; luego era 
llegado el momento de que el pueblo asumiese su verdadero rol para 
organizarse. 
Y en tanto que los doctores, en secretos conciliábulos, le daban mil y 
mil vueltas a la proposición, el arzobispo Moxó, señor de rancia cepa, 
se agitaba en otra clase de andanzas y promovía una colecta entre 
los frailes y clérigos de su dependencia provocando en ellos general 
movimiento de protesta con la medida y aumentando la irritación que 
sentía contra él por su rigidez y severidad ejemplares, y sus gustos 
refinados y aristocráticos, tan distantes de los suyos prosaicos hasta 
la misma vulgaridad. 
Es que realmente rondaba la pobreza por aquel tiempo en el clero 
altoperuano, pues las malas cosechas eran periódicas, se había 
descuidado un tanto el laboreo de las minas, y esto, unido a su vida 
licenciosa y a su afán de acumular reservas, lo ponía en condiciones 
de no poder acatar los deseos del mitrado. 
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Moxó se sintió herido con el poco éxito de sus gestiones. Entonces, 
achacando a tacañería la resistencia de sus subordinados de 
quienes tenía muy mal concepto por lo silencioso de su vida privada, 
concibió el propósito de hacer observar rígidamente las instrucciones 
que antes impartiera y por las cuales obligaba a los curas a rendir un 
examen de Suficiencia ante un tribunal especial que, no obstante su 
misión de poner valla y medida a la competencia del postulante, 
estaba secretamente instruido para que revelase al arzobispo “sobre 
la vida y costumbres de los individuos". 
Impunemente no se toman empero medidas de la índole que tienden 
a restringir el libre ejercicio de las profesiones lucrativas. Y los curas 
se coaligaron contra el arzobispo y esta coaligación sirvió de fuertes 
apoyo a la causa de la independencia, pues, muchos de los curas y 
frailes que abrazaron con ardor de fanáticos esa causa, mas que por 
puro amor de ella, fue por odio al estricto, orgulloso y culto Moxó, de 
chillona voz, elegantes maneras y bolsa repleta y de ancha boca. 
Menos de dos meses después, el 11 de noviembre, llegó a 
Chuquisaca don José Manuel Goyeneche, americano de nacimiento, 
y de quien se dijo que era portador de un pliego de instrucciones que 
le había dado la Junta de Sevilla que funcionaba como supremo 
poder en España, aunque todos ignoraban que en su afán de medrar 
con la honra y su deseo de adquirir honores, riquezas y prestigio, 
también venía como personero de doña Carlota, princesa del Brasil y 
reina del Portugal, con quien, al pasar por el Brasil donde se 
encontraba con su esposo y conspirando contra él, había tenido una 
larga conferencia en la que se comprometió a sostener sus 
aspiraciones a las posesiones españolas, jugando así el doble rol de 
traidor y falaz con que lo pinta la Historia para escarmiento de los de 
su laya. 
Goyeneche fue recibido con grandes manifestaciones de 
consideración y al punto entró en conferencias secretas con el 
arzobispo Moxó, el presidente de la Audiencia, don Ramón García 
Pizarro, directo descendiente del conquistador y a los cuales logró 
ganar a la causa de doña Carlota, no sucediendo lo mismo con el 
presidente de la Academia Carolina, Boeto, quien, al enterarse de la 
doble misión del triste personaje y descubrir su falacia, tuvo una 
actitud con él y frases de dura condenación. 
Hízose patente la discordia y al punto también los doctores y 
universitarios, que ya fraguaban planes dé vasta trascendencia, 
echaron a correr el rumor de que el arzobispo y el presidente tenían 
concertado entregar a los portugueses esas posesiones castellanas, 
rumores que se acentuaron a la partida de Goyeneche que se fue el 
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17 con dirección a La Paz, y ante los cualeshubieran de hacerse 
pesar muy de veras los dos personajes en haber escuchado a 
Goyeneche, pues no era mucho su coraje y jamás querían verse 
mezclados en trances de pelea. 
La voz de los descontentos descendió a la plebe llevada por los 
agitadores, que eran unos cuantos jóvenes y doctores de buenas 
familias entre los que sobresalían los hermanos Zudáñez, el 
argentino don Bernardo Monteagudo, don Joaquín Lemoine, los 
Mercado, Carvajal, Prudencio y otros de igual categoría e igualmente 
inspirados por las nuevas ideas de la gran revolución, que iban 
encendiendo formidables hogueras en todos los puntos del mundo 
descubierto por Colón. 
La fama de Monteagudo, el más vistoso de todos, provenía ya no 
únicamente de su talento nutrido y su labia gallarda, sino, sobre todo, 
de su bodega o tenducho que tenía establecida en el mercado y 
donde se hacían por lo general las reuniones de los amigos 
revolucionarios; y si hogaño se ve que la tienda, pulpería o bodega 
lleva a los escaños del municipio y aún a las curules de la cámara, 
antaño daba lustre y dinero, pues era la tienda, como es aún hoy en 
ciertas localidades y al estilo provincial de España, centro de salados 
caramillos y de honesto esparcimiento. 
Pizarro, arrepentido de su conducta y viendo que se iba explotando 
maravillosamente el arma en contra suya, quiso cortar por lo sano y 
el 25 de mayo dio orden para que se pusiese en prisión a los 
revoltosos, y, muy particularmente, a los hermanos Zudáñez, sin 
disputa los más emprendedores de todos. 
Uno de ellos fue cogido cerrada la noche, una noche que parecía 
prolongación del atardecer porque la luna llena derramaba tan vivos 
fulgores que a su claror se podía leer sin fatiga un libro, como 
acontece esas noches invernales de la meseta andina, de cielo 
maravillosamente limpio, transparente y sereno. 
Zudáñez se dejó prender; pero al ir en pos de sus conductores se 
puso a dar grandes gritos alborotando las calles desiertas y 
promoviendo con sus voces remolinos de plebe secretamente 
movida por los amigos del prisionero. Muchos se subieron a las 
torres de las iglesias y echaron a vuelo las campanas; otros 
encendieron fogatas en las calles y los balcones de las casas se 
llenaron de curiosos y alegres muchachas y de alborotadores niños a 
los que el insólito ruido de los bronces y el claror vivo de las fogatas 
llenaron de febril alegría. 
Pizarro, que no preveía tan grande alharaca, dispuso que sus pocos 
soldados disparasen descargas de fusilería y un cañonazo aunque 
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sin apuntar a la gente y con el solo fin de infundir pavor en los 
alzados; pero éstos no se dejaron amedrentar y armándose de 
piedras, palos y algún sarroso fusil, atacaron la Audiencia y cogieron 
preso al Presidente Gobernador no obstante de que el manso caba-
llero había dado orden, amedrentado por el laberinto y el furor del 
populacho, de poner, en inmediata libertad al detenido. 
Salió Pizarro de la famosa Audiencia, escoltado por el pueblo, y fue 
conducido preso a los salones de la Universidad. Eran las doce de la 
noche y a esa hora se abría une nueva era para el pueblo sometido y 
destruido por otro Pizarro, aunque no de venturas; y el anciano 
prisionero, impresionado por la gravedad de la hora, frente a los 
hechos precursores, decía con solerme melancolía: "Con un Pizarro 
comenzó la dominación de España; con otro Pizarro principia la 
separación". 
Al día siguiente, y creyendo los revolucionarios que su misión estaba 
concluida en Chuquisaca, emprendieron camino de propaganda a las 
demás ciudades de la Audiencia, yendo a la Paz los doctores Michel 
y Mercado, a Cochabamba Pulido y Alcérreca, y Monteagudo a 
Potosí. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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CAPITULO II 
 
La Paz y la revolución del 16 de julio-de 1809.- Proclama de la junta 
Tuitiva.- Traición de Murillo.- Su muerte heroica.- Revolución de 
Cochabamba.- En el Alto Perú nace la idea de la emancipación 
absoluta.- Segunda expedición argentina- Los grandes caudillos. – 
Tercera expedición argentina.- Batalla de Sipesipe.- La Serna se 
hace cargo del ejército realista. 
 
Muy otra fue la revolución de la Paz y no tuvo de pronto epílogo de 
romance, porque la sangre corrió a torrentes y en el patíbulo rodaron 
las cabezas de los caudillos, brutalmente sacrificados por 
Goyeneche. 
También en La Paz ardía el deseo de la emancipación acaso más 
agudo que en Chuquisaca, pero por otras causas. La dialéctica 
chuquisaqueña no tenía ambiente, ni las discusiones académicas 
echaban raíces en medio no porque fuese herméticamente cerrado a 
las especulaciones intelectuales, sino porque el carácter de las 
gentes pedía otra clase de ejercicios para el desarrollo de su 
actividad, pues eran gentes de carácter hosco y necesitaban 
mandones de temple duro, distintos a los que exigía la docta y pulida 
Charcas. E iban soldados endurecidos en recias campañas, ba-
chilleres aventureros y díscolos, vagabundos buscavidas ávidos de 
lucro y nada escrupulosos para alcanzar su deseo. Y-el topar con 
gente brava y decidida hízose lujo de valor y hombría el extremar las 
medidas de rigor, originándose así una lucha de siglos, de que ya 
estaban hartos los andinos. 
El comisionado Michel promovió algunas juntas secretas reuniendo a 
los que ya se señalaban como jefes del movimiento libertario, y la 
última se efectuó la noche del 15 de Julio en casa de don Pedro 
Domingo Murillo donde se tomaron varios acuerdos para asegurar el 
éxito de la revuelta que iba a verificarse al día siguiente durante las 
fiestas tradicionalmente consagradas a la Virgen del Carmen, pa-
trona de la ciudad. 
La imagen de la Virgen fue sacada en procesión hacia el atardecer. 
Iba precedida por las comparsas de danzantes indios que no 
cesaban de soplar sus instrumentos tristes, y caminaba bajo la lluvia 
de flores y papel picado que las doncellas posesionadas de sus 
balcones arrojaban con fervor sobre la santa imagen que iba 
tomando descanso a los pies de los arcos de plata colgados de 
trecho en trecho, a lo largo de las calles. Concluida la procesión la 
tropa ganó su alojamiento de la plaza y después de rezar de-
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votamente el rosario se retiró parte de ella al cuartel para gozar de la 
hora de libertad que se la daba, hasta las siete, yendo a gastar sus, 
cuartos en los juegos de azar permitidos en esos días por las 
autoridades. 
A esa hora salieron los conjurados de una tienda situada en la 
esquina de la Merced y atendida por Mariano Graneros, alias el 
Challatejheta, entre los que se encontraban Murillo, Sagárnaga, 
Monje, Catacora, lanza y el cura Medina, el más corajudo de todos y 
el de, más firmes convicciones políticas, y se encaminaron al cuartel 
vigilado en esos momentos por una compañía de veteranos, ganada 
a la revolución. Sorprendieron al centinela y cogiendo las armas de la 
guardia rindieron en breve a los pocos soldados que no se hallaban 
comprometidos, dando luego la señal de alarma tocando arrebato las 
campanas de la catedral. El Gobernador Dávila intentó sofocar la 
revuelta, pero fue cogido prisionero y encerrado en el cuartel. 
Inmediatamente se reunió cabildo abierto a petición del pueblo, el 
que, por medio e iniciativa de sus representantes los doctores 
Gregorio lanza, Juan Bautista Sagárnaga y Basilio Catacora hizo 
destituir a las autoridades, abrogar las alcabalas, quemar las cédulas 
de los deudores al fisco y dictar otras medidas de carácter 
económico, concluyendo la reunión con la declaratoria del Acta de la 
Independencia donde los conjurados "declaran y juran defender con 
su sangre y fortuna la independencia de la Patria". 
El 24 de Julio se organizó la Junta Tuitiva con quince vocales y se 
nombró presidente a don Pedro Domingo Murillo que era un mestizo 
versado en el manejo de las leyes aunque sin título de abogado, 
audaz, animoso, parco de palabras, mujeriego y que venía 
señalándose por su granamor a la independencia y sus arteros y, 
atrevidos manejos de propagandista, pues era él quien hacía circular 
los escritos anónimo que con profusión entonces corrían, y por lo que 
en 1805 se había visto envuelto en un proceso de sedición, y del que 
hubo de salir ileso porque tuvo la audacia de sindicar como a sus 
cómplices a las principales autoridades de la localidad. Era, pues, un 
hombre listo, emprendedor, servicial con los suyos y comedidos, 
cualidades que le habían dado gran ascendiente entre las clases 
populares y que, ahora se hicieron valer como méritos para darle la 
jefatura política y militar de la provincia y el llamativo título de 
Presidente de la Junta Tuitiva. anteponiéndose a militares de mérito y 
grande prestigio como don Juan Pedro Indaburo, a doctores ilustres 
como el animoso presbítero don José Antonio Medina, el enérgico 
don Gregorio lanza, el sufrido doctor Catacora v otros muchos, todos 
notables y descollantes en la ciudad. 
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El primer paso que dio la Junta Tuitiva fue anunciar a Chuquisaca el 
movimiento que acababa de operarse en la Paz y en dirigir 
engañosamente, un oficio al virrey de lima protestando adhesión al 
monarca destronado; oficio tácitamente desmentido por la proclama 
que en seguida se lanzó al pueblo y en la que renegando de haber 
guardado "un silencio bastante parecido a la estupidez" ante la 
política opresora del conquistador, anunciaba haber llegado la hora 
de sacudir la odiosa dominación. 
"Ya es tiempo, decía, de organizar un sistema nuevo de gobierno 
fundado en los intereses de nuestra Patria altamente deprimida por la 
bastarda política de Madrid. Ya es tiempo, en fin, de levantar el 
estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas 
sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía". 
Lanzado el reto con tan singular audacia, Murillo se preocupó 
exclusivamente de reunir tropas, y alistarlas, pues a poco se supo 
que el virrey de Lima, alarmado por los sucesos, había encomendado 
al brigadier don José Manuel Goyeneche, a la sazón presidente del 
Cuzco, para develar todo movimiento que tuviese por fin ahogar la 
libertad de los pueblos. 
Goyeneche se dio prisa en concentrar sus tropas dispersas en Puno, 
Arequipa y el Cuzco reuniendo en poco tiempo un formidable ejército 
de 5,000 hombres con el que se puso en campaña sobre la ciudad 
subversiva. 
Estos preparativos se conocieron allí a tiempo, y desde esa hora 
comenzó a decaer visiblemente el entusiasmo revolucionario de 
algunos jefes, muchos de los cuales, ante la inminencia del peligro, 
se hicieron pesar de haber mezclado en esos negocios, abrigando el 
propósito de retrotraer las cosas al punto en que se encontraban 
antes del 15 de julio, distinguiéndose Murillo en sus manejos para 
anular el entusiasmo por la independencia. Acaso no tenía bastante 
fe en la causa que había abrazado y esperaba diferir para coyuntura 
más favorable la hora de la emancipación. 
Entretanto se aproximaban las tropas de Goyeneche a La Paz y al 
saberlo se disolvió la Junta Tuitiva el 30 de septiembre, por renuncia 
de la mayor parte de sus miembros, y Murillo, por la voluntad de 
todos, quedó solo al frente de los negocios públicos y de la guerra y 
frente a la rivalidad y al odio de Indaburo. Y entonces, alucinado qui-
zás por quien sabe qué clase de intenciones, acaso miedoso de 
haber tenido la audacia de revelarse, escribió el 1º de octubre una 
carta a Goyeneche "ofreciéndole, cuenta el mismo caudillo en su 
indagatoria, su persona y milicias, y que le comunicase sus órdenes 
para verificarlas al momento." 
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Esta carta cayó en poder del jefe de la vanguardia revolucionaria, 
Capitán Rodríguez, quien se apresuró a hacer un viaje a La Paz 
desde el pueblo de Tiahuanacu donde se encontraba. 
Llegado a la ciudad hizo prender a Murillo y ordenó que se le 
encerrase en el cuartel con dos centinelas de vista. 
Indaburo quedó como jefe de las tropas, parte de las cuales no 
deseando, permanecer a órdenes de Indaburo acaso porque dudase 
de su fidelidad a la causa independiente, salió ese mismo día a 
acantonarse en los altos de Chacaltaya a órdenes de dos oficiales, el 
gallego Castro y el capitán Rodríguez. 
Inmediatamente Indaburo se ocupó de recolectar gente aceptando en 
sus filas a los partidarios de la reacción y luego, cuando se sintió 
fuerte, hizo prender a los principales revolucionarios que 
permanecían en la ciudad y dispuso que, cargados de grillos, fuesen 
custodiados en el mismo cuartel donde permanecía Murillo, y con la 
intención de hacer un escarmiento con ellos para cuyo efecto dispuso 
que se levantasen algunas horcas en la plaza principal. 
La primera víctima fue el capitán Rodríguez, contra el que Indaburo 
sentía un odio implacable. Lo hizo arcabucear en el patio del cuartel 
y pender luego en la horca; pero Indaburo no tuvo tiempo para 
realizar la totalidad de sus siniestros planes porque anoticiadas las 
tropas de Chacaltaya de la prisión de sus jefes, descendieron a la 
ciudad y atacando el cuartel dieron sanguinaria muerte a Indaburo, 
soltaron a los presos con excepción de Murillo contra el que 
pretendieron ensañarse acusándole de ser él el causante de tantos 
males y por "haberse convenido con los europeos para decapitar a 
los patriotas". 
Hubo saqueo, en las propiedades de los realistas, y los abusos de la 
plebe ebria unida a la soldadesca desbordada, sólo concluyeron 
cuando se supo, el 20 de octubre, que las tropas, de Goyeneche se 
aproximaban a la ciudad. Entonces huyeron los revolucionarios 
llevando consigo a Murillo "con una platina en un pie" para 
desbandarse en Chacaltaya con dirección a las vegas de Yungas; 
con excepción de unos cuantos soldados y unas pocas pobres mu-
jeres del pueblo que al mando del español Juan Antonio Figueroa, de 
recio temple y alma heroica, cometieron la locura de presentar 
combate a los 5,000 hombres del brigadier Goyeneche que luego 
hubo de vanagloriarse en sus partes de haber sostenido furiosa 
batalla por causa del rey... 
Goyeneche hizo su entrada triunfal a La Paz el 25 de octubre. 
El 26 comenzaron las persecuciones a los caudillos de la revolución 
contra los que se sentía profundamente enconado, y en particular 
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contra Murillo, no obstante las pruebas que tenía de su infidelidad a 
la causa independiente. Muchos fueron cogidos con las armas en la 
mano, o se presentaron voluntariamente para tratar de explicar su 
conducta mostrándose arrepentidos de sus actos; otros, como los 
cabecillas Lanza y Castro, fueron degollados en los Yungas, y sus 
cabezas se expusieron por largo tiempo a la vera de los caminos. 
Murillo fue cogido en Zongo, y aunque en su indagatoria se presentó 
tímido, apocado y felón, supo ganarse la inmortalidad muriendo como 
el más puro de los héroes pues alzándose en el tablado del suplicio 
dijo con acento profético: 
"¡No apagarán la tea que he encendido...!" 
Y murió. 
Casi al mismo tiempo que el virrey de Lima encomendaba a 
Goyeneche la misión de matar la revolución en el Alto Perú, el de 
Buenos Aires nombraba presidente de la Audiencia de Charcas a 
don Vicente Nieto, quien hizo prender a los Oidores de la Real 
Audiencia, sindicados como los principales promotores de los 
acontecimientos relatados, y los que se habían apresurado en poner 
en libertad a Pizarro y a rodearle de mil solicitudes deseando sin 
duda borrar con sus obsequios el recuerdo de su actitud subversiva. 
Pero ya las ideas de emancipación flotaban en el ambiente y al año 
cabal de los sucesos de Chuquisaca, Buenos Aires consumaba su 
gran revolución deponiendo a las autoridades peninsulares y 
sustituyéndolas con elementos netamente criollos, los que tomaron 
por su cuenta la tarea de fomentar el espíritu revoltoso altoperuano 
mediante una misión militar encomendada a don Juan José Castelli y 
a los generales Balcarce y Días Vélez.El virrey de Lima, sabedor de estos planes, resolvió auxiliar con 
tropas al presidente Nieto y reasumir el mando de las provincias 
altoperuanas segregadas desde hacía poco para formar el virreinato 
del Plata, encomendando a Goyeneche la obra de proseguir su 
campaña en favor del rey. 
Fue en este momento particularmente angustioso para la causa 
americana, “cuando, al decir de un jefe realista, don Mariano 
Torrente, un terrible golpe, la insurrección de Cochabamba, hizo 
variar totalmente la escena política" pues las tropas de Goyeneche 
que durante siete meses se habían estado adiestrando y 
disciplinando en el Desaguadero, tuvieron que desatender al ejército 
auxiliar argentino para ir a combatir las heroicas huestes levantadas 
por los patriotas cochabambinos don Francisco Ribero, don Estevan 
Arce y el alférez Guzmán Quitón que el 14 de septiembre de 1810 se 
habían alzado contra el gobernador José Gonzáles Prada 
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proclamándola independencia de las provincias altoperuanas a 
ejemplo de los patriotas de Chuquisaca y La Paz, 
Oruro, la ciudad de Pagador, secundó valientemente la actitud de 
Cochabamba tomando hasta el mismo Cabildo parte en el 
movimiento, y esta actitud fue sostenida por el apoyo de tropas con 
que inmediatamente acudió Cochabamba, y las cuales, unidas a las 
de Oruro, batieron en singular y denodado combate en los, campos 
de Aroma a las realistas enviadas de La Paz por el Gobernador 
Ramírez, el 14 de noviembre de 1810. 
A la noticia de esta primera victoria independiente el general 
argentino Balcarce apresuraba su marcha a los territorios del Alto 
Perú, enviando desde Cotagaita una nota de intimidación a Nieto 
hacia fines de octubre de ese año y la que fue respondida 
arrogantemente por el jefe realista. Entonces atacó Balcarce en los 
campos de Suipacha infligiendo el 7 de noviembre una seria derrota 
al jefe realista; lo tomó preso y lo condujo a Potosí de donde había 
fugado el gobernador Córdova, porque Potosí se había levantado a 
su vez en favor de la causa americana con un entusiasmo acaso 
excesivo por los abusos de las plebes enardecidas con la noticia del 
triunfo de Suipacha. 
El movimiento independiente tomó proporciones incontenibles, pues 
fue secundado primeramente por Chuquisaca el 13 de octubre y el 
16 de noviembre por La Paz, adhiriéndose ambas localidades, al 
gobierno de Buenos Aires y desconociendo al de Lima. 
Castelli fue recibido en Potosí con grandes manifestaciones de 
entusiasmo; pero su fanatismo político le hizo cometer acciones de 
inútil crueldad porque ordenó se fusilasen como a traidores al 
gobernador Sanz y a los generales Nieto y Córdova, que se habían 
negado a jurar obediencia a la Junta de Buenos Aires, disponiendo, 
además, que los dineros de las cajas reales de Potosí fuesen a su-
marse a los fondos de la revolución con daño del movimiento 
administrativo de la localidad. Luego pasó por Chuquisaca a 
incrementar sus fondos y de allí se dirigió a La Paz, ciudad en la que 
hizo su entrada en uno de los días consagrados a las ceremonias de 
la Semana Santa dando a los fieles la impresión de un hombre 
desprovisto de sentimientos religiosos, y, por tanto, dejado de la 
mano de Dios. 
Entretanto Goyeneche seguía alistando sus tropas al otro lado del 
Desaguadero con la intención de atacar al jefe argentino no bien se 
le presentase una favorable coyuntura; pero como este había 
presentado ciertas bases de transacción al virrey de Lima, 
convinieron ambos jefes en firmar un armisticio de cuarenta días 
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ocupando sus tropas las localidades en que se encontraban, es 
decir, los realistas la margen derecha del Desaguadero, y los 
patriotas, los pueblos de Laja y Tiahuanacu, distantes cosa de 
cuarenta kilómetros de la frontera. 
Este convenio era regular sólo en apariencia porque ninguno de los 
jefes tenía la resolución de cumplirlo, ya que ambos eran falaces y se 
afanaban por seducir con promesas a sus tropas ganándolas a su 
causa y abrigando el propósito de romper con lo pactado así que se 
presentase el momento oportuno; cosa que, como más diligente y 
menos escrupuloso lo hizo Goyeneche la mañana del 20 de junio de 
1811 destruyendo completamente con sus tropas las desprevenidas 
de Castelli. 
El jefe argentino, acobardado, huyó hasta Buenos Aires, y sólo el 
general Díaz Vélez pudo replegarse a Potosí a la cabeza de sus 
tropas dispersas que alcanzaban apenas a ochocientos hombres. De 
Potosí se dirigió a Cochabamba donde latía el espíritu revolucionario, 
y lo hizo así por escapar del ambiente de Potosí que con los excesos 
de Castelli se había tornado hostil a las tropas auxiliares. Únicamente 
quedó Pueyrredón con el encargo de centralizar las tropas dispersas 
á raíz de la derrota, y las cuales, desmoralizadas ya por la falta de 
recursos y la poca fe en sus jefes, pretendieron conseguir de la 
ciudad y sus habitantes lo que habían menester presentándose 
arbitrarias y despóticas; pero sus abusos sólo sirvieron para 
exasperar la paciencia de los potosinos que levantándose en masa el 
5 de agosto defendieron el resto de sus caudales que pretendían 
llevarse los argentinos asesinando a los soldados, sin miramientos, y 
haciendo una cruel carnicería en sus filas. 
Goyeneche, al conocer el movimiento de repliegue de Díaz Vélez y la 
actitud subversiva de Cochabamba, se dirigió primero. a La Paz 
donde entró por segunda vez como vencedor, y de allí a 
Cochabamba, por Oruro, derrotando completamente en Sipesipe a 
las fuerzas patriotas y presentándose en Cochabamba animado de 
un alto espíritu de tolerancia acaso para borrar la huella de horror 
que dejara el año 10 persiguiendo y castigando a los revolucionarios 
de la Paz. Fue tan insinuante la política que supo desplegar en esta 
ocasión, que logró quebrantar la oposición vio- 
lenta de los caudillos patriotas, y hacer aceptar a Ribero el título de 
Gobernador y las funciones de tal que supo ejercer en nombre de la 
corona de España. 
Esta su misión del pueblo cochabambino en particular y de todo el 
Alto Perú en general, era : sólo aparente y así lo veía el virrey de 
Lima, pues no se le ocultaba que la odiosidad entre las dos ramas de 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
 13
la raza autóctona, era violenta e irreductible, y quiso de una vez 
humillar y vencer por, siempre ese espíritu levantismo y hosco de los 
altoperuanos y ordenó que el cacique Pumakcahua del Cuzco, 
reforzado por el de Chincheros, Choquehuanca, fuesen en apoyo de 
Goyeneche con sus tropas, las cuales, sedientas de odio y 
angurriosos de bienes, cometieron crímenes y abusos tan grandes, 
robando, talando, incendiando, que sembraron por, siempre en el 
Alto Perú el odio al invasor del otro lado del Desaguadero. 
Estos abusos, hechos a nombre de una causa repudiada ya por los 
pueblos, ocasionaron una nueva insurrección en, la Indómita 
Cochabamba que deponiendo al Gobernador Ribero creó una, junta 
de gobierno compuesta de varios miembros, los cuales, obrando 
aisladamente y sin concierto, no hicieron otra cosa, con su actitud, 
que debilitar él entusiasmo revolucionario del pueblo, pues se 
pusieron a atacar ya, no únicamente a los enemigos de la causa, si-
no que su acción se convirtió en un flagelo de las poblaciones 
vecinas, del comercio y del movimiento mercantil casi paralizado 
hasta el punto de que hasta el mismo correo tenía que trasladarse 
custodiado con un fuerte destacamento de hombres armados. 
Irritado Goyeneche con estos abusos concibió el propósito de 
escarmentar con rudeza el espíritu insubordinado de ese pueblo y 
sus caudillos, y con este objeto llamó en su ayuda a mas, oficial de 
instintos feroces, rapaz con exceso, sin escrúpulos de ningún género, 
ambicioso y angurrioso, y luego de proclamar a sus tropas 
autorizándolas para obrar como les viniese en antojo, dejó de 
preocuparse por, el instante con la idea de invadir las provincias 
argentinas, y se encaminó a los valles de Cochabamballevando a su 
vanguardia al feroz mas cuyos actos de terror, sólo sirvieron para 
fortalecer en los habitantes de la región su instintivo anhelo de 
libertad. 
El 27 de mayo hizo Goyeneche su entrada en la urbe levantisca 
después de haber rechazado con desdén la comisión de sacerdotes 
que le salió al encuentro para pedirle garantías por las vidas y 
haciendas de los moradores; y sin mas dejó sembrado el terror en 
todos los pueblos de su paso, Goyeneche hizo destrozos en la 
ciudad e instituyó un tribunal militar que condenó a muerte a los 
principales caudillos cuyas cabezas se clavaron en picas y se 
expusieron a la orilla de los caminos públicos. 
Después de ejercer tan crueles venganzas y teniendo aviso de que 
en la frontera se prepara otro ejército invasor, se puso en camino al 
sur del territorio y envió a la Argentina a su primo Tristán con un 
ejército de seis mil hombres y el que fue derrotado por Belgrado el 24 
ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES DE BOLIVIA 
 
 14
de septiembre de 1812 en Tucumán, y poco después, el 17 de 
febrero, en Salta. 
Goyeneche, cansado de la lucha, pidió su retiro y fue reemplazado 
por el general Joaquín Pezuela, y éste tuvo que retirarse buscando 
posiciones estratégicas ante el avance del general Belgrano que a la 
cabeza del segundo ejército argentino llevaba la misión de fomentar 
el espíritu de revuelta en el Alto Perú. Iba con el propósito de borrar 
con su conducta las huellas de odio y resentimiento dejados por el 
primer ejército argentino de Castelli, y sus equitables medidas de 
administración lograron en parte su objeto porque supo rodearse de 
honrados colaboradores y poner a la cabeza de los pueblos hombres 
patriotas y desinteresados como Warnes, Arenales y otros. 
El encuentro de los dos ejércitos tuvo lugar el 1° de octubre de 1813 
en la llanura de Vilcapugio, saliendo vencedores en la refriega los 
soldados de la corona. Belgrano no se dio por perdido y reuniendo 
sus destrozadas tropas intentó un segundo golpe de plausibles 
consecuencias; pero otra vez fue vencido el 14 de noviembre en los 
campos de Ayuma, a algunos kilómetros de Vilcapugio, sobre el 
mismo llano del yermo. Tan brava fue la defensa de los patriotas que 
el mismo general Pezuela pudo decir en su parte al virrey: "Los 
soldados insurgentes parecía que habían echado raíces sobre el 
suelo que pisaban." 
Belgrano se refugió en Potosí y el 18 de noviembre se retiró de la 
ciudad al saber la aproximación de las tropas enemigas, pero antes 
dispuso que se hiciese volar con cargas de pólvora la casa de 
moneda, bárbara orden que fue burlada por el patriotismo local de un 
oficial altoperuano y que unida a los desmanes que cometieron los 
soldados argentinos en su retirada a las fronteras de su país, acaba-
ron por herir de muerte, y ahora definitivamente, el prestigio porteño 
y la fe en su sentimiento de solidaridad americana. 
Es desde entonces, y a fuerza de desengaños, que los habitantes del 
Alto Perú concibieron el propósito de luchar solos por su 
independencia haciendo frente al núcleo de los ejércitos realistas allí 
arraigados, pues si por un lado fueron víctimas de la rapacidad 
porteña, por otro hubieron de sufrir angustiosamente una política de 
venganzas y persecuciones ejercitadas con tesón por los 
peninsulares, igualmente animados por la pasión de la rapiña. 
Este deseo y el alejamiento de Pezuela que seguía en pos del 
vencido ejército argentino, favorecieron el levantamiento general de 
los caudillos altoperuanos, José Miguel Lanza en los valles de 
Ayopaya, Ramón Rojas en Tarija, José Vicente Camargo en Cinti, 
Manuel Ascencio Padilla en Laguna, José Ignacio de Zárate en 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
 15
Porco, Miguel Betanzos en Puna, Warnes en Santa Cruz de la Sierra 
y otros menos célebres aunque no menos animosos, se levantaron 
en distintas partes del inmenso territorio al solo impulso de su 
entusiasmo guerrero y de su amor a las instituciones libres, sin 
contar con el apoyo dé nadie, sin recibir de ningún lado contingente 
de armas, pobres en toda clase de bienes, y muchas veces hasta sin 
reunir las cualidades morales que exige el comando de las turbas; y 
lucharon todos con pasión, ansiosamente ya no sólo por conseguir el 
goce de una libertad que muchos confundían fácilmente con el 
libertinaje sin freno, sino por conservar la hacienda y el honor de la 
familia o aumentar el patrimonio de esta con las ocasiones que 
brinda un período cualquiera de luchas sin merced y hasta sin 
nobleza. 
Pezuela se vio precisado a dedicar todas sus tropas en la 
persecución de los guerrilleros; pero la audacia de éstos no conocía 
límites y obligó a las tropas reales a desplegar una energía y una 
constancia verdaderamente admirables. Sentían esas tropas que el 
ambiente les era hostil en extremo; por todas partes veían levantarse 
obstáculos y, sin embargo, permanecían obstinadas en la lucha, sin 
desfallecer y antes abrigando una especie de loca angurria por 
conseguir dinero y derramar sangre. 
Ardió, pues, la guerra en el Alto Perú, con extraordinaria violencia. 
Quienes aumentaban furioso combustible a la hoguera de odios eran 
los mismos sacerdotes y las mujeres de toda clase y condición: la 
inseguridad era patente y no había más remedio que lanzarse a la 
lucha, sean cuales fuesen sus resultados. 
Es en este estado que emprendió campaña sobre el territorio del Alto 
Perú el tercer ejército auxiliar argentino comandado por el general 
Rondeau y cuya vanguardia'-estaba al mando del teniente coronel 
don Martín Güemes, hombre de un patriotismo ardiente y fanático, 
grosero- de palabra, audaz como ninguno y con muy elevado 
concepto del honor y de la dignidad humanas. Este ejército, fuerte de 
4,000 hombres, se movió a principios de abril desde Jujuy con 
destino al Alto Perú entrando a Potosí el 9 de mayo; pero su marcha 
fue un modelo de desorganización y mala conducta. 
Cuatro meses permaneció en Potosí el ejército porteño inactivo para 
afirmar su disciplina, pero demasiado diligente para proveerse del 
dinero que necesitaba no ya solo a costa de sus enemigos de la 
causa sino con daño de los intereses de los mismos patriotas a los 
que se impuso fuertes contribuciones; mas al fin hubo de abandonar 
sus posiciones y sacudir su poltronería para provocar a combate a su 
ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES DE BOLIVIA 
 
 16
adversario que por su excelente servicio de espías estaba al tanto de 
su plan de campaña y conocía la des moralización de sus tropas. 
El 29 de noviembre se encontraron ambos ejércitos en Villoma y se 
dio la segunda batalla de Sipesipe en la que el ejército porteño, casi 
sin combatir, fue completamente derrotado, dejando mil hombres 
fuera de combate y casi todo su bagaje militar. 
Al conocer los caudillos altoperuanos el desbaratamiento definitivo 
del tercer ejército auxiliar argentino y saber que ya nada debían 
esperar del vencedor, volvieron a ponerse a la cabeza de sus 
huestes para emprender la heroica cruzada de las republiquetas, 
"nombre que se dio, vulgarmente, -dice el general Paz,- a esas 
reuniones espontáneas de hombres mal disciplinados y peor 
dirigidos, sin armas, sin reglas y sin táctica." 
Pezuela decidió acabar con todas ellas destacando en persecución 
de los caudillos a sus capitanes más esforzados. Despachó a Cinti, 
en persecución de Camargo, al coronel Centeno cuyo escuadrón de 
caballería compuesto de 400 hombres estaba armando del mayor 
Andrés Santa Cruz, y en Cotagaita supo la muerte del caudillo Padilla 
y la noticia le llenó de alborozo porque la tenacidad y bravura del 
heroico varón distrajeron por mucho tiempo y agotaron la resistencia 
de sus tropas. 
Camargo fue cogido por sorpresa la noche del 2 de abril y muerto por 
manos del mismo Centeno y pocos días después, en otro lugar del 
enorme escenario, era sacrificado con saña el cura Muñecas, acaso 
el más ilustrado y decidido de todos los guerrilleros altoperuanos. 
Sacrificados así estos caudillos, los demás que con igual coraje yabnegación se batían en otros puntos del territorio, se hicieron la 
promesa de no dar tregua ni cuartel al enemigo, pues ya que un día u 
otro estaban condenados a seguir la suerte nefasta de sus 
camaradas muertos, preferible era pagar cara la vida y no dejar 
punto de reposo al invasor ni dejarle holgar con la riqueza acumulada 
en trescientos años de ruda labor en las entrañas de la tierra. Y 
recrudeció por tanto la lucha que necesariamente debía resolverse 
de pronto con el triunfo de las armas reales, como que en poco 
tiempo fueron sacrificados muchos de los principales caudillos, 
comenzando por Warnes en Santa Cruz. 
En mayo de ese año de 1816 marchó Pezuela a Lima para sustituir a 
Abascal en el virreinato, y en su lugar vino el general La Serna 
acompañado de un brillante estado mayor. 
La Serna era un militar de ideas liberales, de carácter generoso y 
desprendido, justiciero y recto. Como tal quiso desde un comienzo 
imprimir un nuevo rumbo a la guerra dándole un carácter más 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
 17
científico y conforme a las enseñanzas que recibiera en las filas del 
ejército de su país y en medio de la guerra sustentada contra 
Napoleón; pero todos sus propósitos fallaron en la guerra que llevó al 
norte de las provincias argentinas de las que tuvo que retirarse al 
cabo de algunos meses de campaña derrotado por las montoneras 
de gauchos, cruelmente hostilizado por la 
población civil y habiendo perdido casi toda su dotación de guerra. 
La humanitaria y atolondrada conducta de La Serna en esta 
campaña fue acerbamente motejada por la camarilla del virrey 
Pezuela opuesta en ideas políticas a las del caballeroso español y 
por el mismo Pezuela que tantas huellas de desolación y lágrimas 
dejara en el Alto Perú. Se criticaron su clemencia, sus métodos de 
hacer la guerra y hasta su honestidad funcionaria; pero La Serna que 
desde atrás venía viendo que la guerra tocaba a su fin por el odio 
incolmable y exasperado de los naturales hacia el peninsular; 
convencido de que los acontecimientos se encadenaban todos en 
favor de la causa por la libertad; viendo, sobre todo, que era unánime 
en el Continente las esperanzas de liberación alimentadas ahora con 
vigor por los simultáneos triunfos de Bolívar en el norte y de San 
Martín en Chile, enfermo, desengañado, melancólico, presentó su 
renuncia al rey y dejó el mando de las tropas realistas al jefe del es-
tado mayor, el brigadier don José Canterac, quien, a su vez, las 
puso, por orden, en manos del general don Juan Ramírez, que ya 
anteriormente había hecho la campaña en esas regiones del Alto 
Perú. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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 18
CAPITULO III 
 
Se afirma en el Alto Perú la idea de la independencia.- Revolución de 
Hoyos en Potosí.- Sucesos del Perú en 1820. - La guerra intestina en 
las filas reales.- Batalla de Junín.- Batalla de Ayacucho.- Sucre recibe 
instrucciones de pasar al Alto Perú.- Manejos de Olañeta en favor de 
la independencia altoperuana.- Decreto de Sucre de 9 de febrero de 
1825 constitutivo de la nacionalidad.- Descontento y reparos de 
Bolívar. - Decreto del Gobierno de Buenos Aires reconociendo al Alto 
Perú la facultad de constituirse en conformidad a sus intereses.- 
Bolívar lanza su decreto limitatorio de 16 de mayo. - La Asamblea 
constituyente de 1825.- Bolívar en el Alto Perú.- Promete, al fin, 
consentir en la formación de la nacionalidad.- Cumple su promesa y 
envía su proyecto de Constitución para el nuevo estado de Bolivia. 
 
Corría el año de 1820, glorioso para las armas patriotas. El 28 de 
julio había entrado San Martín en Lima después de su formidable y 
terrible campaña andina para proclamar la independencia del Perú, y 
en noviembre capturaba Lord Cochrane en el Callao, "los más 
fuertes barcos de la España". Al evacuar los realistas la famosa 
ciudad de los Reyes, su ejército había desconocido la autoridad de 
Pezuela, sustituyéndolo por el general La Serna y daba síntomas de 
marchar a su disolución. 
Todos estos acontecimientos influyeron para orientar poderosamente 
el espíritu público del Alto Perú, hacia horizontes de más vastas 
perspectivas, concibiendo la aristocracia pensante del país la idea, 
pronto general, de constituir un organismo aparte e independiente de 
las influencias de los organismos que hasta entonces habían 
englobado la región núcleo del imperio incásico. Las ideas políticas 
se habían depurado del candor casi místico con que se presentaban 
a la imaginación refrenada por una educación sin principios, y ya se 
conocían, con alguna exactitud, las corrientes de ideas que 
predominaban en el mundo merced a la difusión de la prensa 
argentina, y las clases populares comenzaban, a comprender la 
injusticia de las diferenciaciones sociales, que se pretendía resolver 
en diferencias de castas. 
Con semejante disposición de espíritu fácil le fue al coronel Hoyos 
sublevar la guarnición de Potosí y proclamar la independencia del 
Alto Perú en enero de 1822 poniendo preso a don José Estévez que 
en ausencia del gobernador había quedado en su lugar; pero el 
movimiento fue prestamente sofocado en San Roque por don Rafael 
Moroto que acudió a Potosí con las guarniciones de Tupiza, Oruro y 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
 19
Cochabamba. Hoyos pagó con la vida su intento de libertad y fueron 
ejecutados más de veinte patriotas entre jefes, oficiales y civiles, y 
enviados otros al destierro y al laboreo forzoso che las minas en los 
socavones de la ciudad. 
Por este tiempo estaba ya consumada la revolución del Perú y había 
llegado a Lima el general don Antonio José de Sucre en misión 
especial acreditada por el libertador Bolívar. Gobernaba el país el 
general Riva Agüero, quien, anheloso de auxiliar los esfuerzos de los 
altoperuanos, envió a don Andrés Santa Cruz, convertido ya a la, 
causa de los independientes, a la cabeza dé un respetable número 
de fuerzas; pero Sucre, que entonces actuaba sólo como diplomático 
y no quería tener ingerencia directa en otros negocios y conocía, de 
paso, las dotes militares de Santa Cruz, no pudo menos de criticar la 
medida como lo hicieron todos los que rodeaban al gobierno, pues se 
decía que Santa Cruz, altoperuano de nacimiento, más que con un 
objetivo militar, iba a esas regiones con el fin de apoderarse de las 
provincias del Alto Perú y segregarlas del Perú y Buenos Aires, 
formando un Estado separado", cual escribía Sucre a Bolívar. 
Nada queda de la expedición de Santa Cruz que autorice a dar como 
un hecho la efectividad de este rumor; pero sí se vieron plenamente 
confirmados los temores de Sucre, porque Santa Cruz, sin dar 
ninguna batalla decisiva y sólo al saber que el virrey La Serna había 
tocado las fronteras del Alto Perú, emprendió una precipitada retirada 
que; más tenía trazas de vergonzosa huída, perdiendo en ruta la casi 
totalidad de sus 7,000 hombres. 
Durante esta campaña había concedido el general La Serna muchas 
distinciones a sus principales colaboradores, y este fue uno de los 
motivos determinantes para que varios jefes ya descontentos por su 
actuación y la amplitud de su criterio político, diesen paso a su 
resentimiento declarándose rebeldes para seguir prestando su 
colaboración a La Serna. Olañeta inició la lucha civil declarándose 
partidario del absolutismo, y el virrey hubo de verse obligado a abrir 
campaña contra el general rebelde en momentos de verdadera crisis 
para la causa de la corona porque para entonces se había retirado 
del Perú el general San Martín, desencantado de los hombres y de la 
política, cediendo el campo al Libertador Bolívar que al finalizar este 
año de 1823 se preocupaba activamente de organizar su ejército 
para las batallas de libertad. 
La lucha entre los jefes realistas fue tenaz y mortífera. Quiso primero 
el virrey ensayar las medidas de conciliación proponiendo ciertas 
bases de transacción a Olañeta; pero este general, ambicioso y 
obstinado, se propuso confiar a las armas la razónde su actitud e 
ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES DE BOLIVIA 
 
 20
hizo la campaña admirable de valor y energía y en la que el ejército 
real hubo de perder ya no sólo la cohesión de su disciplina, sino 
apreciables unidades y un excesivo desgaste de fuerzas e iniciativas. 
Al fin, después de largos meses, de campaña por todos los yermos, 
valles y vegas del Alto Perú, gigantesco teatro de las estupendas 
hazañas de este ejército anarquizado, el virrey la Serna hubo de 
interrumpir la persecución de su general rebelde para prestar toda su 
atención al ejército del Libertador que al mediar el año de 1824 
contaba con unos 10,000 soldados perfectamente disciplinados y que 
se pusieron en movimiento no bien parecía haberse atenuado el 
encono de la lucha fratricida. 
Salióle al encuentro el ejército realista comandado por Canterac el 1º 
de agosto, y fue derrotado el 6 en las llanuras de Junín en 
memorable y formidable encuentro y de las que Canterac tuvo que 
retirarse con asombrosa presteza porque en sólo dos días de marcha 
ganó 160 kilómetros andando por las faldas hoscas de la cordillera 
andina. Bolívar apenas pudo seguir la huella de sus pasos y por 
razones políticas dejó su ejército en las orillas del río Apurímac 
encomendando al general Sucre la misión de perseguir al adversario, 
y, si es posible, de librar a la suerte de las armas la conclusión de 
esa campaña comenzada con tan singular éxito bajo la inspiración de 
su genio militar. 
Sucre no anduvo corto en cumplir sus instrucciones y se puso en 
movimiento antes de que el general La Serna tuviese tiempo de 
reorganizar el deshecho ejército de Canterac y de recibir los 
contingentes de Olañeta, al fin sometido frente al desastre de las 
armas reales, ofreciera enviarle del Alto Perú. 
Verificóse el encuentro de ambos adversarios el 8 de diciembre en 
las llanuras de Ayacucho, limitadas por las altas cumbres de la 
cordillera y la batalla fue terriblemente ruda, pues combatieron los 
ejércitos con la suprema bravura de la desesperación porque 
comprendían que de esa acción dependía el éxito de sus empeños; 
pero otra vez más les fue adversa la suerte a los españoles porque la 
derrota se produjo hacia el atardecer y fue "completa y absoluta", 
según reza el parte oficial. 
Estaba concluida la dominación española en América después de 
trescientos años de esterilidad política y económica y ahora 
comenzaría otra, también secante, no más ilustrada y sin historia en 
los anales del mundo. 
El vencedor de Ayacucho, que en la hora de esta batalla última y 
definitiva estaba en la fuerza de la edad y rendía apasionado culto a 
una mujer garrida de la alta sociedad quiteña, creyó concluida su 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
 21
misión militar y dio por rotos sus compromisos con la causa de la 
independencia; pero otros eran los propósitos de su superior. Bolívar 
proyectaba algo trascendental y pensaba realizarlo con la co-
laboración de su hábil general y entrañable amigo, quien, cual si 
presintiera los propósitos del jefe y las angustias que llegarían a 
producirle, le dirigió una carta el 23 de ese mismo mes, desde 
Andahuaylas, pidiéndole instrucciones para proceder en la campaña 
contra el rebelde Olañeta que, permanecía irreductible con sus 
tropas en el Alto Perú, decidido a realizar lo que no había podido 
hacer La Serna, es decir, vencer al enemigo o fatigarlo por lo menos 
presentándole incesante campaña en esa jurisdicción que ya no 
dependía del Perú. 
Bolívar, desatendiendo dar instrucciones concretas sobre los puntos 
expresamente consultados, se limitó a ordenarle que prosiguiera 
viaje al Cuzco y entrase a los territorios del Alto Perú, pasando el río 
Desaguadero, que era límite entre los virreinatos del Río de la Plata y 
el Perú. Sucre, siempre sumiso y condescendiente, siguió viaje y lle-
gó en los primeros días de diciembre a la ciudad de piedra de los 
incas; más el 25 instóle por carta a Bolívar estableciese las normas a 
las que debía sujetarse impartiéndole sus órdenes no en su calidad 
de Dictador del Perú sino como libertador de Colombia y añadiendo 
en estilo jocoso que se daría de baja el día en que "por falta de 
aclaración bastante" esas órdenes se prestasen a confusión. 
Tampoco llegaron las aclaraciones. Entonces Sucre se puso en 
marcha hacia el punto señalado por el Libertador, no sin antes 
escribir de Puno los temores que le asaltaban para cumplir la misión 
confiada a su talento político y militar. 
En Puno recibió Sucre una delegación altoperuana dirigida por don 
Casimiro Olañeta, sobrino del general realista. Don Casimiro se 
había pasado a la causa de los patriotas después de haber revelado 
casi todos los planes del general a los revolucionarios jugando así un 
rol preponderante aunque algo ingrato en los acontecimientos, y por 
él supo ahora Sucre el estado de ánimo de aquella región, inclinada 
con unanimidad a la independencia absoluta. 
El viaje de Puno a La Paz siguiendo la orilla del lago Titicaca lo hizo 
Sucre en compañía de Olañeta con quien sostuvo largas pláticas 
tratando de enterarse debidamente de las corrientes políticas del Alto 
Perú. Olañeta era entonces un mozo casi de la misma edad que 
Sucre, simpático de continente, de palabra insinuante y vistosa, y 
fácil le fue fortalecer y acaso sugerir en el ánimo de Sucre la idea de 
fomentar el espíritu de independencia reinante en el Alto Perú, 
mostrándole que el sólo medio de realizar cumplidamente los fines 
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 22
de la revolución emancipadora era dejar a los pueblos en libertad de 
fijar y decidir de sus propios destinos. 
Sucre, que tenía ideas fijas en la materia y conocía el pensamiento 
secreto del Libertador, acorde con el suyo, no vaciló un momento en 
publicar, dos días después de la llegada a La Paz, su célebre decreto 
de 9 de febrero en que, reconociendo en los pueblos el derecho de 
constituirse según su propia voluntad, convocaba la reunión de un 
congreso encargado de fijar la suerte posterior de las cuatro 
provincias altoperuanas. 
Malísimo efecto produjo en el ánimo de Bolívar la noticia de este 
inconsulto decreto, no obstante de que para darlo. Sucre había 
tenido presente los dictados de su conciencia y los conceptos 
emitidos por el Libertador en dos de sus cartas dirigidas al Gran 
Mariscal de Ayacucho: "La suerte de esas provincias será el 
resultado de la deliberación de ellas mismas, y de un convenio entre 
los congresos del Perú y el que se forme en el Río de la Plata". 
La carta que con fecha 21 de febrero escribió a Sucre reprobando su 
decreto de 9 de febrero, muestra su propósito, revelado después, de 
crear grandes organismos sociales que llevasen en sí los elementos 
suficientes de organización y estabilidad política y no pequeños 
núcleos donde forzosamente, por falta de ambiente, habrían de arrai-
gar con pena las instituciones libres y ser ricos más bien en una 
floración de caudillos personalistas y bajamente ambiciosos. 
Ante la desaprobación categórica de su jefe, Sucre, profundamente 
herido en su amor propio de creador, concibió el propósito de ir 
dejando a otros el mando de las tropas libertadoras del Alto Perú y 
así, categóricamente, se lo comunicó por carta; pero su, resolución 
fue tomada en falso: Hombre por entero subordinado a la voluntad 
avasalladora e implacable de Bolívar, era incapaz de llevar a cabo 
cualquier proyecto que pudiese contrariar los planes del Libertador, 
quien le insinuó empeñosamente que continuara en el Alto Perú 
donde, le hacía ver, pondría en práctica sus proyectos. Además, 
urgía acabar de una vez con el jefe realista Olañeta, que 
abandonando Potosí, ciudad elegida para su cuartel general, a las 
vencedoras tropas del Gran Mariscal de Ayacucho, acababa de 
rechazar la capitulación que le ofreciera Sucre y era preciso dar fin 
con él. 
Y a esto se estaba disponiendo Sucre, cuando el 3 de abril le llegó la 
noticia de la muerte de Olañeta, parte de cuyas tropas se había 
defeccionado al mando delcoronel Medinaceli siendo batida la otra el 
2 en el río de Tumusla. 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
 23
Con esta acción concluyó en el Alto Perú la guerra de la 
independencia iniciada el año 9 en Chuquisaca y La Paz, 
respectivamente, con cierto candor ideológico y cuando el poder 
peninsular, todavía intangible, fuerte por su prestigio histórico 
disponía de todos sus recursos acumulados en esa parte SID del 
Continente donde tan sólo se contaba con la fuerza de las ideas 
germinadas en ese laboratorio de energías de la universidad de 
Chuquisaca, y en la cual guerra, si bien no hubo caudillos 
verdaderamente heroicos por su valor y sus virtudes o su genio 
militar, hubo en cambio el sacrificio callado de la masa anónima y su 
indomable voluntad de vivir autónoma y fijando su propio destino. 
De Potosí se trasladó Sucre a Chuquisaca con el propósito de 
entregarse a la administración de esos pueblos que ya los daba por 
definitivamente libres, porque días después de la muerte de Olañeta 
había recibido una comunicación oficial del delegado argentino don 
Juan Antonio Arenales y un pliego con un decreto del gobierno de 
Buenos Aires en que autorizaba a su delegado pactar un acuerdo 
con el jefe realista Olañeta, para que éste dejase libres las provincias 
de su jurisdicción, "sobre la base de que éstas, dice el decreto, han 
de quedar en la más completa libertad para que acuerden lo que más 
convenga a sus intereses y gobierno". 
Enorme fue la satisfacción de Sucre al conocer el texto de este 
decreto que venía a secundar sus propósitos contenidos en el suyo 
constitutivo de 9 de febrero y así se lo escribió en carta alborozada al 
Libertador; pero su alegría no duró mucho porque en respuesta 
Bolívar le envió otro fechado el 16 de mayo en que aceptando en 
principio la idea de reunir un congreso deliberante como una 
concesión a los avances de Sucre, sometía las deliberaciones de ese 
cuerpo ya no a la voluntad del congreso argentino, de que dependía, 
sino a la del Perú, convocado para una fecha posterior. Y como este 
acto entrañaba en suma una reprobación de la política de Sucre 
debía herir en lo vivo el amor propio de su creador, no quiso que 
fuesen tantos sus efectos que le hiciesen romper su amistad con 
Sucre y se apresuraba a explicar las razones por las que había 
lanzado ese decreto contra sus deseos y su voluntad, y que no eran 
otros que "por no dejar mal puesta la conducta de usted, por 
complacer al Alto Perú y por poner a cubierto mi reputación de 
amante de la Soberanía Nacional y a las instituciones más libres, es 
decir, en el fondo, consentía Bolívar que se echasen las bases de 
una nueva nacionalidad, no precisamente por respeto a la libre 
disposición de los pueblos, como a su afán de no mostrarles a éstos 
la ligereza con que había procedido su segundo. 
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 24
Sucre, lastimado profundamente por las limitaciones del Libertador, 
creyó prudente aplazar por el momento la publicación de ese 
decreto; pero "comunicó en reserva su tenor a un grupo de los más 
influyentes diputados", entre quienes comenzaron a circular 
pareceres contradictorios, pues muchos manifestaron su intención de 
no concurrir al congreso para no verse expuestos a jugar un rol 
político sin ninguna finalidad ni alcance alguno; otros opinaron 
porque no se reuniese la asamblea convocada sino después que los 
congresos de Lima y Buenos Aires hiciesen conocer su resolución 
respecto de la independencia altoperuana, y aun no faltaron quienes 
aconsejasen sostener por la fuerza el derecho de deliberar por propia 
cuenta. 
Entretanto llegaba el día de la instalación de la asamblea y era 
grande la expectación de los diputados reunidos en Chuquisaca por 
saber cómo habría de resolverse por fin el conflicto planteado por el 
Libertador; pero Sucre que conocía el carácter de Bolívar y su sed 
inagotable de renombre, no tuvo reparos en aconsejar a sus amigos 
que empleasen todos los medios posibles para ganar la voluntad del 
Libertador, única manera de poder conseguir algo en beneficio de 
sus aspiraciones. Luego, y deseando, según las instrucciones de su 
jefe, dejar en completa libertad a la asamblea en sus deliberaciones, 
salió de Chuquisaca el 2 de julio rumbo a Cochabamba, y luego a La 
Paz para salir de allí en encuentro de su jefe, ya en viaje sobre Alto 
Perú. 
La asamblea se reunió el 10 de julio de 1825. Eran 48 
representantes, en su mayoría doctores de la Universidad de 
Chuquisaca y, por tal, peritos en el arte de hilvanar discursos de 
frase sonora y atrayente. 
Los debates fueron por tanto nutridos y vistosos por la 
abundancia verbal de los Olañeta; Serrano, Urcullo, Gutiérrez, 
Medinaceli, Velarde y otros miembros culminantes de esa primera 
asamblea, entre los que se revelaron algunos estadistas previsores y 
discretos, siendo los más meros fraseadores vanidosos y 
rimbombantes sin otro fin que producir fuegos de artificio y 
conquistarse pasajera popularidad. 
Los debates públicos, y, de preferencia, los acuerdos 
de los pasillos, giraron en torno a la idea de que era imprescindible, 
necesario y de toda urgencia conseguir que el, Libertador rompiese 
su decreto de 16 de mayo, condición primera y aun sola para entrar a 
tomar acuerdos trascendentales que respondiesen al anhelo del país. 
Para alcanzar ese resultado era preciso ceñirse al consejo del Gran 
Mariscal, venciendo con honores la resistencia del Libertador. 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
 25
Resolviese, en consecuencia, enviar una comisión a su alcance la 
cual llevaría, para mayor seguridad de éxito, el pliego del 
reconocimiento formal de la independencia del Alto Perú, el que fue 
fechado el 6 de agosto como homenaje a la batalla de Junín y -en 
prueba de sumisión a Bolívar, héroe de aquella jornada. 
Antes había la asamblea dispuesto otra medida de rendido acto: le 
envió el 19 de julio un pliego comunicándole su instalación y en el 
cual se le decía que la asamblea "se acoge a la mano protectora del 
Padre común del Perú, del Salvador de los pueblos, del Hijo 
primogénito del Nuevo Mundo, del Inmortal Bolívar... Con V. E. lo 
haremos todo: todo lo seremos con su ayuda". 
La legación presidida por el tribuno Olañeta llegó a La Paz, donde ya 
se encontraba el Libertador, en los primeros días de septiembre y el 
5 fue admitida a una audiencia privada. 
Hasta hoy se desconocen los detalles auténticos de la entrevista, 
pues lo que de ella se sabe emana del informe de la misma legación 
dado a la asamblea por Olañeta, quien, naturalmente, hubo de omitir 
ciertos detalles conocidos hasta ahora sólo por la tradición oral y 
depresivos hasta cierto punto para el país, la asamblea y, sobre todo, 
la legación. Del informe oral de Olañeta se colige que el Libertador, 
sin tomar a lo serio los honores y homenajes votados por la 
asamblea, dijo no creerse suficientemente autorizado por el congreso 
del Perú para declarar la independencia de las provincias sometidas 
a su jurisdicción y cuyo ejemplo pudiera ser contagioso para otras 
que con el mismo título pudieran alegar derechos a su 
independencia, "si la sola deliberación de un pueblo, -palabras del 
relato de Olañeta,- bastara para erigirlo en soberanía sin el re-
conocimiento de los Estados vecinos”. 
Opuestos semejantes reparos a las solicitudes de la asamblea, que 
eran varias, según se ve en el pliego de instrucciones entregado a 
Olañeta, sólo se reservó la tarea de redactar el código político, del 
nuevo Estado, acaso porque allí se le presentaría la coyuntura de 
exteriorizar sus puntos de vista políticos y los ideales que anhelaba 
para los nuevos Estados.. 
La asamblea, desfavorablemente impresionada por los informes de la 
legación, se disolvió el 6 de octubre no sin antes haber proclamado 
solemnemente y en documento memorable la independencia del 
nuevo Estado, al que se llamó Bolívar como sometimiento y 
homenaje al Libertador, y de haber echado las bases de la nueva 
nacionalidad con leyes secundarias, lanzandoa, la par por el mundo 
la resolución de quedar desligada de los otros países de los que 
antes formara parte. 
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 26
El 20 de septiembre salió Bolívar de La Paz, y ocho días después 
llegaba a Potosí, la legendaria villa, en la cumbre de cuyo cerro había 
prometido enarbolar la bandera de los libres, allá en sus sueños de 
adolescente. 
Suntuoso en extremo fue el recibimiento dula mágica ciudad y muy 
digno de la fama del héroe. Las fiestas preparadas por el vecindario y 
el prefecto Miller duraron siete días consecutivos y hubo verdadero 
derroche de caudales, buen humor, suma elegancia y gracia sin fin 
en las mujeres. De Potosí pasó Bolívar a Chuquisaca, donde entró el 
4 de noviembre y la ciudad universitaria no anduvo menos diligente 
en festejar al Libertador. 
Y estos agasajos, el fervor apasionado de las masas, el cabal 
conocimiento del país y de las gentes, su amor instintivo de lo 
equitable, fueron modificando gradualmente los sentimientos del 
Libertador en sentido favorable a las aspiraciones de los 
altoperuanos, empujándole a trabajar con el ardimiento que 
acostumbraba dando decretos y disposiciones sobre toda materia, 
afanándose por arreglar los asuntos de la administración, 
preocupándose de las finanzas públicas y de la instrucción popular, y 
mostrando en fin, su anhelo de corresponder con actos de previsión y 
utilidad los homenajes de un pueblo rendido a sus plantas y por el 
que ya sentía ese afecto entrañable que fatalmente despierta lo que 
se rinde, apega y es débil. 
El 1º de enero de 1826, víspera de su viaje al Perú, lanzó el 
Libertador su memorable proclama a los bolivianos en que 
aseguraba irse con pena, pero con la firme convicción de trabajar por 
su patria adoptiva, a la que, según su promesa, ofreció enviarle una 
constitución "la más liberal del mundo". "El 25 de mayo próximo será 
el día en que Bolivia sea. Yo os lo prometo", -dijo, y fue fiel a su pa-
labra. 
Hombre de escrúpulos exagerados en ciertas circunstancias, previsor 
y prudente, al fin vio que merecían ser libres quienes por el espacio 
de quince años habían sufrido y penado con ejemplar abnegación y 
coraje insuperado por romper el duro yugo peninsular; acaso vio 
también, dado el empeño de peruanos y argentinos por inclinar de su 
lado la decisión de Charcas, que el desmesurado crecimiento de 
cualquiera de los nuevos países sería una amenaza constante para 
la seguridad de los demás y engendraría el instinto de las 
supremacías peligrosas, y convino recién en la necesidad de crear 
un nuevo organismo que se interpusiese entre los ya formados y 
viniese a guardar el necesario equilibrio en esa vasta y rica porción 
del Continente. 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
 27
Y consintió, recién, en que Bolivia sea. 
Y como en todo lo que proyectaba sabía poner fe y entusiasmo, ese 
entusiasmo generoso, desbordante y espontáneo en su 
temperamento de meridional, la creación de Bolivia fue para él un 
motivo no ya de gratitud, como generalmente se piensa y dice, 
arrancado por los homenajes recibidos, cosa que sería vanidad y 
pueril egoísmo, sino de orgullo de gran caudillo y de previsión sana 
de estadista, orgullo y previsión de una obra que la sabe 
imperecedera, el sostener, pedir, disponer, ordenar que el nuevo país 
no encontrase obstáculos en ninguna parte y emprendiese los 
primeros pasos de vida libre, con facilidad y sin tropiezos. 
Para alcanzar su propósito puso de lado del pueblo que diera como 
pedestal a su nombre el granito firme de sus montañas, su actividad 
desconcertante, su voluntad de hierro, y, sobre todo, su amor 
invulnerable a la libertad y a la gloria. Pero no toda su fe. 
Bolívar veía a distancia y más lejos que todos los hombres juntos de 
su tiempo y hasta del pueblo que quiso nacer a su sombra y bajo su 
amparo. La lucha sostenida entre él y los pueblos, después de Junín 
y Ayacucho, fue la de las ideas grandes, encarnadas en el hombre y 
los intereses inmediatos representados en las colectividades. El 
anhelaba plasmar algo durablemente sólido con base de población 
rica y culta, tierra feraz y vasta, instituciones propias arrancadas de 
las necesidades inmediatas y urgentes del estado social mismo; y si 
Bolívar quizás se engañó o los pueblos tuvieron razón, aun no 
parece llegada la hora de decirlo en estos momentos en que el 
mundo martirizado por la guerra anda más revuelto que nunca en su 
economía, leyes, costumbres, preocupaciones y manera de vivir. Lo 
que sí puede ya saberse con la experiencia de casi un siglo, es que 
ese pueblo de su nombre enclavado en el corazón frondoso de la 
América meridional, alejado del mar por entonces invencibles 
obstáculos telúricos, con escasa y aun ínfima población instruida y 
capaz, absolutamente ignorante de las condiciones de vida de, los 
grandes pueblos de civilización occidental, lleno de tribus bárbaras y 
salvajes, sólo podía desarrollarse con amplitud en un todo armónico 
que él imaginaba en sus sueños de estadista y de político, pero que 
ya los acontecimientos o la ceguera de los hombres no le dejaron 
realizar. 
Para llegar al corazón de ese pueblo había tenido que atravesar 
regiones de infinita desolación: por un lado el desierto arenoso, 
inclemente de la costa; por otro la alta e infecunda meseta del yermo, 
entonces, y aun hoy, las solas vías posibles del mar. Y bien veía que 
ese pueblo, al querer constituirse dentro los límites de la Audiencia 
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de Charcas, extensísima como territorio, sin duda, pero indigente, 
como los otros países, en población hábil no obstante la Universidad 
Mayor de San Xavier, que los otros países no tenían, falto de 
caminos, sin ninguna industria establecida, pobre de medios y de 
recursos, era una creación artificial como los demás Estados, 
algunos de los cuales presentaba peores condiciones, un organismo 
endeble destinado a vegetar obscuro e ignorado si no alcanzaba a 
entrar en dominio de una faja de territorio que lo llevase a su mar y a 
su costa, es decir, al territorio de Arica. Y quiso prevenir el mal con 
mirada zahorí de estadista; pero su intento fue desbaratado por las 
interesadas coaliciones que echaron por tierra sus planes... Y fue 
vencido Bolívar, el vidente, y quedó Bolivia, por gracia de uno de sus 
hijos y contra los deseos del Libertador, metido entre inaccesibles 
montañas, ahogándose... 
Bolívar salió de Chuquisaca el 10 de enero y luego de visitar 
rápidamente el distrito de Cochabamba se dirigió por el Desaguadero 
a Tacna donde llegó veinte días después, el 30. 
Tacna en aquellos tiempos era, y sigue siendo, una minúscula 
aldehuela metida en lo hondo de una quebrada vecina al mar y en 
medio de huertos que rompen con el color espléndido de su follaje el 
gris monótono de los desiertos de arena que circundan ese valle 
angosto y lo encajonan y oprimen dentro sus deleznables murallas 
de arena calcinada. Su puerto es Arica creado exclusivamente para 
servir las necesidades del Alto Perú y exportar los metales preciosos 
extraídos de las minas de Potosí, y, los habitantes de una y otra 
localidad sólo vivían, según el testimonio, de un soldado de la 
independencia, William Bennet Stevenson, corroborado por muchos 
de sus contemporáneos, del comercio y del transporte de las 
mercaderías al interior del Alto Perú, porque Arica, era entonces y es 
hoy con más precisión que nunca, según dicho viajero, "la llave de 
las provincias del Alto Perú". De consiguiente, la fortuna de esos 
pobladores estaba íntimamente vinculada a la prosperidad de la 
nueva nación y ello lo conocían mejor que nadie, y de ahí que no 
bien asomara el Libertador a la ciudad de Tacna el 30 de enero de 
1826, se apresuraron en presentarle una solicitud encabezada por 
los miembros de la municipalidad, en que en atención "a las 
relaciones de subsistencia y de, comercio que haya entre los 
individuos de la república Bolívar, y los de esta provincia" pedían "se 
sirva tener enconsideración los votos de un pueblo patriota, que 
decididamente quiere pertenecer a la república Bolívar". 
El 10 de febrero hizo su entrada el Libertador en Lima, y desde el 
primer momento se puso a trabajar ardientemente en favor del país 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
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que había adoptado su nombre consiguiendo todos los objetivos que 
perseguía. 
Cuando el Gran Mariscal de Ayacucho recibió en Chuquisaca el 
pliego en que el Libertador le anunciaba el reconocimiento de la 
independencia del nuevo Estado por el Perú, Sucre lanzó una 
ardorosa proclama a los bolivianos: 
“... El Libertador, el padre de vuestra patria, ha satisfecho su 
promesa: el 18 de mayo ha sido reconocida por el Perú como una 
nación libre, independiente y soberana, y el inmortal Bolívar felicita a 
su hija, a la tierra. querida de su corazón, el 25 de mayo... " 
En esta fecha se reunió el Congreso de 1826, y al punto los 
diputados entraron a discutir el proyecto de Constitución enviado por 
el Libertador junto con el acta de reconocimiento peruano. La 
discusión del proyecto boliviano duró seis meses y al fin fue 
aprobado casi en su totalidad siendo las siguientes sus disposiciones 
más peculiares: gobierno unitario, popular y representativo; poder 
público ejercido por el cuerpo electoral, el ejecutivo, legislativo y judi-
cial; cámara de diputados, tribunos y censores; presidencia vitalicia y 
la religión católica reconocida como religión del Estado. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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CAPITULO IV 
 
Territorio de la nueva nación.- Su distribución étnica.- Carácter del 
indio.- Selección inversa de la raza.- La desigual lucha entre el 
conquistador y el esclavo.- Caracteres de la casta mestiza.- 
El cholo.- Su inferioridad respecto al tipo superior de civilización.- La 
historia de Bolivia está formada por el cholo y de allí su 
incoherencia.- Insignificancia de la raza blanca.- Población de 1831.- 
El problema racial según Antelo.- El país desconocido. 
 
La Audiencia de Charcas se componía de las cuatro provincias de La 
Paz, Potosí, Cochabamba y Chuquisaca, subdivididas cada una en 
distritos y subdelegaciones y formando todas juntas una extensión de 
1.330,450 kilómetros o sea los territorios de la Gran Bretaña, Francia 
y España reunidos; pero como población ninguna alcanzaba a tener 
ni un habitante por kilómetro cuadrado, ya que apenas se calculaba 
menos de un millón de habitantes, indios domesticados los más, sin 
domesticar y salvajes en muchos puntos, y era esta raza, o es, 
mejor, la masa de la Nación, sucediéndole en importancia la mestiza 
o cruzada, y viniendo al último la blanca genuina o europea, que en 
relación a las otras casi no tenía significación numérica aunque en el 
hecho, por sus condiciones de superioridad moral y de ilustración, 
era la que dominaba y dirigía constituyendo hasta cierto punto una 
aristocracia de nacimiento y sin representación real dentro el sistema 
democrático. 
Tomadas las cuatro provincias bajo su aspecto telúrico, componían 
tres regiones perfectamente caracterizadas entre sí por el relieve del 
suelo, la distribución orográfica y hasta su orientación respecto del 
nudo central de los Andes: la interandina, encerrada entre dos altas 
cordilleras, constituye la meseta boliviana o sea la puna que en 
algunos puntos se eleva hasta 3.824 metros sobre el nivel del mar y 
donde arraigan los Andes en sus más elevadas cumbres como el 
Illampu, el Ilimani, el Sajama y otros. El clima es frío e inclemente y 
casi nula la vegetación. El aspecto es uniforme y descolorido. 
Algunos cerros ennegrecidos rompen la monotonía del llano y son 
cerros rocosos y secos donde medra un pasto menudo, la paja, que 
sirve de alimento a las tropas de corderos, llamas, alpacas y vicuñas. 
En las partes hondas se; cultivan patatas, ocas, quinua, y aún trigo 
en las cabeceras de los valles; pero su principal riqueza la 
constituyen los metales que yacen en sus entrañas y que 
comprenden casi toda la variedad del reino mineral y en tal 
abundancia que los geólogos han dado en decir que la meseta 
HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA 
 
 31
andina de esta región, única por su aspecto v su altura, es "una 
meseta de plata con pies de oro" Ese aspecto uniforme y en que la 
nota de color predominante es el gris, se interrumpe en el Norte por 
la depresión del lago Titicaca, uno de los más grandes del mundo. 
Este lago se alimenta con el deshielo de las altas cumbres nevadas 
de la cordillera y desagua por el río Desaguadero yendo a alimentar 
a su vez el lago Poopó, ochenta leguas más al Sud y ofrece, pródigo, 
el cambiante espectáculo de sus panoramas inigualados de belleza, 
de sus riberas pobladas por espesos eneales ricos en fauna lacustre. 
La segunda región orientada hacia los llanos del Brasil, es decir, la 
amazónica, ofrece el imponente contraste de altas montañas y 
extensos llanos. La zona montañosa está surcada en las vertientes 
del macizo andino, por valles profundos y quiebras de gran extensión 
y sólo la Suiza en sus más enmarañados montes, puede dar una 
idea cabal de ella. La zona de los llanos se distingue principalmente 
por su sistema fluvial, pues tiene ríos anchos, hondos, de corriente 
tranquila como el Beni, el Mamoré, el Madre de Dios y otros de fácil 
navegación, e infinidad de otros menores, también navegables pero 
desconocidos los más y nada explotados, abundantísimos en pesca 
y todos poblados en sus orillas por una inmensa variedad de tribus 
bárbaras, entonces casi del todo ignoradas y hoy apenas en estado 
de domesticidad. 
La flora y la fauna son extraordinariamente ricas, pues allí huelgan 
todas las bestias de la América tropical, y se extrae la goma, se 
cultiva el café, la coca, la vainilla, la caña de azúcar, la vid y todos los 
frutos conocidos en las regiones templadas y calurosas. 
La tercera región, la del Plata, se parece a la anterior, con la 
diferencia de que no son tan elevadas sus cordilleras ni tan hondos y 
quebrados sus valles. Predominan en ella las llanuras cubiertas de 
bosque y pasto; y en algunas de sus estribaciones se levantan 
macizos metalíferos, tales como el cerro de Potosí, legendario. 
La distribución étnica de estas tres regiones en su variedad indígena 
ofrece una marcada diferenciación porque si en la andina se hallan 
las razas que formaron el imperio Incásico del Tahuantinsuyo, en los 
lindes extremos o en las selvas de las otras dos, lejos de las urbes, 
vegetan tribus bárbaras alejadas de todo contacto civilizador. 
Estas tribus habitan las márgenes de los ríos Madera. Mamoré y 
Madre de Dios, o las del Pilcomayo, por la parte Sud. Viven 
ofreciendo todas las características de los seres primitivos y en pleno 
contacto con la naturaleza, sin nociones de deberes políticos o 
sociales. diferenciándose apenas de ciertos animales a los que las 
necesidades de la defensa y propia conservación les obliga a unirse 
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en rebaños y ponerse bajo la protección del más fuerte y del más 
experimentado. 
Unas tribus viven de la caza en los bosques vírgenes; otras de la 
pesca; algunas trabajan rústicamente el suelo y cultivan maíz, 
plátano o bananas, caña de azúcar y ciertas raíces harinosas como 
la yuca. Estas son las más adaptables a ciertos refinamientos que 
delatan un grado más alto de cultura o una más grande sensibilidad 
física y estética, pues viven en chozas construidas con ramajes, usan 
largos camisones de algodón que ellos mismos tejen y tiñen de 
colores llamativos con el sumo colorante de ciertas hierbas sólo por 
ellas conocidas, fabrican canoas con los troncos de árboles 
incorruptibles en él agua y que en veces llegan a medir hasta diez 
metros en largo. 
Las hay pintorescas en sus costumbres y modales, o gallardas en su 
contextura como la de los Araonas hábilmente descrita por un 
geógrafo moderno. "No tienen, -dice,- más cementerio que su misma 
casa. Sus carpas son de madera. El tronco

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