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Lenin - Obras escogidas 05

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OOBBRRAASS,, TTOOMMOO VV ((11991133--11991166)) 
 
 
VV.. II.. LLeenniinn 
 
 
Edición: Progreso, Moscú 1973. 
Lengua: Castellano. 
Digitalización: Koba. 
Distribución: http://bolchetvo.blogspot.com/ 
 
Índice 
 
 
Prefacio. .....................................................................1 
Vicisitudes históricas de la doctrina de Carlos Marx.4 
Tres fuentes y las partes integrantes del marxismo. ..6 
¿A quien beneficia? ...................................................9 
El concepto liberal y el concepto marxista de lucha 
de clases. ..................................................................10 
Marxismo y reformismo. .........................................13 
Notas críticas sobre el problema nacional. ..............15 
Los liberales ingleses e Irlanda. ...............................29 
Del pasado de la prensa obrera en Rusia. ................31 
Lo que no se debe imitar del movimiento obrero 
alemán. .....................................................................35 
Acerca de una violación de la unidad que se encubre 
con gritos de unidad. ................................................37 
El derecho de las naciones a la autodeterminación..46 
1. ¿Qué es la autodeterminación de las naciones?
 .............................................................................46 
2. Planteamiento histórico concreto de la cuestión.
 .............................................................................48 
3. Las peculiaridades concretas del problema 
nacional en Rusia y la transformación democrática 
burguesa de esta. ..................................................50 
4. El "practicismo" en el problema nacional. .......52 
5. La burguesía liberal y los oportunistas 
socialistas en el problema nacional......................54 
6. La separación de Noruega de Suecia. ..............58 
7. El acuerdo del Congreso Internacional de 
Londres celebrado en 1896. .................................61 
8. Carlos Marx, el utopista, y Rosa Luxemburgo, 
la práctica. ............................................................63 
9. El programa de 1903 y sus liquidadores. .........66 
10. Conclusión. ....................................................70 
La guerra y la socialdemocracia de Rusia. ..............72 
Carlos Marx. ............................................................76 
Prologo. ...............................................................76 
La doctrina de Marx. ...........................................78 
La doctrina economica de Marx. .........................82 
El socialismo........................................................87 
La tactica de la lucha de clase del proletariado. ..88 
Chovinismo muerto y socialismo vivo. ...................91 
El orgullo nacional de los rusos. ..............................95 
La bancarrota de la II Internacional. ........................97 
El pacifismo ingles y el aborrecimiento ingles a la 
teoría. .....................................................................121 
El socialismo y la guerra. ......................................124 
Prefacio para la 1ª edición. (hecha en el extranjero)
 ...........................................................................124 
Prefacio para la 2ª edición. ................................124 
Capítulo I. Los principios del socialismo y la 
guerra de 1914-1915. .........................................124 
Capítulo II. Las clases y los partidos en Rusia. .132 
Capítulo III. La reconstitución de la Internacional.
 ...........................................................................134 
Capítulo IV. Historia de la escisión y situación 
actual de la socialdemocracia en Rusia. ............137 
La consigna de los Estado Unidos de Europa. .......141 
El oportunismo y la bancarrota de la II Internacional.
 .............................................................................. 143 
La revolución socialista y el derecho de las naciones 
a la autodeterminación. ......................................... 150 
El “programa de paz”. .......................................... 157 
El imperialismo, fase superior del capitalismo. .... 161 
Prologo.............................................................. 161 
Prologo a las ediciones francesa y alemana. ..... 161 
I. La concentración de la producción y los 
monopolios. ...................................................... 164 
II. Los bancos y su nuevo papel........................ 170 
III. El capital financiero y la oligarquía financiera.
 .......................................................................... 177 
IV. La exportación de capital. ........................... 183 
V. El reparto del mundo entre las asociaciones de 
capitalistas. ....................................................... 185 
VI. El reparto del mundo entre las grandes 
potencias. .......................................................... 189 
VII. El imperialismo, fase peculiar del capitalismo.
 .......................................................................... 193 
VIII. El parasitismo y la descomposición del 
capitalismo. ....................................................... 198 
IX. La crítica del imperialismo. ........................ 202 
X. El lugar histórico del imperialismo. ............. 208 
Notas ..................................................................... 211 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PREFACIO. 
 
 
El quinto tomo de estas Obras Escogidas incluye 
una serie de las que Lenin escribió desde marzo de 
1913 hasta junio de 1916. Entre ellas figuran las 
conocidísimas Carlos Marx, Las tres fuentes y las 
tres partes integrantes del marxismo y Vicisitudes 
históricas de la doctrina de Carlos Marx, en las que 
Lenin da a conocer el contenido revolucionario, la 
fuerza invencible y la vitalidad de la doctrina de 
Carlos Marx y formula importantes tesis de la teoría 
marxista basadas en la experiencia de la lucha de la 
clase obrera de Rusia y del movimiento obrero 
internacional. Lenin caracteriza el marxismo como la 
cima de la civilización universal, corno el legítimo 
heredero de todo lo mejor que la humanidad ofrendó 
en el siglo XIX: plasmado en la filosofía alemana, la 
economía política inglesa y el socialismo francés, y 
hace hincapié en las maravillosas consecuencia y 
unidad interna de las concepciones de Marx, las 
cuales dan en conjunto "el materialismo moderno y el 
socialismo científico moderno corno teoría y 
programa del movimiento obrero de todos los países 
civilizados del mundo". 
En vísperas de la primera guerra mundial, Lenin 
concedía especial importancia a la lucha contra el 
nacionalismo, el patrioterismo de nación dominante y 
el socialchovinismo. En 1913 y 1914 se manifestaron 
con excepcional enconamiento en la 
socialdemocracia de Rusia las discusiones en torno al 
problema nacional que se habían desplegado ya en 
1903 durante el II Congreso del partido. Los 
oportunistas de toda laya impugnaron el noveno 
apartado del programa del partido, que trataba del 
derecho de las naciones a la autodeterminación. En 
algunos artículos (véanse las �otas críticas sobre el 
problema nacional, El derecho de las naciones a la 
autodeterminación, La revolución socialista y el 
derecho de las naciones a la autodeterminación), 
Lenin mostró la necesidad de incluir en el programa 
de la socialdemocracia la reivindicación de conceder 
a cada nación el derecho a la autodeterminación hasta 
la separación, hasta su constitución en Estado 
independiente. Al hacer la defensa del noveno 
apartado del programa del partido, Lenin explicó que 
no se debía confundir el reconocimiento del derecho 
a la separación con la conveniencia de ésta en tal o 
cual caso concreto. En igualdad de otras condiciones, 
el proletariado revolucionario optará por un Estado 
grande, que presenta una serie de ventajas 
importantes frente al Estado pequeño. Al reconocer 
que todas las naciones tienen derecho a constituirse 
en Estado independiente, lo que más aprecia el 
proletariado es la unión de los proletariosde todas las 
naciones y examina toda reivindicación nacional 
desde el punto de vista de la lucha de clase de los 
obreros. 
Lenin sometió a dura crítica la consigna de 
"autonomía nacional cultural" lanzada por los 
oportunistas. Al reclamar escuelas aparte para los 
niños de las distintas naciones y la separación de toda 
labor cultural según el principio nacional, esta 
consigna no puede conducir más que al azuzamiento 
de la enemistad entre las naciones y al aumento de la 
supeditación ideológica de los obreros de cada 
nación a "su" burguesía. La consigna de "autonomía 
nacional cultural" es incompatible con el 
internacionalismo proletario. 
Las obras de Lenin dedicadas al problema 
nacional son una notable aportación al acervo 
ideológico del marxismo que han servido y seguirán 
sirviendo de guía para la acción de los partidos 
comunistas y obreros de todos los países. 
Después de la derrota de la revolución de 1905-
1907, en Rusia desencadenóse una sañuda reacción 
que, sin embargo, no pudo quitar al pueblo los 
anhelos de alcanzar la libertad y aniquilar el régimen 
autocrático. A partir de 1910 volvió a activarse el 
movimiento obrero; los operarios plantearon grandes 
reivindicaciones económicas y políticas. En Rusia se 
avecinaba una nueva crisis política. Por entonces 
Lenin formuló así la tarea principal: reunir todas las 
fuerzas revolucionarias del país bajo la dirección de 
la clase obrera y preparar la nueva revolución contra 
el zarismo. El papel decisivo en el cumplimiento de 
esta misión debían desempeñarlo el partido de la 
clase obrera, su labor ideológica y orgánica entre las 
masas, su actividad clandestina y su habilidad para 
aprovechar las mínimas posibilidades legales de 
agrupar a las masas populares en torno de las 
consignas de combate del proletariado. 
En ese período, Lenin sostuvo una tenaz lucha 
contra los oportunistas de toda ralea: liquidadores, 
grupo Vperiod, buudistas, trotskistas y otros que se 
esforzaban o bien por liquidar el partido 
revolucionario clandestino de la clase obrera o bien 
V. I. Lenin 
 
2 
por quebrantar su capacidad de combate mediante 
una labor escisionista. La situación reinante en ese 
período y la lucha de los bolcheviques por la 
conservación y el robustecimiento del partido se 
reflejaron en el artículo Acerca de una violación de 
la unidad que se encubre con gritos de unidad, 
En las obras incluidas en el presente tomo, Lenin 
muestra la exacerbación de las contradicciones de la 
sociedad capitalista y la inminencia, debido a ello, 
del peligro de guerra imperialista mundial. 
La primera conflagración mundial estalló en el 
verano do 1914. Fue una contienda entre dos grupos 
de potencias imperialistas por el reparto de las 
colonias y las esferas de influencia, por la 
expoliación y esclavización de otros pueblos. Un 
grupo (el de la Cuádruple Alianza) estaba 
encabezado por el imperialismo alemán. El otro (el 
de la Entente) lo encabezaban los imperialistas 
ingleses y franceses. 
La guerra puso al desnudo y agravó las 
contradicciones implícitas en el movimiento 
socialista y exhibió la traición flagrante de la mayoría 
de los jefes de los partidos socialdemócratas y de la 
II Internacional a la clase obrera y a los acuerdos de 
los congresos socialistas contra la guerra. La mayoría 
de los dirigentes de los partidos socialdemócratas de 
Europa abandonó las posiciones de la lucha de clase 
y del internacionalismo proletario para adoptar las de 
la "paz social", las de la defensa de sus Estados 
imperialistas, de la guerra imperialista. 
En esos momentos de gravísima, crisis, sólo el 
partido bolchevique, encabezado por Lenin, y unos 
pequeños grupos de otros partidos socialistas dieron 
ejemplo de lealtad al socialismo y al 
internacionalismo proletario y encabezaron la lucha 
de la clase obrera contra el imperialismo y la guerra 
imperialista. 
En los primeros días de la guerra se publicó un 
manifiesto, escrito por Lenin en nombre del CC del 
POSDR, con el título de La guerra y la 
socialdemocracia de Rusia. En este manifiesto se da 
una apreciación verdaderamente marxista de la 
guerra, ya comenzada, como imperialista, injusta, de 
conquista y rapiña, Lenin lanzó la consigna de 
convertir la guerra imperialista en guerra civil. 
El folleto El socialismo y la guerra, incluido en 
este tomo, fue una explicación pormenorizada y 
argumentada de la pauta política de los bolcheviques 
durante la guerra. En este folleto Lenin desenrolló la 
doctrina marxista sobre la guerra y la actitud de los 
socialistas ante las guerras. 
Lenin desplegó a la vez una enérgica lucha contra 
el oportunismo en la socialdemocracia internacional. 
En los artículos La bancarrota de la II Internacional, 
El oportunismo y la bancarrota, de la II 
Internacional y Chovinismo muerto y socialismo vivo 
(Como reconstituir la Internacional) dio a conocer 
las causas de la vergonzosa conducta de la mayor la 
de los jefes de la socialdemocracia europea y mostró 
que la bancarrota de la II Internacional era la 
bancarrota del oportunismo y de su política de 
supeditación del movimiento obrero a los intereses 
de la burguesía. El socialchovinismo fue la 
continuación legítima del oportunismo, el desarrollo 
de éste. Lenin patentizó que en los partidos so-
cialistas habían surgido dos matices principales de 
socialchovinismo: uno declarado, cínico: y otro 
encubierto, falaz y, por lo mismo, más peligroso. 
Lenin hacía singular hincapié en la importancia que 
tenía la lucha contra el oportunismo encubierto, 
como era el centrismo, el kautskismo. 
El análisis que Lenin hizo en todos los aspectos 
de esta nueva etapa de la historia universal le 
permitió determinar las inmensas posibilidades para 
el movimiento revolucionario en la época del 
imperialismo. Al desarrollar con espíritu creador la 
doctrina de Marx y Engels, Lenin llegó a la 
importantísima conclusión de que era posible la 
victoria del socialismo primero en unos pocos países, 
o incluso en uno solo, y éste no tenía que ser por 
fuerza un país muy desarrollando en el sentido 
económico. Basó esta deducción en la ley, por él 
descubierta, del desarrollo económico y político 
desigual del capitalismo en la época del 
imperialismo, ley que da indefectiblemente lugar a 
que las revoluciones socialistas sazonen en distintos 
periodos en los diversos países. Lenin formuló por 
vez primera su deducción en el artículo La consigna 
de los Estados Unidos de Europa. La doctrina de 
Lenin sobre la posibilidad de la victoria del 
socialismo en un solo país se hizo el principio rector 
del Partido Comunista en su lucha por el triunfo de la 
revolución socialista y de la edificación del 
socialismo en la URSS. 
El clásico trabajo de Lenin El imperialismo, fase 
superior del capitalismo fue el resultado de su gran 
labor de estudio del imperialismo. En esta obra, 
Lenin hizo el balance del desarrollo del capitalismo 
mundial en el medio siglo transcurrido desde que vio 
la luz El Capital de Marx. 
Respaldándose en las leyes del surgimiento, 
desarrollo y decadencia del capitalismo, descubiertas 
por Marx y Engels. Lenin ofreció el primer análisis 
profundo y científico de la esencia económica y 
política del imperialismo como fase peculiar, 
superior, del capitalismo y mostró que en el 
imperialismo es inevitable la exacerbación de todas 
las contradicciones inherentes a la sociedad 
capitalista. Caracterizó el imperialismo como 
capitalismo monopolista y, a la vez, parasitario, en 
descomposición, feneciente; dio a conocer las condi-
ciones del hundimiento del capitalismo, la 
irrevocabilidad y la necesidad de la sustitución de 
éste por la formación socioeconómica comunista; 
enseñó que el imperialismo es la víspera de la 
revolución socialista. 
Prefacio 
 
3 
Todas las obras incluidas en el tomo figuran en 
orden cronológico. Han sido traducidas de la 5ª 
edición en ruso de las Obras Completas de V. I. 
Lenin, preparada por el Instituto de Marxismo-
Leninismo, adjunto alCC del PCUS, indicándose al 
pie de cada trabajo el tomo y las páginas 
correspondientes. Al final del tomo se insertan notas 
aclaratorias. 
LA EDITORIAL 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
VICISITUDES HISTÓRICAS DE LA DOCTRI.A DE CARLOS MARX1. 
 
 
Lo principal de la doctrina de Marx es el haber 
puesto en claro el papel histórico universal del 
proletariado como creador de la sociedad socialista. 
¿Ha confirmado esta doctrina el curso de los 
acontecimientos sobrevenidos en el mundo entero 
desde que la expuso Marx? 
Marx la formuló por vez primera en 1844. El 
Manifiesto Comunista de Marx y Engels, aparecido 
en 1848, ofrece ya una exposición completa y 
sistematizada, sin superar hasta hoy, de esta doctrina. 
A partir de entonces, la historia universal se divide 
claramente en tres grandes períodos: 1) desde la 
revolución de 1848 hasta la Comuna de París (1871); 
2) desde la Comuna de París hasta la revolución rusa 
(1905); 3) desde la revolución rusa hasta nuestros 
días. 
Lancemos una ojeada a las vicisitudes de la 
doctrina de Marx en cada uno de estos períodos. 
I 
En los comienzos del primer período, la doctrina 
de Marx no era, ni mucho menos, la imperante. Era 
sólo una más de las numerosísimas fracciones o 
corrientes del socialismo. Las formas de socialismo 
que predominaban eran, en el fondo, afines a nuestro 
populismo: incomprensión de la base materialista del 
devenir histórico, incapacidad de discernir el papel y 
la importancia de cada una de las clases de la 
sociedad capitalista, encubrimiento de la esencia 
burguesa de las reformas democráticas con diversas 
frases seudosocialistas sobre el "pueblo", la 
"justicia", el "derecho", etc. 
La revolución de 1848 asestó un golpe mortal a 
todas esas formas aparatosas, heterogéneas y 
chillonas del socialismo premarxista. La revolución 
muestra en todos los países las distintas clases de la 
sociedad en acción. La matanza de obreros que la 
burguesía republicana hizo en las jornadas de junio 
de 1848 en París2 demostró definitivamente que sólo 
el proletariado es socialista por naturaleza. La 
burguesía liberal teme cien veces más la 
independencia de esta clase que cualquier reacción, 
sea la que sea. El cobarde liberalismo se arrastra a 
sus pies. Los campesinos se conforman con la 
abolición de los restos del feudalismo y se pasan al 
lado del orden, y sólo a veces vacilan entre la 
democracia obrera y el liberalismo burgués. Toda 
doctrina de un socialismo que no sea de clase y de 
una política que no sea de clase se acredita como un 
vano absurdo. 
La Comuna de París (1871) coronó este decurso 
de las transformaciones burguesas; sólo al heroísmo 
del proletariado debe su afianzamiento la república, 
es decir, la forma de organización del Estado en que 
las relaciones de las clases se manifiestan de la 
manera menos encubierta. 
En los demás países europeos, un devenir más 
confuso y menos acabado conduce a la formación de 
esa misma sociedad burguesa. A fines del primer 
período (1848-1871), período de tempestades y 
revoluciones, muere el socialismo anterior a Marx. 
Nacen los partidos proletarios independientes: la 
Primera Internacional (1864-1872) y la 
socialdemocracia alemana. 
II 
El segundo período (1872-1904) se distingue del 
primero por su carácter "pacífico", por la ausencia de 
revoluciones. El Occidente ha terminado con las 
revoluciones burguesas. El Oriente aún no está 
maduro para ellas. 
El Occidente entra en la etapa de preparación 
"pacífica" para la época de las transformaciones 
venideras. Se constituyen por doquier partidos 
socialistas de base proletaria que aprenden a utilizar 
el parlamentarismo burgués, a montar su prensa 
diaria, sus instituciones culturales, sus sindicatos y 
sus cooperativas. La doctrina de Marx obtiene un 
triunfo completo y se va extendiendo. Lento, pero 
constante, prosigue el proceso de reclutamiento y 
concentración de fuerzas del proletariado, que se 
prepara para las batallas venideras. 
La dialéctica de la historia es tal que el triunfo 
teórico del marxismo obliga a sus enemigos a 
disfrazarse de marxistas. El liberalismo, podrido por 
dentro, intenta reavivarse bajo la forma de 
oportunismo socialista. Los enemigos del marxismo 
interpretan el período de preparación de las fuerzas 
para las grandes batallas en el sentido de renuncia a 
estas batallas. Se explican la mejora de la situación 
de los esclavos para la lucha contra la esclavitud 
asalariada en el sentido de que los esclavos pueden 
vender por unos céntimos su derecho a la libertad. 
Predican pusilánimes la "paz social" (esto es, la paz 
con el esclavismo), la renuncia a la lucha de clase, 
etc. Tienen muchos adeptos entre los parlamentarios 
 Vicisitudes históricas de la doctrina de Carlos Marx 
 
 
5 
socialistas, entre los diversos funcionarios del 
movimiento obrero y los intelectuales 
"simpatizantes". 
III 
Aún no se habían cansado los oportunistas de 
ufanarse de la "paz social" y de la posibilidad de 
evitar los temporales bajo la "democracia", cuando se 
abrió en Asia una nueva fuente de tremendas 
tempestades mundiales. A la revolución rusa 
siguieron las revoluciones turca, persa y china. Hoy 
atravesamos precisamente la época de esas 
tempestades y de su "repercusión" en Europa. 
Cualquiera que sea la suerte reservada a la gran 
república china, frente a la cual se afilan hoy los 
colmillos las diversas hienas "civilizadas", no habrá 
en el mundo fuerza capaz de restablecer en Asia el 
viejo feudalismo ni de barrer de la faz de la tierra el 
heroico espíritu democrático de las masas populares 
de los países asiáticos y semiasiáticos. 
A algunas gentes, que no se fijaban en las 
condiciones de preparación y desarrollo de la lucha 
de las masas, las había llevado a la desesperación y al 
anarquismo la larga demora de la lucha decisiva 
contra el capitalismo en Europa. Hoy vemos cuán 
miope y pusilánime es la desesperación anarquista. 
No desesperación, sino ánimo debe inspirar el 
hecho de que ochocientos millones de personas de 
Asia se hayan incorporado a la lucha por los mismos 
ideales europeos. 
Las revoluciones asiáticas han puesto de 
manifiesto la misma falta de carácter y la misma 
ruindad del liberalismo, la misma importancia 
excepcional que tiene la independencia de las masas 
democráticas, el mismo deslindamiento neto entre el 
proletariado y la burguesía de toda laya. Quien, 
después de la experiencia de Europa y de Asia, hable 
de una política que no sea de clase y de un 
socialismo que no sea de clase, merece simplemente 
que se le enjaule y se le exhiba junto a algún canguro 
australiano. 
Europa ha comenzado a agitarse después de Asia, 
pero no a la manera asiática. El período "pacífico" de 
1872-1904 ha pasado para siempre a la historia. La 
carestía de la vida y la opresión de los trusts enconan 
más que nunca la lucha económica, que ha puesto en 
movimiento hasta a los obreros ingleses, los más 
corrompidos por el liberalismo. La crisis política 
sazona a ojos vistas hasta en Alemania, el país más 
"pétreo", de los burgueses y los junkers. La 
desaforada carrera de los armamentos y la política 
del imperialismo hacen de la Europa actual una "paz 
social" que se parece más que nada a un barril de 
pólvora. Mientras tanto, la descomposición de todos 
los partidos burgueses y la maduración del 
proletariado siguen su curso incontenible. 
Desde que apareció el marxismo, cada una de 
estas tres grandes épocas de la historia universal ha 
venido a confirmarlo de nuevo y a darle nuevos 
triunfos. Pero aún será mayor el que, como doctrina 
del proletariado, le rendirá la época histórica que se 
avecina. 
 
Publicado el 1 de marzo de 1913 en el núm. 50 
del periódico "Pravda". 
T. 23, págs. 1-4. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
TRES FUE.TES Y LAS PARTES I.TEGRA.TES DEL MARXISMO3. 
 
 
La doctrina de Marx suscita en todo el mundo 
civilizado la mayor hostilidad y el mayor odio de 
toda la ciencia burguesa (tanto oficial como liberal), 
que ve en el marxismo algo así como una"secta 
nefasta". Y no cabe esperar otra actitud, pues en una 
sociedad erigida sobre la lucha de las clases no puede 
haber una ciencia social "imparcial". De un modo o 
de otro, toda la ciencia oficial y liberal defiende la 
esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha 
declarado una guerra sin cuartel a esa esclavitud. 
Esperar una ciencia imparcial en una sociedad de 
esclavitud asalariada sería la misma pueril 
ingenuidad que esperar de los fabricantes 
imparcialidad en cuanto a la conveniencia de 
aumentar los salarios de los obreros en detrimento de 
las ganancias del capital. 
 Pero aún hay más. La historia de la filosofía y la 
historia de las ciencias sociales enseñan con toda 
claridad que el marxismo no tiene nada que se 
parezca al "sectarismo", en el sentido de doctrina 
encerrada en sí misma, rígida, surgida al margen del 
camino real del desarrollo de la civilización mundial. 
Al contrario, el genio de Marx estriba, precisamente, 
en haber dado solución a los problemas planteados 
antes por el pensamiento avanzado de la humanidad. 
Su doctrina apareció como continuación directa e 
inmediata de las doctrinas de las más grandes figuras 
de la filosofía, la economía política y el socialismo. 
La doctrina de Marx es todopoderosa porque es 
exacta. Es completa y ordenada y da a la gente una 
concepción monolítica del mundo, una concepción 
intransigente con toda superstición, con toda reacción 
y con toda defensa de la opresión burguesa. El 
marxismo es el sucesor natural de lo mejor que la 
humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, 
la economía política inglesa y el socialismo francés. 
En estas tres fuentes del marxismo, que son, a la 
vez, sus tres partes integrantes, nos detendremos 
brevemente. 
I 
La filosofía del marxismo es el materialismo. A lo 
largo de toda la historia moderna de Europa, y 
especialmente a fines del siglo XVIII, en Francia, 
donde se dio la batalla decisiva a toda la basura 
medieval, a la servidumbre en las instituciones y en 
las ideas, el materialismo demostró ser la única 
filosofía consecuente, fiel a todos los principios de 
las ciencias naturales, hostil a la superstición, a la 
santurronería, etc. Por eso, los enemigos de la 
democracia hacían cuanto podían por "refutar", minar 
y calumniar el materialismo y defendían las diversas 
formas del idealismo filosófico, que se reduce 
siempre, de uno u otro modo, a la defensa o al apoyo 
de la religión. 
Marx y Engels defendieron con la mayor energía 
el materialismo filosófico y explicaron reiteradas 
veces el profundo error que significaba todo cuanto 
fuera desviarse de él. Donde con mayor claridad y 
detenimiento están expuestas sus opiniones es en las 
obras de Engels Ludwig Feuerbach y Anti-Dühring 
que, como el Manifiesto Comunista, no deben faltar a 
ningún obrero consciente. 
Pero Marx no se paró en el materialismo del siglo 
XVIII, sino que llevó más lejos la filosofía. La 
enriqueció con adquisiciones de la filosofía clásica 
alemana, sobre todo del sistema de Hegel, que, a su 
vez, había conducido al materialismo de Feuerbach. 
La principal de estas adquisiciones es la dialéctica, o 
sea, la doctrina del desarrollo en su forma más 
completa, más profunda y más exenta de 
unilateralidad, la doctrina de la relatividad del 
conocimiento humano, que nos da un reflejo de la 
materia en constante desarrollo. Los novísimos 
descubrimientos de las ciencias naturales -el radio, 
los electrones, la transformación de los elementos- 
han confirmado de un modo admirable el 
materialismo dialéctico de Marx, a despecho de las 
doctrinas de los filósofos burgueses, con sus 
"nuevos" retornos al viejo y podrido idealismo. 
Al profundizar y desarrollar el materialismo 
filosófico, Marx lo llevó a su término e hizo 
extensivo el conocimiento de la naturaleza alcanzado 
por el materialismo filosófico al conocimiento de la 
sociedad humana. El materialismo histórico de Marx 
es una conquista inmensa del pensamiento científico. 
Al caos y a la arbitrariedad, que imperaban hasta 
entonces en las concepciones relativas a la historia y 
a la política, sucedió una teoría científica unida y 
ordenada de asombrosa manera que muestra cómo de 
un tipo de vida de la sociedad se desarrolla, en virtud 
del crecimiento de las fuerzas productivas, otro 
superior, cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el 
capitalismo. 
Del mismo modo que el conocimiento del hombre 
 Tres fuentes y las partes integrantes del marxismo 
 
 
7 
refleja la naturaleza, es decir, la materia en 
desarrollo, que existe independientemente del 
hombre, su conocimiento social (es decir, las 
diversas opiniones y doctrinas filosóficas, religiosas, 
políticas, etc.) refleja el régimen económico de la 
sociedad. Las instituciones políticas son la 
superestructura que se alza sobre la base económica. 
Así vemos, por ejemplo, cómo las diversas formas 
políticas de los Estados europeos modernos sirven 
para reforzar la dominación de la burguesía sobre el 
proletariado. 
La filosofía de Marx es el materialismo filosófico 
acabado, que ha dado a la humanidad, sobre todo a la 
clase obrera, soberbias armas de conocimiento. 
II 
Una vez hubo comprobado que el régimen 
económico es la base sobre la que se alza la 
superestructura política, Marx dedicó la mayor 
atención a estudiar este régimen económico. Su obra 
principal, El Capital, está consagrada al estudio del 
régimen económico de la sociedad moderna, es decir, 
de la sociedad capitalista. 
La economía política clásica anterior a Marx se 
había formado en Inglaterra, en el país capitalista 
más desarrollado. Adam Smith y David Ricardo 
pusieron comienzo en sus investigaciones del 
régimen económico a la teoría del valor, fruto del 
trabajo. Marx prosiguió la obra de ellos, 
argumentando con rigor y desarrollando 
consecuentemente esa teoría, con lo que mostró que 
el valor de toda mercancía lo determina la cantidad 
de tiempo de trabajo socialmente necesario para 
producirla. 
Allí donde los economistas burgueses veían una 
relación entre objetos (cambio de una mercancía por 
otra), Marx descubrió una relación entre personas. 
El intercambio de mercancías expresa la relación 
establecida mediante el mercado entre los distintos 
productores. El dinero implica que esta relación se 
hace más estrecha y une indisolublemente en un todo 
la vida económica de los distintos productores. El 
capital significa un mayor desarrollo de esta 
relación: la fuerza de trabajo del hombre se 
transforma en mercancía. El obrero asalariado vende 
su fuerza de trabajo al propietario de la tierra, de la 
fábrica o de las herramientas. Emplea una parte de la 
jornada en cubrir los gastos del sustento suyo y de su 
familia (salario); durante la otra parte de la jornada 
trabaja gratis, creando para el capitalista la plusvalía, 
fuente de las ganancias, fuente de la riqueza de la 
clase capitalista. 
La teoría de la plusvalía es la piedra angular de la 
doctrina económica de Marx. 
El capital, creado por el trabajo del obrero, oprime 
al obrero, arruina al pequeño patrono y crea un 
ejército de parados. En la industria, el triunfo de la 
gran producción se advierte en seguida, pero también 
en la agricultura vemos el mismo fenómeno: se 
agranda la superioridad de la gran agricultura 
capitalista, se extiende el empleo de maquinaria, y la 
hacienda campesina se ve en el dogal del capital 
financiero, languidece y se arruina bajo el peso de los 
aperos atrasados. En la agricultura son otras las 
formas de ruina de la pequeña producción, pero esa 
ruina es un hecho indiscutible. 
Al arruinar a la pequeña producción, el capital 
acrecienta la productividad del trabajo y da lugar a 
una situación de monopolio para los consorcios de 
magnates capitalistas. La producción misma va 
adquiriendo un carácter más social cada vez -cientos 
de miles y millones de obreros se acoplan en un 
organismo económico coordinado-, mientras que un 
puñado de capitalistas se apropia del producto del 
trabajo común. Aumentanla anarquía de la 
producción, las crisis, la desenfrenada carrera en 
busca de mercados, la escasez de medios de 
subsistencia para masas de la población. 
Al hacer a los obreros más dependientes aún del 
capital, el régimen capitalista crea la gran fuerza del 
trabajo asociado. 
Marx analizó la evolución del capitalismo, desde 
los primeros rudimentos de la economía mercantil, 
desde el simple trueque, hasta sus formas superiores, 
hasta la gran producción. 
Y la experiencia de todos los países capitalistas, 
tanto de los viejos como de los nuevos, muestra de 
año en año con evidencia a un número cada vez 
mayor de obreros la exactitud de esta doctrina de 
Marx. 
 El capitalismo se ha impuesto en el mundo 
entero, pero esta victoria no es más que el preludio 
del triunfo del trabajo sobre el capital. 
III 
Cuando el régimen feudal fue derrocado, y la 
"libre" sociedad capitalista vio la luz, no tardó en 
ponerse de manifiesto que esa libertad representaba 
un nuevo sistema de opresión y explotación de los 
trabajadores. Como reflejo de esa opresión y como 
protesta contra ella, comenzaron a surgir en seguida 
diversas doctrinas socialistas. Pero el socialismo 
inicial era un socialismo utópico. Criticaba, 
condenaba y maldecía a la sociedad capitalista, 
soñaba con su destrucción, fantaseaba en un régimen 
mejor, quería convencer a los ricos de que la 
explotación es inmoral. 
Pero el socialismo utópico no podía señalar una 
salida real. No sabía explicar la naturaleza de la 
esclavitud asalariada bajo el capitalismo, ni descubrir 
las leyes de su desarrollo, ni encontrar la fuerza 
social capaz de crear la nueva sociedad. 
Entretanto, las tempestuosas revoluciones que 
acompañaron en toda Europa, y especialmente en 
Francia, a la caída del feudalismo, del régimen de la 
servidumbre, hacían ver con mayor evidencia cada 
día que la base de todo el desarrollo y su fuerza 
motriz era la lucha de las clases. 
V. I. Lenin 
 
8 
Ni una sola victoria de la libertad política sobre la 
clase feudal fue alcanzada sin desesperada 
resistencia. Ni un solo país capitalista se formó sobre 
una base más o menos libre, más o menos 
democrática, sin una lucha a muerte entre las 
diversas clases de la sociedad capitalista. 
El genio de Marx está en que supo deducir de ahí 
y aplicar consecuentemente antes que nadie una 
conclusión implícita en la historia universal. Esta 
conclusión es la doctrina de la lucha de las clases. 
Los hombres han sido siempre en política 
cándidas víctimas del engaño de los demás y del 
engaño propio, y lo seguirán siendo mientras no 
aprendan a discernir detrás de todas las frases, 
declaraciones y promesas morales, religiosas, 
políticas y sociales, los intereses de una u otra clase. 
Los partidarios de reformas y mejoras se verán 
siempre burlados por los defensores de lo viejo 
mientras no comprendan que toda institución vieja, 
por bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la 
fuerza de unas u otras clases dominantes. Y para 
vencer la resistencia de esas clases sólo hay un 
medio: encontrar en la misma sociedad que nos 
rodea, instruir y organizar para la lucha a quienes 
puedan -y deban, por su situación social- formar la 
fuerza capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo. 
Sólo el materialismo filosófico de Marx enseñó al 
proletariado la salida de la esclavitud espiritual en 
que vegetaron hasta entonces todas las clases 
oprimidas. Sólo la teoría económica de Marx explicó 
la situación real del proletariado en el régimen 
general del capitalismo. 
En el mundo entero, desde Norteamérica hasta el 
Japón y desde Suecia hasta Sudáfrica, se multiplican 
las organizaciones independientes del proletariado. 
Este se instruye y educa, al tiempo que sostiene su 
lucha de clase, se despoja de los prejuicios de la 
sociedad burguesa, adquiere una cohesión cada vez 
mayor, aprende a medir la magnitud de sus éxitos, 
templa sus fuerzas y crece inconteniblemente. 
 
Publicado en marzo de 1913 en el núm. 3 de la 
revista "Prosveschenie". 
T. 23, págs. 40-48. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¿A QUIE. BE.EFICIA? 
 
 
Hay una locución latina: cui prodest, que significa 
“¿a quién beneficia?” Cuando no se ve 
inmediatamente qué grupos, fuerzas o 
conglomeraciones políticos o sociales defienden 
determinadas propuestas, medidas, etc., debe 
preguntarse siempre: “¿a quién beneficia?” 
Lo que importa no es quién defiende directamente 
cierta política, ya que en el noble sistema moderno 
del capitalismo todo ricacho podrá siempre 
“contratar” o comprar, o bien utilizar, para defender 
cualesquiera ideas, a cualquier número de abogados, 
escritores e incluso diputados, catedráticos, curas, 
etc. Vivimos en la era del comercio, en la que la 
burguesía no siente escrúpulos por traficar ni aun con 
el honor y la conciencia. Y hay también incautos que, 
por irreflexión o por la fuerza de la costumbre, 
defienden las ideas predominantes en ciertos medios 
burgueses. 
No, en política no importa tanto quién sostiene 
directamente determinadas ideas. Lo que importa es a 
quién benefician esas ideas, esas propuestas o 
medidas. 
Tomemos, por ejemplo, a “Europa”: los Estados 
que se llaman a sí mismos “civilizados” han 
emprendido una desenfrenada carrera armamentista 
de obstáculos. Se grita y vocifera de mil modos, en 
miles de periódicos y desde miles de Pulpitos sobre 
el patriotismo, la cultura, la patria, la paz y el 
progreso, todo para justificar nuevos gastos de 
decenas y centenas de millones de rublos en armas de 
exterminio de todo género, en cañones, dreadnoughts 
(modernísimos acorazados), etc. 
¡Distinguido público!, siente uno ganas de 
exclamar luego de haber oído todas esas frases de 
“patriotas”. No hagan caso de las palabras. ¡Fíjense 
mejor a quién beneficia! 
Hace poco, la famosa compañía inglesa 
Armstrong, Whitworth and Co. publicó su memoria 
anual. Esta compañía fabrica principalmente 
pertrechos de todo tipo. El balance se cerró con un 
superávit de 877.000 libras esterlinas, o sea, de unos 
ocho millones de rublos, ¡¡y se declaró el dividendo 
de 12 ½ por ciento!! A capital de reserva se 
destinaron cerca de 900.000 rublos, etc., etc. 
He ahí adónde van a parar los millones y miles de 
millones que se sacan a los obreros y campesinos 
para armamento. Los dividendos del 12 1/2 por 
ciento significan que el capital se ha de duplicar en 8 
años. Y eso sin contar las gratificaciones a los 
directores, etc. Armstrong en Inglaterra, Krupp en 
Alemania, Creusot en Francia, Cockeril en Bélgica, 
¿y cuántos sumarán en todos los países 
“civilizados”? ¿Y el sinfín de abastecedores? 
¡He ahí a quiénes benefician la instigación del 
chovinismo y la palabrería sobre “patriotismo” 
(patriotismo de cañón), defensa de la cultura (con 
armas que destruyen la cultura), etcétera! 
 
Publicado el 11 de abril de 1913 en el núm. 84 de 
“Pravda”. 
T. 23, págs. 61-62- 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
EL CO.CEPTO LIBERAL Y EL CO.CEPTO MARXISTA DE LUCHA DE CLASES. 
 
 
El liquidador A. Ermanski ha soltado en �asha 
Zariá4 un chorro inagotable de palabras de enojo con 
motivo de mi crítica de su opinión (y de Gushka) 
acerca del papel político de la gran burguesía 
industrial y comercial (Prosveschenie5 número 5-7). 
Con sus diatribas y recuerdos de los viejos 
“agravios” sufridos (incluido el inferido al señor Dan 
y Cía., que fracasaron en su intento de dividir la 
organización socialdemócrata de San Petersburgo en 
1907), el señor Ermanski procura echar tierra al 
verdadero fondo de la cuestión. 
A pesar de todo, no toleraremos al señor 
Ermanski que eche tierra al fondo de lo que ahora 
discutimos, invocando las inmerecidas ofensas y 
derrotas inferidas a los liquidadores6. Y no lo 
toleraremos porque la presente discusión gira en 
torno a un problema muy importante de fidelidad a 
los principios, a un problema que se plantea a cada 
paso y por mil razones distintas. 
El problema aludido es precisamente el de la 
falsificación del marxismo por los liberales, el de la 
sustitución delconcepto marxista, revolucionario, de 
lucha de clase, por el concepto liberal. Y nunca nos 
cansaremos de explicar esta base ideológica de todas 
las polémicas de los marxistas con los liquidadores. 
Dice el señor Ermanski: 
“El marxista” Ilín se niega en redondo a 
reconocer, en la actividad de las organizaciones 
industriales, la existencia de una lucha de clase “a 
escala nacional (y en parte incluso 
internacional)”, como decía yo (Ermanski) en mi 
artículo, al caracterizar esa actividad. ¿Por qué? 
Porque en ella “falta el rasgo fundamental de lo 
nacional y lo estatal: la organización del poder 
del Estado”... (�asha Zariá, pág. 55). 
He aquí cómo plantea el fondo del problema el 
propio A. Ermanski, ¡el cual hace todo lo posible y 
aun lo imposible por escamotearlo! Por mucho que 
me acuse de que tergiverso sus opiniones y me 
impute todos los pecados mortales, por muchas 
vueltas que dé en busca de cobijo incluso “a la 
sombra” de los recuerdos de la escisión de 1907, 
prevalecerá la verdad. 
Así pues, mi tesis está clara: el rasgo fundamental 
de lo nacional es la organización del poder del 
Estado. 
¿No comparte usted esa opinión, encolerizado 
adversario mío? ¿No le parece que ése es el único 
criterio marxista? 
¿Por qué, pues, no lo dice abiertamente? ¿Por qué 
no opone un criterio cierto a otro erróneo? Si a juicio 
suyo no constituye más que marxismo entre comillas 
el aserto de que el rasgo fundamental de lo nacional 
es la organización del poder del Estado, ¿por qué, 
pues, no refuta mi error y no expone con claridad, 
con precisión y sin argucias su interpretación del 
marxismo? 
La respuesta a estas preguntas quedará clara para 
el lector si citamos este pasaje de A. Ermanski que va 
a renglón seguido del precitado: 
“Ilín desea que la gran burguesía rusa lleve de 
otra manera su lucha de clase, que ponga empeño 
en conseguir sin falta el cambio de todo el sistema 
estatal. Ilín lo desea, pero la burguesía no, y la 
culpa la tiene, por supuesto, el “liquidador” 
Ermanski, que “sustituye el concepto de lucha de 
clase en el sentido marxista con el concepto 
liberal de lucha de clase”. 
Ahí tienen ustedes completa la parrafada del señor 
Ermanski, parrafada que descubre la flagrante 
evasiva del huidizo liquidador. 
La evasión es evidente. 
¿Señalé yo con acierto o no el “rasgo 
fundamental” de lo nacional? 
El propio señor Ermanski se vio obligado a 
reconocer que puse el dedo en la llaga. 
¡Y al sentirse descubierto, el señor Ermanski 
elude la respuesta! 
Una vez eludido el problema de si señalé o no con 
tino el rasgo fundamental, el señor Ermanski, 
“sorprendido” en flagrante evasión, salta de este 
problema al de qué “desean” Ilín y la burguesía. Mas, 
por muy atrevidos y aun temerarios que sean los 
saltos del señor Ermanski, no podrá encubrir con 
ellos que ha sido sorprendido. 
¿Qué tienen que ver ahí los “deseos”, estimado 
impugnador mío, si lo que se discute es el concepto 
de lucha de clase! Usted mismo se ha visto obligado 
a reconocer que yo lo acusé de haber sustituido el 
concepto marxista por el liberal y que señale el 
“rasgo fundamental” del concepto marxista, que 
incluye en la lucha de clase de carácter nacional la 
organización del poder del Estado. 
El señor Ermanski es un polemista tan inhábil, 
 El concepto liberal y el concepto marxista de lucha de clases 
 
 
11 
aunque irascible ¡que ha dado con su propio ejemplo 
una explicación palmaria del nexo existente entre el 
liquidacionismo en general y los errores de él (de 
Ermanski), concretamente respecto al concepto 
liberal de lucha de clase! 
El problema de la lucha de las clases es uno de los 
más importantes del marxismo. Por eso mismo 
conviene que examinemos con mayor detenimiento 
el concepto de lucha de clase. 
Toda lucha de clase es una lucha política7. Se sabe 
que los oportunistas, esclavos de las ideas del 
liberalismo, comprendieron a torcidas estas hondas 
palabras de Marx e intentaron darles una 
interpretación falsa. Entre los oportunistas se 
encontraban, por ejemplo, los “economistas”8, 
hermanos mayores de los liquidadores. Los 
“economistas” creían que cualquier choque entre las 
clases era ya una lucha política. Por eso consideraban 
que la lucha por un aumento salarial de poca monta 
era “de clase” y no admitían otra superior, más 
desarrollada, de carácter nacional, la lucha de clase 
por objetivos políticos. Admitían, por consiguiente, 
la lucha de clase en su forma embrionaria y 
repudiaban su forma desarrollada. Dicho con otras 
palabras, aceptaban de lucha de clase la forma que la 
burguesía liberal toleraba mejor y rechazaban la 
forma superior, la intolerable para los liberales. Así, 
los “economistas” se veían convertidos en político 
obreros liberales y renunciaban, por tanto, al 
concepto marxista, revolucionario, de lucha de clase. 
Sigamos. Aún es poco que la lucha de clase llega 
a ser auténtica, consecuente y elevada sólo cuando 
abarca la esfera política. En política también se 
puede limitar la lucha a cuestiones pequeñas y 
parciales o calar más hondo, hasta lo fundamental. El 
marxismo admite que la lucha de clase adquiere 
pleno desarrollo y es “nacional” sólo cuando, además 
de abarcar la política, toma de ella lo más importante: 
la organización del poder del Estado. 
Por el contrario, cuando el movimiento obrero 
adquiere cierto vigor, los liberales no se atreven ya a 
negar la lucha de las clases, pero procuran restringir, 
desmochar, castrar el concepto de lucha de clase. Los 
liberales están dispuestos a aceptar la lucha de clase 
en la esfera política también, pero con la sola 
condición de que en esta esfera no se incluya la 
organización del poder del Estado. No es difícil 
comprender qué intereses de clase de la burguesía 
dan pie a esta tergiversación liberal del concepto de 
lucha de clase. 
Pues bien, cuando el señor Ermanski expuso el 
trabajo del moderado y cuidadoso funcionario 
Gushka, cuando se solidarizó con él, sin ver (¿no 
queriendo ver?) la castración liberal del concepto de 
lucha de clase, le indiqué su gran pecado contra la 
teoría y los principios generales. Como no podía 
refutar mi aserto, el señor Ermanski se enfadó y 
empezó a soltar palabras fuertes, a dar vueltas y 
salirse por la tangente. 
El señor Ermanski ha resultado ser, con todo eso, 
un polemista tan torpe ¡que se ha desenmascarado 
muy a las claras él mismo! “Ilín lo desea, pero la 
burguesía no”, escribe. Ahora ya estamos enterados 
de cuáles son las peculiaridades del punto de vista 
proletario (del marxismo) y del punto de vista 
burgués (del liberalismo) que motivan esas 
diferencias “volitivas”. 
La burguesía “desea” desmochar la lucha de clase, 
desvirtuar y restringir su concepto, embotar su filo. 
El proletariado “desea” que este engaño se denuncie. 
El marxista desea que quien se ponga a hablar, en 
nombre del marxismo, de la lucha de clase de la 
burguesía, denuncie la estrechez, más aún, la 
estrechez interesada del concepto burgués de la 
lucha de clase y no se limite a aportar cifras, a 
entusiasmarse con las cifras “grandes”. El liberal 
“desea” enjuiciar a la burguesía y su lucha de clase 
de manera que no se advierta su estrechez, que no se 
advierta la exclusión de lo “fundamental”, de lo más 
importante de esta lucha. 
Se ha visto que el señor Ermanski razona como un 
liberal en torno a las cifras interesantes, si bien 
encasilladas sin la menor idea o con servilismo, del 
señor Gushka. Se entiende, pues, que cuando eso se 
descubrió, al señor Ermanski no le quedó más 
recurso que soltar palabrotas y escaparse por la 
tangente. 
Prosigamos la cita del artículo del señor Ermanski 
desde donde nos detuvimos: 
“Está claro que, en realidad, Ilín es el único 
que sustituye el estudio de la verdadera situación 
con sus propios juicios, además (!!), con clisés de 
modelos escolares de la historia de la Gran 
Revolución Francesa”. 
¡El señor Ermanski se ha metido en tal lío que se 
ve más descubierto a cada paso! ¡No se da cuentahasta dónde descubre y deja al desnudo su 
liberalismo con ese ataque furioso a los “clisés” de la 
Gran Revolución Francesa! 
¡Estimado señor Ermanski, comprenda (por difícil 
que le resulte a un liquidador) que no se puede 
“estudiar la verdadera situación” sin enjuiciarla, sin 
valorarla con criterio marxista, o liberal, o 
reaccionario, o cualquiera que fuere! 
Usted, señor Ermanski, enjuició el “estudio” del 
buen funcionario Gushka, y lo sigue enjuiciando, con 
criterio liberal, mientras que yo lo hago con criterio 
marxista. Ese es el quid de la cuestión. Al detener 
usted su análisis crítico ante el umbral del problema 
de la organización del poder del Estado, ha 
demostrado la limitación liberal de su concepto de la 
lucha de clase. 
Eso era lo que se trataba de demostrar. 
Su acometida a los “clisés” de la Gran Revolución 
Francesa lo descubre por completo, pues cualquiera 
comprenderá que aquí no se trata de clisés ni de 
V. I. Lenin 
 
12 
modelos franceses, ya que por entonces, en las 
circunstancias en que se dieron el clisé y el modelo”, 
no hubo ni podía haber, digamos, y menos aún 
huelgas políticas. 
De lo que en realidad se trata es de que usted, al 
hacerse liquidador, se olvidó de cómo se aplica el 
criterio revolucionario para valorar los 
acontecimientos sociales. ¡Ese es el quid de la 
cuestión! Marx no limitaba en absoluto sus juicios a 
“clisés y modelos” de las postrimerías del siglo 
XVIII, pero aplicaba siempre el criterio 
revolucionario, valoraba siempre (¡o “enjuiciaba”, si 
prefiere usted esta palabra más “docta”, mi buen 
señor Ermanski!) la lucha de clase con la mayor 
profundidad, explicando siempre si atañía a lo 
“fundamental” y fustigando siempre sin piedad toda 
timidez de pensamiento, toda ocultación de la lucha 
de clase rudimentaria, castrada y deformada por 
interés. 
A fines del siglo XVIII la lucha de clase nos 
mostró cómo podía convertirse en una lucha política, 
cómo llegaba a alcanzar formas verdaderamente 
“nacionales”. Desde entonces ha cambiado en 
medida gigantesca el grado de desarrollo tanto del 
capitalismo como del proletariado. Los “clisés” del 
pasado no serán óbice para nadie en el estudio, por 
ejemplo, de las nuevas formas de lucha, en parte 
aludidas ya antes por mí. 
Mas el criterio del marxista exigirá siempre una 
“valoración” profunda, y no superficial, pondrá 
siempre al desnudo cuán miserables son las 
tergiversaciones, las reticencias y las pusilánimes 
ocultaciones liberales. 
Felicitemos al señor Ermanski por su abnegada y 
magnífica exposición de cómo los liquidadores 
sustituyen el concepto marxista de lucha de clase con 
el concepto liberal, olvidando cómo se examinan los 
acontecimientos sociales con criterio revolucionario. 
 
Publicado en mayo de 1913 en el núm. 5 de la 
revista “Prosveschenie”. 
T. 23, págs. 236-241. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
MARXISMO Y REFORMISMO. 
 
 
A diferencia de los anarquistas, los marxistas 
admiten la lucha por las reformas, es decir, por 
mejoras de la situación de los trabajadores que no 
lesionan el poder, dejándolo como estaba, en manos 
de la clase dominante. Pero, a la vez, los marxistas 
combaten con la mayor energía a los reformistas, los 
cuales circunscriben directa o indirectamente los 
anhelos y la actividad de la clase obrera a las 
reformas. El reformismo es una manera que la 
burguesía tiene de engañar a los obreros, que 
seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas 
mejoras aisladas, mientras subsista el dominio del 
capital. 
Cuando la burguesía liberal concede reformas con 
una mano, siempre las retira con la otra, las reduce a 
la nada o las utiliza para subyugar a los obreros, para 
dividirlos en grupos, para eternizar la esclavitud 
asalariada de los trabajadores. Por eso el reformismo, 
incluso cuando es totalmente sincero, se transforma 
de hecho en un instrumento de la burguesía para 
corromper a los obreros y reducirlos a la impotencia. 
La experiencia de todos los países muestra que los 
obreros han salido burlados siempre que se han 
confiado a los reformistas. 
Por el contrario, si los obreros han asimilado la 
doctrina de Marx, es decir, si han comprendido que 
es inevitable la esclavitud asalariada mientras 
subsista el dominio del capital, no se dejarán engañar 
por ninguna reforma burguesa. Comprendiendo que, 
al mantenerse el capitalismo, las reformas no pueden 
ser ni sólidas ni importantes, los obreros pugnan por 
obtener mejoras y las utilizan para proseguir la lucha, 
más tesonera, contra la esclavitud asalariada. Los 
reformistas pretenden dividir y engañar con algunas 
dádivas a los obreros, pretenden apartados de su 
lucha de clase. Los obreros, que han comprendido la 
falsedad del reformismo, utilizan las reformas para 
desarrollar y ampliar su lucha de clase. 
Cuanto mayor es la influencia de los reformistas 
en los obreros, tanto menos fuerza tienen éstos, tanto 
más dependen de la burguesía y tanto más fácil le es 
a esta última anular con diversas artimañas el efecto 
de las reformas. Cuanto más independiente y 
profundo es el movimiento obrero, cuanto más 
amplio es por sus fines, más desembarazado se ve de 
la estrechez del reformismo y con más facilidad 
consiguen los obreros afianzar y utilizar ciertas 
mejoras. 
Reformistas hay en todos los países, pues la 
burguesía trata por doquier de corromper de uno u 
otro modo a los obreros y hacer de ellos esclavos 
satisfechos que no piensen en destruir la esclavitud. 
En Rusia, los reformistas son los liquidadores, que 
renuncian a nuestro pasado para adormecer a los 
obreros con ilusiones en un partido nuevo, abierto y 
legal. No hace mucho, obligados por Siévernaya 
Pravda9, los liquidadores de San Petersburgo 
comenzaron a defenderse de la acusación de 
reformismo. Es preciso detenerse a examinar con 
atención sus razonamientos para dejar bien clara una 
cuestión de extraordinaria importancia. 
No somos reformistas -escribían los liquidadores 
petersburgueses-, porque no hemos dicho que las 
reformas lo sean todo y que el objetivo final no sea 
nada; hemos dicho: movimiento hacia el objetivo 
final; hemos dicho: a través de la lucha por las 
reformas, hacia la realización plena de las tareas 
planteadas. 
Veamos si esta defensa corresponde a la verdad. 
Hecho primero. Resumiendo las afirmaciones de 
todos los liquidadores, el liquidador Sedov ha escrito 
que dos de "las tres ballenas"10 presentadas por los 
marxistas no sirven hoy para la agitación. Ha dejado 
la jornada de ocho horas, que, teóricamente, es 
factible como reforma. Ha suprimido o relegado 
precisamente lo que no cabe en el marco de las 
reformas. Por consiguiente, ha incurrido en el 
oportunismo más palmario, preconizando ni más ni 
menos que la política expresada por la fórmula de 
que el objetivo final no es nada. Eso es justamente 
reformismo, ya que el "objetivo final" (aunque sólo 
sea con relación a la democracia) se aparta bien lejos 
de la agitación. 
 Hecho segundo. La decantada conferencia de 
agosto (del año pasado) de los liquidadores11 también 
pospone -reservándolas para un caso especial- las 
reivindicaciones no reformistas, en vez de sacarlas a 
primer plano y colocadas en el centro mismo de la 
agitación. 
Hecho tercero. Al negar y rebajar "lo viejo", 
queriéndose desentender de ello, los liquidadores se 
limitan al reformismo. En las actuales circunstancias 
es evidente la conexión entre el reformismo y la 
renuncia a "lo viejo". 
V. I. Lenin 
 
14 
Hecho cuarto. El movimiento económico de los 
obreros provoca la ira y las alharacas de los 
liquidadores ("pierden los estribos", "no hacen más 
que amagar", etc., etc.), toda vez que se vincula con 
consignas que van más allá del reformismo. 
¿Qué vemos en definitiva? De palabra, los 
liquidadores rechazan el reformismo como tal, pero 
de hecho lo aplican en toda la línea. Por una parte 
nos aseguran que para ellos las reformas no son todo, 
ni mucho menos; mas, por otra, siempre que los 
marxistas van en la práctica más allá delreformismo, 
se ganan las invectivas o el menosprecio de los 
liquidadores. 
Por cierto, lo que ocurre en todos los terrenos del 
movimiento obrero nos muestra que los marxistas, 
lejos de quedarse a la zaga, van muy por delante en 
lo que se refiere a la utilización práctica de las 
reformas y a la lucha por las reformas. Tomemos las 
elecciones a la Duma12 por la curia obrera: los 
discursos pronunciados por los diputados dentro y 
fuera de la Duma, la organización de periódicos 
obreros, el aprovechamiento de la reforma de los 
seguros, el sindicato metalúrgico, uno de los más 
importantes, etc., y veremos por doquier un 
predominio de los obreros marxistas sobre los 
liquidadores en la esfera de la labor directa, 
inmediata y "diaria" de agitación, organización y 
lucha por las reformas y su aprovechamiento. 
Los marxistas realizan una labor constante sin 
perder una sola, "posibilidad" de conseguir reformas, 
y utilizadas, sin censurar, antes bien apoyando y 
desarrollando con solicitud cualquier actividad que 
vaya más allá del reformismo tanto en la propaganda 
como en la agitación, en las acciones económicas de 
masas, etc. Mientras tanto, los liquidadores, que han 
abandonado el marxismo, no hacen con sus ataques a 
la existencia misma de un marxismo monolítico, con 
su destrucción de la disciplina marxista y con su 
prédica del reformismo y de la política obrera liberal 
más que desorganizar el movimiento obrero. 
Tampoco se debe olvidar que el reformismo se 
manifiesta en Rusia de una forma peculiar, a saber: 
en la equiparación de las condiciones fundamentales 
de la situación política de la Rusia actual y de la 
Europa actual. Desde el punto, de vista de un liberal, 
esta equiparación es legítima, pues el liberal cree y 
confiesa que, "gracias a Dios, tenemos Constitución”. 
El liberal expresa los intereses de la burguesía 
cuando defiende la idea de que, después del 17 de 
octubre13, toda acción de la democracia que vaya más 
allá del reformismo es una locura, un crimen, un 
pecado,. etc. 
Pero precisamente estas ideas burguesas son las 
que ponen en práctica nuestros liquidadores, que 
"trasplantan” sin cesa, y con regularidad (en el papel) 
a Rusia tanto el "partido a la vista de todos" como la 
"lucha por la legalidad", etc. Con otras palabras, los 
liquidadores preconizan, a semejanza de los liberales, 
el trasplante de una Constitución europea a Rusia sin 
reparar en el camino peculiar que condujo en 
Occidente a la proclamación y afianzamiento de las 
constituciones durante varias generaciones y, a veces, 
incluso siglos. Los liquidadores y los liberales 
quieren, como suele decirse, pescar truchas a bragas 
enjutas. 
En Europa, el reformismo significa en la práctica 
renuncia al marxismo y sustitución de esta doctrina 
por la "política social" burguesa. En nuestro país, el 
reformismo de los liquidadores implica, además de 
eso, desmoronamiento de la organización marxista, 
renuncia a las tareas democráticas de la clase obrera 
y sustitución de éstas con una política obrera liberal. 
 
Publicado el 12 de septiembre de 1913 en el núm. 
2 de "Pravda Trudá”. 
T. 24, págs. 1-4. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
.OTAS CRÍTICAS SOBRE EL PROBLEMA .ACIO.AL. 
 
 
Es evidente que el problema nacional ha pasado a 
ocupar hoy un lugar destacado entre las cuestiones de 
la vida social de Rusia. Tanto el nacionalismo 
militante de la reacción como el paso del liberalismo 
burgués, contrarrevolucionario, al nacionalismo 
(sobre todo al nacionalismo ruso, y también al 
nacionalismo polaco, hebreo, ucranio, etc.) y, por 
último, el aumento de las vacilaciones nacionalistas 
entre diversos socialdemócratas “nacionales” (es 
decir, no rusos), rayando en la infracción del 
programa del partido, nos obligan absolutamente a 
prestar al problema nacional más atención que hasta 
ahora. 
El presente artículo persigue un fin especial: 
examinar juntas precisamente estas vacilaciones 
programáticas de los marxistas, y de los que se dicen 
marxistas, en el problema nacional. En el núm. 29 de 
Siévernaya Pravda (5 de septiembre de 1913, 
artículo Liberales y demócratas en el problema de 
los idiomas) tuve ocasión de referirme al 
oportunismo de los liberales en el problema nacional. 
El periódico oportunista hebreo Zait14 arremetió 
contra este artículo mío en otro del señor F. Libman. 
Por otra parte, el señor Lev Yurkévich, oportunista 
ucranio, critica el programa de los marxistas de Rusia 
en el problema nacional (Dzvin15, núms. 7 y 8 de 
1913). Ambos autores tratan tantas cuestiones que, 
para contestarles, tendré que hablar de los aspectos 
más diversos de nuestro tema. Creo que lo mejor será 
empezar por reproducir el artículo publicado en 
Siévernaya Pravda. 
 
1. Liberales y demócratas en el problema de los 
idiomas. 
Los periódicos han mencionado en reiteradas 
ocasiones el informe del gobernador general del 
Cáucaso, quien no se distingue por el extremismo 
reaccionario de las centurias negras16, sino por un 
“liberalismo” tibio. A propósito sea dicho, este 
gobernador general está en contra de la rusificación 
impuesta de los pueblos alógenos. En el Cáucaso, la 
propia población no rusa procura que sus hijos 
aprendan el ruso, como ocurre, por ejemplo, en las 
escuelas parroquiales armenias, donde la enseñanza 
del ruso no es obligatoria. 
Al señalar esto, Rússkoie Slovo17 (núm. 198), uno 
de los periódicos liberales más difundidos en Rusia, 
llega a la acertada conclusión de que la hostilidad a la 
lengua rusa en nuestro país “se debe exclusivamente” 
a su implantación “artificiosa” (debería haber dicho: 
por la fuerza). 
“No hay por qué preocuparse de la suerte del 
idioma ruso -dice el periódico-. El mismo se ganará 
el reconocimiento en toda Rusia”. Y es cierto, pues 
las necesidades del intercambio económico obligarán 
siempre a las naciones que viven en un mismo 
Estado (mientras quieran vivir juntas) a aprender el 
idioma de la mayoría. Cuanto más democrático sea el 
régimen existente en Rusia, tanto mayor, más rápido 
y más amplio será el desarrollo del capitalismo y 
tanto más imperioso será el impulso que las 
demandas del intercambio económico den a las 
distintas naciones a aprender la lengua más 
conveniente para las relaciones comerciales 
comunes. 
Pero el periódico liberal se apresura a rebatirse y 
demostrar su inconsecuencia liberal. 
“Es poco probable -dice- que ni siquiera entre 
los adversarios de la rusificación haya nadie 
dispuesto a negar que en un Estado tan inmenso 
como Rusia deba existir un idioma común para 
todo el país y que ese idioma... sólo pueda ser el 
ruso”. 
¡Buena está la lógica! La pequeña Suiza no sale 
perdiendo, sino ganando, por tener nada menos que 
tres idiomas, en vez de uno solo, para todo el país: el 
alemán, el francés y el italiano. El 70% de sus 
habitantes son alemanes (en Rusia, el 43% son 
rusos); el 22%, franceses (en Rusia, el 17% son 
ucranios), y el 7%, italianos (en Rusia, el 6% son 
polacos y el 4,5% bielorrusos). Y si los italianos de 
Suiza hablan con frecuencia el francés en el 
Parlamento común, no lo hacen obligados por una 
bárbara ley policíaca (inexistente en dicho país), sino 
sencillamente porque los propios ciudadanos 
civilizados de un Estado democrático prefieren 
emplear la lengua que entiende la mayoría. El idioma 
francés no inspira odio a los italianos porque es el de 
una nación libre y civilizada, porque no lo impone 
ninguna repulsiva medida de la policía. 
¿Por qué, pues, la “inmensa” Rusia, mucho más 
heterogénea y de un atraso tremendo, ha de frenar su 
desarrollo por mantener un privilegio del tipo que se 
quiera para uno de los idiomas? ¿No será al revés, 
V. I. Lenin 
 
16 
señores liberales? ¿No habrá de acabar Rusia cuanto 
antes y de la manera más resuelta y completa con 
toda clase de privilegios si quiere alcanzar a Europa? 
Si desaparecen todos los privilegios, si se deja de 
imponer uno de los idiomas, todos los eslavos 
aprenderán rápida y fácilmente a entenderse entre 
ellos y noles asustará la “horrible” idea de que en el 
Parlamento común vayan a pronunciarse discursos en 
lenguas distintas. A su vez, las propias demandas del 
intercambio económico determinarán cuál ha de ser 
la lengua que convenga conocer a la mayoría del país 
de que se trate en beneficio de las relaciones 
comerciales. Y lo determinarán con tanta mayor 
fuerza por cuanto lo aceptará voluntariamente la 
población de las distintas naciones, y eso será tanto 
más rápido y tanto más extenso cuanto más 
consecuente sea la democracia y más rápido, en 
virtud de ello, el desarrollo del capitalismo. 
Los liberales abordan la cuestión de los idiomas, 
lo mismo que todas las cuestiones políticas, como 
mercachifles hipócritas, tendiendo una mano (de 
cara) a la democracia y la otra (por la espalda) a los 
señores feudales y a la policía. ¡Estamos en contra de 
los privilegios!, gritan los liberales, mientras que, por 
la espalda, trapichean con los señores feudales y les 
sacan tal o cual privilegio. 
Así es todo nacionalismo liberal burgués, tanto da 
que se trate del ruso (el peor de todos por la violencia 
con que se impone y por su parentesco con los 
señores Purishkévich) como del polaco, el hebreo, el 
ucranio, el georgiano o cualquier otro. Lo que en 
realidad hace la burguesía de todas las naciones, 
tanto en Austria como en Rusia, bajo la consigna de 
“cultura nacional”, es dividir a los obreros, debilitar 
la democracia y negociar con los señores feudales la 
venta de los derechos y la libertad del pueblo. 
La consigna de la democracia obrera no es la de 
“cultura nacional”, sino la de cultura internacional de 
la democracia y del movimiento obrero mundial. Que 
embauque la burguesía al pueblo con toda clase de 
programas nacionales “positivos”. El obrero 
consciente le responderá: sólo hay una solución del 
problema nacional (dentro de lo que cabe, en general, 
resolver este problema en el mundo del capitalismo, 
mundo del lucro, de las discordias y de la 
explotación), y esa solución es la democracia 
consecuente. 
Pruebas: Suiza, país de vieja cultura, en Europa 
Occidental, y Finlandia, país de joven cultura, en 
Europa Oriental. 
El programa nacional de la democracia obrera 
exige: ningún privilegio en absoluto para ninguna 
nación o idioma; solución libre y democrática por 
completo del problema de la autodeterminación 
política de las naciones, es decir, de su separación 
como Estado; promulgación de una ley general para 
todo el país que declare ilegítima y sin vigor toda 
medida (de los zemstvos18 de las autoridades 
urbanas, de las comunidades rurales, etc., etc.) que 
instituya cualquier privilegio para una de las 
naciones y menoscabe la igualdad de las naciones o 
los derechos de una minoría nacional; cualquier 
ciudadano del Estado podrá exigir la revocación de 
tal medida por anticonstitucional y castigo judicial de 
cuantos intenten llevarla a la práctica. 
La democracia obrera opone a las rencillas de tipo 
nacional entre los distintos partidos burgueses 
relacionadas con el idioma, etc., la reivindicación de 
unidad incondicional y fusión completa de los 
obreros de todas las naciones en todas las 
organizaciones obreras: sindicales, cooperativas de 
producción o de consumo, culturales y otras para 
contrarrestar todo nacionalismo burgués. Sólo esa 
unidad y esa fusión pueden salvaguardar la 
democracia, los intereses de los obreros frente al 
capital -que se ha internacionalizado ya y se 
internacionalizará más cada día- y los intereses del 
desarrollo de la humanidad hacia un tipo nuevo de 
vida, libre de todo privilegio y de toda explotación. 
 
2. La “cultura nacional”. 
Como habrá visto el lector, el artículo de 
Siévernaya Pravda muestra con un ejemplo -el de un 
idioma común para todo el Estado- la inconsecuencia 
y el oportunismo de la burguesía liberal, que se da la 
mano con los señores feudales y los policías en el 
problema nacional. Todo el mundo comprende que la 
burguesía liberal obra en el problema del idioma 
común para todo el Estado con la misma infidencia, 
hipocresía y torpeza (incluso desde el punto de vista 
de los intereses del liberalismo) que en tantos otros 
problemas análogos. 
¿Qué se deduce de ahí? Que todo nacionalismo 
liberal burgués lleva la mayor de las corrupciones a 
los medios obreros y ocasiona un daño enorme a la 
causa de la libertad y a la lucha de clase proletaria. 
Esto es tanto más peligroso cuanto que la tendencia 
burguesa (y feudal burguesa) se encubre con la 
consigna de “cultura nacional”. Las centurias negras 
y los clericales, y tras ellos los burgueses de todas las 
naciones, hacen sus reaccionarios y sucios trapicheos 
en nombre de la cultura nacional (rusa, polaca, 
hebrea, ucrania, etc.). 
Tal es la realidad de la vida nacional de nuestros 
días si se la aborda desde el punto de vista marxista, 
es decir, desde el punto de vista de la lucha de clase, 
si se confrontan las consignas con los intereses y con 
la política de clase y no con los “principios 
generales”, las palabras rimbombantes y las frases 
hueras. 
La consigna de cultura nacional es una 
superchería burguesa (y a menudo también 
ultrarreaccionaria y clerical). Nuestra consigna es la 
cultura internacional de la democracia y del 
movimiento obrero mundial. 
El bundista19 Libman se lanza aquí al combate y 
 Notas críticas sobre el problema nacional 
 
 
17 
me hace trizas con la siguiente parrafada 
demoledora: 
“Todo el que conozca algo, por poco que sea, 
el problema nacional sabe que la cultura 
internacional no es innacional (sin forma 
nacional); una cultura innacional que no sea rusa, 
ni hebrea, ni polaca, sino cultura a secas es un 
absurdo; las ideas internacionales sólo pueden 
prender en la clase obrera precisamente cuando 
son adaptadas al idioma que habla y a las 
condiciones nacionales concretas en que vive el 
obrero; el obrero no debe quedar impasible ante la 
situación y el desarrollo de su cultura nacional, 
pues única y exclusivamente por medio de ella 
obtiene la posibilidad de participar en “la cultura 
internacional de la democracia y del movimiento 
obrero mundial”. Esto se sabe desde hace tiempo, 
pero Y. I. no quiere ni oír hablar de ello...” 
Meditemos despacio este razonamiento bundista 
típico, destinado, tomen nota, a echar por tierra la 
tesis marxista expuesta por mí. Con un empaque 
imponente, el señor bundista, buen “conocedor del 
problema nacional”, nos presenta como verdades 
“archisabidas” criterios burgueses corrientes. 
En efecto, estimado bundista, la cultura 
internacional no carece de nación. Nadie ha afirmado 
lo contrario. Nadie ha propugnado una cultura 
“escueta”, que no sea ni polaca, ni hebrea, ni rusa, 
etc.; de modo que su llana palabrería no es más que 
un intento de despistar al lector y encubrir el fondo 
del problema con palabrería estrepitosa. 
En cada cultura nacional existen, aunque no estén 
desarrollados, elementos de cultura democrática y 
socialista, pues en cada nación hay una masa 
trabajadora y explotada cuyas condiciones de vida 
originan inevitablemente una ideología democrática 
y socialista. Pero en cada nación existe asimismo una 
cultura burguesa (y, además, en la mayoría de los 
casos, ultrarreaccionaria y clerical), y no en simple 
forma de “elementos”, sino como cultura dominante. 
Por eso, la “cultura nacional” en general es la cultura 
de los terratenientes, de los curas y de la burguesía. 
El bundista deja a oscuras y “encubre” con su 
palabrería huera esta verdad elemental, de catón para 
un marxista, con lo cual, en vez de descubrir y 
explicar el abismo que separa a las clases, lo que 
hace en realidad es ocultarlo para que no lo vea el 
lector. En realidad, el bundista se ha exteriorizado 
como un burgués interesado de lleno en reclamar que 
se difunda la fe en una cultura nacional que nada 
tiene de común con ninguna clase. 
Al lanzar la consigna de “cultura internacional de 
la democracia y del movimiento obrero mundial”, 
tomamos de cada cultura nacional sólosus elementos 
democráticos y socialistas, y los tomamos única y 
exclusivamente como contrapeso a la cultura 
burguesa y al nacionalismo burgués de cada nación. 
Ningún demócrata, y menos aún ningún marxista, 
niega la igualdad de derechos de los idiomas o la 
necesidad de polemizar en el idioma propio con la 
burguesía “propia” y de propagar con el idioma 
propio las ideas anticlericales o antiburguesas entre 
los campesinos y los pequeños burgueses “propios”. 
De esto huelga hablar; pero, con estas verdades 
incontestables, el bundista vela lo discutible, es decir, 
el verdadero quid de la cuestión. 
La cuestión estriba en si pueden permitirse los 
marxistas lanzar directa o indirectamente la consigna 
de cultura nacional o si, en oposición a ésta, deben 
preconizar sin falta en todos los idiomas la consigna 
del internacionalismo de los obreros “adaptándose” a 
todas las peculiaridades locales y nacionales. 
Lo que determina el significado de la consigna de 
“cultura nacional” no son las promesas o los buenos 
propósitos de tal o cual intelectualillo de 
“interpretarla” “en el sentido de que es portadora de 
la cultura internacional”. Ver así las cosas sería caer 
en un subjetivismo pueril. El significado de la 
consigna de cultura nacional depende de la 
correlación objetiva entre todas las clases del país 
dado y de todos los países del mundo. La cultura 
nacional de la burguesía es un hecho (con la 
particularidad, repito, de que la burguesía concluye 
en todas partes transacciones con los terratenientes y 
los curas). El nacionalismo militante burgués, que 
embrutece, embauca y divide a los obreros para 
hacerles ir a remolque de la burguesía, es la 
circunstancia fundamental de nuestra época. 
Quien quiere servir al proletariado debe unir a los 
obreros de todas las naciones y luchar 
constantemente contra el nacionalismo burgués, tanto 
el “propio” como el ajeno. Quien defiende la 
consigna de cultura nacional no tiene cabida entre los 
marxistas, su lugar está entre los pequeños burgueses 
nacionalistas. 
Tomemos un ejemplo concreto. ¿Acaso puede un 
marxista ruso aceptar la consigna de cultura nacional 
rusa? No. A ese individuo hay que incluirlo entre los 
nacionalistas, y no entre los marxistas. Nuestro deber 
es combatir la cultura nacional dominante, 
ultrarreaccionaria y burguesa, de los rusos, 
desarrollando exclusivamente en un espíritu 
internacional y en estrechísima alianza con los 
obreros de otros países los gérmenes que existen 
también en la historia de nuestro movimiento 
democrático y obrero. Lo que debemos hacer es 
batallar contra nuestros propios terratenientes y 
burgueses ruso, contra su “cultura”, luchar en aras 
del internacionalismo, “adaptándonos” a las 
particularidades de los Purishkévich y los Struve. Eso 
es lo que se debe hacer, y no predicar ni admitir la 
consigna de cultura nacional. 
Otro tanto podemos decir de la nación hebrea, la 
más oprimida y perseguida. La cultura nacional 
hebrea es una consigna de los rabinos y de los 
burgueses, una consigna de nuestros enemigos. Pero 
V. I. Lenin 
 
18 
en la cultura hebrea y en toda la historia del pueblo 
hebreo hay también otros elementos. De los diez 
millones y medio de hebreos que existen en el 
mundo, poco más de la mitad viven en Galitzia y en 
Rusia, países atrasados y semisalvajes, donde los 
hebreos están colocados a la fuerza en la situación de 
ralea. La otra mitad vive en el mundo civilizado, 
donde los hebreos no están aislados como casta ruin. 
Allí se han manifestado con toda evidencia los 
grandes rasgos progresistas, de alcance universal, de 
la cultura hebrea: su internacionalismo y su aptitud 
para adherirse a los movimientos avanzados de la 
época (el porcentaje de hebreos que participan en los 
movimientos democráticos y proletarios es, en todas 
partes, mayor del que, en general, representan en la 
población). 
Quien lanza directa o indirectamente la consigna 
de “cultura nacional” hebrea (no importa que lo haga 
con buenas intenciones) es un enemigo del 
proletariado, un partidario de cuánto hay de viejo y 
de espíritu de casta en el pueblo hebreo, es un 
cómplice de los rabinos y de los burgueses. Por el 
contrario, los hebreos marxistas que se funden en las 
organizaciones marxistas internacionales con los 
obreros rusos, lituanos, ucranios, etc., aportando su 
óbolo (en ruso y en hebreo) a la creación de la 
cultura internacional del movimiento obrero, 
continúan -a despecho del separatismo del Bund- las 
mejores tradiciones del pueblo hebreo, impugnando 
la consigna de “cultura nacional”. 
Nacionalismo burgués e internacionalismo 
proletario: éstas son las dos consignas antagónicas e 
inconciliables que corresponden a los dos grandes 
bandos que dividen a las clases del mundo capitalista 
y expresan dos políticas (es más, dos concepciones) 
en el problema nacional. Al defender la consigna de 
cultura nacional y edificar sobre ella todo un plan y 
el programa práctico de la llamada “autonomía 
nacional cultural”20 los bundistas obran de hecho 
como vehículos del nacionalismo burgués en las filas 
obreras. 
 
3. El espantajo nacionalista de la 
“asimilación”. 
El problema de la asimilación, es decir, el de la 
pérdida de las peculiaridades nacionales y el paso a 
otra nación, nos permite mostrar con toda claridad las 
consecuencias de las vacilaciones nacionalistas de los 
bundistas y de cuantos piensan como ellos. 
El señor Libman, que transmite y repite con 
exactitud los argumentos, mejor dicho, los métodos 
habituales de los bundistas, califica de “vieja patraña 
asimilista” la reivindicación de unir y fundir a los 
obreros de todas las naciones del Estado de que se 
trate en organizaciones obreras únicas (véase más 
arriba el final del artículo reproducido de Siévernaya 
Pravda). 
“Por consiguiente -dice el señor F. Libman, 
refiriéndose a la conclusión del artículo de 
Siévernaya Pravda-, si le preguntamos a un obrero 
de qué nación es, tendrá que contestar: soy 
socialdemócrata”. 
Nuestro bundista estima esto el colmo de lo 
chistoso. Pero, en realidad, lo que hace con tales 
chistes y con esos gritos a cuenta de la “asimilación” 
lanzados contra una consigna consecuentemente 
democrática y marxista no es más que 
desenmascararse hasta el fin él mismo. 
El capitalismo en desarrollo conoce dos 
tendencias históricas en el problema nacional. La 
primera es el despertar de la vida nacional y de los 
movimientos nacionales, la lucha contra toda 
opresión nacional y la creación de Estados 
nacionales. La segunda es el desarrollo y 
multiplicación de las naciones de todo tipo entre las 
naciones, el derrumbamiento de las barreras 
nacionales, la formación de la unidad internacional 
del capital, de la vida económica en general, de la 
política, de la ciencia, etc. 
Ambas tendencias son una ley universal del 
capitalismo. La primera predomina en los albores del 
desarrollo capitalista; la segunda es característica del 
capitalismo maduro, que hacia su transformación en 
sociedad socialista. El programa nacional de los 
marxistas tiene presentes ambas tendencias: primero, 
defiende la igualdad de derechos de las naciones y de 
los idiomas (y también el derecho de las naciones a la 
autodeterminación, de lo cual hablaremos más 
adelante) y considera inadmisible la existencia de 
cualesquiera privilegios en este aspecto; segundo, 
propugna el principio del internacionalismo y la 
lucha implacable por evitar que el proletariado se 
contamine de nacionalismo burgués, aun del más 
sutil. 
Y cabe preguntar: ¿a qué se refiere nuestro 
bundista cuando clama al cielo contra la 
“asimilación”? �o ha podido referirse a la violencia 
ejercida contra las naciones ni a los privilegios de 
una de ellas, porque aquí nada tiene que ver la 
palabra “asimilación”; porque todos los marxistas, 
tanto por separado como juntos, formando un todo 
único oficial, han condenado con firmeza, sin dejar 
lugar a equívocos, la menor manifestación de 
violencia, opresión o desigualdad nacionales;

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