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1 Real Academia Española La enseñanza de la lengua y la literatura en España, con especial atención al uso, el conocimiento y el aprendizaje del español Madrid, noviembre de 2023 ÍNDICE 1. Introducción. La Real Academia Española y la educación en España. Justifica- ción del presente informe 2. Aspectos generales de la labor educativa en la enseñanza secundaria 2.1. El papel esencial de la educación en la sociedad moderna. Nece- sidad de planes a corto, medio y largo plazo 2.2. Nuevas orientaciones didácticas. Límites de la contraposición entre competencias y contenidos 2.3. Importancia de la labor del profesorado 3. La enseñanza del español como primera lengua. Diagnóstico de los problemas, causas probables y posibles soluciones 3.1. Diagnóstico 3.2. Principales causas de la situación descrita 3.3. Posibles vías de solución 4. La enseñanza de la literatura 4.1. Objetivos de la enseñanza de la literatura. Su situación respecto de la lengua en los planes de estudio actuales 4.2. Tres decisiones polémicas en la enseñanza de la literatura 4.3. Otros retos 5. Variación y diversidad lingüística. Enseñanza de otras lenguas 6. El español y las lenguas cooficiales. La convivencia de lenguas 2 1. INTRODUCCIÓN. LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Y LA EDUCACIÓN EN ESPAÑA. JUSTIFICA- CIÓN DEL PRESENTE INFORME A lo largo de sus tres siglos de historia, la Real Academia Española (RAE) ha estado estrechamente vinculada con la labor educativa de los docentes y con su efecto en la sociedad. La RAE dirigió expresamente «a nuestra juventud» su primera Gramática (1771) y publicó varias adaptaciones didácticas (epítomes y prontuarios) de las sucesivas ediciones de esta obra durante los siglos XIX y XX. En los años 40 del pasado siglo, la Academia publicó, bajo el título El lenguaje en la escuela, una cartilla y dos manuales destinados a la enseñanza de la lengua. En las últimas décadas ha publicado dos versiones escolares de su Ortografía (2012, 2013), así como dos diccionarios del español dirigidos expresamente a los estudiantes (2005, 2011). Su gramática más reciente (2009-2011), elaborada conjuntamente con las academias de los demás países hispanohablantes, se dirigió especialmente a los profesores y estudiantes universitarios. La RAE publicó seguidamente dos versiones simplificadas de esa obra (2010, 2011), adaptadas a las necesidades de los estudiantes de los niveles académicos preuniversita- rios y de los primeros cursos de la universidad. Ha compuesto asimismo —también en cola- boración con las demás academias de la lengua española— un Glosario de términos gramati- cales (2019) preparado específicamente para los alumnos y los profesores de secundaria y ba- chillerato de todos los países hispanohablantes. Varias de las obras de la RAE poseen aplicaciones escolares particularmente útiles, entre ellas su Diccionario panhispánico de dudas (2005), su Diccionario esencial (2006), los diferentes corpus textuales (CORDE, CREA, CORPES XXI), libremente accesibles en In- ternet, además de las ediciones académicas de los mejores escritores en lengua española (Bi- blioteca Clásica de la RAE). Todo ello sin mencionar el Diccionario de la lengua española, obra igualmente de la RAE y de las demás academias de la ASALE, cuya versión electrónica supera los mil millones de consultas anuales. Estos son únicamente algunos resultados de la productiva labor editorial de la Real Academia Española, todos ellos dirigidos a mejorar la difusión, el uso y el conocimiento de nuestra lengua y nuestra literatura. La larga historia de la RAE es plenamente compatible con su adaptación a las nuevas tecnologías, como ponen de manifiesto la amplia información de que disponen los hablantes en su renovada página web, su activa presencia en Twitter (ahora X) y —más recientemente— su proyecto Lengua Española e Inteligencia Artificial (LEIA), del que se esperan grandes resultados para la redacción y corrección de textos escritos en 3 español. Cabe añadir que la plataforma Enclave de la RAE contiene un gran número de re- cursos didácticos especialmente útiles para las clases de Lengua de ESO y Bachillerato. Estos recursos, accesibles en línea, serán pronto gratuitos para profesores y alumnos. Finalmente, en muchos de los actos culturales que la RAE organiza se abordan cuestiones literarias (y, a veces, también lingüísticas) que resultan de especial interés para los docentes de los cursos preuniversitarios. Estos actos suelen grabarse y publicarse en Internet para que todos puedan acceder a sus contenidos. No son necesarios más datos para justificar el interés que la RAE manifiesta en pro- nunciarse públicamente sobre la forma en que se enseña y se usa la lengua española en nuestro país, así como sobre la manera en que se transmite en las aulas la literatura escrita en español. La conveniencia de hacer público precisamente ahora un informe sobre estos aspectos de la educación en España es, si cabe, más acuciante de lo que lo fue en otros tiempos, especial- mente si se tiene en cuenta la concurrencia de varios factores relativamente recientes cuyo impacto en nuestra sociedad está siendo determinante. Entre ellos destacan los siguientes: a) Las carencias objetivas que se detectan desde hace tiempo en los jóvenes en lo relativo a su comprensión lectora, su fluidez verbal, su manejo del léxico y de la sintaxis, su capacidad expresiva y argumentativa (sea oralmente o por escrito), así como a otros aspectos esenciales del uso del lenguaje y del conocimiento de su lengua materna. b) Las carencias similares que se detectan en el conocimiento y manejo de las lenguas cooficiales, cuando coexisten con el español, así como de las lenguas extranjeras. c) La marginación de las lenguas clásicas en los currículos actuales. d) Las dificultades patentes que se constatan para conseguir que los estudiantes se in- teresen por la literatura, sea clásica o moderna, así como para que adquieran y desa- rrollen el hábito de la lectura. e) La importante renovación de los modelos didácticos que ha tenido lugar en los países occidentales en los últimos años y su profunda repercusión en la enseñanza. f) Las transformaciones producidas por los progresos de la tecnología digital y sus efec- tos, tanto didácticos como sociales. g) El desconcierto que se observa entre el profesorado en lo relativo a la forma en que debe llevar a cabo su labor, a la aplicación en las aulas de los nuevos planteamientos didácticos y, especialmente, a la manera en que los diagnósticos conocidos y las insu- ficiencias experimentadas han de dar paso a soluciones viables y efectivas. 4 h) El surgimiento del multiculturalismo y la diversidad en nuestras aulas, así como los programas que su indispensable desarrollo requiere. i) Las consecuencias de los cambios legislativos recientes sobre los aspectos de la educa- ción que afectan a la convivencia de lenguas en España. Como es lógico, la RAE no pretende reemplazar en sus tareas a las facultades de Edu- cación, ni a las de Letras o de Filología, y mucho menos a las autoridades educativas. En consecuencia, el presente informe no puede constituir un análisis crítico de las formas de enseñar ni de legislar sobre la educación. Contiene, en cambio, un panorama —sin duda breve y esquemático, pero creemos que objetivo— de la situación actual en lo relativo a las cuestiones que abarca su título, así como un examen de sus principales causas y de sus conse- cuencias más notorias. En la sección siguiente se introducen algunas consideraciones generales sobre la situa- ción actual de la educación en España, con ocasionales referencias a otros países europeos. Se presta especial atención a los cambios que se perciben en los últimos años entre alumnos y profesores, así como a la recepción y la aplicación en las aulas de las disposicioneseducativas oficiales. La sección 3 se centra en la enseñanza del español como primera lengua. Se abordan brevemente, y por separado, el diagnóstico de la situación actual, sus principales causas y algunas posibles vías de solución. En la sección 4, dedicada al estudio de la literatura, se re- cuerdan las principales particularidades que han de tenerse en cuenta al analizar las obras literarias, por oposición a otras formas de expresión lingüística, y se resumen las dificultades más notorias que los docentes deben afrontar hoy para hacer llegar a sus alumnos esos conte- nidos. La sección 5 se dedica a los aspectos de la enseñanza que afectan a la variación lingüís- tica. Se hacen en ella varias consideraciones sobre la necesidad de mejorar el conocimiento de las variedades del español y se aborda brevemente el estudio de las lenguas clásicas y de las lenguas extranjeras. El informe concluye con algunas reflexiones sobre las repercusiones que posee en la educación el estatuto actual de las lenguas cooficiales. En la elaboración de este informe han colaborado profesores de ESO y de Bachillerato de varias comunidades autónomas, todos con amplia experiencia. El hecho de que el informe se circunscriba a la enseñanza secundaria no implica que las cuestiones que aborda no sean también relevantes para los estudios universitarios, sino más bien que el análisis de dicha repercusión requeriría un estudio independiente. No será tampoco posible extender a las de- más disciplinas del ámbito de las humanidades las consideraciones que aquí se hacen sobre la 5 lengua y la literatura. Aun así, se introducirán, al hilo de otros razonamientos, algunas refle- xiones sobre ciertos aspectos de la educación en España que consideramos de interés general. El presente informe se dirige al conjunto de la sociedad, especialmente a los docentes, a los estudiantes, a las autoridades educativas y a los medios de comunicación. La RAE aspira a que sea también conocido por cuantos compartan con nosotros el convencimiento de que la educación constituye el proceso de mayor trascendencia personal y social en la vida de las personas, en el desarrollo de las comunidades y hasta en la mejora de la calidad de nuestra democracia. Sería deseable, asimismo, que este informe pudiera estimular el necesario debate público que requieren, a nuestro entender, las cuestiones aquí examinadas. 2. ASPECTOS GENERALES DE LA LABOR EDUCATIVA EN LA ENSEÑANZA SECUNDARIA 2.1. El papel esencial de la educación en la sociedad moderna. Necesidad de planes a corto, medio y largo plazo El lugar absolutamente central de la educación en las sociedades modernas está fuera de duda. Dicha trascendencia no se debe a que la escuela proporcione saberes ni títulos ofi- ciales para ejercer las actividades profesionales, ni siquiera a que ayude a los estudiantes a superar pruebas o los prepare para integrarse en el marcado laboral. Solo la educación hace posible que los ciudadanos moldeen su capacidad de discernimiento, de comprensión, de análisis y de juicio; desarrollen un pensamiento crítico y creativo, y sean capaces de madurar como personas, antes de hacerlo como especialistas en algún dominio del conocimiento. El papel de la educación es esencial en la imprescindible tarea de potenciar el desa- rrollo cognitivo de los jóvenes, en particular en el despertar de su capacidad inquisitiva y de sus dotes para la observación y el análisis. También lo es para que afiancen su propia perso- nalidad, se preparen para superar retos, valoren su autoestima y adquieran conciencia de sus responsabilidades. La formación que proporciona el proceso educativo constituye el mejor — por no decir el único— entrenamiento para la vida. A todo ello se añade que la calidad de la educación es la mejor garantía de la creación y la transmisión de la ciencia y la vía más segura para la formación de investigadores cualificados en todos los ámbitos del saber, con las tras- cendentales consecuencias que todo ello conlleva para la innovación y el progreso de cualquier sociedad. 6 Aunque solo fuera por estas razones, la educación debería constituir uno de los ejes fundamentales de cualquier proyecto de servicio público. Cabe pensar que el hecho de que no ocupe un lugar destacado en los pronunciamientos políticos, sean o no electorales, se debe a que los programas que guían la actividad de los partidos y de los gobiernos se centran gene- ralmente en las cuestiones más inmediatas. La consecuencia más notoria del cortoplacismo al que nos referimos es el hecho de que el nuestro sea uno de los pocos países en los que, cada pocos años, los partidos políticos se lanzan unos a otros leyes educativas de escaso recorrido, en el supuesto bienintencionado de que cada una de ellas superará las insuficiencias de la anterior: a la LGE, de 1970, siguió la LOECE, de 1980 (que no llegó a entrar en vigor); a esta siguió la LODE, de 1985 (con texto original de 1980), a su vez remplazada por la LOGSE, de 1990, que fue sustituida por la LOE de 2006; esta última fue a su vez modificada por la LOCE, de 2013, que dio paso a la LOMLOE, en vigor desde 2020. Quedan pocas dudas de que la legislación más reciente será sustituida por otra nueva si llega al Gobierno un partido diferente del que la propuso. Es probable, además, que esa cadena de sustituciones haga permanente en el ánimo de la comunidad educativa la impresión general de que las autoridades prestan más atención a los efectos políticos de sus disputas parlamentarias que a las dificultades que suponen para los docentes y los estudiantes las cam- biantes directrices emitidas por los Parlamentos. En efecto, al contrario de lo que sería de esperar, el encadenamiento de leyes educa- tivas no ha supuesto una notable mejora de la educación en nuestro país. Son escasas las reflexiones sobre las causas que hacen necesaria, al parecer, la promulgación de cada nueva ley, sobre las lagunas de la inmediatamente anterior y, sobre todo, sobre el hecho cierto de que las mejoras reales en el nivel educativo de los estudiantes no son exactamente las que cabría esperar después de tan intenso y dilatado esfuerzo legislativo. Las leyes educativas contienen aspiraciones sumamente razonables, pero están, a la vez, desconectadas en gran medida del quehacer cotidiano de los docentes y del funciona- miento de los centros educativos. Los textos legales mencionan gran número de habilidades, capacidades y destrezas que los alumnos deberían adquirir, pero lo hacen omitiendo casi siem- pre los indispensables cambios —ni sencillos ni inmediatos— que las nuevas disposiciones conllevan en la preparación del profesorado, en la organización de las tareas de los centros docentes, en la confección de los libros de texto de cada materia o en los recursos, materiales y humanos, necesarios para llevar a cabo todas esas actuaciones. De hecho, desde fuera de los 7 Parlamentos (el nacional y los autonómicos) es difícil sustraerse a la opinión de que los legis- ladores se sienten relativamente ajenos al largo —cuando no tortuoso— sendero que ha de recorrerse desde la promulgación oficial de las leyes educativas hasta su aplicación efectiva en las aulas. Aparentemente, las supuestas diferencias entre partidos políticos en lo relativo a las leyes educativas se centran en cuestiones muy específicas que suelen alcanzar cierta notoriedad pública: la conveniencia de establecer o no una asignatura de Educación para la Ciudadanía, el estatuto de la materia de Religión como asignatura computable para la media del Bachille- rato, las condiciones que deben establecerse para repetir curso, la implantación o supresión de materias optativas o la organización de la enseñanza privada. A quienes sostengan que esas son las barreras infranqueables que condicionarán siempre cualquier acuerdo nacional sobre la educación en España,cabría replicarles que estos asuntos no deberían dejar de lado otros que no son de menor alcance. Están entre ellos el de mejorar la formación integral de los alumnos y la preparación de sus profesores, el de lograr que se potencie el esfuerzo y la crea- tividad de unos y de otros, o el de dedicar los medios necesarios para que los estudiantes alcancen una apropiada formación humanística, a veces postergada con el discutible argu- mento de su escasa utilidad. Junto a todos estos retos, ocupa un lugar central el de conseguir que los estudiantes desarrollen una adecuada capacidad expresiva y argumentativa con la flui- dez y la precisión esperables, adquieran una razonable cultura general y conformen un pen- samiento crítico fundamentado. A todo ello cabría añadir que las diferencias reales entre proyectos políticos relativas al universo educativo no son tan marcadas como dan entender las exposiciones más simplifi- cadoras que de ellas se hacen a veces. No parece, en efecto, que existan proyectos que nieguen la importancia del estudio o de la autoexigencia, y tampoco que otros estén en contra de la universalización de la enseñanza o de la completa alfabetización de la sociedad. Aunque exis- tan diferencias en las bases políticas de las propuestas conocidas, todas ellas deberían coincidir en la trascendencia del proyecto educativo para el futuro de cualquier comunidad. Si ello es así, no cabe duda de que una mayor cooperación entre los partidos políticos en la elaboración de las leyes educativas anularía la inevitable sensación de provisionalidad que invade desde hace décadas a profesores y alumnos. Acabaría también con la impresión —tan descorazona- dora como real en nuestros días— de que los proyectos educativos son armas parlamentarias, 8 cuando en realidad deberían constituir el germen del futuro personal y profesional de los jóvenes de nuestro país. Dado que la educación, al igual que la sanidad, exige inversiones y planes de actuación a medio y largo plazo, es preciso legislar pensando en periodos más dilatados. La planificación no ha de hacerse, por tanto, teniendo en cuenta los meses o los años más inmediatos, sino pensando sobre todo en el país en que van a vivir quienes comienzan su vida escolar en el momento en que se promulgan las disposiciones. Al tiempo, esas medidas deben proporcio- nar un marco común que garantice la igualdad de todos los estudiantes en cualquier parte del territorio nacional. Se echa, pues, en falta un pacto de Estado sobre la educación que todos puedan asumir y respetar. 2.2. Nuevas orientaciones didácticas. Límites de la oposición entre competencias y conteni- dos La Real Academia Española no es ajena al cambio conceptual en la educación impul- sado por las más altas instancias europeas, cuyo eje central está basado en las competencias que los alumnos han de adquirir. Dicho papel fue definido en el programa DeSeCo (Defini- tion and Selection of Competences) de la OCDE en 1997. Fue luego evaluado por el pro- grama PISA desde el año 2000; fue desarrollado por el Consejo Europeo en el documento titulado Futuros objetivos precisos de los sistemas educativos (2001); fue potenciado por el mismo organismo en el Marco europeo de referencia para las competencias clave del aprendizaje perma- nente (2004), y su importancia la resaltan nuevamente la Recomendación 2006/962/CE en favor de las competencias clave en el aprendizaje permanente (Key Competences for Lifelong Lear- ning European Reference Framework) y las conclusiones del Consejo de 2009 sobre el marco estratégico para la cooperación europea en el ámbito de la educación (ET 2020, Orden ECD/65/2015), entre otros pronunciamientos. No nos pasan tampoco desapercibidas las competencias básicas relativas a la comunicación lingüística y el conocimiento y el uso de la lengua que se especifican en la LOE (2006), en la LOMCE (2013) o en la LOMLOE (2020). Como explica el diccionario académico, la acepción de competencia ahora relevante es aquella en la que esta voz designa la «pericia, aptitud o idoneidad para hacer algo». El enfoque competencial hace hincapié, por tanto, en la necesidad de centrar la educación en la capacidad de los estudiantes para resolver problemas y llevar a cabo determinadas tareas. Como es lógico, 9 muchas de las más prácticas —a menudo impuestas por las nuevas tecnologías— han de ser integradas en las labores docentes, por lo que resulta natural que la legislación insista en ello. Caben pocas dudas de que ha de mostrarse a los estudiantes cómo se obtiene información en la Red, cómo se organiza un trabajo de clase, cómo se ha de plantear una presentación pública, cómo se escribe una instancia, se prepara un currículo, se elabora un resumen o se citan las referencias bibliográficas. En estos y otros muchos casos semejantes, las tareas prácticas pue- den articularse en pasos y dividirse en estrategias que los estudiantes deberían dominar. Pero existen otros aspectos de la oposición —generalizada hoy en el mundo educativo— entre competencias y contenidos que nos parecen mucho menos evidentes de lo que la legislación suele dar a entender. En cualquier rama del conocimiento resulta imprescindible aprender a observar, a generalizar, a argumentar, a reflexionar y a juzgar críticamente los razonamientos o las hipó- tesis. La administración educativa debería atender al hecho de que los docentes experimentan no poca inseguridad cuando ven formulados tales objetivos en un listado de competencias. Es probable, además, que una parte de su desconcierto se deba a que en la preparación que recibieron en la universidad no desempeñaba un lugar esencial el aprender a observar, a ge- neralizar, a argumentar, a reflexionar y a juzgar críticamente los razonamientos o las hipótesis. Ciertamente, ha de coincidirse con el llamado enfoque competencial en que la enseñanza ha de transmitir modos de actuar y, en particular, criterios para decidir y formas de razonar y de expresarse, así como de manejar, ordenar y sintetizar informaciones. Pero la manera en que habitualmente se presenta dicho enfoque parece ocultar que la puesta en práctica de cualquier conocimiento solo es posible si este ha sido adquirido previamente. En efecto, la enseñanza basada en contenidos se caricaturiza a veces identificando estos con la memorización de datos (en particular, de nombres, títulos, fechas, definiciones, clasificaciones o fórmulas), así como con la acumulación de informaciones. Esta simplifica- ción interesada oculta que nadie debería identificar el dominio de un campo cualquiera del saber con el conocimiento de ciertos datos sobre él. La capacidad para relacionar conceptos, fenómenos, problemas y hasta disciplinas puede considerarse una competencia, pero solo pueden alcanzarla los profesionales que conocen con cierta profundidad los contenidos que articulan cada una de esas materias. La capacidad para argumentar a favor o en contra de un razonamiento, o la necesaria para relacionar ideas o para evaluar críticamente teorías, hipóte- sis o postulados también pueden ser consideradas competencias. La razón por la que no 10 resulta especialmente útil enumerarlas en un listado es el simple hecho de que solo constitu- yen objetivos didácticos posibles de manera indirecta, ya que son los resultados naturales del dominio y de la maduración de los contenidos por parte de los profesores habituados a tra- bajar con ellos. El docente que es capaz de dar respuesta a las preguntas de sus alumnos sobre cual- quier aspecto que suscite el interés de estos, y que el libro de texto no deje suficientemente claro, no es el docente que conoce mejor las competencias asociadas con tal materia en la legislación didáctica. Es, por el contrario, el docente experimentado que conoce bien la ma- teria en sí misma, que es capaz de moverse entre sus vericuetos con cierta soltura,que com- prende el alcance y los límites de cada unidad de análisis, y que ha logrado cierta madurez al operar con todos esos contenidos. En ciertos ámbitos, la mención de las competencias requeridas no resulta ser muy diferente de la enumeración de los contenidos que deben adquirirse en ese dominio. Desde hace siglos, los maestros han sido muy conscientes de que su obligación era enseñar a leer y a escribir a sus alumnos, aunque nunca se preguntaran si ello implicaba transmitir competen- cias o proporcionar contenidos. Repárese en que el conjunto de las normas ortográficas puede considerarse un contenido, mientras que su uso correcto y su aplicación se interpretarían como una competencia. Análogamente, el conjunto de distinciones sobre el léxico del español que un estudiante de Bachillerato debe conocer puede considerarse un contenido, mientras que la habilidad o la capacidad para establecer tales distinciones sería una competencia. Fi- nalmente, las especificaciones sobre el registro o el nivel de lengua (formal, familiar, coloquial, etc.) que se asocian con una serie de expresiones constituyen un contenido, mientras que la capacidad para llevar a la práctica esas distinciones constituye una competencia. Aun acep- tando que existen diferencias en la perspectiva que se adopta en cada uno de estos ejemplos, no se enumeran objetivos radicalmente distintos por el hecho de enfocarlos desde uno u otro punto de vista. En la enseñanza tradicional de la gramática, esta fue concebida durante siglos como arte (en el sentido tradicional de técnica, entendida como conjunto de pautas o reglas relati- vamente fijas). A pesar de esta definición inicial, no demasiado alejada de lo que hoy abarca la llamada competencia comunicativa, los tratados gramaticales introducían gran número de reflexiones sobre el sistema que subyace a dicha práctica. Hoy en día es raro que se produzca 11 tal mezcla de planos y que el análisis del sistema lingüístico mismo se confunda con el uso fluido de la expresión oral y escrita. Interesa aquí resaltar que ambas tareas deben formar parte de la labor docente, como explicaremos en otras secciones de este mismo informe. Como es lógico, nada de eso obsta para reconocer que expresarse con soltura y precisión en una lengua cualquiera constituye una habilidad o una destreza que no siempre va asociada a los conoci- mientos científicos que se posean sobre dicha lengua. La distinción entre competencias y contenidos cobra mayor relevancia aplicada a otros campos. Paradójicamente, la formulación de las competencias necesarias en cada uno de ellos se ha de apoyar de manera esencial en los contenidos que les subyacen. Así, la capa- cidad para interpretar una obra literaria, para comprender adecuadamente los pasos de una argumentación (o para descubrir un error en alguno de ellos), para encontrar excepciones a una generalización inadecuada, para reflexionar sobre las relaciones que mantienen las formas gramaticales con los significados que estas expresan o, en general, para esbozar alguna expli- cación relativa a cualquier conjunto de datos lingüísticos o literarios mínimamente proble- máticos no son más que consecuencias naturales de un saber previo: el conocimiento de cada uno de los contenidos asociados con dichas tareas. El hecho de que el llamado enfoque competencial esté inspirado por altas instancias europeas no impide hacer constar que se presenta a menudo entre nosotros a través de for- mulaciones sumamente abiertas cuya identificación y puesta en práctica requieren una for- mación especializada por parte del profesorado. Son muy numerosos los ejemplos que po- drían ilustrar esta idea, pero solo mencionaremos dos: a) La tercera de las competencias en comunicación lingüística (CLL3) de la reco- mendación del Consejo de la Unión Europea (22/05/2018), que el ministerio español refleja oportunamente en su página web, resume en unas pocas líneas la labor integral de un profesor de Lengua en la Enseñanza Secundaria. En efecto, se establece allí que los estudiantes habrán de «producir textos orales y multimo- dales, con coherencia, claridad y registro adecuados, para expresar ideas, senti- mientos y conceptos; y participar con autonomía y una actitud cooperativa y em- pática en interacciones orales variadas». b) La competencia 9.1 de la relación de competencias específicas de la asignatura Lengua Castellana y Literatura exige más aún de los docentes, ya que el uso de la 12 lengua se ha de combinar con su conocimiento. Dicha competencia establece que los estudiantes habrán de ser capaces de «establecer generalizaciones sobre aspec- tos básicos del funcionamiento de la lengua de manera acompañada, formulando hipótesis y buscando contraejemplos, a partir de la observación, comparación y transformación de palabras, enunciados y textos, en un proceso acompañado de producción o comprensión de textos en contextos significativos». Sería posible añadir otras muchas citas similares a estas que, en buena medida, coin- ciden en recordar a los docentes que deben hacer bien su trabajo, asumiendo que han recibido la formación necesaria para ello. Pero, como hemos adelantado, se observan lagunas notables en la preparación media del profesorado en lo relativo a la forma de llevar a la práctica muchas de esas habilidades, aun cuando es justo reconocer que dichas lagunas no son las mismas en todas las especialidades y que están sujetas a un gran número de variables. La puesta en prác- tica de tales capacidades exige actualizar y modernizar la formación que los enseñantes reci- bieron hace tiempo. Dicha formación pudo ser adecuada hace años, pero no siempre lo es en la actualidad, sobre todo si se piensa que son estos mismos docentes los que deben poner en práctica las nuevas directrices. Tiene, pues, pleno sentido resaltar una vez más que el bienin- tencionado conjunto de aspiraciones que se despliega en las nutridas listas de competencias oficiales choca fuertemente con la realidad. Las autoridades educativas no deberían situarse al margen de ese choque, y menos aún dar a entender que queda fuera de sus responsabilida- des. Es evidente que el enfoque competencial debería ser concebido como un medio, pero los documentos oficiales parecen presentarlo como un fin al otorgarle un puesto tan relevante entre los cambios didácticos que requiere la educación. El profesorado de Lengua y Literatura ha manifestado en muchas ocasiones su des- concierto por el hecho de que no exista una metodología docente dirigida a programar, aplicar y evaluar el enfoque competencial aplicado a cada una de las materias. En nuestra opinión, la ausencia de una estructura didáctica suficientemente detallada en la enseñanza por compe- tencias no es una laguna accidental que los especialistas en educación suplirán en breve plazo. Entendemos más bien que la supuesta superación de los contenidos como vía que conduce al enfoque competencial resulta ser una tarea menos factible de lo que podría parecer cuando la hacemos salir de las normas oficiales para llevarla a la práctica docente. 13 A pesar de que las bases de estos razonamientos resultan objetivas, entre algunos edu- cadores se ha popularizado el término despectivo contenidista, referido a aquellos docentes que todavía hacen prevalecer los contenidos sobre las competencias. La crítica tendría sentido si el término contenido se interpretara en el sentido restrictivo, mencionado antes, en el que tan solo abarca los conjuntos de datos que se enumeran para ser memorizados. Pero, tal como hemos explicado, esa interpretación restrictiva y descalificadora solo da cabida a una parte muy pequeña de las informaciones que comprende el uso más común de la palabra. Casi huelga añadir que se trata de un problema extensible a cualquier otra disciplina. Puede exigirse a un historiador que sea capaz de evaluarla fiabilidad de las fuentes que usa, o que establezca adecuadamente la relación entre las causas y las consecuencias de los hechos históricos. Pero la adquisición de esas competencias será un objetivo inalcanzable para el des- tinatario de tales recomendaciones si este no conoce a fondo los hechos históricos que ha de evaluar, así como sus antecedentes y las posibles circunstancias concomitantes que concurran en ellos. Todas esas informaciones previas constituirán, sin duda alguna, un conjunto de contenidos. La conclusión parece, pues, evidente: más importante que lograr que los docentes mejoren el conocimiento del conjunto de competencias que sus alumnos deben alcanzar es la necesidad de que mejoren su propia preparación técnica y profesional, y adquieran un conocimiento más profundo de sus respectivas materias. Las competencias surgirán de ma- nera natural como destilación de todos esos contenidos, no como sustituto de ellos. 2.3. Importancia de la labor del profesorado La vocación docente no se obtiene mediante recetas ni se alcanza siguiendo ordena- damente los pasos estipulados en alguna estrategia didáctica dirigida a adquirir compromisos y responsabilidades. Ningún docente podrá transmitir a sus estudiantes el estímulo que re- quiere el aprendizaje ni la ilusión por el conocimiento si no alberga previamente esos senti- mientos en su interior. En el apartado precedente se ha insistido en la formación y en la actualización del profesorado, aun reconociendo que ambas son más necesarias en unas ma- terias que en otras. Conviene resaltar ahora que los docentes solo podrán trasladar a sus alum- nos el afán por comprender la realidad —y hasta por concebir nuevas realidades— si ellos mismos están imbuidos de ese mismo afán. 14 Interesa especialmente poner de manifiesto que los profesores no son responsables de la formación que han recibido. Como es lógico, las diferencias entre ellos no se limitan al hecho de que su preparación profesional sea diversa (en función de la materia en la que se especializaron, el lugar en que estudiaron, el profesorado que los formó, el plan de estudios que cursaron, etc.), sino que se extienden también a la vocación docente que anima su labor cotidiana. En consecuencia, son también variados los niveles de interés y de esfuerzo que se reconocen hoy entre los profesores en la tarea de completar y adaptar la formación que reci- bieron en la universidad. Es bien sabido, además, que la docencia es, para muchos de ellos, un trabajo precario y no suficientemente remunerado que les deja muy poco tiempo para preparar las clases y para profundizar en el contenido de sus respectivas materias. Resulta desafortunado, en nuestra opinión, que los cursos de renovación pedagógica y los relativos al uso de las nuevas tecnologías sean mucho más frecuentes entre nosotros que los que se centran en la actualización de las materias docentes. Aunque sea excepcionalmente, se han dado incluso casos en los que se ofrecían a los profesores cursos de coaching y de mindfulness para completar otros de didáctica, cuando seguramente hubieran necesitado re- cibir antes algunos de formación y actualización en los contenidos especializados de su propia materia. Sin negar en absoluto la indudable relevancia de los cursos de renovación pedagógica, ni tampoco el considerable avance que se puede constatar hoy entre el profesorado en el uso de las nuevas tecnologías, no debería ocultarse la existencia del desequilibrio al que hacemos referencia entre la actualización didáctica y la específicamente profesional. Cabe pensar que la misma existencia de tal descompensación es una consecuencia natural de la interpretación inadecuada que —tal como hemos señalado— se ha dado en los últimos años al término contenido. En muchas facultades de Educación se entiende que no deben presentarse a los alum- nos nuevos contenidos, sino únicamente estrategias didácticas destinadas a aplicar los que ya se poseen. Como resultado de ello, los planes de estudio de las diversas especialidades de la carrera de Educación contienen fundamentalmente materias de didáctica y administración escolar, de forma que raramente se ocupan de profundizar en los contenidos que los estu- diantes deben adquirir. Así pues, en la mayor parte de los casos, los maestros egresados obtie- nen su título con los conocimientos de lengua, de matemáticas o de historia que recibieron 15 en su bachillerato. Por otro lado, en muchos de los másteres que capacitan para la docencia en la Enseñanza Secundaria se asume hoy, de manera paralela, que los alumnos ya han reci- bido en sus estudios de grado las informaciones que deben conocer, de modo que en el máster solo se han de impartir técnicas didácticas para su transmisión. La realidad choca, una vez más, con las directrices oficiales, ya que es sumamente difícil mostrar cómo se ha de enseñar una disciplina cualquiera si no se posee un adecuado conocimiento de ella. En efecto, la didáctica de la física, de las matemáticas, de la historia y de la filosofía son disciplinas fundamentales porque exigen de los que las imparten una doble formación: aquella relativa al profundo conocimiento de la materia que se enseña, por un lado, y el ma- nejo de ciertas técnicas y estrategias didácticas, por el otro. Exactamente lo mismo cabe afir- mar respecto de la lengua y la literatura. Una parte considerable de las quejas reiteradas de los alumnos que cursan el máster al que se acaba de aludir remite precisamente al hecho de que los profesores que lo imparten no poseen esa doble formación. Nadie pretende sugerir que sea fácil adquirirla, pero no tiene sentido ocultar que muchos de los profesores que habitual- mente imparten tales cursos solo suelen estar formados en una de las dos vertientes mencio- nadas: la didáctica. Como consecuencia lógica, esos docentes no son capaces de responder a las preguntas específicas de sus alumnos relativas a la forma de abordar en las clases gran número de contenidos relativamente técnicos de lengua y de literatura. El mismo razona- miento podría extenderse a otras materias. Ciertamente, la didáctica es hoy una disciplina subdividida en otras muchas, como consecuencia de la natural especialización de las áreas de conocimiento. Caben pocas dudas de que los resultados obtenidos serían mejores si la prepa- ración profesional en las técnicas de enseñanza que sin duda poseen los especialistas en didác- tica de la lengua y la literatura fuera acompañada de un conocimiento más profundo de la propia materia en cuya enseñanza son especialistas. No solo ha cambiado en los últimos tiempos la preparación del profesorado. Ha cam- biado también, y de manera fundamental, la labor que se espera de él. Seguramente es exage- rada la imagen según la cual los profesores han pasado en España de ser maestros a ser acom- pañantes, pero no es exagerado afirmar que se ha potenciado en los últimos tiempos una cierta relativización del conocimiento. Por un lado, es habitual suponer que este es mudable, incluso efímero, además de fácilmente accesible en la Red; por otro, se asume que el alumno ha de llegar personalmente a los contenidos a través de su propia indagación, evitando así que se le impongan desde fuera como si constituyeran verdades absolutas. Si los resultados de tales 16 experiencias personales no coinciden entre los alumnos —continúa el razonamiento implí- cito—, habrán de darse todos ellos por válidos. No suelen ponerse de manifiesto las peligrosas consecuencias a las que puede dar lugar esa peculiar manera de entender la educación. Como es obvio, la relativización del conoci- miento surge como reacción natural a su imposición autoritaria, por lo que quienes la defien- den recuerdan a menudo los tiempos en los que la enseñanza se identificaba en gran medida con la aséptica memorización de informaciones. Elanálisis de ciertas obras literarias, filosóficas o sociológicas da lugar a múltiples interpretaciones que pueden ser aceptables si se sustentan adecuadamente. Pero esa forma de razonar no es extensible a todas las materias. Existen conocimientos objetivos de literatura, de gramática o de ortografía, junto con otros muchos de filosofía, historia, geografía, biología o matemáticas, que el profesor debe dominar y los alumnos deben adquirir. No es cierto que una expresión lingüística admita cualquier análisis gramatical ni cualquier interpretación se- mántica, ni tampoco que un aforismo, un refrán, un principio lógico o una reacción química puedan ser entendidos de cualquier forma que un alumno pudiera considerar adecuada. Es oportuno insistir, por todo ello, en que los docentes no son únicamente guías, moderadores o cuidadores. Saben mucho más que sus alumnos y han de poseer la formación necesaria para deslindar lo asentado de lo opinable en la materia de su especialidad, así como para transmitir a sus estudiantes conocimientos objetivos, además de formas de juzgar y de interpretar la realidad. Los docentes no pueden aplaudir cualquier afirmación, razonamiento o conclusión de sus alumnos con el objetivo de no mermar su autoestima, sino que han de mostrar objetivamente que unas deducciones son más adecuadas que otras, unos análisis más sólidos que otros, unos principios científicos más fundamentados que otros y unos hechos más ciertos y objetivos que otras posibles alternativas. Las quejas más reiteradas del profesorado de ESO y Bachillerato en España han sido difundidas por múltiples vías. Muchas de ellas aluden a la sobrecarga laboral y burocrática que padecen los docentes, al número de horas de clase que deben preparar e impartir, así como al de alumnos por aula (las denominadas ratios). Otras afectan al considerable esfuerzo que conlleva la imprescindible atención personalizada a los estudiantes (posean estos o no necesidades especiales), al número de pruebas escritas que deben evaluar y de informes que han de cumplimentar. La llamada evaluación continua es una aspiración legislativa 17 sumamente razonable. A la vez, el legislador no parece verse afectado por el hecho de que el llevarla a cabo exige un extraordinario esfuerzo al profesorado, inadecuadamente compensado en nuestros días desde el punto de vista económico y poco valorado desde el social y desde el político. Los especialistas en didáctica insisten hoy en que los docentes han de aprender a eva- luar por objetivos, por centros de interés, por competencias, por estándares de aprendizaje, por rúbricas, por retos, por proyectos y por servicios. Tal vez sea así. Pero se constata una y otra vez que muchos profesores perciben a diario el marcado contraste que se da entre la considerable sobrecarga administrativa y burocrática a la que ven sometidos y el escaso tiempo de que disponen para mejorar su propia formación. El informe TALIS 2018, que incluía los resultados de la autoevaluación de los profesores, constituye tan solo una muestra de tal des- equilibrio, que sale claramente a la luz si se comparan los resultados de los docentes españoles con los de otros países. En nuestra opinión, resulta especialmente preocupante el hecho mismo de que de las directrices oficiales parezca deducirse a menudo que actualizar la forma- ción profesional del profesorado es menos importante que familiarizarlo con las nuevas estra- tegias educativas, con las nuevas tecnologías o con los cambios didácticos que unas y otras conllevan. Debería buscarse, en suma, un equilibrio entre los dos tipos de formación a los que se alude, ya que, como es lógico, la mejora en la formación profesional de los profesores no ha de limitarse a los aspectos referentes a sus disciplinas particulares. Ha de extenderse tam- bién a las técnicas didácticas adecuadas en el nivel educativo en que se imparta cada materia y ha de ampliarse a la organización educativa, así como al conocimiento de los recursos hu- manos y materiales de los que se dispone. Lo cierto es que, como consecuencia de la presión burocrática a la que los enseñantes están hoy sometidos, en los departamentos de Lengua y Literatura de los centros docentes se dedica en la actualidad muy escaso tiempo a considerar el planteamiento de cada asignatura: metodologías posibles, tipos de ejercicios que los estudiantes podrían resolver, formas de ana- lizar los textos desde el punto de vista lingüístico y literario, nuevos manuales publicados que pudieran ser útiles, discusión sobre teorías, terminologías, unidades de análisis, etc. Se ha observado además en numerosas ocasiones que los avances en las ciencias de la naturaleza llegan a las aulas en proporción mucho mayor que los avances en las humanidades. A todo 18 ello se añade que ni esta cuestión ni las anteriores parecen preocupar demasiado a los inspec- tores educativos, tal vez porque las consideran demasiado próximas a la «enseñanza de conte- nidos». Como tantas veces se ha señalado, las tareas educativas pueden concebirse en función de los conocimientos que ayudan a adquirir o bien en función de las metas que permiten alcanzar. En el segundo caso, el propósito de estudiar no es tanto aprender como alcanzar un determinado objetivo, quizá de forma similar a como el corredor de una carrera de vallas no considera cada una de ellas más que como un obstáculo que debe saltar para llegar a la meta antes que otros competidores. Es bien sabido que los profesores que imparten hoy en España cursos de Bachillerato (sobre todo el segundo de ellos) no orientan exactamente sus materias en función de los conocimientos que se suponen necesarios en ese nivel docente, sino en función de los que serán más útiles a sus alumnos para superar la EvAU (evaluación para el acceso a la universidad; también EBAU: evaluación del Bachillerato para el acceso a la uni- versidad), sea cual sea la relevancia objetiva de tales enseñanzas. Estos últimos conocimientos dependen de los coordinadores de dicha prueba, lo que a menudo conlleva notables diferen- cias entre ellos en función de las comunidades autónomas en las que las pruebas tienen lugar. El argumento que se acaba de introducir posee, a la vez, una cara inversa, ya que, si la exigencia es mayor en la EvAU, los nuevos requisitos se convertirán inevitablemente en nuevas tareas para los profesores de Bachillerato, que se verán así obligados a instruir a sus alumnos en aspectos de su preparación en los que pudieran no haber pensado anteriormente. En cualquier caso, sería de desear una mayor homogeneidad en los conocimientos que son objeto de evaluación en dichas pruebas. 3. LA ENSEÑANZA DEL ESPAÑOL COMO PRIMERA LENGUA. DIAGNÓSTICO DE LOS PROBLE- MAS, CAUSAS PROBABLES Y POSIBLES SOLUCIONES En los estados de la cuestión y en otros panoramas similares a este, es habitual pre- sentar conjuntamente el diagnóstico, las causas y las soluciones de las situaciones analizadas. Dada la envergadura de las cuestiones que aquí se abordan, se hace aconsejable exponer sepa- radamente todos esos componentes. Debe tenerse en cuenta que algunos de los aspectos des- tacados en las páginas que siguen podrían caracterizar por igual la enseñanza de otras materias, no solo de la lengua y la literatura. Aunque ello pudiera ser así en algunos casos, la RAE 19 entiende que son factores muy relevantes en la docencia de estas últimas disciplinas, por lo que no deberían omitirse de la relación de aspectos y circunstancias que se ofrece a continua- ción. 3.1. Diagnóstico Antes de presentar una relación de los principales déficits observados en nuestros es- tudiantes de Primaria, ESO y Bachillerato en lo relativo al uso y al conocimiento de su lengua, es oportuno resaltar los indudables logros que se han conseguido en los últimos tiempos, sin intentar precisar a qué administraciónpudieran corresponder. En efecto, cualquier informe sobre la educación en nuestro país debe reconocer abier- tamente el considerable avance logrado en la extensión de la igualdad de oportunidades, en las políticas de becas y en otros aspectos del acceso universal a la educación. También deben valorarse muy positivamente las indudables mejoras que se perciben entre los jóvenes en el conocimiento y el dominio de los medios digitales, en la extensión de la enseñanza a los alumnos con discapacidad, en la integración de los inmigrantes en los diversos niveles del proceso educativo y, en general, en la imprescindible tarea de conseguir que la educación llegue a todos los ciudadanos, sea cual sea su origen, su sexo, su nivel cultural y su situación económica. La educación representa uno de los factores fundamentales de nivelación e inte- gración en la sociedad, ya que constituye una poderosa herramienta para evitar las brechas sociales. Las dificultades objetivas de llevar a la práctica tan largo proceso hacen inevitable que se requieran todavía numerosos pasos en esa dirección, pero no cabe duda de que se ha producido un notable avance en todos los ámbitos mencionados. No es aceptable, en cualquier caso, la idea de que esas mejoras han de implicar forzo- samente el descenso en los niveles alcanzados. Así pues, el reconocimiento de dichos logros no debería reducir la importancia de los principales déficits observados en el alumnado actual de Primaria, ESO y Bachillerato de nuestro país en lo relativo al uso y el conocimiento de su primera lengua. Entre los problemas más destacados figuran los que se exponen seguida- mente. a) Las considerables dificultades que los alumnos muestran en la lectura es un dato ob- jetivo que ha sido confirmado en las evaluaciones de los informes PISA, entre otras fuentes. De hecho, el informe PISA de 2018 ofrecía peores datos que el informe PISA 20 de 2015 en lo relativo a la comprensión lectora de los estudiantes españoles. Es muy probable que al menos una parte de ese déficit constituya una herencia que los alum- nos de ESO y Bachillerato arrastran desde la Enseñanza Primaria, lo que lleva a la necesidad de reconsiderar la forma en que se aborda en esta la llamada lectoescritura. Son muy numerosos los docentes (de varias comunidades autónomas) que atestiguan una y otra vez la gran dificultad que sus estudiantes de Secundaria y Bachillerato experimentan para comprender los textos, sin excluir los discursos que no son espe- cialmente complejos. Se ha observado en no pocas ocasiones que los estudiantes com- prenden las palabras que integran los discursos, pero no son capaces de armar global- mente el significado de estos, por lo que tampoco pueden resumirlos adecuadamente, extraer las ideas esenciales expuestas y distinguirlas de los aspectos secundarios. Es especialmente importante resaltar que este problema no se detectaba en España hace 30 años en buena parte del alumnado, si bien tampoco tendría sentido ignorar que el acceso a la educación no alcanzaba en ese tiempo los grados de universalización que hoy se conocen. b) Son apreciables, asimismo, las deficiencias observadas entre los alumnos en la redac- ción de textos, un déficit que se detecta también en la expresión oral. Muchos estu- diantes muestran una considerable pobreza léxica, que se extiende de la ESO al Ba- chillerato y que no mejora sustancialmente en la universidad. Los textos que los estu- diantes redactan no solo muestran considerables fallos de sintaxis y de morfología (además de errores ortográficos de peso), sino también una notable penuria expresiva. Las grandes lagunas en el conocimiento del léxico que los alumnos suelen poner de manifiesto no afectan solo a su reconocimiento, sino también a su uso, a su interpre- tación, a la percepción de sus matices y a su adecuación contextual o discursiva. Una gran parte de los estudiantes no maneja con fluidez los sinónimos, ni tampoco las llamadas colocaciones o coapariciones (es decir, las restricciones del uso de las palabras en función de su contexto inmediato). Tampoco son capaces de redactar textos ex- presando de manera articulada las ideas que desean exponer. El hecho de que rara- mente se aluda en los documentos oficiales a las graves deficiencias detectadas entre los estudiantes en lo relativo a la capacidad de comprensión y redacción de los textos hace pensar que quizá este problema no es considerado esencial en las normas regu- latorias de la educación, lo que entendemos que debería corregirse. 21 c) En casi todos los listados oficiales de competencias se especifica desde hace años la necesidad de lograr que los estudiantes adquieran un buen dominio de los registros lingüísticos y de los niveles de lengua. Se insiste en particular en la necesidad de dis- tinguir la lengua oral de la escrita, y en la de ajustar el léxico y la sintaxis a las condi- ciones contextuales del discurso y al grado de formalidad de la situación comunica- tiva. Pero, si bien no puede culparse a las autoridades de minusvalorar este problema, se siguen detectado considerables deficiencias en el alumnado en este aspecto funda- mental del uso de la lengua. Si este déficit persiste, las indicaciones oficiales deberían ir más allá de hacer notar que estamos ante una competencia que los alumnos han de adquirir. d) Son asimismo destacables las deficiencias observadas en el alumnado en lo relativo a la narración, la descripción y la argumentación, en particular en el razonamiento ar- ticulado, el encadenamiento de ideas o la exposición ordenada de los factores concu- rrentes en alguna exposición. Se recuerda, a la vez, que forma parte de la educación —y, por tanto, de las competencias transversales que los alumnos han de alcanzar— la capacidad de encontrar fallos en una argumentación, detectar el solapamiento de ideas o la presencia de redundancias en un discurso, así como la capacidad de contra- poner unas ideas a otras y de criticar con solidez los argumentos ajenos. De nuevo, el hecho de que algunas de estas capacidades figuren en las relaciones conocidas de com- petencias contrasta marcadamente con la realidad observable en las aulas. e) Muchos estudiantes carecen hoy de un acervo cultural propio, un conjunto de ancla- jes que les permitan vincular lo nuevo con lo conocido o un marco de referencias que les sirva de asidero a la vez expresivo y mental. Un gran número de alumnos apenas conoce hoy refranes, dichos, citas, máximas, adagios, sentencias, poemas o cualquier otra manifestación de ese amplísimo caudal que en otros tiempos se integraba de forma natural en la cultura general de los ciudadanos. Algunos pensarán que consi- derar pertinente dicha acumulación esconde una versión elitista de la enseñanza, o tal vez un intento de rehabilitar el denostado papel de la memoria a través de un reper- torio de lugares comunes. Pero es más cierto que ese acervo refleja el sedimento que las lecturas (literarias, ensayísticas o de otro tipo), las películas y otras manifestaciones 22 culturales van depositando lentamente en nuestra experiencia. Como antes, carecería seguramente de sentido añadir al ya largo listado de aspiraciones educativas oficiales la necesidad de progresar en tales formas de enriquecimiento personal. No es, sin embargo, menos cierto que la constatación de su ausencia debe figurar en cualquier relación de déficits apreciables en la formación de nuestros jóvenes. f) Existe acuerdo general en que las principales competencias lingüísticas que los alum- nos han de alcanzar son de dos tipos: unas afectan al uso de la lengua (por tanto, a su capacidad expresiva y comunicativa, sea oralmente o por escrito); otras afectan al co- nocimiento del sistema lingüístico que subyace a dicho uso. Los documentos oficiales mencionan ambas, pero raramente resaltan las conexionesque existen entre ellas. Así, por ejemplo, resulta casi imposible corregir los errores en la construcción de enuncia- dos sin mencionar las unidades gramaticales que se ven involucradas en ellos, ya que carecería de sentido acudir a la eufonía o a la imitación de los buenos escritores como única justificación de la preferencia por ciertas estructuras sintácticas frente a otras. No pocos especialistas en educación coinciden hoy en señalar que, en términos gene- rales, los estudiantes carecen de conciencia metalingüística, en el sentido de que no son capaces de examinar su propio lenguaje o de introducir cualquier reflexión sobre un sistema lingüístico que, en realidad, consideran ajeno. Es probable que en las nu- merosas prácticas rutinarias que se llevan a cabo en nuestras aulas haya que buscar alguna justificación al hecho de que muchos alumnos consideren hoy el análisis gra- matical como una actividad automatizada, arbitraria y casi burocrática que el cu- rrículo les obliga a realizar, pero a través de la cual no alcanzan un conocimiento más profundo de su lengua. g) Como consecuencia del déficit anterior, los alumnos no son capaces de relacionar adecuadamente las formas con los significados. Si los textos son literarios, muestran dificultades similares para percibir sus connotaciones, así como el valor artístico aso- ciado con determinadas formas de la expresión (se retoma esta cuestión en el apartado 4). En lo relativo a los análisis gramaticales, se observa que, en lógica respuesta a lo que creen que se les va a pedir, los estudiantes se limitan a etiquetar mecánicamente segmentos y funciones sintácticas, y no intentan llegar a generalizaciones sobre esas mismas estructuras, o siquiera ubicarlas en el sistema lingüístico. Esto último exige, 23 como es evidente, poseer previamente una concepción, siquiera implícita, de dicho sistema. Tal como hemos sugerido antes, una parte importante de las deficiencias observables en estos ámbitos debe atribuirse a la insistencia de algunos profesores en las soluciones meramente terminológicas (a menudo con escaso análisis de las cues- tiones conceptuales subyacentes), que suele ser percibida por los alumnos como un simple requisito arbitrario. El desapego y el desinterés que los estudiantes muestran hacia ciertas tareas obligatorias que perciben como rutinarias y escasamente estimu- lantes está justificado cuando se constata objetivamente que no predomina en ellas el afán por el descubrimiento, la indagación, la obtención de generalizaciones o la com- paración argumentada de opciones posibles. 3.2. Principales causas de la situación descrita Las causas de los problemas esbozados en el apartado precedente se han puesto de manifiesto en numerosas ocasiones, y hasta podría decirse que son bien conocidas. Como sucedía en el caso de los diagnósticos, varias de ellas son comunes a otras materias, y algunas se extienden, además, a varios niveles de la educación. Entre los numerosos factores que con- ducen al estado de cosas expuesto están los que se resumen esquemáticamente a continuación. 1) La deficiente experiencia lectora de los alumnos. Aunque existen excepciones nota- bles, la mayor parte de los libros de texto les resultan difíciles a los estudiantes porque no están acostumbrados a leer y porque los discursos con los que están familiarizados son textos breves, cuando no sincopados, escritos con un léxico reducido. En la mayor parte de los casos, tales discursos no contienen, además, exposiciones razonadas y ar- gumentadas. Las dificultades observadas son aún mayores si los textos a los que se enfrentan los estudiantes son literarios o ensayísticos. En ocasiones, tales dificultades se extienden a la comprensión de los textos contenidos en las obras de consulta: ma- nuales, diccionarios, glosarios, enciclopedias, guías, etc. 2) El empeoramiento de la atención sostenida. Este déficit es consecuencia, en buena medida, de un hecho independiente: los formatos impuestos por las nuevas tecnolo- gías digitales exigen a menudo brevedad, rapidez e inmediatez, y fuerzan además la síntesis, en lugar del análisis. Los jóvenes experimentan un marcado rechazo a los 24 procesos que requieren cierta demora o que exigen algo de parsimonia, quizá como consecuencia natural de que los formatos de las redes sociales con los que están más habituados (WhatsApp, X —antes Twitter—, TikTok, etc.) no favorecen tales actitu- des. En los últimos tiempos se ha observado incluso cierta tendencia entre los adoles- centes a escuchar mensajes y canciones aumentando la velocidad de reproducción con el objetivo de hacerlos todavía más breves. Habituados a tales formas de percepción y recepción de las informaciones, nada tiene de particular que les parezca sumamente extenso cualquier texto literario, ensayístico o de otro tipo, cualquier razonamiento o cualquier deducción explícita o pormenorizada. 3) La preeminencia de lo fútil. Es bien sabido que la comunicación suele dar preferencia en nuestro tiempo, a través de los diversos medios digitales, a contenidos que no solo son breves, sino también simples, ligeros, anecdóticos, intrascendentes e incluso — cuando ello es posible— divertidos. No sería oportuno entrar a analizar aquí los di- versos intentos que existen para adaptar este hecho a la moderna didáctica: la deno- minada ludificación (o, con base inglesa, gamificación) de la enseñanza. Como es ló- gico, han de ser bienvenidas esas estrategias pedagógicas si se demuestra que sus re- sultados son positivos, pero en cierta forma vienen a ser la consecuencia natural de una apreciación relativamente nueva: el considerar el aprendizaje como una experien- cia que ha de ser abordada a través del juego, en lugar de como un proceso que exige atención, concentración y esfuerzo. Sería, desde luego, muy desafortunado que la ten- dencia natural de los alumnos a optar por lo simple y a evitar la perseverancia o el empeño (con las importantes excepciones que sea oportuno señalar) fuera respaldada implícitamente por un sistema educativo que podría en ocasiones dar la impresión de considerar relativamente secundarios el esfuerzo personal o la autoexigencia. 4) La sustitución del razonamiento por la expresión libre de las emociones. Los razona- mientos requieren ordenar premisas, valorar deducciones y derivarlas de asunciones previas. El desarrollo del pensamiento articulado exige establecer cadenas o jerarquías entre las ideas, un proceso que choca frontalmente con la expresión espontánea de cualquier impresión no argumentada («Pues yo no lo veo así»). También en este caso puede decirse que el notable déficit argumentativo que se observa en muchos estu- diantes se ve apoyado por tendencias extendidas en la sociedad actual. Sería deseable 25 que la manifestación del disenso tuviera lugar sustituyendo unos argumentos por otros, pero la realidad es que los juicios no sustentados son a menudo el resultado natural de reemplazar el razonamiento por la expresión de las reacciones emocionales. Debe resaltarse que la ausencia de argumentación explícita no implica ningún déficit en la capacidad razonadora, y mucho menos la ausencia de un pensamiento propio. La falta de explicitud en su expresión articulada se relaciona más bien con la pobreza en el dominio del léxico y de la sintaxis (y, en general, en la construcción del discurso) a la que se hizo referencia en la sección 3.1. 5) La universalización de lo inmediato y el acceso instantáneo a la información. El de- sinterés de muchos jóvenes por el conocimiento se desprende directamente de la fa- cilidad con la que es posible encontrar datos en Internet. En la actualidad, como muestra la reciente popularización de recursos basados en la inteligencia artificial, como el llamado ChatGPT, no solo es posible hallar informaciones sobre cualquier materia,sino también exposiciones ordenadas y argumentaciones completas o casi completas en cualquier ámbito del conocimiento. Hace algunos años, los alumnos sostenían que la existencia de las calculadoras hacía innecesaria la memorización de las tablas de multiplicar. Hoy sostienen también a menudo que los procesadores de texto corrigen muchas faltas de ortografía (lo que, en su opinión, haría innecesario memorizar las reglas ortográficas), y pronto sostendrán —cabe pensar— que los desa- rrollos recientes de la inteligencia artificial hacen innecesario aprender a resumir in- formaciones, realizar informes, ordenar ideas o elaborar, sustentar y criticar hipótesis, posturas o razonamientos. Es tarea fundamental de la educación convencer a nuestros jóvenes de que el objetivo de las herramientas informáticas no es sustituir nuestro pensamiento, sino ayudarnos a elaborarlo mejor. Como se sabe, las aplicaciones de inteligencia artificial mencionadas pueden proporcionar contenidos engañosos, plagiados, excesivamente simplificados, tendenciosos o escasamente objetivos. Pero es aún más importante transmitir a los estudiantes la simple idea de que estas aplicaciones no son sustitutos del aprendizaje. Es esencial que lleguen al convencimiento de que carece de sentido confiar en que las máquinas pueden pensar por nosotros, y menos aún en su supuesta capacidad de juicio y de discernimiento. 26 6) La mezcla de la información con el conocimiento. Este factor está estrechamente li- gado al anterior. Los alumnos saben bien que tienen acceso a casi cualquier informa- ción a través de la Red, pero a menudo no son capaces de seleccionar la que es verda- deramente relevante, contrastar esa información con la obtenida a través de otras fuentes y reaccionar críticamente ante la avalancha de datos que cualquier búsqueda les ofrece. Este factor —denominado efecto Google por algunos educadores— conduce inevitablemente a la confusión entre la información y el conocimiento. Uno de los objetivos más importantes de cualquier proceso educativo es lograr que ambas nocio- nes se separen con claridad, hasta donde es posible hacerlo. 7) El desinterés por lo que se percibe como ajeno. Muchos alumnos no son conscientes de que la educación constituya un proceso formador absolutamente imprescindible en su desarrollo cognitivo. Bien al contrario, la interpretan a menudo como una ca- rrera de obstáculos administrativos que tienen la obligación de superar, lo que habrán de hacer (preferiblemente) poniendo en ello el menor esfuerzo posible. Son frecuentes en las clases de ESO y de Bachillerato las preguntas relativas a la falta de utilidad inmediata de lo que se estudia, a la idea de que los alumnos pierden el tiempo en actividades que perciben como ornamentales, o al menos como ajenas a sus intereses inmediatos. Esta percepción es especialmente marcada en las clases de Lengua y Lite- ratura, pero se detecta también en las de Historia, Filosofía o Geografía, entre las humanidades, e incluso en algunas de ciencias, sobre todo cuando los estudiantes creen entender que lo que se les explica no posee relación alguna con su posible futuro profesional. Como es evidente, este último es totalmente imprevisible cuando los es- tudiantes ponen de manifiesto tales reacciones. Es sabido que muchos alumnos perciben la lengua como un código externo que se les obliga a conocer y que nada tiene que ver con ellos. Es igualmente conocido su desinterés por manejar adecuadamente el léxico y la sintaxis («Si consigo hacerme entender, ¿qué importa cómo lo diga?»). Estos juicios de valor, y otros parecidos que se repiten en las aulas una y otra vez, reciben, paradójicamente, el apoyo indirecto del muy extendido punto de vista según el cual educar a los jóvenes no equivale tanto a formarlos (en el sentido de ayudarlos a comprender y a juzgar la realidad y a que maduren cognitiva y socialmente) como a prepararlos profesionalmente para el mer- cado laboral. 27 8) La devaluación de la autoría. Se ha constatado en múltiples ocasiones que muchos estudiantes consideran natural presentar como propia (e, indirectamente, como co- mún) cualquier información encontrada en las redes. Como muchas veces no son conscientes de que las ideas tienen autor, no consideran necesario citar la procedencia de las opiniones recogidas o de los datos encontrados. De hecho, en un gran número de casos no suelen distinguir entre citar y copiar, de forma que raramente usan comi- llas para reproducir textualmente contenidos atribuyéndolos a su autor y mencio- nando además la fuente de la que proceden. El resultado de esa amalgama no suele constituir un discurso trabado, como consecuencia de la dificultad —apuntada en los párrafos anteriores— que los estudiantes experimentan para ordenar críticamente las informaciones y los razonamientos. Han proliferado en los últimos años los progra- mas informáticos que detectan el plagio, pero no parece que se hayan logrado mejoras perceptibles en extender entre el alumnado la necesidad de evitarlo por razones deon- tológicas evidentes. A ello contribuye el hecho de que se trate de una práctica repeti- damente atestiguada en la sociedad actual. 9) Los supuestos modelos sociales. Los estudiantes perciben a su alrededor los reflejos del éxito fulgurante de deportistas, cantantes o comunicadores que no destacan por haber alcanzado las destrezas que a ellos se les exigen. Pudo existir un tiempo en el que el deseo de aprender, el de ser útil y el de progresar se situaban por encima del afán de notoriedad, pero los constantes estímulos que los jóvenes reciben hoy los con- ducen a asimilar otra escala de valores en una sociedad que valora el éxito mucho más que el conocimiento. Si a ello se une la marcada tendencia a evitar lo complejo y lo profundo, y a buscar réditos en lo inmediato, por oposición a lo gradual, lo escalo- nado o lo extendido en el tiempo, se comprende fácilmente que el concepto mismo de educación (en el sentido relevante de «formación del individuo y preparación para la vida») resulte para muchos estudiantes una noción difícil de interiorizar en su pro- pio ámbito familiar. 10) La repetición de los contenidos. Una de las diferencias más notables entre la ense- ñanza de las ciencias y la de las humanidades en los cursos preuniversitarios es el hecho de que los estudiantes suelen percibir con claridad en las primeras el avance en el estudio de los contenidos, que se presentan escalonados o jerarquizados, mientras que 28 a menudo reciben en las segundas (en particular, en algunas de ellas) la sensación de que en cada curso se vuelven a estudiar las mismas cuestiones, sin que resulte siempre evidente que se avanza en profundidad. Esta percepción es muy marcada en los cursos de Lengua correspondientes a la ESO y el Bachillerato. Tanto los docentes como los alumnos han observado que los currículos no muestran en dicha materia un verdadero progreso en el estudio de las cuestiones abordadas. En nuestra opinión, la percepción de circularidad y de ausencia de progreso es real, y debe atribuirse, en gran medida, a la orientación de los especialistas que elaboran los currículos, así como a la escasa participación en dicho proceso de los profesores en ejercicio en los niveles correspondientes. Es preciso, en efecto, volver sobre las mismas cuestiones a lo largo de la Enseñanza Secundaria, pero es necesario hacerlo en una especie de movimiento en espiral. En consecuencia, la comprensión de cada fenómeno debería ser más profunda a medida que avanzan los cursos, al igual que debería serlo la comprensión integral del sistema lingüístico. En cuanto a la lite- ratura, sería también conveniente que las obras que se estudian fueran cada vez más elaboradas o más complejas desde el punto de vista idiomático y desde el conceptual, con lo que se percibiríatambién más claramente el avance del conocimiento y la pro- fundización en los contenidos. 11) Los efectos indirectos e indeseados de la escolarización universal. Esta causa se dife- rencia de todas las anteriores en que no involucra directamente a los estudiantes ni tiene en cuenta su actitud particular hacia la enseñanza. Se ha sostenido que la exten- sión de la educación a todos los sectores de la sociedad conduce irremediablemente a un descenso objetivo en el nivel medio de los resultados obtenidos. Sin embargo, esa relación causa-efecto no es ni automática ni necesaria. De hecho, la consecuencia apuntada es evitable si se arbitran los recursos humanos y los materiales requeridos para hacer frente a las circunstancias actuales y se incorporan, asimismo, los cambios metodológicos necesarios. A todo ello es posible añadir otros factores, entre los que destaca uno ya introducido antes: el escaso interés que parecen mostrar los textos educativos oficiales en ponderar la autoexigencia y el empeño personal, o siquiera en sugerir que el aprendizaje exige la implicación directa de los estudiantes, sea cual sea su situación particular y el ámbito de conocimientos al que se aplique. 29 12) La falta de sistematicidad en las orientaciones teóricas. La enseñanza de la lengua ha presentado, en lo relativo a los contenidos, deficiencias y desviaciones de importancia. Si bien es indudable que el manejo y la compresión de las expresiones lingüísticas exige, a partir de cierto nivel escolar, determinados conocimientos gramaticales, la organización y el desarrollo de esos contenidos no siempre están adaptados al nivel de los estudiantes en cada fase de su formación. Es preciso tener en cuenta, además, que son varias las lenguas implicadas en el sistema educativo: el español, la lengua cooficial en algunas comunidades, la lengua o las lenguas extranjeras y, en algunos casos, el latín y el griego. Un buen conocimiento gramatical, adaptado a los diferentes niveles, facilitaría extraordinariamente el aprendizaje y el manejo de lenguas distintas de la materna. Para que se obtengan los resultados deseables a los que se alude, es conveniente que la enseñanza de la gramática no esté disgregada en orientaciones teóricas distintas. Así, por ejemplo, los contenidos gramaticales que se manejan en la clase de Lengua Española suelen ser diferentes (en nivel y orientación) de los que se utilizan en el estudio de otras lenguas. El cambio de profesor o de libro de texto da lugar a menudo a una orientación distinta de la misma materia, que se hará perceptible al cambiar de curso. Como consecuencia de esta realidad, los estudiantes no pueden liberarse de la sensación de que los conocimientos gramaticales —o, en general, lingüísticos— que se les exigen son un tanto arbitrarios, incluso caprichosos, puesto que no presentan la estabilidad que pueden encontrar en disciplinas como las matemáticas, la física o la biología. 3.3. Posibles vías de solución Cada uno de los factores mencionados en la sección precedente desempeña algún papel en el entramado de causas posibles de la situación descrita en la sección 3.1. Pero ni la formulación de los diagnósticos ni el establecimiento de las causas pueden asimilarse al esbozo de las soluciones. Aunque la RAE entiende que no es tarea suya formular con detalle estas últimas, considera que es posible apuntar algunas claves que pudiera ser oportuno tener en cuenta. 1) La expresión cuidada debe preocupar a todo el profesorado de cada centro, no única- mente a los profesores de Lengua. Es bien sabido que muchos docentes de otras 30 materias no tienen en cuenta las faltas de redacción ni de ortografía de sus alumnos, con el argumento discutible de que la asignatura que explican no es Lengua Española. El respeto al idioma propio y el cuidado de la redacción y la argumentación ordenada en cualquier escrito no son tareas que competan exclusivamente a los profesores de Lengua. Este hecho objetivo debería tenerse en cuenta cada vez que se establecen los criterios de evaluación en los centros docentes, pero también debería ser considerado en los documentos oficiales que fijan los contenidos que deben evaluarse en cada materia, junto con la forma de llevar a cabo dicha evaluación. 2) Conviene incrementar las prácticas de escritura, redacción y expresión oral. En las tradiciones escolares francesa e inglesa tienen más presencia que en la española las clases prácticas de escritura y de expresión oral. En los currículos que hoy se aplican en España apenas se concede atención a las segundas y se devalúa notablemente la presencia de las primeras. Hace años, los ejercicios de adiestramiento lingüístico se reducían fundamentalmente, en España, a los dictados, las redacciones y los análisis gramaticales elementales. Hoy existen muchos más, por lo general incluidos expresa- mente en los manuales de ESO y Bachillerato. No obstante, los profesores han seña- lado a la vez la imposibilidad de llevar a la práctica muchos de ellos, ya que han de dedicar buena parte de las clases a explicar otros contenidos del currículo. Como es bien conocido, hoy es sencillo acceder a un gran número de recursos en línea (en particular, diccionarios y corpus de varios tipos, además de otras muchas páginas de información lingüística), lo que da lugar a otras prácticas fácilmente concebibles. Re- sultan especialmente útiles los ejercicios preparados de antemano y corregidos colec- tivamente, integrando además los recursos en línea (entre ellos, los registros de sonido y vídeo) cuando son relevantes. También se han renovado en los últimos años los ejercicios de comprensión del sistema gramatical y léxico: pautas gramaticales con huecos que deben ser completados, análisis de pares mínimos, comparación de op- ciones, construcción de secuencias a partir de condiciones gramaticales preestableci- das, formulación de las condiciones discursivas que dan sentido a un mensaje, entre otros muchos. Existe hoy, en suma, un amplio repertorio de actividades prácticas que los docentes de Lengua pueden aplicar con provecho en los dos aspectos fundamen- tales de su labor: por un lado, conseguir que los alumnos mejoren su comprensión 31 verbal y su expresión oral y escrita, y, por otro, lograr que aprendan a reflexionar, en alguna medida, sobre el sistema que sustenta dicho uso. 3) Es oportuno recordar que algunas de las prácticas didácticas más recomendadas per- siguen a menudo objetivos múltiples. Así, el hábito de la lectura (sea o no de obras literarias) no solo abre la mente de los estudiantes a cuestiones en las que estos pudie- ran no haber pensado antes, sino que constituye una de las vías más eficaces para mejorar su ortografía y su redacción. De manera similar, las exposiciones orales faci- litan su dominio del lenguaje y desarrollan su capacidad para hablar en público, pero también les ayudan a ordenar mentalmente las ideas y a establecer cadenas de razo- namiento. Es sencillo añadir otros ejemplos parecidos. 4) El aprendizaje de conceptos lingüísticos mejora cuando se parte del análisis de ejem- plos específicos y de casos prácticos, para proceder luego a establecer las oportunas generalizaciones a partir de otros más elaborados. Los estudiantes pueden aprender de esta forma, sin grandes dificultades, qué son las personas del verbo o las funciones informativas, así como qué es la deixis, el aspecto verbal o la coordinación disyuntiva. Estos recursos inductivos (el partir de los casos particulares para llegar a generaliza- ciones ulteriores) resultan también especialmente indicados cuando se enseña litera- tura, tal como hacemos notar en la sección 4, y son igualmente aplicables a otras humanidades. 5) La estrategia didáctica anterior posee otras repercusiones. Suele decirse que el interés por la ciencia nace
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