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La atracción La atracción que una persona siente hacia otra es la causa más frecuente de sus intentos volun- tarios por iniciar una interacción con ella. También es un proceso importante cuando se trata de relaciones que se inician involuntariamente (por ejemplo, compañeros de trabajo): si la atracción aparece, la relación se puede mantener incluso cuando desaparezcan las condiciones que hicieron que las dos personas se relacionaran; así, personas que dejan de trabajar juntas pueden seguir relacionándose, si entre ellas surgió una amistad. La atracción interpersonal se puede entender, de una forma amplia, como una actitud o pre- disposición a responder hacia otra persona de manera positiva. Este juicio no se suele quedar en la dimensión cognitivo-evaluativa, sino que es frecuente que vaya asociado a conductas, como por ejemplo, el intento de estar junto a las personas que nos atraen, a sentimientos como, por ejemplo, sentirnos alegres o felices junto a tales personas, y a otras cogniciones, entre las que se puede citar la de inferir que una persona muy atractiva tendrá otras caracte- rísticas positivas (Berscheid, 1985). Tradicionalmente se ha concebido a la atracción como un continuo bipolar, con un extremo positivo (por ejemplo, el amor) y otro negativo (por ejemplo, odio). Sin embargo, estudios más recientes sobre afectos y emociones han puesto de manifiesto que los afectos positivos y negativos son dos dimensiones relativamente independientes (Cacioppo y Bernstson, 1994). Por ejemplo, Gable, Reis, y Elliot (2000) encontraron que los eventos positivos cotidianos estaban relaciona- dos con un incremento en los afectos positivos, pero no con cambios en los afectos negativos. Los factores que favorecen que surja la atracción hacia otra persona son la familiaridad, la semejanza, la reciprocidad, y el atractivo físico. Familiaridad Las personas con quienes tenemos más contacto se suelen ver como menos peligrosas y las rela- ciones con ellas se consideran más seguras, de ahí que sea probable que surja la atracción. Zajonc (1968) demostró la existencia del denominado efecto de mera exposición, que consiste, sencilla- mente, en que la exposición repetida a un estímulo incrementa la atracción. Este fenómeno ha aparecido en una gran variedad de condiciones (Bornstein, 1989). En el caso de las percepciones interpersonales, la explicación de este hecho puede derivar de que, cuanto más conocemos a una persona, más capacitados nos sentimos para predecir su conducta —y también es más probable que conozcamos los parecidos que tiene con nosotros mismos (Moreland y Zajonc, 1982)—. Moreland y Beach (1992) hicieron que cuatro estudiantes colaboradoras de igual atractivo físico se presentaran en clase con diferente frecuencia. Así, una de ellas asistió a 15 clases, otra a 10, la tercera sólo a 5 y la última nunca apareció. Casi al final del curso, con el pretexto de realizar otra investigación, los alumnos y alumnas vieron las fotografías de las cuatro estudiantes y se les pidió que las evaluaran según lo atractivas que le resultaban (tenían que decir, por ejemplo, si les gustaría pasar un rato con ellas, o trabajar en un proyecto común). Los resultados mostraron la existencia de una relación lineal entre frecuencia de asistencia a clase y atracción: cuanto más había acudido la chica a clase, más atractiva resultó (y eso a pesar de que los participantes, de ambos sexos, no recordaban haber visto a ninguna de las chicas por clase). La familiaridad puede ser una de las razones del hecho, sólidamente establecido, de que es más probable que iniciemos relaciones con quienes están cerca físicamente que con quienes están lejos. Conviene reseñar que, si bien la familiaridad está positivamente relacionada con el inicio de las relaciones, cuando se trata de relaciones más duraderas su papel es menos claro. Relaciones interpersonales: funciones e inicio 341 Así, por ejemplo, si todo lo demás es igual, los estímulos con los que estamos más familiari- zados pierden la capacidad para llamar la atención, un fenómeno que, por ejemplo, ha sido corroborado en el caso del deseo sexual (Berscheid, 1985). De igual forma, estudios realizados con matrimonios han mostrado que, cuanta más atracción hay entre sus dos componentes, con mayor frecuencia se relacionan (Johnson, Amoloza y Booth, 1992), pero no se ha consta- tado, en cambio, la relación inversa, esto es, que cuanto más se relacione entre sí una pareja, mayor atracción haya entre quienes la integran (Reissman, Aron y Bergen, 1993). Semejanza Los resultados de la investigación psicosocial muestran que, en general, conforme aumenta la semejanza entre las personas también aumenta la atracción, especialmente cuando la se- mejanza tiene lugar en una dimensión que es importante para el perceptor. No obstante, esta relación depende de la dimensión sobre la que se base la semejanza. En el caso de características relacionadas con la pertenencia étnica, nacional o religiosa, el nivel cultural o educativo, la profesión u ocupación, la clase social, el género, la edad, y otras características sociodemográficas, la semejanza ha aparecido relacionada con la atrac- ción. Pero es difícil dilucidar si esa relación es real o se puede explicar en función de otras características compartidas con las personas que tienen las mismas pertenencias grupales que nosotros: en general, con estas personas tenemos más contacto (familiaridad), tal vez existan presiones sociales que fomenten las relaciones intragrupales y dificulten la intergrupales (eso sin contar con el hecho de que también puede ser que los miembros de otros grupos no quieran relacionarse con nosotros), y puede ser que, además de tener la misma pertenencia grupal, nuestras ideas, valores, actitudes y aficiones sean iguales o muy parecidas. Semejanza en personalidad En el caso de la semejanza en personalidad, los resultados de las investigaciones son poco con- sistentes. En general, cuando la dimensión de personalidad se manifiesta con claridad, cosa que no siempre es fácil, la semejanza tiende a producir más atracción que la diferencia, al menos en el caso de las siguientes características: orientación del rol sexual (contrariamente a una creencia ampliamente extendida según la cual las mejores parejas serían las formadas por hombres “masculinos” y mujeres “femeninas”), depresión, conducta tipo A, búsqueda de sensaciones y estilo cognitivo (Baron y Byrne, 1991). Semejanza en actitudes Pero donde más claramente ha aparecido la relación entre semejanza y atracción es en el caso de las actitudes. El estudio clásico es el realizado por Newcomb (1961), un trabajo de campo en el que el autor ofrecía alojamiento gratis a universitarios a cambio de que rellenaran diversos cuestionarios, tanto antes de ingresar en una residencia universitaria como a lo largo de su estancia en ella. Los resultados mostraron que quienes tenían al ingresar actitudes y valores se- mejantes experimentaban una gran atracción entre sí al final del semestre. En cambio, quienes diferían en estas actitudes y valores, aunque compartieran la misma habitación, no acababan siendo amigos y manifestaban poca simpatía los unos por los otros al final de dicho periodo. Numerosos estudios de laboratorio han ratificado esta relación entre semejanza actitudinal y atracción (Byrne, 1971). El procedimiento habitual utilizados en estos estudios consiste en pedir a cada participante que rellene un cuestionario sobre sus actitudes (por ejemplo, sobre lo que piensa acerca de la pena de muerte, el aborto o las armas nucleares); posteriormente recibe las respuestas que otra persona, de la que no conoce nada más, ha dado a las mismas PSICOLOGÍA SOCIAL342 cuestiones, y se le pide que exprese su grado de atracción hacia tal persona. En realidad ésta no existe, sino que son los propios investigadores quienes a la luz de las respuestas del parti- cipante, elaboran las contestaciones de la persona hipotética, variandosu parecido con las del sujeto, por ejemplo, 20%, 50% u 80% de semejanza. Los resultados indican que cuanto mayor es la semejanza, mayor es la atracción, y han aparecido con muestras de personas de todas las edades, con grupos muy diferentes, y en diversos países (Byrne y cols., 1971). Semejanza en el yo ideal Junto a las características sociodemográficas, las de personalidad y las actitudinales, Robins y Baldero (2003) sugieren la importancia, para la formación y mantenimiento de relaciones, de la comparación de los yo reales de quienes mantienen una relación, y especialmente de la comparación de sus yo ideales y debidos. Véase el Cuadro 12.3. Cuadro : La importancia de las comparación en el yo ideal para la atracción. Yo ideal: está compuesto por todo aquello a lo que aspiramos, aquello que nos gustaría ser como, por ejemplo, nuestras aspiraciones de llegar a ser rico, feliz o astronauta (entre otras posibilidades). Yo debido: está compuesto, en cambio, por todo aquello que creemos que debemos ser, por ejem- plo, honrado, solidario, trabajador, competente... Las discrepancias que surgen de las comparaciones entre los diferentes “yoes” (especialmente entre el real y los otros dos) provocan, por lo general, emociones interpersonales negativas. Ahora bien, en el caso de las relaciones, no sólo se comparan los diferentes “yoes” de una persona entre sí, sino también estos “yoes” con los de la pareja. Por ejemplo, tal vez para un miembro de la pareja lo importante es llegar a ser rico, mientras que esto no lo es en absoluto para el otro miembro. Cuanto mayor sea la semejanza que se percibe en estas comparaciones, mayor atracción y calidad en la relación. Semejanza y atracción: un camino de ida y vuelta La relación entre semejanza y atracción depende de otros factores, además de la base de la semejan- za. Para llamar la atención sobre este hecho, Tesser (1988) formuló el Modelo del mantenimiento de la auto-evaluación. Postula que las personas buscamos mantener una visión positiva de noso- tros mismos, y que nuestras relaciones con otras personas influyen en esa auto-evaluación. Así, cuando una persona con la que mantenemos una relación cercana sobresale en un determinado campo o tiene un éxito, nuestra autoestima probablemente sufrirá, y nuestra atracción hacia esa persona disminuirá, si ese mérito se obtiene en un área que es importante para nosotros. En cambio, si ese mérito lo obtiene la persona en algo que para nosotros no es importante, entonces lo más probable es que nuestra autoestima no se resienta sino que, al contrario, tenderá a aumentar al sentirnos asociados a esa persona y, en consecuencia, la atracción se incrementará igualmente. También es posible no sólo que la semejanza, cuando se dan ciertas condiciones, lleve a la atracción, sino que la atracción lleve a la semejanza: si alguien nos gusta, es probable que ocultemos o modifiquemos las diferencias respecto a esa persona, con lo que acabaremos sien- do semejantes, al menos superficialmente. De hecho, hay investigaciones que han mostrado que los miembros de los matrimonios acaban siendo más y más semejantes entre sí, incluso físicamente, conforme pasa el tiempo (Zajonc, Adelman, Murphy y Neidenthal, 1987). Relaciones interpersonales: funciones e inicio 343 Jones, Pelham, Carvallo y Mirenberg (2004) han encontrado en diversos estudios que las personas tienden a asociarse y a mantener relaciones interpersonales cercanas con personas que se le parezcan, incluso en dimensiones aparentemente triviales, porque de esa manera se activan las asociaciones positivas automáticas vinculadas a ellas mismas. Es un caso concreto de un fenómeno más general, conocido como egotismo implícito, según el cual las personas tendemos a asociarnos a los objetos con los que nos relacionamos. Véase el Cuadro 12.4. Cuadro : Efecto de la semejanza en dimensiones triviales. Investigaciones de archivo: se ha encontrado que es más probable que las personas se casen con otras personas cuyos nombres o apellidos se parezcan a los suyos (por ejemplo, Jennifer y Jesse). Investigaciones experimentales: se ha encontrado que los participantes se sienten más atraídos: • Hacia personas a las que los experimentadores asignan números en el experimento que se parecen a su fecha de nacimiento (por ejemplo, un participante nacido el 8 de septiembre —08-09— recibe información de otro participante con código experimental 08–09). • Hacia personas con apellidos que tienen algunas letras que coinciden con los propios apellidos de los participantes. • Hacia personas con números impresos en el jersey que, de forma subliminal, se emparejan con sus propios nombres. Relaciones entre semejanza y atracción: las razones ¿Por qué semejanza y atracción están relacionadas? Hay una primera respuesta sencilla y rápi- da a esta pregunta: la semejanza suele ser gratificante. Que alguien comparta nuestras ideas, nuestros gustos, nuestras costumbres, nuestros valores, nuestras actitudes, y otros aspectos por el estilo, da validez a esas ideas, gustos, costumbres, valores y actitudes (Festinger, 1954). Pero la sencillez de la respuesta no puede ocultar las excepciones que no contempla, y que son numerosas. En efecto, en muchas ocasiones la semejanza no genera atracción. Véase el Cuadro 12.5. Cuadro : Algunos casos en los que la semejanza no lleva a la atracción. 1. Las personas que padecen cáncer prefieren estar con personas sanas a estar con otros enfermos que tengan la misma enfermedad, ya que procuran evitar todo lo que les recuerde su situación (Rofe, Lewin y Hoffman, 1987). 2. Las personas semejantes a nosotros, pero en posesión de alguna característica negativa adicional, o de estatus inferior (Karuza y Brickman, 1978), tienden a generar rechazo en nosotros, en lugar de atracción (como sería de esperar, dada la semejanza en aspectos positivos): • Estudio de Novak y Lerner (1968): los participantes recibían información de otro estudiante que era semejante en actitudes. De forma incidental, a un grupo de participantes se les informaba de que ese estudiante había padecido una crisis nerviosa, por lo que había habido que internarle en un hospital psiquiátrico. A otro grupo no se le facilitaba esta información. Para este grupo, la semejanza llevaba a la atracción, mientras que para el grupo de los que creían que dicha persona había tenido problemas mentales, la semejanza en actitudes generaba una menor atracción. 3. En algunas ocasiones, la diferencia puede ser más gratificante que la semejanza. Por ejemplo, rela- cionarnos con alguien que tiene actitudes diferentes nos puede servir para aprender cosas nuevas y valiosas (Kruglanski y Mayseless, 1987). 4. En otras ocasiones, sentirse único y especial es algo muy valorado (Snyder y Fromkin, 1983). 5. Los estudios sobre relaciones intergrupales han mostrado que muchas veces buscamos que los grupos a los que pertenecemos sean lo más diferentes posible de otros grupos, especialmente de aquellos con quienes mantenemos una relación de rivalidad o competencia. PSICOLOGÍA SOCIAL344 Una segunda respuesta a la pregunta anterior ya se sugirió al principio de este apartado: es posible que las personas semejantes a nosotros nos resulten atractivas y que, por tanto, acabemos relacionándonos con ellas, sencillamente porque no tenemos otras alternativas, porque creemos que no podemos pedir más de lo que podemos dar o porque pensamos que la reciprocidad en la atracción va a ser más probable con quienes son semejante a nosotros. La gente de cierto nivel educativo, clase social, barrio (y otros aspectos sociales de interés fáciles de imaginar), se relaciona normalmente con otras personas del mismo nivel educativo, clase y barrio. Incluso, aunque sea posible relacionarse con personas de características diferentes a las nuestras, los costes que eso nos supondría y las escasas probabilidades de tener éxito en esa relación puede hacer que desistamos de hacerlo. Nadie duda que a la mayoría dela gente le gustaría tener como pareja el actor o actriz de moda; sin embargo, pocas personas se afanan en tener tal relación. ¿Por qué? Sencillamente porque creen que es imposible. En el caso de la atracción interpersonal, en la vida real la gente se siente atraída por las personas más valoradas, pero siempre y cuando las considere dentro del círculo de aquellas que creen pueden corresponderle (Bernstein, Stephenson, Snyder y Wicklund, 1983). En el caso del atractivo físico este hecho ha sido denominado hipótesis del emparejamiento (Feingold, 1988): en los países occidentales los miembros de parejas hetero- sexuales suelen ser de atractivo físico semejante. Cuando hay diferencias en el nivel de seme- janza, según la Teoría de la equidad, las diferencias se compensarían en otros campos. Así, por ejemplo, las mujeres pueden relacionarse con hombres de menor atractivo físico que ellas, pero en ese caso estos hombres suelen tener mayor estatus (Buss, 1995). Reciprocidad Otro de los factores que influyen en que surja la atracción y se puedan iniciar relaciones cerca- nas es la existencia de reciprocidad en la relación, esto es, que también nosotros le gustemos a esas personas (Condon y Crano, 1988). No obstante, la reciprocidad suele aumentar en impor- tancia conforme aumenta la duración de la relación (Kenny, 1994). Este fenómeno no es exclusivo de las relaciones románticas, pues también aparece en la amistad o en las relaciones profesionales. Curtis y Miller (1986) diseñaron un experimento en el que los participantes tenían que interactuar con un extraño. Con anterioridad, a unos participantes se les había hecho creer que, debido a información transmitida por el experi- mentador al extraño, éste había manifestado que el participante le caía bien. En cambio, a otros participantes se les dijo que el extraño había comentado que el participante le producía una mala impresión. La interacción reflejó el impacto de las informaciones recibidas por los participantes. Estos, al interactuar, si creían que lo hacían con alguien a quien le caían bien, hablaban en tono más afectuoso, miraban más a sus ojos y se mostraban más abiertos. Se observó el comportamiento contrario en los que creían que el extraño los detestaba. Además, en una nueva demostración de la profecía que se cumple a sí misma (concepto introducido por Merton, 1948), quienes creían que caían bien se comportaban de manera que acababan cayen- do realmente bien al extraño, el cual, por cierto, desconocía la manipulación experimental. En ocasiones, la reciprocidad es incluso más importante que otros factores que influyen en la atracción, como la semejanza o la adulación. Así, Gold, Ryckman y Mosley (1984) en- contraron que cuando una mujer respondía de manera positiva a un hombre, por ejemplo, manteniéndole la mirada, hablándole y acercándose, éste tendía a sentirse atraído hacia ella, incluso cuando sabía que sus actitudes eran diferentes. En la misma línea están los resultados de la Teoría de la auto-verificación de Swann (1990). Véase el Cuadro 12.6. Relaciones interpersonales: funciones e inicio 345 Cuadro : Resultados confirmatorios de la Teoría de la Autoverificación. La teoría postula que las personas mostramos preferencia por aquellas personas con las que coincidi- mos en la visión que tenemos de nosotros mismos, aunque se trate de una visión negativa. Es decir, se prefiere a quien mantiene una opinión sobre uno mismo que se considera exacta, sin importar que sea negativa. Estudio de Swann, Hixon y De la Ronde (1992) sobre parejas: • Las personas con auto-conceptos negativos estaban más comprometidas con el otro miembro de la pareja, y mostraban más deseos de mantener la relación, cuando el otro miembro tenía de ellas esa misma visión negativa en lugar de una visión positiva. • Las personas que tenían auto-conceptos positivos tenían mayor compromiso cuando el otro miembro de la pareja tenía también esta visión positiva. Sin embargo, aunque caerle bien a los demás favorece que nos atraigan, no siempre ocurre esto con la misma intensidad. Por ejemplo, recibir continuamente elogios y adulaciones por parte de una persona puede llegar a cansar y ser visto más como una característica de quien nos elogia (se trata de una persona aduladora) que como consecuencia de nuestras virtudes. También los elogios inesperados o procedentes de personas de quienes no los esperamos, pue- den tener mayor valor. Así lo demuestra el conocido experimento de Aronson y Linder (1965). En él se creaban cuatro situaciones de interacción: • Una persona siempre hacía comentarios positivos de otra (condición positivos/positivos). • Siempre hacía comentarios negativos (negativos/negativos). • La persona comenzaba haciendo comentarios negativos pero hacia la mitad de la sesión (y así hasta el final) continuaba con comentarios positivos (negativos/positivos). • Al revés que la situación anterior: la primera parte de la sesión estaba llena de comentarios positivos y la segunda de negativos (positivos/negativos). Después pidieron a las personas que evaluaran a quienes habían ido haciendo comentarios sobre ellos. La evaluación general respondió al planteamiento de los autores del experi- mento. En efecto, la mayor puntuación (que indica mayor valoración y atracción) fue de 7,67 y se dio en la condición negativos/positivos, seguida por 6,42 (positivos/positivos), 2,52 (negativos/negativos) y 0,87 (positivos/negativos). En resumen, la atracción, cuando tras los comentarios negativos venían los positivos, fue superior incluso a aquellos casos en los que sólo se recibían elogios. Atractivo físico Una persona con apariencia física agradable resulta más atractiva que otra con apariencia física menos agraciada (Hatfield y Sprecher, 1986), si se mantienen constantes las demás va- riables. De hecho, en muchos idiomas, el término que se utiliza para designar una presencia física agradable es, precisamente, atractivo físico, estableciendo una equivalencia entre ser agraciado y ser atractivo. El atractivo físico es importante en la formación (Feingold, 1990, 1992a; Sprecher y Duck, 1994), mantenimiento (por ejemplo, Simpson, Gangestad, y Lerma, 1990), y satisfacción con las relaciones románticas (Sangrador y Yela, 2000; Shackelford, 2001). El papel que el atractivo físico desempeña en las relaciones es más importante en unas culturas (como la nuestra) que en otras (por ejemplo, culturas en las que las relaciones están claramente limitadas por pres- cripciones religiosas y sociales) y es también más importante en las relaciones románticas con PSICOLOGÍA SOCIAL346 personas del otro sexo. Pero no cabe olvidar que el atractivo físico se ha revelado igualmente importante en otro tipo de relaciones, como las que los niños pequeños establecen entre sí. De hecho, Dion y Berscheid (1974) encontraron que los niños preferían a otros niños atractivos y tendían a considerar a quienes no lo eran como más agresivos y menos amistosos. La tendencia a juzgar a los demás por su apariencia parece, por tanto, algo universal y ubicuo. El atractivo físico de una persona es especialmente importante en los primeros encuentros, pues suele ser un factor de gran peso para determinar si la relación o interacción continuará o no. Conviene no olvidar, sin embargo, que en muchas ocasiones es posible que la relación continúe (por ejemplo, entre compañeros de clase) independientemente del atractivo con el que inicialmente percibamos a las otras personas. Atractivo físico y género El atractivo físico es un determinante más importante de la atracción hacia personas del sexo opuesto en los hombres (Feingold, 1992a, 1992b; Maner y cols., 2003), y eso parece ocurrir en muchas culturas (Buss, 1989). Una explicación de este hecho que goza de cierta aceptación es la proporcionada por la Teoría socioevolucionista. Según esta teoría, las personas actúan, fundamentalmente de ma- nera inconsciente, mediante mecanismos que se han ido seleccionando durantela evolución humana para incrementar al máximo la probabilidad de tener descendencia (Buss, 1994). En este sentido, para los hombres sería importante relacionarse con mujeres con capacidad para tener y criar hijos saludables. El aspecto físico atractivo, la juventud, el aspecto facial infantil (ojos grandes, nariz y barbilla pequeña, amplia separación entre los ojos), o unas determina- das proporciones cintura-cadera, serían, según esta teoría, indicadores de que la mujer tiene esa capacidad. En cambio, sigue diciendo la misma teoría, para las mujeres la crianza de la prole depende básicamente de relacionarse con hombres que se comprometan en esa crianza y tengan me- dios y capacidades para afrontarla. Indicios de que los hombres cumplen esos criterios son la estructura corporal atlética, características faciales de madurez (por ejemplo, pómulos pro- minentes, mandíbula ancha), la edad y, sobre todo, los indicadores de dominancia y estatus. Diversos estudios han mostrado la existencia de esos patrones de preferencias en hombres y en mujeres de culturas muy diferentes. Pese a este resultado positivo, explicaciones alternativas a la elaborada por la Teoría socio- evolucionista son posibles. Entre ellas, la que insiste en el hecho comprobado de que también es casi universal que los hombres tengan mayor estatus que las mujeres. Es ese mayor estatus y poder el que otorgaría a los varones mayores privilegios: la poligamia es frecuente mientras que la poliandria es más bien anecdótica, la infidelidad y promiscuidad sexual es mayor en los hombres (y es mucho más aceptada en ellos que en las mujeres), el divorcio (transculturalmen- te) es mucho más fácil a petición de los varones, y otros resultados similares. En qué reside el atractivo físico Para contestar a la pregunta de qué es lo que hace que una persona sea atractiva físicamente se ha estudiado sobre todo el rostro. Algunas investigaciones (Cunningham, 1986; Grammer y Thornhill, 1994) han mostrado que un rostro femenino atractivo es aquél de aspecto infantil (ojos grandes y separados, nariz pequeña, sonrisa amplia y barbilla pequeña), o con caracte- rísticas de madurez (pómulos prominentes, cejas altas y pupilas grandes), existiendo cierto Relaciones interpersonales: funciones e inicio 347 grado de consenso entre personas de diferentes culturas (Cunningham, Roberts, Barbee, Druen y Wu, 1995). Hay menos investigaciones y consenso acerca de qué es lo que hace atractivo a un rostro masculino, aunque algunos estudios sugieren que una mandíbula ancha es una de las caracte- rísticas más valoradas por las mujeres (Cunningham, Barbee y Pike, 1990). En cambio, Perret y cols.. (1998) han encontrado que las caras de hombres ligeramente feminizadas resultaban más atractivas tanto para evaluadores hombres como mujeres (y eso ocurría en evaluadores ingleses y japoneses). En contraposición a la postura que defiende la existencia de unos rostros prototípicos atractivos, Langlois y colaboradores (Langlois y Roggman, 1990; Langlois, Roggman, y Mus- selman, 1994) han encontrado que los rostros promedio tanto de hombres como de mujeres eran considerados de mayor atractivo que los rostros singulares y reales. Los primeros eran creados mediante tecnología informática y la elaboración de una especie de fotografías robot a partir de varias fotografías reales de varones y de mujeres. No obstante, tenemos que decir que aún existe notable controversia en torno a si efectivamente los rostros promedio son o no los más atractivos, así como tampoco hay acuerdo en por qué lo son: tanto la familiaridad (los rostros promedio son los que estamos más acostumbrados a ver) como la simetría (estos ros- tros son los más simétricos, pues las características extremas se suavizan) han sido propuestos como procesos que hacen atractivo a un rostro promedio. Otras características físicas también parecen influir en el atractivo, como es el caso de la estatura, positivamente en los juicios de varones y negativamente en los de mujeres (Sheppard y Strathman, 1989) o de la estructura corporal —por ejemplo, la relación cintura-cadera en el caso de la mujer (Singh, 1993). En la evaluación que los varones realizan del atractivo de mu- jeres, la estructura corporal tiene un peso incluso mayor que el rostro (Alicke, Smith, y Klotz, 1986). En este último estudio, apareció que el atractivo de las chicas decrecía notablemente cuando una cara muy atractiva se correspondía con un cuerpo nada atractivo. Belleza y atracción: las razones Existen diversas intentos de explicación de las razones que hacen que un físico agradable re- sulte atractivo. En primer lugar, existe una creencia ampliamente extendida según la cual “lo que es bello, es bueno”, aunque esta asociación es de intensidad moderada (Eagly, Ashmore, Makhijani, y Longo, 1991). En virtud de esta creencia se tiende a pensar que quien es atractivo, en compa- ración con quien no lo es, también tiene otras características positivas, como ser sexualmente afectuoso, sociable, decidido y mentalmente saludable (Buunk, 1996) (recuérdese que casi siempre los “buenos” de las películas y cuentos eran guapos mientras que los “malos” eran feos). No obstante, la asociación suele ser más fuerte cuando se trata de características relacio- nadas con la competencia social (por ejemplo, simpatía, amigabilidad), moderada cuando son atributos relacionados con el ajuste personal y la competencia intelectual (por ejemplo, inteli- gencia), y nula cuando se trata de índices relacionados con la integridad y la preocupación por los demás (por ejemplo, honradez) (Eagly y cols., 1991; Feingold, 1992a). Además, aunque el estereotipo de “lo que es bello es bueno” ha aparecido en culturas muy diferentes, las inferencias que se realizan a partir del atractivo físico varían considera- blemente de unas culturas a otras. Por ejemplo, mientras que puede haber culturas en las que las personas atractivas son vistas con alta “potencia” (fortaleza, asertividad, dominancia), PSICOLOGÍA SOCIAL348 como en Estados Unidos, un país “individualista”, en otras culturas son vistas como ínte- gras y preocupadas por los demás, en Corea, por ejemplo, un país “colectivista” (Wheeler y Kim, 1997). También conviene tener en cuenta que, en ciertas ocasiones, el atractivo puede estar asociado a características negativas. Por ejemplo, las mujeres muy atractivas pueden ser juzgadas como más materialistas o vanidosas que las menos atractivas (Cash y Duncan, 1984), o pueden ser consideradas más culpables que estas últimas cuando se las juzga de un delito en el que media el engaño (Sigal y Ostrobe, 1975). Sigelman y colaboradores (1986) encontraron que mientras que los políticos varones atractivos eran más valorados que los menos atractivos, en el caso de las mujeres la tendencia era inversa: las mejor evaluadas fueron las menos atractivas. En segundo lugar, la asociación con personas atractivas puede hacer que nuestra imagen pública salga favorecida, lo cual parece cierto especialmente en el caso de los varones (Sigal y Landy, 1973). En el caso contrario, esto es, una mujer acompañada de un hombre muy atrac- tivo, los resultados de los diferentes estudios no son totalmente coincidentes. No obstante, a veces también ocurre que cuando estamos con personas más atractivas nos sentimos menos atractivos (Thorton y Moore, 1993). Por último, pudiera ser que las personas atractivas se comporten de una manera que las haga realmente más atractivas. Reis y colaboradores (1980, 1982) encontraron que el atracti- vo físico de los universitarios varones estaba asociado con el número, porcentaje y duración promedio de sus relaciones con chicas; esta relación no apareció en el caso de las mujeres. La revisión de investigaciones realizada por Feingold (1992b) muestra que las personas atractivas, comparadas con las poco atractivas, estaban menos solas, gozaban de mayor popularidad entre el sexo opuesto y tenían más habilidades sociales y experienciassexuales; pero no pare- cían tener diferentes —y mejores— características de personalidad ni habilidades mentales. Diener, Wolsic y Fujita (1995), por su parte, encontraron que las personas atractivas tendían, pero muy débilmente, a tener mayor bienestar subjetivo (esto es, se sentían mejor) y mayores ingresos económicos y energía. Sin embargo, también pudiera ser que las características positivas que muestran las personas atractivas sean una consecuencia de nuestras propias expectativas (profecía que se cumple a sí misma). Esto es, si pensamos que alguien por ser atractivo es también sim- pático, es probable que nos comportemos con esa persona de manera que ella se comporte con simpatía. Conviene, no obstante, relativizar las virtudes de la belleza física. Ya hemos señalado como, a veces, las personas muy atractivas son evaluadas peor que las menos atractivas. Tam- bién es posible que estas personas sufran lo que se denomina ambigüedad atribucional (Major, Carrington y Carnevale, 1984). Imagínese que una persona muy atractiva es seleccionada o ascendida para un puesto de trabajo que requiere altas cualificaciones; esta persona —en com- paración con otra que se encuentre en la misma situación y que sea poco atractiva— siempre podrá dudar de si ha sido seleccionada por sus méritos o por su atractivo. Otras características personales que influyen en la atracción Aunque, como hemos dicho, el aspecto físico de una persona influye considerablemente en que resulte atractiva o no, otras características personales también son importantes, incluso más que el atractivo, especialmente transcurridos los primeros encuentros. Moya (1990) pidió a una muestra española heterogénea compuesta por algo más de cuatrocientas personas que Relaciones interpersonales: funciones e inicio 349 evaluaran diversas características de personalidad. Las que resultaron mejor evaluadas fueron las siguientes: comprensión, lealtad, capacidad para captar los sentimientos de los demás, sinceridad y alegría y las menos valoradas fueron: violencia, narcisismo, comportamiento caprichoso, dominancia y agresividad. Especialmente importantes son las características de las personas que nos proporcionan información acerca de su poder, prestigio o posición social. En general, cuanto mayor es la presentación de estas características, mayor es el atractivo, especialmente cuando se trata de varones. Esta idea ha aparecido confirmada en algunos estudios que han analizado los anun- cios de prensa en los que se ofrecen o se solicitan relaciones personales heterosexuales (Deaux y Hanna, 1984; Harrison y Saeed, 1977). En general, las mujeres ofrecen atractivo físico y buscan seguridad financiera, mientras que los hombres ofrecen posición financiera y solicitan ciertas características físicas y/o cualidades domésticas. En algunos países esta tendencia llega a ser particularmente intensa. Por ejemplo, a finales de los años 80 del siglo pasado, en China, las mujeres buscaban hombres con determinado nivel educativo o profesional mientras que los hombres apenas mencionaban estas características en su pareja deseada, sino su belleza, amabilidad y capacidad para llevar un hogar; es más, en algunas zonas de China, mientras que para los hombres tener un buen nivel educativo y profesional era una gran ventaja a la hora de encontrar pareja, para las mujeres estas características suponían una desventaja (Honig y Hershatter, 1988). También conviene saber que las personas que tienen muchas cualidades, pero también algún defecto, pueden resultar más atractivas que quienes no presentan ninguna característica negativa (Aronson, Willerman y Floyd, 1966). La elección de pareja Un tipo particular de relación muy extendida, pues está presente casi en todas las culturas que se conocen, es la relación de pareja heterosexual, tradicionalmente incluida bajo la etiqueta de relación matrimonial. No obstante, como objeto de estudio lo que interesa son aquellas rela- ciones estables entre hombres y mujeres, independientemente del estatus legal que adopten: simple convivencia, matrimonio civil, religioso, y otros por el estilo. En este apartado, una vez hecha esta aclaración, utilizaremos, para simplificar, el término matrimonio. El matrimonio, a lo largo del mundo, puede situarse a lo largo de un continuo: • En un extremo de ese continuo estarían los matrimonios “arreglados”, aquellos en los que otras personas deciden quién se casa con quién. • En el extremo opuesto estarían los matrimonios libres, aquellos en los que la decisión es competencia exclusiva de las dos personas implicadas. Como todo continuo, la mayoría de los casos no se sitúan en los extremos, sino en zonas más intermedias. Así, hay muchos casos en los que las familias eligen con quien se pueden casar los hijos o hijas, pero la opinión de estos también es tenida en cuenta; otras veces, en la sociedad hay ciertas tradiciones de con quien se puede casar uno (por ejemplo, primos entre sí, tíos y sobrinas) y son los interesados quienes eligen. Sin embargo, es más fácil encontrar matrimonios cerca del extremo “arreglado” (no son raros los casos en los que los cónyuges ni siquiera se han visto antes del día de la boda), que cerca del extremo “libre”, pues es práctica- mente imposible encontrar una sociedad en la que no exista alguna limitación al matrimonio —por ejemplo, las reglas de exogamia y del incesto. PSICOLOGÍA SOCIAL350 RECUADRO: Frecuencia y función social del matrimonio “arreglado”. Por muy extraño que pueda parecer en una sociedad occidental, el matrimonio “arreglado”, gene- ralmente por los padres con la ayuda de parientes o “casamenteros”, es la forma más extendida de elección de pareja en el mundo, especialmente si lo que se tiene en cuenta es, no el número absoluto de matrimonios, sino el número de sociedades diferentes en las que existe (Ingoldsby, 1995). La extensión del matrimonio “arreglado” (en mayor o menor grado) puede deberse a las venta- jas que supone para la sociedad, sobre todo cuando se trata de sociedades agrarias, pobres y poco desarrolladas: • Fortalece las estructuras sociales. • Permite a los mayores mantener el control de la familia. • Favorece los vínculos económicos y políticos entre familias. • Asegura la supervivencia de las familias durante generaciones. • Permite el mantenimiento, o extensión, de las propiedades familiares. • Puede llegar a ser la única forma de protección económica y social para las personas débiles. Buena prueba de lo anterior es la arraigada costumbre de muchas culturas consistente en que el viudo, y sobre todo la viuda, se vuelven a casar generalmente con una hermana o hermano del cónyuge fallecido (Ingoldsby, 1995). Otra prueba de la importancia económica del matrimonio “arreglado” la proporciona el hecho de que incluso en las sociedades occidentales actuales se encuentran vestigios de esta práctica. Así, casi en las dos terceras partes de las sociedades conocidas, el hombre debe “pagar” para casarse con una mujer, entendiendo pagar como la transferencia que la familia del novio hace de bienes o recursos a la familia de la novia. Menos común es el proceso inverso: que la familia de la novia pague a la del novio, aunque esta costumbre ha gozado de cierta aceptación en otras épocas en Europa y Asia (véase Stephens, 1963). Quién paga a quién parece estar relacionado con el “valor” de las mujeres en la sociedad: si el número de mujeres es escaso y los hombres tienen dificultad para encontrar pareja, lo más frecuen- te es que sea el novio quien pague (Ingoldsby, 1995). Mediante la dote se crean dos tipos de vínculos morales entre las personas o, para ser más exactos, entre las familias: • Genera una especie de contrato, que simboliza la confianza entre las familias, por lo que, en muchas ocasiones, cuando las condiciones de tal contrato no se cumplen, porque la mujer, por ejemplo, es estéril, el contrato se rompe, el matrimonio se disuelve y la dote se devuelve.• Crea fuertes lazos entre la familia que paga, pues no es raro que el resto de la familia tenga que ayudar al novio o novia para la dote (Eriksen, 1995). Pese a todo, el matrimonio arreglado parece haber ido perdiendo terreno en las últimas décadas, adquiriendo cada vez mayor importancia en la elección de pareja la decisión de los propios interesados y la existencia de enamoramiento. Hatfield y Rapson (1996) consideran que este cambio es uno de los más grandes aconteci- dos en el campo de las relaciones interpersonales. Entre los factores que han favorecido esta tendencia está el acceso a mayores niveles de educación, el crecimiento económico (que favorece la movilidad geográfica), las políticas gubernamentales (por ejemplo en la India se han promul- gado diferentes leyes que dificultan las formas tradicionales de matrimonio), y la occidentaliza- ción creciente (más comúnmente llamada globalización) (Goodwin, 1999, p. 71). Sin embargo, este hecho no debe hacernos creer que la “cultura del noviazgo” presente en nuestras sociedades (por ejemplo, chico y chica se conocen en un contexto informal —fiesta—o formal —universi- dad—, se caen bien, comienzan a salir juntos, y así sucesivamente) se ha ido extendiendo de la misma manera; en muchas sociedades (por ejemplo, China, Japón) las normas que regulan las interacciones entre las personas jóvenes de ambos sexos aún son bastante restrictivas. Relaciones interpersonales: funciones e inicio 351 Un ejemplo que ilustra la convergencia mundial en los patrones de elección de pareja a la vez que la existencia de peculiaridades según la sociedad, lo constituye el estudio de Levine, Sato, Hashimoto y Verma (1995, pp. 561-563) realizado con participantes de varios países y que aparece resumido en el Cuadro 12.7. Cuadro : Importancia concedida al amor como base del matrimonio en diferentes culturas.* País Pregunta 1 Pregunta 2 Pregunta 3 India Pakistán Tailandia Estados Unidos de Norteamérica Reino Unido Japón Filipinas México Brasil Hong Kong Australia 49 50,4 18,8 3,5 7,3 2,3 11,4 10,2 4,3 5,8 4,8 46,2 33 46,9 35,4 44,6 41,1 45,5 51,7 77,5 47,1 29,3 34,6 35,7 34,2 40,3 46,4 27,9 23,9 50,9 63,4 24,8 22,6 Pregunta 1: “si un hombre (o una mujer) tuviera todas las cualidades que Vd. desea, ¿se casaría con él/ella aunque no estuviera enamorado?”. Pregunta 2: “Si el amor ha desaparecido completamente del matrimonio, ¿es lo mejor para la pareja romper y comenzar una nueva vida?”. Pregunta 3: “¿Es la desaparición del amor razón suficiente para acabar con un matrimonio?”. * Las cifras dentro de la tabla representan porcentaje de respuestas afirmativas. Fuente: (Levine y cols., 1995). Características deseables en la pareja ¿Cuáles son las características que las personas desean en su pareja? Según Goodwin (1990), las investigaciones muestran que en los países occidentales son rasgos deseados ciertas ca- racterísticas abstractas (como la honestidad o la bondad), mientras que en las sociedades más tradicionales y rurales tienden a preferirse atributos más pragmáticos (nivel de ingresos, cumplimiento de las obligaciones sociales o familiares, y otros por el estilo). Un factor im- portante también parece ser la orientación individualista o colectivista predominante en el país. En general, en los países colectivistas hay una marcada tendencia a elegir la pareja entre miembros del endogrupo, esto es, de la propia etnia, grupo, clan, etc. Factores que influyen en querer relacionarse con personas de los exogrupos son la historia de relación entre ambos grupos (como rivalidad, cooperación u odio), el estatus de los exogrupos (a mayor estatus más deseos de relacionarse), semejanzas culturales y barreras externas, entre otros. Buss (1989; Buss y cols., 1990) realizó estudios transculturales en lo que participaron más de diez mil personas procedentes de 37 culturas diferentes. Este autor y sus colaboradores parten de un presupuesto evolucionista, según el cual los hombres valorarían en las mujeres sobre todo la juventud y el atractivo, es decir, características que se consideran relacionadas con la capacidad reproductora. En cambio, las mujeres tenderían a valorar en los hombres los indicios relativos al cuidado de la prole, como recursos materiales y sociales. PSICOLOGÍA SOCIAL352 En las investigaciones mencionadas, se pedía a todos los participantes que indicaran la diferencia de edad que preferían que hubiera entre ellos y su pareja y que ordenaran una serie de características en función de lo deseable que fuera para ellos el que su pareja las tuviera. A grandes rasgos, los resultados obtenidos indican: • Las mujeres prefieren en todas las culturas parejas mayores que ellas, valoran más que los hombres las “buenas perspectivas económicas” en su pareja en 36 de las 37 culturas y dan más importancia a la “ambición” y “laboriosidad” en 29 culturas. • Los hombres, en todas las culturas prefieren parejas más jovenes, valoraban más que las mujeres el atractivo físico de su pareja y, en 23 culturas, la castidad. El problema con los resultados obtenidos por Buss y sus colaboradores reside en las múlti- ples interpretaciones a las que están abiertos. Para empezar, aunque resulta paradójico, sirven para mostrar la universalidad de ciertos patrones y, al mismo tiempo, para poner de relieve la relatividad de esos mismos patrones (véase Smith y Bond, 1993). Así, aparte de las diferencias encontradas entre hombres y mujeres, no debe pasar por alto el dato de que tanto unos como otras coincidieron en las cuatro características que consideraron más deseables en cada una de las dos listas que se les proporcionaron: comprensión, inteligencia, ser interesante y saludable en la primera, y atracción mutua, carácter responsable, estabilidad emocional y madurez, en la segunda. El análisis que hacen Smith y Bond de los datos de Buss y colaboradores les permite llegar a la conclusión de que la cultura contribuye mucho más a explicar tales resultados que las diferencias de género. En segundo lugar, cuando se pregunta a las personas por características deseables abs- tractas, como hacen Buss y colaboradores, es lógico obtener bastante universalidad, pero esta tiende a desaparecer cuando las preguntas versan sobre conductas más específicas, ya que entonces aparecen notables variaciones y diferencias (Smith y Bond, 1993). De hecho, Buss (1989) encontraba que la segunda característica más deseable en la pareja, para hombres y mujeres de todo el mundo, era el ser responsable, mientras que Christensen (1973), varios años antes, había encontrado notables variaciones en las actitudes hacia la in- fidelidad matrimonial en nueve culturas. Así, el porcentaje de estudiantes que desaprobaban este tipo de infidelidad iba del 10% (muestra danesa) hasta un 90% (muestra estadounidense). En un intento de reconciliar los resultados de Buss y colaboradores con los de Christensen, cabría pensar que la infidelidad se considera como un signo de responsabilidad más en unas culturas que en otras. Por último, y este es el argumento de Kagitcibasi (1996), la simple existencia de un resul- tado en muchas culturas no tiene por qué significar necesariamente que la causa tenga que ser biológica. Esa es sólo la conclusión de la Psicología evolucionista. Pero lo cierto es que esas mismas semejanzas son perfectamente explicables apelando a estructuras psicológicas/ecoló- gicas/sociales/culturales. El amor El amor es un fenómeno ciertamente complejo y multifacético. Son tantos los significados del término y tan diferentes los contextos y relaciones en los que se utiliza que, necesariamente, su abordaje en este capítulo nos obliga a simplificar. Tras considerar algunas de las clasificaciones del amor que se han realizado, trataremos con mayor detenimiento una de sus variedades, la conocida como amor romántico o enamoramiento. Relaciones interpersonales: funciones e inicio 353 Tipos de amor Una forma de analizar las diferentes formas de amorque existen para la gente consiste en preguntarles directamente a las propias personas. Esto es lo que hicieron Fehr y Russell (1991), pidiéndoles a los participantes de su estudio que elaboraran una lista con tantos tipos de amor como se les ocurrieran, apareciendo una larga lista (93 tipos diferentes). Posteriormente, a otras personas se les pidió que dijeran lo típico que, en su opinión, era cada uno de esos tipos del amor; esto es, en qué medida creían que representaba la esencia del amor. El amor más prototípico fue el maternal seguido, por este orden, del paternal, la amistad, amor de hermana, amor romántico y amor de hermano. Otros tipos de amor, como el apasionado, el sexual o el platónico, fueron considerados como amores menos prototípicos. Shaver, Schwartz, Kirson, y O’Connor (1987), utilizando un procedimiento similar, exa- minaron los juicios de semejanza o parecido entre diferentes términos relacionados con las emociones, encontrando que amor, afecto, cariño, atracción y cuidado formaban una agru- pación bastante homogénea. Lo que estas investigaciones muestran es que la concepción que la gente tiene del amor es bastante compleja, y no existe una delimitación clara entre el amor y fenómenos semejantes. Una de las primeras distinciones fue la realizada por Berscheid y Walster (1978) entre amor romántico, al que nos referiremos más adelante, y amor compañero. Este último consiste bási- camente en sentimientos de gran preocupación por la felicidad y bienestar de la otra persona. Nos sentimos profundamente unidos a esa persona, la valoramos y compartimos con ella todo lo que tenemos: posesiones, conocimientos e intimidad. Se trata, en definitiva, de un proceso mutuo de apoyo social, comunicación y comprensión (Sternberg, 1986, 1988). Las emociones que predominan en este tipo de amor son la ternura, el afecto o la satisfacción. Este tipo de amor constituye frecuentemente la base de la mayoría de las relaciones duraderas. A veces, este tipo de relación o de sentimiento surge con posterioridad, aunque puede darse también de forma simultánea, al amor pasional, a medida que las personas enamoradas estrechan sus vínculos y empiezan a compartir intereses y actividades. Otras veces es el resultado de un ambiente social determinado, por ejemplo, en aquellas sociedades en las que sus miembros se conocen todos entre sí y las relaciones cotidianas van, poco a poco, forjando amistades y relaciones impregnadas de este sentimiento (Lee, 1973). Pero quizás la clasificación de los tipos de amor más conocida, porque en gran medida recoge y amplía a otras tipologías y clasificaciones, es la Teoría triangular de Sternberg (1986, 1987), según la cual hay tres dimensiones o componentes básicos en el amor. Esto son la inti- midad, la pasión y el compromiso. Estas tres dimensiones se relacionan de la forma que expone gráficamente la Figura 12.1 y se explican con más detalle a continuación. • Intimidad: sentimiento de cercanía, unión y afecto hacia el otro, la preocupación por pro- mover su bienestar, dar y recibir apoyo emocional y compartir las propias posesiones y la propia persona con el otro. En castellano, el término “cariño” coincide con este componen- te, como muestra la definición del Diccionario de uso del español de María Moliner (1983, Tomo I, 526): “sentimiento de una persona hacia otra por el cual desea su bien, se alegra o entristece por lo que es bueno o malo para ella y desea su compañía”. Más recientemente, Baumeister y Bratslavsky (1999), en un intento de integración de las múltiples definicio- nes de intimidad, proponen que ésta consta, a su vez, de tres dimensiones: (1) revelación mutua de información personal (no sólo de palabra, también uno se revela compartiendo actividades con la otra persona), que produce una compresión empática mutua, según la cual cada uno siente que el otro le comprende; (2) actitud profundamente favorable hacia PSICOLOGÍA SOCIAL354 el otro que se manifiesta en sentimientos positivos y de afecto, así como en la motivación para beneficiarle; (3) comunicación del afecto (verbalmente, mediante actos que expresan preocupación, con la atención, el contacto físico o sexualmente). • Pasión: estado de excitación mental y física. La atracción física y el deseo sexual son parte importante de este componente. Baumeister y Bratslavsky (1999) también definen la pasión amorosa como el conjunto de intensos sentimientos de atracción hacia la otra persona, que se caracterizan por la activación fisiológica y el deseo de estar unido a ella en múltiples sentidos (si la persona es elegible como pareja sexual, la pasión incluye la atracción y el deseo sexual; pero también se puede experimentar pasión hacia un hijo o hacia personas del propio sexo sin que haya deseo sexual). • Compromiso: a corto plazo, decisión de que uno quiere a alguien y, a largo plazo, compromi- so de mantener ese amor. Estos dos aspectos no van necesariamente juntos. El compromiso es un componente del amor que suele darse conjuntamente con los otros componentes, pero que también puede aparecer solo. A veces es la relación que existe entre dos personas cuando, tras un largo periodo de tiempo, la pasión y la intimidad han desaparecido y sólo queda la voluntad de permanecer en la relación. Otras veces, este tipo de amor ocurre al inicio de la relación, como cuando los matrimonios son arreglados por las familias. Como muestra la Figura, se han representado gráficamente estos componentes del amor, en su forma pura, como vértices de un triángulo equilátero. En la práctica, sin embargo, tienden a combinarse entre sí y dan lugar a otros componentes, o tipos de amor (Aron y Westbay, 1996): Figura: Los componentes básicos del amor y sus combinaciones. El amor romántico sería la combinación de intimidad y pasión. Se da cuando los amantes se atraen tanto física como emocionalmente, pero ese sentimiento de unión y compenetración no va acompañado de compromiso (un ejemplo clásico: Romeo y Julieta). El amor compañero sería el resultado de combinar los componentes de intimidad y com- promiso. En este tipo de amor predomina la preocupación por la felicidad y el bienestar de la otra persona, se da un proceso mutuo de apoyo social, comunicación y comprensión. Las personas se sienten profundamente unidas entre sí, se valoran mutuamente y comparten lo que tienen, posesiones, conocimientos e intimidad (véase Sternberg, 1986; 1988). El amor fatuo consiste en la combinación de pasión y compromiso (por ejemplo, cuando dos personas se casan a las pocas semanas de haberse enamorado, sin que haya habido tiempo Relaciones interpersonales: funciones e inicio 355 para que la intimidad surja). Podría ser el caso de las bodas exprés en Las Vegas que tanto ha popularizado el cine. Por último, existiría el tipo de amor que combina los tres componentes: el amor completo o perfecto. Según Sternberg es el tipo de amor hacia el que la mayoría de la gente aspira, al menos en sus relaciones románticas. Suele ser difícil de conseguir, y sobre todo de mantener. No obstante, no buscamos este tipo de amor en todas nuestras relaciones, ni siquiera en la mayoría, sino que lo reservamos para aquella o aquellas relaciones que significan lo máximo para nosotros y que pretendemos que sean lo más completas posibles. Cada uno de los tres componentes básicos del amor tiene una evolución temporal diferente según Sternberg (1986). La intimidad se desarrolla gradualmente conforme avanza la relación y puede continuar siempre creciendo, aunque este crecimiento es más rápido en las primeras etapas. La pasión es muy intensa al principio y crece de forma vertiginosa, pero suele decaer de la misma forma conforme la relación avanza, estabilizándose en niveles moderados. El com- promiso, por último, crece también despacio al principio, más lento incluso que la intimidad, y se estabiliza cuando las recompensas y costes de la relación aparecen con nitidez. Entre las otras muchas clasificacionesdel amor que se han propuesto vale la pena recoger tres, que se presenta de forma resumida en el Cuadro 12.8. Cuadro : Otros tres tipos de amor. • Amor como juego (ludus): ausencia de fuertes vínculos emocionales. No son las cualidades de la perso- na amada las que determinan de forma fundamental la atracción. Buena prueba de ello es que en este tipo de amor es característico que se cambie con frecuencia de una persona a otra de características completamente opuestas y que se evite, además, el contacto continuado. A ello se une la presencia de ciertas dosis de engaño, aunque asumido a veces por ambas partes, y el hecho de que los celos y el afán de posesión no sean algo esencial. Ejemplos de esta categoría amorosa son don Juan Tenorio o el Conde de Valmont, protagonista de la novela y, posteriormente, de la película dirigida por Stephen Frears Las amistades peligrosas. • Amor práctico: ausencia de excitación y de drama, reemplazados por un análisis racional costes-bene- ficios de la relación seguido por la decisión de continuar dicha relación sólo si se considera que los segundos superan a los primeros. • Amor maniático: deseo de amar, pero unido siempre a una sensación dolorosa que se considera esencial en el amor. Los celos suelen ser un ingrediente fundamental en este tipo de amor, al igual que los intensos síntomas físicos y los frecuentes cambios de ánimo. El amor romántico Quizás una de las formas de amor más extendidas en nuestra sociedad, que aparece prác- ticamente en todas las clasificaciones y taxonomías, es el amor romántico, apasionado o enamoramiento. En la exposición que sigue nos centraremos en el enamoramiento entre dos personas de distinto sexo. En el caso de personas del mismo sexo el proceso parece ser muy parecido (Peplau y Gordon, 1983), si bien algunos factores de tipo cultural y social, por ejemplo, las actitudes de rechazo hacia la homosexualidad existentes en la sociedad, influyen en su desarrollo y manifestaciones. Aunque el enamoramiento no parece suficiente para garantizar una relación feliz y estable, en la cultura occidental está estrechamente vinculado con el matrimonio (o con vivir en pa- reja). Incluso, en otras culturas, en las que existe el matrimonio acordado, el enamoramiento PSICOLOGÍA SOCIAL356 parece ser un ingrediente fundamental de la felicidad y satisfacción matrimonial. Así, Xiaohe y Whyte (1990) encontraron que las esposas chinas que se habían casado por amor estaban más satisfechas con su matrimonio que esposas semejantes en matrimonios acordados. Por su parte, Contreras, Hendrick y Hendrick (1996) encontraron en una muestra de participantes mejicanos y en otra de estadounidenses, que eros (un estilo de amor estrechamente vinculado con el amor romántico), estaba fuertemente asociado con la satisfacción matrimonial. Pero no siempre, incluso en nuestra cultura, la gente ha visto el enamoramiento como un requisito para el matrimonio. Por ejemplo, a mediados de los años sesenta del siglo pasado, en Estados Unidos (Kephart, 1967) el 65% de los varones y el 24% de las mujeres entrevistados dijeron que sólo se casarían si estuvieran enamorados. Estos porcentajes ya eran del 86% y del 80% a mediados de la década de los 80 (Simpson, Campbell y Berscheid, 1986). Una de las formas de acercarse a qué es exactamente el amor romántico consiste en pre- guntarles a las personas acerca de qué sienten, hacen o piensan cuando están enamoradas. Las respuestas más consensuadas son: • Un estado cargado de emociones y excitación fisiológica: atracción, deseo sexual, celos, sentimientos negativos cuando el otro está ausente o no corresponde, excitación general. • Un conjunto de pensamientos muy característicos, consistentes, sobre todo, en pensar con mucha frecuencia en la persona amada, preocuparse por ella, idealizarla y desear conocerla con profundidad. • Conductas: expresión verbal de afecto, autorevelación, dar apoyo emocional y moral, mos- trar interés por el otro, sus actividades y opiniones, expresar de forma no verbal sentimien- tos positivos, manifestaciones materiales (regalos, ayudar al otro en sus tareas), expresión física de afecto. Menos solidez y claridad presentan los esfuerzos teóricos dirigidos a precisar en qué consiste exactamente el enamoramiento, así como a responder a las preguntas de por qué nos enamoramos de una determinada persona y no de otras. Estas explicaciones teóricas pueden agruparse en dos grandes categorías. Unas intentan explicar el origen o las funciones que desempeña el amor pasional. Otras se centran más en por qué surge en un determinado momento ante una persona determinada. Entre las primeras se situaría la postura evolucionista, para la cual las manifestaciones del amor son algo que está fundamentalmente al servicio de la búsqueda de pareja, su retención, procreación y cuidado de la prole (Buss, 1988). Kenrick y Trost (1989) indican que la intensidad emocional del amor romántico es alta porque de esa manera se aseguraría la atracción entre hombres y mujeres, algo vital para la reproducción sexual y la supervivencia de la especie. También cabría situar aquí la aportación de Goldenberg, Pyszczynski, Greenberg y Solomon (2000), autores que utilizan como marco de referencia la Teoría del manejo del terror, según la cual el amor apasionado o enamoramiento puede ser el resultado de una estrategia cultural para elevar la sexualidad a un plano humano. Según esta teoría, el cuerpo humano (y todo lo estrechamente vinculado a él, como la sexualidad) nos recordaría nuestra condición mortal, lo cual nos generaría ansiedad. Por eso habría sido necesario, siempre según esta teoría, insertar la intensidad emocional y sexual en un sentimiento humano más idealizado y aceptable, como el enamoramiento. Esto se consiguió a través de la evolución cultural humana. Entre las segundas explicaciones puede mencionarse como una de las teorías más repre- sentativas al modelo bifactorial del amor de Berscheid y Walster (1974), según la cual la gente experimentará amor romántico cuando se dan dos condiciones fundamentales. Relaciones interpersonales: funciones e inicio 357 En primer lugar, la existencia de un estado intenso de excitación emocional que la persona percibe relacionado con la otra persona. Esa activación puede tener un componente sexual importante, aunque no exclusivo. White, Fishbein y Rutstein (1981) hicieron que participan- tes varones tuvieran que relacionarse con una cómplice mujer (que en la mitad de los casos era bastante atractiva y en la otra mitad no). Los hombres también fueron excitados de tres maneras: (1) corriendo, (2) viendo un programa cómico de televisión, (3) viendo una película violenta (como se ve, en ningún caso se trataba de excitación sexual). Tras interactuar breve- mente con la chica, se les pidió que la evaluaran: los hombres excitados por cualquiera de los tres métodos (en comparación con un cuarto grupo que no había sido excitado) encontraron más atractiva a la chica guapa y menos a la poco atractiva En segundo lugar, la presencia de señales contextuales que indiquen que el amor román- tico constituye una interpretación adecuada de la excitación emocional experimentada. Estas señales conciernen tanto a la persona asociada con la emoción como a la propia emoción. Así, consecuencia de la cultura en la que vivimos y de nuestra historia personal, aprendemos que hay personas que pueden ser objetos de nuestro amor (generalmente alguien del otro sexo, de nuestra edad, de nuestras características) y otras que no pueden serlo (por ejemplo, personas con quienes tenemos vínculos familiares estrechos, de edades muy diferentes a la nuestra, de edad muy joven). Asimismo, tenemos que haber aprendido que amor es una etiqueta apropia- da para designar lo que sentimos. Resumen La especie humana somos especialmente sociable. Se entiende por sociabilidad la capacidad para esta- blecer uniones duraderas entre al menos dos individuos adultos. Y,según los estudiosos de la evolución, esta sociabilidad no parece ser ajena al desarrollo intelectual alcanzado por nuestra especie. En este capítulo hemos comenzado señalando, precisamente, la importancia psicológica de un determinado tipo de relaciones, las que hemos denominado estrechas o íntimas (y que coinciden básicamente con la definición de sociabilidad que se acabamos de introducir). La mayoría de nosotros conoce, sin embargo, a muchas personas a lo largo de su vida. ¿Qué es lo que nos lleva a buscar y establecer relaciones estrechas con unas personas determinadas y no con otras? La Psicología social ha encontrado que la atracción, esto es, la evaluación positiva de otra persona, es un determinante importante de que establezcamos o no una relación cercana con ella. Y la atracción depende básicamente de la intensidad de contacto que tengamos (familiaridad), de lo parecido que percibamos al otro a nosotros en características de personalidad y sobre todo en su forma de pensar (o de si pertenece o no a nuestros mismos grupos —que es una forma muy importante de semejanza), de si la evaluación positiva que realizamos es mutua (reciprocidad) y de su aspecto físico. Pero sería aconsejable no caer en cierto sesgo provocado por la pertenencia a la cultura europea-occidental —que lleva a pensar que las relaciones cercanas se basan en la elección libre y deliberada de las personas implicadas y que esta elección es consecuencia simple de la atracción— e ignorar la importancia del contexto social y cultural en el inicio de las relaciones de amistad o amorosas. Baste señalar como ejemplo el hecho de que el “matrimonio arreglado” (otras personas deciden quién se casa con quién) está presente en más sociedades que el matrimonio libre. Un particular tipo de fenómeno, el amor, tiene mucho que ver tanto con las relaciones cercanas como con la atracción. De hecho, en nuestra cultura, los tres fenómenos suelen estar bastante confundidos. A pesar de cierta resistencia para abordar el estudio científico del amor (muchos psicólogos parecían estar de acuerdo con una tradicional copla: “las cosas del querer no tienen fin ni principio, ni tienen cómo ni porqué”), en la actualidad conocemos bastante acerca de las diferentes formas o tipos de amor existentes, especialmente del denominado amor romántico. Y lejos de arruinar el encanto que el amor tiene en nuestras vidas, como temían algunos, su estudio promete hermosas sorpresas sobre algo tan esencialmente humano como la inteligencia, a la que tradicionalmente se le ha otorgado el mérito de ser la cualidad específicamente humana.
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