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La Teoría del apego - modelos de funcionamiento interno

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Relaciones interpersonales íntimas 363
Yela (2000) señala la existencia de mitos, o creencias ampliamente extendidas en nuestra 
cultura occidental, sobre las relaciones amorosas. Postula que estos mitos influyen poderosa-
mente en el comportamiento amoroso de las personas, a pesar de que en su opinión algunos 
son absurdos, otros falsos, otros imposibles y todos problemáticos. El Cuadro 13.3 presenta 
algunos de estos mitos.
Cuadro 13.3: Algunos de los mitos más extendidos sobre las relaciones amorosas.
Exclusividad El amor romántico sólo puede sentirse por una única persona al mismo tiempo.
Omnipotencia El amor “lo puede todo”.
Perdurabilidad El enamoramiento puede durar siempre.
Media naranja Siempre se elige la pareja predestinada.
Celos Los celos son un indicador de verdadero amor.
Matrimonio o 
convivencia El amor romántico-pasional debe conducir a la convivencia (o matrimonio).
Fidelidad Todos los deseos pasionales, románticos o eróticos, deben satisfacerse 
exclusivamente con una única persona.
Fuente: Yela ( 2000, pp. 71-72). 
La Teoría del apego: modelos de funcionamiento interno
La Teoría del apego, propuesta por Bowlby (1969/1982), parte del supuesto de que los seres hu-
manos poseemos un sistema conductual-motivacional que emerge en la infancia con el fin de 
protegernos a través del desarrollo evolutivo. Este sistema, compartido con otros primates, se 
desarrolla a partir de las relaciones con las personas que cuidan del niño desde su nacimiento. 
Según esta teoría, las experiencias tempranas de apego desempeñan un papel crucial. Ellas 
se encargan de suministrar la base emocional segura a la persona y, de esta forma, moldean los 
sentimientos de valía y confianza interpersonal (Bowlby, 1973, 1980). Por eso: 
• Las experiencias infantiles en las que se reciben respuestas y apoyo cuando se necesita, y un 
cuidado suministrado de manera consistente, proporcionan a los niños y niñas sentimien-
tos de autovalía y comodidad al depender de los demás.
• En cambio, las experiencias infantiles de cuidado abusivas, inconsistentes (unas veces el
adulto atiende al niño, pero otras lo ignora) o de dejadez, por el contrario, generan estilos
de apego negativos o disfuncionales.
Los pensamientos y sentimientos suscitados en nosotros según el estilo de apego con el que 
nos hayan criado cristalizan en modelos de funcionamiento interno, integrados básicamente 
por dos esquemas complementarios: 
• Primer esquema: se refiere a uno mismo; son las creencias concernientes a si uno merece o
no amor y cuidado.
• Segundo esquema: se refiere a la figura de apego; son las expectativas del infante sobre si la
persona que lo cuida estará accesible y será sensible a sus necesidades.
Estos modelos de funcionamiento interno suelen ser bastante estables a lo largo de la vida
(Bowlby, 1988) y aparecen en relaciones e interacciones bastante diferentes (Schmitt y cols., 
2004): padres-hijos, amistad, relaciones entre iguales, profesor-estudiante, teapeuta-paciente 
y, especialmente, para el caso que nos ocupa, en las relaciones románticas adultas. 
Existen cuatro categorías básicas o estilos de apego romántico. Son el resultado de combi-
nar una visión positiva o negativa de uno mismo y de los demás. Véase la Figura 13.2.
Figura : Las cuatro categorías básicas (o estilos) de apego romántico. 
El estilo de apego seguro se da en las personas que tienen un modelo positivo tanto de sí 
mismas como de los demás, creen que merecen el amor de los demás y piensan que también 
los otros aceptarán y responderán a sus expresiones de amor. Items representativos de este 
estilo serían: 
• Es fácil para mí sentirme emocionalmente cercano a los demás.
• Me siento cómodo dependiendo de otras personas y teniendo a otras personas que depen-
dan de mí.
• No me preocupa estar solo o que haya personas que no me acepten.
El estilo separado lo muestran las personas con un modelo positivo de sí mismos y negativo
de los demás. Suelen ser personas con alta autoestima, pero que tienden a protegerse de tener 
relaciones amorosas insatisfactorias, por lo que evitan las relaciones en general y mantienen 
cierto sentido de independencia. Items representativos:
• Me siento cómodo sin tener relaciones emocionales estrechas.
• Es muy importante para mí sentirme independiente y autosuficiente y prefiero no depen-
der de otras personas ni que ellas dependan de mí.
El estilo preocupado es propio de las personas con un modelo negativo de sí mismos, pero 
positivo de los demás. Intentan aceptarse a sí mismos consiguiendo el afecto de los otros, 
especialmente si se trata de personas a las que valoran. Items representativos:
• Quisiera tener una total intimidad emocional con otras personas, pero siento que los de-
más son reacios a mostrarse tan cercanos como yo querría.
• Me siento incómodo sin tener una relación íntima, pero a veces me preocupa que los demás 
no me valoren tanto como yo los valoro a ellos.
El estilo temeroso es característico de las personas con un modelo negativo tanto de sí mis-
mos como de los demás. Tienden a evitar las relaciones, pues consideran que no merecen el 
cariño de los demás, los ven como inaccesibles y temen su rechazo:
• Me siento incómodo cuando tengo una relación estrecha con alguien.
• Me gustan emocionalmente las relaciones cercanas, pero encuentro difícil confiar en los
demás completamente, o depender de ellos.
• Me preocupa que yo pueda resultar herido si me permito establecer relaciones demasiado
estrechas con otras personas.
El mejor modelo de apego es el seguro. La mayoría de las personas estudiadas (en torno al
70%) caen dentro de este tipo (Baldwin y Fehr, 1995). Según Van Ijzendoorn y Sagi (1999) esta 
forma segura de apego sería la norma en nuestra especie y, por tanto, sería el estilo de relación 
romántica más frecuente en cualquier cultura humana. Schmitt y cols. (2004) realizaron un 
estudio en el que participaron casi 18.000 personas procedentes de 62 regiones culturales 
diferentes y encontraron que el estilo seguro era el predominante en el 79% de las culturas 
estudiadas, siendo el estilo preocupado prevalente en culturas del Este Asiático (Hong Kong, 
Taiwán, Corea del Sur y Japón).
Atribuciones en las relaciones
Las atribuciones, esto es, las explicaciones que damos acerca de por qué ocurren los hechos, 
tanto los que nos ocurren a nosotros como los que les ocurren a los demás, están bastante 
relacionadas con las relaciones interpersonales, sobre todo con las conductas de las personas 
implicadas y con la satisfacción que la relación produce.
En lo que concierne a las conductas, Bradbury y Fincham (1992), en su estudio sobre pare-
jas con problemas encontraron lo siguiente:
• Cuanto mayor era la intencionalidad atribuida a la pareja en el problema, más conductas
negativas presentaban.
• Las atribuciones de responsabilidad iban asociadas:
• A una menor efectividad en la conducta de solución de problemas, en el caso de las mujeres 
(“...si uno cree que el otro tiene la culpa del problema hará poco para solucionarlo..”).
• A un incremento en la cantidad de conductas negativas, en el caso de los varones (“...si uno
cree que el otro tiene la culpa del problema, se enfada aún más con ella, grita, insulta...”).
Rusbult, Yovetich y Verette (1996) denominan acomodación al proceso consistente en atri-
buir las conductas negativas de la pareja a factores efímeros o externos, quitándole importancia 
a la conducta negativa y reaccionando de manera constructiva, lo cual favorece la relación. 
Respecto a la satisfacción con la relación, una síntesis razonable de lo encontrado en nume-
rosas investigaciones (Expósito y Moya, 2005) diría que existe una clara relación entre el tipo 
de atribuciones que los miembros de la pareja realizan y el grado de satisfacción matrimonial. 
En el caso de matrimonios con problemas, cuando se trata de hechos negativos (por ejemplo, 
“mi marido se queja de la comida”), predominan 
• Las atribuciones internas (esto es, localizadas enla persona: “es un desconsiderado”
—sobre las atribuciones externas: “está estresado por el trabajo”),
• Las atribuciones globales, es decir, aplicables a muchas esferas de la relación (“nunca
piensa en mí”).
• Las atribuciones estables (“nunca cambiará”).
Dicho de otra manera, los miembros de la pareja no ven que los problemas de la relación
tengan solución. En cambio, cuando se trata de conductas positivas, los miembros de pare-
jas con problemas tienden a realizar atribuciones que minimizan el impacto de la conducta 
positiva de la otra persona: externas, inestables, y relacionadas sólo con aspectos específicos 
—no globales— de las relaciones (por ejemplo, "me trae f lores sólo porque quiere mantener 
relaciones sexuales").
Memoria de las relaciones
Otro proceso cognitivo importante relacionado con el desarrollo y mantenimiento de las re-
laciones tiene que ver con el recuerdo y la memoria. Lo que recordamos de nuestras relaciones 
pasadas, incluso de las actuales, no es un reflejo fidedigno de lo que ocurrió, sino que consiste 
más bien en un proceso activo, una reconstrucción en la que influyen nuestras teorías implíci-
tas sobre la estabilidad de los hechos, así como el conocimiento presente.
Según Ross y McFarland (1988), por lo que respecta a la relación entre pasado y presente, 
las personas tenemos dos tipos de teorías básicas: 
• Teoría de que apenas hay cambios, por ejemplo, la gente cree que características como la
inteligencia o la timidez suelen mantenerse estables a lo largo del tiempo.
• Teoría que mantiene que las cosas cambian, por ejemplo, que cuando una persona se esfuer-
za y trabaja duro por conseguir algo, suele conseguir lo que se propone.
Las personas diferimos en el grado en que creemos en cada una de estas dos teorías, y esto
influye en nuestros recuerdos del pasado. Por eso: 
• Las personas que creen más en la consistencia suelen exagerar el parecido entre su situación 
pasada y presente.
• Las personas que creen en el cambio, exageran las diferencias que hay entre, por ejemplo,
el inicio de su relación y el momento actual (Ross, 1989).
De forma más concreta, en su análisis de la influencia del conocimiento presente sobre el
recuerdo, McFarland y Ross (1987) compararon la evaluación inicial que los miembros de la 
pareja hacían de la relación con el recuerdo que se tenía de ella dos meses después. Encontraron 
que entre las personas cuyas impresiones se habían ido haciendo más favorables, el recuerdo 
era (erróneamente) que en sus inicios también la impresión era muy favorable, mientras que 
para quienes la impresión a los dos meses era más negativa decían recordar (también errónea-
mente) que en sus inicios era negativa.
En general, los procesos de memoria —y otros procesos cognitivos- pueden verse como 
mecanismos de los que disponen las personas para dar sentido a su vida y, en el caso que nos 
ocupa, a sus relaciones. La expresión dar sentido no hace referencia sólo a que tenga lógica y 
coherencia lo que nos ocurre (por ejemplo, un divorcio), sino también —y sobre todo— a que 
importantes funciones psicológicas (mantenimiento de nuestra autoestima, sentimiento de 
control sobre lo que nos sucede, y otros similares) nos permitan un desenvolvimiento adecua-
do en nuestra vida. 
Y para ello, junto a nuestros esquemas cognitivos personales sobre las relaciones, son impor-
tantes también las creencias culturalmente compartidas. Por ejemplo, Holmberg y Veroff (1996) 
pidieron a los miembros de matrimonios que redactaran la historia de su noviazgo y matrimonio 
uno y tres años después de que éste tuviera lugar. Encontraron que a los tres años la narración 
había cambiado, y que este cambio reflejaba tanto las creencias personales sobre este tipo de 
acontecimientos como sus creencias culturales sobre los roles de hombres y de mujeres.
En este sentido puede interpretarse un resultado ampliamente encontrado, y que tiene que 
ver con el optimismo en las creencias sobre las propias relaciones. Véase el Cuadro 13.4.
Cuadro : Optimismo vs. exactitud en las creencias sobre las relaciones.
Optimismo Exactitud
Las personas creen que tanto la calidad de sus 
relaciones como el futuro de éstas es mejor que 
la calidad y el futuro de las relaciones de los 
demás (Buunk y Van Yperen, 1991; Van Lange y 
Rusbult, 1995).
Las personas creen que sus relaciones son mejores 
de lo que la realidad sugiere (Murray y Holmes, 
1997; Murray, Holmes y Griffin, 1996a, 1996b). 
El optimismo en las creencias sobre las relacio-
nes facilita el compromiso y la satisfacción con 
la relación (Rusbult y cols., 1996). 
La construcción de imágenes idealizadas de 
nuestra pareja facilita los sentimientos de con-
fianza y compromiso ante las adversidades y hace 
que desarrollemos estrategias más constructivas 
para la resolución de conflictos. 
La exactitud en la percepción de la relación no 
está reñida con el optimismo. Exactitud y opti-
mismo se pueden dar al mismo tiempo, si bien en 
aspectos diferentes. 
Una percepción exacta es necesaria a la hora de 
tomar decisiones importantes, por ejemplo, irse a 
vivir o a estudiar a otra ciudad. En caso contrario, 
se corre el riesgo de que la relación fracase.
Ahora bien, una vez tomada la decisión, cuando lo 
que hay que hacer es decidir cómo concretar esas 
decisiones o conseguir esas metas, por ejemplo, 
la pareja puede decidir mandarse correos elec-
trónicos todos los días, o estar juntos en vaca-
ciones, es mejor ser optimista que exacto, ya que 
se trata de decisiones en las que uno tiene que 
“sentirse bien” y no estar todo el día angustiado 
con la decisión tomada (Gagné y Lydon, 2004).
Mediante los mismos mecanismos que acabamos de comentar las personas intentamos 
salir lo mejor parados posible cuando se trata de un fracaso o ruptura de la relación: rein-
terpretamos lo que nos pasaba para que lo que ha ocurrido tenga sentido y, si eso ayuda, 
redefinimos a nuestra antigua pareja en términos más negativos (Vaughan, 1990).
 La naturaleza de las relaciones íntimas o cercanas
En el título del apartado hemos utilizado los adjetivos íntimo y cercano, considerándolos como 
sinónimos, aunque más adelante mostraremos que no significan exactamente lo mismo. Si el 
lector se da cuenta, hasta ahora hemos hablado con naturalidad de lo que hemos denominado 
relaciones íntimas o cercanas, suponiendo que el lector sabe a lo que nos estamos refiriendo, pero 
en ningún momento nos hemos detenido a precisar cuál es la esencia de estas relaciones. Desde 
luego, lo que desde un punto de vista psicosocial no se admite es que se tienda a suponer que el 
hecho formal de contraer matrimonio (civil o religioso), o dar el paso hacia la convivencia, es lo 
que hace a una relación íntima. Pero tampoco es fácil definir qué es lo que hace a una relación 
intensa, de calidad, íntima. En este apartado intentaremos hacerlo. 
Según Burgess y Huston (1979) cuando se comparan las relaciones íntimas con otras más 
superficiales, las primeras se caracterizan por interacciones durante largos periodos de tiempo 
y en escenarios diversos, la existencia de metas y planes comunes, emociones y sentimien-
tos compartidos, sentimientos de confianza, atracción y compromiso con la otra persona y 
reconocimiento de la singularidad de la relación. Nosotros hemos agrupado en cuatro las 
características más importantes que se han señalado como propias de las relaciones íntimas: 
auto-revelación, intimidad, intensidad emocional e interdependencia. Los diferentes autores y 
teorías han puesto el énfasis en alguna de estas características, pero todas ellas podemos decir 
que, en mayor o menor grado, hacen a una relación íntima.
Autorrevelación
Según la Teoría de la Penetración Social de Altman y Taylor (1973), una relación se desarrolla 
conforme sus integrantes van intercambiado información sobre sí mismos, al principio de 
aspectos más superficiales y, poco a poco, de aspectos más personales y privados. Una relación 
estará tanto más desarrollada cuanto mayor sea el númerode aspectos (amplitud) que abar-
ca, y cuanto más profunda sea, la auto-revelación. También es importante tener en cuenta 
sobre los aspectos que trata la información revelada. Serán mucho más positivos los efectos 
para la relación cuando se revelan sentimientos y emociones que cuando se revelan hechos. 
Igualmente, serán más positivos cuando se revelan aspectos profundos y centrales a la propia 
identidad que aspectos superficiales y triviales. 
Collins y Miller (1994), en su revisión de numerosos estudios realizados sobre esta cues-
tión, encontraron que: 
• Las personas que revelan aspectos íntimos de sí mismos tienden a caer mejor a la gente que
quienes se revelan menos.
• Las personas se auto-revelan más a las personas que inicialmente le resultan atractivas.
• Las personas le resultan más atractivas aquellas a quienes previamente han revelado aspec-
tos de sí mismas.
Según Collins y Miller estos resultados podrían explicarse porque cuando uno revela
aspectos de sí mismo a alguien es señal de que confía en esa persona, cree que responde-
rá apropiadamente, valora sus opiniones y respuestas y muestra interés por conocer estas 
opiniones y respuestas y que la otra persona conozca las suyas. La auto-revelación suele, no 
obstante, ser algo relativamente esporádico y aislado en las relaciones de manera que, incluso 
en aquellas en las que hay bastante intimidad, la mayoría de las conversaciones cotidianas no 
tratan sobre aspectos personales y profundos.
En cualquier caso, no conviene olvidar que la auto-revelación puede servir a muchos más 
objetivos que al incremento del conocimiento: descargar la tensión, suscitar en la otra persona 
compasión, demandar consejo, extraer información, mejorar la relación e, incluso, puede 
servir para finalizar una relación. Esto es, la auto-revelación, aunque a veces es un proceso 
espontáneo, en otras muchas ocasiones consiste en un proceso deliberado con el que se persi-
guen ciertos objetivos (Omarzu, 2000).
Los niveles de auto-revelación dependen de las personas individuales concretas, ya que hay 
personas más reservadas que otras, y también de la propia relación. Junto a las características de 
personalidad individuales, han aparecido claras diferencias de género. Así, se ha comprobado 
que los hombres revelan menos aspectos de sí mismos que las mujeres, especialmente cuando 
tratan con otros hombres (Dindia y Allen, 1992). Estos resultados pueden reflejar la mayor 
tendencia por parte de las mujeres a basar la intimidad de una relación en la comunicación 
verbal, mientras que los hombres pueden basar la cercanía en compartir actividades y expe-
riencias (Berscheid y Reis, 1998). Además, las presiones sociales favorecen que las relaciones 
entre hombres sean competitivas y de desafío, lo cual no favorece precisamente que se revelen 
las propias debilidades ni mostrarse vulnerable.
En lo que concierne a cómo las características de la relación pueden inf luir en la auto-
revelación, incluso más que las características personales, hay que señalar el papel de la 
reciprocidad (Miller y Kenny, 1986).
Cuadro : El papel de la reciprocidad en el proceso de auto-revelación.
Reciprocidad y auto-revelación
Cuando un miembro de la pareja revela aspectos de sí mismo, es probable que el otro miembro responda igual. 
Además, cuando uno de los dos miembros se aparta de la reciprocidad, bien por exceso, bien por defecto, 
se produce cierto malestar.
Complejidad de la reciprocidad
La reciprocidad encierra numerosos matices que la hacen compleja y mediatizan su impacto:
• La falta de reciprocidad puede ser utilizada como una señal lanzada a quien se auto-revela indicándole
que no se desea seguir profundizando en la relación.
• Si la auto-revelación es percibida como manipuladora o inapropiada, es improbable que produzca
reciprocidad.
• Niveles habitualmente altos de auto-revelaciones, especialmente cuando lo que se revelan son proble-
mas personales, suelen producir cierta incomodidad y evitación por parte de los demás.
• Niveles indiscriminadamente elevados de auto-revelaciones a múltiples parejas, que de esta manera
violan la creencia sobre la privacidad y peculiaridad de una relación, tampoco provocan reciprocidad.
• En las relaciones duraderas de tipo comunal, los miembros de la relación suelen esperar que la recipro-
cidad se dé a lo largo del tiempo, no de manera inmediata; esto es, si un miembro de la pareja realiza
conductas de auto-revelación, espera que el otro lo haga a lo largo de la relación, no necesariamente
en ese mismo momento.
Intimidad
Aunque el término intimidad suele utilizarse como sinónimo de cercanía, afecto compar-
tido, auto-revelación de sentimientos y pensamientos, comunicación no verbal y relaciones 
sexuales, una concepción más precisa la concibe como la percepción mutua de tres cuestiones: 
comprensión o entendimiento, respaldo y cuidado (Reis y Patrick, 1996). Según estos auto-
res, la intimidad está muy relacionada con la auto-revelación, tanto verbal como no verbal, 
y, de hecho, la conciben como una consecuencia de este proceso. También consideran a la 
intimidad diferente de la cercanía, que simplemente implica niveles elevados de contacto e 
interdependencia conductual. 
• Comprensión: es la primera característica, según Reis y Patrick, de la intimidad. Swann,
De la Ronde y Hixon (1994) encontraron, por ejemplo, que en el caso de parejas casadas, la
congruencia entre las auto-percepciones y la visión que tenía el otro miembro de la pareja
estaba asociada con la intimidad; en cambio, cuando se trataba de parejas que iniciaban
una relación, más que la congruencia de esas dos visiones, lo que estaba relacionado con la
intimidad era la visión idealizada de la otra persona.
• Respaldo o validación: es la segunda característica. Consiste en que las personas en la rela-
ción muestran respeto por las cualidades y puntos de vista de la otra persona.
• Cuidado: el sentirse cuidado y protegido, como la Teoría del apego ha mostrado, es vital
para el sentimiento de seguridad que caracteriza a cualquier relación de calidad.
Emoción
Según Lazarus (1994), la mayoría de las emociones implican a dos personas que experimentan 
una relación interpersonal transitoria o estable. Aunque las interacciones breves y poco profun-
das también pueden estar cargadas de emoción, en este apartado nos centraremos en cómo las 
emociones son una de las características fundamentales de las relaciones cercanas o íntimas. 
Son tres, en concreto, las facetas que se han señalado al considerar las emociones en 
las relaciones: 
• Las relaciones son una fuente frecuente de emociones positivas (felicidad, seguridad, au-
toestima, entre otras).
• Las relaciones —y su ausencia— también son una fuente frecuente de emociones negativas 
(tristeza, celos, envidia, odio, y similares).
• Las relaciones ayudan a regular las emociones suscitadas por otras fuentes —como enfer-
medades, desempleo, y otros sucesos vitales estresantes.
Muchos de estos aspectos emocionales han sido tratados tanto en este capítulo como en el
anterior cuando hablamos, por ejemplo, de los beneficios de las relaciones o de la importancia 
del apoyo social. Por esa razón, seguidamente sólo comentaremos algunos aspectos emocio-
nales de las relaciones que no han sido mencionados hasta ahora.
Según la Teoría del apego, comentada con anterioridad, los modelos de funcionamiento 
interno influyen considerablemente en cómo las personas piensan y, sobre todo sienten, en 
sus relaciones románticas (Feeney y Noller, 1990; Feeney, 1999). También han aparecido estos 
modelos asociados a determinados patrones de conflicto en las relaciones románticas adultas 
(Simpson, 1990), satisfacción y armonía en la relación (Brennan y Shaver, 1995; Collins y Read, 
1990), así como a la duración de las relaciones románticas (Hazan y Zeifman, 1999; Kirkpa-
trick y Davis, 1994). Véase el Cuadro 13.6.
Cuadro : Emociones en las relaciones románticas en función del tipo de apego.
Estilo seguro
Las personascon este estilo tienden a experimentar menos conflictos, más satisfacción, mayor estabi-
lidad y duración en sus relaciones románticas (Belsky, 1999; Kirkpatrick y Hazan, 1994). Sus visiones de 
sí mismos y de los demás son positivas, su sentimiento de la propia valía es mayor, son menos sensibles 
al rechazo, valoran a los demás y no se sienten incómodos dependiendo de ellos. 
En el estudio de Tidwell, Reis y Shaver (1996), los participantes (estudiantes universitarios) escribían 
diarios detallados de sus interacciones sociales durante una semana. Los de estilo seguro mostraban 
mayores niveles de intimidad y gozo. 
Estilo evitador (temeroso)
Las personas con este estilo muestran niveles más bajos de afecto positivo y más elevados de afecto 
negativo, especialmente en sus relaciones con personas del otro sexo; tienden a tener creencias pesi-
mistas sobre el amor y creen que éste dura poco. 
En el estudio de Tidwell y cols. (1996), los participantes de estilo evitador mostraban menores niveles 
de intimidad y disfrute. 
Estilo preocupado
Las personas con este estilo suelen tener más altibajos emocionales en sus relaciones que los individuos 
con otros estilos de apego; se enamoran y desenamoran con facilidad y son proclives a los celos. 
En el estudio de Tidwell y cols. (1996), los participantes de estilo preocupado eran los más inestables 
y con mayores altibajos.
Un aspecto de especial interés para los investigadores durante los últimos años ha sido el 
de la calidad de la comunicación emocional, tanto consciente como inconsciente, que podría 
incluirse dentro del tópico más amplio de inteligencia emocional. 
La inteligencia emocional 
Aquí se adopta, entre las muchas definiciones existentes, una reciente de Mayer, Salovey y Caru-
so (2002). Según estos autores, la inteligencia emocional es la capacidad para percibir emociones, 
para utilizarlas en la mejora del pensamiento, y para comprender y manejar emociones. 
Las investigaciones han mostrado claramente que cuanto más capaces son los miembros 
de una pareja de percibir, identificar adecuadamente, regular y expresar las emociones, más 
felices son esas relaciones. Así, la habilidad para inferir correctamente los sentimientos y pen-
samientos de la otra persona y para responder de manera acorde, ha aparecido en la base de 
conductas que mejoran las relaciones: acomodación, apoyo social, intimidad, comunicación 
efectiva y resolución de problemas (Bissonnette, Rusbult y Kilpatrick, 1997; Ickes y Simpson, 
1997). En la investigación de Lopes y colaboradores (2004) aparecía una relación positiva entre 
la capacidad para manejar las emociones (una dimensión de la inteligencia emocional) y la 
calidad de las interacciones sociales, tanto con amigos como con personas del otro sexo. 
Pero es la serie de estudios de Schutte y colaboradores (2001) la que ha explorado este 
asunto de manera más sistemática. Véase el Cuadro 13.7.
Cuadro : El papel de la inteligencia emocional en las relaciones.
Estudios 1-5
A mayor inteligencia emocional de los participantes:
• Mayor empatía (capacidad para ponerse en el lugar de los demás).
• Mayor capacidad:
• Para comprender las emociones y conductas de los demás.
• Para entender los contextos o situaciones.
• Para regular la propia conducta en función de las conocimientos anteriores (estos tres aspectos
caen bajo la categoría genérica de self-monitoring o autoobservación).
• Mayores habilidades sociales.
• Mayor número de respuestas cooperativas hacia sus compañeros de tarea.
• Mayor intimidad en sus relaciones y mayor satisfacción con ellas.
Estudio 6
• Quienes clasificaban a su cónyuge matrimonial como con alta inteligencia emocional evaluaban su
matrimonio de manera más positiva. 
Estudio 7
• Quienes describían a su pareja con alta inteligencia emocional anticipaban que la relación sería más
satisfactoria.
Interdependencia 
Una última característica clave de las relaciones interpersonales íntimas es la interdependen-
cia. Toda relación implica, en mayor o menor grado, realizar actividades comunes y tener 
objetivos e intereses compartidos (desde pagar una hipoteca hasta educar a los hijos) que, en 
definitiva, lo que hacen es incrementar la dependencia mutua. Recuérdese que en muchas 
partes del mundo esta característica es la que define a los matrimonios y no la emoción intensa 
(inexistente al menos en los primeros momentos), la auto-revelación o la intimidad.
Según la Teoría de la interdependencia (Kelley y Thibaut, 1978; Kelley, 1979), la conducta 
de una persona en una relación dependerá no sólo de las opciones que se abran ante ella de 
manera individual, sino de la configuración de los resultados posibles tanto para esa persona 
como para la otra persona de la relación. La cuestión no es tanto lo que la persona puede 
obtener de la relación para ella misma como lo que pueden obtener las dos de la relación en la 
que están implicadas.
Este interés común de las dos personas, de carácter más general que el interés puramente 
individual de cada una de ellas, aparece representado en lo que los autores denominan la ma-
triz real. En ella se puede reflejar también el resultado de ciertas transformaciones ocurridas 
en las personas que componen la relación como consecuencia de esta. Es lo que sucede cuando 
el “nosotros” reemplaza a los “yo” particulares. Berscheid y Reis (1998) ilustran esta idea con la 
respuesta de un conocido actor de Hollywood al que preguntaban si estaba celoso por el éxito 
profesional como actriz de su mujer: “Vd. no lo comprende —fue su respuesta al periodista—, 
los sueños de ella son ahora mis sueños”. 
Clark y Mills (1979) señalan que en la mayoría de las relaciones íntimas esta matriz real ha 
sufrido una transformación en virtud de la regla comunal, según la cual los beneficios depen-
den de las necesidades y no de la regla “esto por aquello”. Rusbult, Verette, Whitney, Slovik y 
Lipkus (1991) señalan, por su parte, que la fortaleza y calidad de las relaciones mejora cuando 
los miembros de la pareja se apartan de la obtención de su interés inmediato, y citan como 
ejemplo ilustrativo el hecho de responder de manera constructiva a la conducta destructiva de 
la otra persona.
Según la Teoría de la interdependencia (Kelley y Thibaut, 1978; Kelley, 1979), el juicio sobre 
lo beneficioso que resulta o puede resultar una relación depende de las comparaciones que las 
personas efectúan, para lo cual utilizan dos criterios, el NC (Nivel de Comparación) y el NC
alt
(Nivel de Comparación de Alternativas). Véase el Cuadro 13.8.
Cuadro : El NC y el NCalt .
El NC o nivel de comparación El NCalt o nivel de comparación de alternativas
Se refiere a la calidad de los resultados que una 
persona cree que puede obtener, o que merece, 
de la relación.
Es un índice de lo atractiva que la persona juzga 
una relación. Sólo las relaciones que superen el 
NC van a ser consideradas beneficiosas.
Se basa en las experiencias pasadas. Cambia con 
el tiempo, en función de las experiencias a las 
que esté expuesta la persona.
Define el nivel de resultados más bajo que una 
persona aceptará a la vista de las alternativas 
que cree que tiene, incluyendo aquí no sólo otras 
relaciones posibles, sino también, vivir sola.
Es el factor determinante de la decisión de la 
persona de entrar o mantenerse en una relación. 
Una relación con NC bajo puede ser, sin embargo, 
la mejor evaluada por una persona si no tiene a 
mano otras alternativas más atractivas.
Precisamente, una de las principales contribuciones de esta teoría ha sido la diferencia-
ción entre satisfacción y estabilidad en la relación. Así, aunque muchas personas, y también 
investigadores, tienden a asumir que la satisfacción lleva a la estabilidad y la insatisfacción a 
la ruptura de la relación, la teoría contribuye a interpretar un resultado que vemos cotidia-
namente: hay personas que se mantienen en relaciones que le son claramente insatisfacto-
rias (quizás porque no contemplan alternativas mejores), mientras quehay relaciones muy 
satisfactorias que de pronto dejan de serlo (quizás porque de pronto aparecen alternativas 
evaluadas más positivamente que antes no existían). 
Teoría de la equidad 
Constituye una versión de la Teoría del intercambio social que se ha aplicado con cierto éxito 
a las relaciones interpersonales (véase Hatfield y Traupmann, 1980). Postula que las personas 
comparan sus costes y beneficios en una relación con los de la otra persona. Si están equilibra-
dos, es decir, si los costes son proporcionales a los beneficios, la relación produce satisfacción 
y, en consecuencia, tiene estabilidad. En cambio, el desequilibrio es desagradable y pone en 
marcha ciertas fuerzas psicológicas consistentes bien en cambiar las inversiones (lo que la per-
sona aporta a la relación) o los beneficios (lo que obtiene de ella), o sencillamente en dejarla. 
Es importante señalar que el desequilibrio se produce tanto cuando una persona cree que está 
dando más a la relación que la otra (costes mayores que beneficios), como cuando cree que 
está dando menos (costes menores que beneficios). En el primer caso se sentirá explotado, en 
el segundo, culpable. 
Varias investigaciones han mostrado que cuando las relaciones son equitativas, es decir, es-
tán equilibradas, su éxito es más probable (Berscheid y Walster, 1978; Buunk y VanYperen, 1991; 
Davidson, 1984). Prins, Buunk y VanYperen (1993) encontraron en una investigación que las 
mujeres, pero no los hombres, implicadas en relaciones no equitativas, tanto infracompensadas, 
por recibir de la relación unos beneficios inferiores a sus costes, como sobrecompensadas, por 
recibir beneficios superiores a sus costes, tendían a adoptar formas extremas de restauración de 
la equidad, como el deseo —o la realidad— de tener relaciones extramatrimoniales. 
No obstante, otros resultados no confirman la relación entre equidad, calidad y estabilidad 
de la relación (Lujansky y Mikula, 1983). Hay, además, varias razones que aconsejan restar 
importancia a la equidad en las relaciones de pareja (Buunk, 1998):
• Las relaciones de pareja son más comunales que de intercambio. En otras palabras, en ellas
las personas intentan responder a las necesidades de la otra persona y no se preocupan tan-
to de obtener reciprocidad. Una fuerte tendencia de un miembro de la pareja a actuar con
reciprocidad se suele interpretar como señal de falta de interés en una relación romántica.
• El nivel de recompensas parece ser mejor predictor de la satisfacción que la justicia o la
igualdad: es más importante sentir que nuestra pareja nos proporciona amor, informa-
ción, estatus, satisfacción sexual, que percibir una perfecta equidad en el intercambio de
recompensas.
• Un determinante importante de la satisfacción son las comparaciones que las personas
realizan con otras personas o grupos. Así, quienes creen que la proporción costes-bene-
ficios de su relación es mejor que las existentes en las relaciones de otras personas de su
mismo sexo comparables, suelen experimentar niveles más altos de satisfacción (Buunk y
Van Yperen, 1991).
Y no sólo la comparación influye en la satisfacción. También la satisfacción influye en
el tipo de comparación que realizamos. Por ejemplo, Buunk, Collins, Van Yperen, Taylor y 
Dakoff (1990) encontraron que los matrimonios infelices tendían a interpretar tanto las com-
paraciones “hacia arriba” (con otras parejas a las que les iba mejor) como las comparaciones 
“hacia abajo” (con parejas a las que les iba peor) de forma mucho más negativa que las parejas 
felices: cuando se comparaban hacia arriba sentían envidia y cuando se comparaban hacia 
abajo tenían miedo de que les ocurriera lo mismo. 
Satisfacción y estabilidad en las relaciones de pareja
Quizás la pregunta que más se ha formulado en el estudio de las relaciones interpersonales es 
por qué unas relaciones duran y otras se rompen. La respuesta no es sencilla. Como ya hemos 
indicado, con frecuencia, el sentido común —y muchos investigadores también— tienden a 
equiparar satisfacción con estabilidad: la persona dejará la relación cuando esté insatisfecho 
con ella. Esta creencia, además de reflejar una visión de las relaciones eminentemente indi-
vidualista y voluntarista (esto es, cada uno mantiene las relaciones que quiere), es falsa. Sin 
embargo, resulta difícil separar las investigaciones y teorías que tratan sobre la satisfacción de 
aquellas que han estudiado la estabilidad, por lo que no haremos en este apartado esa distin-
ción. No obstante, recordamos al lector la conveniencia de separar estos dos fenómenos, como 
la Teoría del intercambio hizo: las relaciones felices no siempre son estables y las relaciones 
estables no siempre son felices (Rusbult y Buunk, 1993). 
También queremos señalar que las características ya mencionadas como propias de una 
relación íntima y cercana (intimidad, auto-revelación, compromiso, cuidado, confianza, entre 
otras), son las que favorecen la duración de una relación. No obstante, aquí se prestará aten-
ción a ciertas cuestiones que se han abordado en algunas teorías de manera específica, sobre 
todo aquellas relacionadas con el proceso de ruptura, así como a otros factores que favorecen 
esta ruptura y que no se han mencionado hasta el momento.
Enfoques teóricos
Algunas teorías posteriores a la Teoría de la interdependencia elaboraron con mayor profun-
didad las cuestiones de la satisfacción y estabilidad en las relaciones.

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