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Relaciones interpersonales íntimas 363 Yela (2000) señala la existencia de mitos, o creencias ampliamente extendidas en nuestra cultura occidental, sobre las relaciones amorosas. Postula que estos mitos influyen poderosa- mente en el comportamiento amoroso de las personas, a pesar de que en su opinión algunos son absurdos, otros falsos, otros imposibles y todos problemáticos. El Cuadro 13.3 presenta algunos de estos mitos. Cuadro 13.3: Algunos de los mitos más extendidos sobre las relaciones amorosas. Exclusividad El amor romántico sólo puede sentirse por una única persona al mismo tiempo. Omnipotencia El amor “lo puede todo”. Perdurabilidad El enamoramiento puede durar siempre. Media naranja Siempre se elige la pareja predestinada. Celos Los celos son un indicador de verdadero amor. Matrimonio o convivencia El amor romántico-pasional debe conducir a la convivencia (o matrimonio). Fidelidad Todos los deseos pasionales, románticos o eróticos, deben satisfacerse exclusivamente con una única persona. Fuente: Yela ( 2000, pp. 71-72). La Teoría del apego: modelos de funcionamiento interno La Teoría del apego, propuesta por Bowlby (1969/1982), parte del supuesto de que los seres hu- manos poseemos un sistema conductual-motivacional que emerge en la infancia con el fin de protegernos a través del desarrollo evolutivo. Este sistema, compartido con otros primates, se desarrolla a partir de las relaciones con las personas que cuidan del niño desde su nacimiento. Según esta teoría, las experiencias tempranas de apego desempeñan un papel crucial. Ellas se encargan de suministrar la base emocional segura a la persona y, de esta forma, moldean los sentimientos de valía y confianza interpersonal (Bowlby, 1973, 1980). Por eso: • Las experiencias infantiles en las que se reciben respuestas y apoyo cuando se necesita, y un cuidado suministrado de manera consistente, proporcionan a los niños y niñas sentimien- tos de autovalía y comodidad al depender de los demás. • En cambio, las experiencias infantiles de cuidado abusivas, inconsistentes (unas veces el adulto atiende al niño, pero otras lo ignora) o de dejadez, por el contrario, generan estilos de apego negativos o disfuncionales. Los pensamientos y sentimientos suscitados en nosotros según el estilo de apego con el que nos hayan criado cristalizan en modelos de funcionamiento interno, integrados básicamente por dos esquemas complementarios: • Primer esquema: se refiere a uno mismo; son las creencias concernientes a si uno merece o no amor y cuidado. • Segundo esquema: se refiere a la figura de apego; son las expectativas del infante sobre si la persona que lo cuida estará accesible y será sensible a sus necesidades. Estos modelos de funcionamiento interno suelen ser bastante estables a lo largo de la vida (Bowlby, 1988) y aparecen en relaciones e interacciones bastante diferentes (Schmitt y cols., 2004): padres-hijos, amistad, relaciones entre iguales, profesor-estudiante, teapeuta-paciente y, especialmente, para el caso que nos ocupa, en las relaciones románticas adultas. Existen cuatro categorías básicas o estilos de apego romántico. Son el resultado de combi- nar una visión positiva o negativa de uno mismo y de los demás. Véase la Figura 13.2. Figura : Las cuatro categorías básicas (o estilos) de apego romántico. El estilo de apego seguro se da en las personas que tienen un modelo positivo tanto de sí mismas como de los demás, creen que merecen el amor de los demás y piensan que también los otros aceptarán y responderán a sus expresiones de amor. Items representativos de este estilo serían: • Es fácil para mí sentirme emocionalmente cercano a los demás. • Me siento cómodo dependiendo de otras personas y teniendo a otras personas que depen- dan de mí. • No me preocupa estar solo o que haya personas que no me acepten. El estilo separado lo muestran las personas con un modelo positivo de sí mismos y negativo de los demás. Suelen ser personas con alta autoestima, pero que tienden a protegerse de tener relaciones amorosas insatisfactorias, por lo que evitan las relaciones en general y mantienen cierto sentido de independencia. Items representativos: • Me siento cómodo sin tener relaciones emocionales estrechas. • Es muy importante para mí sentirme independiente y autosuficiente y prefiero no depen- der de otras personas ni que ellas dependan de mí. El estilo preocupado es propio de las personas con un modelo negativo de sí mismos, pero positivo de los demás. Intentan aceptarse a sí mismos consiguiendo el afecto de los otros, especialmente si se trata de personas a las que valoran. Items representativos: • Quisiera tener una total intimidad emocional con otras personas, pero siento que los de- más son reacios a mostrarse tan cercanos como yo querría. • Me siento incómodo sin tener una relación íntima, pero a veces me preocupa que los demás no me valoren tanto como yo los valoro a ellos. El estilo temeroso es característico de las personas con un modelo negativo tanto de sí mis- mos como de los demás. Tienden a evitar las relaciones, pues consideran que no merecen el cariño de los demás, los ven como inaccesibles y temen su rechazo: • Me siento incómodo cuando tengo una relación estrecha con alguien. • Me gustan emocionalmente las relaciones cercanas, pero encuentro difícil confiar en los demás completamente, o depender de ellos. • Me preocupa que yo pueda resultar herido si me permito establecer relaciones demasiado estrechas con otras personas. El mejor modelo de apego es el seguro. La mayoría de las personas estudiadas (en torno al 70%) caen dentro de este tipo (Baldwin y Fehr, 1995). Según Van Ijzendoorn y Sagi (1999) esta forma segura de apego sería la norma en nuestra especie y, por tanto, sería el estilo de relación romántica más frecuente en cualquier cultura humana. Schmitt y cols. (2004) realizaron un estudio en el que participaron casi 18.000 personas procedentes de 62 regiones culturales diferentes y encontraron que el estilo seguro era el predominante en el 79% de las culturas estudiadas, siendo el estilo preocupado prevalente en culturas del Este Asiático (Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur y Japón). Atribuciones en las relaciones Las atribuciones, esto es, las explicaciones que damos acerca de por qué ocurren los hechos, tanto los que nos ocurren a nosotros como los que les ocurren a los demás, están bastante relacionadas con las relaciones interpersonales, sobre todo con las conductas de las personas implicadas y con la satisfacción que la relación produce. En lo que concierne a las conductas, Bradbury y Fincham (1992), en su estudio sobre pare- jas con problemas encontraron lo siguiente: • Cuanto mayor era la intencionalidad atribuida a la pareja en el problema, más conductas negativas presentaban. • Las atribuciones de responsabilidad iban asociadas: • A una menor efectividad en la conducta de solución de problemas, en el caso de las mujeres (“...si uno cree que el otro tiene la culpa del problema hará poco para solucionarlo..”). • A un incremento en la cantidad de conductas negativas, en el caso de los varones (“...si uno cree que el otro tiene la culpa del problema, se enfada aún más con ella, grita, insulta...”). Rusbult, Yovetich y Verette (1996) denominan acomodación al proceso consistente en atri- buir las conductas negativas de la pareja a factores efímeros o externos, quitándole importancia a la conducta negativa y reaccionando de manera constructiva, lo cual favorece la relación. Respecto a la satisfacción con la relación, una síntesis razonable de lo encontrado en nume- rosas investigaciones (Expósito y Moya, 2005) diría que existe una clara relación entre el tipo de atribuciones que los miembros de la pareja realizan y el grado de satisfacción matrimonial. En el caso de matrimonios con problemas, cuando se trata de hechos negativos (por ejemplo, “mi marido se queja de la comida”), predominan • Las atribuciones internas (esto es, localizadas enla persona: “es un desconsiderado” —sobre las atribuciones externas: “está estresado por el trabajo”), • Las atribuciones globales, es decir, aplicables a muchas esferas de la relación (“nunca piensa en mí”). • Las atribuciones estables (“nunca cambiará”). Dicho de otra manera, los miembros de la pareja no ven que los problemas de la relación tengan solución. En cambio, cuando se trata de conductas positivas, los miembros de pare- jas con problemas tienden a realizar atribuciones que minimizan el impacto de la conducta positiva de la otra persona: externas, inestables, y relacionadas sólo con aspectos específicos —no globales— de las relaciones (por ejemplo, "me trae f lores sólo porque quiere mantener relaciones sexuales"). Memoria de las relaciones Otro proceso cognitivo importante relacionado con el desarrollo y mantenimiento de las re- laciones tiene que ver con el recuerdo y la memoria. Lo que recordamos de nuestras relaciones pasadas, incluso de las actuales, no es un reflejo fidedigno de lo que ocurrió, sino que consiste más bien en un proceso activo, una reconstrucción en la que influyen nuestras teorías implíci- tas sobre la estabilidad de los hechos, así como el conocimiento presente. Según Ross y McFarland (1988), por lo que respecta a la relación entre pasado y presente, las personas tenemos dos tipos de teorías básicas: • Teoría de que apenas hay cambios, por ejemplo, la gente cree que características como la inteligencia o la timidez suelen mantenerse estables a lo largo del tiempo. • Teoría que mantiene que las cosas cambian, por ejemplo, que cuando una persona se esfuer- za y trabaja duro por conseguir algo, suele conseguir lo que se propone. Las personas diferimos en el grado en que creemos en cada una de estas dos teorías, y esto influye en nuestros recuerdos del pasado. Por eso: • Las personas que creen más en la consistencia suelen exagerar el parecido entre su situación pasada y presente. • Las personas que creen en el cambio, exageran las diferencias que hay entre, por ejemplo, el inicio de su relación y el momento actual (Ross, 1989). De forma más concreta, en su análisis de la influencia del conocimiento presente sobre el recuerdo, McFarland y Ross (1987) compararon la evaluación inicial que los miembros de la pareja hacían de la relación con el recuerdo que se tenía de ella dos meses después. Encontraron que entre las personas cuyas impresiones se habían ido haciendo más favorables, el recuerdo era (erróneamente) que en sus inicios también la impresión era muy favorable, mientras que para quienes la impresión a los dos meses era más negativa decían recordar (también errónea- mente) que en sus inicios era negativa. En general, los procesos de memoria —y otros procesos cognitivos- pueden verse como mecanismos de los que disponen las personas para dar sentido a su vida y, en el caso que nos ocupa, a sus relaciones. La expresión dar sentido no hace referencia sólo a que tenga lógica y coherencia lo que nos ocurre (por ejemplo, un divorcio), sino también —y sobre todo— a que importantes funciones psicológicas (mantenimiento de nuestra autoestima, sentimiento de control sobre lo que nos sucede, y otros similares) nos permitan un desenvolvimiento adecua- do en nuestra vida. Y para ello, junto a nuestros esquemas cognitivos personales sobre las relaciones, son impor- tantes también las creencias culturalmente compartidas. Por ejemplo, Holmberg y Veroff (1996) pidieron a los miembros de matrimonios que redactaran la historia de su noviazgo y matrimonio uno y tres años después de que éste tuviera lugar. Encontraron que a los tres años la narración había cambiado, y que este cambio reflejaba tanto las creencias personales sobre este tipo de acontecimientos como sus creencias culturales sobre los roles de hombres y de mujeres. En este sentido puede interpretarse un resultado ampliamente encontrado, y que tiene que ver con el optimismo en las creencias sobre las propias relaciones. Véase el Cuadro 13.4. Cuadro : Optimismo vs. exactitud en las creencias sobre las relaciones. Optimismo Exactitud Las personas creen que tanto la calidad de sus relaciones como el futuro de éstas es mejor que la calidad y el futuro de las relaciones de los demás (Buunk y Van Yperen, 1991; Van Lange y Rusbult, 1995). Las personas creen que sus relaciones son mejores de lo que la realidad sugiere (Murray y Holmes, 1997; Murray, Holmes y Griffin, 1996a, 1996b). El optimismo en las creencias sobre las relacio- nes facilita el compromiso y la satisfacción con la relación (Rusbult y cols., 1996). La construcción de imágenes idealizadas de nuestra pareja facilita los sentimientos de con- fianza y compromiso ante las adversidades y hace que desarrollemos estrategias más constructivas para la resolución de conflictos. La exactitud en la percepción de la relación no está reñida con el optimismo. Exactitud y opti- mismo se pueden dar al mismo tiempo, si bien en aspectos diferentes. Una percepción exacta es necesaria a la hora de tomar decisiones importantes, por ejemplo, irse a vivir o a estudiar a otra ciudad. En caso contrario, se corre el riesgo de que la relación fracase. Ahora bien, una vez tomada la decisión, cuando lo que hay que hacer es decidir cómo concretar esas decisiones o conseguir esas metas, por ejemplo, la pareja puede decidir mandarse correos elec- trónicos todos los días, o estar juntos en vaca- ciones, es mejor ser optimista que exacto, ya que se trata de decisiones en las que uno tiene que “sentirse bien” y no estar todo el día angustiado con la decisión tomada (Gagné y Lydon, 2004). Mediante los mismos mecanismos que acabamos de comentar las personas intentamos salir lo mejor parados posible cuando se trata de un fracaso o ruptura de la relación: rein- terpretamos lo que nos pasaba para que lo que ha ocurrido tenga sentido y, si eso ayuda, redefinimos a nuestra antigua pareja en términos más negativos (Vaughan, 1990). La naturaleza de las relaciones íntimas o cercanas En el título del apartado hemos utilizado los adjetivos íntimo y cercano, considerándolos como sinónimos, aunque más adelante mostraremos que no significan exactamente lo mismo. Si el lector se da cuenta, hasta ahora hemos hablado con naturalidad de lo que hemos denominado relaciones íntimas o cercanas, suponiendo que el lector sabe a lo que nos estamos refiriendo, pero en ningún momento nos hemos detenido a precisar cuál es la esencia de estas relaciones. Desde luego, lo que desde un punto de vista psicosocial no se admite es que se tienda a suponer que el hecho formal de contraer matrimonio (civil o religioso), o dar el paso hacia la convivencia, es lo que hace a una relación íntima. Pero tampoco es fácil definir qué es lo que hace a una relación intensa, de calidad, íntima. En este apartado intentaremos hacerlo. Según Burgess y Huston (1979) cuando se comparan las relaciones íntimas con otras más superficiales, las primeras se caracterizan por interacciones durante largos periodos de tiempo y en escenarios diversos, la existencia de metas y planes comunes, emociones y sentimien- tos compartidos, sentimientos de confianza, atracción y compromiso con la otra persona y reconocimiento de la singularidad de la relación. Nosotros hemos agrupado en cuatro las características más importantes que se han señalado como propias de las relaciones íntimas: auto-revelación, intimidad, intensidad emocional e interdependencia. Los diferentes autores y teorías han puesto el énfasis en alguna de estas características, pero todas ellas podemos decir que, en mayor o menor grado, hacen a una relación íntima. Autorrevelación Según la Teoría de la Penetración Social de Altman y Taylor (1973), una relación se desarrolla conforme sus integrantes van intercambiado información sobre sí mismos, al principio de aspectos más superficiales y, poco a poco, de aspectos más personales y privados. Una relación estará tanto más desarrollada cuanto mayor sea el númerode aspectos (amplitud) que abar- ca, y cuanto más profunda sea, la auto-revelación. También es importante tener en cuenta sobre los aspectos que trata la información revelada. Serán mucho más positivos los efectos para la relación cuando se revelan sentimientos y emociones que cuando se revelan hechos. Igualmente, serán más positivos cuando se revelan aspectos profundos y centrales a la propia identidad que aspectos superficiales y triviales. Collins y Miller (1994), en su revisión de numerosos estudios realizados sobre esta cues- tión, encontraron que: • Las personas que revelan aspectos íntimos de sí mismos tienden a caer mejor a la gente que quienes se revelan menos. • Las personas se auto-revelan más a las personas que inicialmente le resultan atractivas. • Las personas le resultan más atractivas aquellas a quienes previamente han revelado aspec- tos de sí mismas. Según Collins y Miller estos resultados podrían explicarse porque cuando uno revela aspectos de sí mismo a alguien es señal de que confía en esa persona, cree que responde- rá apropiadamente, valora sus opiniones y respuestas y muestra interés por conocer estas opiniones y respuestas y que la otra persona conozca las suyas. La auto-revelación suele, no obstante, ser algo relativamente esporádico y aislado en las relaciones de manera que, incluso en aquellas en las que hay bastante intimidad, la mayoría de las conversaciones cotidianas no tratan sobre aspectos personales y profundos. En cualquier caso, no conviene olvidar que la auto-revelación puede servir a muchos más objetivos que al incremento del conocimiento: descargar la tensión, suscitar en la otra persona compasión, demandar consejo, extraer información, mejorar la relación e, incluso, puede servir para finalizar una relación. Esto es, la auto-revelación, aunque a veces es un proceso espontáneo, en otras muchas ocasiones consiste en un proceso deliberado con el que se persi- guen ciertos objetivos (Omarzu, 2000). Los niveles de auto-revelación dependen de las personas individuales concretas, ya que hay personas más reservadas que otras, y también de la propia relación. Junto a las características de personalidad individuales, han aparecido claras diferencias de género. Así, se ha comprobado que los hombres revelan menos aspectos de sí mismos que las mujeres, especialmente cuando tratan con otros hombres (Dindia y Allen, 1992). Estos resultados pueden reflejar la mayor tendencia por parte de las mujeres a basar la intimidad de una relación en la comunicación verbal, mientras que los hombres pueden basar la cercanía en compartir actividades y expe- riencias (Berscheid y Reis, 1998). Además, las presiones sociales favorecen que las relaciones entre hombres sean competitivas y de desafío, lo cual no favorece precisamente que se revelen las propias debilidades ni mostrarse vulnerable. En lo que concierne a cómo las características de la relación pueden inf luir en la auto- revelación, incluso más que las características personales, hay que señalar el papel de la reciprocidad (Miller y Kenny, 1986). Cuadro : El papel de la reciprocidad en el proceso de auto-revelación. Reciprocidad y auto-revelación Cuando un miembro de la pareja revela aspectos de sí mismo, es probable que el otro miembro responda igual. Además, cuando uno de los dos miembros se aparta de la reciprocidad, bien por exceso, bien por defecto, se produce cierto malestar. Complejidad de la reciprocidad La reciprocidad encierra numerosos matices que la hacen compleja y mediatizan su impacto: • La falta de reciprocidad puede ser utilizada como una señal lanzada a quien se auto-revela indicándole que no se desea seguir profundizando en la relación. • Si la auto-revelación es percibida como manipuladora o inapropiada, es improbable que produzca reciprocidad. • Niveles habitualmente altos de auto-revelaciones, especialmente cuando lo que se revelan son proble- mas personales, suelen producir cierta incomodidad y evitación por parte de los demás. • Niveles indiscriminadamente elevados de auto-revelaciones a múltiples parejas, que de esta manera violan la creencia sobre la privacidad y peculiaridad de una relación, tampoco provocan reciprocidad. • En las relaciones duraderas de tipo comunal, los miembros de la relación suelen esperar que la recipro- cidad se dé a lo largo del tiempo, no de manera inmediata; esto es, si un miembro de la pareja realiza conductas de auto-revelación, espera que el otro lo haga a lo largo de la relación, no necesariamente en ese mismo momento. Intimidad Aunque el término intimidad suele utilizarse como sinónimo de cercanía, afecto compar- tido, auto-revelación de sentimientos y pensamientos, comunicación no verbal y relaciones sexuales, una concepción más precisa la concibe como la percepción mutua de tres cuestiones: comprensión o entendimiento, respaldo y cuidado (Reis y Patrick, 1996). Según estos auto- res, la intimidad está muy relacionada con la auto-revelación, tanto verbal como no verbal, y, de hecho, la conciben como una consecuencia de este proceso. También consideran a la intimidad diferente de la cercanía, que simplemente implica niveles elevados de contacto e interdependencia conductual. • Comprensión: es la primera característica, según Reis y Patrick, de la intimidad. Swann, De la Ronde y Hixon (1994) encontraron, por ejemplo, que en el caso de parejas casadas, la congruencia entre las auto-percepciones y la visión que tenía el otro miembro de la pareja estaba asociada con la intimidad; en cambio, cuando se trataba de parejas que iniciaban una relación, más que la congruencia de esas dos visiones, lo que estaba relacionado con la intimidad era la visión idealizada de la otra persona. • Respaldo o validación: es la segunda característica. Consiste en que las personas en la rela- ción muestran respeto por las cualidades y puntos de vista de la otra persona. • Cuidado: el sentirse cuidado y protegido, como la Teoría del apego ha mostrado, es vital para el sentimiento de seguridad que caracteriza a cualquier relación de calidad. Emoción Según Lazarus (1994), la mayoría de las emociones implican a dos personas que experimentan una relación interpersonal transitoria o estable. Aunque las interacciones breves y poco profun- das también pueden estar cargadas de emoción, en este apartado nos centraremos en cómo las emociones son una de las características fundamentales de las relaciones cercanas o íntimas. Son tres, en concreto, las facetas que se han señalado al considerar las emociones en las relaciones: • Las relaciones son una fuente frecuente de emociones positivas (felicidad, seguridad, au- toestima, entre otras). • Las relaciones —y su ausencia— también son una fuente frecuente de emociones negativas (tristeza, celos, envidia, odio, y similares). • Las relaciones ayudan a regular las emociones suscitadas por otras fuentes —como enfer- medades, desempleo, y otros sucesos vitales estresantes. Muchos de estos aspectos emocionales han sido tratados tanto en este capítulo como en el anterior cuando hablamos, por ejemplo, de los beneficios de las relaciones o de la importancia del apoyo social. Por esa razón, seguidamente sólo comentaremos algunos aspectos emocio- nales de las relaciones que no han sido mencionados hasta ahora. Según la Teoría del apego, comentada con anterioridad, los modelos de funcionamiento interno influyen considerablemente en cómo las personas piensan y, sobre todo sienten, en sus relaciones románticas (Feeney y Noller, 1990; Feeney, 1999). También han aparecido estos modelos asociados a determinados patrones de conflicto en las relaciones románticas adultas (Simpson, 1990), satisfacción y armonía en la relación (Brennan y Shaver, 1995; Collins y Read, 1990), así como a la duración de las relaciones románticas (Hazan y Zeifman, 1999; Kirkpa- trick y Davis, 1994). Véase el Cuadro 13.6. Cuadro : Emociones en las relaciones románticas en función del tipo de apego. Estilo seguro Las personascon este estilo tienden a experimentar menos conflictos, más satisfacción, mayor estabi- lidad y duración en sus relaciones románticas (Belsky, 1999; Kirkpatrick y Hazan, 1994). Sus visiones de sí mismos y de los demás son positivas, su sentimiento de la propia valía es mayor, son menos sensibles al rechazo, valoran a los demás y no se sienten incómodos dependiendo de ellos. En el estudio de Tidwell, Reis y Shaver (1996), los participantes (estudiantes universitarios) escribían diarios detallados de sus interacciones sociales durante una semana. Los de estilo seguro mostraban mayores niveles de intimidad y gozo. Estilo evitador (temeroso) Las personas con este estilo muestran niveles más bajos de afecto positivo y más elevados de afecto negativo, especialmente en sus relaciones con personas del otro sexo; tienden a tener creencias pesi- mistas sobre el amor y creen que éste dura poco. En el estudio de Tidwell y cols. (1996), los participantes de estilo evitador mostraban menores niveles de intimidad y disfrute. Estilo preocupado Las personas con este estilo suelen tener más altibajos emocionales en sus relaciones que los individuos con otros estilos de apego; se enamoran y desenamoran con facilidad y son proclives a los celos. En el estudio de Tidwell y cols. (1996), los participantes de estilo preocupado eran los más inestables y con mayores altibajos. Un aspecto de especial interés para los investigadores durante los últimos años ha sido el de la calidad de la comunicación emocional, tanto consciente como inconsciente, que podría incluirse dentro del tópico más amplio de inteligencia emocional. La inteligencia emocional Aquí se adopta, entre las muchas definiciones existentes, una reciente de Mayer, Salovey y Caru- so (2002). Según estos autores, la inteligencia emocional es la capacidad para percibir emociones, para utilizarlas en la mejora del pensamiento, y para comprender y manejar emociones. Las investigaciones han mostrado claramente que cuanto más capaces son los miembros de una pareja de percibir, identificar adecuadamente, regular y expresar las emociones, más felices son esas relaciones. Así, la habilidad para inferir correctamente los sentimientos y pen- samientos de la otra persona y para responder de manera acorde, ha aparecido en la base de conductas que mejoran las relaciones: acomodación, apoyo social, intimidad, comunicación efectiva y resolución de problemas (Bissonnette, Rusbult y Kilpatrick, 1997; Ickes y Simpson, 1997). En la investigación de Lopes y colaboradores (2004) aparecía una relación positiva entre la capacidad para manejar las emociones (una dimensión de la inteligencia emocional) y la calidad de las interacciones sociales, tanto con amigos como con personas del otro sexo. Pero es la serie de estudios de Schutte y colaboradores (2001) la que ha explorado este asunto de manera más sistemática. Véase el Cuadro 13.7. Cuadro : El papel de la inteligencia emocional en las relaciones. Estudios 1-5 A mayor inteligencia emocional de los participantes: • Mayor empatía (capacidad para ponerse en el lugar de los demás). • Mayor capacidad: • Para comprender las emociones y conductas de los demás. • Para entender los contextos o situaciones. • Para regular la propia conducta en función de las conocimientos anteriores (estos tres aspectos caen bajo la categoría genérica de self-monitoring o autoobservación). • Mayores habilidades sociales. • Mayor número de respuestas cooperativas hacia sus compañeros de tarea. • Mayor intimidad en sus relaciones y mayor satisfacción con ellas. Estudio 6 • Quienes clasificaban a su cónyuge matrimonial como con alta inteligencia emocional evaluaban su matrimonio de manera más positiva. Estudio 7 • Quienes describían a su pareja con alta inteligencia emocional anticipaban que la relación sería más satisfactoria. Interdependencia Una última característica clave de las relaciones interpersonales íntimas es la interdependen- cia. Toda relación implica, en mayor o menor grado, realizar actividades comunes y tener objetivos e intereses compartidos (desde pagar una hipoteca hasta educar a los hijos) que, en definitiva, lo que hacen es incrementar la dependencia mutua. Recuérdese que en muchas partes del mundo esta característica es la que define a los matrimonios y no la emoción intensa (inexistente al menos en los primeros momentos), la auto-revelación o la intimidad. Según la Teoría de la interdependencia (Kelley y Thibaut, 1978; Kelley, 1979), la conducta de una persona en una relación dependerá no sólo de las opciones que se abran ante ella de manera individual, sino de la configuración de los resultados posibles tanto para esa persona como para la otra persona de la relación. La cuestión no es tanto lo que la persona puede obtener de la relación para ella misma como lo que pueden obtener las dos de la relación en la que están implicadas. Este interés común de las dos personas, de carácter más general que el interés puramente individual de cada una de ellas, aparece representado en lo que los autores denominan la ma- triz real. En ella se puede reflejar también el resultado de ciertas transformaciones ocurridas en las personas que componen la relación como consecuencia de esta. Es lo que sucede cuando el “nosotros” reemplaza a los “yo” particulares. Berscheid y Reis (1998) ilustran esta idea con la respuesta de un conocido actor de Hollywood al que preguntaban si estaba celoso por el éxito profesional como actriz de su mujer: “Vd. no lo comprende —fue su respuesta al periodista—, los sueños de ella son ahora mis sueños”. Clark y Mills (1979) señalan que en la mayoría de las relaciones íntimas esta matriz real ha sufrido una transformación en virtud de la regla comunal, según la cual los beneficios depen- den de las necesidades y no de la regla “esto por aquello”. Rusbult, Verette, Whitney, Slovik y Lipkus (1991) señalan, por su parte, que la fortaleza y calidad de las relaciones mejora cuando los miembros de la pareja se apartan de la obtención de su interés inmediato, y citan como ejemplo ilustrativo el hecho de responder de manera constructiva a la conducta destructiva de la otra persona. Según la Teoría de la interdependencia (Kelley y Thibaut, 1978; Kelley, 1979), el juicio sobre lo beneficioso que resulta o puede resultar una relación depende de las comparaciones que las personas efectúan, para lo cual utilizan dos criterios, el NC (Nivel de Comparación) y el NC alt (Nivel de Comparación de Alternativas). Véase el Cuadro 13.8. Cuadro : El NC y el NCalt . El NC o nivel de comparación El NCalt o nivel de comparación de alternativas Se refiere a la calidad de los resultados que una persona cree que puede obtener, o que merece, de la relación. Es un índice de lo atractiva que la persona juzga una relación. Sólo las relaciones que superen el NC van a ser consideradas beneficiosas. Se basa en las experiencias pasadas. Cambia con el tiempo, en función de las experiencias a las que esté expuesta la persona. Define el nivel de resultados más bajo que una persona aceptará a la vista de las alternativas que cree que tiene, incluyendo aquí no sólo otras relaciones posibles, sino también, vivir sola. Es el factor determinante de la decisión de la persona de entrar o mantenerse en una relación. Una relación con NC bajo puede ser, sin embargo, la mejor evaluada por una persona si no tiene a mano otras alternativas más atractivas. Precisamente, una de las principales contribuciones de esta teoría ha sido la diferencia- ción entre satisfacción y estabilidad en la relación. Así, aunque muchas personas, y también investigadores, tienden a asumir que la satisfacción lleva a la estabilidad y la insatisfacción a la ruptura de la relación, la teoría contribuye a interpretar un resultado que vemos cotidia- namente: hay personas que se mantienen en relaciones que le son claramente insatisfacto- rias (quizás porque no contemplan alternativas mejores), mientras quehay relaciones muy satisfactorias que de pronto dejan de serlo (quizás porque de pronto aparecen alternativas evaluadas más positivamente que antes no existían). Teoría de la equidad Constituye una versión de la Teoría del intercambio social que se ha aplicado con cierto éxito a las relaciones interpersonales (véase Hatfield y Traupmann, 1980). Postula que las personas comparan sus costes y beneficios en una relación con los de la otra persona. Si están equilibra- dos, es decir, si los costes son proporcionales a los beneficios, la relación produce satisfacción y, en consecuencia, tiene estabilidad. En cambio, el desequilibrio es desagradable y pone en marcha ciertas fuerzas psicológicas consistentes bien en cambiar las inversiones (lo que la per- sona aporta a la relación) o los beneficios (lo que obtiene de ella), o sencillamente en dejarla. Es importante señalar que el desequilibrio se produce tanto cuando una persona cree que está dando más a la relación que la otra (costes mayores que beneficios), como cuando cree que está dando menos (costes menores que beneficios). En el primer caso se sentirá explotado, en el segundo, culpable. Varias investigaciones han mostrado que cuando las relaciones son equitativas, es decir, es- tán equilibradas, su éxito es más probable (Berscheid y Walster, 1978; Buunk y VanYperen, 1991; Davidson, 1984). Prins, Buunk y VanYperen (1993) encontraron en una investigación que las mujeres, pero no los hombres, implicadas en relaciones no equitativas, tanto infracompensadas, por recibir de la relación unos beneficios inferiores a sus costes, como sobrecompensadas, por recibir beneficios superiores a sus costes, tendían a adoptar formas extremas de restauración de la equidad, como el deseo —o la realidad— de tener relaciones extramatrimoniales. No obstante, otros resultados no confirman la relación entre equidad, calidad y estabilidad de la relación (Lujansky y Mikula, 1983). Hay, además, varias razones que aconsejan restar importancia a la equidad en las relaciones de pareja (Buunk, 1998): • Las relaciones de pareja son más comunales que de intercambio. En otras palabras, en ellas las personas intentan responder a las necesidades de la otra persona y no se preocupan tan- to de obtener reciprocidad. Una fuerte tendencia de un miembro de la pareja a actuar con reciprocidad se suele interpretar como señal de falta de interés en una relación romántica. • El nivel de recompensas parece ser mejor predictor de la satisfacción que la justicia o la igualdad: es más importante sentir que nuestra pareja nos proporciona amor, informa- ción, estatus, satisfacción sexual, que percibir una perfecta equidad en el intercambio de recompensas. • Un determinante importante de la satisfacción son las comparaciones que las personas realizan con otras personas o grupos. Así, quienes creen que la proporción costes-bene- ficios de su relación es mejor que las existentes en las relaciones de otras personas de su mismo sexo comparables, suelen experimentar niveles más altos de satisfacción (Buunk y Van Yperen, 1991). Y no sólo la comparación influye en la satisfacción. También la satisfacción influye en el tipo de comparación que realizamos. Por ejemplo, Buunk, Collins, Van Yperen, Taylor y Dakoff (1990) encontraron que los matrimonios infelices tendían a interpretar tanto las com- paraciones “hacia arriba” (con otras parejas a las que les iba mejor) como las comparaciones “hacia abajo” (con parejas a las que les iba peor) de forma mucho más negativa que las parejas felices: cuando se comparaban hacia arriba sentían envidia y cuando se comparaban hacia abajo tenían miedo de que les ocurriera lo mismo. Satisfacción y estabilidad en las relaciones de pareja Quizás la pregunta que más se ha formulado en el estudio de las relaciones interpersonales es por qué unas relaciones duran y otras se rompen. La respuesta no es sencilla. Como ya hemos indicado, con frecuencia, el sentido común —y muchos investigadores también— tienden a equiparar satisfacción con estabilidad: la persona dejará la relación cuando esté insatisfecho con ella. Esta creencia, además de reflejar una visión de las relaciones eminentemente indi- vidualista y voluntarista (esto es, cada uno mantiene las relaciones que quiere), es falsa. Sin embargo, resulta difícil separar las investigaciones y teorías que tratan sobre la satisfacción de aquellas que han estudiado la estabilidad, por lo que no haremos en este apartado esa distin- ción. No obstante, recordamos al lector la conveniencia de separar estos dos fenómenos, como la Teoría del intercambio hizo: las relaciones felices no siempre son estables y las relaciones estables no siempre son felices (Rusbult y Buunk, 1993). También queremos señalar que las características ya mencionadas como propias de una relación íntima y cercana (intimidad, auto-revelación, compromiso, cuidado, confianza, entre otras), son las que favorecen la duración de una relación. No obstante, aquí se prestará aten- ción a ciertas cuestiones que se han abordado en algunas teorías de manera específica, sobre todo aquellas relacionadas con el proceso de ruptura, así como a otros factores que favorecen esta ruptura y que no se han mencionado hasta el momento. Enfoques teóricos Algunas teorías posteriores a la Teoría de la interdependencia elaboraron con mayor profun- didad las cuestiones de la satisfacción y estabilidad en las relaciones.
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