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Una visión evolucionista del prejuicio

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Los procesos psicosociales desde la perspectiva evolucionista 49
(tanto la Etología como la Sociobiología proceden de la Biología, y la Ecología conductual se 
relaciona sobre todo con la antropología). Por otra parte, al centrarse exclusivamente en el ser 
humano y no estudiar otras especies (su principal punto de referencia evolutivo son nuestros 
ancestros de la edad de piedra), sus investigaciones parecen más relevantes para los intereses 
de los psicólogos sociales. A continuación, exponemos un ejemplo que ilustra esa influencia 
en el estudio de un fenómeno típicamente psicosocial.
Una visión evolucionista del prejuicio
El estudio del prejuicio posee una larga tradición en Psicología social, y ha dado lugar a la 
acumulación de una importante cantidad de datos que contribuyen a esclarecer los múlti-
ples aspectos del fenómeno (véase el Capítulo 22 de este manual). Aquí vamos a exponer la 
orientación que algunos psicólogos sociales han dado a sus investigaciones sobre el prejuicio, 
basándose en planteamientos evolucionistas.
La perspectiva evolucionista sostiene que muchos estereotipos, prejuicios y tendencias 
discriminatorias son el resultado de mecanismos psicológicos que han evolucionado porque 
proporcionaban beneficios adaptativos a nuestros ancestros, protegiéndoles a ellos y a sus 
parientes de amenazas sociales concretas:
• Amenazas contra la salud (por ejemplo, peligro de contagio de alguna enfermedad).
• Amenazas contra la integridad física.
• Amenazas contra los recursos que les proporcionaba su propio grupo (territorio, propieda-
des, nivel económico).
• Amenazas contra las estructuras y los procesos que favorecen el buen funcionamiento del
grupo (reciprocidad, confianza mutua, valores comunes, estructuras de autoridad que ga-
ranticen la organización de los esfuerzos individuales y el reparto de los recursos grupales,
mecanismos de socialización y otros similares.
En los seres humanos, como en otros animales, ha evolucionado una sensibilidad a la pre-
sencia de claves que anuncian amenazas para el bienestar, así como la tendencia a responder a 
esas claves con reacciones emocionales y asociaciones cognitivas que operan conjuntamente e 
impulsan conductas concretas, diseñadas para mitigar el impacto potencial de la amenaza.
La relación entre una clave y una supuesta amenaza es de carácter fundamentalmente 
heurístico; es decir, se basa en meras probabilidades, puesto que su función es facilitar la re-
acción rápida ante la posible amenaza, lo que a veces puede dar lugar a errores. Por ejemplo, 
aunque un hombre que se acerca a nosotros corriendo puede normalmente plantear un peligro 
físico real, también puede venir para proporcionar ayuda.
Ahora bien, el que nazcamos siendo sensibles a claves que implican algún tipo de ame-
naza no significa que esa sensibilidad esté ya programada hacia señales concretas. Aunque 
probablemente existen algunas a las que somos automáticamente sensibles, como lo sugiere el 
hecho de que la reacción inmediata ante ellas es igual en todas las culturas e, incluso, en otras 
especies (sobre todo, claves relacionadas con amenazas a la salud y la seguridad física, como 
cuando un individuo desconocido se nos acerca rápidamente), la mayoría adquiere su signifi-
cado gracias a nuestra capacidad innata para aprender de forma especialmente rápida aquellas 
características que predicen amenazas potenciales dentro de nuestro propio contexto.
Por ejemplo, no sería coherente decir que el prejuicio racial es producto de la evolución, 
puesto que el contacto con grupos étnicos diferentes es algo demasiado reciente en la historia 
de la especie humana como para que haya podido sufrir los efectos de la selección natural. Lo 
que probablemente sí ha evolucionado es un aparato psicológico que es:
• Sensible a las amenazas potencialmente planteadas por otros grupos (exogrupos).
• Perspicaz en cuanto a qué clases generales de claves implican pertenencia a exogrupos (por
ejemplo, forma de hablar, rasgos físicos, costumbres).
• Inclinado a aprender qué características específicas dentro del ambiente local señalan la
pertenencia a exogrupos concretos.
Desde este punto de vista, las personas no tienen prejuicios contra ciertos grupos por sí
mismos, sino por las amenazas que perciben en esos grupos. Esto es lo que sostienen Cottrell y 
Neuberg, dos psicólogos sociales defensores del enfoque del prejuicio como respuesta funcio-
nal ante la percepción de amenaza.
Catherine Cottrell 
Universidad de Florida
Steven Neuberg 
Universidad del 
Estado de Arizona
En una serie de estudios en los que analizaban las percepciones de amenaza, los prejuicios, 
las reacciones emocionales y las inclinaciones conductuales de estudiantes estadounidenses de 
origen europeo hacia un amplio número de grupos de distintas características étnicas, naciona-
les, religiosas, ideológicas y de orientación sexual, Cottrell y Neuberg (2005; Neuberg y Cottrell, 
2002) encontraron que diferentes grupos evocaban percepciones de amenaza muy distintas, 
que se asociaban con patrones emocionales y tendencias conductuales también diferentes. 
Por ejemplo, según las respuestas de los participantes, los individuos afroamericanos y los 
de origen mexicano les evocaban percepciones de mayor amenaza contra la integridad física, 
mayores niveles de miedo y una mayor inclinación a conductas de protección, como llevar 
armas, aprender técnicas de defensa personal o votar a favor de un aumento de la vigilancia 
policial. En cambio, los fundamentalistas cristianos y las feministas activistas eran percibidos 
como amenazantes para los valores y la libertad personal, y evocaban perfiles emocionales 
caracterizados por niveles relativamente altos de aversión moral y de ira, e intenciones de 
conducta encaminada a proteger los propios valores y la libertad, como sacar a sus hijos de co-
legios donde enseñaran personas pertenecientes a esos grupos, impedir a los niños que leyeran 
libros o vieran programas de televisión sobre ellos y protestar contra la participación de esas 
personas en organismos gubernamentales encargados de elaborar leyes y políticas sociales.
Estos resultados se vieron confirmados por dos estudios experimentales en los que se hacía 
creer a los participantes que un número considerable de personas pertenecientes a diversos 
grupos (ficticios) se estaban trasladando a vivir en la misma zona donde ellos residían, y se 
manipulaba el tipo concreto de amenaza que cada uno de estos grupos supuestamente plan-
teaba (Wilbur, Shapiro y Neuberg, 2005; citado en Neuberg y Cottrell, 2006). 
Aparte de demostrar la especificidad emocional del prejuicio, una cuestión que está ac-
tualmente en el candelero, como se verá en el Capítulo 22, estos estudios ponen de manifiesto 
que no es la naturaleza de los grupos en sí lo que causa esa reacción, sino las amenazas que se 
perciben en ellos. De hecho, al controlar estadísticamente el efecto de la amenaza percibida en 
los diferentes grupos, el tipo de grupo apenas predecía la respuesta emocional de los partici-
pantes, mientras que el carácter de la amenaza sí tenía poder predictivo después de controlar 
el tipo de grupo. Según los autores, esto sugiere una continuidad entre los prejuicios sociales 
y los mecanismos evolucionados más básicos (no sociales) que vinculan amenazas específicas 
con emociones y tendencias conductuales concretas, lo que explicaría por qué los prejuicios 
contra determinados grupos cambian con el tiempo e, incluso, desaparecen. 
Este énfasis en la especificidad de las amenazas y de las emociones, y en la relación entre 
percepción de amenaza, experiencia emocional y tendencia conductual es lo que diferencia este 
enfoque de otros que también explican el prejuicio como respuesta a la amenaza percibida, como 
la teoría integrada de la amenaza, de Stephan y Stephan (véase el Cuadro 22.7 del Capítulo 22).
Un aspecto que influye en la percepción de amenaza, y por tanto en el prejuicio, es la sen-
sación de vulnerabilidadante ese tipo de amenaza, bien porque la situación sea especialmente 
propicia o porque la persona sea especialmente sensible. Dos experimentos llevados a cabo 
por Schaller, Park y Mueller (2003) pusieron en evidencia el efecto de esa interacción entre las 
características de la situación y las creencias y preocupaciones personales en la evaluación de 
un estímulo social como más o menos amenazante.
Mark Schaller. Universidad de 
la Columbia Británica (Canadá)
En el primer estudio, los participantes (estudiantes blancos) debían, primero, cumplimen-
tar una escala para valorar su preocupación por la seguridad física (la Escala de creencias en 
un mundo peligroso, BDW, de Altemeyer, 1988) y, a continuación, en una habitación bien 
iluminada o en una casi totalmente a oscuras, visionar una serie de diapositivas de jóvenes 
afroamericanos. Con esta estrategia los autores intentaban provocar sensación de vulnerabili-
dad y preocupación por la protección personal. Se basaban en el supuesto de que la oscuridad 
debió de ser un indicador válido de vulnerabilidad a ataques físicos en tiempos de nuestros 
ancestros, por lo que habrá evolucionado en nosotros una inclinación psicológica al miedo a la 
oscuridad. Los participantes debían después valorar hasta qué punto una serie de caracterís-
ticas eran estereotípicas de los afroamericanos, algunas de las cuales estaban relacionadas con 
la amenaza a la integridad física (por ejemplo, hostilidad), y otras no, aunque también eran 
negativas (por ejemplo, ignorancia). 
En el segundo estudio se sustituyó la exposición a fotografías y la valoración sobre la este-
reotipicidad de los rasgos por la realización de un Test de asociación implícita (IAT, véase la 
descripción de este test en el Capítulo 17) en el que había que vincular estímulos de personas 
afroamericanas y blancas con rasgos evaluativos. Algunos de estos rasgos connotaban peligro 
o seguridad y otros eran agradables o desagradables, pero sin esa connotación. Los resultados
mostraron lo siguiente:
• Ni la oscuridad de la sala ni la tendencia personal a una mayor sensación de vulnerabilidad 
(medida por la escala de creencias) influían en las valoraciones de las diapositivas o en el
IAT en cuanto a los rasgos irrelevantes para el peligro físico.
• En los participantes con altas puntuaciones en la escala BDW se activaban los estereotipos
relacionados con el peligro, sólo si habían sido expuestos a la condición de la sala oscura.
Los autores extraen la conclusión de que las creencias de las personas (en este caso, relativas 
al peligro para la integridad física) facilitan la activación de estereotipos funcionalmente rele-
vantes, pero este efecto se da sobre todo en circunstancias que sugieren (de forma heurística) 
vulnerabilidad al daño. Otros estudios han encontrado resultados similares para otros tipos 
de amenaza.
Neuberg y Cottrell (2006) sugieren algunas estrategias para mejorar el éxito de los pro-
gramas de intervención para reducir el prejuicio: puesto que la gente es sensible a amenazas 
concretas y esas amenazas son activadas por la percepción de claves específicas, si consegui-
mos que esos indicios alarmantes desaparezcan o que la gente deje de prestarles atención, se 
reducirá el prejuicio. 
Por otra parte, podrían diseñarse intervenciones que reduzcan la sensación de vulnerabi-
lidad de la gente a determinadas amenazas. Por ejemplo, el empleo de cirugía plástica para la 
disminución de la desfiguración corporal en los enfermos de SIDA, o las políticas que fomen-
ten el empleo y el acceso de los grupos desfavorecidos a servicios sanitarios, pueden contribuir 
a reducir los indicios de amenaza contra la salud que estos grupos pueden manifestar; de igual 
manera, las políticas educativas de integración, que favorecen el contacto entre alumnos de 
distintos grupos, pueden hacer salientes otras características no amenazantes de los grupos 
objeto de prejuicio, sobre todo si se complementan con técnicas de aprendizaje cooperativo.
Sin embargo, para ser eficaz, cualquier medida que se adopte deberá evitar provocar, a 
su vez, la percepción de otro tipo de amenazas, por ejemplo contra los recursos del propio 
grupo, y además tendrá que llevarse a cabo en circunstancias que no potencien la sensación de 
vulnerabilidad de las personas en las que se quiere reducir el prejuicio. Por supuesto, ningún 
psicólogo social evolucionista afirmaría que esto sea fácil, pero llamar la atención sobre estos 
factores ya es un paso para que se tengan en cuenta.
2.5 Dos formas de entender la naturaleza humana: 
competición vs. cooperación
En una serie de estudios en que pedían a los participantes que predijeran las decisiones que 
tomarían diversas personas, Miller y Ratner (1998) encontraron que la gente tiende frecuente-
mente a sobreestimar la influencia de los intereses personales en las actitudes y las conductas de 
los demás, es decir, pensamos que el otro es egoísta mientras no nos demuestre lo contrario.
A primera vista, adoptar un enfoque evolucionista para comprender la mente y el com-
portamiento humano implica considerarlos en términos económicos, como relacionados con 
la búsqueda del propio interés. Incluso fenómenos tan aparentemente poco egoístas como el

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