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Estímulos ambientales como antecedentes de la agresión

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Estímulos ambientales como antecedentes de la agresión 
Los antecedentes ambientales relacionados con la agresión son de naturaleza aversiva. Entre
ellos, los más estudiados son el ruido, el hacinamiento, la temperatura ambiental y el dolor.
Una de las conclusiones más interesantes en el estudio de estas variables es que, con-
trariamente a lo cabría esperar inicialmente, no son las cualidades objetivas de estos
estímulos las que determinan su relación con la agresión, sino la experiencia subjetiva
que desencadenan. Veamos los resultados más importantes para cada uno de los factores
ambientales mencionados:
• Ruido. No es el nivel de decibelios, sino la incapacidad para predecirlo y la falta de control
sobre su emisión, las dimensiones que mejor explican el malestar que produce y su relación
con la agresión (Geen, 1978).
El ruido es un estímulo aversivo que, por su incon-
trolabilidad e impredictibilidad, puede ser irritante y
favorecer la agresividad.
• Hacinamiento. Tampoco es la densidad, es decir, el número de personas por unidad de
espacio, lo que se relaciona con la conducta agresiva, sino la experiencia subjetiva displa-
centera asociada a la densidad. Esta experiencia de hacinamiento varía entre las personas
y, como consecuencia, la conducta también es diferente.
La percepción de hacinamiento se ha relacionado con
la agresividad más que la propia densidad.
• Temperatura. Los estudios de archivo y algunos de laboratorio han encontrado una rela-
ción lineal entre temperatura y conducta agresiva, tal y como postulaba la Teoría de la ley
térmica de la delincuencia, es decir, a medida que sube la temperatura ambiente también
aumenta la agresión. No obstante, la teoría más extendida actualmente es que la relación
no es lineal, sino curvilínea. Los estudios transculturales han confirmado esta hipótesis:
en los países extremadamente fríos, como Finlandia, la agresividad es menor; en los paí-
ses extremadamente calurosos, como Malasia, la agresividad es moderada; y en los países
con climas cálidos, la violencia es mayor (Van de Vliert, Schwartz, Huismans, Hofstede y
Daan, 1999) (en el Capítulo siguiente se exponen con más detalle las interpretaciones que
han recibido las relaciones entre temperatura y agresión).
• Dolor. Es un poderoso antecedente de la agresión, pero una vez más se confirma que las re-
acciones están afectadas por la experiencia subjetiva. Los estudios constatan que los efectos
del dolor se combinan con los efectos que produce la explicación que las personas dan a esa
experiencia. Así, en el estudio de Berkowitz (1983), los participantes que debían mantener
la mano en agua helada, expresaban más irritación y cólera, es decir, más afecto negativo,
cuando se les había anticipado que iban a ser expuestos a una experiencia dolorosa que los
participantes que no disponían de ninguna información. Además, cuando posteriormente
se les daba la oportunidad de agredir, lo hacían de manera más intensa. En un estudio
previo realizado por Berkowitz y sus colaboradores (Berkowitz, Cochran y Embree, 1981),
ya se había confirmado que esta mayor tendencia a agredir reflejaba un deseo de causar
daño, ya que ante las mismas condiciones de dolor con agua helada, los participantes ad-
ministraban más castigos a otros participantes si previamente se les informaba de que el
castigo dificultaría el rendimiento de los castigados.
El dolor es un antecedente relevante de la agresión,
aunque modulado por procesos atributivos.
Para recapitular, podemos concluir que los factores físicos y ambientales mencionados pue-
den favorecer la tendencia a agredir, no tanto por sus cualidades aversivas objetivas, sino por los 
aspectos subjetivos que contribuyen a la experiencia de malestar o afecto negativo. En términos 
generales, cabe suponer que cualquier acontecimiento, estímulo o acción que provoquen un 
empeoramiento de las condiciones que la persona había considerado como aceptables pueden 
favorecer las manifestaciones de agresión.
En los recuadros siguientes se exponen con cierto detalle los mecanismos en el proceso 
básico de agresión mencionados en este epígrafe de antecedentes.
Cuadro : Mecanismos implicados en el proceso básico de agresión (I). La cólera.
La cólera o la ira es una emoción intensa que se caracteriza por el deseo o la motivación para dañar y 
que puede instigar la agresión.
Para explicar la relación entre cólera y agresión se han propuesto varios modelos. Uno de ellos, 
que adopta una perspectiva biológica, es el Modelo del cálculo emocional de la agresión (Blanchard, 
Blanchard y Takahashi, 1977).
Este modelo clásico propone que existe una conexión cerebral cólera-miedo. Estas dos emociones se 
relacionarían, respectivamente, con el ataque ofensivo y con el defensivo. Los autores sugieren que 
la acción de este mecanismo innato modulada por procesos cognitivos que, en definitiva, permiten 
el análisis de los costes y beneficios derivados de las posibles reacciones. En este sentido, el modelo 
predice que la agresión será más probable si, ante una situación que produce cólera, se llega a la 
conclusión que este tipo de conducta es una forma eficaz de enfrentarse a dicha situación. En cambio, 
si se concluye que los riesgos son muy altos, es posible que se opte por otro tipo de reacción menos 
costosa. De igual forma, ante una situación que produce miedo, el análisis de los pros y contras de la 
huida y los del ataque defensivo determinará la probabilidad de que la persona se decante por una u 
otra opción.
Cuadro : Mecanismos implicados en el proceso de agresión (II). El arousal y su 
transferencia.
A pesar de que la cólera esta estrechamente relacionada con la agresión, se ha propuesto que el efecto 
instigador de los antecedentes físicos y ambientales puede derivarse de la activación que producen, 
ya que aportan energía para la acción. En este caso, el proceso de agresión requiere que:
1. La persona esté activada o con alto nivel de arousal.
2. En este estado de activación, la persona esté predispuesta a actuar de esta forma frente a otras
alternativas de conducta.
En definitiva, se plantea que la activación aporta energía para realizar la conducta más probable. 
Veamos con detalle el estudio de Christhy, Gefland y Hartmann (1971) que permite diferenciar el efecto 
de la activación del efecto que podría provocar la frustración en sí misma.
En el estudio mencionado, se permitió a los participantes que observaran a un modelo que golpeaba 
a un muñeco hinchable. Con este procedimiento, ya utilizado por Bandura y sus colaboradores, se 
pretendía hacer más probable la agresión que otras conductas alternativas. A continuación, se provocó 
en los participantes un estado de activación o arousal. Para ello, se les sometió a una interacción 
competitiva de tiempo de reacción. Finalmente, para medir las respuestas agresivas se les dio la 
oportunidad de actuar o de imaginar su comportamiento posterior.
Este estudio de Christhy y colaboradores (1971) confirma el efecto de la activación, ya que no se 
encontraron diferencias entre el grupo que venció en la competición y el vencido, sino entre los que 
tuvieron que competir y los que no compitieron. Es decir, el mecanismo que provocó las reacciones 
agresivas no fue la frustración por haber perdido o el deseo de venganza por el resultado, sino la 
simple activación derivada de la competición.
En ocasiones la activación inicialmente irrelevante para la 
agresión puede aportar energía a las conductas agresivas, 
si éstas son las más disponibles.
Posteriormente se constató que la cólera y la activación o arousal podían contribuir conjuntamente 
al proceso de agresión. Zillmann, Indiana, Katcher y Milavsky (1972) se refieren a la transferencia 
de la excitación en la agresión para referirse al fenómeno por el que las energías producidas por 
distintas fuentes se acumulan para la realización de una conducta agresiva. En concreto, estos 
autores sugieren que la energía producida por un estímulo que inicialmente es irrelevante para 
la agresiónpuede añadirse al arousal elicitado por otro estímulo, próximo en el tiempo, que sí es 
relevante para la agresión.
En su estudio, sometieron a los participantes, inicialmente provocados por un colaborador del expe-
rimentador, a una actividad física (montar en bicicleta estática) de intensidad alta o baja, según la 
condición. Finalizado el ejercicio, se les dio la oportunidad de vengarse de su agresor. Los resultados 
indican que los participantes que habían pedaleado con mayor intensidad eran los que mostraban 
mayor tendencia a vengarse. Las conclusiones derivadas de los resultados fueron tres: 
1. La activación producida por la actividad física se sumó a la producida por la provocación.
2. La intensidad de la provocación moduló los efectos de la activación.
3. El tiempo de demora de la venganza debía ser tal que la excitación residual no se hubiera extinguido.
Cuadro : Mecanismos implicados en el proceso de agresión (III).El etiquetaje cognitivo. 
A pesar de que la transferencia de activación es un fenómeno potente en el proceso de agresión, lo 
cierto es que algunos autores han sugerido que una provocación que desencadena cólera o ira en la 
persona, unida a la presencia de una segunda fuente de excitación, no es condición suficiente para 
que la transferencia intervenga en el proceso. La transferencia se producirá sólo si las cogniciones y 
emociones que acompañan a la activación, sugieren que la conducta agresiva es pertinente. 
La teoría del etiquetaje cognitivo postula que las cogniciones disponibles ante un estado de activación 
determinan que la emoción resultante se etiquete como relevante para la agresión. Esta teoría predice que 
si la persona atribuye la excitación a una causa no relevante para la agresión, por ejemplo, al ejercicio 
físico, será menos probable que la excitación se etiquete como cólera y, como consecuencia, también la 
transferencia de energía será menos probable. Por el contrario, si la persona atribuye que la excitación que 
experimenta es consecuencia de la provocación, la activación será etiquetada como cólera, y contribuirá 
con su energía a las conductas agresivas disponibles en el repertorio de la persona.
En definitiva, según la teoría del etiquetaje, para que se produzca la transferencia de la activación es 
preciso que se ignore la verdadera fuente de la excitación residual y que, en cambio, se etiquete como 
una emoción negativa que se está experimentando como consecuencia de una provocación o de una 
situación relevante para la agresión.
Cuadro : Mecanismos implicados en el proceso de agresión (IV). La cólera en la transferencia de 
excitación. 
Si la Teoría del etiquetaje cognitivo pone el énfasis en mecanismos cognitivos que determinan que 
la excitación sea reconocida como una experiencia de cólera, otros autores han propuesto que la 
transferencia de la activación puede producirse incluso en ausencia de dicho etiquetaje cognitivo. 
Estos autores ponen de manifiesto que la propia experiencia de cólera tiene valor informativo, es 
decir, que la persona que está experimentando cólera utiliza esta emoción como fuente de información 
en el proceso, y lo hace en diferentes sentidos: por un lado, la cólera ayuda a interpretar las causas de 
lo ocurrido, guía la atribución de culpabilidad, e interviene en la elección de la conducta o respuesta 
oportuna a la situación. Además, en situaciones ambiguas, esta emoción aporta significado y promue-
ve interpretaciones hostiles de lo ocurrido y de la intencionalidad de los implicados. Finalmente, la 
cólera se manifiesta a través de un conjunto de respuestas asociadas a la violencia, de forma que la 
transferencia de la activación se puede producir por simples mecanismos asociativos. 
Berkowitz (1983) plantea que la cólera se expresa en forma de reacción física, cognitiva y comporta-
mental. La primera caracterizada por la activación o excitación, la segunda por el desarrollo de un 
conjunto de ideas de venganza y pensamientos de naturaleza hostil, y la tercera incluye una amplia 
variedad de comportamientos (por ejemplo, apretar los puños, patalear, golpear y otros) relacionados 
con la agresión. Así, es posible que en ausencia de etiquetaje cognitivo, los mecanismos asociativos 
transfieran de forma automática la activación irrelevante a la cólera y al conjunto de sus manifesta-
ciones que sí son relevantes para la agresión.
En cualquier caso, téngase en cuenta que los efectos del etiquetaje cognitivo y de la cólera en la trans-
ferencia de la activación no son incompatibles entre sí, sino complementarios, tal y como se pone de 
manifiesto en la propuesta final de Zillmann, quien amplía su teoría inicial a una teoría de dos factores 
—cognitivos y emocionales— en el proceso de agresión (Zillmann, 1988, Zillmann y Bryant, 1994).
 La agresión en el contexto interpersonal 
Ataque interpersonal
Entendemos por ataque interpersonal una amplia variedad de insultos, menosprecio y otras for-
mas de agresión verbal y física de diversa intensidad. Se trata, quizá, del más potente instigador
de agresión. En términos generales, se ha planteado que cuando los humanos son atacados tienen
deseos de dañar. No obstante, al igual que ocurría con otros antecedentes de la agresión, el ataque
interpersonal no siempre desencadena una respuesta agresiva, sino que lo hará en función de
ciertos aspectos subjetivos. En concreto, el ataque será un poderoso antecedente de la agresión
cuando sea percibido como una provocación; es decir, cuando se interprete que está motivado por
un deseo de causar daño o que está injustificado.
La explicación del proceso que lleva a interpretar
un ataque como una provocación depende de la par-
ticipación de los procesos atributivos (Weiner, 1993,
1995). Concretamente, se plantea que las personas
están motivadas a buscar la causa por la que se les
ha atacado o hecho daño. En esta búsqueda de expli-
caciones, las personas se preguntan si el acto podría
haberse evitado (atribución de control) y si el daño ha
sido intencionado (atribución de intencionalidad). En
caso de que se considere que la persona que realizó
la conducta pudo haberla evitado y se le atribuyan
intenciones hostiles, entonces se inferirá que esa persona es responsable del daño y, como con-
secuencia, aumentará la ira y el deseo de venganza. Por el contrario, si se percibe que el daño
no es responsabilidad del actor, entonces no se producirán ni la ira ni el deseo de venganza. En
definitiva, atribuir al atacante una intención hostil y la capacidad para haber evitado la agresión
desencadena reacciones emocionales de ira que, en último término, son las que directamente
influyen en la agresión. Es decir, el Modelo atribucional de Weiner considera que la agresión es
consecuencia de procesos cognitivos (procesos atributivos) y emocionales (ira).
Dentro del proceso básico por el que el ataque puede instigar violencia, cabe señalar algu-
nos aspectos que pueden favorecer que la persona perciba intenciones hostiles en el atacante.
Entre ellos, ocupan un lugar destacado las creencias en un mundo hostil. Creencias como “no
te puedes fiar de nadie”, “no esperes nada de nadie, te decepcionará”, o incluso “si alguien te
agrede, debes devolver el golpe para que no piensen que eres un cobarde, o para que no vuel-
van a hacerlo” entre otras, orientan una percepción hostil de la situación de las expectativas y
propician un comportamiento hostil.
Una vez que se ha definido el ataque como una provocación, entran en juego los esque-
mas procedimentales, es decir, los scripts o guiones (Abelson, 1976) de acción, que señalan
las formas adecuadas de enfrentarse a una provocación. Estos esquemas de acción indican
cómo debe sentirse la persona sometida a un ataque, y confirman si la venganza es una
respuesta adecuada.
En este proceso no hay que olvidar que el deseo de venganza tiene una fuerza motivacional
determinante en los efectos del ataque interpersonal. Cuando una persona se siente atacada,
las ideas de venganza son persistentes y se experimentauna sobrecarga emocional que alienta
pensamientos rumiativos y otros aspectos relevantes para la agresión. Es decir, la persona di-
rige sus pensamientos y energías a pensar en lo ocurrido y en el daño recibido. En este estado,
se fortalece la intención de lograr la retribución por el perjuicio, y el deseo de venganza se hace
más persistente.
No obstante, hay que tener en cuenta que la provocación no siempre es respondida con
agresión. Parece ser que en este proceso de agresión las personas desarrollan expectativas y
creencias acerca de las consecuencias futuras de la acción. Es decir, cuando una persona siente
que ha sido víctima de una provocación y se está planteando una venganza, también anticipa
las consecuencias de actuar de esta forma. Si las expecta-
tivas auguran el éxito en sus objetivos, por ejemplo, si la 
persona cree que de esta forma va a lograr el respeto de los 
provocadores o la retribución merecida, entonces es más 
probable que lleve a cabo las acciones que está imaginando. 
En caso contrario, es decir, si la persona anticipa que la ven-
ganza no va a permitirle satisfacer sus objetivos, entonces 
es menos probable que la lleve a cabo. En este sentido, la 
experiencia previa de éxito y el marco cultural, determinan
el tipo de creencias y las expectativas sobre las consecuencias futuras de una acción violenta.
Considerando estos elementos, Topalli y O’Neal (2003) amplían el Modelo atribucional
básico y plantean que el motivo de venganza es la resultante de que el perceptor padezca una
emoción de ira, atribuya al provocador la responsabilidad o la intencionalidad del daño y,
simultáneamente, crea que la venganza es posible y que le permitirá conseguir sus objetivos.
El ataque interpersonal. Recapitulación
El estudio del ataque interpersonal incorpora los mecanismos atributivos en el proceso de la agresión. 
Además, se han expuesto algunas de las creencias que fomentan el desarrollo de atribuciones de hosti-
lidad, se ha señalado que el deseo de venganza es un factor motivacional que promueve la agresión, y se 
ha mencionado cómo la consideración de las consecuencias futuras permite la formación de expectati-
vas de éxito de una posible venganza (como se verá posteriormente, estos aspectos reaparecerán como 
factores intergrupales determinantes en la decisión de formar una organización terrorista).
Violación de normas
El incumplimiento o la trasgresión de normas es un factor que
puede alentar reacciones emocionales de ira y agresión, es por
este motivo por el que incumplir una promesa, atentar contra la
justicia basada en la equidad, en la igualdad o en la necesidad,
o el abuso de poder dirigido a mantener o a situar a otro en una
posición de desventaja, generan sentimientos de ira, reacciones
agresivas y deseos de reparación de la injusticia.
Las normas son elementos fundamentales en la regulación de
las relaciones y en el funcionamiento social. Respecto a la agre-
sión, las normas cumplen diversas funciones:
• En primer lugar, las normas establecen un marco común de reglas que guían las interac-
ciones y determinan las consecuencias de su incumplimiento. Estas condiciones permiten
que las relaciones sean más predecibles y controlables para los participantes, haciendo más
favorable la cooperación, frente a un contexto sin normas en el que es más probable la
competición y la lucha.
• En segundo lugar, las normas tienen un valor moral prescriptivo, por el que se concretan
las obligaciones, derechos y privilegios que gobiernan la conducta y, al compartirlas, actúan
como un marco común de referencia que las personas presuponen cuando interactúan.
Piénsese, a este respecto, en la diferencia entre la reacción que provoca una conducta que
nos ha perjudicado, pero que se considera inevitable para conseguir un fin o evitar un mal
mayor y la que produciría ese mismo daño si se juzgara innecesario. La percepción de legiti-
midad o de una justificación, en el primer caso, y el sentimiento de injusticia, en el segundo,
serían mejores predictores de las reacciones que el propio perjuicio.
Los procesos de justificación y legitimación tienen también un lado oscuro, ya que pueden
favorecer la transgresión de normas sociales o morales que, de otro modo, serían difíciles de
infringir. A continuación, se presentarán algunos ámbitos relevantes para la agresión en los
que es posible legitimar o justificar la infracción normativa.
Violación de las normas. Recapitulación
La importancia de la violación de las normas como factor instigador de la agresión interpersonal e inter-
grupal se sustenta en las funciones que cumplen para el individuo y los grupos. El estudio de la violación 
de las normas ha puesto en primera línea del proceso de agresión el carácter inapropiado o no-normativo 
de una acción. El sentimiento de injusticia adquiere una relevancia central en la agresión interpersonal 
pero, especialmente, en una diversidad de manifestaciones colectivas de agresión que, como se verá 
posteriormente, podrían agruparse en el marco de la violencia política (revueltas, guerra, terrorismo).
 La agresión en el contexto social. Antecedentes y 
bases emocionales
Exclusión social
En el marco de las relaciones interpersonales entre adultos, parece que el rechazo es un buen
predictor de agresión y de ira. Así se pone de manifiesto en el estudio de Baumeister, Wotman,
y Stillwell (1993), en el que se comprueba que los celos sexuales y los sentimientos amorosos
no correspondidos generan una respuesta de ira.
La Psicología social presta especial atención a las manifestaciones de rechazo y exclusión
social ya que son fenómenos que pueden instigar sentimientos duraderos de agravio y
humillación que, por un lado, perjudican la salud y obstaculizan la plena particiación
e integración social de la víctima y, por otro, alientan conflictos prolongados y reacciones
agresivas extremas. Las tres formas de exclusión social más comunes son el mobbing o acoso
laboral, es decir, el rechazo ejercido en el contexto laboral; el acoso escolar, también llamado
“matonaje” o bullying que se practica en los colegios, y el rechazo estructural, al que llamaremos
exclusión social y que es el que se practica institucionalmente.
Respecto al mobbing, se ha definido como toda conducta no deseada, realizada en el ámbi-
to de trabajo, que tiene como objetivo o consecuencia atentar contra la dignidad de la persona
y crear un entorno humillante u ofensivo. Implica la repetición de este tipo de acciones, una
relación asimétrica entre agresor/es y víctima y, en términos generales, conforma una situa-
ción social que atenta contra el derecho a la intimidad de las personas, el derecho a la igualdad
de trato y no discriminación y el derecho a la dignidad en el trabajo. Este tipo de violencia
constituye actualmente un problema de interés prioritario entre los denominados riesgos psi-
cosociales en el contexto laboral. Encuestas realizadas recientemente informan de que el 2%
de los empleados europeos (tres millones de personas) sufren violencia laboral en diferentes
formas. Los efectos más señalados por las víctimas son un intenso sentimiento de humillación 
y de que se ha atentado contra su dignidad; además, se avergüenzan de la experiencia y de no 
poder resolverla, por lo que con frecuencia se sienten culpables de lo sucedido. Por añadidura, 
las relaciones con el resto de los compañeros se deterioran, la confianza en sí mismos y en 
los demás se ven comprometidas, se pierde la motivación y se dispara el estrés, la ansiedad y 
la irritabilidad. Con frecuencia, las víctimas acaban manifestando trastornos psicosomáticos 
que provocan un elevado absentismo laboral. En definitiva, estas experiencias perjudican la 
salud física y psicológica del empleado, y deterioran sus relaciones laborales, efectos que con-
juntamente perjudican su desempeño en el trabajo y pueden llevar al abandono o a su despido 
(Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo, 2000).
En el contexto escolar, más de un33% de los alumnos reconocen que con bastante o mucha 
frecuencia son víctimas de insultos, un 4% lo son de agresiones físicas y casi un 1% de amenazas 
con armas. Por su parte, más de un 40% reconoce que insulta con frecuencia, un 6% agrede 
físicamente y un 0,3% amenaza con armas (Informe del Defensor del Pueblo, 2000). Numerosos
estudios demuestran que los chicos que son rechazados, ri-
diculizados o maltratados activamente, son los niños menos
valorados en apariencia física, en sus conductas de género o
intelectualmente. Con frecuencia además, estos niños son
estigmatizados, y tienden a ser evitados por el resto de los
alumnos por temor a convertirse a su vez en víctimas de re-
chazo. Se ha señalado además, como un elemento central en
el bullying o matonaje, el desarrollo en los centros escolares de
un currículum oculto (Jackson, 1968). Esta expresión se refie-
re a la existencia de una contradicción entre los valores que se
transmiten explícitamente, en este caso la no-violencia, y los
que se transmiten a través de los comportamientos cotidianos
en el centro, en este caso, las repetidas y consentidas prácticas
de exclusión y acoso. Algunos autores han considerado que
ciertas características del contexto educativo reflejan esta contradicción y contribuyen a que se
produzca la violencia entre iguales. Entre ellas señalan la tendencia a minimizar la gravedad de las
agresiones entre iguales, considerándolas como habituales e inevitables; actuar como si la diver-
sidad no existiera, transmitiendo que la diferencia no es reconocida ni valorada; y la insuficiente
intervención de la institución cuando se producen este tipo de acciones, dejando indefensas a las
víctimas y sugiriendo un apoyo implícito (Díaz-Aguado, 2006).
Por otro lado, Morales (2003) estudia la exclusión social prolongada en diferentes contex-
tos sociales y analiza sus correlatos agresivos. Este autor señala el sentimiento de injusticia, de
humillación o de agravio como el eje en torno al que se gestan posteriores reacciones agresivas
y el deseo de venganza de los afectados. Morales analiza los asesinatos ocurridos en un instituto
americano (Columbine, en Colorado, EE.UU.) por dos estudiantes que se suicidaron después
de matar a varios de sus compañeros y profesores, y concluye que los agresores, a su vez, habían
sido víctimas repetidas y prolongadas de exclusión. Además, confirma que esta exclusión era
conocida y tolerada por los miembros de la institución. El autor señala que estos dos aspectos,
exclusión social prolongada y cierta indiferencia institucional, son elementos comunes a otras
acciones extremadamente violentas, y concluye que es esta tolerancia institucional la que permite
la exclusión social. El papel que el silencio de las instituciones tiene en la creación de un clima
que promueve la violencia ya fue destacado por Neulle-Newman (1995), quien acuñó el término
espiral del silencio para referirse a este fenómeno en el contexto de las elecciones políticas. En
el caso de la violencia, este concepto se refiere al proceso por el que la no intervención de las
instituciones ante situaciones de exclusión o violencia es interpretada como una señal de su
conformidad con dicha situación. La consecuencia de esto es que, los disconformes o los no
indiferentes a la violencia tienen cada vez más difícil intervenir o manifestar su disconformidad.
Finalmente, este clima de aceptación se ve aumentado en situaciones de violencia en las que se
acentúa el temor a la estigmatización y a la exclusión.
En este punto es inevitable mencionar algunos de los mecanismos que permiten que tanto
los individuos como las instituciones convivan con esta forma de agresión a pesar de procla-
marse abiertamente en contra de la violencia. Ya se ha señalado que la espiral del silencio y el
currículo oculto intervienen de manera central en este proceso. A estos dos elementos cabe
añadir otra serie de mecanismos cognitivos y emocionales que pueden estar contribuyendo a
esta situación. Entre ellos destacan la creencia en un mundo justo y los procesos de culpabili-
zación y estigmatización de las víctimas. A través de estos procesos se aporta una justificación
del trato humillante que las víctimas están recibiendo. Por último, es importante tener en
cuenta el efecto de la percepción de amenaza o el miedo, que no sólo pueden legitimar la
violencia sino que, incluso, pueden alentar la participación activa en las agresiones y amenazas
a las potenciales víctimas.
Considerados conjuntamente estos aspectos, algunos autores sugieren la importancia de
promover el desarrollo de una sociedad más justa que no humille ni aliente sentimientos de
injusticia. En este sentido, Morales (2003) plantea que este tipo de sociedades requieren para
su desarrollo la promoción de creencias de justicia universales, frente a aquellas centradas
en los grupos de pertenencia; fomentar la aceptación de las implicaciones o el coste personal
que se derivan de la aplicación de la justicia universal y, finalmente, sería preciso promover la
gestión creativa de conflictos mediante la difusión del valor de la pluralidad.
Exclusión social. Recapitulcaión
El fenómeno de la exclusión social ilustra de forma certera que la humillación es un importante 
antecedente de la agresión. Al margen del contexto en que se ejerza, este fenómeno tiene tres 
características fundamentales: 
1. Se produce de manera continuada.
2. Es posible en virtud de un clima social que tolera o se muestra indiferente hacia estas formas de violencia.
3. Implícito en lo anterior está el hecho de que la exclusión social se ejerce en mayor medida por parte
de los miembros más integrados de la sociedad y, por tanto, de los que disfrutan de mayor aceptación
y reconocimiento.
En todos los casos, la promoción de una cultura de la no-violencia o, más ampliamente, una cultura de 
la paz se sugiere como posible estrategia global de prevención.
Relaciones grupales y agresión 
Conflicto intergrupal vs. agresión intergrupal
Con frecuencia se ha planteado que las relaciones en el contexto grupal son esencialmente
conflictivas. Esta afirmación ha llevado a algunos autores a plantear que los conflictos grupales
violentos son muy frecuentes. No obstante, otros autores insisten en considerar el conflicto
como parte sustancial de las relaciones grupales al tiempo que descartan los conflictos violentos
como un elemento definitorio de dichas relaciones, en este caso consideran que las agresiones
surgen como consecuencia de factores variables y de distinto orden.
En cualquier caso, es posible identificar el tipo de conflictos que ofrecen más dificultades
para ser gestionados de forma pacífica. Javaloy, Rodríguez y Espelt (2001) señalan que los
conflictos intragrupales más frecuentemente relacionados con la agresión son:
• Los que implican una pugna por adquirir el liderazgo o estatus dentro del grupo.
• Los que surgen cuando el grupo se siente amenazado, bien por agentes externos al grupo,
bien por conflictos internos que amenazan la posición de sus líderes.
La lucha por el poder dentro de un grupo puede promover el uso de violencia coactiva de
diverso grado. Entre las estrategias más frecuentes de coacción cabe señalar el uso de amena-
zas para conseguir la conformidad y el establecimiento de coaliciones que garanticen el éxito
de la propia opción y el fracaso de las opciones alternativas (Morales y Navas, 2004).
Por otro lado, las relaciones intragrupales se pueden volver más coactivas cuando el
grupo se siente amenazado por agentes externos. En estas situaciones se intensifican al-
gunos de los fenómenos cognitivos y emocionales característicos del funcionamiento en
grupo, como el pensamiento grupal (Janis, 1972) y sus manifestaciones correspondientes:
la polarización grupal, la ilusión de invulnerabilidad del grupo si permanece unido y la
creencia de moralidad superior del propio grupo frente al resto (véase Huici, 2004). En este
contexto de relaciones, los procesos de influencia social también se acentúan y potencian
sus efectoscomo formas de presión intragrupal dirigidas a fomentar la identificación, la
cohesión y la aceptación de las decisiones del grupo. En un capítulo posterior de este texto
se verá con más detalle la importancia de los procesos de influencia social, como son la va-
lidación social (Festinger, 1950), la presión hacia la uniformidad (Asch, 1952), la imitación
y la sugestión (LeBon, 1896), así como los procesos de desindividuación dentro del grupo
(Zimbardo, 1969) y de obediencia a la autoridad (Milgram, 1974). El consecuente aumento
de la tensión en la gestión de los conflictos puede llevar a importantes fracturas internas
y al ejercicio de un liderazgo destructivo, es decir, aquel que produce sesgos en la toma de
decisiones y desencadena consecuencias perjudiciales para el propio grupo y sus relaciones
con el exterior.
Un caso extremo de violencia intragrupal se produce en los grupos que se definen a
partir de la violencia (piénsese en el caso de los Skin heads que llevan ya varias décadas
actuando en distintos países, o el de los Latin King y los Ñetas, que desde el comienzo de
esta década han trasladado sus acciones a los países a los que han llegado como emigrantes).
En estos casos, la agresividad es un requisito necesario para ganar estatus en tales grupos,
los líderes y los miembros más valorados servirán como modelos de acción agresiva y de
identificación con la violencia. Es frecuente, además, que en estos grupos se generalice
el temor a ser considerado un desviado o un mal cumplidor de la norma y que algunos
miembros vigilen las conductas de los compañeros.
La situación se agrava radicalmente cuando estos grupos rompen con el mundo exterior,
bien aislándose físicamente en comunidades cerradas, sin comunicación libre con el exterior,
bien, de forma simbólica, rompiendo los vínculos afectivos y sociales previos y ajenos al gru-
po. Javaloy y cols. (2001) plantean que en estas comunidades cerradas predomina una fuerte
cohesión grupal, la despersonalización, el hermetismo y
el compromiso total con la ideología compartida y con la
comunidad. En una situación de aislamiento, los procesos
de influencia y control social mencionados anteriormente
y los que actúan en las relaciones sociales cotidianas actúan
como fuerzas ambientales que restringen poderosamente
las opciones de los miembros del grupo y su capacidad
para resistirse a la presión grupal.
Conflicto intergrupal vs. agresión intergrupal. Recapitulación
En este epígrafe, se ha puesto de manifiesto que la agresión intergrupal es una forma de gestionar 
los conflictos y no un componente sustancial de las relaciones intergrupales en este contexto, dos 
son los principales instigadores de agresión: la lucha por el poder y la percepción de amenaza. Los 
mecanismos que se desencadenan en esta situación y que pueden llevar al uso de la coacción con 
diferente grado de violencia son, por un lado, los instrumentales, es decir, aquéllos que optimizan las 
probabilidades de conseguir los propios intereses y, por otro, los mecanismos basados en el miedo, ya 
que la percepción de amenaza a la integridad del grupo, actúa como elemento motivador de las accio-
nes violentas y dispara numerosos procesos cognitivos y emocionales relevantes para la agresión.
La agresión en las relaciones intergrupales 
Los modelos predominantes en el estudio de las relaciones intergrupales sugieren algunos de los
mecanismos comunes que pueden llevar a una gestión violenta de los conflictos intergrupales.
Las tres tradiciones predominantes aplicables al estudio de la agresión intergrupal son la Teoría
del conflicto realista, la Teoría de la identidad social y las teorías de la comparación social.
• Desde la Teoría del conflicto realista (Sherif y Sherif, 1969) se ha señalado que las relaciones
que con mayor frecuencia pueden derivar en conflictos violentos son las relaciones compe-
titivas del tipo “suma-cero”. Este tipo de situaciones consisten en la competición por unas
metas u objetivos que sólo uno de los grupos
puede alcanzar, es decir, el hecho de que un
grupo alcance la meta supone que el otro gru-
po no puede alcanzarla. Numerosos estudios
evidencian que la competición por el acceso a
los recursos valorados y escasos genera recha-
zo, hostilidad y discriminación intergrupal. En
estas condiciones, el miedo y la percepción, de
amenaza al bienestar del propio grupo o de
uno mismo como miembro del grupo, esti-
mulan enfrentamientos más violentos.
• La Teoría de la identidad social y la Teoría de la categorización social (Tajfel, 1970, Tajfel
y Turner, 1986) sugieren también mecanismos desencadenantes de conductas agresivas,
prejuiciosas y diferenciadoras entre los miembros del propio grupo y los otros. En este caso,
la teoría predice que los mecanismos que promueven la cohesión grupal pueden, en deter-
minadas condiciones, llevar a la exclusión y a la agresión intergrupal. Javaloy y cols. (2001)
afirman que, mientras que la categorización social alienta que el favoritismo endogrupal se
manifieste como una tendencia a favorecer a los miembros del propio grupo frente a los no
miembros, la pérdida de cohesión interna o la percepción de amenaza a la identidad social
del propio grupo fomentan las expresiones agresivas de dicho favoritismo endogrupal.
• Las teorías de la comparación social (Festinger, 1950) han despertado gran interés en la ex-
plicación de las acciones colectivas violentas dirigidas a cambiar la situación social. Desde
esta perspectiva se han señalado los mecanismos emocionales que se relacionan con la
adopción de acciones colectivas violentas, concretamente los sentimientos de ilegitimidad,
injusticia y frustración. Esta perspectiva permite incorporar los elementos estructurales en
la interpretación de los actos violentos colectivos, ya que los mecanismos de comparación
social actúan de forma preeminente cuando se manifiestan desigualdades sociales asocia-
das a diferentes grupos.
Los procesos de comparación social se han integrado en las teorías del conflicto realista
y de la identidad social mencionadas anteriormente. En el marco de la Teoría del conflicto
realista, los procesos de comparación social predicen agresión societal cuando los miembros
de una sociedad experimentan discrepancia entre los bienes o las condiciones de vida que
consideran que deberían tener y los que tienen o piensan que podrán alcanzar (Gurr, 1970). La
percepción de discrepancia se ha llamado privación relativa, y el mecanismo propuesto para
explicar su efecto en la agresión societal de distinto tipo (revueltas, golpes de estado y otras
acciones contra el sistema o las instituciones) sería el malestar que produce esta discrepancia.
Este malestar, también llamado frustración sistémica, actúa como factor motivacional que
predispone a la agresión. En definitiva, se trata de incorporar la hipótesis de la frustración-
agresión a la experiencia de privación relativa.
Finalmente, en el marco de la Teoría de la identidad social, los procesos de comparación
social están en el origen de la identidad social inadecuada. Este tipo de identidad se desarrolla
cuando, al comparar al propio grupo con otros en una dimensión valorada socialmente, el
resultado es negativo para el propio grupo. La teoría predice que el malestar que produce
esta comparación negativa promueve, con gran facilidad, intentos de restaurar la identidad
positiva mediante la competición social violenta.
La agresión en las relaciones intergrupales. Recapitulación
El contexto intergrupal abarca una gran cantidad de mecanismos que se activan cuando se relacionan 
personas de diferentes grupos. Las relaciones intergrupales pueden derivar en conflicto agresivo en 
virtud de la existencia real o percibida de conflicto de intereses, ante la presencia de sentimientos de 
amenaza o bien como fruto de los procesos de comparación que ponen de manifiesto desigualdades o 
desequilibrios no aceptables a juicio de los afectados. La Teoría del conflicto realista, la Teoría de la 
identidad social y las teorías de la comparaciónsocial aportan un contexto de análisis de los mecanis-
mos implicados en el proceso de agresión intergrupal.

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