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Tomasz Trafny Y Armand Puig I Tàrrech CREACIÓN O EVOLUCIÓN 2 Título original: God and World Theology of Creation from Scientif ic and Ecumenical Standpoints © Copyright 2011, Libreria Editrice Vaticana, 00120, Vatican City, ISBN: 978-88-209-8726-8 Título en español: Creación o Evolución Teología de la Creación Autores: Tomasz Trafny y Armand Puig i Tàrrech (eds.) . ISBN edición electrónica: 978-607-8293-92-6 Edición electrónica: noviembre de 2014. Primera edición impresa: agosto de 2013 © 2016, Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C. México 3 www.buenaprensa.com Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida total o parcialmente sin permiso de los titulares. ISBN: 9786078293926 Este libro se ha creado con StreetLib Write (http://write.streetlib.com) de Simplicissimus Book Farm 4 http://www.buenaprensa.com http://write.streetlib.com Índice 5 Abreviaturas 6 Prólogo. Cardenal Gianfranco Ravasi 7 Introducción: El concepto de Creación, su relevancia en la investigación teológica, filosófica y científica El Universo como Creación. John C. Polkinghorne 8 1. Investigación científica y metafísica 9 2. Cinco aspectos relevantes de la visión de la ciencia 2.1 Versiones fragmentarias 2.2. Imprevisibilidad 2.3. Relacionalidad 2.4. Complejidad en evolución y emergente 2.5. Potencialidad en sintonía 10 3. Cuatro conceptos teológicos importantes para la perspectiva Metafísica 3.1. Creación 3.2. Kenosis 3.3. Providencia 3.4. Milagro 11 4. Diseño inteligente (ID) 12 5. Evolución teísta 13 Referencias 14 Discusión El futuro de la Creación. Jürgen Moltmann 15 1. La Creación en un principio 16 2. El proceso continuo de la Creación 17 3. Evolución y surgimiento 18 4. ¿Lucha por la supervivencia y cooperación dentro de la existencia? 19 5. ¿Teoría de la Evolución y creencia en el progreso? 20 6. La consecución de la Creación 21 Referencias 22 Debate Perspectivas filosóficas y teológicas sobre la Creación evolutiva. Manuel G. Doncel 23 1. Karl Rahner y la “autotrascendencia activa” 1.1. Perspectiva filosófica: reflexiones sobre la causalidad evolutiva 1.2. Perspectiva teológica: tres tesis sobre hominización y evolución 24 2. Karl Schmitz-Moormann y la “llamada creativa” 2.1. Perspectiva filosófica: cuatro “parámetros cualitativos” de la evolución Primer parámetro cualitativo: La Unión Segundo parámetro cualitativo: La Conciencia Tercer parámetro cualitativo: La Información Cuarto parámetro cualitativo: La Libertad 2.2. Perspectiva teológica: pensamientos sobre el Creador y su Creación 25 3. Denis Edwards y el espíritu como fuente de lo nuevo 3.1. Perspectiva filosófica: tres características de la realidad Primera característica: interrelacionalidad Segunda característica: identidad sustancial Tercera característica: surgimiento evolutivo 3.2. Perspectiva teológica: el papel del espíritu en la Creación evolutiva 26 4. Conclusión 27 Referencias 28 Debate ¿Dos creadores o uno? William E. Carroll 29 1. Santo Tomás de Aquino, el filósofo que traiciona la teología cristiana 30 2. Santo Tomás de Aquino, el teólogo sin autonomía para la Filosofía 31 3. Metafísica del Éxodo, Filosofía cristiana y Creación 32 4. Tomás de Aquino, sobre la Creación 33 5. La Metafísica y la teología de la Creación en Tomás de Aquino 34 6. Metafísica de la Creación y la lectura de Génesis 1, 1 35 7. La teología de la Creación y la Metafísica 36 Referencias Notas 37 Abreviaturas Libros de la Biblia en orden canónico Antiguo Testamento: Gén Génesis Éx Éxodo Lev Levítico Núm Números Deut Deuteronomio Jos Josué Jue Jueces Rut Rut 1 Sam 1 Samuel 2 Sam 2 Samuel 1 Re 1 Reyes 2 Re 2 Reyes 1 Cró 1 Crónicas 2 Cró 2 Crónicas Esd Esdras Neh Nehemías Tob Tobías Jdt Judit Est Ester 38 1 Mac 1 Macabeos 2 Mac 2 Macabeos Job Job Sal Salmos Prov Proverbios Ecli Eclesiastés Cant Cantar de los Cantares Sab Sabiduría Eclo Eclesiástico Is Isaías Jer Jeremías Lam Lamentaciones Bar Baruc Ez Ezequiel Dn Daniel Os Oseas Jl Joel Am Amós Ab Abdías Jon Jonás Miq Miqueas Nah Nahum Hab Habacuc Sof Sofonias 39 Ag Ageo Zac Zacarías Mal Malaquías Nuevo Testamento: Mt Mateo Mc Marcos Lc Lucas Jn Juan Hech Hechos de los Apóstoles Rom Romanos 1 Cor 1 Corintios 2 Cor 2 Corintios Gál Gálatas Ef Efesios Flp Filipenses Col Colosenses 1 Tes 1 Tesalonicenses 2 Tes 2 Tesalonicenses 1 Tim 1 Timoteo 2 Tim 2 Timoteo Tit Tito Fil Filemón Heb Hebreos Sant Santiago 40 1 Pe 1 Pedro 2 Pe 2 Pedro 1 Jn 1 Juan 2 Jn 2 Juan 3 Jn 3 Juan Jds Judas Apoc Apocalipsis 41 Prólogo. Cardenal Gianfranco Ravasi No fue sino hasta hace pocos años que la teología contemporánea empezó a interesarse de manera particular en el tema de la “Creación” y hoy se discute ampliamente incluso en publicaciones ajenas a tratados filosóficos y teológicos. La presente obra, Creación o evolución. Teología de la Creación, desde el punto punto científico y ecuménico, reúne las aportaciones de John C. Polkinghorne, Jürgen Moltmann, Manuel G. Doncel y William E. Carroll, y nos da la oportunidad de destacar la relevancia de un pensamiento fundamental del dogma cristiano, que plantea un desafío constante al ser humano respecto a cuestionamientos sobre los orígenes del universo y la ratio de la existencia, es decir, lo que es –situaciones objeto de reflexión hoy para filósofos y teólogos así como científicos, si bien a través de diversas metodologías. Resultaría innecesario recordar el carácter definitivo del postulado hermenéutico en la investigación del significado del concepto de Creación, que nació siendo categoría bíblica y teológica. Durante el debate maniqueo con Félix, san Agustín con plena conciencia de la cuestión, afirmó: “En el Evangelio no leemos que el Señor haya dicho: Les enviaré el Paráclito y les enseñará la trayectoria del sol y de la luna. Porque él quería que fueran cristianos, no astrólogos [1]. La verdad genuina que la Biblia desea comunicar se presenta como una verdad teológica y no tanto como verdad científica. La 42 Dei Verbum del Vaticano II lo reiterará al decir: “Los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras (n. 11)”. Ahora deseamos destacar únicamente algunos elementos de la doctrina bíblica de la Creación, tomando en cuenta el hecho de que en el enfoque de las Escrituras, la preeminencia se reserva en mayor medida a la historia y no así al universo mismo como sede de la Revelación divina. Ciertamente, la Creación misma se integra en la historia, y muestra un entrecruzamiento interesante del espacio y el tiempo, entre el ser y la existencia. Por ejemplo, es significativo que -en el análisis final- los capítulos del Génesis sobre la Creación se aprecien como el magno acontecimiento previo a la historia de la salvación que se desarrollará posteriormente con Abraham. De manera similar, resulta interesante señalar que el Salmo 136, la portentosa Hallel presenta la acción Creadora en sí misma como el primer artículo de fe en la historia salvífica que dará paso a la liberación con el episodio del Éxodo y la conquista de la tierra prometida. K. Löning y E. Zenger en su ensayo sobre las teologías bíblicas de la Creación, señalaron: “Ciertamente, la Biblia habla sobre el Dios Creador dando a ‘su’ mundo su ‘principio’, si bien este principio no es sencillamente el inicio del mundo; es el comienzo de una relación entre Dios y el mundo [2]. Por lo tanto, no estamos tratando con un Creador aséptico y eminente que produce y expulsa su propia obra fuera de sí mismo, desinteresándose de ésta o entregándola a las circunstancias y al destino. Por el contrario, le plantea una relación consigo mismo, en especial en lo que concierne a la creatura humana, concediendo tallibertad que le permitirá a Dios tener ante él un verdadero interlocutor, “lo hiciste apenas inferior a un dios” (Sal 8, 6). Las 43 teologías básicas de la Creación se encuentran en las dos primeras narraciones del Génesis (1, 1-2. 3; 2, 4-25) y en la narración del diluvio (Gén 6, 5-9; 17). El primero de estos textos del Capítulo 1 exalta la armonía “cósmica”, modelada y modulada conforme al patrón de la semana litúrgica. La positividad se reitera en el estribillo continuo de “aprobación”: “Dios vio que era tôb” o que era algo “hermoso/bueno” (realmente éste es el significado del adjetivo estético-ético-ontológico tôb). El segundo relato refuerza esta idea, aunque presenta una perspectiva más antropológica: con la concesión prominente de la libertad del ser humano, se manifiesta la perturbación de la armonía del proyecto divino. Esto consolida la preparación para el tercer texto que –refiriéndose al entramado tradicional mesopotámico de la inundación– lleva a escena al Creador mismo que destruye su obra utilizándola como instrumento de castigo. Sin embargo, esto no implica el final de la relación entre Dios y la Creación: la Creación se reconstituye en una nueva alianza y en consecuencia, dentro de una relación nuevamente valorada, que reconoce no obstante la presencia del mal en el mundo. Sin embargo, existe una cuestión preliminar que concierne el concepto mismo de “Creación” que conlleva un matiz simbólico concreto y que por lo tanto es incapaz de formular la idea previa y necesaria de la “nada”. En un primer momento, esto es “impráctico” para la mentalidad semita. Obviamente, esta categoría surgió en una era posterior con la ayuda de las herramientas filosóficas griegas. Por ello, la madre de los siete hermanos mártires en la epopeya macabea les recuerda a sus hijos respecto a los cielos y la tierra “Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el hombre” (2 Mac 7, 28). Además, el prólogo de Juan confirma que “todo existió por medio de ella [la Palabra] y sin ella nada existió de 44 cuanto existe” (Jn 1, 3). Asimismo san Pablo sabe que Dios “llama a la existencia a las cosas que no existen” (Rom 4, 17). En realidad, “Por la fe comprendemos que el mundo fue formado por la Palabra de Dios, lo visible a partir de lo invisible” como se menciona en la Carta a los hebreos (11, 3), que es una “homilía” impactante. Por lo común, lo siguiente se repite en la Biblia en diversos pasajes: Yahvé no creó el mundo donde no había nada. Por el contrario, Yahvé ordenó el “material sustrato preexistente”, que era salvaje, desordenado, destructivo y caótico, para lograr un sitio ordenado y confiable de paz y viabilidad. Este acto de orden es un acto de soberanía a larga escala, mediante el cual la buena intención de Yahvé para la vida impone su poder sobre las fuerzas y energías destructivas y pertinaces. El resultado, de acuerdo con el testimonio de Israel, es un lugar fructífero, abundante, productivo y extravagante –todos ellos términos resumidos en la palabra bendición [3]. En verdad, el verbo principal en hebreo bara’ que se utiliza para indicar “acto Creador” en su equivalente púnico aludía al trabajo del escultor que moldea el bloque de piedra o madera preexistente, mientras que en la lengua antigua del Sur de Arabia, la misma raíz se refería a “construir”. Por lo tanto, el caos preexistiría y éste generalmente se representaba conforme a una dimensión acuática que Dios controla con el acto Creador, destruyéndola, e impidiendo así que amenace la Creación. “Hasta aquí llegarás y no pasarás” le dice el Creador al mar bloqueándolo en la línea costera– aquí acabará la arrogancia de tus olas” (Job 38, 11). El Libro de la Sabiduría, que surgió en el ámbito del judaísmo helénico de Alejandría en Egipto, recrea este escenario mediante el 45 uso de la teoría platónica de ámorphos hýle, es decir, “materia amorfa”, que se considera eterna. “Bien que podía tu mano omnipotente, que de materia sin forma había creado el mundo” (Sab 11, 17) [4]. Sin embargo, precisamente en la representación del caos preexistente, que encontramos en Génesis 1, 2, podemos descubrir una forma de expresión simbólica y asimismo realista para definir en embrión dicho concepto de “nada” para el cual el pensamiento hebreo se encontraba negado epistemológicamente. Así, el texto en la traducción de la Conferencia de obispos italianos se hace sentir antes del acto de Creación divina, “la tierra no tenía forma; las tinieblas cubrían el abismo”. En esto, se evidencian tres símbolos que por propia naturaleza son negativos. El primero, en hebreo, es onomatopéyico debido a su resonancia áspera y deforme –tóhu wabóhu– evoca exactamente lo amorfo, confuso, indefinido, exiguo e infértil como por ejemplo, el desierto, espacios vacíos, escualidez, que se refiere a carencia de vida, silencio y muerte. Por lo tanto, está la “oscuridad” que es la negación de la positividad y vitalidad de la luz, que de manera específica sería el primer objeto de la Creación divina. Finalmente, tenemos el “abismo”: el término tehóm alude al dios del caos de Mesopotamia, Tiamat, e implica vacío, ausencia de materia. Por lo tanto, nos encontramos ante una simbología negativa, contraparte semita del concepto más riguroso y “abstracto” de la “nada”, presente en el concepto metafísico griego. Además, debemos marcar el significado evocativo de Creación que logra la palabra sola, “Dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz existió” (Gén 1, 3). En la Biblia, la palabra Creadora interviene de manera autónoma, sin contrincantes, como sucedió en las cosmologías orientales, excepto la creatura nacida de las manos de Dios, a quien eligió como interlocutor libre, a saber el hombre o la 46 mujer. El salmista canta, “Por la palabra del Señor se hizo el cielo, por el aliento de su boca las constelaciones” (Sal 33, 6). Bajo esta luz, la naturaleza posee la impronta del Creador y se convierte en una de sus revelaciones abierta a todo: y esto es lo que el salmo 19 proclama cuando entrelaza las dos torahs, la de la Creación con los cielos, la tierra y los ritmos cotidianos que “declaran la gloria de Dios”, y la de la palabra escrita en la Ley, es decir la Biblia. En esta línea de pensamiento la Creación siempre ofrece la gran “analogía” para referirse al Creador: “pues, partiendo de la grandeza y belleza de las criaturas, se puede reflexionar y llegar a conocer al que les dio el ser” (Sab 13, 5), un tema que Pablo rescata en la Carta a los romanos (1, 19-20). Detengámonos en este ligero esbozo, de entre los más nimios de un tema grandioso, que permanece abierto igualmente al fin definitivo, es decir el espacio escatológico. Cuando Dios hará que el universo, lo celeste y lo terrestre, alcancen su unidad en Cristo (Ef 1, 10). De la misma manera en que lo escribió el prominente exégeta Ugo Vanni en su artículo sobre la Creación en san Pablo, “Una vez que Dios eche a andar toda su capacidad Creadora, el resultado estará totalmente saturado de él” [5]. Los académicos que contribuyeron a la presente obra hablan del fenómeno de la presencia de Dios y sus acciones, y desarrollan su reflexión considerando igualmente la información científica y teorías sobre el universo conocido. Para nosotros, este aspecto resulta particularmente interesante en la medida en que destaca la pluralidad de las perspectivas teológicas, que si bien al diferenciarse una de la otra en la originalidad de su enfoque, muestran cierta convergencia de opiniones, en especial respecto a lo que concierne a la relación entre ciencia y fe, o más bien entre la imagen del 47 mundo que surge de la investigación científica y la imagen del mundo visto desde una perspectiva teológica. John C. Polkinghorne –físico respetado; en su aportación The Universe as Creation, realza desde el inicio mismo de la obra el límite explicativo de las ciencias naturales que no sólo son incapacesde responder de forma adecuada las preguntas fundamentales, sino que en sus propias investigaciones permiten incluso cierta flexibilidad teórica de entendimiento, así como la “elección” de una u otra teoría en base a criterios metacientíficos y no sólo de datos empíricos. De acuerdo con Polkinghorne, los conceptos evolucionistas del “azar” y “necesidad” no contradicen la idea de Creación, sino que juntos constituyen la particularidad contingente y la “regularidad legítima del mundo”, asegurando la fertilidad del universo donde puede afirmarse con buen éxito la existencia del Creador así como su acción. El pensamiento de Polkinghorne sobre la evolución teísta explica teorías aparentemente contrarias de la Creación y la evolución como un proceso conjunto donde el amor Kenótico del Creador para con la Creación permite que las creaturas sean ellas mismas y se construyan a sí mismas. Jürgen Moltmann parte de la convicción de que la comprensión del mundo trasciende la interpretación científica y requiere un atisbo metafísico, donde la filosofía y la teología juegan papeles preeminentes. Considera el término Creación en sus tres diversos significados: como acción divina en el principio (creatio ex nihilo); como un proceso Creador continuo: y como un acontecimiento futuro –la conclusión de la acción de Dios. La reflexión sobre el hombre, la historia del universo y la evolución de la vida debe insertarse en el horizonte de la creatio continua, lo que se presenta en la visión de Moltmann de forma serena y optimista. Él no percibe conflicto entre la posibilidad de la explicación científica de 48 la realidad y la interpretación teológica de la acción de Dios. Él cree que lo primero profundiza una idea de autoorganización de la vida a través de la idea de autotrascendencia. Asimismo desafía el concepto del reduccionismo científico al considerarlo más como ideología que como ciencia propiamente entendida. Moltmann reflexiona sobre la evolución y la Creación en términos de hermenéutica teológica de la naturaleza, al buscar una interpretación de los fenómenos naturales sub specie eternitatis. La existencia humana actual es anticipación del inicio de un futuro espléndido de cumplimiento de expectativas y promesas. Manuel G. Doncel ofrece una reflexión sobre el concepto de la Creación evolutiva. A través de una reconstrucción condensada del pensamiento de Karl Rahner, Karl Schmitz- Moorman y Denis Edwards, Doncel describe su entendimiento de la idea de Creación, vista aquí desde las perspectivas teológica y filosófica. En un contexto, donde la teoría de la evolución parece desafiar la comprensión clásica del concepto Creación, los tres teólogos aceptaron el interés de las ciencias naturales en cuanto a repensar la interpretación de la acción Creadora de Dios. Doncel inserta su presentación dentro del marco de la megahistoria cósmica, que por una parte exige la “ampliación” de la historia con el fin de repensar el acto de Creación en su acepción de creatio continua, y no como una especie de “participación” divina, sino más bien como la autonomía de la Creación que le confió el Creador. Doncel plantea un panorama de interpretaciones somero que quizá ofrece un incentivo adicional para una reflexión aún más acuciosa sobre el concepto Creación desde la perspectiva de diálogo con las ciencias naturales. William E. Carroll propone una reflexión estricta sobre el pensamiento de santo Tomas Aquino. Presenta el concepto 49 filosófico y teológico de santo Tomás desde un argumento lineal, situándolo dentro de un contexto amplio de ideas y debates de su tiempo, sin ignorar las controversias históricas o incluso las tensiones entre aquellos que vieron en el pensamiento de santo Tomás, una traición a la doctrina católica y a quienes la consideran modelo de ortodoxia. Carroll confiere un nuevo valor a la reflexión de Aquino destacando la necesidad de una reflexión Metafísica sobre el concepto Creación a medida que requiere, como concepto metafísico, un tipo de razonamiento que trascienda la competencia de las investigaciones de las ciencias naturales. La comprensión de la profundidad de los conceptos imbuidos en las nociones de Creación, del Creador y de la causalidad, resulta esencial igualmente para una visión correcta de la relación entre fe y razón, evitar cualquier forma de fanatismo o descripciones científicas o religiosas. Todas ellas indican un horizonte definido de complementariedad entre las interpretaciones científicas, filosóficas y teológicas de la realidad. Efectivamente, parece deseable que el resultado fuera lo que se insinúa en la frase célebre de Albert Einstein en su obra autobiográfica, Out of My Later Years “La ciencia sin religión es renga, la religión sin ciencia está ciega” [6],pensamiento que resuena en el discurso de Juan Pablo II en ocasión del centenario del nacimiento de Einstein (1879-1955). Refiriéndose a Gaudium et spes (n. 7) el Papa recuerda que: Las nuevas condiciones ejercen influjo también sobre la vida religiosa... La agudización del espíritu crítico la purifica de un concepto mágico del mundo y de residuos supersticiosos, y exige, cada vez más, una adhesión verdaderamente personal y operante de la fe, lo cual trae que muchos alcancen un sentido más vivo de lo divino [7]. 50 De forma aún más concisa y explícita el renombrado científico Max Planck afirmó en un ensayo: Nunca puede existir una verdadera oposición entre religión y ciencia; porque la una es complemento de la otra. Toda persona seria y reflexiva está consciente, creo, de que el elemento religioso en la naturaleza puede reconocerse y cultivarse si todas las fuerzas del alma humana actúan juntas en perfecto equilibrio y armonía [8]. Entonces, por una parte resulta necesario que el científico aparte su orgullo de autosuficiencia que lo conduce a relegar la filosofía y la teología al depósito de las reliquias de un paleolítico intelectual y asimismo ese hýbris que lo engaña al proclamar una capacidad amplia de la ciencia en el conocimiento, circunscripción y agotamiento de la totalidad del ser y la existencia, de significado y valores. Sin embargo, por otra parte, también debe vencer la tentación del teólogo de limitar las áreas de la investigación científica y dar por terminado o distorsionar apologéticamente los resultados para dar soporte a sus tesis. Por lo tanto, parece más que legítimo afirmar la posibilidad de una “coexistencia pacífica” entre ciencia y fe, dejando atrás el conflicto arraigado en el positivismo del filósofo francés Auguste Comte. En realidad, avanzamos cada vez más hacia un respeto mutuo y coherente entre los dos ámbitos: la ciencia se dedica a los hechos, la información, y la “escena” del “cómo” mientras que la metafísica y la religión se consagran a los valores, los significados últimos, el “fundamento”, del “por qué”, de acuerdo con los protocolos específicos de investigación. 51 Esto es lo que el científico estadounidense Stephen J. Gould, fallecido en 2002, sistematizó en la fórmula del Non- Overlapping.Magisteria (NOMA), es decir, los caminos paralelos del conocimiento filosófico y teológico y el conocimiento científico empírico. Conforman dos niveles metodológicos, epistemológico y lingüístico, que al pertenecer a dos planos diferentes, no pueden cruzarse, son incalculables el uno contra el otro, lo que resulta en una imposible traducción mutua y de esta manera se presentan en armonía. Nietzsche ya lo escribió en 1878: “Entre la religión y la ciencia auténtica no existen afinidad ni amistad, ni incluso enemistad: ellas moran en diferentes planetas” [9]. Habiendo reconocido los valores positivos de este enfoque que rechaza acuerdos sincréticos simples y asigna un estado igualitario a los diferentes caminos de análisis de la realidad, resulta sin embargo necesario oponer una reserva bastante evidente en la experiencia histórica. Ambas,ciencia y teología (o filosofía), tienen en común el objeto de su investigación (el hombre, el ser, el cosmos) y –como lo menciona perspicazmente Michal Heller, probablemente hay cierto tipo de aseveraciones que permiten una transferencia del campo de la ciencia experimental y la filosofía sin confundir los niveles [10]. Ciertamente con resultados exitosos (por ejemplo la aportación que ofreció la filosofía a la ciencia sobre las categorías del “tiempo” y el “espacio”). Además, el académico polaco continúa, “la diferencia de niveles no debe legitimar la exclusión a priori de la posibilidad de cualquier síntesis”. Así, entró en vigor, junto con la actualmente 52 válida (en el nivel de método) “teoría de los dos niveles”, una “teoría de diálogo” subsidiaria que propuso Józef Tischner, que descansa en el hecho de que cada hombre está dotado de una conciencia unificadora y por lo tanto, cualquier investigación sobre la vida humana y la relación con el universo requiere una pluralidad armoniosa de itinerarios y resultados que se entretejen en la unicidad de la persona. Por lo tanto, es inaceptable una respuesta mayor a disociar de manera radical las aportaciones de la filosofía a la ciencia y viceversa. El “fenómeno” al cual la ciencia se enfoca, principalmente el “escenario” como ya se mencionó, no es en realidad independiente del “fundamento” y por lo tanto la “experiencia” y la “trascendencia” son diferentes en términos de niveles pero no están aisladas e incomunicadas. Respecto a este punto y tan solo para destacar nuestra propia área de estudio que es el ámbito teológico, podemos referirnos al pensamiento de José Luis Illanes: “La teología puede ofrecer su aportación sólo si permanece en contacto con las demás ciencias. Necesita ser escuchada pero necesita asimismo escuchar el otro conocimiento. El teólogo, al igual que el científico, debe ser humilde, y en mayor medida: no sólo porque lo que sabe lo recibe de la palabra de Dios, confiada a la Iglesia, ante la cual debe permanecer en una actitud de escucha devota, pero igualmente porque reconoce que la ciencia teológica no lo autoriza a ignorar otros conocimientos” [11]. Esta obra concuerda perfectamente en la lógica del diálogo dinámico y fructífero que promovió y auspició el Consejo Pontificio de la Cultura en los últimos años. Me alegro asimismo de que se hayan agregado a este compromiso, nuevos caminos e iniciativas que estimulan la 53 reflexión dentro de un contexto interfé. Espero que las aportaciones que se presentan aquí ofrezcan a los lectores alimento útil para el pensamiento, así como motivación para la búsqueda personal. 54 Introducción: El concepto de Creación, su relevancia en la investigación teológica, filosófica y científica Tomasz Trafny – Armand Puig i Tàrrech La evolución científica y tecnológica, extensa y expedita, ha modificado en un periodo relativamente breve, no sólo la percepción de los hombres y el mundo –ampliando radicalmente los límites del conocimiento humano- sino asimismo nuestra percepción de la dimensión espiritual y religiosa, afectando de esta forma el estilo de vida contemporáneo. Con este telón de fondo, hablar de teología de la Creación podría sonar extraño e incluso anacrónico. Sin embargo, el concepto Creación es fundamental en casi cualquier religión; para el cristianismo, representa una de las verdades fundamentales, incorporada y afirmada en todos los símbolos de fe, desde el más remoto al más actual, perteneciente a las diversas confesiones cristianas. Un observador acucioso no omitirá la tensión entre las declaraciones de la fe y las de las ciencias, o la gran paradoja arraigada en el progreso científico. Por una parte, se ha desarrollado una “fe en la ciencia y el progreso”, produciendo gran entusiasmo y alimentando esperanzas elevadas –algunas de las cuales totalmente utópicas (el control de la naturaleza, la eliminación del sufrimiento, etcétera); y por otra parte, sin embargo, el progreso ha destacado los límites de la ciencia comprendidos con claridad, en especial por los investigadores de 55 alto nivel, quienes descubren lo limitado de nuestro conocimiento y lo complejo –por no decir misterioso- que resulta la realidad que nos rodea y que estudiamos. Aunque el enfoque superficial en la ciencia y el progreso provoca con frecuencia una reacción antirreligiosa o disemina indiferencia, descartando la posibilidad de diálogo y reflexión interdisciplinaria, un enfoque atento y humilde reconoce la importancia de una reflexión multinivel capaz de intercambiar los resultados de la investigación y compartir las percepciones pertenecientes a los diversos ámbitos del pensamiento y la investigación. La necesidad de dicho enfoque ha crecido con mayor urgencia y conciencia, presionando a los científicos de las diversas disciplinas a comprometerse en reflexiones límite e investigaciones que se comparten y discuten de manera conjunta, llegando incluso a promoverlas. Un área privilegiada de reflexión e investigación se refiere a la relación entre la realidad contingente y la búsqueda de una causa primaria sin limitaciones contingentes, y capaz de conformar la ratio última de todas las cosas existentes. La búsqueda de dicha causa ha representado una necesidad supuestamente importante, que ha permeado diversos periodos históricos y se ha convertido en un elemento constante de la investigación humana. En este contexto, el incentivo fundamental es el horizonte inalcanzable del cielo y de los cuerpos celestes “fijos” en el firmamento. Al parecer, los “cielos” sentaron las bases a las primeras actitudes de culto, vinculadas a emociones contradictorias de miedo y admiración, y los primeros y aún primitivos intentos de investigación motivados por la curiosidad y la necesidad de comprender. Estos antiguos esfuerzos introdujeron los 56 cuestionamientos sobre el fundamento de la existencia de las cosas así como sus variadas respuestas precisas: de simples intuiciones a las ideas teológicas y filosóficas más complejas sobre el origen de las cosas. Entonces, desde tiempos antiguos los hombres buscaron orden y una mayor comprensión de sí mismos y del mundo en un intento de explicar el misterio de la naturaleza. De manera bastante interesante, una de las expresiones más antiguas –quizá la primera- de dicho intento toma forma en una historia épica babilónica de la Creación, Enuma elish. De acuerdo con este mito, el mundo surgió del conflicto entre el orden y el caos: El dios Marduk retó y venció a Tiamat –la diosa que representa el caos primigenio- y al dividir su cuerpo en dos, creó el cielo y la tierra. Es significativo que el primer acto que proclamó Marduk, luego de vencer el caos y confirmar su control sobre el mundo, fue la introducción del calendario. Caos quedó vencido pero asimismo se transformó en el universo, al crearse el sol, la luna y las estrellas; los cuerpos celestes adquirieron movimientos armónicos y fueron “sincronizados” con las estaciones terrenales. A partir de este momento, quizá por primera vez, los hombres empezaron a ver y sentir el mundo en total orden. Tuvieron que transcurrir algunas centurias antes de que algunos pensadores atrevidos, en los siglos VII-VI antes de Cristo, se convencieran de que podían explicar la realidad del mundo sin recurrir a ningún mito. Este momento marcó el comienzo de la reflexión filosófica y el intento de definir una imagen más racional y ordenada del mundo y sus elementos. Durante siglos, los 57 filósofos, teólogos y posteriormente los científicos enfrentaron el desafío de “construir” una imagen coherente del ámbito natural y humano. Ciertamente es imposible desentrañar todas las etapas del pensamiento donde las diversas expresiones de la idea de Creación tuvieron lugar en las diversas culturas, religiones y contextos. Sin embargo, destacaremos que todas ellas condujeron a intuicionessimilares respecto al significado de la Creación y el origen (no en sus representaciones concretas sino en su esencia conceptual) a pesar de las diferentes formas de reflexión, estructuradas mediante elementos específicos de fe, bastante diferentes entre sí y definitivamente irreductibles entre sí. Sin embargo, lo que parece evidente es que en ambas, en las formas más arcaicas de las historias mitológicas y en las interpretaciones más especulativas – ricas en matices-, el ideal definitivo del “camino” se representa mediante un punto de referencia que se entiende como la necesidad de la causa primordial –en ocasiones comprendida en términos plurales- que es indispensable para la justificación última de la existencia de las cosas. Sin embargo, no debemos olvidar que la búsqueda del fundamento de la existencia de la realidad siempre ha tenido una naturaleza que engloba todo, ya que sus resultados se extendieron a todas las “capas” de la realidad, creando un modelo interpretativo para ella y para el “fenómeno humano”. Dentro de la reflexión teológica filosófica de la tradición cristiana, este modelo hermenéutico ha tenido consecuencias fundamentales que trascendieron más allá de las afirmaciones cognitivas [12] y que, durante siglos, definieron la manera de ver el universo, la tierra y los hombres a sí mismos. Las intuiciones que aportaron las narraciones bíblicas, y posteriormente las elaboradas por los 58 teólogos, son un claro ejemplo de tal influencia. Si en realidad es cierto que en el pensamiento griego el Hombre deviene paulatinamente la medida de todas las cosas, asimismo es cierto que la Biblia coloca a los seres humanos en el ápice de la Creación, en una posición de proximidad especial hacia el Creador. Por otra parte, desde el punto de vista del Creador, el Hombre se considera como administrador, el primer ministro de la Creación. La representación paradigmática de esta relación se encarna en la figura de José –elevado a la posición más prestigiada se convirtió, luego del Faraón, en el segundo de Egipto, encargado del cuidado de todo el país. Esta representación ayuda a comprender el papel del Hombre en los cielos. Ciertamente, como leemos en Génesis 2:15: “El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén, para que lo guardara y cultivara”. El Edén es la tierra liberada del pecado, de la esclavitud de la sublevación hacia la cual el hombre arrastra toda la Creación. Por lo tanto, el Hombre, guardián del jardín coincide con el Hombre guardián de la tierra, la obra de amor de un Dios que no termina en sí mismo. En cierto sentido, el universo creado es limitado, porque es expresión de un Dios autolimitante, que no utiliza Su omnipotencia para hacer del Hombre “un humilde sirviente”. Por el contrario, los humanos son “apenas inferiores a Dios”, coronados “con gloria y esplendor” (Sal 8, 6). Los hombres no son el centro de todo, sino todo les ha sido confiado a ellos. El hombre y el mundo no están llamados al conflicto sino a vivir el uno al lado del otro. Si el Hombre se convierte en un ser déspota, un tirano que trata a la Creación con desprecio y avaricia, no obedece así a su primer vocación, “guardar y cultivar [el jardín del Edén]” (Gén 2, 15). Entonces, la teología bíblica de la Creación no coloca al Hombre en el centro de la realidad y evita que se sienta como el señor de la 59 Creación. Sólo Dios es el “rey de los cielos y la tierra”, origen y fundamento, fuente y condición de ser de todos los procesos en la Creación. El salmo 89 alaba y agradece a Dios por su Creación del “mundo y todo cuanto contiene” (v. 12). El salmo especifica que Dios dispuso las bases de una realidad visible (la terrestre), que se apoya en otra, imperceptible para los ojos humanos (la realidad bajo y por encima de la tierra). En las cosmologías antiguas, el universo no es una estratificación de tres capas sino más bien una gran esfera, cuya sección central horizontal la representa la tierra, y el cielo y el infierno son condición que posibilita la existencia humana, animal y vegetal. Sin un firmamento y sus fuentes de luz (planetas) y sin las columnas del infierno que dan sostén a la tierra, los hombres se hundirían en el abismo primordial, y regresarían al caos inicial, a aquel tóhu wabóhu, enemigo de la vida, y todas las cosas creadas se disolverían. Sin el cuidado de Dios para con el mundo, sin ese Dios que incasablemente cuida de las aves del cielo y las flores silvestres en el campo (Mt 6,26-30), el mundo perdería su armonía. De hecho la Creación es, en primer lugar y ante todo, la armonía de sus elementos, diferentes pero en consonancia (Sab 19, 18), es garantía de su futuro, la condición de posibilidad de una existencia continua. Sin embargo, esta armonía, no descarta los cambios o modificaciones internas. Todo lo que sucede en el cosmos está “escrito en el cielo” (Lc 10, 20). Con frecuencia, los hombres deben limitarse a contemplar –y descubrir- cosas más portentosas que ellos. El microcosmos humano se hace cada vez más pequeño, cuando los hombres consideran las dimensiones tremendas del macrocosmos. El Hombre bíblico se asombra ante las tormentas tempestuosas y el poder de los elementos incontrolables, del voraz mar y la tierra que se mueve y abre sus amplias fauces. ¡Nadie diría que los humanos son “reyes” de la Creación cuando encaran los 60 efectos devastadores de un terremoto en Haití, en el 2010! La naturaleza salvaje lleva sin más a los hombres a la humildad. Cuando la armonía del universo decae, los hombres sufren y mueren. Por lo tanto, la teología de la Creación revela los límites de una relación –entre el mundo y los hombres- que se establece en el principio y debe renovarse. Estamos en un tren en marcha con dos rieles llamados lealtad y alianza, necesarios igualmente para Dios y los hombres. El futuro de la Creación depende de la renovación de la relación entre el propietario del Jardín del Edén y su morador, quien recibió el encargo y el honor de cultivarlo y cuidarlo. En el principio se da un pacto entre el Creador y la Creación que, en esta tierra, recae en los hombres. Las cosas son diferentes al relacionarse con todo el universo, donde podemos contemplar cosas con instrumentos tecnológicos de alta precisión, pero no podemos manipularlas: nuestras armas nucleares pueden destruir el Jardín del Edén pero no sus cimientos. Ante el universo lo único que necesitamos es la antigua oración de los salmos: “Los cielos proclaman la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos” (Sal 19,2). La Creación se comprende y se mantiene a salvo cuando se le reconoce como obra de amor, nacida de una voluntad que elige la existencia sobre la nada, la vida sobre la muerte. Al final del pasaje del Evangelio donde algunos critican la resurrección, Jesús destaca la supremacía de la vida y dice: “[el Señor] no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven” (Lc 20,38). Entonces, el primer pacto previo al de Noé luego del Diluvio, es el pacto del Edén. Dios les da a los hombres vida y una “tierra” llena de posibilidades. Los hombres aceptan la alianza con Dios y la responsabilidad como guardianes de la Creación. La lealtad parece indestructible. La Creación de los hombres proviene del deseo de Dios de tener a alguien semejante a él, “creado a su imagen” (Gén 1, 61 27), quien pueda cuidar el Edén, una tierra sin sombras. Desde el principio, entonces, la Creación es partícipe en la alianza entre Dios y el Hombre. Cada vez que esta relación se desmorona o rompe, la Creación sufre, espera y ansía la reconciliación, la libertad, para gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 20-22). La Biblia no hace a los hombres a un lado en beneficio de un Dios a quien le gustaría utilizar su poder al máximo. El acto de la Creación no pretende mostrar que Dios puede hacer cualquier cosa que quiera de manera arbitraria e incluso arrogante. Si el universohubiera sido fruto de una elección al azar, no hubiera habido la encarnación del Hijo de Dios, Verbo eterno del Padre. Si todo hubiera comenzado sin un plan basado en el amor, los hombres serían forasteros eternos en busca de la razón de sus desgracias. Sin embargo, la Creación del mundo y de los hombres se encuentra inscrita en un movimiento del Amado que en palabras del místico Raimundo Lullo, no puede sino entenderse a sí mismo en la otredad del Amigo. Aunque no podemos afirmar que Dios necesitaba la Creación, podemos estar seguros de que él la deseaba. La idea del amor explica el deseo inminente de Dios por crear, que era más fuerte que su propia omnipotencia: quien es poderoso puede crear todo. Entonces, el universo es fruto de una omnipotencia que no puede dirigirse hacia el interior sino que se proyecta más allá de sí mismo. Esto es una verdadera omnipotencia, manifestada en el momento en que la voz divina dijo: “¡Que exista la luz!” (Gén 1, 3) además “Hagamos al hombre” (1, 26). ¡Tenemos al cosmos y al hombre, juntos desde el “principio” hasta el final, compañeros en la “empresa de la Creación”! Esta “empresa de la Creación”, descrita en las imágenes fascinantes de las historias bíblicas, recibió un significado elevado, y fue tal que dio fundamento al surgimiento de un marco cognitivo 62 especial basado en una imagen totalmente peculiar de los hombres y el mundo. Ciertamente, esta imagen era hermosa y atrayente: la tierra era el centro del universo, donde el hombre ocupaba un lugar privilegiado. Al reflejar una expresión sublime de perfección en el marco de un universo imaginado, los hombres no sólo habían recibido el lugar más elevado en la Creación, sino posteriormente se comprendieron como un microcosmos personificando la representación de todo el universo. En un universo imaginado de tal modo, Dios, sus ángeles y los santos vivieron en las alturas de los cielos, asegurando que los hombres se sintieran profundamente acogidos y a salvo. Por lo tanto, no debería sorprender que algunos representantes de la Iglesia, profundamente apegados a esta imagen de los hombres y del mundo, reaccionaran ante las afirmaciones de Galileo al tratar de manera desesperada e incluso agresiva, de preservar las representaciones antiguas, integradas a la perfección en las tradiciones teológicas y filosóficas. Esto no debe considerarse una justificación de errores pasados, sino una forma de destacar la dimensión central en el asunto Galileo. Las teorías de Copérnico y Galileo cambiaron radicalmente la percepción idealista del universo y del hombre. Para ellos, la tierra ya no era el centro del universo y se cuestionaba el estatus privilegiado de los hombres en comparación con las demás creaturas, alimentado preocupaciones profundas sobre las posibles consecuencias de dicho proceso. Siglos más tarde, cuando las teorías de Darwin argumentaron que los hombres pertenecían a un largo proceso de evolución, estas preocupaciones se manifestaron en mayor medida. Al igual que en tiempos de Galileo, muchos reaccionaron a las teorías científicas con argumentos arraigados tanto en reflexiones filosóficas y convicciones religiosas. 63 En un periodo breve, se hizo evidente que el fortalecimiento de una imagen idealizada del hombre y del mundo, desde Platón y Aristóteles en adelante, que provocaba una percepción de la humanidad cada vez más glorificada, había perdido su agudeza y capacidad de convencimiento. Esta transición no sólo fue dramática porque la visión idealista del universo había perdido su unidad original sino porque era fuente de tensiones y frecuentes malentendidos profundos que alimentaban la ahora idea estereotipada y difusa de un conflicto entre las ciencias naturales y humanas, entre una investigación científica –considerada seria y confiable– y la descripción filosófica teológica –por lo común considerada superflua y si fuera aceptable, débil y marginal o, en otros términos, fácil de ignorar. El telescopio de Galileo se convirtió casi en un símbolo paradigmático de las nuevas aperturas y ampliación de los horizontes cognitivos; sin embargo, por desgracia y de manera inapropiada, para algunos también se convirtió en emblema de una protesta que, en casos extremos, argumenta la supresión de conceptos como el de la Creación o bien considerarlos planteamientos vacíos. No obstante, el concepto Creación regresa como objeto de una investigación que se dirige cada vez con mayor frecuencia hacia lo multidisciplinario, y lo mismo aplica a otros conceptos como el tiempo, espacio, infinito, vida, muerte, sufrimiento, etcétera, que han trascendido los límites de la reflexión filosófica teológica, convirtiéndose en objetos de investigación en muchas ciencias y recibiendo un nivel de atención que nos permite develar la riqueza de su contenido. Un ejemplo bastará para mostrar cuán rica y compleja puede ser la investigación científica. Los diversos sistemas de conocimiento 64 han interpretado de manera diferente la idea del tiempo: a partir de la reflexión teológica, que favorece la comprensión del tiempo como kairós –momento de redención; a la filosofía de la naturaleza y demás ciencias que tratan el tiempo como el flujo de momentos que pueden incluirse en el término crónos, llegando incluso a ideas del tiempo existencial, considerado desde el punto de vista de la historia subjetiva. Las ideas que parecían sencillas y perfectamente definidas se presentan ahora complejas y ricas con nuevos significados, si se consideraban desde el punto de vista privilegiado de la investigación multidisciplinaria. Dicho enfoque no le resta importancia a la necesidad de una investigación rigurosa y diferenciación metodológica típica de diversas disciplinas que estudian los mismos temas desde diferentes perspectivas; por el contrario, las necesita para garantizar la credibilidad de los resultados científicos. Este mismo razonamiento debería aplicarse al concepto de Creación y a su análisis sistemático. Desde el principio, debemos indicar los límites que surgen por ejemplo del hecho de que la idea de Creación pertenece al lenguaje religioso, que trabaja en mecanismos de comprensión y expresión conceptual (como los incluidos en las Sagradas Escrituras) diferentes a los de una reflexión especulativa y rigurosa típica de la teología sistemática. Sin duda, precisamente la teología sistemática, al reflexionar sobre los contenidos de la Revelación judeo cristiana, estudia el concepto de Creación de manera transversal y en todas sus interpretaciones –incluso aquellas que carecen de un equivalente terminológico exacto en las Sagradas Escrituras, pero que no son implícitas, como la idea de creatio ex nihilo, Creación a partir de la nada, que indica el particular modus operandi divino (cfr. Gén 1, 1ss). 65 La necesidad especulativa de encontrar un sistema de interpretación consistente, sentó las bases del cambio de la idea de la Creación del ámbito teológico a la reflexión filosófica [13]. La investigación Metafísica, como análisis del acto de ser, contribuyó a encontrar una explicación posible para la relación entre lo que existe pero que posee una existencia relativa, de manera contingente, y el Ser Absoluto que es dueño de la existencia por naturaleza propia, y es causa del ser (Summa Theologiae I, q. 45, a. 3). Esta investigación dio paso a otros caminos entrelazados que fueron necesarios para comprender conceptos tales como la creatio continua, acción divina, providencia divina, autonomía de las cosas creadas o preservación del ser, que representan un desafío mayor e importante en la comprensión de la naturaleza en su relación con Dios. Otro avance hacia la reflexión sobre la Creación se dio gracias al progreso en las ciencias naturales, en especial la astronomía y la elaboración de modelos cosmológicos. Volvieron a figurar cuestiones sobre el concepto de Creación como un nuevo retopara los teólogos y filósofos, pero asimismo para los científicos, al adquirir nuevo vigor y estimular frecuentes debates intensos. Los progresos en la investigación cosmológica, en estos momentos sofisticada en extremo gracias a “flamantes telescopios” – radiotelescopios, telescopios espaciales y equipo científico sofisticado- han permitido examinar el concepto de la Creación a través de una visión novedosa y fascinante. Gracias a los cuestionamientos sobre los orígenes del universo, el concepto Creación ha trascendido los límites de las reflexiones teológicas y del pensamiento filosófico, convirtiéndose en parte de las investigaciones de las ciencias naturales. Esto no cambia el hecho de que hoy los modelos cosmológicos, que conforman un intento 66 por comprender la realidad, engendran más preguntas que respuestas, y que las expectativas de las primeras ciencias naturales resultaban optimistas en extremo al argumentar que los científicos algún día serían capaces de resolver todas las preguntas de la humanidad. De cualquier forma, el concepto –y término- de Creación logró asimismo un lugar en la literatura científica, superando los límites de la especulación teológica filosófica; igualmente tuvo presencia en la formulación de diversos modelos cosmológicos, en especial los llamados modelos Big Bang, elaborados en base a las soluciones de Friedmann y Lemaître (respectivamente de 1922 y 1927) a las ecuaciones de Einstein de los campos gravitacionales, que tratan sobre la cuestión de una singularidad primitiva, un punto de espacio tiempo donde la magnitud física se hace infinita (densidad y energía de la materia tienden a valores infinitos, mientras que el volumen es igual a cero). No podemos dejar de mencionar los intentos por superar la idea clásica de “Creación”, como lo es el modelo altamente debatido y elaborado de Stephen Hawking. Dado a conocer asimismo a un amplio público gracias a ensayos como A Brief History of Time: From the Big Bang to Black Holes (Bantam Books, Londres 1988) y el más reciente The Grand Design (Bantam Books, Londres 2010) con la colaboración de L. Mlodinow, Hawking recurre a la teoría de un universo autocontenido y autosuficiente que se explica a sí mismo a través de la Creación espontánea, cuyo fundamento está en las leyes de la gravedad en vez de la existencia de un Creador. Sin entrar en el debate sobre la validez de las afirmaciones en su mayoría de Hawking, de los límites que encuentra el método de las ciencias naturales respecto a las cuestiones metafísicas definitivas, 67 debemos observar que el concepto de Creación pertenece a la herencia milenaria de la investigación, que hoy, engloba los ámbitos teológico, filosófico y científico. Cada una de estas disciplinas ofrece un significado particular a la idea de Creación, pero resulta evidente un grado de interacción, que apuntala un entendimiento más profundo y adecuado. La dificultad de diálogo e investigación interdisciplinaria que persiste hoy debe atribuirse no sólo a las limitaciones metodológicas, sino igualmente a restricciones culturales; liberarnos de nuestros estereotipos mentales, ciertamente parece inmensamente difícil. Con toda seguridad, alguno de éstos se relaciona con la oposición supuesta entre ciencia y fe. Este estereotipo se encuentra profundamente arraigado y permanece incólume ante la labor de los científicos, filósofos y teólogos, quienes afirman que la teoría de la incompatibilidad de las ciencias naturales con las reflexiones filosóficas y teológicas carece de fundamento e incluso están dirigidas conjuntamente a promover convencionalismos interdisciplinarios, proyectos de investigación compartidos y apoyan por lo general un diálogo serio y abierto. Esta publicación tiene sus bases en un contexto particular de reflexión teológica, acuñado en la Facultad de Teología de Cataluña, que promovió el Seminario sobre Teología de la Creación llevado a cabo dentro de la Facultad Teológica de Cataluña en Barcelona, el 30-31 de enero de 2009. Esta iniciativa se inspiró en la investigación, enseñanza y proyecto de diálogo denominado STOQ (Science, Theology and Ontological Quest), que promovió el Consejo Pontifico para la Cultura junto con algunas facultades de universidades pontificias, que por algún tiempo, han cruzado las fronteras de la Ciudad Eterna para acercarse a otros centros académicos y diseminar la idea de diálogo entre las ciencias naturales, la reflexión filosófica y el pensamiento teológico. Este 68 proyecto de interacción está específicamente dirigido a aquellos científicos, teólogos y filósofos que en un contexto aparente de tensión y en algunas ocasiones de malentendidos, alimentan la necesidad de apoyar una amplia reflexión e investigación interdisciplinaria, analizando de cerca las condiciones de un posible diálogo entre las disciplinas. La sustentación de esta iniciativa es la comprensión estructurada de diálogo que infiere dos dimensiones inseparables: la ontológica o existencial y la epistemológica, es decir, la dimensión cognitiva. En este sentido, un diálogo indica la relación entre por lo menos dos materias que se fundamenta en el encuentro y comunicación recíproca, que a su vez se caracteriza por rasgos específicos y necesarios. Es una realidad en cambio constante, una relación viva, dinámica y perfectible cuyos materias son llevadas a interactuar por un deseo de saber, que se define asimismo mediante una dinámica intrínseca precisa abierta a la novedad y a los nuevos horizontes de investigación; humilde en su búsqueda; libre de prejuicios, pero al mismo tiempo, clara en sus juicios y valoraciones; de manera más importante, busca la verdad y la anima la curiosidad saludable (curiositas) que va de la mano con la búsqueda constante de la verdad. En este sentido, la palabra “diálogo” funciona para establecer contacto y remedio a las ideas de choque, violencia o predominio. Un encuentro en verdad especial, porque se caracteriza por el amor a la verdad y una curiosidad cognitiva inicial –sin la cual no hay apertura hacia el otro- posibilita el diálogo y aún más, lo transforma en un acontecimiento fructífero y duradero. La apertura hacia el otro, favorecido por la curiosidad y la búsqueda de la verdad, prepara a los hombres a escuchar, a pensar de manera más abierta y luchar por el mutuo entendimiento, para que el 69 diálogo mismo se una a la sensibilidad que lo protege de monólogos estériles y malentendidos recíprocos. Ciertamente, un diálogo así no es una empresa fácil y presupone una diversidad de elementos que cada vez es más difícil encontrar. Y si surge la pregunta del por qué el diálogo es tan poco frecuente, y cuando se da, parece en verdad difícil, debe recordarse que es un proceso complejo que no sólo exige facultades intelectuales sino asimismo lo realmente importante son las características humanas mismas que lo hacen posible. En este sentido, la imposibilidad de diálogo en muchos ámbitos se cuenta igualmente entre muchas expresiones de crisis de la cultura y humanidad actuales. Por ello, enfatizamos la relevancia de una actitud abierta y flexible de aquellos académicos quienes han hecho del diálogo un instrumento natural de crecimiento personal y, al mismo tiempo, permiten a los demás compartir la riqueza cognitiva que funciona como estímulo e inspiración continua, siempre divulgando nuevas perspectivas de investigación. Este volumen reúne las aportaciones de cuatro pensadores pertenecientes a diferentes confesiones cristianas pero que comparten la dimensión dialógica de la investigación, que reconocen como una vocación humana original. John C. Polkinghorne fue Presidente y ahora Fellow of Queen’s College Cambridge. Ex profesor de Física Matemática (1968-1979) en la Universidad de Cambridge. Renunció a su posición para estudiar para el sacerdocio, consiguiendo la ordenación como sacerdote anglicano en 1982. Fuecanon teólogo de la Catedral de Liverpool (1994-2005) y predicador Six de la Catedral de Canterbury (1996-1997). Ganó el premio Templeton para Ciencia y Religión en 2002. Polkinghorne es autor de cinco libros sobre física, y más de 20 sobre la relación entre ciencia y religión; sus 70 publicaciones incluyen: The Quantum World; Quantum Physics and Theology: An Unexpected Kinship; One World, Science and Creation; Science and Providence y Exploring Reality: The Intertwining of Science and Religion. Sus libros se han traducido hasta ahora a 11 idiomas. Jürgen Moltmann, profesor emérito de Teología sistemática en la Facultad Evangélica de la Universidad de Tubinga en Alemania (1967-1994), es uno de los teólogos más ampliamente leídos de la segunda mitad del siglo XX. Moltmann impartió conferencias Gifford en la Universidad de Edinburgo en 1984-1985. Ganó el premio en religión Louisville Grawemeyer por su libro The Coming of God: Christian Eschatology. Moltmann ha contribuido con muchos libros en el ámbito de la teología, incluyendo The Crucified God; The Church in the Power of the Spirit; The Trinity and the Kingdom of God; God in Creation; The Way of Jesus Christ; The Spirit of Life (1991), Theology of Hope: On the Ground and the Implications of a Christian Eschatology; The Coming of God; The Source of Life; God for a Secular Society; Experiences in Theology; Science and Wisdom; In the End – The Beginning: The Life of Hope, y otros. Manuel G. Doncel, nació en Santander en 1930, se unió a la Compañía de Jesús en Barcelona en 1949. Se graduó en Filosofía (San Cugat, 1956) y en Física (Barcelona, 1958), estudió Teología con Karl Rahner (Innsbruck, 1958-1962) y elaboró su tesis doctoral en Física con Louis Michel (Institut des Hautes Études Scientifiques de Bures-sur-Yvette, París, 1964-1967). Fue profesor visitante en CERN (Ginebra, 1968-70). Fue profesor de tiempo completo de Física teórica en la Universidad Autónoma de Barcelona (Bellaterra, 1995- 2000), donde fundó el Centro para el Estudio de Historia de las Ciencias en 1983. Asimismo fue profesor en el Instituto para Teología Fundamental de la Facultad para Teología en Cataluña, donde fundó un Seminario para Teología y Ciencias (Sant Cugat, 71 desde 1993). Desde 1996, también es miembro de la Real Sociedad de Ciencias y Artes de Barcelona. Dr. William E. Carroll es the Tomás Aquinas Fellow in Theology and Science at Blackfriars Hall, Oxford, y miembro de la Facultad de Teología de la Universidad de Oxford. Es un historiador intelectual europeo e historiador de ciencia cuya investigación y enseñanza están dirigidas a: la acogida de la ciencia aristotélica en el Islam medieval, el judaísmo y el cristianismo, y la evolución de la doctrina de la Creación, y el encuentro entre Galileo y la Inquisición. Asimismo, ha escrito ampliamente sobre las formas en que las discusiones medievales de la relación entre las ciencias naturales, la filosofía y la teología pueden ser útiles en las cuestiones contemporáneas que surgen de los avances en biología y cosmología. Es autor de Galileo: Science and Faith; La Creación y las Ciencias Naturales: Actualidad de Santo Tomás de Aquino, y coautor junto con Steven E. Baldner de Aquinas on Creation. Esta obra, así como todo el Proyecto STOQ, responde a la cálida sugerencia de una comprensión renovada y superior de una filosofía auténtica de la naturaleza y una teología de la Creación. Estas disciplinas merecen un nuevo surgimiento en una cultura donde el diálogo entre ciencia y fe es de importancia especial, donde los intelectuales deben considerar como su propia tarea contar con el conocimiento que abarque un horizonte más amplio de investigación interdisciplinaria. 72 EL UNIVERSO COMO CREACIÓN. JOHN C. POLKINGHORNE 73 1. Investigación científica y metafísica La investigación es trabajo arduo en la ciencia, junto con su buena dosis de rutina extenuante y frustración ocasional. La hacemos porque nos motiva el deseo de comprender lo que está sucediendo en el mundo. Esa búsqueda ha sido sorprendentemente exitosa, al ampliar su ámbito más allá de los procesos cotidianos cuya comprensión podría explicarse de forma creíble mediante la necesidad evolutiva al moldear nuestros cerebros para lograr aptitudes para ese fin [14]. La ciencia nos ayuda a comprender el campo de la física subatómica, así como la naturaleza del espacio tiempo cósmico, sistemas lejanos de impacto directo en nosotros y con un carácter cuya comprensión reclama modos de pensamiento en gran medida diversos a los requeridos para sobrellevar la necesidad mundana. No obstante, debemos reconocer que el triunfo de la ciencia se ha aceptado por la modestia de su ambición explicativa. No intenta preguntar ni contestar toda pregunta que pudiera surgir de manera legítima. Por el contrario, se limita a investigar los procesos naturales y se dedica a la cuestión de cómo suceden las cosas. Otras situaciones, tales como aquellas relacionadas con el significado y el objetivo, quedan excluidas entre paréntesis. Esta postura científica se ha tomado sencillamente como estrategia metodológica, sin la implicación misma de que aquellas otras cuestiones, que podríamos denominar del tipo por qué, sean o no plenamente significativas ni necesarias para pedir que se alcance una comprensión integral. Además, incluso en relación con su propio ámbito autolimitado de búsqueda, la ciencia casi no puede funcionar como una 74 disciplina totalmente independiente, como si pudiera responder totalmente sus propias preguntas del tipo cómo. La consideración del problema de la naturaleza de la causalidad ilustra este punto. Ciertamente, la ciencia limita todo cuanto puede decirse sobre la causalidad; sin embargo, la conclusión de la discusión no la ha determinado sólo la ciencia. La comprensión de la naturaleza de la causalidad apela asimismo a un acto de decisión Metafísica. La teoría del quantum aclara de manera suficiente el punto [15]. La física puede decirnos que el mundo quantum se caracteriza necesariamente por la presencia de situaciones intrínsecas imprevisibles y que el acceso epistémico a ella se ve restringido por el principio de incertidumbre de Heisenberg. Sin embargo, ¿estas circunstancias surgen de una ignorancia inevitable de ciertos detalles finos en relación con la realidad física cuya naturaleza subyacente es en realidad plenamente determinista, o son signos del carácter intrínsecamente indeterminista del mundo quántico? Resulta que cualquier respuesta es compatible con la evidencia empírica que puede ofrecer la física. Mientras que la mayoría de los físicos se apegan a Niels Bohr en dar la segunda respuesta, existe una teoría ingeniosa cuyo autor es David Bohm [16] y demuestra que la primera respuesta es igualmente una posibilidad. La elección entre estas opciones puede hacerse sobre bases puramente científicas, pero debe apelarse a criterios metacientíficos, tales como juicios de economía, elegancia y naturalidad (ausencia de artilugios). Quienes tienen sed de conocimiento no la satisfarán sólo con la ciencia. Aunque muchos científicos exhiben una especie de desconfianza profesional respecto al concepto Metafísica, la verdad es que nadie puede salir adelante sin una visión más amplia que la estrictamente científica. El científico reduccionista que proclama que el conocimiento científico es todo lo que tenemos, o 75 necesitamos tener, expresa una afirmación que no proviene de la ciencia misma, propiamente comprendida. Los seres humanos piensan en Metafísica de manera tan natural e inevitable como nosotros hablamos en prosa. Nada proviene de la nada, y cualquier esquema metafísico debe descansar sobre una base sin origen alguno e inexplicable, que luego sirve como cimiento para un desarrollo explicativo subsecuente. En la tradición occidental han existido fundamentalmente dos especies distintas de inicio metafísico.Una de ellas toma como su hecho básico en bruto la existencia del mundo material, y trata las leyes de la naturaleza como el cimiento dado para toda explicación posterior. David Hume fue notable partidario de esta especie de Metafísica materialista. El otro enfoque toma el hecho en bruto de un agente divino autosubsistente como su fundamento básico, al ver al mundo ordenado de acuerdo con la voluntad de ese agente, y su historia como expresión del propósito de ese agente. El teísmo es la postura Metafísica que trata de comprender el universo en términos de su ser como Creación divina. Los argumentos en pro y en contra de estas dos grandes tradiciones explicativas han estado presentes durante muchos siglos. Recientemente se ha propuesto un nuevo tipo de defensa de la postura teísta –o quizá debería decirse que ha vuelto a aparecer una antigua defensa envuelta en ropas intelectuales novedosas. Bajo la rúbrica de Diseño Inteligente (ID), este nuevo movimiento afirma ser capaz de discernir aspectos científicos de nuestro conocimiento del mundo viviente cuya existencia no puede comprenderse sin apelar a la acción directa de una inteligencia diseñadora que funciona dentro del curso de la historia. Mientras que los partidarios de este punto de vista son muy discretos sobre 76 decir algo definitivo respecto a la naturaleza de esta inteligencia activa –es una táctica de su discurso rehuir el uso de palabras tales como Dios o Creador- parece bastante evidente que la agenda subyacente del movimiento ID es ofrecer una especie particular de defensa tácita de Metafísica teísta. Tengo críticas de este enfoque y las formularé más adelante. Sin embargo, en primer lugar, es necesario realizar una inspección preliminar de los contextos dentro de los cuales debe darse nuestra plática. 77 2. Cinco aspectos relevantes de la visión de la ciencia Se ha visto que la física no define la Metafísica, sin embargo sí la restringe, así como los cimientos de una casa no determinan la construcción que se erigirá sobre ellos, pero sí restringen su forma posible. Cinco aspectos de la visión de la ciencia o la realidad son particularmente relevantes para la presente discusión. 78 2.1 Versiones fragmentarias La física actúa mediante la investigación detallada de campos particulares: física subatómica, física de la materia condensada, mecánica de medios continuos, etcétera. Dentro de cada campo, puede lograrse una comprensión considerable de los procesos implícitos; sin embargo, las relaciones entre estos campos diferentes por lo común están lejos de comprenderse de manera adecuada. Para ser perfectamente franco, la aportación de la física a un aspecto del nexo causal del mundo es distintivamente parcial [17]. Un ejemplo impactante de la naturaleza fragmentaria del entendimiento físico lo ofrecen las incertidumbres aún sin resolver respecto a la manera en que la física cuántica y la física clásica deben comprenderse para relacionarse entre sí. Este problema persiste como reto incluso luego de ochenta años de logros de cálculos altamente exitosos. Sabemos cómo hacemos las sumas, pero no comprendemos plenamente lo que está sucediendo. La dificultad más notable se relaciona con el problema de la medición. La física cuántica se basa en el principio de la superposición, permitiendo la combinación de estados que el pensamiento newtoniano, o sentido común, dirían inmiscible estrictamente. Un electrón puede estar en un estado en que es una mezcla del estar “aquí” y el estar “allá”. Esto no sólo refleja esta posibilidad de extrañeza indescriptible del mundo cuántico, pero también se relaciona con la naturaleza probabilística de la física cuántica. Siempre se obtendrá un resultado definitivo si la posición de un electrón en tal estado superpuesto es realmente medible, pero en 79 algunas ocasiones el resultado estará “aquí” y en otros momentos estará “allá”. El formalismo nos capacita para calcular con precisión impresionante las probabilidades relativas de obtener estas dos respuestas; sin embargo, no existe ninguna explicación teórica aceptada y satisfactoria del por qué un resultado en particular se logra en una situación en particular. Esta carencia de comprensión científica se denomina el problema de medición. Es vergonzoso para un físico tener que confesar que no comprendemos la manera en que el mundo cuántico nebuloso y el mundo clásico diáfano se unen entre sí por el puente de la medición. Como resultado de esto, se da un abismo en la narración física de la estructura causal. Otro situación ejemplo de irregularidad es la incapacidad de combinar la teoría cuántica y la teoría del caos de manera coherente. Los sistemas caóticos tienen tal sensibilidad intrincada hacia el detalle más ínfimo de sus circunstancias, que la predicción de su conducta futura exigiría muy pronto un grado de conocimiento preciso, situación que prohíbe la incertidumbre de Heisenberg. Esto implica que debería existir un entrecruzamiento de la teoría cuántica y la teoría del caos; sin embargo, en realidad estos dos formalismos, y en la situación en que se encuentran ahora resultan incompatibles entre sí. La teoría cuántica tiene una escala, provista por la constante de Planck; sin embargo, el carácter fractal de la dinámica caótica significa que no tiene escala alguna, y tiene las mismas características sin importar el tamaño de la muestra. Simplemente, ambas no encajan de manera consistente. Por lo tanto, la física es incapaz de ofrecer una narración continua de lo que sucede en el mundo. Esto aclara que no puede afirmar el haber establecido el cierre causal del universo en sus propios términos físicos. 80 2.2. Imprevisibilidad La ciencia del siglo XX descubrió la existencia de la imprevisibilidad intrínseca en el proceso físico. Lo primero salió a la luz a nivel subatómico de la física cuántica, y posteriormente se dieron mayores descubrimientos a nivel macroscópico de la teoría del caos. Es importante conferirle un peso integral al mundo “intrínseco”. No nos referimos a situaciones donde las mejores técnicas de medición, o medios más convincentes de cálculo, puedan despejar las incertidumbres. La incertidumbre es propiedad epistemológica, al referirse a lo que podemos o no podemos saber sobre el comportamiento del futuro. No existe un vínculo lógicamente necesario entre la epistemología y la ontología (lo que en realidad es el caso). Como ya lo vimos en el caso de la incertidumbre de Heisenberg, se requiere de una decisión Metafísica respecto al tipo de interpretación ontológica que concuerde (¿determinismo o indeterminismo?). Por lo tanto, resulta una estrategia perfectamente coherente y aceptable interpretar las imprevisibilidades físicas de manera ontológica como señales de la presencia de la apertura causal, lo que permite la operación de influencias causales sobre y por encima de aquella que resulten del intercambio de energía entre los elementos que han sido la historia tradicionalmente contada por la ciencia. Un candidato evidente por dicho principio causal adicional serían los actos voluntarios de los agentes humanos intencionales. Otra posibilidad sería la acción de la divina providencia, que opera de manera continua dentro del grano abierto de la naturaleza [18]. Una ciencia honesta no está en la posición de prohibir ninguna de estas posibilidades. Ciertamente, la física no está en la posición de establecer el cierre causal del 81 mundo en base a sus propios términos reduccionistas. 82 2.3. Relacionalidad El pensamiento newtoniano dilucidó un proceso físico en términos de las colisiones de átomos en movimiento dentro de un recipiente de espacio absoluto y en el transcurso del desarrollo de un tiempo absoluto. La física del siglo XX remplazó esta imagen con algo totalmente más intrínsecamente relacional. La teoría de Einstein de la relatividad general combinó espacio, tiempo y materia enuna sola narración integrada. La materia describe un espacio tiempo, y la curvatura del espacio tiempo influencia la trayectoria de la materia. En el mundo cuántico, una vez que dos partículas interactúan permanecen mezcladas recíprocamente, convirtiéndose efectivamente en un sistema único, por lo que por muy separadas que estén, la actuación en una producirá un efecto inmediato en la otra. (Éste es el famoso “efecto EPR”). Al parecer, incluso el mundo subatómico, no puede tratarse de manera atómica. 83 2.4. Complejidad en evolución y emergente Hace 13 mil 700 millones de años, el universo sólo era una pelota de energía pequeña y casi informe en expansión. Hoy es un universo extenso, poblado por estructuras ricas y diversas. Esa pelota de energía se ha convertido en el hogar de santos y científicos. Los procesos que produjeron esta transformación sorprendentemente fructífera han sido evolutivos en su carácter, si se considera la historia cósmica temprana, en el transcurso de la cual, el universo devino granuloso y veteado con estrellas y galaxias, o bien los 3 mil 500 millones de años de historia del desarrollo de la vida en la Tierra. El proceso evolutivo es resultado de la interacción fértil de dos tendencias contrastantes que pudieran etiquetarse a manera de eslogan “oportunidad” y “necesidad”. La necesidad se refiere a la regularidad de leyes del mundo. La oportunidad se refiere a la particularidad contingente, la casualidad de que esto ocurre en vez de lo otro. El rango de acontecimientos posibles es tan amplio que incluso en 13 mil 700 millones de años, sólo una pequeña fracción de lo que podría haber sucedido ha realmente sucedido. Muchas descripciones pudieran plantearse de la interacción fértil de estas dos tendencias. La ciencia ha aprendido a reconocer que la verdadera novedad sólo puede surgir en regímenes que pudieran decirse que están “en los límites del caos”, un ámbito donde la regularidad y la contingencia se entrelazan para conformar el ámbito de la oportunidad y la necesidad. La necesidad sola correspondería a un mundo demasiado rígido en su naturaleza para permitir que surgiera algo realmente nuevo. La oportunidad sola correspondería 84 a un mundo demasiado al azar en su naturaleza para permitir que algo realmente nuevo persistiera. Por ejemplo, sin un grado de mutación genética, no existiría ninguna forma de vida. Sin un grado de transferencia genética estable entre las generaciones, no habría ninguna especie establecida donde pudiera operar el proceso cambiante de la selección natural. La fertilidad enérgica del universo se ha hecho patente con el surgimiento enfático de formas totalmente nuevas de complejidad, cuya naturaleza era imprevisible en términos de lo que las había antecedido: vida a partir de materia inanimada, conciencia de la vida; y finalmente, la autoconciencia humana (el medio mismo mediante el cual el universo toma conciencia de sí mismo, haciendo de la ciencia la consiguiente posibilidad) [19]. No obstante, aún no está claro que el pensamiento convencional darwiniano sea la narración científica integral de cómo sucedió esto. Sólo ha sido posible estudiar el comportamiento de los sistemas moderadamente complejos, tratados en su totalidad, en vez de descomponerlos en las partes que los conforman. En la actualidad, la mayor parte de este trabajo se encuentra en la etapa de la historia natural de sólo observar las posibilidades específicas, por lo común modelos generados por computadora. Sin embargo, ya es claro que los sistemas complejos manifiestan con frecuencia poderes sorprendentes e inesperados de auto organización espontánea, lo que genera patrones de estructura y comportamiento novedosos. Resulta totalmente concebible que el surgimiento de situaciones nuevas está parcialmente influenciado por leyes naturales formadoras de patrones holísticos, de una especie no considerada previamente por la ciencia y asimismo lejos de ser totalmente comprendida [20]. Puede anticiparse que esta comprensión científica magnificada del proceso cósmico dará por resultado un concepto de información (la especificación de una formación de 85 patrones dinámicos holísticos), tan fundamental para el pensamiento científico como lo ha sido la energía. 86 2.5. Potencialidad en sintonía Gran parte de la discusión de la importancia evolutiva se ha concentrado en la oportunidad de la dualidad; sin embargo, la necesidad no debe considerarse de ninguna manera de menor importancia. Un desarrollo sorprendente en la comprensión científica ha sido el reconocimiento de que la regularidad en las leyes debía tomar una forma en verdad específica y cuantitativamente precisa, para llegar a ser posible que una vida en base al carbono evolucionara en algún momento del curso de la historia del cosmos. Un universo capaz de albergar vida es un universo de un carácter muy especial. Si bien la vida sólo al parecer se desarrolló luego de diez mil millones de años de historia del cosmos, nuestro universo contenía ya esta posibilidad a partir del Big Bang en adelante, en el sentido de que su estructura física contaba con el carácter apropiado para permitir que esto sucediera. El conjunto de pensamientos científicos que llevaron a esta conclusión sorprendente e inesperada ha recibido el nombre de Principio Antrópico [21]. Un ejemplo será suficiente para describir la especie de pensamiento implícito. Debido a que el universo en sus inicios es muy simple, sólo genera consecuencias muy simples. Los únicos elementos químicos que puede generar son los más sencillos, hidrógeno y helio. Para la vida se necesita una mayor diversidad de recursos químicos. En especial se necesita carbón, cuya capacidad para generar moléculas de cadena larga es la base de todo ser vivo. Sólo en un lugar en todo el universo se produce carbón: al interior de los hornos nucleares de las estrellas. Somos polvo estelar, conformados por cenizas de 87 estrellas apagadas. La persona que comprendió primero este proceso fue Fred Hoyle. En un momento de gran percepción, dilucidó que la producción de carbón estelar era posible, de forma hermosa y delicada, porque existía un efecto amplificador (una resonancia, como decimos), en la justa energía que permitiría lo que de otra forma sería un proceso prohibido. Asimismo, Hoyle se dio cuenta de que si las fuerzas nucleares hubieran sido tan sólo ligeramente diferentes, no se hubiera dado la resonancia apropiada y en consecuencia la vida en base al carbono hubiera sido imposible. A pesar de su compromiso vitalicio hacia el ateísmo, se tiene registrado que dijo que el universo es una “burla” (término que significa que algo diferente sucede respecto a lo que se había supuesto en un principio). En otras palabras, Hoyle no podía creer que la posibilidad de existencia del carbón fuera sólo un accidente afortunado. Debido a que no le daba importancia al término “Dios”, dijo que debía existir una especie de Inteligencia que habría establecido las leyes de la naturaleza para tal motivo. Podríamos decir que Hoyle sintió que había percibido el actual diseño inteligente en la estructura del mundo. Por supuesto, este mundo sería bastante diferente de lo que afirma el movimiento ID para discernir una especie diferente de diseño inteligente, presente en las estructuras detalladas actuales de algunos seres vivos. Éste se vincula con las reglas del juego cósmico; aquél se refiere a los movimientos específicos en dicho juego. Algunos científicos, al sentir la amenaza del teísmo que podía traer consigo esa percepción aguda, recurrieron a la estrategia metacientífica alternativa de plantear como hipótesis la existencia de un multiverso. Su propuesta consiste en que nuestro universo sólo es uno dentro de una amplia cartera de universos, todos con leyes naturales diferentes y todos separados entre sí. Si este conjunto de mundos era lo suficientemente vasto, entonces
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