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LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO La encarnación como principio antropológico y eclesial en el Concilio Vaticano II Francisco A. Castro Pérez Seminario Diocesano Instituto Superior de Ciencias Religiosas Málaga 2012 INTRODUCCIÓN Se ha hecho común en el discurso cristiano hablar de la encarnación para referirse a un modo peculiar de vivir la fe, en medio de las situaciones concretas en que se encuentran los fieles. A menudo se invoca la necesidad de «encarnarse» en el mundo. Esto se presenta como presupuesto de una vivencia personal y eclesial capaz de corresponder a los hondos anhelos de la humanidad, expresados de múltiples formas en el espacio y en el tiempo, y de transformar esta humanidad según el Evangelio. Puede incluso decirse que hay un modo de plasmar la fe en formas concretas de vida y misión que, con todo derecho, se denominan «espiritualidad» o, en expresión de Mounier, «ética de la encarnación». Sin embargo, la referencia a la encarnación no es patrimonio de grupos o corrientes particulares en la Iglesia, sino que es una dimensión irrenunciable de toda espiritualidad cristiana. Vivir y proclamar la fe en Cristo, muerto y resucitado por nosotros, implica tomar muy en serio la carne que Él asumió y que fue glorificada en la Pascua, y aplicar los principios que se derivan de este hecho fundamental para el modo en que los cristianos nos situamos en medio de la sociedad. Si Jesucristo, Verbo encarnado, es «la luz verdadera que alumbra a todo hombre» (Jn 1,9), esto tiene implicaciones concretas en la cosmovisión cristiana y en la conciencia de la Iglesia sobre su propio misterio y misión. Intentaremos mostrar esto dejándonos guiar por ese magno ejercicio de discernimiento eclesial que fue el Concilio Vaticano II. La celebración de su cincuentenario nos invita a todos a revisar cómo se ha llevado a cabo la interpretación y recepción del que sigue siendo un marco de referencia básico para la Iglesia del presente siglo. Veremos que la encarnación, más allá de ser objeto de nuestra fe, es un principio que el magisterio conciliar aplica a la comprensión de diversas cuestiones. CAPÍTULO I El misterio de la encarnación en la recepción conciliar 1. El Concilio medio siglo después: hermenéutica y recepción El acontecimiento del Concilio va alejándose en el tiempo y muchos no perciben hoy el modo en que ha afectado a la conciencia y a la vida de la Iglesia en todos los ámbitos. A esta repercusión concreta del Concilio, impulsada por el Espíritu, se le llama «recepción»1. En los últimos años se han multiplicado las publicaciones que se ocupan de este aspecto2. Pero ¿podemos afirmar que el Concilio ha sido ya interpretado adecuadamente y recibido en su integridad? Para evaluar la calidad de la recepción conciliar, conviene distinguir, sin separar, el «espíritu» y la «letra» del Concilio. Respecto al primer aspecto, el así llamado «espíritu», hoy nos encontramos una Iglesia aggiornata, «puesta al día» en un mundo globalizado. Esto responde en gran medida a la intención de Juan XXIII al convocar el Concilio y al mismo Concilio considerado como acontecimiento mundial de primera magnitud, que cambió la conciencia sobre la Iglesia dentro y fuera de ella. Respecto al segundo aspecto, la «letra», el Concilio constituye un corpus de textos de valor singular y plena vigencia: sus enseñanzas e indicaciones siguen siendo el marco más autorizado para la vida y la misión actuales de la Iglesia. Sin embargo, es en esta vertiente 1 Acerca del concepto de recepción en sus diversas vertientes, su historicidad intrínseca, su naturaleza eclesial, implicaciones ecuménicas, cf. H. LEGRAND – al, ed., Recezione e comunione tra le chiese, Bologna 1998; Y. CONGAR, «La “réception” comme realité ecclésiologique», RSPhTh 56 (1972), 369-403; A. GRILLMEIER, Mit ihm und in ihm, Freiburg 19752, 303-334. 2 Véase la nota bibliográfica al final de este trabajo para una selección de escritos sobre el tema. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 6 donde quizá quedan aspectos que reclaman una mejor recepción, aún en nuestros días3. La Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985, consciente de que existían dificultades, propuso algunos criterios de interpretación que ayudasen a una recepción más íntegra del Concilio: no se debe separar lo pastoral de lo doctrinal, ni el espíritu de la letra; hay que interpretar los textos refiriéndolos al conjunto de documentos conciliares y a la tradición de la Iglesia; debemos buscar luz en ellos para los retos actuales4. Mientras esta siga siendo la Iglesia del Concilio Vaticano II, estos criterios deben ser aplicados también hoy. Hay que advertir, especialmente, que no debe buscarse en el Concilio una justificación para innovaciones y rupturas con la tradición de la Iglesia; como indicó Benedicto XVI, hay que aplicar al Concilio una «hermenéutica de la reforma», no de la discontinuidad5. 2. Objeciones a la centralidad de la encarnación Centrándonos en el tema que nos ocupa, conviene decir que, después del Concilio, hay quien ha preferido dejar la encarnación en un segundo plano como referencia para la reflexión creyente6. A menudo, se han visto con recelo las interpretaciones del Concilio que intentan rescatar este importante aspecto de sus enseñanzas, tachando tales lecturas de «encarnacionistas»7. Con esta actitud despectiva parece que resucita la 3 Cf. W. KASPER, «El desafío permanente del Vaticano II. Hermenéutica de las aseveraciones del concilio», en ID., Teología e Iglesia, Barcelona 1989, 401-415; S. MADRIGAL, «El Vaticano II: el espíritu del acontecimiento y la letra conciliar», [acceso 1.05.2012] www.unican.es/Aulas/teologia. 4 Cf. SÍNODO DE LOS OBISPOS, Relatio finalis Ecclesia sub verbo Dei, 7.12.1985, EV 9, 1779-1818, n. 5. 5 BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia romana (22.12.2005), AAS 98 (2006) 40-53. Cf. J.A. KOMONCHAK, «Benedetto XVI e l’interpretazione del Vaticano II». Acerca de la correcta concepción de «reforma» eclesial, merece leerse aún hoy Y. CONGAR, Falsas y verdaderas reformas en la Iglesia, Madrid 1953; orig., Vrai et fausse reforme dans l'Église, Paris 1950. 6 Sobre los debates conciliares acerca del papel de la encarnación en los esquemas, cf. F.A. CASTRO, Cristo y cada hombre. Hermenéutica y recepción de una enseñanza del Concilio Vaticano II, Roma 2011, 62-71; 115-127. Sobre los recelos en la recepción de la doctrina conciliar a este respecto se trata en diversos lugares de la obra. 7 Tal advertencia la hacen, por ejemplo, A. SCOLA, «“Gaudium et Spes”: dialogo e discernimento nella testimonianza della verità», en R. FISICHELLA, ed., Il Concilio Vaticano II, 82-114; V. CAPORALE, «Antropologia e cristologia nella “Gaudium et Spes”», RdT 29 (1988) 142-185; C. GARCÍA FERNÁNDEZ, «La hermenéutica antropológica de la “Gaudium et spes”», en ID., ed., Iglesia, mundo y espiritualidad, Burgos 2007, 131-160». Una interpretación equilibrada de la postura conciliar al CAP. I: RECEPCIÓN CONCILIAR 7 polémica entre «encarnacionismo» y «escatologismo» que se desarrolló ampliamente en el seno de los debates conciliares y que puede decirse saldada con la disolución de alternativas falsas: humanización y evangelización, construcción de la ciudad secular y avance del Reino de Dios, no pueden ser vistas como disyuntivas a la luz de los textos conciliares. Las razones por las que no parece a algunos conveniente subrayar este aspecto de la enseñanza conciliar son varias. Unos dicen que cuando el Concilio basa sus enseñanzas en la encarnación, no lo hace con una intención doctrinal, sino más bien como expresión de su sentido «pastoral». Es como si el Concilio, invocando la singular humanidad de Cristo, quisiera congraciarse con el mundo moderno,al que hasta entonces se había dirigido sobre todo para condenarlo. Convenía mostrar la vertiente humanista de la fe cristiana. Así pues, si hablar de la encarnación se hacía con una actitud pastoral, y no tanto con la intención de enseñar, no estaría justificado que situáramos aquí el núcleo del mensaje cristiano. Sin embargo, como veremos, la encarnación del Verbo aparece como fundamento de enseñanzas propiamente doctrinales del Concilio. La encarnación forma parte, por derecho propio, de las verdades nucleares del mensaje cristiano. Otros piensan que el Concilio se excede en la referencia a la encarnación y que esta no debería entenderse como misterio salvífico, o al menos no el principal: la salvación nos viene de la muerte y resurrección de Cristo. Por eso, no interesaría tanto dar a entender que la fe cristiana sea un humanismo, que sirva para la humanización de la sociedad; el evangelio, más bien, debe anunciar una humanidad nueva, divinizada, que nace de la Pascua, y esto ha de proclamarse oportune et inoportune, guste o disguste a los oyentes. A quienes así piensan habría que recordarles que, si Cristo ha sido capaz de morir y resucitar por nosotros, es porque, como dice el Credo, el Hijo de Dios «por nosotros los hombres y por nuestra salvación… se hizo hombre». Notemos bien: no nos salva Cristo por ser Dios, ni solo por ser hombre; hemos sido salvados porque quien ha muerto y resucitado es el Hijo de Dios hecho hombre, por tanto, el único mediador, el único capaz de vivir, morir y resucitar por nosotros. En este sentido, la encarnación concierne a todos los seres humanos como misterio propiamente salvífico, con unas implicaciones peculiares que es necesario reconocer, distintas de las que se desprenden de la Pascua (sin duda, el misterio de nuestra salvación por excelencia). —————————— respecto puede leerse en H. DE LUBAC, Athéisme et sens de l’homme, Œuvres complètes, IV, Paris 2006, 407-514. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 8 Otros advierten, con razón, que a la salvación que ya se nos ha concedido en cierto modo a todos los hombres en Jesucristo por la encarnación (a la cual puede llamarse redención «objetiva») hay que adherirse de un modo personal: es necesario configurar nuestras vidas con la cruz y la resurrección del Señor. Esto muestra que la referencia a la encarnación debe ser solo un acento, o una premisa de la vida cristiana. Pero en modo alguno justifica que se mire con recelo o se elimine del discurso cristiano; más bien invita a considerarla como un presupuesto irrenunciable de la existencia cristiana y de la evangelización8. 3. Rescatar el principio de encarnación Una interpretación adecuada del Concilio no puede dejar fuera una cuestión presente en tantos de sus textos, como es la encarnación, por la injusta sospecha de que este interés se alinea con determinada tendencia teológica más o menos desviada. No se deben reemplazar las enseñanzas conciliares por prejuicios de uno u otro signo, sino más bien volver a sus textos, llenos de gran equilibrio, que son, además, una expresión autorizada de la fe y la vida eclesial. En definitiva, nos proponemos en este trabajo constatar la centralidad de la encarnación en una correcta hermenéutica del Concilio y, basados en sus enseñanzas, proponerla como un principio válido para la concepción creyente del hombre y para la misión de la Iglesia. Primeramente, repasaremos algunos presupuestos que, enraizados en el ambiente filosófico y teológico de la primera mitad del siglo pasado, propiciaron un enfoque y un lenguaje novedosos en el Concilio. Estos presupuestos permiten entender el lugar central que hay que asignar a la encarnación en una equilibrada lectura de los textos conciliares. Seguidamente, para volver a proclamar la encarnación sin recelos y en sus justos términos, nada mejor que dejar que el Concilio nos hable de ella. Encontraremos en sus textos una sólida base de doctrina que justifica que hoy sigamos proponiendo la encarnación como un principio clave en la comprensión creyente de la realidad y en una vida y una misión genuinamente cristianas. 8 Independientemente de la recepción conciliar, el tema de la encarnación ha merecido una amplia atención desde múltiples puntos de vista. Desde la historia de la liturgia, con una sucinta panorámica del desarrollo dogmático, cf. R. WINLING , Noël et le mystère de l’incarnation, Paris 2010. Con un enfoque principalmente sistemático, cf. S.T. DAVIS – D. KENDALL – G. O’COLLINS, ed., The Incarnation, Oxford-New York 2002. Para una perspectiva filosófica, cf. M.M. OLIVETTI , ed., Incarnation, Padova 1999. CAPÍTULO II Presupuestos del Concilio Vaticano II Un ambiente intelectual concreto precedió a la redacción de los documentos del Concilio y forma el sustrato del principio de encarnación, tal como es entendido y aplicado también en la época postconciliar. El Concilio Vaticano II, llamado por Congar «concilio de los teólogos»1, fue crisol donde la Iglesia recibió, purificada al fuego del Espíritu, la herencia de unos años de profundo repensamiento de la fe cristiana, realizado en diálogo con la filosofía y desde un conocimiento mayor de los fundamentos bíblicos y de la Tradición. Así pues, el modo en que se proponen muchas enseñanzas conciliares puede considerarse fruto de la efervescencia intelectual y teológica de la primera mitad del siglo XX. La vigorización de los estudios bíblicos y patrísticos había impulsado la búsqueda de un nuevo lenguaje para la fe, lenguaje que habría de mostrar una cierta convergencia con el pensamiento teológico y filosófico contemporáneo. En lo que concierne a nuestro tema, la renovación teológica de la primera mitad del siglo pasado llegó al Concilio de la mano de teólogos de la talla de Rahner, De Lubac, Mouroux, Congar, que, en calidad de miembros de la Comisión doctrinal del Concilio o como peritos, dejaron su huella en algunos textos conciliares, que tienen en sus escritos anteriores un autorizado comentario avant la lettre. 1. Antropocentrismo y cristocentrismo En el ambiente previo al Concilio hay que destacar el papel que desempeñaron en la consideración del misterio de la encarnación las filosofías del hombre y la nueva conciencia sobre la centralidad de Cristo 1 Y. CONGAR, Mon Journal du Concile, Paris 2002, II, 421. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 10 en la teología. El doble giro antropológico y cristocéntrico, efectuado por la teología de la época, no supone una doble centralidad; más bien, considerar la centralidad de Cristo en la economía reveladora y salvífica de Dios hizo replantear los diversos temas teológicos y provocó el surgimiento de una cosmovisión cristiana más basada en la revelación y, en concreto, de una antropología propiamente teológica. Por consiguiente, la encarnación como principio teológico aparece ligada en el Concilio a una constelación de temas y de influencias. Además, hay muchas cuestiones debatidas y categorías disponibles que, aunque no se tuvieran en cuenta en la redacción de los documentos conciliares, sí formarán parte de su recepción2. La antropología cristiana, en cuanto visión integral del hombre a la luz de la fe, mereció por primera vez la atención de un Concilio en la Constitución pastoral Gaudium et spes. Esto fue fruto de un ambiente propicio en la reflexión filosófica y teológica de la época, lo que se ha venido en llamar el giro antropológico. La primera mitad del siglo veinte fue un momento privilegiado de la investigación en torno al ser humano3. En lo que concierne a la teología, se terminó la pacífica posesión de una visión de la realidad amoldada a las categorías neoescolásticas y hubo que asumir la necesidad de un nuevo encuentro con la filosofía. De ahí debería surgir un lenguaje teológico nuevo que respondiera a una nuevasensibilidad, haciendo partir del hombre todo discurso que pretendiera ser relevante. Esto no puede ser acogido sin crítica en el discurso teológico, el cual se basa en la primacía de una Palabra que adviene al hombre. Lo que habrá que mostrar, justamente, es que esta Palabra (por ende, el Verbo encarnado) no viene a nosotros como algo extrínseco, sino que encuentra en el hombre las condiciones de posibilidad de una acogida plenificante4. De ahí que, a menudo, los pensadores cristianos combinen la centralidad de la cuestión del ser humano con el esbozo de una verdadera cristología 2 Un espléndido ejemplo de la herencia de este doble giro antropocéntrico y cristocéntrico lo encontramos en la primera parte de la exhortación Verbum Domini de Benedicto XVI, nn. 6-28. 3 Este enfoque lo comparten, prácticamente, todas las aportaciones principales de la filosofía de la época. Cf. F. COPLESTON, Historia de la Filosofía. IX. De Bergson a Sartre, Barcelona 1980. Un útil resumen de estas «filosofías del hombre», con bibliografía esencial, lo encontramos en J.L. LORDA, Antropología cristiana, Madrid 20043, 15-65. 4 Como impulsor de este nuevo enfoque hay que destacar a Blondel. Cf. J.B. METZ, Antropocentrismo cristiano, Salamanca 1972; orig., Christliche Anthropozentrik, München 1962. CAP. II: PRESUPUESTOS DEL CONCILIO 11 filosófica, cultivada por el pensamiento de los últimos dos siglos5. Tal cristología, planteada como previa al dato revelado positivo, sitúa en el núcleo de la comprensión de la realidad a Cristo como «idea» o «cifra», cuyos rasgos no pueden sino identificarse con la figura del Cristo confesado por la fe. Jesucristo es el centro de toda la obra divina de creación, salvación y revelación. Esta realidad, atestiguada en el Nuevo Testamento y a lo largo de la tradición cristiana, reclama la centralidad de Cristo en la existencia del creyente, así como en la comprensión del misterio revelado y en la predicación: «El acontecimiento Cristo reivindica para sí mismo la primacía absoluta en la revelación y en la fe, una primacía no solamente normativa, sino fundacional»6. De esta primacía de Cristo en general –«Él es el primero en todo», proclama el himno de la carta a los Colosenses (Col 1,18)– y, particularmente, en relación con el ser humano, el Concilio da una buena muestra, en algunos pasajes emblemáticos7. 5 Cf. S. PIÉ-NINOT, La teología fundamental, Salamanca 20014, 458-466; 297-303; M.M. OLIVETTI , ed., Incarnation; X. TILLIETTE «El Cristo de la filosofía», en O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL – al, Salvador del mundo, Salamanca 1997, 251-263; S. ZUCAL, ed., Cristo nella filosofia contemporanea, I-II, Cinisello-Balsamo 2000-2002. Cf. Cf. K. JASPERS, La fe filosófica ante la revelación, Madrid 1968; orig., Der philosophische Glaube angesichts der Offenbarung, München 1962. 6 J. ALFARO, «La teología frente al magisterio», en R. LATOURELLE – G. O’COLLINS, ed., Problemas y perspectivas de teología fundamental, Salamanca 1982, 485. Cf. ID., «Encarnación y revelación», Greg 49 (1968), 431-459; «Las funciones salvíficas de Cristo como revelador, Señor y sacerdote», MySal, III/1, 671-753. Cf. K. RAHNER, «Para la teología de la Encarnación», ET, IV, 139-157. Algunos pasajes paradigmáticos que expresan esta centralidad de Cristo los encontramos, por ejemplo, en SAN BUENAVENTURA, Collationes in Hexaemeron, 1,10-14 (cit. en O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, «Jesucristo redentor del hombre. Esbozo de una soteriología crítica», en Cristo, Redentor del hombre, Salamanca 1986, 106); M.J. SCHEEBEN, Die Mysterien des Christentums, Freiburg 1941, 355; H. VOLK, «Die theologische Bestimmung des Menschen», Cath 13 (1959) 175-179; G. VAN DER LEEUW, Der Mensch und die Religion, Basel 1941, 112-118. Para un panorama del cristocentrismo en la teología del siglo veinte, que tuvo en K. Barth a uno de sus principales valedores, cf. H.U. VON BALTHASAR, La teologia di Karl Barth, Milano 1985, 348-388; orig., Karl Barth. Darstellung und Deutung seiner Theologie, Köln 1962. Una buena panorámica histórica puede leerse en G. MOIOLI, «Cristocentrismo», NDT, 213-224. Para una reflexión general sobre el tema, cf. G. BIFFI, «Cristocentrismo: presupposti e problemi», en P. SCARAFONI, ed., Cristocentrismo. Riflessione teologica, Roma, 2002, 7-21; P. SCARAFONI, «Cristocentrismo: significato e valenza teologica oggi», Path 2 (2003) 277- 304; T. CITRINI, «El principio “cristocentrismo” y su operatividad en la teología fundamental», en R. LATOURELLE – G. O’COLLINS, ed., Problemas y perspectivas, 246- 271. 7 Cf. SC 5-7; LG 3, 7-8; DV 2, 4; GS 10, 22, 32, 38, 45; AG 3. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 12 2. La encarnación en el pensamiento previo al Concilio En los decenios anteriores al Concilio, la realidad encarnada del ser humano, al mismo tiempo espiritual y corporal, y el misterio del Verbo encarnado, entendido como clave de comprensión del mundo y de las realidades de fe, centraron la atención de muchos pensadores y teólogos. Varias líneas merecen destacarse como influencias claras en el desarrollo de las enseñanzas conciliares en torno a la encarnación. 2.1 Existencialismo personalista cristiano La antropología conciliar refleja el esfuerzo por restaurar la singularidad, típico de las filosofías de la existencia. Las filosofías existencialistas y de la persona ofrecen todo un arsenal de nuevos instrumentos conceptuales para la comprensión del hombre. El interés por el hombre concreto y singular, impulsado en el siglo XIX por pensadores como Søren Kierkegaard, propició en el siglo pasado una reformulación creyente de qué es ser hombre en esta misma clave de lo singular8. Entre los pensadores que, siguiendo la línea existencialista o personalista, se adentraron en la cuestión del ser humano con el método de la fenomenología, así como en los teólogos que buscaban la renovación del lenguaje de la fe en diálogo con la filosofía contemporánea, encontramos claves para comprender el principio de encarnación tal como aparece en el Concilio. En la obra de Gabriel Marcel, encontramos el afán por restaurar lo concreto, la prioridad de la existencia, a través de una fenomenología de la presencia, del encuentro, del hombre en cuanto ser encarnado9. La «encarnación» de cada hombre se trata de lo que el autor designa como un «misterio», en oposición a «problema». Es decir, nuestro cuerpo no puede percibirse como un objeto colocado ante nosotros, que pueda ser captado y transmitido, sino que se escapa a nuestra aprehensión, al mismo tiempo que nos constituye. La realidad del hombre, ser encarnado, encierra el misterio de una donación: la unidad de alma y cuerpo no es simplemente algo dado, sino más bien «donante» de la propia presencia a uno mismo. Por tanto, es inadecuado hablar de una unión de cada hombre con su cuerpo, ni de una relación de posesión; más bien debemos decir que somos nuestro cuerpo (sin que esta dimensión agote todo lo que el hombre es). También el modo de estar presentes las personas unas a otras es un misterio. La presencia 8 Cf., por ejemplo, S. KIERKEGAARD, Las obras del amor, Salamanca 2006; orig. danés, Kjerlighedens Gjerninger, 1847. 9 Cf. G. MARCEL, Filosofía concreta, Madrid 1959, 21-49; orig., Du refus à l’invocation, Paris 1940; El misterio del ser, en Obras selectas de Gabriel Marcel, I, Madrid 2002, 1-387; orig., Le mystère de l’être, I-II, Paris 1951. CAP. II: PRESUPUESTOS DEL CONCILIO 13 puede sólo evocarse, invocarse, ser aceptada o rechazada, y se orienta al encuentro y la comunión. Si esta comunión falta, la presencia viene a parar en un ser extraños unos a otros, incluso a uno mismo. En su análisis de la percepción humana, también Maurice Merleau-Ponty proporciona nuevas claves para comprender nuestra corporalidad como una dimensión específicamentehumana10. Emmanuel Mounier, impulsor del movimiento personalista, y Jacques Maritain insisten en la distinción entre «individuo» y «persona»11. No basta tener en cuenta la individualidad, sino que esta debe despojarse de todo egoísmo burgués y de la anonimia a la cual la someten las sociedades totalitarias de diverso signo. Para Mounier, la corporalidad y el tiempo mueven al hombre hacia una «ética de la Encarnación» y a la realización de un nuevo orden social comunitario en el que todos puedan vivir la pertenencia a Cristo. La relación entre Cristo y quien se involucra en este modo de vivir conforme a la encarnación no es de ejemplaridad, sino de pertenencia, según la noción paulina del Cuerpo Místico12. El análisis fenomenológico del poseer revela unas antinomias que solo pueden ser integradas por «la participación sobrenatural en la posesión de todas las cosas por la unión a Cristo personal»13. Romano Guardini recoge las reflexiones provenientes del ambiente filosófico de la época en una visión de Cristo y del hombre que tiene en su núcleo el misterio de la encarnación. El acto de existir se desarrolla en diversos niveles, integrados en la unidad de cuerpo y espíritu: «El espíritu, por sí mismo invisible, se hace visible como cuerpo viviente (Leib). La esencia del hacerse carne el espíritu (Verleiblichung) consiste en su devenir visible no “a los ojos del alma”, como sostiene Platón, sino a concretos ojos 10 M. MERLEAU-PONTY, Fenomenología de la percepción, Barcelona 1985; orig., Phénoménologie de la perception, Paris 1945. En años posteriores al Concilio, otras aportaciones han insistido en la corporalidad en un sentido similar. Cf. H. JONAS, Pensar sobre Dios y otros ensayos, Barcelona 20122, 15-115; orig., Philosophische Untersuchungen und metaphysische Vermutungen, Frankfurt 1992; El principio vida. Hacia una biología filosófica, Madrid 2000; orig., Das Prinzip Leben. Ansätze zu einer philosophischen Biologie, Frankfurt-Leipzig 1994; M. HENRY, Encarnación. Una filosofía de la carne, Salamanca 2001; orig., Incarnation. Une philosophie de la chair, Paris 2000. 11 Cf. E. MOUNIER, El personalismo, en Obras completas, III, Salamanca 1990; orig., Le personnalisme, Paris 1949; J. MARITAIN , La persona y el bien común, Buenos Aires 1948; orig., La personne et le bien commun, Paris 1947. 12 Cf. E. MOUNIER, «Personalismo y cristianismo», en Obras completas, I, Salamanca 1992, 891-904. 13 E. MOUNIER, «¿Por qué se posee? Tener y ser», en Obras completas, I, 509-510. Cf. 1Co 3,23: «Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios». LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 14 humanos»14. Por ello, el encuentro con Jesús y la contemplación de su concreta humanidad, tal como aparece en los evangelios, es el camino que lleva a su reconocimiento como Señor: «Dios no existe en la apertura del mero absoluto, una dimensión que pueda ser alcanzada en todo momento o lugar, a partir de cualquier objeto. Él se hace visible solo en el encuentro. El punto del encuentro es la persona de Cristo; la hora del encuentro es, para la totalidad del mundo, la del nacimiento de Jesús, o la de su anuncio por obra de los mensajeros de la fe; para cada uno, el momento en que él mismo se topa con Cristo»15. Una síntesis afín la encontramos en el teólogo francés Jean Mouroux. El cuerpo, medio de conciencia, de expresión y de comunión de la persona, «fue creado para ser asumido por el Verbo de Dios, y precisamente porque el Verbo se hizo carne, la condición del cuerpo ha quedado orientada definitivamente en un nuevo sentido. Está redimido y espera la glorificación»16. 2.2 Estudios patrísticos e históricos El periodo de entreguerras coincide con la recepción del pensamiento de la escuela de Tubinga y de Matthias Joseph Scheeben, a través de la reedición y estudio de sus obras. A ello se sumó la aportación de Emile Mersch, el cual comparte el mismo interés por sacar de la teología patrística las principales intuiciones de su reflexión. En particular, la admiración por los padres griegos –en la que algo tuvo que ver el descubrimiento y publicación de la Epideixis de San Ireneo a principios de siglo– volverá a colocar la encarnación en el centro de atención de la teología17. Una mención especial merece la ingente obra de Henry de Lubac, que rescató para la reflexión contemporánea muchos aspectos presentes en la mejor tradición cristiana de los primeros siglos y de la época medieval. Entre estos aspectos, la consideración del misterio del Verbo encarnado recupera el lugar central que le corresponde18. De forma correlativa, De 14 R. GUARDINI , L’uomo. Fondamenti di una antropologia cristiana, Brescia 2009, 286; orig., Der Mensch. Grundzüge einer christlichen Anthropologie (inédito). Cf. ID., Mundo y persona, Madrid 1963; orig., Welt und Person, Würzburg 19544. 15 R. GUARDINI , L’uomo, 317. Cf. ID. La realidad humana del Señor, Madrid 1960; orig., Die menschliche Wiklichkeit des Herrn, Würzburg 1958; El Señor, Madrid 1965; orig., Der Herr, Würzburg 1937. 16 J. MOUROUX, Sentido cristiano del hombre, Palabra, Madrid 2001, 119; orig., Sens chrétien de l’homme, Paris 1945. 17 Cf. E. MERSCH, La théologie du Corps mystique, I-II, Paris 19462; Le Christ, l’homme et l’universe, Bruges 1962. 18 Cf. H. DE LUBAC, Catholicisme. Les aspects sociaux du dogme, Paris 1938; Corpus Mysticum. L’Eucharistie et l’Église au moyen âge, Paris 1944. CAP. II: PRESUPUESTOS DEL CONCILIO 15 Lubac apuesta por una superación de la antropología de la «naturaleza pura» y de «los dos fines», de modo que la relación entre la gracia y la persona sea concebida según una «gratuidad real» y no referida a un ser humano inexistente; esto es, la gracia subviene a un hombre, el único real, que ha sido creado con el «deseo natural» de una visión divina que, paradójicamente, solo puede recibir como don19. 2.3 Tomismo existencial Hay que mencionar también el auge del tomismo, que subraya la validez de los planteamientos fundamentales del Aquinate para integrar algunos elementos de las nuevas filosofías en una comprensión de la realidad netamente cristiana. De la simbiosis entre la tradición tomista y el nuevo pensamiento antropocéntrico surgió el llamado «tomismo existencial» de autores como Cornelio Fabro que, sin duda, hay que contar entre las premisas del Concilio20. Dentro de esta renovación tomista merece una mención particular Joseph Maréchal, quien adopta el método de reflexión trascendental, sobre las condiciones a priori del conocimiento, con la intención de superar el callejón sin salida al que Kant había abocado a la metafísica con su concepción de las condiciones a priori del conocimiento. Según el profesor de Lovaina, Dios queda afirmado implícitamente en todo juicio, por ser la meta última del dinamismo del conocer. 2.4 Obra de Karl Rahner La corriente de «tomismo trascendental» iniciada por Maréchal dejó una huella palpable, en combinación con la obra de Heidegger, en el programa teológico de Karl Rahner. En sus textos encuentra una expresión cualificada y original la renovación teológica de aquellos años. En el marco de la llamada cristología filosófica habría que encuadrar la propuesta rahneriana de un «salvador absoluto»: «¿No sería posible y oportuno intentar realizar algo así como una deducción trascendental de la creación en Cristo? [...] Un esquema a priori de la “idea de Cristo”, como correlato objetivo de la estructura trascendental del hombre y de su conocimiento»21. El teólogo alemán habla de la creación como posibilidad de la encarnación 19 Cf. H. DE LUBAC, Le mystère du surnaturelle, Paris 1965. 20 Cf. J. KALINOWSKI-S. SWIEZAWSKI, La philosophie à l’heure du Concile, Paris 1965, 155ss. Para una confrontación entre tomismo y el pensamiento de G. Marcel, cf. C. FABRO, Introduzioneall’esistenzialismo, Milano 1943. Cf. L. BOGLIOLO, «Tommaso d’Aquino», DCVS, 1920-1923. A.C. PEGIS, «Le concept de l’homme dans le contexte du renouveau», en L.K. SHOOK – G.M. BERTRAND, ed., La théologie du Renouveau, I-II, Montréal-Paris 1968, I, 277-289. 21 K. RAHNER, «Problemas actuales de cristología», ET, I, Madrid 1961, 206-207. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 16 y, en consecuencia, concibe a Jesucristo como el salvador que el mundo ya esperaba, si bien solo puede ser acogido como gracia indisponible y radicalmente nueva22. «La cristología es principio y fin de la antropología»23. Esta concepción permite desechar la visión extrinsecista de la gracia, que fundaba su gratuidad en la referencia a la «naturaleza pura» de un hombre ya constituido al margen de su llamada a la vida divina. En cambio, la concreta esencia del ser humano, situado de hecho en una historia de salvación, hace ver que la «naturaleza pura» debe considerarse solo como un «concepto residual»24. 2.5 Cosmovisión evolutiva La aportación de Teilhard de Chardin a este panorama fue la visión evolutiva del mundo como «cristogénesis»25. Teilhard intenta en cierto modo rescatar, dentro de un marco conceptual moderno, el «realismo místico» de San Pablo y San Juan. En su peculiar interpretación filosófica de la realidad, el valor de la persona humana ocupa un lugar central. El dinamismo universal de la evolución no tiene porqué relegar lo individual y personal a una «anomalía». Más bien, la persona ha de ser una clave en toda la concepción evolutiva del mundo, ya que «la evolución cósmica prosigue en nosotros una obra de naturaleza personal»26. Desde la fe se 22 La propuesta de un «salvador absoluto», consignada también más tarde en su Curso fundamental sobre la fe, se conjuga con la cosmovisión evolutiva en ID., «La cristología dentro de una concepción evolutiva del mundo», ET, V, Madrid 1965, 199-201. Una breve exposición de su visión cristocéntrica se puede leer en los artículos «Inkarnation» y «Jesus Christus», KTW, 203-208; 212-217. Otros postulan un «todo» personal cuyos rasgos no podemos sino identificar como los del Verbo encarnado. Cf. P.G. GRENET, Ontología, Barcelona 1965, 119; orig.: Ontologie, Paris 1959. 23 K. RAHNER, «Para la teología de la Encarnación», ET, IV, Madrid 1961, 153. 24 Cf. K. RAHNER, «Para la teología de la Encarnación», ET, IV, 139-157; «Naturaleza y gracia», ibid., 215-243. 25 Cf., por ejemplo, P. TEILHARD DE CHARDIN, El fenómeno humano, Madrid 1958; orig., Le phénomène humain, Paris 1955. Cf. H. DE LUBAC, «Teilhard de Chardin dans le context du renouveau», en L.K. SHOOK – G.M. BERTRAND, ed., La théologie du Renouveau, II, 165-187. 26 Cit. en H. DE LUBAC, El pensamiento religioso de Teilhard, Madrid 1967, 250. «Mi pensamiento está ahora totalmente ocupado en construirse un Mundo en el que el Hombre sería la clave y no una anomalía». Cit. ibid., 249. Cf. L. GALLENI , «Teilhard de Chardin: Moving towards humankind?», en G. AULETTA ‒ M. LECLERC ‒ R.A. MARTÍNEZ, ed., Biological Evolution: Facts and Theories, Roma 2011, 493-516. Acerca de la compatibilidad de los conceptos de creación y evolución, en la que empeñó su esfuerzo Teilhard, no han dejado de surgir nuevas perspectivas y matizaciones. Cf. S.O. HORN ‒ S. WIEDENHOFER, Creazione ed Evoluzione, Bologna-Città del Vaticano- Augsburg 2007. CAP. II: PRESUPUESTOS DEL CONCILIO 17 puede ver la razón de esto en que Dios mismo es personal, «hiper- personal», «polo supremo de personalización», «hogar ultra- personalizador», y «el hombre no podrá encontrar el reposo hasta que no encuentre reunido “lo Personal en grado sumo y lo Personalizador en grado sumo”»27. Cristo cumple un papel primordial en este proceso, como «punto Omega» donde converge todo el dinamismo hacia arriba y adelante de la evolución. La integración de la cosmovisión evolutiva en la antropología cristiana fue impulsada también por Karl Rahner, ya antes mencionado 28. 2.6 Diálogo ecuménico No hay que olvidar el importante influjo en el pensamiento antropocéntrico y cristocéntrico previo al Concilio que tenemos fuera del campo católico. En concreto, fueron decisivas las aportaciones del pensamiento filosófico y teológico de la ortodoxia rusa y de la obra de algunos teólogos protestantes. El movimiento ecuménico, al cual fueron sumándose algunas iniciativas católicas por aquellos años, favoreció una ósmosis que enriqueció la teología católica con aspectos de la tradición que habían quedado en la sombra durante largo tiempo, además de algunas aportaciones que estimularon nuevos enfoques. a) Pensadores y teólogos rusos Ya en el siglo XIX, Vladimir Soloviov propuso la «teandria» (conjugación de lo divino y lo humano) como un principio de unidad de toda la realidad, así como importantes ideas sobre la unión de la Iglesia29. Su pensamiento tuvo gran influencia en los pensadores y teólogos de la diáspora rusa, que fecundaron la teología en toda Europa, a través de traducciones o de la redacción de nuevas obras en lenguas europeas y desde el centro San Sergio de París: Nikolai Berdiaev, Sergei Bulgakov, Paul Evdokimov. A partir de un método teológico de cariz espiritual, simbólico y místico, estos autores presentan una concepción del hombre que tiene a Cristo como arquetipo30. La centralidad de la encarnación se traduce en los 27 H. DE LUBAC, El pensamiento religioso de Teilhard, 245. Se puede oír en esta frase el eco del «nos hiciste para ti» de San Agustín. 28 Las ideas de Teilhard aparecen como trasfondo del planteamiento cristocéntrico de Rahner en K. RAHNER, «La cristología dentro de una concepción evolutiva del mundo», ET, V, 181-219. Cf. ID., «Para la teología de la Encarnación», ET, IV, 139-157; «Naturaleza y gracia», ibid., 215-243. 29 Cf. V. SOLOVIOV, Teohumanidad. Conferencias sobre filosofía de la religión, Salamanca 2006. 30 Cf. T. PAVLOU , «Il cristocentrismo nella teologia ortodossa contemporanea», en P. SCARAFFONI, ed., Cristocentrismo. Rifflessione teologica, Roma 2002, 115-148; G. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 18 autores rusos en una peculiar comprensión de la comunión católica de la Iglesia, contenida en el concepto de sobornost. Las nociones conciliares de communio y de colegialidad no quedan lejos de esta perspectiva31. b) Ámbito de la Reforma Una influencia decisiva en la renovación cristocéntrica de la teología vino de la mano del teólogo evangélico Karl Barth. El entero edificio de su teología, recogida sobre todo en su monumental Dogmática eclesial, se sustenta sobre la primacía de la Palabra de Dios y, por ende, sobre la figura de Jesucristo, Verbo encarnado. Esta centralidad cristológica se muestra incluso excesiva, en continuidad con su postura crítica hacia la insistencia típica de la doctrina católica en la analogia entis. Con todo, la vigorosa reflexión de este teólogo suizo, involucrado de forma muy activa en el movimiento ecuménico, hace de él quizá el pensador más influyente de todo el cristianismo en el siglo pasado32. Junto a él es imprescindible recordar también la obra de Oscar Cullmann, que supo presentar con acierto la centralidad cristológica de la historia de la salvación33. 2.7 Teología de las realidades temporales En torno al apostolado obrero, impulsado en aquellos años por Cardjin, se elabora una teología que lo sustenta. Diversos pensadores y teólogos de la época (Thomas, Lacroix, Thils, Chenu) lamentan la desconfianza generalizada hacia la modernidad que se había instalado entre los cristianos. Frente a ello, insisten en que el hombre ha sido creado a imagen de Dios y está asociado por ello a la obra del Creador. Dios ve los progresos técnicos y materiales de la humanidad con buenos ojos, ya que contempla la transformación del mundo llevada a cabo por el hombre como parte del proceso de recapitulación de todaslas cosas en el Verbo —————————— CELORA, «L’uomo “monaco del mondo” nella elaborazione di Evdokimov», en B. MORICONI, ed., Antropologia cristiana. Bibbia, teologia, cultura, Roma, 2001, 783-812. Una exposición de la antropología cristiana muy afín a las claves destacadas por estos autores puede leerse en M.I. RUPNIK, Dire l’uomo. I. Persona, cultura della Pasqua, Roma 19972, 67-131. 31 Un desarrollo reciente de esta línea la encontramos en la obra del teólogo y metropolita ortodoxo griego I. Zizioulas. Cf. I. ZIZIOULAS, Comunión y alteridad. Persona e Iglesia, Salamanca 2009. 32 Cf. K. BARTH, Dogmatique, I-IV, Géneve 1953-1974; orig., Kirchliche Dogmatik, I- IV, Zurich 1932-1968; L’umanità di Dio, Torino 1997; orig., Die Menschlichkeit Gottes, Zurich 1956. Cf. H.U. VON BALTHASAR, La teologia di Karl Barth. 33 Cf. O. CULLMANN , Cristo y el tiempo, Madrid 2008; orig., Christ et le temps, Neuchâtel 1947. CAP. II: PRESUPUESTOS DEL CONCILIO 19 encarnado. De este modo, se subraya, sobre todo, el valor objetivo del trabajo y la relativa autonomía de las realidades terrenas34. 2.8 Proyecto teológico de H.U. von Balthasar En la recuperación del carácter unitario de la persona y la centralidad del Verbo encarnado, cabe también destacar la poderosa labor de síntesis y la novedosa propuesta de la obra de H.U. von Balthasar. Puesta ya en marcha desde antes del Concilio, aportará elementos para la interpretación y recepción de las enseñanzas conciliares, más que para la propia redacción de los documentos35. Jesucristo es, para von Balthasar, el «universal concreto», noción con la cual pretende superar la aporía entre el carácter histórico de Cristo y su relevancia universal36. El teólogo suizo diagnostica y denuncia la pérdida de especificidad cristiana en la teología. Esta especificidad debe recobrarse a través de una estética teológica que recorra la via amoris. Inspirándose en la teología de Barth y en su propia y vastísima formación, von Balthasar coloca en el centro de su propuesta la figura de Jesucristo como la forma de la revelación. Frente a esta figura, el hombre ha de colocarse con una actitud de percepción obediente o acogida perceptiva de una verdad que se muestra a los ojos de la fe37. 2.9 Magisterio de Pío XII Ya antes del Concilio, el enfoque cristocéntrico que se había ido imponiendo en la teología quedó sancionado en cierto modo por el magisterio pontificio. En los debates conciliares estuvieron especialmente presentes las enseñanzas vertidas por Pío XII en sus encíclicas Mystici 34 Cf. G. THILS, Théologie des réalités terrestres, I-II, Louvain 1946-1949; J. LACROIX, «Philosophie du travail» en Travail et condition humaine. Semaine des intellectuels catholiques (7 au 13 Novembre 1962), Paris 1963, 15-34 ; J. THOMAS, «Esquisses théologiques», ibid., 34-46; M.D. CHENU, «La teologia del lavoro di fronte all'ateismo», en G. GIRARDI, ed., L’ateismo contemporaneo, IV, Torino 1969, 301-316. J. Alfaro desarrolla en torno a esta cuestión su noción de «existencial crístico», que vincula a las enseñanzas de GS al respecto. Cf. J. ALFARO, Hacia una teología del progreso humano, Barcelona 1969. 35 No en vano, De Lubac le dedica un amplio elogio en una recopilación de artículos dedicada a la eclesiología del Concilio, si bien el teólogo suizo no fue convocado como experto. Cf. H. DE LUBAC, Paradoja y misterio de la Iglesia, Salamanca 1967, 183-214; orig., Paradoxe et mystère de l’Église, Paris 1967. 36 Cf. H. U. VON BALTHASAR, Teología de la historia, Madrid 19642; orig., Theologie der Geschichte, Einsiedeln 1959. Cf. S. PIÉ-NINOT, La teología fundamental, 285-292. 37 Cf. H.U. VON BALTHASAR, Gloria. I. La percepción de la forma, Madrid 1985; orig., Herrlichkeit. I. Schau der Gestalt, Einsiedeln 1961; Sólo el amor es digno de fe, Salamanca 20062, 15-20, 66-67; orig., Glaubhaft ist nur Liebe, Einsiedeln 1963. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 20 Corporis (1943) y Mediator Dei (1947)38. Además de la renovación teológica, estas enseñanzas tienen como motivación, al mismo tiempo que intentan orientar, la renovación de la vida eclesial que se venía experimentando en los campos del apostolado seglar, el ecumenismo o la liturgia39. 3. Hacia una antropología integral y cristocéntrica El Concilio Vaticano II recoge de forma más o menos directa todas estas influencias que acabamos de recordar. La filosofía fenomenológica, los existencialismos, el personalismo, se habían encargado de colocar en el centro de la reflexión al ser humano concreto e histórico. No era posible que la teología siguiera ajena a esta adquisición; era urgente volver a tomar en serio la «carne». Esta carne, además, se trata de la misma que el Verbo de Dios ha asumido. El Concilio muestra en diversos lugares el enfoque cristocéntrico que, como hemos visto, había sido impulsado por el estudio de la Sagrada Escritura y la Patrística, la relectura de Scheeben y los teólogos de Tubinga, el influjo de los teólogos rusos y Barth. El Concilio, en continuidad con el magisterio que lo precedió, asume en buena medida las líneas principales de esta renovación teológica de los decenios anteriores. De este modo, aunque evite pronunciarse sobre cuestiones debatidas, ayudará a superar dos inercias de pensamiento acerca del ser humano que se habían instalado en la reflexión católica más difundida en los manuales: un cierto dualismo y la antropología de la «naturaleza pura». 3.1 El hombre dual En primer lugar, el hombre se ha visto con frecuencia en la historia del pensamiento como un compuesto de dos partes, alma y cuerpo, excesivamente desligadas entre sí. Además, de estos dos elementos a menudo se atribuía solo al alma el ser propia de lo humano. Así, despojado el hombre de la mayoría de sus atributos, se le intentaba definir partiendo de su rasgo diferenciador. Desde Aristóteles, la tradición clásica reconoce al hombre como animal rationale. La persona, según Boecio, es una «sustancia individual de naturaleza racional». El hombre, escribe Pascal, es una «caña pensante». En el paroxismo de la búsqueda de una mínima 38 AAS 35 (1943) 193-248. AAS 39 (1947) 521-595. Cf. K. RAHNER, «La incorporación a la Iglesia según la Encíclica de Pío XII “Mystici Corporis Christi”», ET, II, Madrid 1961, 9-94. 39 Para el contexto eclesial donde prosperó la teología de la unión mística de los cristianos, cf. T. GERTLER, Jesus Christus. Die Antwort der Kirche auf die Frage nach dem Menschsein, Leipzig 1986, 243-251. CAP. II: PRESUPUESTOS DEL CONCILIO 21 expresión del hombre, Descartes se quedó solo en el mundo cuando dijo aquello de «pienso, luego existo». He aquí el hombre, reducido a su condición espiritual. Llevada a sus últimas consecuencias, en esta visión de la persona no cuentan lo tangible, lo emocional, lo histórico, lo social, el origen ni la meta. En teología, una cierta tendencia dualista se puede reconocer en una concepción de la imagen de Dios en el hombre exclusivamente vinculada al alma y sus potencias. La antropología cristiana, después de establecer al hombre como culmen de la creación por su alma racional, se desarrollaba sobre todo como discurso sobre la capacidad de conocer y amar a Dios y, en conexión con la teología ascética o moral, las virtudes infusas que ponen en movimiento todo el organismo sobrenatural del hombre agraciado. 3.2 El hombre imaginario En segundo lugar, durante siglos, el pensamiento cristiano se había empeñado en hablar de un hombre inexistente, al dedicar su atención a la llamada «naturaleza pura»; es decir, el ser humano tal como sería si Dios no lo hubiera destinado, como de hecho ha sido, a la vida eterna. Algunos llegaban a equiparar esta idea con la situación del hombre pecador, considerado como hombre sin Dios, dejado a sus solas fuerzas. Pero el único ser humano que de hecho hahabido en el mundo hay que considerarlo, desde el inicio y aun siendo pecador, inmerso en una historia de salvación. Todo ser humano que viene a este mundo se halla incapaz de acceder a su vocación y, al mismo tiempo, redimido y continuamente solicitado por la gracia. Otra cuestión es afirmar que esta oferta de gracia es, efectivamente, gratuita; pero con una «gratuidad real» respecto al hombre realmente existente, respecto a la «naturaleza concreta» del ser humano inserto en una historia de salvación. Teólogos como De Lubac o Rahner tienen el mérito de haber recordado, antes del Concilio, esta verdad continuamente presente en la mejor tradición cristiana40. La clave que permite afirmar esta concreta ubicación del hombre en una historia de salvación es la centralidad de Jesucristo. La perspectiva cristocéntrica se ha afianzado históricamente al hilo de la cuestión del motivo de la encarnación: ¿se habría encarnado el Hijo de Dios si el hombre no hubiera pecado?41 Las respuestas han seguido dos tendencias: la 40 Cf. H. DE LUBAC, Le mystère du surnaturelle, Paris 1965; K. RAHNER, «Sobre la relación entre la naturaleza y la gracia», ET, I, 325-347; «Naturaleza y gracia», ET, IV, 215-243. 41 Para la cuestión de la «conveniencia» de la encarnación, tal como la plantea Santo Tomás, cf. STh III, q.1. Para una síntesis de la cuestión, con el debate entre las posiciones tomista y escotista al respecto, cf. G. BIFFI, «Fine dell’incarnazione e LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 22 encarnación, si bien hay en ella una gran «conveniencia», está en función de la redención (Santo Tomás); o bien, la encarnación es la perfección de la creación (Duns Scoto). En cualquier caso, hay que afirmar el primado de Cristo, como aparece en el himno de la carta a los Colosenses: Él «es el primero en todo» (Col 1,18). Así pues, para comprender desde la fe quién es el hombre, es preciso dirigir la atención a Cristo, causa eficiente, ejemplar y final de toda la creación, hombre perfecto y cabeza de la nueva humanidad. A la luz del acontecimiento de Jesucristo, no puede ya pensarse en un ser humano perfectamente constituido al margen de su «dignidad sublime» y de su «única vocación última» que han quedado, a un tiempo, manifestadas y establecidas por la encarnación del Verbo (GS 22). —————————— primato di Cristo», ScCatt 88 (1960) 241-260; G. MARTELET, «Sur le motif de l’Incarnation», en H. BOUSSÉ, ed., Problèmes actuels de christologie, Paris 1966, 35-80. Cf. A. M ICHEL, «Incarnation», DThC VII, 1463-1507; G.F. BONNEFOY, Il primato di Cristo nella teologia contemporanea, Milano 1957. CAPÍTULO III Encarnación: salvación de la carne Una vez visto el doble giro que supusieron la cuestión del hombre y la centralidad de Jesucristo en la primera mitad del siglo pasado, llega el momento de ver cómo queda recogida esta novedad en las enseñanzas del Concilio. En primer lugar, repasaremos los textos donde se revaloriza el cuerpo o la «carne», teniendo como clave la humanidad del Verbo encarnado. Así quedará de manifiesto la encarnación como principio de comprensión de una antropología integral, que tiene por objeto al ser humano concretamente existente. 1. Uno en alma y cuerpo Superando las inercias de pensamiento señaladas en el capítulo anterior, que enfocaban la antropología en la consideración del alma y de la «naturaleza pura» del hombre, el Concilio Vaticano II propuso una antropología unitaria y enraizada en la historia de la salvación. Esto pudo hacerlo apoyándose en la Sagrada Escritura. El estudio de la Biblia y de la Patrística, renovado y revigorizado en la primera mitad del siglo XX, así como las aportaciones de las filosofías del hombre (fenomenología, existencialismo, personalismo), impulsan una visión unitaria del ser humano, donde lo corporal ha de verse como una dimensión esencial e irreductible. No se puede decir con total propiedad que la persona tenga un cuerpo (del mismo modo que no se puede decir propiamente que posea un alma), sino que, más bien, es cuerpo y alma, «un ser a la vez corporal y espiritual», en el cual «el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza»1. Conviene 1 CEC 362, 365. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 24 ahora subrayar que la condición corporal de la persona no es meramente orgánica, sino genuinamente humana. Esta visión obliga a hablar de la persona como ser sexuado y como ser social (así lo hace el Concilio en GS 12) en un sentido original, no comparable con las especies animales. El Concilio nos invita también a admirar el misterio del hombre, unidad psicosomática, «uno en alma y cuerpo», como síntesis de un universo que no puede reducirse a pura materia (GS 14), insinuando así la perspectiva cósmica evolutiva adoptada por autores como Teilhard o Rahner. De este modo, ha de afirmarse que «el cuerpo del hombre participa de la dignidad de la “imagen de Dios”» (CEC 364)2. El concepto de imagen de Dios, tomado de la Sagrada Escritura, sintetiza la visión creyente original acerca del ser humano y se propone en el Concilio como categoría antropológica fundamental. La «imagen de Dios» define la naturaleza del ser humano y cimienta su dignidad, desarrollada en tres relaciones fundamentales: con Dios, con los demás, con el mundo3. Ser imagen de Dios significa estar llamados a la comunión con Dios (cf. GS 19), realizarse en la entrega a los demás (cf. GS 24) y perfeccionarse en el dominio y transformación del mundo (cf. GS 35). Así pues, la imagen de Dios abarca la totalidad de las dimensiones personales y el hombre está llamado a dar gloria a Dios en su cuerpo (GS 14). El ser humano, en definitiva, puede ser comprendido desde la fe en su integridad a partir de la imagen de Dios por antonomasia, Jesucristo, Verbo 2 Esta noción de la imagen impresa en el cuerpo aparece ya en la visión unitaria de los dos relatos de creación del hombre por parte de los padres apostólicos y apologistas, así como en la soteriología antignóstica de los primeros siglos cristianos: el hombre creado (Gn 1,26) es el plasmado (Gn 2,7) a imagen de Dios. Cf. V. GROSSI, Lineamenti di antropologia patristica, Roma 1983; L.F. LADARIA , «El hombre creado a imagen de Dios», en B. SESBOÜÉ, ed., El hombre y su salvación, Historia de los dogmas, II, Salamanca 1996, 75-115. Un desarrollo de la cuestión de la imagen impresa en la carne, a la luz de la tradición cristiana y de la fenomenología del cuerpo en los pensadores contemporáneos, puede leerse en J. GRANADOS, Teología de la carne. El cuerpo en la historia de su salvación, Burgos 2012, 29-84. Cf. también I. SANNA , L’identitá aperta. Il cristiano e la cuestione antropologica, Brescia 2006, 317-355. Pueden consultarse también las catequesis que Juan Pablo II impartió en las audiencias de los años 1979- 1984, donde desarrolla toda una teología de la sexualidad humana: www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/index_sp.htm. 3 Estas tres relaciones se despliegan en los tres primeros capítulos de la primera parte de la Constitución pastoral: GS 12-22; 23-32; 33-39. Esto no debe llevar a pensar en una noción de imagen puramente funcional, sino que conlleva una dimensión ontológica capaz de sustentar una relación estable de cada persona con Dios, fundamento de su dignidad inalienable. Cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Comunión y servicio. La persona humana creada a imagen de Dios, Madrid 2009 (fecha original de publicación: 2004). Según la tradición católica, la condición de imagen no se pierde ni siquiera con el pecado. Cf. DH 1521. CAP. III: SALVACIÓN DE LA CARNE 25 encarnado, que es «imagen (visible) de Dios invisible» (Col 1,15). En Él está la raíz y la meta de nuestra condición de imagen de Dios, en todas nuestrasdimensiones y en su desarrollo existencial. También en lo que concierne a nuestra corporalidad se cumple la máxima rahneriana de que «la cristología es principio y fin de la antropología»; o, como escribe Tertuliano: «Lo que el barro representaba era a Cristo, el hombre que había de venir»4. 2. La debilidad de la carne El concepto de encarnación se ha forjado en la reflexión cristiana sobre la afirmación del prólogo de Juan: «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14)5. Por tanto, conviene ahora afinar más en nuestra lectura del lugar de la encarnación en el Concilio, viendo el modo en que se usa el concepto de «carne» en sus documentos. Los textos del Concilio emplean «carne» en varios sentidos, siguiendo la tradición bíblica. «Carne» (hebreo basar en el Antiguo Testamento; griego sarx en el Nuevo Testamento) expresa en la Biblia la condición humana en su dimensión visible, corpórea y, al mismo tiempo, débil6. La carne hace referencia al origen de cada persona a partir de la unión de un hombre y una mujer, que se hacen «una sola carne» (GS 48; cf. Gn 2,24; Mt 19,6). Por extensión, la carne significa los vínculos familiares y étnicos. Pues bien, tales vínculos son superados por la vida nueva en Cristo, que no surge de la carne, sino del agua y del Espíritu, y genera un vínculo 4 K. RAHNER, «Para la teología de la Encarnación», ET, IV, 153; TERTULIANO, De carnis resurrectione, 6; PL 2, 282 (cit. en GS 22). Cf. K. RAHNER, «Reflexiones fundamentales sobre antropología y protología en el marco de la teología», MySal, II/1, 454-468. 5 Ireneo, el primero en acuñar el término ��������� (en latín: incarnatio), emplea «carne» y «hombre» como sinónimos. Orígenes y Tertuliano emplean, respectivamente, los términos ������ ��� e incorporatio. Tras Nicea y ante errores como el apolinarismo (el Logos ocuparía, según esta herejía, el lugar del alma en Cristo), se impone el uso de ������ ��� y � � ��������� (en latín: inhumanatio). Otros conceptos afines toman como referencia bíblica el himno de la carta a los Filipenses (Flp 2,7ss.) y Heb 2,14: �����������/ � ���� (Atanasio), �������/ assumptio (cf. DH 259), ��� ���� (cf. DH 430). Cf. H. VORGRIMLER, «Inkarnation», LThK2, V, 678-679. 6 Conviene recordar la dualidad de los términos ����� y ����� en San Pablo. La corporalidad del hombre, llamada a ser glorificada en la resurrección, es referida por el término �����. En otros lugares del Nuevo Testamento, ����� se refiere al cuerpo en su materialidad; pero en Pablo adquiere una connotación negativa para representar el principio del pecado y la corrupción. A esta luz puede entenderse la condescendencia divina por la cual «Dios envió a su Hijo en una carne semejante a la del pecado» (Rm 8,3), para cumplir un admirable intercambio: que nosotros vivamos según el Espíritu. Cf. J.-B. ÉDART, «Corpo, corporeitá», TTB, 231-236; «�����», DENT, II, 1363-1374. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 26 nuevo más allá de todo linaje y nación (LG 9; PO 16; cf. Jn 1,13; 3,5-6). De ahí, que la Iglesia se defina como «nuevo Israel», que sustituye al pueblo de Dios de la primera Alianza uniendo a judíos y gentiles «no según la carne, sino en el Espíritu» (LG 9; cf. 1Co 11,25; Hb 13,14). Los lazos de la carne quedan integrados en un vínculo de orden superior, que une a los miembros de la familia del Reino (LG 58; cf. Lc 2,19.51). Esto hace plausible que el cristiano, «no asintiendo a la carne ni a la sangre (cf. Gal 1,16), se entregue totalmente a la obra del Evangelio» (AG 24). Superar la carne se hace un deber cuando el hombre, «herido por el pecado, experimenta la rebelión del cuerpo» (GS 14). El concepto «carne», bajo este aspecto de debilidad que procede del pecado y que inclina a él (tal como se entiende la «concupiscencia» en la tradición católica), supone un principio opuesto a la vida nueva en el Espíritu7. «Carne» se emplea así para significar que nuestra naturaleza humana se encuentra herida e incapaz de realizarse por sus solas y enflaquecidas fuerzas. La debilidad de la carne aparece, así pues, como tentación que amenaza permanentemente la fidelidad de la Iglesia al Señor, su Esposo (LG 9, PO 12). La carne se erige en enemigo que emplea sus armas para enfrentarse al dinamismo del Reino y cuyas obras han de ser ahogadas por la penitencia (cf. GS 38, PO 12, DH 11; cf. 2Co 10,4; 1Ts 5,8-9). 3. Carne asumida, carne salvada Para superar la ambigüedad de esta carne enferma por el pecado, fue preciso que fuera asumida y sanada; solo de este modo volvería a ser transparencia de nuestro origen y cauce hacia nuestro último horizonte, la resurrección. Trascender la debilidad de la carne por una vida según el Espíritu es una vocación propiamente humana, que solo puede realizarse porque esta carne ha sido asumida, sanada, elevada y glorificada en Jesucristo. Porque el Hijo de Dios ha hecho suya nuestra condición de hombres, enviado «en una carne semejante a la del pecado» (Rm 8,3), por eso mismo se hace posible cumplir nuestro destino. Y este destino es ser «más hombre» (GS 41); es decir, acceder a una plenitud que, siendo intrínsecamente humana, nos sitúa en una nueva ontología, en el ámbito de lo divino. Como enseña la antigua teología del «admirable intercambio»: el Hijo de Dios se hizo hombre (sin dejar de ser divino) para que los hombres lleguemos a ser hijos de Dios (en lo cual consiste nuestra plenitud de hombres). 7 El término «concupiscencia» es evitado en el documento conciliar que se ocupa más directamente de la antropología, GS, y solo aparece en PO 13. Quizá por sensibilidad ecuménica, para no poner en el foco de atención una polémica doctrinal, se prefiere usar el concepto bíblico de «carne», que parece sustituirlo. CAP. III: SALVACIÓN DE LA CARNE 27 3.1 Lenguaje de encarnación En 16 ocasiones se refiere el Concilio a la carne en cuanto asumida por el Verbo8. Del Verbo o el Hijo «encarnado» se habla 18 veces9. A esto equivale la referencia a Cristo también como «enviado», 14 veces10. Se emplea el vocablo «encarnación» 8 veces, siempre referido al Verbo o al Hijo11. La palabra «encarnar» o «encarnarse» no tiene un correlato directo en la versión latina original de los textos, que siempre usan una perífrasis: caro fieri, es decir, «hacerse carne»; o bien, egenus fieri, esto es, «hacerse pobre», bella expresión tomada de San Pablo que destaca la connotación decisiva de la encarnación como muestra de la condescensio o synkatabasis de Dios12. Otra manera de referirse a la encarnación es simplemente con la expresión, presente en los evangelios, de que el Hijo de Dios «vino» (venit) o, como se dice en el Credo niceno, «descendió»13. Sumando todas las expresiones de la encarnación, en total el Concilio se refiere a ella más de ochenta veces. Hay que notar que, sin excepción alguna, todas estas expresiones se predican solo de la persona del Verbo o Hijo de Dios. No hay otro sujeto del cual se diga que «se encarne» ni que «esté encarnado». Esto nos puede chocar, acostumbrados como estamos a un uso del lenguaje de encarnación más fluido, donde el verbo encarnar se conjuga con cada una de las personas gramaticales: «yo me encarno, tú te encarnas, él/ella/ello se encarna, nosotros nos encarnamos…» Veremos más adelante que este uso queda en parte justificado en el Concilio por lo que llamaremos «analogías de la encarnación»14. Pero no está mal advertir que la referencia permanente de todo lenguaje y de toda espiritualidad de encarnación es la realidad humanada del Verbo eterno de Dios. Sirva de muestra la siguiente cita de AG 3, donde se juntan diversas expresiones del misterio de la encarnación: 8 LG 9, 16, 55; DV 2, 4, 13, 17; GS 22, 38, 45, 57, 78; SC 5; AG 3; NA 4. Hay que añadir los lugares donde se refiere a la «naturaleza humana» o«valores naturales» asumidos: LG 7, 8, 13, 55; SC 83; GS 22; AA 7, 8; AG 3, 8; GE 2. 9 LG 8, 52, 54, 62, 66; DV 18, 23; GS 21, 22, 32, 58, 78; AG 6; UR 12, 14, 15, 20, 21. 10 LG 3, 8, 17, 18; DV 4; SC 6; CD 1; PO 2, 3; AA 4; AG 3, 5, 24; UR 2. 11 LG 56, 61, 65; SC 102; GS 22; AG 3, 10, 22. 12 LG 8, 42; PO 17; PC 13; AG 3. Cf. 2Co 8,9: «Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza.» 13 15 veces: LG 3, 5, 8, 27, 32, 52; GS 3, 13, 57; CD 1; PO 9; PC 14; AG 3; UR 7; DH 11. 14 Cf. infra, capítulo IV. El uso generalizado y analógico del lenguaje de encarnación fue impulsado por el movimiento personalista. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 28 Cristo Jesús fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres. Por ser Dios habita en Él corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Cf. Col 2,9); según la naturaleza humana, nuevo Adán, lleno de gracia y de verdad (Cf. Jn 1,14), es constituido cabeza de la humanidad renovada. Así, pues, el Hijo de Dios siguió los caminos de la Encarnación verdadera: para hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina; se hizo pobre por nosotros, siendo rico, para que nosotros fuésemos ricos por su pobreza (2Co 8,9). 3.2 Caro cardo salutis El dato de fe de la encarnación se ha invocado desde el inicio de la reflexión cristiana como argumento soteriológico, es decir, como garantía de que hemos sido realmente salvados por Cristo. Que la carne haya sido íntegramente asumida es una afirmación irrenunciable de la fe cristiana, si confesamos que Jesucristo es el Salvador. Según reza el principio de la soteriología antigua, «fue redimido lo que fue asumido», o bien, «no habría sido redimido si no hubiera sido asumido». Por eso, «la carne es el quicio de la salvación» (Tertuliano). El Concilio reafirma esta verdad recordando la teología patrística y los primeros concilios de la Iglesia (cf. GS 22; AG 3)15. Esta convicción permite esperar la resurrección futura, tal como proclamamos en el Credo, pues la naturaleza humana en su integridad fue asumida, sin sufrir merma ni cambio alguno, sin quedar anegada en la persona del Verbo. Así pues, la carne asumida podrá ser carne resucitada. Solo el pecado queda fuera de este movimiento de Dios que abraza a la humanidad y se apropia de una naturaleza humana particular16. Esto no quita nada de valor a la encarnación; al contrario, la hace más digna de gratitud y admiración. El pecado no le pertenece al ser humano por naturaleza, sino que es el factor que disgrega a la persona y le impide alcanzar su vocación genuina17. Debe, por eso, ser «quitado» además de perdonado (cf. Jn 1,29). Por el pecado, la carne, que había sido diseñada como trasparencia de la gracia, se volvió opaca, cerrándose sobre sí misma y quedando abocada a la muerte. Pero la misericordia de Dios manifestada 15 Cf. anexo. 16 Cf. GS 22; cf. Hb 4,15. 17 El pecado no forma parte del designio originario de Dios, que creó al hombre a su imagen y semejanza. Sin embargo, tradicionalmente se llama al pecado original peccatum naturae por su carácter pre-personal, al ser transmitido generatione o propagatione, non imitatione (CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre el pecado original: DH 1513-1514): comporta un deterioro de la imagen de Dios en cada hombre que viene a este mundo, deterioro que se ratifica con los pecados personales y que solo Dios puede restaurar por su gracia. CAP. III: SALVACIÓN DE LA CARNE 29 en Cristo ha abierto al hombre pecador la posibilidad del encuentro que salva. La encarnación, gratuitamente realizada por Dios, es, por el pecado, doblemente inmotivada e inmerecida. Tanto más, es signo del amor de Dios que nos precede18 y fundamento de la entrega que Cristo hace para rescatarnos y darnos vida19. 3.3 La carne salvada, lugar y mediación de vida nueva La carne, salvada de este modo por la encarnación, se convierte en lugar y mediación de vida nueva. Dicho brevemente: la encarnación es misterio de salvación para la humanidad, fundamento de su plenitud intrínseca20. En otras palabras: si el Verbo se hizo carne, esto concierne a cada ser humano, sea cual sea su circunstancia, pues nuestra humanidad (la de cada cual y la de los otros) se ha convertido, ya para siempre, en apelación y cauce para el encuentro y la comunión con Dios. Citando la epístola a Diogneto, el Concilio insiste en que Cristo fue enviado «como hombre a los hombres»21. No se podría justificar el valor salvífico de este hecho si al que ha sido enviado en nuestra carne (AG 3) no lo contempláramos también actuando a través de su carne (SC 5). Solo de este modo puede ser confesado como el mediador entre Dios y los hombres, en orden a la revelación y a la salvación: Cristo es «el mediador y la plenitud de toda la revelación» (DV2); «su humanidad, en la unidad de la persona del Verbo, fue el instrumento de nuestra salvación» (SC 5). Detrás de esta enseñanza está la teología de Santo Tomás, para quien la humanidad de Jesucristo es «instrumento propio y conjunto de su 18 Cf. 1Jn 4,10.19: «En esto consiste el amor: no en que nosotros amemos a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados... Nosotros amamos porque Él nos amó primero.» 19 Cf. Mc 10,45; Jn 10,10ss.: «El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos»; «Yo he venido para que tengan vida… yo soy el buen pastor… y doy mi vida por las ovejas». 20 Cf. H. VORGRIMLER, «Hypostatische Union», LThK2, V, 582: «Die Gnadenhaftigkeit der H.U. müßte als die höchstmögl. Erfüllung des menschl. Wesens ausgelegt werden. Wenn es dem Geschöpf wesentlich ist, daß es für Gott offensteht (Potentia oboedentialis), so ist die H.U. zu deuten als die höchste Erfüllung der Offenheit des Geschöpfes für den in höchster Weise sich verschenckenden Gott. Es gehört z. Geheimnis der H.U., daß sie nur ein einziges Mal auf der Erde sich ereignet.» 21 DV 4; PO 3. Cf. Epístola a Diogneto, 7 (PG 2,1178): «Hunc ad eos misit [...] tamquam ad homines misit». Cf. Hb 2,17; 4,15: «Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo… Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado.» LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 30 divinidad»22. Esta concepción permite una visión de la sacramentalidad más amplia que la referida estrictamente al septenario de la liturgia. Así quedó reflejado en el Concilio respecto a la Iglesia (cf., por ejemplo, LG 1, GS 45) y fue propuesto por algún perito respecto a la persona humana23. Además de subrayar que la naturaleza humana de Jesucristo es del Verbo, hay que advertir otra cosa para garantizar la valencia salvífica de la encarnación: no puede concebirse meramente como la constitución ontológica y estática de Jesucristo. Tal sería una pobre interpretación de la fórmula calcedonense: «un solo Señor» en quien una naturaleza humana y la naturaleza divina están unidas en la persona del Verbo, por lo cual Jesucristo es «connatural con nosotros en cuanto a la humanidad» (DH 301-302). Enseña el Concilio que «el Hijo de Dios asumió de ella [María] la naturaleza humana para liberar al hombre del pecado por los misterios de su carne» (LG 55). Los «misterios» de Jesús son el despliegue de la encarnación a lo largo de su vida, hasta la Pascua24. Así pues, debemos afirmar la encarnación en un sentido amplio y dinámico, que abarque la totalidad de la experiencia verdaderamente divina de ser hombre propia de Jesucristo. Como escribe San Ireneo: el Verbo «se ha hecho niño con los niños, para santificar a los niños; [...] jovencon los jóvenes [...]; adulto con los adultos, para ser maestro perfecto en todo»25. De forma similar, refiriéndose a la integridad de las facultades humanas, dice GS 22: «[El 22 Santo Tomás se refiere con frecuencia a la cualidad «instrumental» de la humanidad de Cristo. Cf. STh III, q.18, a.1; q.19, a.1; q.48, a.6; CG IV, 41; De unione Verbi incarnati, a.1. 23 Cf. O. SEMMELROTH, «Ursakrament», LThK2, X, 568-569; «La Iglesia como sacramento de la salvación», MySal, IV/1, 321-370. Cf. Y. CONGAR, «Jalons d’une réflexion sur le mystère des pauvres. Son fondament dans le mystère de Dieu et du Christ», en P. GAUTHIER, «Consolez mon peuple». Le Concile et «l’Église des pauvres», Paris 1965, 307-327. 24 Rahner previó en esta cuestión un necesario desarrollo de la cristología. Cf. K. RAHNER, «Problemas actuales de cristología», ET, I, 167-221; «Eterna significación de la humanidad de Jesús para nuestra relación con Dios», ET, III, 47-59; J. ALFARO, «Encarnación y revelación», Greg 49 (1968), 431-459; «Las funciones salvíficas de Cristo como revelador, Señor y sacerdote», MySal, III/1, 671-753; G. URÍBARRI, La singular humanidad de Jesucristo, Madrid 2008, 103-145; J. GRANADOS, Teología de los misterios de la vida de Jesús, Salamanca 2009. 25 AH II, 22, 4 (PG 7, 784): «Ideo per omnem venit aetatem, et infantibus infans factus, sanctificans infantes; in parvulis parvulus, sanctificans hanc ipsam habentes aetatem, simul et exemplum illis pietatis effectus, et justitiae, et subjectionis; in juvenibus juvenis, exemplum juvenibus fiens, et sanctificans Domino. Sic et senior in senioribus, ut sic perfectus magister in omnibus, non solum secundum expositionem veritatis, sed et secundum aetatem, sanctificans simul et seniores, exemplum ipsis quoque fiens: deinde et usque ad mortem pervenit, ut sit primogenitus ex mortuis, ipse primatum tenens in omnibus, princeps vitae, prior omnium, et praecedens omnes.» CAP. III: SALVACIÓN DE LA CARNE 31 Hijo de Dios] trabajó con manos humanas, pensó con inteligencia humana, actuó con voluntad humana, amó con corazón humano». La carne asumida por Jesús es verdaderamente carne salvada, por ser la sede de una temporalidad, unas palabras, unos gestos, una cultura, un sufrimiento, un amor, una memoria, una glorificación…, verdaderamente humanos que Dios mismo ha hecho suyos. De este modo, la encarnación puede ser afirmada como misterio de salvación para cada ser humano, en el desarrollo de sus dimensiones fundamentales y en cada circunstancia de la vida. Esta realidad, latente en las expresiones más antiguas de nuestra fe, se hace más patente en el último Concilio con el lenguaje adoptado de las filosofías de la existencia. En definitiva, la encarnación no supone solo la asunción en su integridad de los componentes del ser humano, sino que ha llevado a la humanidad a su plenitud, la ha «elevado a una dignidad sublime» (GS 22). Esta dignidad se muestra operativa en una nueva relación reconciliada de la persona con Dios, con los otros y con el mundo, para lo cual Cristo se ha hecho nuestro «ejemplo» y «camino» (GS 22). Gracias a esto, nuestra realidad encarnada espera su consumación, después de las tribulaciones de este tiempo, en la resurrección futura. CAPÍTULO IV Analogías de la encarnación (1): Jesucristo y el hombre Hasta aquí hemos descrito las principales enseñanzas conciliares acerca de la encarnación: desde una nueva percepción más unitaria de la persona y más enraizada en la historia de la salvación, el Concilio rescata el valor de la carne como mediación de gracia, debido a la sanación y elevación efectuadas en el Verbo humanado. Ahora es el momento de dirigir nuestra atención a las consecuencias que tiene este repensamiento de la doctrina tradicional para una comprensión renovada del ser humano a la luz de la fe y para la conciencia y la misión de la Iglesia. Lo determinante no es la hermenéutica, la interpretación; lo único decisivo es la salvación. Por eso, hemos subrayado primero el valor salvífico del misterio de la encarnación como algo ya incluido en su concepto. Ahora tocamos un asunto de segundo orden: cómo el aceptar a Jesucristo como el mediador entre Dios y los hombres da forma a una cosmovisión radicalmente nueva, por la cual los creyentes se sitúan en el mundo de un modo peculiar. Así pues, las cuestiones cosmológica y antropológica, eclesiológica y pastoral, contempladas a la luz de la encarnación del Verbo, nos dan los perfiles de una verdadera espiritualidad de encarnación sugerida por los mismos textos del Concilio. Estos perfiles se concretan en lo que llamamos «analogías de la encarnación», repartidas a lo largo del corpus conciliar1. 1 La analogía es el modo en que podemos referirnos al misterio de Dios a partir de los vestigios que ha dejado en su creación (cf. Sb 13,5; Rm 1,20; CONCILIO LATERANENSE IV, DH 806). Al hablar de «analogías de la encarnación», lo hacemos en el sentido en que se emplea en la expresión «analogía de la fe», es decir, la relación entre los misterios que permite un esclarecimiento mutuo y, de este modo, una profundización en el conocimiento de las cosas sagradas. Cf. CONCILIO VATICANO I, Constitución Dei Filius (DH 3016); DV 8, 12; VD 34. LA LUZ DEL VERBO ENCARNADO 34 El misterio del Verbo encarnado es fuente de una comprensión nueva de las cosas, por la cual estas adquieren a la luz de Cristo su pleno sentido y se apunta a un modo concreto de actuar en el mundo. No se trata de una superficial comparación para señalar cierta semejanza con el misterio de la encarnación, sino que hay aspectos de la realidad del hombre y de la Iglesia que han de considerarse en una relación de dependencia respecto a la unión hipostática, esa radical y permanente novedad de la humanidad asumida y glorificada del Verbo. A este respecto, el Papa Benedicto XVI ha hablado del «realismo de la Palabra» y, por ende, de la Palabra encarnada: «realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo»2. 1. La encarnación del Verbo como principio antropológico Comenzamos con la primera de las cuestiones: las implicaciones de la encarnación del Verbo para una comprensión renovada del misterio de la persona humana. Creer en Jesucristo como el Hijo de Dios hecho hombre y, por ello mismo, el Salvador, transforma el modo de percibir las relaciones fundamentales de todo ser humano. Una visión integrada de la persona, en clave histórico-salvífica y cristocéntrica, es fruto de una comprensión adecuada del misterio del hombre a la luz del Verbo encarnado. Así lo sugiere el Concilio y así se ha llevado a cabo en los años posteriores con diversas propuestas de un nuevo tratado De homine, la así llamada «Antropología teológica»3. El Concilio dedica su atención a este tema en la primera parte de la Constitución pastoral Gaudium et spes, donde afirma: «El misterio del hombre solo se esclarece verdaderamente en el misterio del Verbo encarnado» (GS 22). El adverbio «verdaderamente», u otros que podrían ponerse en su lugar (plenamente, definitivamente), conjuran la tentación de concentrar de modo excesivo en Cristo todo el discurso creyente sobre el hombre (como hace la teología de Barth). Así pues, se puede y debe decir aún muchas cosas acerca del hombre al margen de la fe; pero la palabra decisiva sobre quiénes somos se nos ha dado en Jesucristo, Palabra eterna de Dios humanada. A continuación, nos fijaremos en una serie de expresiones paralelas que jalonan la Constitución pastoral y que sitúan al Verbo encarnado como la clave hermenéutica de la persona humana: su dignidad, su dimensión 2 VD 10. Cf. VD 6-13. 3 Cf. F.A. CASTRO, «Cuarenta años de Antropología teológica. Flick y Alszeghy, Fondamenti (1970)», EE 85 (2010) 515-546. Diversas articulaciones
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